El arte de la interpretación. I
El arte de la interpretación
La peregrina historia de la
hermenéutica
Orlando Arroyave Valencia
Presentación
Esta
investigación surgió como un intento de traducción del libro Analitici e Continentali de la profesora
Franca D’Agostini; éste había sido editado en italiano en el año de 1997, año
en el cual yo me encontraba realizando mis estudios doctorales en Roma. Después
de haber realizado una parte importante de dicho proyecto inicial, apareció la
traducción española.
Luego
cuando me ofrecieron el curso de hermenéutica en la Facultad donde trabajo como
docente, la parte del texto que había traducido y que mencioné, dedicada a la
hermenéutica, se convirtió a su vez en la base del curso que debía dictar;
evidentemente a ésta se le sumaron muchos otros aportes de otros autores hasta
que pude empezar a constituir unas notas de clase para el curso antes
mencionado, las cuales eran fotocopiadas por mis alumnos y les servían para el
curso.
Después,
cuando las directivas de la Universidad me brindaron la posibilidad de un período
sabático, me hice el propósito de completar estas notas ordenándolas,
enriqueciéndolas y presentándolas como una investigación completa y acabada.
El
proyecto que presenté para realizar esta investigación está estructurado con
base en tres grandes ejes temáticos, los que conserva la obra; estos son: la
historia de la hermenéutica, los autores más representativos y los temas más
relevantes. Creo que el objetivo se cumplió y se
alcanzó a llevar a cabo la meta propuesta inicialmente, sin ninguna variación.
Prácticamente
es un texto que presenta un panorama amplio sobre la hermenéutica, y esto lo
hace desde los tres ejes temáticos mencionados. En este sentido, se ha logrado
un texto que trata de orientar al lector interesado en el conocimiento de la
hermenéutica filosófica y su recorrido a lo largo de su historia particular. Prácticamente se ha logrado echar un vistazo sobre
la historia peregrina de la hermenéutica, y en ese vistazo se han encontrado
luces, se han suscitado cuestiones, se han realizado interrogantes. Desde esta
perspectiva hemos intentado seguir un método histórico, lo que nos ha permitido
realizar una reconstrucción de la temática propuesta.
Como
buen texto hermenéutico se encuentran en él repeticiones que son necesarias, pues
la circularidad hermenéutica implica necesariamente la repetición; además es
posible encontrar a lo largo y ancho de esta obra los mismos temas vistos desde
distintas perspectivas y desde distintos autores.
En
la medida de lo posible se ha intentado recurrir a los textos originales; sin
embargo, dadas las dificultades para la investigación en nuestro medio, en
muchos casos hemos tenido que recurrir a traducciones e incluso a citación de
citación; espero que el lector sepa perdonar y comprender esta deficiencia, la
que además no significa falta de rigor sino imposibilidad física y material de
la accesibilidad a las fuentes primarias.
En
una investigación como esta, donde están implicados tantos años, tantos
esfuerzos, tantos afanes y desvelos, hay mucho que agradecer. Primero que todo
a la Universidad Pontificia Bolivariana que me permitió la posibilidad de este
período sabático para realizar esta investigación. En segundo lugar, quisiera
agradecer a Monseñor Armando Santamaría, por haberme brindado la posibilidad de
ser muy elástico en mis horarios en mis funciones sacerdotales, y también por su
cercanía y su cariño; a Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, ex rector
de la Universidad, ya que cuando le propuse la posibilidad del período sabático
no titubeó en ningún momento en colaborarme para la realización de éste; al
Padre Jorge Iván Ramírez, vicerrector académico de la Universidad, quien además
de brindarme su amistad, ha confiado en mi potencial académico. Quiero
agradecer a mis alumnos de postgrado y especialmente a los de pregrado porque
ellos son quienes exigen buenos profesores, académicamente bien calificados;
con sus aportes, críticas, comentarios y ayudas enriquecieron poco a poco y sin
darse cuenta este trabajo; en este sentido, ellos
me han exigido siempre la realización de un más alto ideal de lo que significa
ser maestro. Finalmente quiero agradecer a mis familiares, a mis hermanos y
sobrinos, especialmente a Juan Fernando y Alex, porque ellos son quienes en el
día a día tienen que soportarme; a Bambam, Luna y Arón que durante todo este
período sabático estuvieron a mis pies brindándome su calor, su compañía y su
presencia incondicional.
Introducción
Definición
de la hermenéutica
La palabra hermenéutica se deriva del griego ἑρμηνεύειν (expresar,
interpretar). Significa originariamente teoría o
arte de la interpretación. Como corriente filosófica surge a mediados del siglo
XX y está caracterizada a grandes líneas por la idea de que la verdad es fruto
de la interpretación; la hermenéutica está definida por la toma de posición frente a la verdad, frente al problema del ser
y al tipo de comprensión que de él
podemos tener.
Hermes es el dios griego con quien se suele relacionar la
hermenéutica; es un mensajero de los dioses; su
función es llevar y traer mensajes, amonestaciones, deseos y profecías. Al hacer esto, al llevar y traer, lo que está
haciendo es ejercitar una función de tipo práctico. Con esto se está marcando e
identificando a la hermenéutica con una disciplina eminentemente práctica,
transformativa y comunicativa, y contraponiéndola a disciplinas que están
encaminadas a la contemplación, que se encargan de la contemplación, de la
admiración y del éxtasis de lo contemplado. Esta es la razón por la cual, a lo
largo de su historia, la hermenéutica va a estar asociada con el arte de la
interpretación, y ésta en cuanto transforma (retórica) y en cuanto comunica
(anuncia, enuncia).
Un segundo significado de la palabra hermenéutica está relacionado
o asociado con la exégesis, es decir, la
explicación de las cosas sagradas. Este segundo significado es restrictivo, pues delimita la hermenéutica a lo sagrado, al
derecho sagrado o simplemente al derecho. Este sentido se asocia a la
pronunciación, al decir originario, a la función originaria de la lengua; la
lengua en cuanto palabra es expresión lingüística.
Este sentido y significado se acerca mucho más al sentido
que Heidegger y Gadamer utilizan cuando quieren acercar la hermenéutica al
universo lingüístico, al universo del lenguaje; además este segundo sentido de
la hermenéutica se asocia mucho más al sentido cotidiano en que se utiliza el término;
en este sentido se habla de interpretación de los sueños, interpretar los
sentimientos, interpretar una canción, etc.
La interpretación suele estar unida a un doble significado
expresado en las dos acepciones anteriores. Este doble sentido, que resuena
bien sea en la expresión de un significado, bien sea en la comprensión de un
significado, suele estar asociado al lenguaje; de aquí se infiere que se expresa
un significado cuando es llevado a términos lingüísticos o cuando es mediatizado
en términos lingüísticos; de aquí se deduce además que se comprende un término,
una realidad, una persona o una cosa cuando se ha expresado explícitamente en términos
lingüísticos; de modo tal que no hay comprensiones tácitas, ni hay
explicitaciones tácitas; toda comprensión y toda explicitación se hacen explícitas
en términos lingüísticos. En esa medida, la
hermenéutica suele estar asociada a un triple sentido, además de los ya
enunciados, que consiste en: expresar,
explicar y traducir. Este triple sentido puede asociarse a un triple
significado de la teoría de la interpretación, ya que ésta tiene como
funciones: expresar, explicar y traducir. En este triple significado, la
hermenéutica tiene una función mediadora ya que ella es quien media en la
comprensión, quien conduce a la comprensión.
Un nuevo significado de la hermenéutica entra en juego
cuando se la asocia con la interpretación de textos sagrados, religiosos,
jurídicos o literarios, textos que tienen un valor canónico para una
colectividad, comunidad o cultura. En este caso, estos textos tienen un mensaje
oculto, oscuro o velado que debe ser iluminado, descubierto o desvelado. La
interpretación en estos casos se limita a desvelar lo velado, a iluminar lo
oscuro; de aquí se desprende el hecho de que la hermenéutica da un salto del
texto al signo, pues los signos son expresiones lingüísticas que necesitan ser
descifradas, explicitadas y clarificadas; pero son también signo-texto el
oráculo, la visión, la profecía, la amonestación y hasta la misma naturaleza;
de aquí se desprende que, a partir del siglo XVIII, se presenta un sentido
subsidiario de la hermenéutica. La hermenéutica se hace un arte subsidiario. Sobre
esta base Dilthey en el siglo XIX intentó elevar la hermenéutica a la categoría
de la universalidad.
La hermenéutica, en algunos momentos de su historia, se ha entendido como técnica de la interpretación, más
aún, se le ha querido dar esta característica y se le ha dado este sentido
cuando se han querido aplicar unas normas y unas técnicas a un fenómeno por
interpretar. Sin embargo, la hermenéutica siempre ha tenido pretensiones de
universalidad, pretensiones que se han querido explicar desde el hecho de que
siempre la interpretación es un fenómeno lingüístico y el lenguaje es un
fenómeno universal; por otro lado, dicha
pretensión se puede explicar además desde el hecho de que toda propuesta
hermenéutica, por ejemplo, en el ámbito de lo sagrado o de lo jurídico, tiene pretensiones normativas. Al respecto se puede mencionar el hecho de que la exégesis de los
textos sagrados para culturas como la musulmana, la cristiana, la budista,
etc., e incluso de textos como El quijote
de la mancha para la cultura de habla hispana, La divina comedia para la cultura de habla italiana o la traducción
de la Biblia luterana para la cultura alemana, está encaminada no a pequeñas colectividades sino a grandes
conglomerados; en esto se manifiesta la
pretensión de universalidad de la hermenéutica: universalidad que no es tanto
la superación paulatina de ámbitos particulares y restringidos, sino la
pretensión de alcanzar un nivel diferente.
Un nuevo significado para la hermenéutica es el que se
explicita en el hecho de que en el proceso interpretativo hay decisiones históricas
y existenciales, no sólo de las comunidades sino también de los individuos;
este es el sentido que se puede rastrear en Heidegger, e incluso en Gadamer, autores estos que van a insistir nuevamente en el
significado de la hermenéutica asociado a la idea antigua de Verbum (palabra), Sermo (lenguaje).
Desde la pretensión a la universalidad de la hermenéutica
se puede entender la acepción de lo que en nuestros días se ha llamado
hermenéutica filosófica; acepción que no debe ser entendida como el hecho de
que la hermenéutica se encargue de interpretar, comprender, expresar y traducir
textos filosóficos, sino como el hecho de que la interpretación se convierte en
una tarea fundamental para la filosofía.
Según lo plantea Ferraris (Historia 15), lo primero que habría que destacar en una definición
de la hermenéutica es su carácter práctico, carácter que proviene de su
atribución al dios Hermes, pues este es el dios encargado de comunicar, de
anunciar, de llevar y de traer mensajes así como amonestaciones. En este
sentido, la hermenéutica se contrapone a
aquellas disciplinas que tradicionalmente se han encargado de la contemplación
de sus objetos sin llegar a transformarlos, tal como es el caso de la
metafísica; la hermenéutica de una u otra manera se encamina a la
transformación del objeto de estudio.
También recalca Ferraris el hecho de que en la definición
de la hermenéutica juega un papel el lenguaje, entendido este como logos, ya que es en el lenguaje donde se
da una explosión del sentido y del significado. En
el lenguaje se da una universalización del sentido; esta es la razón por la
cual tanto Heidegger como Gadamer, siguiendo la tradición humanista hasta el
Renacimiento, encuentran que el lenguaje y dicha tradición están profundamente
emparentados.
Otra de las cuestiones que Ferraris recalca en la
definición de la hermenéutica es el hecho de que inicialmente la hermenéutica
está asociada a la cultura del texto, pues se trata de interpretar textos que
de una u otra manera determinan a una cultura particular: textos religiosos,
jurídicos o literarios; en este sentido se hablaba inicialmente de unas
hermenéuticas parcializadas, localizadas o especializadas. Sin embargo, en la época contemporánea se da un salto a un nivel
diferente respecto a la hermenéutica: se da lo
que se llama la universalización de la hermenéutica, que básicamente consiste
en que la hermenéutica coincide con un carácter fundamental del existir humano;
además, que la hermenéutica trata de tematizar el logos, el lenguaje y todo lo que de él se desprende.
Finalmente, en la definición de hermenéutica se debe tener
en cuenta el hecho de que esta no es sólo el arte de interpretar sino que,
unido a este, está el arte de comprender, de explicar, de traducir y de
expresar. En este sentido, el eco de la hermenéutica resuena en expresiones
como: comprender un texto, interpretar los sueños, hacer de traductor ante un
extranjero, etc.
Para definir la hermenéutica, Heidegger (Ontología 27-30) intenta recorrer las diferentes referencias a las que alude
el concepto para localizar una definición de la misma. Tanto para Heidegger
como para Ferraris, la hermenéutica es el arte de comunicar, notificar,
clarificar y anunciar lo que otro dice; en este sentido se habla del emisario, el
que comunica a alguien lo que otro piensa.
Igualmente piensa Heidegger que la hermenéutica recoge el
sentido de la diferenciación, ya que el hecho de comunicar y de notificar sólo
apunta a hacer explícita la diferencia de un ser respecto a los otros y a
hacerlo explícito para mí.
También evidencia Heidegger algo que ya destacaba Ferraris,
y es el sentido de que la hermenéutica también tiene
que ver con el habla coloquial, con el hablar, y
con la transformación de quienes participan de la comunicación. En este sentido, el habla es lenguaje y la hermenéutica se encarga de
recoger aquellas posibilidades emergentes de lo que se quiere transfigurar en
el habla y en el lenguaje.
El lenguaje tiene la función de descubrir y hacer evidente
algo de lo que se trata en el habla, en el diálogo y en la comunicación; en este
sentido dice Heidegger que “la función del habla es hacer accesible algo en
cuanto estando aquí presente, mostrándose abiertamente (…) En cuanto tal, tiene
el logos la posibilidad del ἀληθεύειν (desocultar, poner
a la vista, a disposición lo que antes estaba oculto, encubierto” (Ontología 29). De esta manera Heidegger revela
la clara relación que existe entre hermenéutica, lenguaje y verdad, toda vez
que el significado fundamental de la verdad para Heidegger es desvelamiento y
desocultamiento.
Sostiene Heidegger que la hermenéutica puede llegar a tener
una función de clarificar el significado de lo que algo quiere decir, de lo que
quiere decir una frase o una palabra.
Otra acepción que puede llegar a tener la hermenéutica es
la traducción, lo que se llamaría la función traductora de la hermenéutica. Esta
significación se generalizó sobre todo en el contexto en el cual se hace
necesario traducir un texto a otro contexto para que sea conocido en una nueva
cultura; en este mismo sentido la hermenéutica se convierte en una labor de
comentar y narrar lo que el texto quiere decir o lo que otro quiere decir, e
incluso la interpretación más fiable de la que se pueda disponer.
De la definición que san Agustín da sobre la hermenéutica,
Heidegger destaca cuatro elementos: primero, la
búsqueda de Dios en los pasajes difíciles de entender en la Sagrada Escritura;
segundo, conocimientos lingüísticos que den
claridad sobre todo en aquellos pasajes donde lo lingüístico puede enviar a
malentendidos o extravíos; tercero, formarse en la piedad porque esta evita el
extravío al que se puede llegar en discusiones verbales; cuarto, sobre todo es la verdad la que orienta siempre en la
búsqueda de Dios.
Heidegger, al igual que Ferraris, resalta que en el siglo
XVII aparecen las condiciones que se deben cumplir para llevar a cabo la labor
hermenéutica. Estas condiciones para ejercer la hermenéutica son: el objeto de
la hermenéutica, los medios bajo los cuales se debe llevar a cabo, la
comunicación y la aplicación práctica de la interpretación.
Schleiermacher entiende la hermenéutica como el arte o la
doctrina de entender al otro y lo que este quiere decir; en cuanto disciplina
la sitúa al lado de la dialéctica, la retórica y la gramática, y plantea el
problema de la hermenéutica general y las hermenéuticas especializadas.
Para Heidegger, quien propiamente restringe el concepto de
hermenéutica es Dilthey, ya que este autor retoma el concepto de hermenéutica y,
como Schleiermacher, lo entiende como doctrina del arte de entender, pero lo
reduce al considerarlo como el método propio que se adecúa a las ciencias del
espíritu; sin embargo, en su restricción se dedica a estudiar el saber mismo en
cuanto tal, restricción que a los ojos de Heidegger resulta funesta. Además de
esta restricción, considera Heidegger que a Dilthey se le olvidaron dos
momentos fundamentales de la historia de la hermenéutica: Lutero y la
Patrística.
Lo que Heidegger le critica propiamente a Dilthey es, de un
lado, el hecho de que éste haya reducido la hermenéutica a un simple método, de
otro lado, que la hermenéutica se haya convertido en un momento propicio para
dedicarse al saber mismo en cuanto tal, y que haya olvidado dos momentos
esenciales de la historia de la hermenéutica: la Patrística y la Reforma luterana.
Gadamer en Verdad y método
(217) se va a ocupar, respecto a la definición de la hermenéutica, básicamente
de tres cosas: primero,
la hermenéutica clásicamente entendida es la disciplina que se ocupa, se
encarga de la interpretación de textos; en este sentido fue clásicamente entendida
como una ciencia auxiliar tanto de la filosofía como de la teología, del
derecho y de la religión; se podría decir que la hermenéutica tiene una función
literaria.
Segundo, la hermenéutica adquiere una connotación
metodológica y epistemológica con Dilthey, quien la sitúa como la base
metodológica de las ciencias del espíritu. En este sentido, la hermenéutica da
un salto que va de su papel de auxiliar de la teología y la filosofía a su
papel metodológico y su relación con las ciencias del espíritu. Según este autor,
toda cuestión histórica que está desarraigada de su mundo original necesita
autocomprenderse desde sus orígenes, desde el mundo que la originó; así es como
la hermenéutica llega a ejercer un papel mediador y facilitador para la
elaboración de la comprensión del sentido original. Gadamer sostiene que tanto
Schleiermacher como Hegel representan en este sentido dos posiciones extremas.
Tercero, Gadamer reconoce que la hermenéutica tiene una
función universal cuyo objetivo es facilitar, mediar en el proceso
interpretativo y comprensivo; es en este sentido que para Gadamer ella debe
incluir la interpretación de la obra de arte, la comprensión estética; es más, Gadamer llega a proponer que la obra de arte debe
ser entendida cual si fuera un texto que necesita ser interpretado para ser
comprendido; además sostiene que “la comprensión debe entenderse como parte de
un acontecer de sentido en el que se forma y se concluye el sentido de todo
enunciado, tanto del arte como de cualquier otro género de la tradición” (Poema 217).
Concluyendo se podría decir que la hermenéutica encuentra
su razón de ser en tres momentos muy importantes: un primer momento clásico, en el que es entendida como doctrina que se encarga
de interpretar textos, siendo la hermenéutica una doctrina auxiliar de la
filosofía, la teología, la religión y el derecho; coincidimos con Gadamer en
decir que este sería el significado clásico del término hermenéutica.
Un segundo momento coincide con la propuesta de Dilthey, quien
en términos de Gadamer da un paso adelante respecto al sentido clásico y
considera a la hermenéutica como la base metodológica que sustenta a las
ciencias del espíritu; con Heidegger decimos que Dilthey no sólo reduce la
hermenéutica a esta propuesta metodológica, sino también a un estudio sobre el
saber mismo, incluso a una cuestión de carácter epistemológico.
Un tercer momento coincide con lo que Gadamer propone como
el carácter universal de la hermenéutica; es decir, ella abarca los confines de
lo comprensible, haciéndole de antesala a la comprensión misma; con Gadamer
coincidimos en decir que la interpretación de lo comprensible adquiere los
caracteres de la textualidad.
Es claro que en estos tres momentos se entrecruzan una
serie de voces todas ellas relativas al arte de comprender, tales como:
comunicar, notificar, explicar, hablar, dialogar, desvelar; la hermenéutica
misma hace las veces de mediadora y transformadora.
Concluido este primer paso, pasamos ahora a hacer un breve
recorrido histórico sobre la manera como se ha entendido la hermenéutica a lo
largo de los cuatro grandes períodos en que se divide la historia de la
filosofía. Este recorrido nos ayudará de una u
otra manera a ir desvelando el modo y el sentir como cada época histórica ha
entendido el término hermenéutica.
Capítulo
I
Historia
de la hermenéutica[1]
I.
Época
antigua
El
término hermenéutica indica el modo unitario de abordar, plantear, acceder,
cuestionar y explicar la facticidad (Heidegger, Ontología § 2-3); teniendo en cuenta esta definición y la
anteriormente expuesta, además de los ecos que el mismo término suscita a lo
largo de su proceso, haremos este rastreo histórico sobre todo fijándonos en
los momentos más decisivos del desarrollo de la hermenéutica.
1. Platón
Etimológicamente,
la hermenéutica se suele relacionar con Hermes, que para los griegos era el
dios mensajero de los dioses. Con relación a esto se puede comprender que
Platón hable de los poetas en cuanto que ellos son los emisarios de los dioses.
De ahí que el hermeneuta es el que comunica, el que notifica a alguien lo que
otro piensa, el transmisor, el reproductor de la comunicación, de la noticia.
Dentro
del contexto platónico hay que entender que en el Teeteto la hermenéutica consiste en notificar el ser de un ente en
su ser respecto a… (mí). Notificar es hacer explícita la diferencia de otros
con respecto a lo Κοινόν,
lo que se ve en las palabras, lo que las palabras comunican. Y en este sentido
hay que entender que lo que las palabras comunican no es una concepción
teórica, sino voluntad, deseo, y en el caso
particular de Heidegger –y quizás más importante– las palabras comunican ser y
existencia (Heidegger, Ontología 27).
Para
Platón, la hermenéutica es la capacidad de exponer, conducir un mensaje, un
anuncio; de ahí se desprende no sólo el exponer que lleva o conduce el anuncio
sino también el escuchar el mensaje anunciado; así es como se puede decir que
la hermenéutica no surge como la propuesta de un método científico ni
filosófico sino que en los orígenes mismos de la hermenéutica está la necesidad
de transferir un mensaje o un anuncio; aunque la escucha es muy importante en
el anuncio de los mensajes, sin embargo lo más importante para la hermenéutica
es la práctica de la transmisión y de la mediación; justamente esta es la
manera como Platón ha entendido la hermenéutica.
Sin
embargo, la hermenéutica como algo supeditado a una episteme, a un anuncio que
no necesariamente se comprende, fue uno de los temas principales en Platón (Ferraris 13); en este sentido, este autor restringe la
hermenéutica a una simple técnica especial. Para Platón, el intérprete, el mensajero,
el portador de un anuncio no necesariamente conoce ni comprende el significado,
ni el sentido de lo que anuncia; además este pensador restringe la hermenéutica
al campo de lo sagrado; justamente todos estos argumentos son la razón por la
cual Platón situó la hermenéutica en una esfera inferior, dándole el rango de
una técnica, y la coloca al lado del arte del artesano, de las artes imitativas,
y al lado de estas el arte del intérprete.
