Maestros en la fe: un estudio sobre los autores medievales
Maestros en la fe.
La fe está unida
al esfuerzo racional para comprender lo que se cree, pero también para
exponerlo, es decir que se necesita el esfuerzo racional tanto para comprender
la fe como para exponerla; del mismo modo Pedro Abelardo considera que existen
cristianos que solo conocen la fe de modo exterior, es decir de oídas,
cristianos que incluso pueden sostenerse o estar desanimados, pero que con una
verdadera exposición de la fe pueden llegar a comprender rectamente y de esa
manera suscitar en ellos ánimos, así como convicciones profundas y deseos de
seguir profundizando en los contenidos de la fe.
Cuando la fe se
expone adecuadamente crea tal convicción en quien la oye que la verdad que la
sustenta es también comprendida por quien la oye; de esta manera los dos
términos que más sobresalen en la propuesta de Pedro Abelardo son exposición y
convicción. La exposición de la fe tiene una fuerza tan grande que el misterio
que anima la exposición puede ser aceptado sin mayor esfuerzo de parte de aquel
que recibe dicha exposición, prácticamente en esto consiste la aceptación de la
fe.
Abelardo además
equipara el esfuerzo que el creyente hace para comprender la fe con el esfuerzo
que hace el filósofo para comprender la verdad, en este sentido equipara a los
profetas veterotestamentarios con los filósofos antiguos en sus esfuerzos por
comprender tanto la fe para los unos como la verdad para los otros. La búsqueda
de la verdad está basada en la inspiración y puede ser la preparación para una
comprensión de la verdadera fe. Sin embargo este autor es muy claro en decir
que la razón y el entendimiento siempre deben encaminarse hacia una comprensión
de los objetivos de la fe; la razón y el entendimiento deben estar al servicio
de la comprensión de lo que profesamos en la fe.
Pedro Abelardo
considera que el pensamiento lógico tiende a convertirse, mediante un salto, en
una experiencia de fe, pero quien traza un lugar de intermediación entre ambos
es la comprensión de la fe mediante la razón, mediante la predicación y el
testimonio. Este autor considera que el camino de la fe no necesariamente
conduce al estado de la visión beatifica, pues para él estos son estados
radicalmente distintos.
Conclusión.
Los temas más
recurrentes de este autor respecto a su estudio sobre la fe sugieren que la fe
tiene una dimensión interna y otra externa, ambas dimensiones están unidas al
tema de la compresión de la fe y de la comunicación de la misma. También
sostiene que la fe es un camino que no necesariamente conduce a la visión beatifica.
La fe supone un estado superior respecto a la lógica, y la razón hace de puente
intermediario entre ambas. La fe para que pueda ser creída, cuando se comunica,
necesita ser comprendida por quien la expone, además necesita ser plenamente
asimilada hasta el conocimiento; de este modo quien escucha el testimonio de fe
o quien escucha una experiencia de fe termina siendo tocado en su interior por
lo que ha escuchado.
Bernardo de Claraval (1090-1152).
Bernardo de
Claraval va a equiparar la fe con el amor y va a rechazar el hecho de que para
la salvación sea necesario algo distinto a la fe misma; de modo que ni la
ciencia, ni la filosofía fueron necesarias para que los apóstoles se hicieran
discípulos de Jesucristo. Para este autor la fe ha de verificarse en los hechos
de la vida, en las acciones, en las virtudes y en las obras. La fe ha de
acreditarse en la práctica, en el ejercicio moral y en el ejercicio de lo
ético.
La fe ha de
surgir del hecho de interpretar exegéticamente la Sagrada Escritura, así como la
Tradición; el saber transmitido mediante la filosofía y la ciencia han de ser
analizados con un método escéptico pues pueden llegar a relativizar la fe.
Según este teólogo no todo el saber conduce a la salvación pues puede darse un
saber que no conduzca hacia la realización de dicho objetivo. Esta es la razón
por la cual Bernardo de Claraval aconsejaba que los creyentes debían buscar
siempre el saber que los condujera a la salvación. El gran peligro con el que
puede encontrarse esta propuesta de Bernardo de Claraval es que el saber que
conduzca a la salvación sea realmente importante, ¿Pero qué ocurre con un saber que no tenga
este objetivo ni esta importancia relevantes para los cristianos, ni un saber
que no tenga implicaciones en el orden de lo cristiano? Cuando esto sucede el
mundo secular es abandonado a su libre albedrío sin que los cristianos tengan
nada que ver con él.
El gran error de
Bernardo de Claraval es básicamente el querer negar el valor argumentativo
inherente a la fe respecto a los no creyentes, en este sentido Bernardo de
Claraval pensaba que a los herejes y cismáticos no se les convencía con las
fuerzas de la argumentación, con las fuerzas del testimonio o del ejercicio de
las virtudes sino con el ejercicio y con la fuerza del poder eclesiástico.
Sin embargo, a
pesar de esta posición tan drástica, este autor equipara la fe con el amor, si
se separa la fe del amor se muere la fe, de la misma manera sostiene que no
hay, no puede darse una fe sin obras; todo obrar se remite a la fe, pero la fe
debe ir permeada, empapada del obrar. Sin embargo esta síntesis de fe y de
obrar en la propuesta de Bernardo de Claraval lesiona la equiparación que hace
entre la fe y el amor en cuanto que sugiere que la medida drástica para
suprimir a los herejes y a los cismáticos sea el uso de la fuerza, del poder e
incluso de la violencia.
Para este teólogo
la fe va unida a la certeza absoluta y por lo tanto no da pie a la duda; la fe
no tiene nada que permita la duda, la fe no da cabida a la fluctuación. Este
autor además da pie para que se pueda admitir que el Espíritu divino fortalece,
anima y enriquece al espíritu humano cuando este tiene cabida en el interior
del hombre.
