La identidad y la diferencia, presupuestos básicos para pensar la postmodernidad.
La identidad y la diferencia, presupuestos básicos para
pensar la postmodernidad.
En la actualidad existen varios problemas
profundamente emparentados y que deben ser real y eficazmente conocidos para
poder acceder a nuestro mundo y a nuestra realidad. El primero es el que vamos
a tratar en este pequeño ensayo y que lleva por título la postmodernidad.
En este pequeño ensayo sobre la postmodernidad
vamos a tratar los siguientes puntos: primero. Tres formas de entender la
postmodernidad; segundo, ideales no consumados en la modernidad; tercero, alternativas
postmodernistas; cuarto, la identidad y la diferencia; quinto, conclusión.
Primero.
Tres formas de entender el término postmoderno.
Desde el punto de vista de la filosofía
contemporánea, especialmente desde lo que se ha llamado la filosofía
tardomoderna, el problema de la postmodernidad es uno de los temas más discutidos,
más cuestionados e incluso uno de los temas más negados.
El término postmodernidad alude a tres
posibles significaciones, vamos a tratar de mirarlas de modo muy somero:
Primero. Postmodernidad es la actitud que toma una distancia y una lejanía de
la modernidad; en este sentido se puede decir que la postmodernidad es la época
que se aleja de la modernidad; la causa de este alejamiento radica en el hecho
de que la modernidad ha llegado a su fin, es decir estamos en una época
diferente a la moderna; este primer significado alude al hecho de que la
postmodernidad es la época que se despide de la modernidad, la postmodernidad
es la época que le dice adiós a la modernidad; sobre todo porque la modernidad
fue la época que llegó a su cumplimiento y a su ocaso en fenómenos sociales que
constatan su ocaso: las guerras mundiales, por ejemplo, la bomba atómica, el
holocausto nazi. Básicamente ha sido la escuela de Frankfurt, con Adorno,
Horkheimer y Marcuse quienes han
constatado desde la dialéctica negativa el final de la modernidad.
Segundo. La postmodernidad, en esta segunda acepción, se puede entender como
la época que continúa, sigue adelante y prosigue con los ideales no cumplidos
en la época moderna; en este segundo sentido se puede entender a la
postmodernidad como la época en la que se continúan los ideales que la
modernidad no llegó a cristalizar ni a cumplir, ideales tales como: la
libertad, la sabiduría, la fraternidad, la justicia, la igualdad para todos los
hombres, la democracia.
Debe recordarse que uno de los ideales no
consumados que planteó la Ilustración francesa por ejemplo era el de la
libertad en base al ejercicio de la razón; según este, el hombre debía llegar
en base al ejercicio libre de la razón, llegar a consumar ideales de libertad;
sin embargo, los mismos no han llegado a cristalizarse. Igualmente uno de los
ideales que planteaba el Romanticismo, especialmente desde el Systemprogramm era la idea de una gran
fraternidad universal y sin embargo estos ideales aún no han llegado a
cristalizarse concretamente en nuestro mundo. La racionalidad ha tomado otros
rumbos que en ultima instancia no han permitido que se lleguen a consumar
dichos ideales; racionalidad que ha desembocado en fenómenos que por el
contrario han generado profundas desigualdades sociales así como profundas
esclavitudes y dependencias.
Tercero. El tercer sentido que se le da al término postmodernidad alude al
hecho de que la postmodernidad es una actitud que por un lado asume
críticamente la época moderna; en este sentido se puede decir que la
postmodernidad es la época que evalúa, valora, cuestiona e interroga a la
modernidad respecto al hecho de si la modernidad cumplió o no los ideales que
proclamaba; por otro lado la postmodernidad es la época que continúa, prosigue,
lleva a término y a la realización los ideales no consumados en la modernidad;
en este sentido algunos pensadores contemporáneos hablan de asumir de forma
distorsionada la modernidad. De modo que la pregunta fundamental que hoy
tendríamos que hacernos sería esta ¿Si la modernidad no ha llegado a su fin,
entonces como podemos plantear el problema de la racionalidad en nuestro mundo?
¿si la modernidad no ha llegado a su fin como plantear los ideales de libertad
planteados por los modernos?
Tal vez se debería incluir antes de pasar al
siguiente tema que hemos propuesto la cuestión acerca de si estamos o no en una
nueva época; todavía existen muchas personas que están dispuestas a discutir el
hecho de si estamos o no en una nueva época; creo que autores como Vattimo y Lyotard
han dado una dura batalla mostrándonos las nuevas condiciones que albergan y
cobijan a nuestro mundo, condiciones tales como: el acceso al saber, la forma
de interrelacionarnos, la cultura masmediática, la internética, el cyber
espacio, la robótica, fenómenos no conocidos en la época moderna; el mero hecho
de que hoy nos estemos planteando la pregunta acerca de si es posible que el
libro impreso en papel o el periódico impreso en iguales condiciones tiendan o
no a desaparecer son fenómenos que de una u otra manera nos están revelando que
estamos en una nueva época. Igualmente habría que decir del final de los
metarrelatos en términos de Lyotard o el inicio de nuevos metarrelatos ya son
una prueba contundente de que estamos en nueva época; igualmente fenómenos como
la estetización de la sociedad y de la existencia, dan claras pruebas de que
estamos en nuevo contexto epocal.