Sin
embargo, se puede apreciar en Platón un cierto recelo hacia la hermenéutica,
pues dicho recelo se refleja ante todos aquellos que no poseen un saber
verdadero; pues en ello está implicado el arte no del saber verdadero sino el
arte de la imitación. En este sentido, para este autor la hermenéutica estaba
llamada a ocupar un segundo, incluso un tercer lugar, pues quien interpreta no
conoce ni comprende la validez de lo que transmite y de lo que interpreta; en
este sentido Platón sitúa la hermenéutica al lado de la retórica, e incluso al lado de las artes miméticas o imitativas.
Para
Platón, la hermenéutica más que una técnica de
la recepción del discurso, es una técnica de la producción del discurso.
Para
la Grecia de Platón, la hermenéutica se
consolida no como una práctica interpretativa ni como una práctica metodológica,
ni mucho menos como una práctica donde la recepción del mensaje sea lo más
importante, sino que la hermenéutica se consolida en la función que debe desempeñar
el hermeneuta: anunciar y comunicar un mensaje
que le fue dado para portarlo a quien debe escucharlo; mensaje que no
necesariamente comprende ni entiende, pero que sí tiene que comunicar. En este
sentido tal hermeneuta tiene una función mediadora. De
allí se puede inferir que la hermenéutica es considerada como una técnica,
ejerciendo una función auxiliar de las artes; igualmente tanto la función del
hermeneuta como de la hermenéutica son infravaloradas en cuanto ocupan un lugar
secundario; este es justamente el sentido que Platón parece darle a la
hermenéutica.
El
hermeneuta para Platón no necesariamente controla el mensaje que porta y lleva
consigo, pero que debe anunciar; en este sentido Platón mira con desconfianza
no sólo al hermeneuta sino también la hermenéutica, pues esta, como la sofística,
no es portadora de una verdadera sabiduría ya que las palabras del sofista sólo
son imitaciones de la sabiduría; por analogía se puede inferir que el
hermeneuta transmite, porta mensajes que él mismo no conoce ni puede controlar.
Platón
es el filósofo del lenguaje; en su época hubo una gran difusión de la escritura.
Sin embargo, esta era para Platón la forma predilecta para transmitir su
doctrina filosófica; es por eso que su escritura filosófica está mediatizada en
forma de diálogo. Sin embargo, Platón propiamente consideraba que la oralidad
del diálogo habitual entre los amigos de la Academia era la forma como mejor se
podía transmitir la cultura. Él trató siempre de transmitir la filosofía a
través de los diálogos, que son una mezcla de metáforas y de dialéctica. Las
metáforas son, a veces, una preparación para el diálogo dialéctico; otras veces
se sirve de ellas para transmitir verdades; otras se convierten en verdaderos
mitos, que a veces son extraídos del acervo cultural de su época. La dialéctica
es el movimiento en el que desemboca la mayéutica y a través del cual las ideas
y los conceptos adquieren expresión.
2. Aristóteles
La
hermenéutica para Aristóteles se va a convertir en una teoría de la expresión;
es una función que media entre los pensamientos del alma y su expresión
lingüística. Sin embargo, Aristóteles se opone –y
esto contra la hermenéutica– a una teoría del sentido múltiple, tanto de los
textos como de las expresiones lingüísticas; se podría decir que Aristóteles,
en sus pocas referencias a la hermenéutica, está mucho más distante que Platón
del concepto y del significado de lo que hoy llamamos hermenéutica.
Las
cosas necesitan de las palabras para que estas vehiculen lo que ellas son y
para que en ello se desvele el ser de estas, el hecho mismo de que lo viviente
necesita de las palabras para que en ello se implique lo que las mismas
manifiestan en su ser. En este sentido, la
hermenéutica es entendida en los términos de hablar con alguien sobre algo. La
palabra es la que garantiza el verdadero ser de lo viviente en su mundo y con
su mundo. Heidegger anota que en este caso, que
es el de Aristóteles, la hermenéutica es confundida con el διαλεκτός, es decir el hablar
coloquial sobre algo. Este hablar coloquial es la concreción del λóγος, el modo fáctico de
realizarse el λóγος (Heidegger,
Ontología § 3). Desde esta
perspectiva aristotélica habría que decir que el habla hace que el ente se haga
patente y claro en su ser, que se haga asequible en su utilidad y en su
inutilidad, para poder tenerlo a la vista. Para Aristóteles, la función de la
hermenéutica se reduce a descubrir y hacer conocido el ente.
Para
Heidegger la definición aristotélica, según la cual “la función del habla es
hacer accesible algo en cuanto estando aquí presente, mostrándose abiertamente”
(Ontología 3) es muy importante
porque él va a poner en relación el habla con el λóγος; este y aquella van a ser relacionados con la
verdad entendida en los términos de desocultación y desvelamiento, razón por la
que, a renglón seguido afirma que “en cuanto tal, tiene el λóγος la
posibilidad señalada del ἀληθεύειν
(desocultar, poner aquí a la vista, a disposición lo que antes estaba oculto,
encubierto) (Ibíd.).
Para
Aristóteles, la hermenéutica apunta a una teoría
de la expresión; no es tanto una función que
media entre los dioses y los hombres –pues la función de Hermes es comunicar a
los hombres lo que piensan los dioses–, sino que para Aristóteles la
hermenéutica tiene una función de mediadora entre los pensamientos del alma y
su expresión lingüística.
En
la época antigua, la escasa fama de que gozaba
la hermenéutica se debe al hecho de que muchos de los elementos que hoy se le
atribuyen, se le asignaban antiguamente a la retórica; en este sentido se
pueden mencionar tres rasgos característicos que asemejan la retórica a la
hermenéutica: 1) ambas funciones eran consideradas como técnicas; la
hermenéutica se encaminaba a la interpretación de los discursos, la retórica se
encaminaba a la producción del discurso; 2) Platón consideraba que tanto la
hermenéutica como la retórica estaban encaminadas no tanto a la recepción del
discurso sino al anuncio; 3) en la antigüedad,
la retórica tuvo la pretensión de disputarse el campo de la filosofía, cosa que
en algunos momentos ha pretendido la hermenéutica.
Según
Ferraris (Historia 15), el concepto de lo moderno surge en el siglo V de
nuestra era cristiana, cuando la cultura cristiana empieza a tomar conciencia
de la distancia temporal que la separa de la cultura pagana (Grecia y Roma). Para
este entonces, la retórica ya había empezado a perder su fuerza e influjo, y la
hermenéutica empieza a cobrar vitalidad. A esta se le impone la necesidad de
cubrir la distancia temporal que la separa de la cultura antigua, sobre todo en
lo que tiene que ver con los textos clásicos y por lo tanto antiguos; de modo
que, frente a la conciencia de la distancia
temporal que tienen los modernos respecto a los antiguos y frente al ocaso de
la retórica en el mundo antiguo, para los modernos se impone la necesidad de
cubrir la distancia temporal, y esto respecto a los textos, labor que
desarrolla la hermenéutica. De cierta manera aquí se empieza a evidenciar el
fenómeno que actualmente conocemos como la universalización de la hermenéutica.
La
hermenéutica tiene como tarea, para esta época, la de reintegrar los vínculos perdidos
de los modernos (los cristianos del siglo V) y sus textos con respecto al mundo
antiguo (la cultura pagana); esta reintegración sólo era posible mientras se
colocara a la hermenéutica en su papel de mediación, a fin de salvar la
distancia temporal que separaba a dichas culturas.
Si
la urgencia era cubrir una distancia temporal que se presentaba entre los
antiguos y los modernos, distancia representada básicamente en los textos de
las culturas antiguas (Grecia y Roma), en la importancia de los poemas
homéricos para la cultura griega, textos que ya aparecían extraños y remotos y
sobre todo en lenguajes arcaicos, entonces no es de extrañarse que, además de
la distancia temporal, también en la filología, más que en la filosofía, se den
los primeros asomos de la labor hermenéutica.
3. Alejandría y Pérgamo: método
histórico-gramatical, método alegórico
En
la antigüedad helenística ha sido Aristarco de Samotracia quien ha editado a
los clásicos griegos; además propuso como temática hermenéutica y como fundamento
del método histórico-gramatical, que la mejor guía en el uso y en la corrección
de los textos transmitidos es el corpus
de los textos del mismo autor, o sea que en caso
de duda respecto al uso de un término o de una expresión en la obra de un
determinado autor, la totalidad de la obra del mismo autor es el mejor punto de
referencia para encontrar claridad; de tal manera que cuando en la lectura de
un autor surgen dudas o dificultades en la comprensión, estas han de ser
resueltas o explicadas refiriéndose a otros pasajes del mismo autor.
Mientras
que la escuela de Alejandría evidenciaba la labor hermenéutica de transcripción
y traducción al tener como tarea fundamental la de conservar los textos
antiguos, los textos de los clásicos, que de una u otra manera servían de guía
para una colectividad determinada, por su parte la escuela de Pérgamo tenía
como tarea fundamental la actualización de los clásicos para una época posterior, lo cual implicaba la búsqueda de los medios, las vías
y las formas para hacerlos actuales; el problema que se planteaba esta escuela
era cómo mantener vivo a un autor a pesar de la distancia temporal que existía
entre el tiempo en el que él existió y el tiempo presente. Sin embargo, el
problema fundamental que se cernía sobre ambas escuelas era el de la distancia
temporal, es decir, unos textos, unos autores consagrados como clásicos en
épocas anteriores que necesitaban ser o bien conservados sus escritos, sus
obras, sus pensamientos (escuela de Alejandría), o bien actualizados en sus
obras y pensamientos para el presente (escuela de Pérgamo).
Si
los primeros indicios de la hermenéutica hay que buscarlos en la filología,
necesariamente hay que referirse a la biblioteca de Alejandría; esta contaba
con grandes hombres que se ocupaban de corregir, traducir, transcribir y
descubrir posibles abusos en la traducción de los textos antiguos y de buscar
los textos originales en su mayor pureza. A la labor de estos hombres se les
debe la conservación de las obras de Homero, Hesiodo, Píndaro, etc. De entre
los principales filólogos de la época cabe mencionar a Aristarco de Samotracia,
quien fuera el primero en proponer el principio según el cual “la mejor guía en
el uso y en la corrección de los textos transmitidos de un autor es el corpus de sus propios escritos” (Ferraris
16). Justamente este es el método que habría de llamarse histórico-gramatical.
Básicamente la tarea de los filólogos de la escuela de Alejandría se limitaba a
“recoger, corregir los manuscritos, verificar con la mayor certeza la versión
original, excluyendo interpolaciones y corrupciones (Ibíd).
Opuesto
al método histórico-gramatical está el método alegórico; este segundo fue
desarrollado en la otra gran biblioteca de la antigüedad: Pérgamo, y surgió
también como consecuencia necesaria de cubrir la distancia temporal entre una
cultura antigua y sus textos clásicos o canónicos y la necesidad de adaptarlos
a otra época más reciente o moderna; aunque dicho método ya había sido
utilizado por las escuelas estoicas y sofísticas, sólo se implementó como
método relevante a partir de la biblioteca de Pérgamo.
A
la base del método alegórico se pueden encontrar dos grandes motivos que lo han
generado: primero, la necesidad de adaptar a una nueva época textos antiguos,
textos clásicos e incluso textos canónicos; segundo,
el hecho de que dichos textos sean merecedores de ser conservados en una nueva
cultura y conservados con una gran fidelidad; ello autoriza la utilización de
un método racional como lo es el alegórico. Al respecto sostiene Ferraris:
El ejemplo típico de
esta perspectiva alegórica es la interpretación de los dioses y de los héroes como
personificaciones de fuerzas naturales o de conceptos abstractos: Agamenón es
el éter, Aquiles el sol, Paris el aire, Héctor la luna, etc., y hasta el dios Cronos
es identificado –en una interpretación cargada de consecuencias– con el tiempo
(Chronos) (17).
Sin
embargo, aunque el método histórico-gramatical está motivado por la distancia
temporal, apunta más a la conformación de un
sentido literal, a pesar de que no alcance a tematizar el problema propiamente
histórico que apunta a la transformación de usos lingüísticos en boga, frente a
otros que ya han caído en desuso; de tal modo que la función hermenéutica se
limita a sustituir una palabra que ya no se usa por otra palabra que se usa en
un determinado contexto donde se desea actualizar; prácticamente la función de
la hermenéutica se limitaba a ser una mediadora, una facilitadora que intentaba
hacer más comprensibles los textos clásicos y antiguos a un nuevo contexto; de
este modo se podía encontrar una cierta analogía entre el método gramatical y
el método o sentido literal.
El
problema de la distancia histórica inmediatamente se sustituye por la necesidad
de presentar un texto canónico en un nuevo contexto y de presentar su
importancia para las nuevas generaciones; esta es la razón por la cual en la
prehistoria de la hermenéutica no se hace consciente ni se problematiza el tema
de la distancia temporal.
Mientras
que el método histórico gramatical es alimentado por la intención de llegar a
la misma palabra del autor (la intención del texto), en el método alegórico la
intención cambia puesto que el carácter simbólico establecido en el texto por
el autor es reemplazado por el lector del texto y dentro de un nuevo contexto; el
lector es quien le da un nuevo sentido al símbolo establecido por el texto, de
modo que es él quien realmente tiene la intención de proponer un giro
interpretativo, una nueva dirección en la interpretación de un símbolo.
Dilthey
consideraba que el método alegórico era algo necesario pero inútil (Ferraris 18),
mientras que el método histórico-gramatical era más necesario para la labor
hermenéutica. Dilthey tenía esta idea porque consideraba que el método
histórico-gramatical se fundamentaba en una base científica y por lo tanto en
una base de verificabilidad, mientras que el método alegórico tenía una gran
tendencia a dogmatizar y a sacralizar épocas en las que lo sacro y lo dogmático
ya no tenían tanta importancia. Sin embargo, y a la larga, el método alegórico puede
llegar a ser mucho más secularizante que el histórico-gramatical, pues aquel
está supeditando la autoridad del mito a la época en que se necesita actualizar
o lo está supeditando a la lectura que de él haga el lector; por otro lado, el
método alegórico quizás está haciendo consciente que la labor de la
hermenéutica, por exhaustiva que sea, jamás llega a clarificar plenamente el
horizonte histórico que separa a una época histórica pasada de un lector que
quiera actualizar dicha época; con esta característica que define al método
alegórico, se está haciendo evidente una de las principales características de
la labor hermenéutica.
4. La hermenéutica en el judaísmo
4.1.
Generalidades
Dentro
de este recorrido histórico, la hermenéutica se coloca del lado del judaísmo
para convertirse en traducción, interpretación. Así es como se debe entender el
hecho de que un texto bíblico, que es escrito en una lengua extraña, se haga
asequible en la propia lengua. Y un significado posterior que adquiere la
hermenéutica, siempre relacionado con el ambiente religioso, y que tiene una
profunda relación con lo antes dicho, es el comentario, interpretación, en el
sentido en que comentar o interpretar un texto bíblico es hacerlo asequible,
aclarar lo que él quiere decir verdaderamente; este es el sentido de la cultura
midráshica dentro del judaísmo.
En
los dos últimos siglos antes de Cristo, la cultura judía se posesionó de los
métodos filológicos y del patrimonio cultural que había sido elaborado por la
cultura helenista; aunque los problemas hermenéuticos ahora eran diferentes, ya
que una cosa era presuponer la inspiración divina de los poetas, como en el
caso helenista, y otra cosa muy distinta era afrontar un texto dictado por Dios
y que tiene un orden veritativo tan grande que sirve no sólo de fuente de inspiración
sino de norma de vida, norma fundamental para la existencia de toda una
colectividad.
El
problema histórico fundamental no sólo era el de un texto que había sido
escrito en otra época histórica y que había que actualizar para otra época sino
que, además, había que conservar su sentido lo más literal y fidedigno que
fuese posible. En esa medida se trataba de buscar un sentido de la Sagrada
Escritura que no sólo fuese fidedigno sino además unívoco. El esfuerzo para
llegar a este sentido no era solamente intelectual sino que además requería de
un valor espiritual, es decir, pneumático, esto es, en cuanto acto de fe.
Para
la cultura judía se trataba del sentido más fiel y fidedigno, pero también del
sentido unívoco de la Sagrada Escritura; además, según Ferraris (Historia 19), se trataba de que el intérprete
debía estar inmerso dentro de un proceso histórico del cual él hacía parte, así
como de una tradición de la cual él mismo hacía parte activa. Inmediatamente surge
aquí la pregunta: ¿es este el mismo problema que se planteará muchos siglos
después el historicismo, el mismo Gadamer y su concepción de la historia
efectual?
Sostiene
además Ferraris (Historia 17) que en
la propuesta hermenéutica que defendían los judíos se da una fusión entre la
hermenéutica griega y la propuesta hermenéutica hebrea, y que el más grande
exponente de esta fusión de horizontes fue Filón de Alejandría; según éste, el
problema fundamental era el de afrontar el texto bíblico lo más literalmente
que fuera posible, tratando de tener una gran presencia la filología; además, tratando
de llegar a un sentido unívoco e inequívoco; y finalmente, desembocando en un
sentido alegórico, de tal manera que este sentido alegórico tuviese un sentido
para el creyente, quien desde una experiencia de fe sería quien encontrara el
sentido último. Además sostiene Ferraris que aquí entran en juego, por un lado,
el ámbito histórico, pues el creyente y el intérprete hacen parte de una
tradición histórica común con el texto que leen, y por otro lado, el ámbito
filológico, pues se trataba de buscar la literalidad del texto, así como la
fidelidad al texto y al ámbito teológico.
4.2.
Orígenes de la hermenéutica
judía
La
hermenéutica judía se origina en la interpretación de la Biblia. Los libros que
actualmente conocemos de la Biblia, especialmente del Antiguo Testamento, son
reinterpretaciones de otros más antiguos; estos son valiosos testimonios de lo
que exegéticamente hicieron los judíos, cuya labor
exegética tuvo sus orígenes en la época persa y helenista, que precedió a la
rebelión macabea.
Desde
esta misma época puede rastrearse la llamada literatura apócrifa, que nace como
imitación de los modelos bíblicos, aunque acentuando el género apocalíptico, y
cuya intención es comentar e interpretar los textos canónicos.
En
este recorrido histórico respecto a la exégesis judía hay que tener en cuenta
la llamada Biblia de los LXX, o sea, la traducción griega de la Biblia hebrea. Igualmente se destaca Filón de Alejandría quien
lleva a cabo una interpretación alegórica de los textos bíblicos y quien
realiza en toda su obra una verdadera síntesis del judaísmo y el helenismo. También
hay que tener en cuenta el tárgum, que
se constituye en un texto fronterizo entre el comentario y la traducción de los
textos bíblicos. El tárgum pretende
interpretar el sentido del texto bíblico, hacer
una interpretación gramatical, más que una traducción literal del mismo. En
este mismo recorrido merecen destacarse los escritos de Qumrán, los que a su
modo pretenden interpretar la Sagrada Escritura; esta comunidad elabora los Pesharim que son interpretaciones de los
pasajes de los libros proféticos que, de una u otra manera, relacionaban dichos
textos con acontecimientos o personajes que los hombres de Qumrán creían estar
viviendo. Lo que básicamente va a caracterizar la labor hermenéutica de esta
época es la traducción de los textos bíblicos; en algunos casos se trataba de
traducciones fieles al texto bíblico, en otros casos se trataba de
interpretaciones que se apartaban del sentido original y cuyo sentido era o
explicar el texto bíblico, o aplicarlo a nuevas situaciones. Incluso los
primeros textos judeocristianos han sido considerados por algunos como
verdaderos comentarios del Antiguo Testamento.
4.3.
Géneros interpretativos
Básicamente
son tres: Midrash, Halakah y Haggadah. El Midrash es un comentario al texto bíblico y se ha convertido en la
fuente de la cual se originan los otros géneros, aunque los dos últimos se
desarrollaron paralelamente.
La
Halakah (siglos II-IV d.C.) es un
género de interpretación midráshico que
extrae o justifica nuevas normas legales a partir del texto bíblico. Al
intentar extraer o justificar normas legales, la Halakah tiene como intención legislar sobre todos los ámbitos de la
vida: tanto desde el amanecer hasta el anochecer, desde el nacimiento hasta la
muerte de una persona; algo que no sólo pretende regir para el pueblo judío
sino para la humanidad entera. La Halakah
conoció dos vías de desarrollo: la primera estaba relacionada con el estudio de
la Torah, estudio que hacían los
rabinos; la otra estaba relacionada con los procesos jurídicos.
La
Haggadah es un género de
interpretación midráshico que
desarrolla las narraciones bíblicas.
4.4.
Tipos de interpretación:
literal y midráshica
La
interpretación literal de la Biblia era la interpretación corriente, conocida y
generalmente aceptada de la misma; esta es la razón por la cual no era recogida
en los textos jurídicos.
La
interpretación midráshica se refiere
básicamente a tres procedimientos: la interpretación exegética que puede hacerse
de un texto; la interpretación exegética que puede hacerse de un versículo de
la Biblia; y la compilación de comentarios exegéticos recogidos en las
colecciones denominadas midrashim.
Las
principales características del Midrash
son las siguientes: el Midrash es una
forma exegética de interpretar la Biblia y tiene como destinatario a la
comunidad; por lo general no es un comentario anónimo sino que normalmente se
vincula con un rabino; además el Midrash puede estar asociado a una
unidad bíblica, hacer parte de un diálogo, de un relato o de un discurso; el Midrash fracciona el texto bíblico para
poder analizarlo, interpretarlo, comentarlo o estudiarlo.
La
hermenéutica judía trata de ser una simbiosis de diferentes principios
hermenéuticos; por ejemplo, en la época de Jesús existió un rabino llamado
Hillel quien para la elaboración de sus interpretaciones bíblicas se apoyaba
más en las leyes lógicas y en las deducciones racionales que en la tradición o
en los lugares de autoridad; la intención de dicho rabino era crear las
condiciones de posibilidad para un control racional de la Torah o de la ley. Dicho rabino hacía una simbiosis entre la praxis
y la tradición; para él lo fundamental no era la tradición sino la praxis; con
esto estaba dando una importancia equilibrada entre lo moderno y lo antiguo,
simbiosis que sólo fue posible gracias a los esfuerzos hermenéuticos de
interpretación y de actualización de antiguos textos legales de la Biblia.
Existió
también un rabino llamado Shammai quien actualizaba la interpretación del texto
bíblico basado en actitudes conservaduristas y rigoristas, que denotaban una
gran preocupación por salvaguardar los principios fundamentales para el pueblo
judío. La perspectiva de este rabino estaba basada en una actitud teocéntrica;
la del anterior rabino se basaba más en una actitud antropocéntrica.
Además
de las tendencias antes anotadas se daban otras que brevemente anunciaremos.