Si la razón, la
filosofía y la ciencia admiten la duda, la incertidumbre, la agitación y la discusión
entonces según Bernardo de Claraval son inconvenientes para la fe pues ésta es
certeza absoluta que no admite ni la duda, ni la incertidumbre, ni la
fluctuación; la fe no admite ningún elemento que la haga insegura. Para nuestro
autor la fe se funda únicamente en la autoridad; autoridad que cuenta con el
testimonio vivo de la Sagrada Escritura, el del Espíritu Santo, el de la
Tradición de los apóstoles, los maestros y los mártires del cristianismo.
La fe percibe su
objeto en y a través de la tendencia que este objeto tiene a ocultarse; la fe
no tiene ni admite ambigüedades; esta es la razón por la cual los objetos que
busca la fe para comprenderlos no se pueden clarificar definitivamente, no se
pueden inteligir ni comprender definitivamente; ellos mantienen en vilo y
despierto al hombre que trata de comprenderlos.
Desde la
perspectiva enunciada anteriormente se puede apreciar un gran acercamiento
entre la fe y la mística en la propuesta de Bernardo de Claraval y una disputa
o lejanía entre la fe y la razón, entre la fe y e conocimiento.
La fe está
relacionada con la voluntad y el deseo, estos, según Bernardo de Claraval hacen
parte de aquella junto con el intelecto y la razón. La fe además es un don del
Hijo de Dios y el amor es un don del Espíritu Santo, sin embargo tanto la fe
como el amor son el fundamento de la esperanza.
Conclusión.
Un aporte
novedoso en la propuesta de Bernardo de Claraval radica en el hecho de admitir
que la fe es igual a la certeza y por lo tanto en ella no tiene cabida ni la duda
ni la incertidumbre. Este autor equipara la fe al amor, pero este último
resulta lesionado cuando este teólogo no da cabida a la posibilidad de que la
herejía sea tratada de una forma distinta al ejercicio del poder eclesiástico.
Como en los autores anteriormente estudiados Bernardo de Claraval admite que la
fe se manifiesta a través de las obras; no existe una fe sin obras; plantea
además otro problema: el de la subsumisión en la fe de la voluntad y del
intelecto o la razón. Finalmente no acepta que la razón, el entendimiento y el
intelecto ilustren o iluminen a la fe porque estos admiten la duda y la
incerteza, mientras que la fe es básicamente certeza que no admite la duda.
Guillermo de St.-Thierry. (1080(85)-1148(49).
Básicamente la
teoría sobre la fe en este pensador esta expuesta en dos de sus obras Speculum Fidei y Aenigma Fidei en las que se describe el camino que el hombre debe
realizar desde la aceptación de la fe como un obsequio, un don recibido del
Señor hasta que llega el momento de saborear lo creído en el amor.
Es un autor que
se preocupó por estudiar lo que se podría llamar una sicología de la fe, en la
que sobre todo ésta es vista desde el contexto de la teología medieval.
En este sentido
insiste este teólogo en el hecho de la provisionalidad e inmediatez del
conocimiento de Dios en la fe; son temas suyos además el lugar que ocupa la fe
en el alma humana, la relación que se puede establecer entre la fe, la razón y
la voluntad humana; esta serie de temáticas le permiten a este teólogo tener
presente la conciencia humana con todas sus aspiraciones y con todas las
facultades que conforman al hombre.
El punto de
partida para la especulación teológica de Guillermo de St.-Thierry es la unidad
que se presenta entre las virtudes fe, esperanza y caridad; estas tres virtudes
son como la imagen humana de Dios en analogía con la Trinidad, de modo que así
como la caridad procede de la fe y de la esperanza, el Espíritu procede del
Padre y del Hijo. Las tres virtudes fe, esperanza y caridad tienen su asiento
en el alma humana, son las que le dan existencia y movilidad, son las que
manifiestan un estado de gracia y son las que terminan llevando el alma humana
a un estado de consumación, estado donde a la fe y la esperanza terminan
confluyendo en el amor.
Este teólogo va a
colocar la fe en un estado en el cual depende del libre albedrío; en este
sentido acentúa que la fe va a estar asistida por la ayuda de la gracia y de la
voluntad; a la voluntad, y como adyuvantes de la fe, la van a asistir la piedad
y la devoción; en última instancia la fe y la devoción son las actitudes
humanas que corresponden a la fe. Sostiene este autor que el rechazo de la
sabiduría y por el contrario la exaltación de la humildad son condiciones
necesarias para poder alcanzar una visión beatífica de Dios.
Para este teólogo
la fe es una forma o un medio que puede llevar al hombre al saber, pues quien
cree busca también conocer y saber más aquello en lo que cree; de este modo, el
saber y el conocer se convierten en medios para purificar y afianzar la fe;
aunque también, según este teólogo, la razón pueda generar cierta desconfianza
hacia la fe.
En este teólogo
se presenta una ambivalencia respecto a su posición frente a la fe, pues por un
lado considera que entre la fe y el saber, entre la fe y la razón puede existir
una controversia, un rechazo; pero por otro lado la fe busca comprender y
conocer aquello que se cree, es decir conocer y comprender su objeto; para
resolver este dilema Guillermo de St.-Thierry recurre a la autoridad, por eso
su lema reza autoridad sí, razón no. La autoridad viene enmarcada dentro del
contexto de la tradición, de tal manera que en la tradición viene enraizado el
sentido de la fe; de modo que frente al problema de la fe lo único que queda es
recurrir a la inteligencia de la fe y esta expresada en y a través de la
tradición.
Desde esta
perspectiva se perfila un camino que consta de varios niveles: en el primer
nivel se trata de que el hombre debe adherirse voluntariamente a lo que hay que
creer y aceptar todo su contenido. En el segundo nivel está el hecho de cómo
debo pensar la fe y como debo expresar la fe pensada en el lenguaje; en este
caso, la autoridad, en el sentido antes mencionado, irrumpe como una fuerza
pedagógica que orienta. La autoridad que viene expresada en la tradición se
alimenta de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, de la vida y de
la misma fe tal y como fue expresada y experimentada en las generaciones
anteriores. Esta es la razón por la cual se puede decir que para Guillermo de St.-Thierry
la fe es un camino en el cual actúa la experiencia. Un tercer nivel en este
camino lo constituye lo que se podría llamar el estado de perfección en la fe;
estado en el que ni la razón, ni el saber, ni el intelecto tienen una función
sino que lo que prima aquí es un gusto afectivo por lo que se cree, un gusto
afectivo por la fe; dicho gusto afectivo por lo que se cree trasciende el
intelecto y restablece la unidad de la conciencia; en ultima instancia este
autor está enfatizando lo afectivo y lo místico como el culmen de este camino
de la fe.