Segundo.
Ideales no consumados en la modernidad.
¿Cuáles son los
ideales que la modernidad no llegó a cumplir según los postmodernos? Por
razones de brevedad en el escrito vamos tan solo a ver algunos fenómenos.
Primero. La concepción de la historia.
La lectura que
hacían los modernos del acontecer histórico fue duramente criticada por
Nietzsche con el término de “enfermedad histórica”; este es un fenómeno que se
presentó en la modernidad y que consistía fundamentalmente en el hecho de que
los pensadores modernos sabían mucho intelectualmente acerca de la historia,
conocían la historia, ellos se paseaban por la historia cual si ésta fuese el
jardín de sus casas; sin embargo los pensadores modernos tenían miedo de hacer
historia, en este sentido Nietzsche les hacía la pregunta ¿Qué sentido tiene
conocer y saber tanto acerca de la historia si se tiene miedo de hacer y
realizar, de generar hechos históricos? Lo que aquí está de fondo es el gran
abismo que existe entre el conocimiento de la historia y la capacidad de hacer
historia. En este sentido puede leerse la Fenomenología
de Espíritu y en general la obra hegeliana como un gran monumento a la
historia, en el cual el conocimiento de la misma es sobresaliente, sin embargo
ante los ojos de Nietzsche no bastaba con conocerla, era necesario generar
fenómenos de orden histórico. De igual manera pueden leerse las obras de
Winkelmann o incluso la obra Dilthey, quienes conocían, sabían y entendían la
historia, se paseaban por ella y sin embargo no eran capaces de generar hechos
históricos.
Walter Benjamín
es un pensador contemporáneo, de origen judío, que murió a causa de la
persecución nazi y muy cercano a Vattimo, que escribió un libro titulado Angelus Novus; en dicho texto este
pensador leyó esta crítica de Nietzsche a los modernos en el sentido de que
“la” historia universal proclamada por los modernos, no es más que “una”
concepción de la historia, ya que la narración de la historia está motivada y
movida por unos intereses determinados (recuérdese que en este sentido se
pueden hablar por ejemplo de las dos narraciones históricas sobre el
descubrimiento de América); de modo que de la narración de la historia
universal que hacían los modernos quedaban excluidos los pobres y los
marginados; de ahí que toda concepción de la historia no sea más que la
concepción de una visión de la historia narrada y contada bajo unos intereses;
este es el fenómeno que en la filosofía contemporánea coincide con la llamada
muerte de la historia. Fenómeno que además coincide en la obra nietzscheana con
el perspectivismo o la fundación de los elementos hermenéuticos en la propuesta
de este pensador, en este sentido este pensador solía decir que “No existen
hechos, solo interpretaciones”.
Segundo. La concepción del progreso.
Si la historia
es el ascenso progresivo que parte de un punto cero hacia un punto determinado
o hacia un punto dado, mientras más cercano esté este punto determinado más
progreso se puede dar y por lo tanto habrá un mayor progreso; por el contrario
mientras más lejos esté el punto determinado históricamente y hacia el cual
tienda o se encamine la historia, menor progreso se puede dar, porque la lejanía
del punto determinado al cual se aspira, todavía se percibe como muy lejano; el
progreso se medía en la modernidad y aún muy entrados en el siglo XX como el
ascenso hacia un punto determinado que está ubicado en algún lugar de la
historia. En este sentido debe recordarse que en nuestro medio, hacia los años
sesenta, la alianza para el progreso estaba estructurada bajo estos parámetros
históricos y progresistas.
Sin embargo al
quebrantarse el concepto unitario de la historia, al decir que no existe una
historia universal sino unas concepciones de la historia narradas de acuerdo a
unos intereses, entonces se quebranta el concepto de progreso, ya que si la
historia no tiene un punto determinado hacia el cual debe encaminarse, entonces
no hay camino para hacer, ni para andar, en este sentido se puede parodiar
“caminante no hay camino”.
Esta concepción
de progreso quedó definitivamente sepultada con la desilusión vivida durante
las dos guerras mundiales, la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki y los
campos de concentración de Auswichtz entre otros. En este sentido Vattimo
reflexiona en su texto “La sociedad
transparente” y en “Ética de la
interpretación”, basado en una reflexión que él hace sobre Ernst Bloch y su
texto “Geist der Utopie”, sobre si
tiene sentido seguir hablando hoy de Utopía; si más bien no será mejor hablar
de contrautopías o de heterotopías o incluso de ironías.