Existían
tendencias rabínicas que insistían en la búsqueda de la libertad y la
racionalidad en los análisis exegéticos, además de una gran sujeción a los
imperativos de la praxis legal judía.
Por
su parte, el rabino Agiba desarrolló el método de la inclusión y de la
exclusión cuya finalidad era extraer los detalles más mínimos del texto
bíblico, tales como acentos, letras y partículas.
También
en la exégesis judía el rabino Ismael se preocupó por desarrollar el método
basado en el principio hermenéutico de lo particular y lo general. Dicho rabino
consideraba que las leyes y enseñanzas de la Biblia están expresadas en
lenguaje humano, y que por lo tanto siguen o están regidas por la lógica
racional; consideraba que toda palabra y toda letra suelta de la Sagrada Escritura
no está encaminada a una interpretación atomizada de la Biblia sino a reforzar
un sentido general de la misma.
4.5.
Reglas de interpretación
En
la hermenéutica judía existían siete reglas que determinaban la interpretación;
estas son:
1. Argumentación
a fortiori. Sostenía que lo aplicable
en un caso tiene validez en otro de mayor cuantía.
2. Principio
de analogía verbal. Según este, las palabras idénticas que son utilizadas en
casos diferentes tienen aplicación en ambos casos.
3. La
interpretación de un pasaje en el que se encuentra una determinada frase se
puede aplicar a todos los pasajes en los que ésta aparece.
4. Dos
textos pueden ser interpretados mediante las relaciones que se pueden
establecer entre ellos.
5. Ley
de lo general y lo particular. Un principio general puede ser restringido en el
momento de aplicarse a un texto particular; por otro lado, un texto particular
donde se encuentra un principio particular se puede generalizar hasta
convertirse en principio universal.
6. Las
dificultades que se encuentren en un texto pueden ser resueltas por comparación
con otro texto que tiene puntos similares con el anterior.
7. El
sentido se determina por el contexto (Trebolle 279).
4.6.
La hermenéutica judía en el
Medioevo
Los
métodos de la exégesis talmúdica cobraron una gran relevancia durante la Edad Media,
especialmente desde el siglo VI hasta el siglo IX, y eran enseñados en las
academias talmúdicas de Babilonia. Tales métodos se pueden resumir de la
siguiente manera: sentido literal o histórico conocido como Peshat; el sentido ritual-legal conocido
como Derash; el método
alegórico-filosófico conocido como Raz;
y el sentido simbólico-místico conocido como Sod.
En
la época medieval, la exégesis judía adquiere carta de ciudadanía en los
ambientes árabes e islámicos; incluso lo que permitió propiamente un desarrollo
de la exégesis judía en el Medioevo fue la controversia del judaísmo con el
ambiente o movimiento garaita, que por su parte defendía la posición de la sola escritura y desarrolló una intensa
investigación en las áreas lexicográficas y gramaticales hebreas.
Durante
todo este período tuvo también un gran desarrollo la exégesis literal, además
de la filosófica y la mística; más aún, la exégesis cabalística intentaba
descubrir en la Sagrada Escritura los misterios de la divinidad y la vida
oculta de lo divino.
Entre
los siglos IX y XII tienen un gran predominio las tendencias exegéticas
literales y homiléticas; estas estaban encaminadas a articular y a dar vida a
las comunidades judías, especialmente a las que vivían en la diáspora. Por otro
lado, también tuvo auge la interpretación alegórica, fundamentada
en tendencias místicas preocupadas por descubrir sentidos secretos u ocultos
contenidos en las Sagradas Escrituras.
Lo
que ha determinado el ser y el existir del pueblo judío, así como sus
instituciones, su cultura y sus concepciones religiosas es la constante y
permanente e ininterrumpida labor exegética del texto bíblico; de igual manera,
el pueblo de Israel pudo recrearse una y otra vez a sí mismo gracias a la labor
hermenéutica de los textos sagrados.
4.7.
La modernidad y la
hermenéutica judía
Es
tan importante el papel de la hermenéutica para el pueblo judío que lo que
básicamente determinó su fractura respecto al cristianismo fue una cuestión de
tipo hermenéutico, sobre todo en lo que respecta a la interpretación de la ley.
En la modernidad, el debate entre los antiguos y los modernos también ha estado
determinado por un debate hermenéutico que tiene que ver con la comprensión que
el pueblo de Israel tiene de sí mismo. Esto ha generado una derecha y una
izquierda judías: para unos, el pueblo judío no tiene historia; para otros, es
pura historia, pero historia contingente y parcial; hay quienes consideran que
el pueblo judío no tiene pretensiones políticas ni pretensiones de poder; hay
otros como el sionismo que, bajo el Estado de Israel, introducen pretensiones
políticas.
Lo
que determina a la hermenéutica judía durante la época moderna es la
insistencia en su carácter dialógico, que alienta la libertad de opiniones; las
diversas opiniones, aún contrarias entre ellas, eran tenidas como
manifestaciones del Dios viviente; todo debate rabínico para esta época quedaba
siempre inacabado e inconcluso, así como abierto a nuevas discusiones:
La estructura dialógica
de la hermenéutica judía pone de manifiesto todo un juego de preguntas y de
objeciones; un rabino plantea una cuestión y propone una decisión sobre la
misma, para ello se apoya en uno o en varios pasajes de la Biblia; después
otros rabinos exponen objeciones, entablándose así una discusión generalizada
con argumentos y contraargumentos por parte de los unos y de los otros; el
debate concluye con una decisión tomada por la mayoría, la que desde ese
momento se convierte en cuestión normativa (Trebolle 281).
También
fue claro el hecho de que las nuevas situaciones y las nuevas prácticas
obligaron al desarrollo de nuevas herramientas hermenéuticas que permitieron adaptar
a los tiempos cambiantes las nuevas normas.
La
literatura midráshica parte del
principio de que las cosas no son lo que parecen y el sentido de los textos no
es el sentido obvio ni el sentido literal; tiene como objeto descubrir los
sentidos recónditos del texto; hace su pesquisa en torno a las pequeñas
unidades referenciales que se pueden encontrar en la Sagrada Escritura: versos,
frases, palabras sueltas; normalmente parte de ciertas dificultades encontradas
en la comprensión de los textos bíblicos. El Midrash tiene como objetivo el ejercicio de interpretación literal
e histórica de un texto sagrado; intenta crear sentido, y por lo tanto, va más
allá de la simple explicación de un texto, pues el sentido que no se encuentra
en el texto sino que se le atribuye al texto.
La
hermenéutica judía tiene dos grandes pilares que son la tradición y la
revelación, quedando la primera muchas veces supeditada a la segunda, pues la
tradición puede entenderse como revelación. La tradición se transmite mediante
la generación de nuevos sentidos y mediante la continua renovación de los
antiguos; se dan por lo tanto dos versiones sobre la Torah: la escrita y la oral, quedando la primera supeditada a la
segunda, pues la oralidad es más viva que la escritura; de igual manera el Midrash se convierte en una categoría de
la revelación.
En
la contemporaneidad, la hermenéutica judía ha tenido que enfrentar el reto de
mantener vivo el valor y la verdad de la Sagrada Escritura frente a los
espacios ganados por la ciencia, la técnica, la tecnología, y en general por la
historia contemporánea; con ello se evidenció algo del carácter obsoleto en el que
se encontraban las corrientes hermenéuticas premodernas.
5. El cristianismo primitivo y la
hermenéutica
Sostiene
Ferraris (Historia 19) que con la
llegada del cristianismo surgen problemas hermenéuticos nuevos; el más
relevante es el hecho de que el Nuevo Testamento se presente como una ruptura
respecto al Antiguo Testamento. Sin embargo, aquél ya está, en cierta forma,
contenido en éste y también anticipado. En
cierta medida, lo que está en juego es el hecho de que Pablo quiera justificar
frente a los hebreos la persona de Jesucristo; con esto se está introduciendo
la llamada interpretación tipológica. Según esta interpretación, el que primero
aparece como el gran exegeta del Nuevo Testamento es Cristo, quien ante los
ojos de sus oyentes aparecía como un gran comentador e intérprete de las
profecías del Antiguo Testamento con el fin de actualizarlas a la realidad
circundante y a sus oyentes, o con el fin de proponerse a sí mismo en su
calidad de continuador de dicha tradición en su condición de ser divino, es
decir, de hijo de Dios; en este sentido sostiene Ferraris que:
La primera homilía midráshica cristiana es la exégesis dada
por Jesús de Isaías 61, 1-2 en la
sinagoga de Nazaret (…) el método hermenéutico (…) no aparece como un fenómeno
secundario, como un hecho cultural, que habría sido sustituido por la exégesis
científica. Al contrario, la exégesis cristológica del Antiguo Testamento
aparece a los ojos del cristianismo primitivo como una auténtica exégesis, o
más bien, como la única exégesis auténtica. Haber sido intérprete del Antiguo
Testamento es un aspecto constitutivo de Jesús (Historia 20).
De
este modo, el Nuevo Testamento asume la
categoría hermenéutica de la alegoría, en la medida en que se convierte en la
base sobre la cual se puede justificar el nacimiento de la Iglesia y el
surgimiento de la jerarquía eclesiástica; no sólo esto, el texto
neotestamentario se convierte en un texto que debe ser permanentemente
actualizado para poder darle justificación histórica al desarrollo de la
humanidad. Aquí nos encontramos con uno de los problemas más relevantes de la
hermenéutica: el texto dice siempre algo nuevo al intérprete que intenta
releerlo desde una nueva situación histórico-social y desde una nueva
perspectiva.
Por
otro lado, también en el seno de la nueva
cultura cristiana se presenta la alternativa entre el método histórico-gramatical
(representado ahora por la escuela de Antioquía) o el método alegórico
(representado ahora por la escuela de Alejandría, el sentido literal-sentido
espiritual).
Otro
problema que surgirá con el cristianismo será el que se plantea respecto a un sentido
literal del texto bíblico o un sentido espiritual del mismo.
Orígenes
ha sido el principal exponente del método alegórico en la escuela de
Alejandría; su cuestión principal se centra en justificar, a partir del texto
bíblico, la llegada de Cristo, y en proporcionar los cánones que impidiesen una
hermenéutica ilimitada de la Biblia. De ahí que sea este pensador quien se ha
preocupado por encontrar varios niveles en la interpretación del texto sagrado:
el sentido literal, el sentido moral y el sentido alegórico que será también
llamado anagógico. Estos tres sentidos corresponden a una triple partición del
cuerpo humano: alma, cuerpo y espíritu; de igual manera corresponden a una
triple partición de la realidad: física, psíquica y espiritual.
De
este modo, la Sagrada Escritura y la revelación que ella contiene se
corresponden con la manera como está estructurada la realidad; esta estructura
a su vez se corresponde con la estructura misma de la comprensión.
Fue
en este contexto donde se dio el salto hacia una hermenéutica o una
interpretación orientada no hacia cualquier sentido sino hacia la cosa misma,
hacia la esencia misma; de esta manera se presenta desde ahora una profunda
afinidad y relación entre la interpretación y la cosa misma por interpretar, o
lo que es lo mismo, entre hermenéutica y ontología. Esta relación era la que
libraba a la hermenéutica de una interpretación arbitraria, pues toda
interpretación debía estar orientada hacia la esencia de la cosa misma. La
hermenéutica se presenta ahora como la interpretación que define los modos de
ser y la sustancia de la realidad.
De
modo que durante todo el Medioevo predominará una teoría del sentido múltiple,
la que básicamente tendrá su origen en la cuádruple partición propuesta por
Orígenes: sentido literal, sentido moral, sentido alegórico y sentido
anagógico.
5.1.
San Agustín
Ha
sido mérito de Agustín producir la primera hermenéutica propiamente dicha,
cuando elabora los elementos que deben tenerse en cuenta en el momento de
interpretar. A este respecto, planteándose la cuestión de con qué armas debe el
hombre abordar los pasajes oscuros de la escritura que no le son claros, él trata
de responder: el temor de Dios es una arma para buscar la voluntad de Dios; el
hombre debe ser piadoso para no perderse en discusiones verbales; debe tener
conocimientos lingüísticos, conocimientos sobre ciertos objetos y
acontecimientos naturales, pues en ellos encuentra la fuerza demostrativa que
se apoya en el contenido de la verdad (Heidegger, Ontología 23).
Para
Agustín, el problema de la hermenéutica está emparentado con una teoría del
conocimiento, y esta a su vez tiene su fundamento en una semiótica. Cuando
Agustín hace esto, está retomando una tradición antigua que se remonta hasta
Aristóteles, quien a su vez retoma por una parte a Heráclito y por otra a los
Estoicos, quienes elaboran teorías hermenéuticas basadas en la semiótica.
Para
Agustín, las palabras son fundamentalmente signos: signos que pueden remitir a
cosas, signos que remiten a otros signos, signos que pueden ser visivos, signos
que pueden ser auditivos, signos que se distinguen de las cosas significadas.
Es
necesario decir que, para Agustín, aunque las palabras son signos, no son sólo
eso ya que también los gestos son signos, signos visivos, mientras que las
palabras son signos auditivos; por eso un mudo
se hace entender por medio de signos; por eso basta señalar gestualmente cuando
alguien quiere dar a entender algo o cuando algo se quiere indicar.
Cuando
Agustín elabora su concepción particular sobre el lenguaje está atendiendo más
a una revalorización de la palabra interior y a un desprecio de la palabra
exterior, ya que es en el interior donde Dios se revela como Verbum, como palabra (Ferraris, Historia 23).
Agustín
ha sido, quizás, el primero en mostrar cómo el malentendido se presenta en
términos de que muchas veces en la conversación con nuestro interlocutor las
palabras que usamos son solamente palabras, pues muchas veces estas no llegan a
desvelar aquello que nuestro interlocutor nos quiere decir realmente; a lo sumo, las palabras pueden desvelar aquello que nosotros
intentamos decir, pero no alcanzan a desvelarnos aquel sentido que nuestro
interlocutor nos quiere dar a entender. A veces nuestras interlocuciones se
limitan a un intercambio de palabras y nada más, pero son carentes de sentido;
de modo que lo que aquí acontece es que las palabras no llegan a revelarnos las
ideas. Además, cuando sólo comprendemos y comunicamos aquello que queremos
comunicar, entonces no nos es dado sino lo que ya teníamos; en este sentido, Agustín va a reconocer que sólo conociendo el significado
exacto de las palabras de quien las pronuncia, conocemos su pensamiento. Así
queda saldado el hecho de que una cosa es la palabra exterior y otra muy
distinta es la palabra interior; sólo esta segunda nos desvela el verdadero
sentido de lo que se nos quiere decir y despierta en nosotros el sentido de lo
que queremos decir. Mientras las palabras sean solamente palabrería permanecen
en un estado de exterioridad y no desvelan el verdadero sentido de lo que se
quiere decir; cuando las palabras tocan el interior se nos desvela aquello que
queremos decir y aquello que se nos quiere decir realmente.
Lo
que va a garantizar la inteligencia del hombre no es tanto el sentido externo
de las palabras, sino su sentido interno, es decir, la palabra del corazón, ya
que la palabra externa una vez dicha suscita en nuestro interior la búsqueda de
la verdad; los signos externos son interpretados, pero la sustancia misma de
todo lo que el hombre percibe surge de adentro.
Agustín
ha hecho además un gran aporte a la historia de la hermenéutica cuando ha
planteado las bases para una filosofía de la historia desde la crítica a la
concepción pagana del tiempo, es decir, la concepción circular, y cuando ha teorizado
acerca de la concepción del tiempo lineal que es la concepción propia del
cristianismo; en este sentido sostiene Ferraris que: “inventando el futuro, el
cristianismo inventa igualmente el pasado, y construye así un horizonte
conceptual para aquello que los antiguos jamás habían tematizado –el alejarse
del pasado y caer en el olvido y en la incomprensibilidad de sus testimonios
literarios y monumentales” (Historia
23).
II.
El
Medioevo
La
hermenéutica en el Medioevo se va a caracterizar prácticamente por una labor de
continuidad y por la observancia en la fidelidad de los textos transmitidos. Se da continuidad a lo que ya se había alcanzado en
la práctica: más exactamente, la existencia de un sensus litteralis, histórico; un sensus spiritualis, místico; y este a su vez dividido en alegórico, moral y anagógico.
Los
textos para la cultura medieval adquieren un valor normativo ya que ellos se
convierten en norma para una comunidad histórica determinada; ello quiere decir
que los textos imprimen un estilo, imprimen una forma de vida, imprimen una
determinada forma de ser y de comportarse. Los textos se convierten en
instituciones. Esto ya estaba funcionando desde antes, simplemente que el
cristianismo (o el hebraísmo helenizado) se limita a hacer explícita la dimensión
teológica que de ello se desprende; ello quiere decir que todas las
manifestaciones culturales, incluidas las investigaciones científicas e
históricas, se encontraban incluidas dentro del
horizonte espiritual de la Sagrada Escritura. Quizás sea esta la razón por la
cual la Escritura se convierte en un punto de apoyo que compendia todos los
conocimientos que el hombre medieval poseía. Dentro de este orden de cosas hay
que entender que cuando Hugo de san Víctor propone un sistema de eruditiones propedéuticas para la
interpretación de la Escritura, lo que está proponiendo es que la Escritura
tiene un valor propiamente enciclopédico (Ferraris, Historia 25).
Justamente
cuando empieza a hablarse de la naturaleza como libro, se está repensando la analogía
que pudiera existir entre la naturaleza como libro escrito por la mano de Dios
y que, por un lado, es susceptible de ser interpretado, y por otro lado, puede
ser descifrado como categoría lingüística, un libro escrito con caracteres
lingüísticos que necesitan ser interpretados. Es lógico suponer que en el libro
escrito por Dios se pueda descifrar e interpretar cuanto Dios quiera revelar en
él y a través de él. Las Escrituras son como signos y palabras instituidas por
Dios, y a través de ellas se manifiesta la sabiduría divina. De este modo, se
excluye el arbitrio humano; solamente está en capacidad de leer este libro
quien lo sabe leer y lo sabe leer el hombre espiritual, es decir, el hombre que
es capaz de mirar interiormente el sentido profundo que traen los signos con
los que está escrita la naturaleza.
Pero
el hombre que lee la naturaleza no necesariamente tiene que ser un creyente,
sino que debe estar inserto dentro de la tradición recibida por el hombre
espiritual, el cual tampoco necesariamente tiene que ser católico, también
puede ser hebreo (Ferraris, Historia
26).
III.
Época
moderna
1. El humanismo renacentista y su
papel mediador entre presente y pasado
En
la cultura humanista hay un repunte de la retórica y la elocuencia civiles
frente a la dialéctica y la lógica que habían primado durante la escolástica. Este
repunte de la retórica y la elocuencia tiene sus orígenes en el siglo XII
cuando se empieza a dar una contraposición entre lo concreto y lo abstracto,
identificando lo concreto con las lettere,
que a su vez se identifican con la retórica, mientras que la filosofía por el
contrario se identificará con lo abstracto. Dicha separación se resume, pues,
entre lettere y philosophia. Al identificar lo concreto con la retórica, y también con lo literario, se
están poniendo las bases para la discusión que aún llega hasta nuestros días: la
discusión que separa las ciencias humanas de las ciencias naturales. Esta misma
identificación será la base sobre la cual se replanteará positivamente el
humanismo frente a las tendencias que quieren calificarlo de negativo.
Cuando
el humanismo renacentista se plantea la necesidad de dirigir la mirada hacia
los clásicos, esto se da no por un afán de ilustración, ni por una necesidad de
adquirir conocimiento sin un fin determinado; el problema que se plantea es un
cambio epocal. En el humanismo renacentista se va perfilando una cultura urbana
y citadina, se perfila la autonomía política, los cambios económicos, aparece
la moneda y los sistema cambiarios, la educación escolarizada, nuevas maneras
de gobernar y dirigir un pueblo, etc. Estos cambios plantean la necesidad de un
cambio de mentalidad, la formación de nuevos personajes: cancilleres, jueces,
oradores que sean capaces de asumir nuevos retos. Ahora, estableciendo una
analogía entre estas nuevas culturas nacientes con la polis griega y la república romana, se intenta encontrar respuestas
a los nuevos retos planteados.
Justamente
por este diálogo entre presente y pasado, entre nuevos retos en la época actual
y los aportes de la antigüedad romana y griega, es que el humanismo
renacentista se autocomprende en su papel mediador entre pasado y presente;
pero además, en este papel mediador, el
humanismo renacentista necesita autocomprenderse desde una función hermenéutica
que sea a su vez el lugar de encuentro entre ambos momentos históricos.
2. Humanismo renacentista, distancia
histórica y filológica
La
época moderna empieza con el Renacimiento, y dentro del Renacimiento con el
humanismo. Justamente la modernidad es la época que tiene conciencia de un
cambio epocal y de una distancia temporal respecto a lo antiguo. El papel
hermenéutico latente en esta época tiene su fundamento precisamente en este
hecho: existen unas culturas antiguas que necesitan acercarse y hacerse
familiares para que puedan iluminar los tiempos presentes tan llenos de
cambios, tan ricos en nuevos retos; pero por otro lado, para comprender las
culturas antiguas se precisa del conocimiento de los elementos gramaticales,
culturales, técnicos y lingüísticos, pues de otra manera no es posible
comprenderlas.
La
distancia temporal, histórica y lingüística estuvo siempre muy presente en los
pensadores renacentistas; esta fue la razón por la cual para ellos se precisaba
de herramientas técnicas, históricas, gramaticales y lingüísticas para poder
acercarse a un mundo lejano por la distancia temporal existente entre el
presente y el mundo clásico.
El
interés ahora se va a centrar en la reconstrucción del pasado olvidado,
mitificado y tal vez romantizado por el Medioevo, pero a la vez olvidado; para
dicha reconstrucción se precisaba de elementos filológicos e históricos, así como de un aparato crítico capaz de desmontar la visión
que se tenía de los antiguos en el Medioevo.
Otro
aspecto propio del humanismo renacentista y que demuestra la importancia de la
hermenéutica para este movimiento es el hecho de que los pensadores humanistas
plantean cuestiones que, ancladas en las culturas clásicas, superan los límites
de estas. Así es como se plantea a la cuestión central de un texto o de un
autor clásico preguntas que superan los límites que estos quisieron imponer en
sus obras. Con esto se dejan entrever dos cuestiones que son centrales para la
hermenéutica contemporánea: por un lado, entender un texto mejor de cuanto lo
entendió su propio autor, ir más allá de donde el autor quiso ir, superar los
límites que el autor quiso imponer; por otro lado, la universalidad del
lenguaje tiende a romper las barreras impuestas por una época, por un autor e incluso
por una cultura. Con esto estamos tocando dos cuestiones que trata de tematizar
la hermenéutica contemporánea.