El primer nivel
del camino hacia la plenitud en la fe es un nivel en el que el ser humano
encuentra ciertos grados de resistencia, ciertas dificultades y obstáculos,
estos le impiden llegar al segundo nivel. Este segundo nivel corresponde a
aquellos que, habiendo superado el primero, habiendo vencido los obstáculos y
las dificultades llegan a la Iluminación que da y proporciona el Espíritu
Santo; estos son los Iluminados por el Espíritu Santo; estos se entregan
totalmente y sin reservas a la acción de la gracia y solo de esa manera pueden
llegara a la experiencia mística y a la contemplación; este tercer nivel que
coincide con la experiencia mística y con la contemplación, coincide con el
hecho de que Dios se dona, Dios se da a aquellos que recorren el camino de la
fe sin necesidad de recurrir a otros medios.
En su obra Aenigma Fidei Guillermo de St.-Thierry
vuelve nuevamente a insistir en los tres niveles que constituyen el camino
hacia la fe: el conocimiento, a partir de la autoridad recibida a través de la
tradición y expresada en el lenguaje, de lo que se ha de creer; la afirmación y
la adhesión voluntaria a dichos contenidos; la identificación con dichos
contenidos; el gusto afectivo por lo que se cree; finalmente la experiencia
mística y la contemplación o lo que es lo mismo: la perfección afectiva en la
fe; en este último estado se presenta una gran correspondencia entre la pureza
de corazón y la visión de Dios. Sin embargo este autor considera que este ultimo
estadio o nivel en el camino hacia la fe solo lo pueden realizar muy pocos
hombres.
Conclusión.
Guillermo de
St.-Thierry coincide con los otros autores estudiados en decir que la fe es un
camino, camino que tiene varios niveles: un nivel intelectual o nivel de
contenido doctrinal y que viene expresado por la Autoridad y está condensado en
la Tradición, en los Padres de la Iglesia, en la Sagrada Escritura y en la vida
de fe condensada por estos; a este primer nivel corresponde una adhesión
voluntaria, una elección y corresponde la superación de los obstáculos y de los
límites.
El segundo nivel
coincide con la Iluminación del Espíritu Santo, la Gracia que el Espíritu Santo
concede gratuitamente a quien se decide y opta por llevar una vida de fe.
Finalmente el
tercer nivel corresponde al estado místico y contemplativo, estado que coincide
con la aceptación afectiva de la gracia que Dios da a quienes definitivamente
optan y se deciden por él. Este autor sostiene que son pocos los que llegan a
alcanzar este estadio en el camino hacia la fe.
Hugo de San Víctor (1096-1141).
La obra principal
de Hugo de san Víctor es De Sacramentis
Christianae Fidei y en ella se encuentra un capítulo especial dedicado a la
fe. Dicha obra está determinada por un pensamiento basado en la historia de la
salvación y en reflexiones sicológicas sobre la fe. Además en dicha obra ya se
puede entrever su famosa doctrina de los tres ojos, en la que se entrelazan la
aplicabilidad de los autores antiguos y su utilización en el contexto medieval
en cuestiones tales como el conocimiento de Dios, la necesidad de la fe y la
palabra revelada.
Según la doctrina
del triple ojo, al hombre en su estado primitivo se le dotó en su creación con
una triple facultad para ver, por un lado el ojo de la carne (oculus carnis), con dicho ojo el hombre
puede ver el mundo; por otro lado el ojo de la razón (oculus rationis), con este ojo el hombre está facultado para ver su
propio conocimiento y para verse a sí mismo; finalmente el hombre fue dotado
con el ojo de la contemplación (oculus
contemplationis), con este ojo el hombre puede acceder al conocimiento de
Dios.
El ojo de la
carne puede tener una percepción sensorial y corporal, además puede tener una
percepción espiritual ya que puede captar el mundo en su aspecto simbólico, es
decir en cuento ente creado y puesto en relación con el Creador.
El ojo racional
faculta al hombre para captarse cognoscitivamente a sí mismo en su propia
estructura anímica y en sus valores espirituales, por lo tanto tene una
sensibilidad de orden metafísico y ético.
El ojo de la
contemplación no solo tiene la facultad para captar a Dios en su aspecto
carnal, en cuanto causa de todo lo que existe, sino que también tiene la
capacidad para comprender el misterio de Dios; misterio que se descubre por la
habitación de Dios en el hombre.
La culpa ha hecho
que el ojo de la contemplación se apague y el ojo de la razón se enturbie, lo
único que queda en el hombre es el ojo de la carne. La fe hace que el hombre
quede sano de la ceguera espiritual, racional y contemplativa que ha sufrido a
causa de la caída y de la culpa; la fe es algo que el hombre necesita en cuanto
que lo ayuda a levantarse de su situación de pecado. La fe está encaminada a
contemplar el misterio de Dios. La fe ayuda a restablecer la unidad y la
síntesis de esta triple visión, pues la jerarquización que este autor hace de
esta triple visión apunta a la unidad y a la síntesis de los mismos.
En Hugo de san
Víctor parece insinuarse ya un pensamiento que será corriente a lo largo de la
época medieval; este consiste en el hecho de que sea posible llegar a conocer a
Dios por medio de la deducción del conocimiento del mundo que lleva a la
existencia, unidad y causalidad universal de Dios y por otro lado el hecho de
que sea posible llegar a conocer a Dios a través de un camino donde irrumpen la
gracia y la mística; por esta se hace necesaria la ayuda de la fe. Este autor
parece insinuar que sea posible llegar a un conocimiento cada vez más profundo
de Dios pasando de un tipo de conocimiento al otro pero siempre con la
concurrencia de la fe. Este teólogo insinúa que tanto la fe como el saber,
tanto la razón como la gracia sean elementos indispensables para llegar al
conocimiento de Dios.