Rápidamente
el humanismo se propaga por toda Europa y su influjo se hace notar en varios
sentidos. Primero, el recurso a los métodos filológicos para tratar de
comprender las culturas clásicas, especialmente la griega y la latina. Segundo,
el recurso al estudio de las lenguas clásicas, especialmente al griego y al
latín; esto implicaba la lectura de los autores clásicos en sus propias lenguas,
la lectura de los textos antiguos en sus lenguas originales. Tercero, una
decidida posición crítica que genera controversia especialmente contra el
Medioevo y las posiciones míticas y fideístas. De estas características cabe
señalarse el hecho de que a la interpretación bíblica se aplican métodos
histórico-gramaticales que buscan desentrañar el sentido de los textos sagrados.
En este sentido cabe mencionarse el hecho de que se desarrolla en Europa un
arte crítico, aplicado a los textos profanos, y
que tiene profundas implicaciones en el campo de la hermenéutica. En este orden
de ideas, la traducción de los textos clásicos llega a ser tematizada; en el
marco del pueblo alemán, la filología se sustenta de asuntos teológicos y de
hermenéutica religiosa hasta tal punto que los estudios humanistas se convierten
en motores que impulsan una transformación religiosa; en este sentido puede
decirse que la Universidad de Wittenberg, que es el centro principal de la Reforma,
se convierte en un centro de primera importancia, en el cual se concede un
valor preponderante al estudio de los clásicos en sus textos originales, y en
consecuencia, al estudio de las lenguas sagradas: latín, griego y hebreo.
Mientras
que el Renacimiento surge en Italia gracias a los vestigios materiales de las
culturas antiguas y a la herencia lingüística de la tradición latina, ocasionando
el despertar de una nueva actitud espiritual frente al mundo y a la realidad,
Alemania tiene que importar estos modelos humanistas y renacentistas. Mientras
que Italia hace del humanismo lingüístico un programa teórico por seguir, y con
esto se da una apertura de la nación, en Alemania, aunque con el humanismo se
dio un trabajo preparatorio, estimulador y necesario de disciplina y
reglamentación, sin embargo “no se alcanzó una ruptura auténtica ni una reafirmación
creativa del espíritu” (Ferraris, Historia 33).
En
Alemania el problema de la lengua sufre una transformación radical que lo
emparenta con la mística, generando así un desarrollo del problema de la lengua
materna y del genio lingüístico nacional; con ello los problemas lingüísticos
planteados por el humanismo renacentista terminan en una tematización de
cuestiones eminentemente religiosas, mas no literarias, retóricas y civiles.
La
Reforma va a vincular la tradición mística alemana con la tradición filológica
del humanismo, secularizando la tradición mística y resacralizando la tradición
filológica recibida del humanismo. De este modo, se da una revaloración de los
poetas y místicos de la tradición platónica que confluye en una hermenéutica
sagrada y en el consiguiente problema de la inspiración divina de la Biblia. Con
esto se da un giro de la hermenéutica civil basada en la oratoria hacia la
hermenéutica bíblica.
3. La Reforma protestante
El
principio según el cual sólo en la escritura están contenidas las verdades de
la fe y no es necesario remitirse ni a la jerarquía ni a la tradición para
interpretarla correctamente, proclamado por Lutero en Wittenberg en 1517, trae
grandes consecuencias para el problema hermenéutico. Se hace necesario
clarificar los cánones y los métodos desde los cuales el hombre, de manera
autónoma e independiente, puede interpretar la Escritura; además, para ello
Lutero utiliza las conquistas filológicas del humanismo; también sostiene que
la Biblia es clara por sí misma, pues su contenido esencial, que es la
Revelación, es claro en sí mismo, aunque pueda presentar algunos personajes,
conceptos o palabras que tengan alguna oscuridad; la Biblia es intérprete de sí
misma.
Lutero
asume polémicamente el humanismo, por ejemplo, cuando critica a Erasmo de Rotterdam
por haber enfatizado sobremanera los ideales clásicos, pues estos están muy
próximos al agnosticismo; de igual manera reconoce a Melanchton por haber
clarificado la proximidad entre la Iglesia romana y los ideales griegos y
latinos.
Otra
de las cuestiones que Lutero quiere resaltar en la interpretación de la
escritura es el sentido gramatical de la misma y el rechazo del sentido
alegórico propugnado por el Medioevo; además sostiene que el sentido último de
la letra está dado por Cristo: “La claridad de la escritura en el sensus litteralis está condicionada por
la claridad de su res, lo particular
debe ser enfocado en el todo”
(Ferraris,
Historia 35). Además, para la interpretación de la Escritura Lutero
rehabilita no sólo el sentido de una palabra interna sino también una palabra
externa e histórica, una dimensión histórico-lingüística implicada en la
interpretación del texto bíblico.
En
el campo de la Reforma, Flacio Illirico es quizás, más que Melanchton y
Zwinglio, un personaje que hizo grandes aportes al desarrollo de la
hermenéutica que se desprenden del hecho de que
éste sostenía que el hombre carecía de libertad para salvarse por sus propias
obras y méritos; sólo Dios lo puede salvar. Además
sostenía que el hombre es pecador por naturaleza, que la gracia de Dios no se
recibía a través de ninguna institución humana sino sólo a través de la Biblia.
Con esto toma posición frente a la dignidad del hombre, tal como la planteaba
el humanismo renacentista; por otro lado, asume una posición apologética frente
a la libertad humana. Estas actitudes frente al catolicismo y al humanismo
renacentista hacen que Illirico radicalice su propuesta hermenéutica, pues debe
recurrir a la interpretación del texto sagrado ya que este es la única fuente
de salvación para el hombre.
La
propuesta de Flacio surge como una réplica contra la posición del Concilio de
Trento ya que este formula la relación entre la Escritura y la tradición. La
réplica de Flacio queda consignada en los siguientes términos: primero, el intérprete
no es asistido por la tradición eclesiástica sino por la fe cristiana que lo
pone en contacto con el texto sagrado; segundo, Flacio proponía que en la
interpretación de la Sagrada Escritura se excluyeran los procedimientos figurativos
o alegóricos; tercero, y quizás el más importante, es que en Flacio hay una
idea sobre lo que es el círculo hermenéutico; al respecto Flacio sostenía que
se podían comprender las partes de un texto sólo cuando se tenía una
precomprensión del mismo, precomprensión que se robustece, complementa y
engrandece a través de la comprensión sucesiva de las partes singulares.
4. Humanismo hermenéutico
4.1.
El Humanismo
El
concepto de humanismo fue acuñado en Alemania en el siglo XIX. Sin embargo, se
utilizó de modo retrospectivo para designar el movimiento filosófico-cultural
surgido en el siglo XIV que se oponía a la metafísica escolástica, tal y como
era utilizada en la Escolástica.
Del
humanismo existían dos versiones. De un lado, humanista era aquel que se
preocupaba por los valores humanos y por el bienestar de la humanidad, por los
valores filantrópicos, por la ayuda y el cuidado del otro y de los otros. De
otro lado, humanista era aquel que se dedicaba al
cultivo de la humanitas, es decir, aquel
que se dedicaba al estudio de las lenguas clásicas, de la historia y de la
literatura de los antiguos, estudio que básicamente se concentraba en los
autores clásicos: Cicerón, Tito Livio, Tácito, Terencio, Flavio, Virgilio,
Ovidio, Lucrecio, etc. Fueron humanistas reconocidos: Petrarca, Nicolás de
Cusa, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Erasmo de Rotterdam, Montaigne,
Vico, y aunque no hay entre ellos un horizonte común de comprensión, sin
embargo tienen en común el hecho de situar como tema de reflexión el
desplazamiento del cielo a la tierra.
En
esta segunda versión del humanismo tuvo un papel muy importante la filología,
ya que esta permitía y propiciaba el acceso a las fuentes antiguas en su lengua
original; ello ejercía un papel crítico, escéptico y revitalizador a quienes
realizaban dichos estudios, además de un papel de autocrítica teórica y
práctica que no sólo se ejercía dentro de los ámbitos culturales sino que apuntaba a una reforma de la Iglesia. Básicamente
este era el proyecto que Erasmo de Rotterdam compartía con Lutero, proyecto que
Lutero truncó con el movimiento reformista puesto en ejecución.
Si
bien existen en la actualidad opiniones que sostienen que el humanismo
renacentista no fue un movimiento propiamente filosófico, salvo por el retorno
al platonismo, sino un movimiento literario, sin embargo y a pesar de ello cabe
considerar que el humanismo está a la base del proyecto filosófico de la
modernidad, tanto del racionalismo como del empirismo. Los humanistas proponían
una visión de la realidad en la que cabían la pluralidad, la diversidad y la
diferencia como elementos propios para una sana convivencia, sobre todo en un
contexto caracterizado por las guerras religiosas (católicos y hugonotes). En
este contexto, Descartes y los racionalistas, así como los empiristas, proponen
la necesidad de la certeza y de la verdad única e indubitable que debía ser
afirmada y sostenida contra la diversidad y la diferencia, dado que no habían
alcanzado el ideal pacifista que buscaban. Desde este punto de vista, puede verse
cómo los humanistas son la fuerza que está a la base de los movimientos
racionalistas y empiristas propugnados por la modernidad.
El
humanismo hace una apuesta por la dignidad del ser humano entendido como un ser
emancipado y redimido, un ser libre. Es Dios quien confiere dignidad y libertad
al ser humano, lo hace tanto cuando lo crea y más aún cuando lo redime. Al ser
libre, el ser humano se inserta en la naturaleza y en la sociedad, y emplea
todas sus fuerzas para comprender el funcionamiento del cosmos y para dominar,
controlar y transformar la naturaleza. Desde
esta perspectiva, el humanismo converge no sólo en el proyecto reformador
instaurado por Lutero, sino también en el proyecto racional propugnado por la
Ilustración, en los ideales libertarios y reformadores proclamados por la
Revolución francesa, en el proceso de industrialización gritado por la
revolución industrial, en la noción de historia entendida como progreso
incesante y constante hacia un mundo mejor, y finalmente, en el dominio planetario
de la técnica.
Evidentemente,
el proyecto humanista que subyace a toda la modernidad y que desencadenaría
todos los fenómenos acabados de mencionar, era un proyecto optimista. Se creía
entonces que la fraternidad, la libertad y la igualdad extendidos por todo el
mundo ayudarían a acabar el hambre, la miseria, la explotación. Sin embargo,
todo ese optimismo termina desgarrándose y resquebrajándose en los conflictos
bélicos que vivió Europa, y esto unido al fenómeno de la crisis cultural que
vivió el mismo continente y que de una u otra manera afectó a las ciencias, la
lógica y la matemática.
4.2.
Los antihumanismos
¿Se
debe pues seguir hablando de humanismo? Dado el descalabro al cual ha conducido
el humanismo propugnado por el Renacimiento, dado que en nombre del humanismo
también se han realizado una serie de acciones antihumanistas, esto ha hecho
que en el siglo XX surjan una serie de teorías antihumanistas de diferentes
tipos, que apuntan no a un saber teórico sobre lo que se desea para la
humanidad y para el hombre, sino a un saber teórico que reflexiona sobre lo que
se sabe de él y de la humanidad. Entre dichos antihumanismos se pueden contar
el psicoanálisis de Freud que revela que el inconsciente es la base sobre la
cual se sustenta el yo consciente, y que por lo tanto el estado consciente del
hombre se apoya en una sombra oscura que él mismo no puede controlar. Además
está el antihumanismo de Heidegger que se basa en una crítica al fundamento
metafísico sobre el cual se han apoyado los humanismos, los cuales por esta
razón no hacen justicia al verdadero ser del hombre, para el que Heidegger prefiere
utilizar el concepto de Dasein. A
estos se suman el antihumanismo de Lévi-Strauss, el antihumanismo de corte
marxista proclamado por Althusser, el antihumanismo de corte nietzscheano desarrollado
por Foucault. Todos estos antihumanismos tienen una posición crítica frente a
la noción optimista, racional, consciente y progresiva del ser humano y de la
humanidad proclamada por la modernidad, visión según la cual el ser humano
habría de caminar hacia un estado ideal de mejoría.
Los
antihumanismos son posiciones críticas frente a las ideas difundidas por los
humanismos renacentistas. El antihumanismo de Freud está basado en una crítica
contra la racionalidad ilustrada entendida como un estado de conciencia y de
razón en el ser humano; a esto Freud opone el inconsciente entendido como aquel
lugar oscuro que determina los estados conscientes en el ser humano. El
antihumanismo heideggeriano prefiere recurrir a la palabra Dasein antes que a la palabra hombre porque considera que dicho
término está muy cargado de elementos metafísicos que no le hacen justicia a la
verdadera esencia del hombre. El antihumanismo
de Nietzsche releído por Foucault se ha encargado de hacer conscientes los
mecanismos de poder que han determinado la lectura que la sociedad, en una
determinada época, ha hecho del hombre.
Básicamente, los antihumanismos han puesto de
relieve aquellas experiencias no tan humanas, en el sentido optimista del
término, que han determinado las visiones que el hombre ha tenido de sí mismo.
Sin
embargo, los humanismos han podido resistir los embates de los antihumanismos;
es más, parece que una solución a los dilemas planteados por los antihumanismos
pueda provenir de una reflexión acerca del alma humana entendida como el centro
del ser humano, porque es en el alma donde tienen asiento lo grande y lo
pequeño del ser humano, es allí donde se encuentran sus grandezas y sus
miserias, sus anhelos, sus deseos y sus afanes. El alma humana es el lugar
intermedio entre el inconsciente y el consciente, el lugar de las grandes
decisiones morales. Según esto, una reflexión humanista en nuestros días no
puede dejar de lado la reflexión antihumanista, pero los grandes dilemas
planteados por los unos y por los otros, antes que menguar al ser humano y a la
reflexión que éste hace de sí mismo, lo que hace es lanzarlo hacia el propio
centro de su ser que se ubica en una reflexión sobre el alma humana.
4.3.
Humanismo y hermenéutica
La
hermenéutica filosófica se constituye como tal con base en elementos extraídos
de la tradición humanista. Tal es el caso de conceptos como: sentido común,
gusto, formación y capacidad de juicio. Pero en estos mismos conceptos se
detecta esa crítica que han hecho los antihumanistas. Para tratar de aportar
algunos elementos a favor de la reflexión humanista, Gadamer ha insistido
básicamente en la importancia del lenguaje materno o lenguaje natural entendido
como medio para entendernos a nosotros mismos, entender a los demás y entender
nuestro entorno; por otro lado ha insistido en el concepto de juego entendido
desde la relación que se establece entre texto y lector, entre obra e
intérprete, y en la necesidad no tanto de que uno de los dos polos lleve la
primacía en el acto comprensivo, sino justamente en la relación. Es justamente
en la relación entre texto y lector, obra e intérprete donde acontece el acto
mismo de comprender; es en la acción recíproca, en la interacción entre ambas
partes donde se realiza el acto de comprender. De ahí la importancia capital
que para tal efecto tiene el círculo hermenéutico.
El
italiano Ernesto Grassi, haciendo un ejercicio histórico humanista y
hermenéutico, ha sido capaz de detectar que a lo largo de la historia
occidental, y paralelo al humanismo de raigambre platónica, se ha dado un
humanismo no platónico. De ese modo, mientras que aquel ha tenido que recurrir
a categorías racionales tales como la lógica y la matemática para revelar el
ámbito de lo humano, dejando en la oscuridad elementos tales como lo pulsional
y lo pasional, reconociendo además que el lenguaje tiene una función
demostrativa que se afinca en categorías y leyes lógicas y racionales, el
humanismo no platonizante ha puesto de relieve, por el contrario, el valor de
la metáfora y del lenguaje simbólico para adentrarse en aquellos lugares donde
el humanismo platonizante no había podido llegar. Este humanismo se concentra
además en el horizonte vital en el cual se mancomunan el hombre y su mundo, el
hombre y su realidad vital y existencial. En el lenguaje metafórico y simbólico
se revelan el sentido y el sinsentido, lo lógico y lo ilógico. En el humanismo
no platónico el ente se revela en cuanto hace parte del horizonte existencial
del ser-humano.
Todo
esto ha puesto de manifiesto la necesidad de recalcar la importancia del
humanismo para la hermenéutica; pero además ha puesto de manifiesto el lenguaje
simbólico y metafórico, para que desde la hermenéutica se puedan desentrañar
las profundidades recónditas en las que se sumerge el ser humano.
Parece
ser que, desde la hermenéutica, la reflexión humanista intenta descentrar al
hombre (el hombre centro del cosmos) para ubicarlo en el lugar en el cual él se
haga más consciente de aquel lugar donde lo oscuro, sombrío, irracional e inconsciente
se esconde, para que logre integrar esto a las otras características de su ser
y así pueda transformarse en un ser más integral, capaz de percibir tanto su
lado oscuro como su lado luminoso, su lado de pecado pero también de gracia. De
este modo, la propuesta hermenéutico-humanista es una invitación para que cada
quien siga su propio camino y de esa manera sea fiel a la propia experiencia
vivida, todo esto desarrollado dentro del marco de la divisa agustiniana de
“ama y haz lo que quieras, quiere y haz lo que tu corazón requiere, ama y haz
lo que te pide el alma” (Garagalza, Humanismo
231).
Esta
propuesta hermenéutico-humanista tiene como intención situar la conciencia
frente a lo inconsciente, oscuro y sombrío que guarda el alma humana. Con ello se busca una humanización de la humanidad y
del mismo hombre, porque es allí en lo oscuro y sombrío del ser humano donde se
esconde la posibilidad de la transformación, de cambio y de la creatividad
hacia una nueva forma de vivir.
5. El Romanticismo
El
Romanticismo como corriente tiene una gran importancia para el desarrollo de la
hermenéutica, y principalmente el Romanticismo alemán, ya que fueron los
alemanes quienes más profundizaron en este movimiento. En lo que respecta a la
hermenéutica, la figura más representativa fue Schleiermacher, ya que con él inició
lo que se ha solido llamar el giro
hermenéutico.
Como
es bien sabido, el movimiento romántico, así como también la hermenéutica de
Schleiermacher, hunden sus raíces en la
filosofía trascendental kantiana que centra su atención en la finitud del
conocimiento, así como en las posibilidades cognoscentes que posee el sujeto
para apropiarse del mundo circundante, negando la posibilidad del conocimiento
de la cosa en sí y reduciendo todo el conocimiento a lo que fenoménicamente
podemos captar de la realidad. En este sentido, se podría decir que sólo
conocemos la realidad desde lo que fenoménicamente ella nos puede decir de sí
misma. Por otro lado, la filosofía trascendental kantiana va a concentrar sus
esfuerzos en la búsqueda de las condiciones subjetivas que posibilitan el
conocimiento de la realidad, condiciones que concuerdan con la afirmación de
las categorías apriorísticas. Desde aquí se alcanza a comprender que la
hermenéutica en cuanto tal experimenta un giro, pues su problemática empezará a
orientarse hacia el comprender mismo y la estructura de dicho comprender. Esta
es la razón por la cual para Schleiermacher “todo acontecimiento histórico o
planteamiento racional, toda manifestación vital van a ser examinadas desde el
punto de vista de las condiciones bajo las que resulta posible su comprensión”
(Ginzo 504).
5.1.
El Idealismo vs. la intuición estética
La
propuesta filosófica de Kant va a tener la posibilidad de continuar su camino
en la historia de la filosofía gracias a dos grandes propuestas que se gestaron
entre los pensadores postkantianos: el Idealismo, cuyo gran exponente es Hegel quien
resolvía los problemas planteados por Kant a partir de la razón especulativa; y
por otro lado, la intuición estética, cuyo gran exponente fue el movimiento
Romanticista.
Kant
había negado la posibilidad del conocimiento absoluto al proponer que no es
posible el conocimiento de la cosa en sí, sino que podemos conocer lo que aparece
fenoménicamente. Hegel mismo había llegado a
plantear el tema de la mala infinitud, en cuanto el ser humano, en el absoluto,
busca un ideal que jamás puede alcanzar (Ginzo 504). Frente a la negación de la
posibilidad del conocimiento absoluto, el Romanticismo abre una posibilidad que
no habían contemplado ni Hegel ni el mismo Kant: la intuición estética, la vía
del arte. Según los romanticistas, la intuición estética ofrece la posibilidad
de nombrar lo absoluto desde la consideración simbólica del mismo:
En
este horizonte de una ontología estética el arte se les va a mostrar a los
románticos como el instrumento idóneo para la percepción del Absoluto. Es
particularmente la poesía la manifestación artística que está en condiciones de
alumbrar la entraña de la realidad (…) el arte tiene una dimensión ontológica,
en cuanto es la clave privilegiada para expresar lo real (Ginzo 504).
En
este sentido se puede decir que mientras para Hegel la clave principal kantiana
está en la dialéctica trascendental, para el Romanticismo, desde la intuición
estética, la clave kantiana está en la imaginación trascendental.
De
modo que lo que los romanticistas están proponiendo es lo que se ha denominado
la estetización de la realidad, un programa que intenta estetizar el mundo a
partir de su columna vertebral que es la poesía. Este programa no podía ser
otra cosa que una manera de acceder a aquellos lugares a los cuales no podía
acceder la razón técnica o la razón pura, y una
crítica contra la epistemología moderna, siendo esta a su vez fruto de la razón
ilustrada. El Romanticismo se propone poetizar el mundo, romantizar el mundo
frente a una propuesta racional que consideraba el mundo desde el ámbito
intelectual y el ámbito mecanicista. La poesía es la clave para acceder a la
esencia de la realidad, es la posibilidad para acceder a la infinitud y al
absoluto: “mediante la poesía surge la máxima simpatía y coactividad, la
comunión más íntima entre lo finito y lo infinito” (Ginzo 504).
Justamente
este proyecto del movimiento Romanticista de estetizar la realidad, habitar poéticamente
el mundo, y dentro de este proyecto hacer de la
poesía el medio central para llevar a cabo dicha tarea es lo que hace posible
que se hable de una poesía de la poesía, una poesía trascendental contrapuesta
a una filosofía trascendental de raigambre kantiana y tan de moda por esa
época.
Indudablemente,
desde esta perspectiva, el movimiento Romanticista puso en marcha toda una
nueva figura que no es plenamente la del pensador, tal y como se la había
concebido tradicionalmente en la historia de la filosofía occidental, ni la del
poeta, tal y como se la había concebido tradicionalmente en el marco de la
cultura occidental, sino la figura que coincide con lo que en nuestros días se
ha llamado el pensador poeta, el filósofo poeta, el poeta pensador, el poeta
filósofo.
Más
aún, las manifestaciones filosóficas más relevantes de la época se
circunscriben dentro de lo que los románticos han llamado estetización de la
realidad. En este sentido cabe mencionarse El
más antiguo programa del idealismo alemán cuando concibe la belleza en un
sentido superior al sentido platónico, y cuando a su vez concibe la verdad y la
bondad hermanadas con aquella. Para el Romanticismo, la poesía se convierte en
maestra de la humanidad; la ciencia misma ha de tener como objetivo el de
llegar al nivel del arte; el arte es el único, verdadero y auténtico órgano y
documento de la filosofía (Ginzo 505).
Además
del programa de estetización de la realidad, el Romanticismo va a hablar de la
necesidad de remitologizar el mundo y la realidad. En última instancia, el Romanticismo
va a hablar de la necesidad de retornar al mito y redescubrirlo ya no en una
acepción negativa, tal y como lo consideraba la Ilustración, sino a entenderlo
como aquella instancia que ilumina el origen del arte, de la historia y como
aquel medio que de una u otra manera facilita nuestra percepción de la realidad
primordial. El Romanticismo, en este sentido, se va a proponer desplegar todas
las virtualidades propias de la poesía, así como las del mito, a través del lenguaje
con miras a renovar la verdad. También en este proyecto de remitologizar el
mundo se puede encontrar una crítica a la razón ilustrada que sólo propugnaba
por una visión racional de la realidad. Detrás de todo esto está, en términos
heideggerianos, la idea de que el ser se manifiesta poéticamente.
Una
de las ideas que predominaba por la época del Romanticismo era que la
modernidad, al separar el sujeto del objeto, el hombre y la naturaleza, creó
una escisión, una separación o divorcio fundamental;
pero unida a esta separación está otro de los ideales propugnados por la
modernidad: el poder que el hombre debía y podía ejercer sobre el ámbito
natural y sobre el objeto, un poder que se podía convertir en dominio y
explotación de la naturaleza y del objeto. Frente a toda esta problemática, el
movimiento Romanticista va a insistir en la necesidad de retornar a la unidad
primordial, unidad que se encuentra en el origen. Desde esta perspectiva, se
presenta la necesidad de la unión del hombre con la naturaleza y con la
realidad objetiva. Con este intento por retornar a la unidad como forma de
solucionar las escisión promulgada por la modernidad, los romanticistas van a
retomar el antiguo concepto griego del ἑν πάντα, uno en todo, unidad en la diversidad. El movimiento
Romanticista insistirá en una relectura de este principio griego, lo que tendrá
profundas repercusiones en la hermenéutica: la individualidad y la totalidad,
lo universal y lo particular: “En este
horizonte, finalmente, se perfila, además, el ideal romántico de la
universalización de lo individual y a la vez de la individualización de lo
universal, ideal que tendrá su influjo en el ámbito romántico” (Ginzo 505).
De
modo que básicamente son tres las grandes insistencias que el Romanticismo va a
enfatizar: el ideal estético, la nueva mitología y la búsqueda de la unidad.
Pero estas insistencias van unidas a una concepción de la historia, concepción
que también partía de una crítica a la modernidad.
La
Ilustración había insistido básicamente en que su concepción de la historia
implicaba una supremacía de los modernos sobre los antiguos. La ilustración se
complacía igualmente en resaltar los errores del pasado y del tiempo antiguo, y
en resaltar de esta manera los valores y las fortalezas de los modernos. Unido
a esto se daba también un desprecio frente a los mitos y leyendas antiguos.
Frente a toda esta problemática característica de la modernidad, el
Romanticismo va a idealizar y a espiritualizar las culturas antiguas, así como
los mitos y las leyendas antiguas. Los romanticistas consideraban que el tiempo
pasado era un tiempo primordial en el cual se daba siempre la plenitud y la
armonía. Desde esta perspectiva se podría decir que los romanticistas idealizaron
la historia pasada, mirándola con ojos de plenitud y armonía, pero a la vez con
ojos de nostalgia y de añoranza.
Esta
perspectiva Romanticista explica por qué ellos insistieron tanto en el espíritu
del pueblo (Volksgeist), pues en las
tradiciones y costumbres, así como en las leyendas y mitos conservados en el
pueblo, se daban elementos de esos orígenes primordiales, además de ser una
manera de insistir en la identidad de los pueblos. Por otro lado, una manera de
acercarse a ese origen primordial era conociendo los mitos, las leyendas, las
costumbres y las tradiciones propias de un pueblo.
La
Ilustración intentó desarrollar un proyecto enciclopédico con el fin de
integrar todos los saberes de la época en un solo sistema; el Idealismo intentó
desarrollar un proyecto enciclopédico centrado en las ciencias sociales y
filosóficas; siguiendo esta senda inaugurada por la Ilustración y el Idealismo,
el Romanticismo intenta, con los hermanos Schlegel y Novalis, desarrollar un
proyecto enciclopedista basado en un sincretismo que admita los más diversos
saberes, tales como: religión, magia, realidad, ficción, ciencia, arte y
filosofía, esfuerzo que algunos intentaron llamar gnóstico. Este gran proyecto
se concentraba por lo tanto en el ideal triádico que insiste en Dios, hombre y
mundo.
Desde
esta perspectiva instaurada por el Romanticismo, que busca la unidad en la
diversidad y la identidad en la diferencia, unidad que no es la sumatoria de
las partes, totalidad que tampoco es la sumatoria de las individualidades, se insistirá en el sentido de la co-presencia, ya que el
todo está co-presente en la parte, lo individual está co-presente en el todo,
la unidad está co-presente en lo diverso, la identidad está co-presente en la
diferencia. Por esta razón, el Romanticismo insistirá en un tipo de escritura
fragmentaria, ya que en el fragmento (máxima, sátira, dicho, etc.) se da la
tensión entre el todo y la parte, lo finito y lo infinito.
5.2.
Autores del Romanticismo
Básicamente
vamos a tratar a los autores más destacados de esta época: Hamann, Herder,
Humboldt, Schlegel, Novalis y Ast. Para la hermenéutica, Schleiermacher es
quizás el autor más destacado de esta época, pero estudiaremos sus aportes en
la segunda parte de este texto dedicado a los autores; junto a él haremos una
breve referencia a Dilthey y Droysen.
La
época en la que debemos ubicar a estos pensadores es el Romanticismo, y en el
Romanticismo nos encontramos con un panorama bien específico: el retorno, el
restablecimiento del diálogo con la tradición, dado que este se había perdido
por un tiempo durante el imperio del racionalismo. Con esto el Romanticismo
replantea como lugar hermenéutico la distancia temporal y la necesidad de
comprender el pasado.
Este
conocimiento del pasado adquiere ahora una mayor amplitud dado que el
conocimiento histórico no sólo se va a limitar al conocimiento e interpretación
de la cultura occidental, sino que ahora la mirada se va a dirigir también al conocimiento de la cultura oriental. Este
conocimiento y esta posición del Romanticismo tiene su justificación en los
avances dados por el Idealismo, quien va a supeditar lo positivo a lo
especulativo, la ciencia a su doctrina.
Aquí
está de por medio la disputa generada entre Hegel y Kant, y que de una u otra
manera toca directamente la problemática hermenéutica de la circularidad en la
comprensión. Mientras que Kant sostenía que no era posible conocer antes de
haber conocido porque esto sería tan contradictorio como querer nadar antes de
entrar en el agua, Hegel sostenía que hay una contradicción aprehendida en la
teoría del conocimiento y que tiene que ver con la circularidad que se da con
la comprensión, lo cual de una u otra manera es una conclusión que se desprende
de la fenomenología y está vista como una forma de reflexión. Sólo aquello que
se ha conocido previamente puede ser recordado como un resultado y puede ser atravesado
hasta su génesis. Justamente toda esta problemática enunciada es la que
determinará, durante el Romanticismo, la problemática existente entre las
ciencias del espíritu: la filología, la historia, la lingüística, la mitología
y la historia del derecho.
El
hecho de que en un determinado momento la teoría especulativa e idealista sea
atenuada genera un cambio de posición respecto a la relación entre lo
especulativo-idealista y lo positivo. De ahora en adelante será el dato
positivo el que llevará la primacía en la relación y lo humano se verá
supeditado a lo matemático y positivo. Justamente es en este contexto y en esta
discusión donde tienen sentido las propuestas de Hamann, Herder, Humboldt,
Schlegel, Novalis y Ast.
5.2.1.
Johann
Georg Hamann
Este pensador se puede ubicar dentro de lo que
se llama un pensamiento post-ilustrado; es el estandarte de la mentalidad post-ilustrada.
En este contexto, se destaca su crítica a Kant por el hecho que éste negaba la
posibilidad de que la razón en el momento mismo de comprender estuviera libre
de presupuestos. Frente a esto, Hamann elabora una
tematización sobre el lenguaje considerado como la fuente común tanto de la
razón como de la Revelación. En el lenguaje, tanto la razón como la Revelación
se hacen patentes, comprensibles y visibles; la historia, la cultura y el
patrimonio de las naciones vienen mediatizados en términos lingüísticos; la
palabra recoge el modo como los hombres se refieren a la realidad; la palabra
es la fuente de la razón y del mundo; sin palabra no hay mundo, sin palabra no
hay razón. Para este pensador no es posible justificar una razón independiente
de la palabra; es más, en su propuesta Hamann
insiste en el hecho de que, en la medida en que
la razón está determinada por circunstancias histórico-culturales, no se puede convertir en un punto estable de
referencia.
Otro
punto problemático que afirmaba la Ilustración consistía en el hecho de que se
reducían los textos sagrados a mitos, y los mitos son una expresión inadecuada
de una humanidad que todavía no había llegado a su claridad racional. Frente a
esto Hamann responde que en la alternativa entre razón y Revelación es la
segunda la que prevalece. Para justificar esta posición,
Hamann recurre a la teoría de la Kondeszendenz.
Según
esta teoría, Dios en un acto de condescendencia se rebaja para adaptarse a la
mentalidad y a las formas del pensar de los hombres.
Dios se ha adaptado a los conceptos, prejuicios e incluso inclinaciones y
flaquezas de los hombres. Según esta teoría, no son los instrumentos humanos
los que garantizan la comprensión de la Sagrada Escritura porque no es cuestión
filológica o filosófica sino que es a través de la Revelación como la Sagrada Escritura
se hace comprensible.
Hamann
considera que la poesía es el origen del lenguaje y que el arte es la base para
instaurar una nueva mitología. Con este proyecto se hará un intento por
restablecer una experiencia relacional con los orígenes de la humanidad y se presenta la posibilidad de una nueva mitología
estética. Según esto, el arte ha de realizar el papel que en otra época
desarrollaron las tradiciones religiosas; el artista aparecerá como un
redentor, un nuevo mesías, fenómeno que se ha llamado el papel mesiánico de los
artistas. En este contexto, Dionisos es considerado como el dios que ha de
venir, el dios por venir que ha de restablecer la imagen resquebrajada del
cristianismo cuando ha caído en manos de la Ilustración y del racionalismo. Dionisos es el dios que ha de restablecer la imagen
del mundo resquebrajada por el imperio de la razón.
5.2.2.
Johann
Gottfried Herder
Herder
es quien sistematiza y quien prosigue con la propuesta de Hamann; es quien
organiza la gran teorización sobre el problema del lenguaje propio de la
Ilustración. Sin embargo, toda la sistematización de Herder no alcanzaría a
comprenderse totalmente si no se tuviera en cuenta su constante referencia a
Hamann.
Primero
que todo Herder va a polemizar con Condillac por haber reducido al hombre a un
ser mecánico, y con ello, a una dimensión animal. Además va a polemizar con
Rousseau quien ha elevado al animal al nivel del hombre, defendiendo la
hipótesis de un estado de naturaleza y un lenguaje natural. Frente a la primera
propuesta, Herder sostendrá que el hecho de que en todas las civilizaciones y
en todos los lenguajes se presenten sonidos prelingüísticos inarticulados y la
articulación lingüística que se muestran como alegorías de las voces de la
naturaleza, no significa que se dé algo así como un lenguaje de la naturaleza.
Frente
a lo segundo Herder dirá que entre el hombre y el animal no hay un salto
cuantitativo ni una escala continua sino un salto cualitativo. Lo que va
caracterizar al hombre es la intención consciente o reflexión; justamente en
esa intención consciente y reflexión se arraiga el lenguaje.
Herder
ha sostenido que el lenguaje no es una invención de Dios para los hombres, sino
que han sido los hombres quienes han tenido que inventarse un lenguaje. Justamente
por este carácter inmanente del lenguaje, Herder ha identificado el carácter
racional de la humanidad con el carácter lingüístico. En ese sentido ha
sostenido que en la lengua se depositan las etapas esenciales del desarrollo de
la humanidad.
Por
otra parte, Herder va a plantear la cuestión sobre la distinción de los mitos y
la forma justa de relacionarse con el mito. En el primer punto distingue entre
mitologías primigenias, arcaicas, y mitologías literarias y estéticas. Sostiene
que jamás se puede adentrar en un mito de manera conceptual, académica o
intelectual, sólo se puede adentrar en un mito desde una viva sensibilidad para
lo que está vivo y es originario en el hombre, irreductible a un tejido de
conceptos y abstracciones. De modo que nunca un vivo análisis conceptual, por
refinado que sea, podrá alcanzar a comprender lo que sea el mito en su esencia
porque con ello entran elementos prelingüísticos fantasiosos no elaborables
jamás en conceptos.
En
los mitos encontramos las primeras producciones lingüísticas de la humanidad. Acercarse
a los mitos significa acercarse a estas primeras producciones, y con ellas, a
los orígenes de la humanidad. De ahí que para Herder sea una tarea primordial
la de alcanzar una relación no erudita ni conceptual con los mitos y con los
orígenes de la humanidad, sino una actitud de simpatía entre lo que en el mito
sigue vivo y que de una u otra manera continúa perviviendo en el hombre. Además,
Herder va a insistir en el hecho de que en la interpretación de un texto
antiguo sea necesario comprender la época, la nación y el estado en que fue
escrito ya que es imposible pretender que dicho texto sea comprensible de igual
manera para todos. Comprender un texto significa, por lo tanto y ante todo,
historizarlo, pero no para relegarlo a lo arcaico y superado, sino para poder
recoger en él el sentido peculiar que permanece inaccesible a una razón que se
pretenda meta-histórica y universal (Ferraris 100).
Los
modernos siempre quisieron enfatizar la distancia temporal respecto a los
antiguos y afirmar su superioridad. Herder va a proponer, en su remisión al
contexto y al mundo, así como al ambiente en que surgió la obra, una relación
afectiva y efectiva, intensa, originaria y primigenia con ella. Lo importante
en la remisión a un mito no es tanto describir su significado sino explicitar
la forma de fantasía, de lógica, de pensamiento, en una palabra, de humanidad
que el mito pone en evidencia y que los diversos mitos patentizan en los
diferentes pueblos (Ibíd).
5.2.3.
Karl
Wilhelm Von Humboldt
Para
este pensador el lenguaje no es el esfuerzo voluntarista, intelectualista o
conceptual que posee el hombre sino que es una producción espontánea que
produce el pensamiento y en la cual se arraigan las formas históricas que
produce la humanidad. De modo que en toda lengua se da una forma interna, la
que expresa la visión particular del mundo que posee cada pueblo. Por eso la
reflexión lingüística de Humboldt se resuelve en una reflexión antropológica y
en una reflexión histórica, siendo estas las que permiten un campo privilegiado
para acceder a las Weltanschaungen
propias de cada pueblo. De manera análoga, y en concordancia con estas ideas,
Humboldt va a distinguir entre Nación y Estado,
dando movilidad y desarrollo a la primera, quietud y estaticidad a la segunda.
Sin embargo, ni el Estado ni la Nación son capaces de penetrar hasta el fondo
de la vida histórica de un pueblo.
Para
Humboldt, el lenguaje no es un medio para acceder a la verdad ya establecida
sino para descubrir la verdad que desde el inicio es desconocida. La lengua es
un eco de la naturaleza común del hombre (Ferraris 102). A través del lenguaje
el hombre sale de su aislamiento para entrar en contacto con la humanidad y con
la historia.
Para
Humboldt, la lengua no es algo estático y quieto sino que es algo que está en
continuo movimiento, en pleno desarrollo y en continuo progreso. La lengua no
es algo que se pueda estudiar como si fuese algo inerte, estático o muerto sino
que es como un gran organismo viviente. De ahí que para Humboldt el estudio gramatical
de la lengua no le hace justicia a lo que es la lengua; propone para ello un
estudio comparativo de la lengua, un estudio evolutivo, de manera similar a
como se estudian los demás organismos naturales.
5.2.4.
Friedrich
Schlegel
Schlegel
responderá a la pregunta: ¿qué sentido tiene un retorno a lo clásico? Insistirá
en que un retorno a lo clásico no tiene un mero afán de erudición, ni de saber
más por saber; tampoco tiene el sentido de una mera canonización de los
clásicos. Schlegel sostiene que un clásico es
siempre un lugar de aprendizaje, un lugar de aprendizaje continuo, un lugar
donde siempre se aprende. De ahí que elabore toda una teoría sobre el problema
de la distancia temporal como problema hermenéutico: el problema de cómo los
modernos, desde una conciencia histórica, interpretan el pasado confluyendo así
en la problemática de la integración entre pasado y presente, objeto
comprendido y sujeto que comprende en el acto mismo de comprender. Entre el
ideal antiguo y el ideal moderno se presenta un desgarre que debe ser superado,
según Schlegel, en la idea de una poesía trascendental, una poesía que
superando este desgarre se presente a sí misma como la poesía de la poesía. Será
esta poesía la llamada a superar de modo trascendental e ideal el desgarre que
existe entre los clásicos y los modernos. La poesía de la poesía se presenta,
según Schlegel, en los términos de una mediación más alta capaz de superar el
mencionado desgarre. En este sentido, Schlegel, como todo el movimiento
romanticista, propugnará por una nueva mitología. Ésta se presenta como el
ideal que intenta superar la distancia temporal existente entre los clásicos y
los modernos, no intentando suprimir ni anular la distancia temporal sino
conservarla mientras la supera.
Lo
que está detrás de esta cuestión es la idea de que toda filología es filosófica. ¿En qué sentido toda filología es filosófica? En el
sentido en que justamente cuando la filología realiza un recorrido de orden
genealógico lo hace no con un mero afán de erudición, sino con un afán
filosófico e interpretativo: historizar y superar la distancia temporal, hacer
asequible, acercar un fenómeno histórico lejano para hacerlo comprensible. Desde
esta propuesta se presenta incluso una relación entre filosofía, filología e
historia.
Schlegel
fue uno de los pensadores romanticistas que más influencia tuvo sobre el
horizonte conceptual hermenéutico de Schleiermacher. En Schlegel se pueden
encontrar ya rasgos de lo que luego con Schleiermacher se llamará una
hermenéutica filosófica o el carácter universal de la hermenéutica. Con
Schlegel nos situamos en el horizonte de una crítica contra la propuesta
kantiana, propuesta incluso alterna a la
propuesta idealista. Para nuestro autor lo principal va a ser una crítica
contra el pensamiento racionalista de corte trascendental kantiano, optando por
una racionalidad de tipo adivinatorio. Schlegel llega incluso a hablar de una
racionalidad de tipo adivinatorio mediante la cual estaríamos en capacidad de
comprender tanto las manifestaciones artísticas como las naturales.
Schlegel
realiza una historización del proceso de comprensión desde su crítica
hermenéutica. Además va a hablar de una poetización del pensamiento, con lo
cual se ubica en la misma senda de los ideales románticos. Schlegel sostenía la
posibilidad de la elaboración de un sistema total que estuviera conformado por
la poesía, la filología y la filosofía, y con él elaborar a su vez una teoría
de la humanidad.
Schlegel
encuentra en su formulación de la hermenéutica un puesto destacado para la
poesía, vista ésta como poesía de la poesía. En ella Schlegel ve la posibilidad
de mancomunar poesía, mito y el proyecto de una nueva mitología. Además, la poesía se presenta como la síntesis o la
unidad que es capaz de resolver los problemas de la escisión planteados por la
modernidad; ella es la nueva síntesis que articula poesía, filología y
retórica; además ella es capaz de articular poesía y prosa; ella es capaz de
poetizar la vida y la sociedad.
La
propuesta hermenéutica de Schlegel se fundamenta no en una racionalidad
rigurosa sino que tiene sus bases en la fantasía y en el entendimiento
poetizante. El proceso comprensivo e interpretativo no sigue los cánones de una
racionalidad rigurosa sino que esta se comprende desde la adivinación, razón
por la cual la alegoría y el símbolo desempeñan un papel fundamental en su
propuesta de una crítica hermenéutica. Además es central en su pensamiento la
idea de una crítica poetizante y un arte mitologizante que habrían de conducir
al ideal de una legislación plena de lo bello (Ginzo 507).
Fue
mérito de Schlegel haber rastreado históricamente el fenómeno de la comprensión
en todos sus aspectos. Aunque pretende universalizar la hermenéutica, sin
embargo dicha universalización se realiza desde el fenómeno estético,
reconociendo que la estetización de la hermenéutica o una hermenéutica enfocada
desde lo estético no sería una hermenéutica subordinada a la hermenéutica general,
sino que esta aparecería como un proyecto general.
Cuando
Schlegel propone su proyecto de una crítica hermenéutica está siguiendo las
huellas del criticismo kantiano por cuanto todo proyecto interpretativo y
cognoscitivo requiere, de un lado, de la
mediación crítica, y de otro lado, de la mediación de la hermenéutica. En esta
mediación, en el caso concreto de Schlegel, se presenta una crítica
hermenéutica que tiene un carácter sincretista,
y en esto se está moviendo dentro del ámbito del sincretismo romanticista. Este
sincretismo presenta el proyecto hermenéutico en los términos de crítico,
poético, polémico, retórico, filosófico e histórico. Sin embargo, nuestro autor
nunca desarrolló un proyecto hermenéutico en firme; sus aportes a la
hermenéutica, de los que disponemos hoy, son reconstrucciones hechas con base
en aforismos, expresiones dispersas y fragmentarias, alusiones o sugerencias.
La
filosofía de la historia de Schlegel tiene básicamente tres marcos
referenciales: la modernidad, en el momento presente, está escindida; el reino
de Dios se ha de realizar en un tiempo futuro; y el
marco referencial del pasado, como lugar de tradición, en las culturas antiguas.
La historización de la antigüedad se da, para Schlegel, siguiendo el modelo
planteado por Winckelmann desde la utilización de la filología entendida esta como
medio. Por esta razón, Schlegel siempre
insistirá en que el filólogo ha de ser filósofo, el filósofo ha de ser filólogo. Por esta misma razón, uno de los proyectos de
Schlegel apuntaba hacia una fundamentación filosófica de la filología. En este
sentido, este autor trata de enfocar un proyecto hermenéutico que se entienda
como hermenéutica general o hermenéutica filosófica.
Otra
de las características importantes del pensamiento de Schlegel es la reflexión
que este hace de la relación entre el espíritu y la letra. Ambos elementos van en
una vía contraria el uno del otro. Mientras que el espíritu es infinito y debe
hacerse finito hasta quedar contenido en la letra, la letra es finita y tiene
pretensiones de infinitud. La letra es imperfecta e inacabada, además es
limitada y finita; a la infinitud del espíritu corresponde una infinitud del
saber ya que el saber como tarea y como proyecto se convierte en un fenómeno
infinito.