Si la razón
rechaza a la fe en su intento por conocer a Dios naufraga en su intento. El
conocimiento de Dios se presente para este autor como una síntesis en al que no
existe ninguna diferenciación. Dios se muestra al hombre en una situación en la
que la fe puede hacer que el hombre continúe su camino hacia el conocimiento de
Dios, pero también existe la posibilidad de que el hombre se aleje de mismo y
caiga en una situación de incredulidad.
Este teólogo
distingue cuatro modos a través de los cuales se puede llegar al conocimiento
de Dios: la ratio y la creatura, las que se derivan de la naturaleza; la aspiratio y la doctrina que se derivan
de la gracia; la razón ayudada por la doctrina alcanza el conocimiento de la
creación; es decir la fe, instruida exteriormente, necesita de la autoridad de
la doctrina y de la Escritura para que resuene en el interior del ser humano y
esta resonancia suscita a su vez la aspiratio
de la fe.
Cada época
histórica, en virtud de la historia de la salvación, va acrecentando un
conocimiento cuantitativo cada vez más latente sobre Dios. Cada época en la
historia de la salvación tiene un conocimiento cada vez más grande y más
profundo en virtud de la fe en Dios. Según esto la fe de época en época es
básicamente la misma, pero la fe aumenta de una época a otra; conocimiento
cuantitativo que hace referencia a la manera y al modo como Dios opera a través
de la historia de la salvación.
Este autor llama
conocimiento por la fe a todo el campo
del conocimiento al cual puede acceder el hombre para conocer a Dios; en dicho
conocimiento tienen su concurrencia la razón humana, la Revelación divina y la
fe por parte del hombre.
Ya en Hugo de san
Víctor se puede encontrar una discusión que persiste hasta nuestros días y que
tiene que ver con el hecho de la salvación para aquellos miembros que no pacen parte
ni de la Iglesia ni del cristianismo; discusión que en parte coincide con la
propuesta de los cristianos anónimos pero también con los diferentes niveles
relativos a la comprensión del misterio de Cristo y de la salvación. En este
sentido este autor va a hablar de ciertas personas dentro y fuera de la
Iglesia, dentro y fuera del cristianismo que tienen niveles muy simples sobre
el conocimiento de Cristo.
En este teólogo
es posible intuir una visión sobre la fe que tiene como una doble fase; primero
la fe desde el punto de vista histórico es una propuesta en la que se conjugan
historia de la salvación y captación del misterio; en este sentido este autor
propone que la fe implícita en Cristo y que es la fe propia de los autores del
Antiguo Testamento: los profetas, los jueces, los reyes y los patriarcas es una fe todavía muy velada y oscura pero
adivinada e intuida en cuanto profetizada y vaticinada hacia el futuro. La fe
de los autores y personajes del Nuevo Testamento es una fe que participa
plenamente del misterio revelado. La fe de las épocas posteriores es una fe que
cada día va ganando más y más en la comprensión del misterio en cuanto que
siempre es posible tener una mayor y mejor captación del misterio revelado. En
este sentido también es posible decir que este autor tiene una visión de la fe,
desde el punto de vista histórico, como si esta fuera un camino.
La segunda
concepción sobre la fe y que también se puede considerar como un proceso
programático y por lo tanto itinerante es el que se refiere a la fe vista desde
lo individual y lo personal; en este sentido este autor insiste en la triple
visión o el triple ojo: la visión del mundo que corresponde al ojo de la carne;
la visión de sí mismo o del propio conocimiento que corresponde al ojo de la razón,
y la visión de Dios o contemplación de Dios que corresponde al ojo
contemplativo. Sin embargo a partir de esta triple visión o este triple ojo se
supone la fe en cuanto a partir del mundo y de sí mismo es posible llegar al
conocimiento de Dios.
También en este
autor es posible hablar de una solidaridad en la fe en cuanto que habla de una
fe de los simples; fe que consiste en una adhesión respetuosa al conocimiento
de la fe que otros tienen y a los que se les entrega la propia fe imperfecta.
Hugo de San
Víctor habla de una descripción sicológica de la fe y en este sentido distingue
los contenidos de la fe y objetos de la fe que son algo exterior a hombre mismo
y que poseen consistencia en sí mismos, son, podríamos decir, sustancias; estos
constituyen lo que podría llamar el ser en sí de los objetos de la fe; los
contenidos de la fe poseen su propio ser en sí. El hombre puede hacer parte de
sí mismo estos contenidos de la fe, de este modo se convierten en una realidad
humana interior, una inserción por la fe; además la fe en virtud de esta
inserción puede anticipar los bienes futuros. Además subraya este autor que la
fe nunca puede ser una posesión humana interior como lo pueden ser los
sentimientos, las percepciones, las representaciones mentales o la experiencias
humanas como la alegría, la fortaleza, el amor y otros. Sostiene nuestro autor
que la fe en el hombre es algo más que mera subjetividad humana, de modo que la
presencia de los objetos de la fe en el interior del hombre está garantizada
por su ser en sí y este se sitúa más allá de la conciencia humana.
Otro aspecto que
este autor quiere resaltar es el aspecto del afecto en cuanto que éste, al ser
una característica del ser humano, en cuanto determina la estructura del ser
humano da firmeza a la fe religiosa, así como originalidad y la hace fusionarse
con la naturaleza humana. En este sentido se puede decir que la comprensión de
la fe no puede consistir en una mera comprensión especulativa de los misterios
de la fe sino en un saborear afectivo de las experiencias místicas. Si el ser
humano quiere crecer en la fe debe estar dispuesto a crecer en dos cosas: en el
conocimiento y en lo afectivo, además debe insistir en otros dos aspectos: la
devoción y la constancia.