Para
el Romanticismo, la forma práctica de hacer filosofía se llama synfilosofía y ésta tiene como tarea
primordial y como objeto de estudio la historia del propio tiempo o un diálogo
filosófico con el propio tiempo, con la propia época. Pero en la propia época
intervienen varias épocas, de modo tal que entre la propia época y las épocas
que en ella confluyen se presenta algo así como una especie de fusión de
horizontes. El mismo Schlegel consideraba que la labor de la hermenéutica
consistía en entender a un autor mejor de cuanto él se entendió a sí mismo, idea que por lo demás era muy difundida en la época
Romanticista. Con ello en parte estaba sosteniendo la tesis antes mencionada,
según la cual la letra mata al espíritu, o incluso el espíritu desborda la
letra. Una obra de arte sólo es la posibilidad de ir más allá de ella misma,
una obra sólo es la posibilidad de captar el espíritu que le subyace. En este
sentido cada nueva interpretación es la posibilidad de que una obra se
perfeccione en la historia de las recepciones que se tengan de ella.
La
tarea de la comprensión se presenta como un fenómeno infinito e ilimitado; lo
que se intuye más allá de lo escrito y de lo dicho se convierte en la
posibilidad de nuevas experiencias que pueden ser dichas o escritas. Se
presenta así una tensión entre el espíritu y la letra, entre el caos y la
forma, entre lo finito y lo infinito. Esto a su vez se convierte en la
posibilidad de un saber adivinatorio e intuitivo, según el cual lo intuido y
adivinado supera lo dicho, lo escrito, lo expresado. Esta es la razón por la
cual se dirá que la letra mata en cuanto que la letra tiende a fijar y a
establecer en lo dicho o en lo escrito un determinado sentido, mientras que más
allá de lo dicho y establecido se adivinan e intuyen una infinidad de sentidos
aún no expresados. Es aquí donde tiene sentido, según Schlegel, la ironía, en
cuanto que esta trata de dar cuenta y forma a la tensión existente entre lo
finito y lo infinito, entre el entender y no entender, entre el sistema y el
caos, entre el saber y el inconsciente. Es justamente en este punto donde la
filosofía cesa y donde empieza la poesía.
El
movimiento que asoció y mancomunó a los pensadores romanticistas fue la Frühromantik. En dicho movimiento surgieron
algunos conceptos que lo distinguieron: synfilosofía,
synpoesía, syncrítica. Estos conceptos servían para expresar los proyectos
comunes que se proponían realizar dichos pensadores. Dicho movimiento se
concentra en una especie de asociación espiritual que aunaba sus esfuerzos con
miras a realizar tareas comunes (Ginzo 508).
5.2.5.
Novalis
La
tarea hermenéutica de Novalis podría tildarse de una hermenéutica estética. Sin embargo, en él no es posible hablar de una
hermenéutica explícita, sólo se pueden esbozar algunos rasgos que pueden
perfilar su aporte a la hermenéutica.
Novalis
habla de una poesía trascendental. Gracias a esta, el poeta se convierte en el
hombre trascendental. El poeta, en su poesía, trata de realizar y de formular
simbólicamente un mundo trascendental. En este autor se presenta lo que también
se podría llamar una historización del comprender; considera que se debe hacer
un proceso de reconstruir la historia cultural de la humanidad; igualmente
considera, como todos los romanticistas, que en el individuo se presenta y
actualiza el todo y que en el todo se actualiza y presenta la individualidad. Esto
genera tanto un proceso de receptividad como un proceso productivo: el
individuo produce con la mirada puesta en el todo; el todo produce con la
intención de individualizarse y concentrarse en el individuo; el individuo
recibe y recoge lo que el todo genera en él; el todo recibe y acoge la
individualidad para integrarla en su proceso de totalización.
Novalis
considera que el lector es algo así como un autor que se enriquece con lo que
lee, ya que en lo leído encuentra el material previamente elaborado por el
autor de la obra que se lee. Con esto se constituye algo así como una masa de
lectores que conforma lo que se podría llamar el
espíritu efectivo.
Novalis
considera que una obra trata de fijar un sentido, pero lo que realmente sucede
con la obra es que con ello se abre y se desencadena un horizonte infinito e
ilimitado de sentidos. Toda obra abre una posibilidad infinita de lecturas
sobre ella. Justamente este aspecto de la propuesta hermenéutica de Novalis nos
sitúa ante lo que podemos llamar el perspectivismo interpretativo.
Novalis
desarrolla también la dialéctica que propone y desarrolla Schlegel entre lo
conocido y lo desconocido, dialéctica que presenta como irresoluta; con esto se
pone de manifiesto el halo de oscuridad y de misterio que rodea a la realidad.
5.2.6.
Ast
Para
este autor, en la realidad se da una especie de comunión espiritual que la
unifica. Gracias a esta comunión espiritual es que el mundo se unifica y se
identifica en torno a la unidad y a la identidad. Sin esta unidad la realidad
se atomizaría, y esta atomización impediría un conocimiento de la misma.
Sostiene este pensador que mediante la comprensión tratamos de acceder a un
mundo extraño para familiarizarnos con él y para apropiárnoslo. Si mediante la
comprensión accedemos a un mundo extraño y si todo en el mundo extraño está
conectado por una especie de comunión espiritual, entonces se da una comunión
espiritual entre todo lo existente. Gracias a esta comunión podemos acceder a
la comprensión de mundos extraños y desconocidos.
Ast
considera que hay un origen histórico de la humanidad desde el punto de vista
cultural. En este sentido: “El comienzo de la formación en cuanto tal generó la
pluralidad, la oposición de los elementos, y finalmente, la consumación de la
oposición supone la compenetración de la unidad y de la pluralidad” (Ginzo
510). Desde aquí, Ast elabora una concepción hermenéutica de su filosofía de la
historia, y con ella, la historia de la
comprensión constituye una autocomprensión hermenéutica del originario espíritu
que se revela a través de sus manifestaciones. Por
esta razón, para que una obra redactada en una lengua extraña sea comprendida
debe cumplir tres pasos: la comprensión de los diferentes aspectos particulares
de una obra; la comprensión de las coordenadas culturales en que nació la obra;
la comprensión del espíritu originario de sentido y referente último de la
obra.
En
todo este proceso, el punto de referencia obligatorio lo constituye la
antigüedad ya que es una época especial que determina el proceso formativo de
la humanidad. Sin embargo, la cultura antigua tiene diferentes manifestaciones
culturales que la caracterizan. Sólo se alcanzará a comprender plenamente una
obra cuando se haya conocido el espíritu originario que subyace a la base de la
misma. Sin embargo, en este proceso comprensivo siempre se dará una
circularidad hermenéutica. Según esta, lo individual debe comprenderse desde el
conjunto y desde el conjunto debe ser comprendido lo individual; ni lo
individual se comprende sin el todo, ni el todo se comprende sin lo individual;
en cada elemento individual se encuentra el espíritu de la totalidad.
IV.
Época
contemporánea
1.
Una
mirada histórico-filosófica de lo que ha sido la filosofía hermenéutica en el
siglo XIX-XX[2]
Durante el siglo XIX tienen asiento los grandes sistemas
que reaccionan contra la propuesta filosófica de Kant,
básicamente el Romanticismo y el Idealismo.
¿Cuáles eran aquellos grandes problemas que había planteado la teorización
kantiana y contra los cuales reaccionaron el Romanticismo y el Idealismo?
Primero que todo habría que decir que Kant propuso que la realidad sólo se
podría conocer a partir de lo que fenoménicamente ella nos revela de sí misma;
a la par con esto, y consecuentemente, sostenía que lo nouménico, la realidad
en sí, hacía parte de lo incognoscible. En un segundo momento Kant había hecho
una separación radical entre la razón práctica y la razón teórica, abriendo así
un abismo entre la causalidad y el ámbito de la libertad; con su famosa
afirmación del imperativo categórico, Kant hace una separación radical de la
continuidad entre moralidad y experiencia.
Frente a esto, el Idealismo empieza a buscar una
justificación ideal que explique el despliegue de la realidad, de la cultura y
de la historia hasta llegar a convertirla en conciencia filosófica, y sobre todo,
en conciencia de una época histórica. En este contexto existía la idea de que
el mundo era una totalidad de sentido que podía ser explicado desde un punto en
el cual se abarcase dicho sentido.
Si la cosa en sí era lo incognoscible, entonces al ser humano
no le quedaba otra opción más que dedicarse al estudio de la realidad, hecho
que era considerado como una forma de superar la escisión que se daba entre
sujeto y objeto, conciencia y naturaleza. De esta forma, entre ellas no se daba
una ruptura o separación sino una continuidad. La realidad se presentaba como
un continuo proceso que tenía caracteres teleológicos, según los cuales es un
proceso que va de lo inorgánico a lo orgánico, de lo instintivo a lo consciente.
Según esta propuesta, el espíritu se manifiesta primero como naturaleza, y
luego, en un proceso evolutivo, se presenta como autoconciencia. Así se llega a
la afirmación de la Idea, entendida esta como el principio básico que determina
la realidad.
Otro de los grandes problemas que se suscitaron respecto a
la teorización propuesta por Kant y por el Idealismo fue lo que se llegó a
llamar el exceso de la teorización y de la abstracción en la que había caído el
quehacer filosófico. Frente a esto, el Romanticismo inicia una crítica a la Ilustración,
pues ésta consideraba tanto al ser humano como a la historia en términos de
principios y leyes universales, que hacían de ellos algo inmutable y atemporal.
Frente a dicha crítica se presenta, como reacción, una historización del ser
humano, de la razón y de la historia misma en cuanto tal. La razón, el ser
humano y la historia se hacían objetos de estudio que se debían comprender
desde las condiciones históricas que las determinan. Con esto, lo histórico
gira en torno a una explicación de lo individual y al desarrollo que este
presenta. Con esto, la razón humana y sus facultades quedan reducidas no a
principios a priori universales, sino
que quedan reducidas a procesos históricos. La razón se ve reducida a la
historia. La conciencia histórica se vuelve ella misma histórica y finita. Con
ello dicha conciencia tiene una gran tendencia al relativismo y al
escepticismo; con ello se da un gran rechazo a las tendencias que intentan
explicar la historia desde principios a priori
y a la sistematización de la filosofía de la historia; con esto se explica lo
individual desde sí mismo, desde sus relaciones contextuales y desde lo
intuitivo.
Pero lo individual necesita ser sistematizado, no puede
reducirse a la mera apreciación fenoménica y a la relacionalidad que esta establece.
Esta necesidad se enmarca dentro de la insuficiencia que presentaba lo metafísico
propuesto por la filosofía idealista de Hegel, pues este quería explicar la
individualidad desde un gran sistema que, al tratar de explicarla, la anulaba y
la eliminaba. Sin embargo, no la explicaba satisfactoriamente desde sí misma.
La individualidad quedaba sometida a unas propuestas filosóficas basadas en
sistemas abstractos, que no alcanzaban a dar cuenta de ella. Justamente, aquí
es donde se da la coyuntura que, articulando el Idealismo, el Historicismo y el
Romanticismo da origen a la reflexión hermenéutica entendida tal y como la
comprendemos en nuestros días.
Fue con Schleiermacher con quien empiezan a perfilarse los
elementos hermenéuticos que constituyen la hermenéutica filosófica, no en
términos de preceptiva sino en términos de problematización del comprender
mismo, es decir, cuando el comprender se hace un problema, cuando el comprender
se entiende no como un saber o una razón universal sino que se lo puede
rastrear desde la historia, desde las distintas manifestaciones culturales, desde
las diferentes perspectivas. Cuando el comprender se hace un problema, entonces
la hermenéutica empieza a tener una nueva connotación.
Si la comprensión se hace problemática, si ya no se
presupone, si pierde unidad y coherencia, entonces esta necesita ser explicada
desde diferentes perspectivas: desde un diálogo con los hechos históricos,
desde un diálogo con las diferentes culturas, desde el diálogo con lo ajeno de
las tradiciones que de una u otra manera son determinantes para los contextos
sociales.
El problema hermenéutico del siglo XIX se plantea frente al
hecho de que el comprender mismo en cuanto tal se hace problemático. Esta problematicidad
le viene dada desde la historicidad, pues como en épocas anteriores, se
presenta la necesidad de comprender y entender a una época que es lejana y
distante. Dicha comprensión no puede estar basada en la universalidad ni en la
inmutabilidad de la razón, sino en la multiplicidad fenoménica del espíritu en
que se manifiesta la razón. El verdadero problema es cómo superar el abismo que
separa el aquí y el ahora de cualquier contenido de sentido experimentado en
otra época, y por lo tanto, extraño para el ahora. Justamente en Alemania quienes
se ocuparon de esta problemática recurrieron a conceptos tales como lo
adivinatorio y lo intuitivo.
En este mismo contexto se encuentra que la comprensión, al
ser un proceso histórico y finito, es un proceso abierto a nuevas
constelaciones de sentido. Dicha universalización del comprender da a la
hermenéutica todo un giro y la coloca justamente en la tarea de una
autocomprensión permanente de sí misma.
Si la razón es un hecho histórico y no es un concepto
universal, necesariamente está vinculada a los lenguajes que corrientemente se
hablan. En esta medida se convierte en un hecho de sentido; luego, la razón es sentido; éste se convierte en el
fundamento del comprender.
¿Por qué la coyuntura hermenéutica se da en el siglo XIX?
Con Droyssen y Dilthey se dan por diferentes caminos las grandes
desfiguraciones del comprender humano. En otros términos, es posible decir que
ellos son los responsables de las grandes tergiversaciones que se presentaron
acerca de la comprensión.
Los métodos de la interpretación retórica, gramatical y
alegórica constituyen la prehistoria de la hermenéutica, vista desde la cultura
griega. Ya desde esta época es posible percibir
la importancia de la hermenéutica para los jurisconsultos, importancia que se
capta en el hecho de que el juez interpreta la ley desde la situación
particular de quien delinque.
Igualmente hay que tener en cuenta que la hermenéutica ha
sido tema fundamental en el ámbito religioso, teológico y en el ámbito de lo
sagrado. Aquí la hermenéutica empieza a tener una connotación negativa ya que
se trata de interpretar correctamente la Sagrada Escritura.
El impulso más importante que recibió la hermenéutica fue
con la Reforma protestante, con el resquebrajamiento de las tradiciones; en estos
momentos la hermenéutica aflora de modo especial. Con el advenimiento de la Ilustración
hay una preocupación por encontrar las leyes universales de la comprensión. Kant con su filosofía crítica reduce el mundo a lo
fenoménico y rechaza el mundo nouménico bajo el pretexto de que a ello no se
tiene acceso; con ello se separa al ser humano de la realidad. Igualmente grave
es la separación que Kant hace entre la razón práctica y la razón teórica, entre
la causalidad y la libertad; el ser humano queda marginado de la realidad, la
razón humana queda escindida.
La reacción contra Kant por parte del Idealismo se puede
rastrear en la filosofía sistemática, la que desde el sistema intenta abrazar
la realidad como totalidad suprarracionalista y con ello instaurar una crítica
al carácter escindido de la realidad en que la había dejado Kant. Lo
incognoscible deja de existir, no hay límites para el conocimiento. Naturaleza
y conciencia, realidad y razón empiezan a hacer parte del todo, se llega a la
totalización del sistema que abarca el todo. En este sentido hay que mencionar
como el último gran sistema filosófico el hegeliano: mientras que Kant intenta
fragmentar, Hegel intenta sistematizar.
El Romanticismo le critica a la Ilustración su concepción
de la naturaleza humana bajo la noción de idea, es decir, del principio general
e inmutable. Como contraposición a este hecho surge en el Romanticismo la
afirmación de la historicidad de la razón. Así, el historicismo se contrapone
al criticismo y al apriorismo criticando su carácter de inamovible y suprahistórico,
mientras que para el historicismo, al igual que para el Romanticismo, se da una
supremacía de lo individual y del ahora. La razón queda reducida al ahora; hay
un interés muy marcado por lo intuitivo, y con ello, por el acceso no mediado
que permite la comprensión de la individualidad.
La historia empieza a presentarse como historicismo. La
unidad de la razón no se puede superar; entonces hay un resquebrajamiento de la
misma, y con ello se ve la necesidad de recurrir a los arquetipos de carácter histórico.
Las ciencias se encuentran ante la necesidad de justificarse, sobre todo las
ciencias históricas y las ciencias humanas.
En este contexto dos grandes historiadores: Droyssen y
Dilthey, tratan de justificar las ciencias históricas. Para ellos el problema
latente es cómo hablar de hechos históricos que no caigan en el relativismo, cuyas
consecuencias no conlleven al relativismo. Con ello se está poniendo de
manifiesto el problema del perspectivismo.
En el centro del siglo XIX está el positivismo de Comte, quien
influye en el positivismo imperante del siglo siguiente, debido a su insistencia
en la observación de los hechos y en la búsqueda de las leyes que determinan el
conocimiento humano desde la observación de los hechos. En este contexto es
necesario recalcar el postulado defendido por el marxismo al sostener que la
historia humana llegaría a su culmen cuando las ciencias sociales se hicieran positivas,
de modo que el día que la sociología sea una ciencia positiva ese día será el
final de la historia. Este postulado muestra la amplitud del método positivo,
pues el saber sólo tiene un método y este es el método positivo. La tendencia
de las ciencias a ser positivas es la muestra de que todas debían recurrir a
estos patrones para poder adquirir un estatuto que las autojustifique. Hacia
1860 las ciencias están llegando a su vértice más alto; por esta época empieza
en Alemania a hablarse de ciencias del espíritu (Geisteswissenchaften).
Droyssen argumenta una metodología para las ciencias del
espíritu que comienza por el trabajo académico de los historiadores, por las reflexiones
en torno a la epistemología del quehacer del historiador, siendo la historia la
ciencia humana por excelencia. Para esto recurre a un Kant visto desde la
perspectiva de la historia. Droyssen sabía que el éxito de las ciencias
naturales se debía al método y a la claridad que dichas ciencias tenían de él;
es entonces cuando este autor empieza a pensar en la elaboración de su texto Histórica.
Si la historia se resiste a la utilización del método
físico-matemático, entonces es necesario
inventar un nuevo método. La propuesta de Droyssen consiste en mirar todos los
métodos que utilizan los historiadores y desde ahí extraer un método para hacer
historia científicamente. Con este autor la ciencia histórica se comprende como
comprender e investigar. Comprender es lo que singularmente aprehende el
historiador, es aprehender lo individual; comprender es algo que vale para toda
la producción humana; nada hay que no sea producido por el ser humano y que no
se pueda comprender; comprender es lo más humano que pueden hacer los seres
humanos; en esto consiste la congenialidad: en el hecho de que lo humano sea
comprendido desde lo humano. Lo que el historiador aporta al saber histórico es
su visión universal.
Por su parte, Dilthey intenta hacer una crítica de la razón
histórica, a partir de la cual se esfuerza por legitimar una epistemología de
las ciencias humanas, distinta de la de las
ciencias naturales. Su estrategia consiste en sostener que a la naturaleza la
explicamos, mientras que al espíritu lo comprendemos. Según Dilthey, lo que
permite comprender la metodología de las ciencias humanas es una psicología
comprensiva que parte del contexto global de la vida, la que a su vez parte de
la vivencia (Erlebnis). Igualmente
sugiere que el ser humano tiene acceso a su vivencia para observarla, entiende
que la vivencia es algo que se da inmediatamente y es el camino más cercano e
inmediato para abordar la vida anímica. La vivencia es algo siempre presente,
algo actual; en la vivencia lo subjetivo y lo objetivo no se pueden separar; en
ella tampoco se diferencia lo psíquico de lo físico; la vivencia se ubica en un
contexto vivencial comprensible. En este sentido afirma la ecuación
vivenciar=comprender=interpretar. Sin embargo, Dilthey mismo se da cuenta de la
estrechez de su teoría.
Hacia 1920 surge el rey secreto de la filosofía alemana,
término con el que se designa a Heidegger; lo que le hizo famoso fue su interpretación
del pensamiento aristotélico. Frente a una interpretación de carácter
academicista, Heidegger propone una interpretación de carácter existencial,
fáctico. En este sentido cabe anotar que Heidegger trató de luchar contra la
enajenación que había contra el ser humano; a la base de sus análisis están la Ética nicomáquea, la Física y la Retórica. Heidegger convierte las virtudes dianoéticas establecidas
por Aristóteles en modos fundamentales propios del ser humano. Fundamentalmente
el aporte de Heidegger a la hermenéutica se debe rastrear en los escritos de
juventud.
2.
Aportes
de Heidegger a la hermenéutica
La existencia humana es un ahí, un ámbito de apertura en
orientación actuante. En este sentido se debe comprender el mundo como un
horizonte de comprensión, en el que se encuentran las cosas siempre como algo,
apuntando a algo más allá de lo que se encuentra en ellas. El ser de carácter
práctico e instrumental es el primer sentido de las cosas; así, ellas son algo
para algo. Ese sentido es lo que Heidegger considera como la articulación humana que es la base para todos los demás sentidos y para
las demás interpretaciones. Esta comprensión es el ahí, es la base del
comprender humano. Lo más propio del comprender humano es que el yo es una
apertura en comprensión de carácter actuante. Comprender e interpretar ya no
son actos intencionales; son rasgos primarios del ser humano, modos de ser del ser humano que constituyen la
facticidad del ser-ahí, entendida como una apertura que trata de comprender lo
que es. De ahora en adelante, volver la mirada al ahí del ser-ahí sólo se
comprende como un hecho que se da en la temporalidad: comprender a su vez la
comprensión de la temporalidad. En este sentido, la existencia se comprende
como ex-istir, lo que a su vez se comprende como el hecho de que el ser humano
esté volcado fuera de sí hacia lo que es. Estar volcado fuera de sí hacia lo
que es: en esto consiste el ex-istir. Ya Scheller había insistido en el hecho
de que el comprender es algo que se da con base en lo que ya somos, estar
metidos en una facticidad. El existir tiene el carácter de un proyecto y en
este reside el poder ser del futuro. Ahí se da un volcamiento hacia el futuro
en el cual nos proyectamos. La comprensión es el
fenómeno temporal de la existencia; es el estado de abierto de la finitud humana:
tener, ver y concebir previo hacia el cual se proyecta el comprender humano (cf. Heidegger, Ser y tiempo §§ 32,
33, 34).
El comprender humano presupone lo previo, lo precomprendido,
la precomprensión, teniendo siempre presente que
el comprender jamás parte de cero; el comprender es una experiencia que se da siempre en un contexto, en un entorno de determinaciones.
Ver intencional, ver entorno a… es una de las
características que definen al ser humano por excelencia. Dicho ver no es el
ver observacional propio de las ciencias, sino un ver entorno que nos permite
orientarnos en los momentos en que nos encontramos en la vida. En esto consiste
la phronesis, el buen sentido, la
virtud humana por excelencia; el oír, la escucha está atenta a lo que acontece
a nuestro alrededor.
El acto de comprensión siempre parte de presupuestos, son estos los que nos permiten comprender. El ser humano sólo
puede comprender a la luz de lo que ya ha comprendido. Lo previamente
comprendido es la base sobre la cual se orienta todo nuevo comprender; de ahí
se deduce la circularidad del comprender, lo que en hermenéutica se ha llamado
el círculo hermenéutico. La novedad
siempre está relacionada con lo acontecido.
Con la propuesta de Ser
y tiempo queda suprimida la deformación metódica instrumental del
comprender, tal y como lo entienden las ciencias naturales. Para Heidegger, la
comprensión es la movilidad fundamental del ser humano, es un rasgo fundamental
del ser humano. La historicidad es ahora una connotación del ser de la existencia
que discierne en el sentido de que el ser humano asume su existencia como un
comprender; esto tiene en Heidegger una
connotación de facticidad y con ello de finitud.
La propuesta heideggeriana parte del enunciado común y más
conocido según el cual el principio de identidad suena A=A, A es igual a A; en
ello suena una igualdad, pero realmente no es eso lo que quiere decir dicho
principio porque todo A que siendo igual a sí mismo no necesitaría de un
segundo término para sostener o afirmar su identidad. Si ese fuera el caso de
lo que el principio quiere decir no se necesitaría del mismo término repetido.
Si lo que el enunciado quiere decir es que lo mismo es sí mismo en cuanto
mismo, lo mismo habla de sí en lo mismo, entonces el enunciado precisa la necesidad
de la mediación y en ese caso lo mismo en cuanto mismo para sí necesitaría de
la mediación del concepto, de la palabra para llegar a la esencia de su
identidad.
Sin embargo dice Heidegger que esta no es la esencia del
principio de identidad, que si se quiere acceder a ésta hay que prestar oído a
lo que el principio de identidad tiene para decirnos, y lo que tiene para
decirnos sólo lo podemos escuchar si accedemos a ello en el terreno originario
donde nace.
Por un lado, los latinos hablan de Idem y los griegos hablan de τό αὐτό. Para escuchar este término en sentido
griego hay que remitirse a Parménides cuando dice que “lo mismo es el pensar
que el ser”. Salta inmediatamente una pregunta: ¿qué es este lo mismo? ¿A qué
se refiere?
Heidegger empieza por rastrear la mutua pertenencia entre
pensar y ser que fue presentada a la manera de una co-ordinación, es decir,
presentando la primacía de un término sobre otro. Sin embargo, esta es la
manera como el pensamiento metafísico planteó la mutua pertenencia de ser y pensar.
Lo mismo se puede decir de la presentación de ambos términos a la manera de la
alternancia o de una pertenencia. Pero en todos esos casos, si realmente se
quiere llegar a comprender la esencia de la identidad, se hace necesario un
salto. Inmediatamente surge la pregunta: ¿un
salto a dónde? ¿Al abismo?
Si se piensa el salto al abismo se sigue pensando en los
términos en los cuales la metafísica tradicional pensó la mutua pertenencia
entre pensar y ser; pues el abismo es una representación que se da a la manera
como la metafísica buscó la representación en la línea del pensar objetivante.
A este respecto Heidegger se hace la pregunta sobre el salto
en los siguientes términos: ¿a dónde salta el
salto cuando salta desde el fundamento? ¿Salta a un abismo? Sí, siempre y
cuando nos limitemos a representar el salto, y en concreto, en el horizonte del
pensar metafísico. No, mientras saltemos y nos dejemos ir. ¿A dónde? Allí a donde ya somos admitidos: la
pertenencia al ser. Pero el ser mismo nos pertenece, pues sólo en nosotros
puede presentarse como ser, esto es, llegar a la presencia (Heidegger, Identidad 78-79).
Surge la pregunta: ¿qué es el salto? Heidegger nos dice que:
El salto es la puerta que
abre bruscamente la entrada al dominio en el que el hombre y el ser se han
encontrado desde siempre en su esencia porque han pasado a ser propios el uno
del otro desde el momento en el que se han alcanzado. La puerta de entrada al
dominio en donde esto sucede, acuerda y determina por vez primera la
experiencia del pensar (Identidad 79).
3.
Aportes
de Gadamer a la hermenéutica
Verdad y método
es la configuración más articulada de la hermenéutica. Este
texto fue publicado por Gadamer en 1960, cuando contaba con sesenta años de
edad, y en él instaura lo que se llamó la urbanización del pensamiento
heideggeriano.
El problema hermenéutico surge de la enajenación de la
conciencia estética: la pretensión de verdad que impone la obra a reducir lo
estético a algo fugaz, y con ello, a una
escisión entre lo pasado y lo presente.
El punto de partida de Gadamer son las ciencias humanas y
la disputa con Droyssen y Dilthey. En este sentido, Verdad y método propone una reflexión sobre el problema de la
verdad inherente a la obra de arte. Según el Romanticismo, la verdad de la obra
es la reproducción tal cual la propuso el autor; el sentido de la reproducción es
lo que el artista pensó: en esto se resume la propuesta del movimiento
romanticista.
El juego es el modo como Gadamer muestra la inconsistencia
del esquema sujeto-objeto propio de la modernidad. El comprender es como un
juego, es algo suelto en el que arriesgamos algunos prejuicios. El sujeto del
juego son los jugadores mismos; éstos se olvidan de sí mismos, olvido de sí que
no es pérdida sino aligeramiento de la vida. En este sentido se puede decir que
jugar es representar un papel que determina a quien juega. El actor juega a ser
otro, el actor no juega a ser sí mismo, sino que juega a ser otro. En el juego
no se contraponen sujeto-objeto, conciencia e inconciencia; todo comprender es un
acaecer donde está en juego el ser que comprende: esta es la tesis central de
Gadamer.
La apertura dialógica hacia el otro es la actitud
fundamental de la existencia humana. La comprensión parte del ejercicio de que
yo puedo no tener razón y de que el otro la puede tener, de estar abierto al
hecho de que lo otro se puede dar. Dialogar es poner en juego las concepciones
propias asumiendo o suponiendo que los otros pueden tener razón.
El diálogo es un juego en el que uno tiene que estar
preparado para que el otro gane. Gadamer tiene la tendencia a considerar la
comprensión como un diálogo en el cual se pueden superar los puntos de vista
personales. El diálogo es algo tan poco manipulable como lo es el juego. El
diálogo toma un rumbo que no se puede predecir, que no se puede manejar. Lo que
sale del diálogo no es la palabra tuya ni mía sino que es el pensar mismo. El
diálogo es la estructura del pensar mismo.
Todo diálogo presupone el lenguaje común, lenguaje que no
es la copia mental de la realidad, sino el hacer de la cosa misma de que se
trata. Es este hacer lo que, en el momento del diálogo, capta quién habla. El
lenguaje es el mostrarse de lo que es; lenguaje y mundo son dos cosas indistintas;
lenguaje y mundo se constituyen en un ámbito de apertura que se manifiesta a la
manera del lenguaje. Antes de la palabra no se da nada;
la palabra le da plenitud a la cosa que se da a sí misma. El lenguaje es
también juego ya que nosotros no lo controlamos: es él quien nos juega, es él quien nos controla. Lo anteriormente enunciado
contradice la idea moderna del lenguaje entendido
como convención; en contraposición a esta idea, contemporáneamente se dirá desde
Gadamer que el lenguaje es el elemento del existir humano, el elemento del
habitar humano: el lenguaje es la casa del ser.
Lenguaje y comprensión, lenguaje y mundo son dos
indistinciones que para Gadamer recogen el sentido de la hermenéutica; así se
da el alcance universal del comprender, y con ello, el comprender como un hecho
histórico. La historia rebasa lo que podemos comprender sobre ella, y sin
embargo, esa historia condiciona lo que nosotros somos, condiciona nuestro ser
más allá de lo que podemos saber de ella. Todo intento por comprender la
historia está siempre determinado por los efectos de la misma; esto es lo que
Gadamer llama la historia efectual. Siempre nos encontramos en una situación
que no podemos objetivar definitivamente.
La situación tiene siempre un horizonte que está en vías de
expansión. Con ello se da lo que se llama un desplazamiento de horizontes, el
cual hace que nuestro proceso comprensivo sea siempre algo en expansión y
siempre algo por hacerse y realizarse.
3.1. La comprensión: movilidad
de la existencia temporal y finita
La teoría romántica para la comprensión propone que uno
puede salir de su propio horizonte de comprensión, es más, debe negar su propio horizonte para ponerse en el
horizonte del otro. Sin embargo, desde la perspectiva hermenéutica, dicha
teoría se presenta como algo imposible de realizar, ya que la experiencia como
tarea humana consiste en hacernos conscientes de nuestros propios prejuicios
para abrirnos a la riqueza que el otro nos puede aportar.
Una tradición sólo lleva o merece su nombre en la medida en que se renueva, en la medida en que se moviliza y nos
moviliza. En este sentido, el comprender es un despliegue del saber práctico de
la vida humana, es un saber que no se perfecciona en la universalidad de los
conceptos generales sino en la aplicación concreta; es poder captar lo que sea el
caso y lo que sea del caso. En este sentido, lo que sea el caso y lo que sea
del caso es algo que cambia constantemente, se presenta un cambio permanente de
lo concreto; se manifiesta así un saber que, en virtud de la orientación
práctica, se convierte en parte del propio ser, se hace costumbre. Aquí está
implícita la lucha constante contra una tradición y una historia que nos
interpela y nos cuestiona.
3.2. Meditaciones sobre el
método
Para la época de Bacon se presentan una serie de
descubrimientos que están transformando la vida humana, tales como el papel, la
imprenta, la pólvora, el azúcar, etc. De ellos deduce este pensador que se
necesitan nuevos descubrimientos para que la humanidad manifieste su proceso de
avance, su desarrollo. Desde esta óptica se empieza a trivializar a Aristóteles,
su lógica, lo mismo que la visión propuesta por la medievalidad. Se empieza a
perfilar la idea de que el hombre no es idóneo para conocer, que los sentidos
nos engañan, que nos dan un conocimiento que no es compartido por todos; la mente es un espejo
infiel a la realidad; el lenguaje sólo crea problemas; las teorías no tienen
ningún sentido. Con lo anteriormente dicho se plantean las insuficiencias
epistemológicas del ser humano; entonces se recurre a la necesidad de buscar un
instrumento que ayude al hombre en su proceso de conocimiento y que supla sus
carencias.
Si se quiere llegar al saber y al conocer es necesario
renunciar a la historia. En este sentido, se puede decir que para conocer no se puede seguir
mirando hacia atrás. En esto consiste la conciencia de la modernidad. Los
modernos tenían la conciencia de que sabían más que los antiguos por estar temporalmente
más adelante respecto a ellos. Con el paso del tiempo se incrementa el
conocimiento, se acumula el saber; con esto queda contramarcada la idea de que
el progreso es igual a la novedad y a un estado superior en el tiempo.
Bacon propone la interpretación de la naturaleza, y desde ésta,
la idea directriz de la modernidad según la cual “saber es poder”; propone la
interpretación de la naturaleza pero bajo la mirada atenta de un método, de un
camino que regule y vigile la mirada que el hombre hace de ella. El objeto del
nuevo método es espiar a la naturaleza para despojarla de sus secretos,
despojándola de la oscuridad en que vive sumergida, pero despojándola a la
fuerza: abordar la naturaleza tratando de robarle sus secretos. Bacon completa
su reflexión escribiendo una utopía, la Nueva
Atlántida, que es una isla imaginaria gobernada por científicos y sabios.
La modernidad está caracterizada desde sus inicios por una
reflexión sobre el método. Todos los saberes tienen diferentes escuelas; sin
embargo, la intención es aplicar el mismo método para todos los saberes. Unido
a este planteamiento sobre el método, la ciencia plantea el problema del progreso;
el método está referido al avance, al progreso.
Bacon sostiene además que el método científico es el único camino para llegar
al avance y al progreso. Por otro lado sostiene que el método compensa las
desigualdades naturales que hay en el hombre y entre los hombres. Estos son los
elementos ideológicos que son inherentes al método científico.
El centro de gravedad del conocimiento se desplaza hacia lo
nuevo. Por ello es que la modernidad se plantea la necesidad de buscar y
encontrar lo nuevo, hecho este que sólo se podía alcanzar con el método
científico, pues el método que la humanidad había utilizado hasta entonces no
había servido para nada. En este sentido es idea corriente en la modernidad que
el método científico ayuda a descubrir y encontrar cosas nuevas. El afán de
novedad propugnado por la modernidad tiene su asiento en la insistencia en el
método, ya que éste se convierte en el camino que conduce a la novedad, al
alcance de nuevos eventos, de nuevos horizontes, de nuevos espacios.
Uno de los detalles que muchas veces se olvida sobre
Descartes es que éste era matemático, razón por la cual su foco de atención no era
tanto la verdad sino la certeza. Para él como para Bacon, los sentidos engañan
al hombre, nunca se puede estar seguro de lo que éstos nos dicen; por el
contrario, de lo que sí se debe estar seguro es de aquello que se puede
construir en el ámbito de lo matemático y lo geométrico. Lo que el propio
entendimiento puede construir mentalmente es lo único que tiene sentido; la
realidad real no tiene sentido, la realidad construida en el entendimiento es
la que tiene sentido. Para Descartes tiene una gran importancia al método
deductivo, razón por la cual se distancia de los saberes propios de las
ciencias humanas caricaturizándolas. A este respecto recuerda en El discurso del método que había leído a
los clásicos, pero que con su saber no aportaban nada nuevo, que había
aprendido muchas lenguas y muchas tradiciones, pero que
eso no le aportaba nada nuevo al saber. Consideraba que sólo las matemáticas
y la geometría aportaban algo nuevo al saber.
Después de Descartes, el
método hace carrera con Kant cuando considera la Crítica de la razón pura como la construcción de un sistema
metódico al servicio del saber. Después de Kant, el método se vuelve objeto del
empirismo, el positivismo, el positivismo lógico, etc. Para estos, método y
racionalidad se consideran como sinónimos, tanto la racionalidad como el método
adquieren un mismo estatuto epistemológico.
Además de estos elementos que se han mencionado sobre la
caracterización del método, se plantea la necesidad de que el método científico
sea uno, único y excluyente; no así en la antigüedad cuando se creía que a cada
cosa le correspondía un método. A partir de la modernidad, el método científico
se aplica a la verificación, al deseo de ganar y adquirir conocimiento. El método
científico, en lugar de describir la naturaleza,
trata de normalizarla y de transformarla buscando las leyes a que se ajustan
los fenómenos y que determinan dicha transformación. Por otro lado, la verdad
se asimila al método, se acredita en las teorías científicas y se demuestra en
ellas. Esta concepción sobre la verdad y el método es la que Gadamer quiere problematizar.
Objetividad significa exclusión de la subjetividad, pero en
el fondo de lo que se trata es que la realidad se ajuste a una teoría que es
una construcción humana. Dicha objetividad es una propuesta que está al
comienzo de la época moderna. Justamente, este divorcio
entre subjetividad y objetividad es lo que propicia la reflexión en el marco
del Romanticismo para tratar de eliminar dicha exclusión y separación.
Las ciencias humanas en el siglo XIX se sienten con un
complejo de inferioridad frente a las ciencias naturales, para las cuales se
acomoda muy bien el método científico. Gadamer
presenta un argumento donde muestra la posición de Helcox según la cual todas
las ciencias son inductivas, incluidas las ciencias humanas, pero éstas
funcionan mediante una inducción artístico-instintiva, mientras aquéllas lo
hacen mediante una inducción lógica. Las ciencias humanas necesitan de cierto
tacto, y de otras capacidades como la memoria, el reconocimiento de autoridades;
además, no están sometidas a las lógicas
consecuentes. ¿Qué es el sentido del tacto? Es algo que tiene que ver con estar
a la altura de las circunstancias; no se refiere a la recurrencia a nociones
generales o universales, sino que es la recurrencia a las circunstancias, estar
a la altura de dichas circunstancias.
Después de Descartes, y con todos los filósofos modernos,
hay una cierta actitud crítica frente al humanismo incluidos Hegel y Heidegger.
Cuando Gadamer se refiere al humanismo está haciendo referencia a un fenómeno
cultural alemán de los siglos XVIII-XIX: se está refiriendo al clasicismo
alemán. Para el clasicismo alemán fue fundamental y determinante la formación
individual o la formación del individuo.
Según esta formación individual, el ser humano tiene como
tarea fundamental la de formarse a sí mismo. La formación es bien expuesta por Hegel
cuando fue rector del Gimnasium de Nüremberg. Según Hegel, el hombre no es un
ser formado por naturaleza, sino que debe formarse; formarse es elevarse
partiendo de un saber particular de las cosas a un saber universal. Esto es lo
que implica el término alemán Bildung.
De acuerdo con este concepto, el ser humano debe ir ampliando cada vez más su
horizonte de comprensión, yendo siempre cada vez más lejos; cuando el ser
humano hace esto, empieza a relativizar su propio horizonte de comprensión,
pero también a ampliarlo cada vez más. La universidad alemana se funda sobre
las ideas hegelianas respecto a la Bildung.
Cuando Gadamer habla de hermenéutica se refiere a la ampliación del horizonte
de comprensión que se lleva a cabo en el proceso de formación.
Entre Gadamer y Heidegger se da un distanciamiento, pues
Gadamer estudia filología, por lo que se distancia de Heidegger cuando ve que
éste rechaza la historia de la metafísica reconociéndola como la repetición de
un error, de un olvido que se habría dado con Platón y con Aristóteles. Gadamer
disiente de esta lectura, pues mientras que Heidegger destruye la historia de
la filosofía europea, Gadamer ve en la tradición un apoyo que las generaciones
enriquecen a medida que avanza el tiempo. Las generaciones humanas se enriquecen
con los aportes obtenidos a lo largo de la historia de Occidente. Los términos
en los que Gadamer se expresa respecto a esta confrontación se enmarcan dentro
de la discusión acerca del lenguaje de la metafísica del cual, a los ojos de
Heidegger, siempre seremos prisioneros. Por su parte, Gadamer sostiene que no existe
tal lenguaje de la metafísica, que existe un lenguaje en el cual la
conceptualidad de la tradición metafísica continua existiendo desde formas
diversas, así como en el lenguaje del Idealismo alemán continua hablando el
lenguaje de la filosofía griega en su visión latinizada, y en el cual los
representantes del Idealismo alemán han introducido innovaciones lingüísticas
basándose sobre todo en la traducción de la Biblia hecha por Lutero y en el
lenguaje de los místicos.
3.3. Conceptos que
Gadamer retoma del humanismo
Según Gadamer, es Kant quien inicia la interpretación
errónea que a lo largo de la historia moderna, y en parte también de la contemporánea, se ha hecho de las ciencias humanas. Por
ello Gadamer (2005) va más allá de Kant y de la caracterización moderna del humanismo,
cuando habla de los conceptos básicos del saber humanista:
·
Formación.
Gadamer se remite a Herder y a Hegel para caracterizar lo que es la formación,
entendiéndola como la capacidad de dar forma a las capacidades y cualidades
naturales del hombre. Gracias a su formación, el hombre empieza a alejarse de
lo individual hacia la generalidad, ganando horizontes cada vez más amplios;
generalidad que no es universalidad, pues no tiene nada que ver con las leyes
universales ni generales. La formación referida a la racionalidad no es como
Kant suponía un estado apriorístico, pues no está referida a la mera
información teórica; la racionalidad humana se caracteriza por su finitud. Desde
este punto de vista, formarse es mantenerse abierto hacia los puntos de vista
de los otros y de lo otro; el que se va formando gana una visión compartida, se
va apropiando de un sentido común (Id. 38-46).
·
Sentido
común (sensus comunis). El sentido común es un saber
compartido, es un saber básico que se comparte con una comunidad, que es
decisivo en el momento de orientar la vida y que Gadamer asocia a la retórica entendida en el sentido de mostrar probando,
suscitando reacciones y efectos en los oyentes (Id. 49).
·
La
capacidad de juicio. Noción cercana a la noción de
sentido común, es menos una capacidad que una exigencia; es la capacidad de
poder juzgar sobre muchas cosas, de elaborarse el juicio acerca de muchas cosas
(Id. 61).
·
El
gusto. Tener gusto es tener la capacidad de juzgar. El
gusto tenía una connotación de conocimiento, y sin embargo, es una orientación.
Por esto era más moral que estético. Gadamer
recurre a Baltasar Gracian para hablar del hombre en su punto, el hombre que
está a la altura de las circunstancias, aquel que sabe distanciarse, el que
sabe elegir, el que sabe optar. El gusto es una capacidad intelectual, social
que se comparte entre varios (Id. 68).
Estas categorías le sirven a Gadamer para mostrar que las
ciencias humanas son algo totalmente distinto de las ciencias naturales.
3.4. La experiencia
hermenéutica
Dos aspectos aparentemente contradictorios dentro de lo que
es la experiencia del comprender, pero que en el fondo se manifiestan como
complementarios, son la circularidad de la comprensión y el carácter de
apertura del comprender.
Gadamer (Estética 331)
se remite a Heidegger en Sein und Zeit
quien pone de manifiesto que la comprensión humana tiene una estructura. Para
explicar esto empieza diciendo que la noción moderna de método sugiere que el
entendimiento parte de cero en su proceso de comprensión, que el hombre es como
una tabula rasa en el proceso de
comprensión. Sin embargo, Heidegger comienza por mostrar que el entendimiento
humano parte en su proceso de comprensión de unos estados previos: un haber o
tener previos, un ver previo, una conceptualidad previa (Ser y tiempo § 32). La comprensión tiene algo que la antecede y la
condiciona. Más adelante muestra la historicidad que incide en una facticidad y
con ello la historicidad condiciona el comprender. Heidegger se da cuenta que
ya está en una circularidad propia del comprender, la cual no se trata de exorcizar, esquivar o rechazar, sino que hay que asumirla de la manera más adecuada
posible. Por su parte, Gadamer muestra que lo que es común a la hermenéutica es
la conciencia de la circularidad en la comprensión. En la circularidad está la
posibilidad del comprender.
Interpretación comprensiva, comprensión interpretativa son
dos cosas que se dan de manera inseparable. El ahí es el sentido básico, la
comprensión básica que tiene todo ser humano. Gadamer muestra que la
circularidad en la comprensión tiene un sentido ontológico positivo. Toda
interpretación tiene que estar atenta a la cosa misma; esto es lo que la libra
de la arbitrariedad. Toda interpretación está asociada a la historicidad del
ser humano, pues el pasado delimita y determina nuestro mirar, escuchar y
percibir.