Este teólogo
reconoce que para la realización de la fe en el ser humano es importante por un
lado el aspecto cognoscitivo pero por otro lado también es necesario el aspecto
espiritual. El hombre para llegar a ser creyente necesita de algún tipo de
experiencia religiosa, así sea la de su propia imperfección y la de propia
debilidad, la que llega a transmitir a los otros; de esta manera, este autor
propone que ningún creyente puede darse de manera aislada, no es posible para
un hombre de fe vivir o adquirir la fe de modo aislado, por la solidaridad
aquellos que tienen una fe sencilla llegan a realizarse en su vida terrena,
esto es lo que se podría llamar los rasgos socio-salvíficos de la fe expresados
por Hugo de San Víctor.
Conclusión.
A partir de lo
que visto, uno de los grandes aportes de Hugo de san Víctor consiste en el
hecho de admitir el afecto como parte integrante de la fe y del conocimiento de
Dios.
Otro aspecto que
se debe resaltar en este autor consiste en el hecho de que los contenidos de la
fe que el hombre puede interiorizar no le pertenecen tanto y por lo tanto no
hacen parte de un mero proceso de subjetivización tal y como puede ocurrir con
los sentimientos y las emociones.
También es de
destacar el hecho de que reconoce lo que podríamos llamar, en la sicología de
la fe, una triple manera como el hombre se sitúa en la realidad; según esta se
pueden dar la mirada carnal, la mirada racional y la mirada contemplativa; lo
interesante de esta propuesta radica en el hecho de que a partir de esta triple
mirada se presentan tres posibles vías de acceso al conocimiento de Dios
siempre y cuando la fe se presente como un motor esencial que la impulse.
Ricardo de San Víctor (+1173).
Este teólogo
trata de comprender la fe desde una perspectiva especulativa e intelectual, sin
embargo no desarrolla de modo sistemático su concepción acerca de la fe. Trata
de establecer una clara relación entre la fe y la contemplación; en este
sentido sostiene que la contemplación brota del amor y de la iluminación del
Espíritu Santo; la fe como un camino que hay que recorrer debe estar dividido
en varios niveles: el conocimiento, la meditación y la contemplación; además
debe contar siempre con la asistencia del Espíritu Santo, el que es quien
propiamente dirige y guía al hombre en su trayectoria a través del camino de la
fe. Si la contemplación es uno de los pasos que conforman el camino de la fe,
este autor la entiende bien como una aptitud humana en la que el hombre debe
poner todo su empeño pero también la entiende como un don del Espíritu Santo;
el conocimiento, la meditación y la contemplación son para este teólogo formas
para acceder al conocimiento de Dios.
El Espíritu Santo
viene en la ayuda del hombre para fortificarlo contra el pecado y la tentación,
para fortalecer la razón y el entendimiento, para aceptar los contenidos de la
divina Revelación y para ayudarlo a tener un contacto con Dios. Si el Espíritu
Santo viene en la ayuda del hombre para iluminarlo en su entendimiento entonces
el hombre puede contar con tres formas de conocimiento: un conocimiento empírico
a través del cual conoce las cosas y las realidades terrenas; un conocimiento a
través de la razón y de la fe a partir de los cuales el hombre accede al
conocimiento de Dios.
Distingue también
en los contenidos de la fe aquellos que enriquecen y robustecen la fe de
aquellos que van contra la fe. Sin embargo es la Divina Revelación la que le da
garantía y certeza a las verdades creídas por la fe. En todo caso, este teólogo
sostiene que el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios en parte porque
ejercita la razón y el intelecto en los que también es necesaria una aptitud de
fe; en parte el hombre conoce a Dios por la misma fe, que aunque se relaciona
con el entendimiento o con el deseo de comprender a Dios sigue siendo fe. Sin
embargo el gran proyecto en el cual se encuentra el hombre de fe es el de
aspirar constantemente para progresar en la comprensión de lo que se cree; en
este sentido puede considerar este teólogo que la fe es la puerta de entrada
para acceder a todo tipo de conocimiento, especialmente el conocimiento de
Dios.
La fe es el punto
de partida, la puerta para acceder al conocimiento de Dios; el contenido sobre
el cual reflexiona quien quiere conocer a Dios lo ofrece la Divina Revelación;
la razón humana empeñada en conocer y comprender los contenidos de la Divina
Revelación, el dato sobre la fe, termina conociendo a Dios mismo. El abismo
insondable que trae consigo la divina revelación se convierte para el hombre en
un misterio que éste deberá comprender. Sin embargo este misterio insondable
solo se acepta a través y mediante la fe. El hecho de que el hombre vaya
descubriendo el sentido de su propia fe a través del conocimiento, le brinda
razones que justifican su propia fe y en parte le proporcionan alegría y
satisfacción; descubrir las razones por las cuales se cree hace feliz al
espíritu humano, pues de esta manera no solo conoce formulación de la fe, una
afirmación de la fe sino que el conocimiento y la comprensión de la formulación
de la fe le da sentido y significación.
Conclusión.
Ricardo de San
Víctor muestra por un lado que la fe es un camino que tiene tres grandes
periodos: el conocimiento, la meditación y la contemplación; considera que el
Espíritu Santo siempre asiste al hombre con sus dones en cada uno de estos
momentos; este autor sostiene que la fe es un medio y un camino para acceder al
conocimiento de Dios; sostiene que el contenido de la fe le viene dado de la
Divina Revelación. Este conocimiento es el que le aporta al hombre razones a
partir de las cuales justifica su propia fe en Dios.
Pedro Lombardo (1095-1160).
Este autor trata
el tema de la fe en relación al tema de la antropología; además la relaciona
con la esperanza y la caridad. También este teólogo se va a preocupar por
tratar el tema de la fe desde el punto de vista de la virtud y este llevada a
la práctica. En este sentido se puede apreciar una relación entre antropología,
cristología y fe temas que este autor toma en consideración.
La fe para Pedro
Lombardo tiene dos forma de experimentarse concretamente. La primera forma de
experimentar la fe sería la que se obtendría por mera información intelectual
de los datos objetivos que constituyen la fe; esta coincidiría con una fe
ritualista y simplemente conocedora de las fórmulas en la que viene expresada
nuestra fe. Este tipo de experiencia en la fe correspondería con el fenómeno
vivido por los cristianos que solo lo son de nombre.
La segunda forma
de experimentar la fe es la de entenderla como virtud llevada a la práctica y
conformada por el amor, la fe como virtud y como experiencia amorosa; en este
sentido la fe está, de una y otra manera, orientada tanto hacia Dios como hacia
los otros seres humanos; hablamos así de un aspecto ético-moral de la fe,
además de un aspecto comunitario y religioso. Este tipo de experiencia de la fe
es el que se hace necesario para la salvación. Para Pedro Lombardo la caridad,
el amor es quien forma, conforma y lleva a plenitud la práctica de la fe.
El hombre
creyente percibe su propia fe, él no tiene necesidad de creerla sino de
percibirla. La percepción de la fe es un hecho que acontece en el interior del
ser humano y es ahí, en la interioridad donde se presenta un vínculo entre la
fe y lo creído por la fe; en este sentido Pedro Lombardo se está ubicando
dentro de la tradición agustiniana que considera que es en el alma, en el
corazón del ser humano donde se presenta una síntesis entre la fe y lo creído
en ella. Desde esta perspectiva este teólogo va a considerar que la fe pude
llegar a ser tanto una fuerza que impulsa y mueve al creyente como una virtud
que vive en la práctica operativa del mismo hombre.
El creyente, el
hombre que tiene fe encuentra en su propia experiencia de fe un argumento
válido para demostrar la fuerza interior de aquello en lo que cree; esta es la
razón por la cual Pedro Lombardo considera que la fe no necesita argumentos
para demostrarse a sí misma. Sin embargo la fe de aquellos que ya gozan de la
presencia de Dios es algo muy importante para las generaciones que los siguen
en cuanto que ellos se han convertido en testimonios de fe por el ejemplo
transmitido. En este sentido Pedro Lombardo habla del sentido de una fe que se
va haciendo tradición y que va siendo transmitida a lo largo de la historia de
generación en generación.
Considera este
teólogo que la fe no es obra humana sino que se basa en la inspiración interior
que el Espíritu Santo puede suscitar en un ser humano y que se revela en las
acciones exteriores, en la forma como una persona lleva su vida delante de Dios
y conforme a la voluntad divina. El amor pensado desde el punto de vista
personal es la fuente que inspira a la esperanza y a la fe; sin embargo las
tres virtudes cardinales: fe, esperanza y caridad no se pueden concebir
separadamente sin que se encuentran en una actitud fundamental única.
La fe se refiere
a un dato que está más allá de lo meramente evidente; de modo que lo meramente
evidente puede influir tanto positivamente en cuanto que indica, muestra y
sugiere un camino a seguir, pero también puede influir negativamente en cuanto
que aliena, oculta y esconde los verdaderos contenidos de la fe. Sin embargo debe
afirmarse que los teólogos del ambiente en el cual se mueve Pedro Lombardo
desconfían de toda prueba de lo creído porque en ello se puede evidenciar una
destrucción de la actitud de fe verdadera por parte del creyente.
Pedro Lombardo se
adentra en la discusión que ya veíamos en Hugo de San Víctor respecto a la fe
de los antiguos y a la fe moderna; esta fe es la que profesa la comunidad
eclesiástica mientras que aquella es la fe que profesaron los autores del
Antiguo Testamento. La fe de la Iglesia es el tiempo último, es algo perfecto
que ya no puede envejecer, por lo tanto es la última expresión de la fe; la fe
de la Iglesia es una forma que ya no puede pasar y que tan solo se puede
transformar cuando venga la plena realización de la visión divina.
Conclusión.
Pedro Lombardo
insistirá en su reflexión en la experiencia de la fe en cuanto ésta es llevada
y practicada como virtud; está relacionada con la esperanza pero llevada a la
práctica en la caridad y en el amor; la fe se hace práctica a través del amor;
también este autor reflexionará sobre el sentido de la fe vivida en la práctica
del amor y esta diferenciada de una fe que solo consiste en mera repetición de
fórmulas doctrinales que condensan la fe; en este sentido una fe auténtica es
aquella que se convierte en práctica de la virtud, en cambio una fe inauténtica
es aquella que se queda meramente contemplando y recitando fórmulas doctrinales.
También hace
referencia este autor de los antiguos, que es la fe de los personajes y autores
del Antiguo Testamento y hace referencia a la fe de los modernos que es la fe
que profesa la Iglesia. La fe propia se percibe en el interior del ser humano
ya que es allí donde la fe adquiere una unidad y una coherencia respecto a las
obras en las que se sustenta. La propia fe se percibe, la fe es un argumento
que por sí mismo se demuestra, la fe no es obra del ser humano sino que surge
de la inspiración interior que el Espíritu Santo suscita en el hombre.
Pedro De Poitiers
(1130-1205).
Este teólogo va a
desarrollar una doctrina sobre la fe tratada de modo independiente de la
cristología y dentro del marco de la virtud; su tratado sobre la fe Las
sentencias, al ocuparse de la fe entendida como virtud va a estar relacionada
con el desarrollo histórico salvífico tratado dentro del marco tanto del
Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento; en este sentido su estudio sobre
la fe se va a ocupar de la polémica instaurada entre los antiguos y los
modernos.
Por otro lado se
va a ocupar del tema de la fe entendida como una virtud formada o de la fe como
algo no formado o como algo que no llega a ser una virtud. En este sentido
sostiene que la verdadera fe encierra dentro de sí una gran certeza interior,
implica además el riesgo; esta fe que implica certeza interior y riesgo es una
fe que promete cumplimiento. Esta fe así caracterizada desemboca en la
credibilidad que es el asentimiento que el hombre le da a algo que percibe;
ahora, la credibilidad se suele llamar también fe en un sentido impropio, pero
que en realidad no es más que certeza pero sin riesgo.