Nos movemos dentro de tipificaciones, dentro de economías
humanas; el proyecto es producto de una determinación fáctica que está movida
por un precomprender y desde el cual proyectamos nuestro existir. Es por esto
que la comprensión siempre es algo abierto a un mejor atisbo, venga de donde
venga; exige revisar anticipadamente
lo que moviliza nuestra vida, lo que nos llena de expectativas, de esperanzas.
Con esto el determinismo empieza a ser cuestionado; es por ello que más bien se
habla de falibilidad.
3.5. El segundo
Heidegger reduce su propuesta filosófica en torno a la cuestión del ser
En la medida en que vivimos, la experiencia nos transforma;
así, cuando hablamos de una experiencia que tuvimos nos referimos a algo que
nos transforma. Hacer conscientes nuestros prejuicios, ponerlos en juego frente
al otro, a alguien diferente, con la posibilidad de que el otro gane, de que el
otro pueda tener razón o la tenga efectivamente, con ello se evidencia la
movilidad permanente de la comprensión y se da una ampliación de los horizontes.
Siempre tenemos que movilizar lo que ya tenemos para que el y lo otro tengan
sentido. Toda comprensión es un permanente
proyectar y reproyectar. Los asuntos de los que se tratan en el diario vivir son
asuntos cambiantes. El proceso de comprensión es un proceso de revisión
permanente y de constante movilización.
Nuestros prejuicios y nuestros hábitos nos condicionan
inconscientemente en el acto interpretativo. Según esto habría que preguntar: ¿es
posible lo nuevo en el acto interpretativo, esto es, a partir del empujón que
nos da un texto para hacer conscientes nuestros actos inconscientes?
La única manera de asumir el texto es aceptando su carácter
de alteridad. Con ello, cuando se trata de interpretar un texto, se trata de
estar abierto a la alteridad del texto, relacionar lo que nos determina con
aquello que escuchamos en el otro, con lo que encontramos en el otro. De aquí
que la labor de la hermenéutica esté siempre abierta a la cosa misma de la que
se trata.
La circularidad propia de la comprensión termina por
asociarse o convertirse en una apertura, toda vez que nuestros prejuicios se
hacen conscientes. Desde este momento lo otro empieza a hacerse visible.
Lo previo no es malo ni bueno, sino que es una condición
propia del ser humano. Esto es lo que se ha
llamado la rehabilitación del precomprender y del prejuicio entendidos como
algo propio de la condición humana.
La racionalidad práctica es el saber que lo humano
despliega en la comprensión. Heidegger empieza a estudiar a Aristóteles porque
tiene en mente un problema muy concreto, a saber, que la comprensión encierra
la vida propia del que comprende, de acuerdo con lo cual hay que relacionar el
texto con el momento mismo desde donde se interpreta.
¿Qué acontecía en Alemania cuando Heidegger se dedica a
interpretar fenomenológicamente a Aristóteles? Lo que acontecía en Alemania
acontecía en las calles, no en las universidades.
Heidegger moviliza a un Aristóteles desconcertante para su tiempo. Lo que
Heidegger realiza con Aristóteles es un giro que éste mismo llamó hermenéutica de la facticidad. Alemania vive la crisis de la cultura, el fracaso de
la cultura de Bismarck. Apenas en 1870 Alemania se hace república; todo el
mundo busca lo que se llamó un cercanía a la vida, Nietzsche está detrás de
esto. Por su parte, Spengler publica su obra El ocaso de Occidente donde exponía que Europa iba a llegar a su
fin; en dicho texto propone la muerte de Europa, la muerte del espíritu europeo.
Por primera vez en Alemania el marxismo sale a las calles, se habla
públicamente sobre el marxismo; el expresionismo comienza su carrera
ascensionista. En este contexto la cercanía a la
vida es tema de primera mano, obligado, un lugar común. Frente a esto Heidegger
se propone hacer una analítica de la existencia humana; para ello parte de la
vida cristiana tal cual era vivida en el cristianismo primitivo, y recurre a
san Pablo, a san Agustín, a Lutero, para buscar en ellos la relación peculiar
que se da entre la vida presente con el tiempo. En este contexto Heidegger
sostiene que cada momento de la vida presente tiene un sentido kairológico;
esto le ayuda a Heidegger a entender que la ciencia no puede dar cuenta de la
vida. La genuina interpretación del ser humano es lo que lo aleja de la
enajenación; una autointerpretación es lo que libra al hombre de la enajenación.
En este momento Heidegger descubre a un Aristóteles a quien quiere hacer hablar
de manera renovada y fresca a partir de lo que está ocurriendo; por ello
recurre a una visión antropológica de Aristóteles. En este sentido se preocupa
por mostrar que lo que se da en Aristóteles es una filosofía práctica que elude
cualquier interpretación sobre la vida desde la concepción cientifista.
Para su estudio sobre Aristóteles, Heidegger recurre
entonces a los conceptos de teoría,
poiesis y praxis. El término teoría remite a la contemplación de la
verdad, asociada al término griego sofía,
y que se entiende como un ser ante los ojos, lo que se da para ser contemplado.
El término poiesis remite a la
producción, a la manufacturación propia de la técnica, y está asociado al término
griego techne. El término praxis es la capacidad que el ser humano
tiene para salir victorioso frente a un problema que se le presenta en la
existencia concreta. En este sentido, el concepto griego que Aristóteles usa es
el de phronesis. La praxis es la categoría ontológica del
ser humano; la phronesis es una
sabiduría superior, pues es la relación fundamental del hombre con su vida, con
su ser que es eminentemente práctico. Partiendo de esta interpretación, Heidegger sustituye la intencionalidad husserliana por la Sorge, el cuidado; considera
que la base sobre la cual el ser humano se apoya es una disposición afectiva, un
saber adquirido en la vida, en la praxis humana (p. ej: como cuando decimos que
alguien “entiende de mujeres”), y por tanto, distinto al aprendido en las
universidades. Este es el sentido del comprender heideggeriano; en este sentido
la phronesis es algo que se queda con
el ser humano, es un rasgo ontológico del ser humano.
La analítica heideggeriana apunta a un mejor vivir, a un
vivir acertadamente, a un vivir con acierto.
Gadamer hace un giro respecto a Heidegger e insiste más en la movilidad humana,
no insiste tanto en la phronesis sino
en la búsqueda del consejo. Para Gadamer, el diálogo es el medio por el cual se
puede acceder al consejo del otro, y con ello lo
sitúa en el mismo rango de importancia que Platón le dio.
Heidegger intenta relacionar argumentativamente dos
aspectos aparentemente contradictorios como son la circularidad en la
interpretación y la apertura de la misma. Estos temas están profundamente relacionados
con el problema del lenguaje y la interpretación, con el fundamento ontológico,
lo que siendo uno es siempre distinto; con ello se escucha el eco de Platón que
enfatiza lo uno y descalifica lo múltiple; en ello está latente el tema de la
temporalidad de la existencia humana.
Según un postulado hermenéutico, nuestro mundo es un mundo
donde todo fluye, donde se da un incesante fluir. Contra este continuo devenir
la filosofía ha enfatizado el tema de la identidad metafísica. En este contexto Nietzsche ha reaccionado contra el
positivismo sosteniendo que no hay hechos sino interpretaciones, que el hombre sólo
atisba en las cosas lo que ha puesto en ellas; no hay cosas en sí, ni mundo en sí,
como tampoco hay en-sí. Este pensador considera que la interpretación es la
fijación de un sentido y desde ahí se configura y reconfigura el mundo; así
mismo sostiene que la interpretación es un despliegue de objetividad, es una
categoría universal ya que la vida se despliega desde un carácter
perspectivista cuando permanentemente se interpreta a sí misma. Desde este
punto de vista es pertinente decir que la vida vive desplegándose en
perspectivas y horizontes, y con ello se supera el interés de su crecimiento y
de su conservación. Lo interpretativo crece en medio del turbulento azar de la
vida, juego que es decidido por quienes detentan el poder, lo mismo que las
reglas que determinan la interpretación. El devenir de la humanidad no es otra
cosa que el fluir constante de interpretaciones.
En el segundo libro de La
genealogía de la moral Nietzsche se pregunta
de dónde viene la noción de lo bueno; responde que viene de aquellos que
detentan el poder, pues los poderosos son quienes imponen las reglas que
determinan el ejercicio del poder. Nietzsche captó tempranamente la resistencia
a aceptar las implicaciones inherentes a las interpretaciones acerca de una
verdad dada de manera absoluta y definitiva; para él el pensamiento europeo es
la reiteración ininterrumpida del idealismo platónico que reitera lo que es
inmutable y absoluto; con ello dicho pensador capta el temor de la cultura
europea a aceptar lo nuevo y lo cambiante; él ve que en esa idea in aeternis confluyen las tres grandes
fuerzas que dominan en Occidente: la filosofía, que privilegia la idea
inmutable y eterna; la religión, que privilegia la patria eterna y considera
además que el hombre siempre está en función del cielo; y finalmente la ciencia,
que privilegia las normas, las leyes eternas que rigen los fenómenos.
La historia moderna de la hermenéutica coincide con el auge
de la interpretación. Este hecho empieza a destacarse cuando se da el punto de
quiebre de las verdades monolíticas, eternas y absolutas, hecho que coincide
con el historicismo propio del siglo XVIII-XIX. Para éste, la historia se hace
extraña, pues ella no es algo objetivo ni objetivable; así, la interpretación coincide con el deseo de
comprender lo que se nos hace lejano y extraño. Aquí es donde tiene sentido la
propuesta hermenéutica de Friedrich Nietzsche. El término interpretación ha
tenido la fortuna de expresar la actitud de nuestra época. Heidegger ha
encontrado en sus investigaciones un Nietzsche
crítico de la cultura, crítico y a la vez exponente de la metafísica.
De lo anterior se entiende que Nietzsche sea un crítico del
positivismo comtiano en un momento en el que en Alemania predomina el cientifismo.
Este hecho es decisivo para que después de la primera guerra mundial se dé en
Alemania una gran crisis cultural que incluirá un repudio hacia lo técnico y lo
científico; es la época de la obra de Spengler intitulada El ocaso de Occidente, donde muestra que nada hay duradero ni
eterno: las civilizaciones como los organismos nacen, crecen, se robustecen y
llegan a su ocaso; todo esto influye para que haya un acercamiento a la vida, una predilección por los temas donde la vida con sus
avatares, sus cambios y fluctuaciones hace su aparición. En este contexto hay que leer el vitalismo nietzscheano
y bergsoniano, lo mismo que las propuestas existencialistas, personalistas y
aquellas que enfatizan las temáticas de la mismidad y la otredad; en este contexto la propuesta de Nietzsche sobre la
óptica del artista adquiere una gran relevancia: es la época en la que en
Alemania surge el expresionismo.
El problema del positivismo lógico vienés, que emigra a los Estados Unidos, y cuya máxima figura
es Wittgenstein, es haber revivido el viejo dogma de que hay un solo y único
método, el que tiene una validez universal, el que rechaza todo tipo de
interpretación, hasta el punto de llegar a sostener que dato e interpretación
se excluyen mutuamente. El gran postulado sobre el que se asienta el
positivismo es afirmar la validez del dato sensorial y las impresiones que
provienen de los sentidos: datos que son brutos y que rechazan todo intento de
interpretación. A la par con esto, el positivismo revive el postulado
mecanicista donde se destaca la causa y el efecto.
Luego Wittgenstein replanteará la tesis según la cual el
lenguaje ofrece descripciones universales de los hechos, al sostener que el
lenguaje cambia con las formas de vida y con las costumbres. Así, el lenguaje
deja de estar regido por leyes universales y se presenta como un hecho práctico
y cambiante; el lenguaje tiene que ver con la variedad de la vida, con sus
cambios. Con ello se presenta una apertura hacia lo interpretativo, hacia lo
hermenéutico, donde se desplaza el lenguaje de lo lógico hacia lo hermenéutico;
con ello en los problemas filosóficos cuentan las interpretaciones y las
metáforas que nos abren nuevos horizontes y perspectivas.
Desde entonces surgen en Europa un grupo de filósofos que
empieza a indagar sobre la intencionalidad de los actos humanos. En esta línea
surge hacia los años sesenta Wahrheit und
Methode de Gadamer que enfatiza la universalidad de la interpretación, no
entendida como canon o regla que determina el saber, sino como rasgo humano.
Con ello la relevancia de la filosofía hermenéutica empieza a cobrar tal
importancia que la filosofía analítica se aleja del cientifismo y empieza a
desplazarse hacia el lado de lo hermenéutico. En este sentido cabe mencionar a
Davidson como el filósofo que más ha propugnado por este giro de lo analítico a
lo hermenéutico.
Para Davidson, la
comprensión es un hecho que se da como exigencia para entender una lengua que
es totalmente distinta a la conocida por el intérprete.
Quien habla y conoce su propia lengua tiene fe en que lo que dice es
verdadero en el momento de hablar o traducir para otro que no conoce la lengua;
el que habla tiene por verdaderas sus creencias; este es el principio de claridad,
sobre el cual se mueve toda comunidad. Con este postulado se supone que todo
hombre cree en lo que está diciendo.
En este giro de lo analítico
a lo hermenéutico se destacan también autores
como Richard Rorty, Charles Taylor, entre otros. Por su parte, Derrida, Levinas
y Ricoeur son filósofos descontruccionistas que atienden a las rupturas y al
hecho de que ningún texto puede ser interpretado definitivamente.
En los últimos veinte años se ha dado lo que se ha llamado
la hermeneutización de la ciencia. En esta se destacan autores como Popper y
Kuhn; este último muestra en su libro La
estructura de las revoluciones científicas que lo científico tiende a
moverse en torno a modelos sociales de la interpretación.
Como consecuencia de este giro de lo analítico a lo
hermenéutico se puede mencionar el hecho de que se respire un aire de libertad
al interior de las ciencias humanas que no están sujetas a la universalidad del
método científico. Por otro lado, la narratividad ha pasado a entenderse como
un componente muy importante para las ciencias humanas, pues nosotros somos el
relato, somos la narración interpretativa que nosotros mismos hacemos de la
historia. En antropología, por ejemplo, se habla de una antropología
interpretativa, que en este momento tiene un gran nivel de aceptación en
Estados Unidos. La misma libertad se respira en
las ciencias naturales cuando admiten que una teoría no es más que una
interpretación, que la verdad es algo que temporalmente cambia.
Para la teoría hermenéutica, el lenguaje natural vuelve a
estar en el centro de la filosofía. Se reivindica así el interés por el
lenguaje cotidiano y la irrebasabilidad del
lenguaje en cuanto muestra los límites del mundo. En este sentido, dentro de la
filosofía hermenéutica se destaca la relación mundo y lenguaje. Tanto el
comprender como el interpretar se entienden como una misma cosa, son hechos que
se dan dentro de los límites del lenguaje; el intérprete le presta su lenguaje
al texto para que éste hable cada vez de manera distinta y diversa.
La interpretación implica una movilidad de la existencia ya
que ésta es el ámbito en el que se comprende la temporalidad; ésta a su vez
consiste en que el sentido de lo que es, el sentido de lo humano se mantiene en
un flujo continuo; lo humano es lo que es siendo cada vez distinto, lo que se
puede comportar así siendo también posible de otra manera. En este sentido se
afirma que acceder al lenguaje es acceder al ser de todo ente, lo mismo que el
mundo es mundo en cuanto accede al lenguaje; éste a su vez representa el mundo
de manera cada vez distinta. Algo similar acontece con la historia en cuanto
que la historia es pasado en el presente. También la obra de arte accede en su
interpretación, de modo que siendo cada vez la misma es distinta en su acaecer
en la interpretación.
La verdad de la interpretación siempre está ligada a un
proyecto de vida; los textos viven respondiendo a las preguntas y a las
inquietudes que los tiempos presentes les van planteando. Todo lo anteriormente
dicho es una invitación a pensar el ser en términos de acontecer, donde no se
contraponga ser y acontecer, sino donde el ser accede en su acontecer, el ser
accede en su aparecer. Así, el ser se da en el diálogo permanente con sus
representaciones; el ámbito de lo que acaece se da en el lenguaje, ser que se
da a sí mismo en el lenguaje.
4. La hermenéutica contemporánea
En los años ochenta del siglo XX, la hermenéutica tuvo una
fortuna extraordinaria, al punto de ser definida como koiné del pensamiento contemporáneo (Vattimo). Además, Apel habló de
un giro hermenéutico de la filosofía, hasta el punto de caracterizarse como un
pasaje crucial en el gran giro lingüístico de la segunda mitad del novecientos.
Esta visión de la hermenéutica está hoy en su fase de
invasión, permaneciendo la dificultad de orientarse hacia un movimiento de
pensamiento que tiende a traducirse en un clima espiritual, una difundida
actitud espiritual, por cuanto más o menos todos están convencidos de que la
verdad es interpretación ya que vivimos en una realidad transitoria y
multiforme, y dado además que el lenguaje decide sobre nuestras opciones y
decisiones teóricas.
La hermenéutica se pone a sí misma el problema del trabajo
filosófico y de sus relaciones con la tradición, tratando de dar soluciones
posibles. A esto contribuyen tanto las
hermenéuticas particulares como aquellas que no nacen o no se postulan como
filosofías, sino como desarrollos de la problemática de la interpretación (por
ejemplo, la teoría de la interpretación de
Emilio Berti y de Erich D. Hirsch); otro tanto ocurre con las hermenéuticas aplicadas, o incluso desde los
confines de la hermenéutica como en el caso del heideggerismo, los éxitos del
historicismo y en la fenomenología.
Con base en lo expuesto es
posible distinguir una hermenéutica originaria,
cuyos representantes son los filósofos nacidos en los primeros años del siglo
pasado: el alemán Hans-Georg Gadamer, el
italiano Luigi Pareyson, y el francés Paul Ricoeur.
Se da también una hermenéutica nietzscheana que tiene como exponentes, a pesar de la diversidad de
sus posturas, al francés Jacques Derrida y al italiano Gianni Vattimo.
Se habla también de una hermenéutica crítica representada por Jürgen Habermas y Karl Otto Apel.
Finalmente hay una hermenéutica neopragmática que tiene como principal exponente a Richard Rorty.
Las dos primeras provienen de un mismo núcleo de teorías
originarias: el historicismo, la fenomenología y el existencialismo, en las
personas de Dilthey, Husserl y Heidegger.
Richard Rorty llega a la hermenéutica en una cierta fase de
su pensamiento y estando positivamente interesado en Heidegger y en Gadamer,
haciendo una lectura de estos en la que tiende a resaltar la afinidad con
ciertas exageraciones de la filosofía analítica en la versión de Donald
Davidson y del pragmatismo americano en sus orígenes.
Habermas pertenece a la escuela de Franckfurt; su encuentro
con la hermenéutica tiene lugar en los años setenta; se trata de una relación
inicialmente conflictiva, de discusión y de confrontación crítica.
Apel ha caracterizado originariamente su pensamiento con un
trasfondo heideggeriano y con las problemáticas hermenéuticas clásicas;
mantiene una relación tanto con la filosofía analítica como con la teoría
crítica, y llega a una teoría que tiene aspectos divergentes respecto a la hermenéutica
originaria y a la hermenéutica nietzscheana, pero una estrecha similitud con la
teoría habermasiana.
5.
Conclusiones
Llegados al final de este primer capítulo en el que esta
investigación se propuso hacer un rastreo de la hermenéutica a lo largo de la
historia, siguiendo los cuatro períodos en que suele dividirse la historia de
la filosofía, se puede decir que se ha alcanzado un punto de vista desde el
cual se puede dar una mirada panorámica de lo que se ha llamado la prehistoria
de la hermenéutica; también se han alcanzado algunas claridades que a manera de
conclusiones se quieren enunciar.
En primer lugar, se puede detectar a lo largo de la
historia de la hermenéutica que ésta fue considerada durante mucho tiempo como
una técnica subsidiaria de las ciencias principales. En efecto, la hermenéutica
fue una especie de herramienta que sirvió para la teología, la filosofía, el
derecho, las religiones y los estudiosos de los textos sagrados, así como para
que los traductores y quienes se preocupaban por mantener viva una tradición,
un autor, etc., hicieran y cumplieran su labor. Esta herramienta permitía
traducir un texto, actualizarlo, comentarlo e incluso permitir que sirviera de
guía para una colectividad.
En segundo lugar, se puede apreciar cómo la hermenéutica
vivió siempre una historia paralela con la retórica, la dialéctica, la
gramática, así como con la filología; historia que a veces las llevó a
distanciarse, pero otras a acercarse y hermanarse.
En tercer lugar, es claro
cómo durante los tres primeros períodos de la historia la hermenéutica se
restringía ámbitos muy particulares, en los que cumplía una función muy
estrecha y marginal.
En cuarto lugar, es evidente que la hermenéutica durante
estos tres primeros períodos recibió su gran impulso de parte de los eruditos,
de las bibliotecas, de las religiones, de los juristas, de los filósofos, de
los teólogos y de los historiadores; cada uno de ellos durante el desarrollo
histórico de la hermenéutica propició que dicha disciplina fuera adquiriendo
más libertad y amplitud.
La historia de la hermenéutica es una historia de
continuidades, de ir descubriendo matices diferentes sobre la misma; es una
historia en la que va ampliando sus horizontes al ser aplicada a ámbitos
diferentes y por pensadores o movimientos diferentes. Es también una historia
de sinsabores, pues a veces fue despreciada como en el caso de Platón; a veces
fue altamente valorada como en el caso de humanismo, el cristianismo, o el
Renacimiento; a veces fue relegada a un segundo plano cuando se la consideró
una herramienta subsidiaria; a veces fue puesta en segundo lugar cuando en
Grecia existió una gran predilección por la retórica y una especie de
marginación de la hermenéutica.
Sin embargo, pese a tantos avatares ha sabido salir
victoriosa y ha sabido ponerse adelante cuando en nuestros días hasta las
mismas ciencias positivas, hasta las mismas teorías científicas, reconocen
dentro de ellas algunos rasgos hermenéuticos que les son inherentes.
Ahora la presente investigación concentrará todos sus
esfuerzos en el estudio de los más importantes representantes de la
hermenéutica contemporánea. Evidentemente sólo se tratará lo que dichos
pensadores hayan aportado al desarrollo de la hermenéutica, dejando de lado muchos otros aspectos de indudable
importancia, pero que de poco o nada sirven para brindar claridades sobre lo
que es el tema de esta investigación.
[1] Para dicho tratamiento se ha
utilizado el texto Ontología.
Hermenéutica de la facticidad. Madrid: Alianza, 1999, especialmente los parágrafos 2 y 3. En ocasiones, los
textos heideggerianos que están escritos en parágrafos se citarán según dicha
numeración y no según la página.
[2] Para esta
parte de nuestra investigación nos hemos servido de las notas de clase del
curso intensivo dictado por el profesor Carlos B. Gutiérrez en la Universidad
Pontificia Bolivariana, del 22 al 24 de mayo de 2006.
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