Es claro que para
este autor la fe se refiere a lo no tangible por los sentidos, esto que no es
tangible por los sentidos puede tanto manifestarse como ocultarse en lo evidente;
esto hace que la fe permanezca en vilo entre la certeza interior y el riesgo.
Cuando desaparece el riesgo la fe desaparece; la fe entendida como certeza y
como riesgo es lo que constituye la condición terrena y peregrina del hombre,
conformándose así un equilibrio entre estos dos elementos que son los que
constituyen la razón de los méritos propios de la fe y esta entendida como
virtud.
De este
equilibrio entre certeza interior y riesgo propio de la fe se desprende el
carácter enigmático de la fe propio del hombre en su peregrinar terrero; además
se desprende el carácter comprensivo de la misma y esta asociada a la visión
beatífica; ya la visión beatífica no se realiza en el carácter peregrino del
hombre sino en la posesión de la patria celestial. Ya la visión beatífica
implica la consumación y el cumplimiento de la fe.
Por el contrario
el conocimiento que el hombre va adquiriendo en su peregrinar terreno es un
conocimiento que lo coloca en una situación de tensión y de tendencia hacia
otra realidad. De este modo este autor va a considerar que la fe coloca al
hombre en un carácter de peregrinación y de tensión hacia otra realidad; pero a
la vez la fe va a llevar al hombre a la plena posesión de la patria deseada y
anhelada en el momento mismo de la visión beatífica. Por otro lado va a
distinguir la verdadera fe como un equilibrio entre la certeza interior y el
riesgo, cuando falta uno de estos elementos entonces se da lo que se podría
llamar una falsa fe o una fe inauténtica.
Guillermo de Auxerre (+ 1231 o 1237).
Este autor se ubica en el periodo de la alta
escolástica, su obra principal es la Summa
Aurea (1225). Para esta época la teología adquiere un nuevo estatus
científico pues se trata de comprender la teología como ciencia a la luz del
concepto aristotélico de ciencia; esta es la razón por la cual la fe se somete
a un riguroso análisis; por lo tanto la pregunta que surge en el ambiente es si
pueden o no influir los artículos de la fe en los principios racionales de
otras ciencias de modo análogo y cuál es la causa de esto?
Según Guillermo
de Auxerre si los artículos de la fe no sirven como los principios para la
ciencia teológica entonces no se puede hablar de una ciencia teológica en
sentido propio; en este sentido este teólogo está colocando los artículos de la
fe en el nivel de los principios sobre los cuales se sustenta la teología; así
ésta se ubica en un nuevo nivel científico-especulativo.
¿Cómo puede
servir la fe de fundamento para una ciencia? En la medida en que los artículos
de la fe se convierten en principios y de éstos se pueden deducir o extraer
determinadas verdades, la fe no puede reducirse a un mero principio racional;
sin embargo la fe tiene por sí misma una
gran fuerza persuasiva; en este sentido la fe, teniendo algo de racional puede
servir como argumento natural para acceder al conocimiento de Dios; sin embargo
a partir del carácter persuasivo de la fe es posible deducir, con la ayuda de
la razón, argumentos que ayudan a comprender el misterio insondable de Dios.
Este autor va a destacar
en el plano de la comprensión de la fe por un lado las razones naturales pero
por otro los intereses apologéticos y los motivos racionales e intelectuales;
de este modo estos elementos va a ayudar al cristiano para que tenga una clara
comprensión interior de la fe.
Por un lado los
argumentos para comprender la fe, por otro lado los motivos para defender la fe
y finalmente las razones para entenderla, todos estos elementos se entrelazan
en el cristiano para tener una comprensión interior de la misma, éstos la
aumentan y la confirman.
La fe consiste en
el hecho de adherirse a la Verdad primera, y esto se realiza por medio de un
acto de fe; adhesión que una vez comprendida e interiorizada ayuda a una mayor
y mejor comprensión racional de la misma; de este modo se puede decir que ella
se convierte en un acto recreador. La fe se une a la gracia y desde ahí se hace
iluminadora, y en este hecho trata de comprender las razones naturales que la
llevan a un fortalecimiento y a un aumento de sí misma.
Para este autor
los motivos racionales que un creyente pueda tener para creer le ayudan a
aumentar su experiencia de fe, en otros términos se puede decir que lo ayudan a
comprender su propia fe. Distingue entre las pruebas naturales que un creyente
pueda tener para creer y las pruebas naturales-racionales elaboradas desde el
acto mismo de creer; hablará por lo tanto en el primer caso de razones
naturales antes de creer y en el segundo de razones naturales-racionales que se
desprende del acto mismo de creer.
Para Guillermo de
Auxerre el concepto de fe se puede
extraer como una consecuencia del acto mismo de creer en la verdad primera
(prima veritas), de la consiguiente adhesión a ella de parte del creyente y del
esfuerzo por tratar de comprender esa misma veritas.
La fe
verdaderamente formada motiva el entendimiento para adherirse a la prima
veritas no por cualquier razón o motivo sino por ella misma; esta es la
condición primera que se exige a quien quiera aventurarse en el campo de la
teología. Una fe todavía inmadura se basa en el testimonio de la Sagrada
Escritura, en los milagros testimoniados en la Sagrada Escritura y en el
testimonio de los profetas; al contrario una fe madura y robusta se fundamenta
y se basa en una profunda adhesión a la prima veritas.
Para este autor
la existencia de Dios y el conocimiento que el hombre pueda tener de Él se basa
en razones naturales; dicho saber acerca de Dios consiste en un conocimiento
gratuito que se le da al hombre, en cambio existe un conocimiento elaborado,
profundizado y racionalizado que unido al anterior lleva al hombre a una unión
íntima con la prima veritas, siendo esta segunda forma de conocimiento y
adhesión la que se presenta como más radical.
La fe formada así
como la que va en un proceso de maduración se le dan al hombre como un don que
proviene de Dios, un don que proviene de la prima veritas. Para este autor la
fe en Dios proviene del hecho de creer solamente en Él y no tanto del hecho de
aceptar las razones que se puedan tener para creer en él, en este sentido viene
en ayuda de la fe la experiencia del amor.
Guillermo de
Auxerre trata de distinguir entre la iluminación de la fe pues esta es un don
de Dios y la comprensión de la fe, aunque ambos aspectos de la fe
necesariamente constituyen lo que se podría llamar una fe formada. Si un
creyente comprende los artículos de la fe es justamente porque, según Auxerre,
su fe está iluminada por el Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual este
es el teólogo que por primera vez presenta los esbozos de una doctrina de la
iluminación.
En Auxerre se
unifican dos grandes tendencias filosóficas antiguas y éstas leídas desde la
tradición teológica: por un lado al considerar que los artículos de la fe deben
ser los principios que determinen la especulación teológica está moviéndose
dentro de una tendencia aristotélica, pero por otro lado al considerar que la
fe es un don de Dios, don que se basa tanto en razones naturales como
racionales y que es el Espíritu Santo quien ilumina al hombre en su largo
camino hacia la madurez en la fe entonces, Auxerre está continuando una
tradición neoplatónica leída desde san Agustín.
Por otro lado la
fe vista como virtud y como práctica virtuosa es leída por este autor desde la
propuesta filosófica aristotélica y a su vez es considerada como una categoría
que correspondería a la razón práctica, sin
embargo el gran dilema que Auxerre tiene que confrontar es que la fe
pertenece tanto a la razón práctica como a la razón especulativa o teórica; en
este punto Auxerre se convierte en un continuador de la tradición agustiniana
ya que ésta trata de conciliar el entendimiento de una doble manera: el
entendimiento inferior y el entendimiento superior; así mismo considera este
autor que la potencia volitiva es la conjunción de todas las fuerzas motrices del
alma.
Guillermo de
Auxerre considera que entre la fe y la práctica del amor existe una relación de
causalidad, entre fe y amor se presenta una síntesis fáctica, sin embargo cada
una conserva su propia autonomía e independencia. En este sentido sostiene este
autor que la fe debe describirse por ella misma y por el amor.
Conclusión.
La fe es una
manera, un camino para acercarse y adherirse a la prima veritas, existe una fe
en formación o una fe inmadura que necesita de señales, milagros y profecías,
además existe una fe madura y formada que se basa en la adhesión a la prima
veritas, la que tiene su fundamento en la comprensión de si misma; por otro
lado este autor, como muchos otros de su época, insisten en la necesidad de
relacionar la fe con el amor, así la fe se presenta como una virtud o como la
práctica de una virtud que está asociada tanto a la razón práctica como a la
razón especulativa.
Guillermo de Auvernia (1180-1249).
Este autor
sostiene que la fe se debe separar de aquellos argumentos que la demuestran;
por un lado está la fe y por otro lado su demostración. Sin embargo considera
que la fe no se puede probar sino que sus contenidos simplemente se deben
aceptar, la razón de esto radica en el hecho de que una cosa es ejecutar y otra
cosa es hablar de la fe a los que no creen, a los que no tienen fe.
Considera este
autor que el hombre religioso es aquel que en su camino hacia la plenitud de la
fe debe superar el hecho de que los contenidos de la fe no se pueden demostrar.
Por esto lo que no se puede probar, respecto a la fe, es aquello que
simplemente se debe aceptar en la fe; el intelecto acepta por su propia fuerza
lo improbable y simplemente lo acepta como verdadero, esta es la razón por la
cual el acto que acompaña al hecho de creer es el único acto voluntario
intelectual, este acto admite y da cabida a una valoración moral.
Para este teólogo
la fe es una virtud religiosa, que desarrolla una fortaleza asentada en el
intelecto y que intenta creer en lo no fidedigno; esta forma de creer solo
tiene sentido cuando se es capaz de asumir una actitud religiosa. Para este
autor la fe es valorable solo desde el punto de vista moral porque ella
consiste en realizar voluntariamente la obediencia debida a Dios; el intelecto
ayuda para que dicho acto sea realizable.
Según nuestro
pensador el intelecto es el asiento de la fe en el alma humana, la fe es el
sacrificio del intelecto en cuanto que ella encierra dentro de sí el dominio de
sí mismo. Ella es entendida como facultad intelectual sin embargo no es saber
pues el saber simplemente acepta lo evidente para comprenderlo; la fe consiste
en una lucha constante para tratar de aceptar lo que no se quiere creer; cuanto
más improbables son los contenidos tanto más exige la fe de la voluntad para
creer.
La fe es un regalo,
un don de Dios para aquellos que tienen frente a Él una verdadera actitud de
fe; actitud que resulta además del esfuerzo por superar la tendencia del
entendimiento humano a afirmar lo probable; en este sentido Guillermo de
Auvernia sostiene lo mismo que sostenían los escolásticos de su tiempo, a saber,
que es necesario negar el propio entendimiento así como los hábitos naturales
que éste adquiere para pensar y de esta manera dejar la vía libre para que la
luz sobrenatural entre en el propio entendimiento. La fe es todo un camino en
el que se da o se presenta una iluminación y una comprensión de la fe en el
hombre, este hecho se da después de superar inicialmente al propio
entendimiento. Cuando esto sucede el hombre da un salto adelante en su camino
hacia la madurez en la fe; así mismo el intelecto se encuentra en su actividad
en un nivel superior iluminado por otra luz superior que no es la de la razón.
La fe es un
camino y la comprensión de la misma se presenta como un continuo proceso de
ajustamiento a este camino: en dicho camino el paso inicial consiste en superar
la oscuridad de lo que no se puede probar, a través de la luz de la fe el
intelecto toma para sí los contenidos de la fe y los hace parte de su
estructura mental; estos contenidos son iluminados por la misma fe y se hacen
elementos familiares para el creyente; Guillermo de Auvernia nos muestra que la
fe es un camino que tiene diversos niveles: uno de ellos es lo improbable, otro
es la iluminación de los contenidos, iluminación que es producto de la misma fe
que es capaz de vencer los improbable.
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