Porque lo que
toda esta crítica contra la concepción de progreso, propugnada por la
modernidad, ha puesto de manifiesto, y en eso estamos de acuerdo con Vattimo,
es que nuestro mundo se encuentra en un gran dilema al hablar de utopías, en el
sentido modernista del término; las utopías se han convertido en contrautopías
o en ironías, pues el sentido de progreso proclamado por las utopías, y en
beneficio de la humanidad, se han convertido en retrocesos nocivos para el
mismo hombre y en contra de la humanidad, la pregunta de Vattimo es ¿No será
esto una ironía? ¿No será mejor seguir hablando de heterotopías que son formas
de utopías, más acordes con el mundo postmoderno en que vivimos? ¿Utopías
heterónomas que encierran dentro de sí los rasgos particularizantes y
pluralizantes de la sociedad en que vivimos?
En este sentido,
pensadores como Marcuse, Adorno y Horkheimer y la teoría crítica sostienen que
la actitud optimista planteada por la Ilustración y por los pensadores
Ilustrados termina convirtiendo la tierra en un desierto donde las sombras de
la muerte pueblan por doquier; básicamente estos pensadores son los que, a mi
manera de ver están a la base de toda esta crítica contra la noción de
progreso.
En este sentido
cabe mencionar aunque sea de soslayo cómo Vattimo ha tratado de mostrar este
fenómeno de la caída de las utopías y de la noción de progreso que les es
inherente, desde el séptimo arte, desde películas que muestran la aniquilación
de la humanidad, películas que hablan de un nuevo comienzo después de que la
humanidad ha pasado por la experiencia de una gran destrucción.
Una cuestión
que quedaría planteada es la cuestión acerca de la temporalidad; como es bien
sabido, ha sido san Agustín, quien ha planteado la temporalidad en estos
términos progresistas y ascensionistas, sin embargo la cuestión que habría que
plantearse es acerca de si la noción de temporalidad que plantea Heidegger en
los primeros años de docencia en Friburgo y Marburgo sean más acordes con todo
este cuestionamiento acerca de la temporalidad que se inaugura con la época
postmoderna.
Tercero. El ideal del saber o de la racionalidad.
Descartes
autoproclamó el cogito ergo sum
entendiendo esta consigna como el ideal del hombre moderno; desde esta
autoproclamación cartesiana el hombre empieza a depender no tanto de Dios
cuanto que empieza a depender de sí mismo, de su capacidad para pensar, de su
razón, de su certeza. Después Kant leyó esta consigna cartesiana en términos de
racionalidad pura; Kant intentó leerla tratando de desentrañar los límites de
la razón, y con ello intentó clarificar las categorías desde las cuales el
hombre aprehende y se apropia de la realidad, categorías que necesariamente
debían ser apriorísticas; después fue el filosofo alemán F. Hegel quien leyó el
lema cartesiano pienso luego existo
en los términos de conciencia pura, conciencia que es consciente en cuanto que
se apropia de lo que le es externo, apropiándose de lo externo se apropia de sí
misma y en este sentido la conciencia se hace autoconsciente.
Cuando Kant
estaba planteando la razón en los términos de razón pura basada en categorías
apriorísticas, al mismo tiempo otro filosofo alemán, Alexander Gottlieb
Baumgarten estaba planteando una racionalidad alternativa a la razón pura de
corte kantiano; lo que Baumgarten planteaba es que la razón no solamente se
basa en categorías apriorísticas sino en la facultad sensitiva, en la
sensibilidad; en este sentido el concepto de aisthesis, que es acuñado por este pensador alemán, designa una
racionalidad sensitiva, racionalidad alterna a la racionalidad kantiana;
justamente este término y el planteamiento propuesto por Baumgarten habrían de
dar inicio a una nueva disciplina llamada la estética.
Por otro lado,
cuando Hegel desarrollaba su concepto de conciencia, autoconciencia y razón,
otro pensador alemán llamado F. Schleiermacher desarrollaba paralelamente y
desde un movimiento llamado el Romanticismo, el concepto de hermenéutica o arte
de la interpretación. Schleiermacher sostenía que la hermenéutica se basa más
en el arte de la adivinación, que además el conocimiento se basa en el recurso
al círculo hermenéutico que se podía entablar entre un texto y su autor, entre
un autor y su contexto, entre un texto y la manera como éste hace uso del
lenguaje. Autor que además sostenía que el esfuerzo por interpretar un texto
consistía en interpretarlo mejor a como su propio autor lo había interpretado.
Con este pensador dicha disciplina pierde los rasgos de una técnica de la
interpretación, incluso de un método de la interpretación y se convierte en el
arte de la interpretación. Desde
entonces la hermenéutica guarda las mismas características que conserva hasta
nuestros días.
Por otro lado
Dilthey siguiendo en parte a Schleiermacher y en parte a Kant termina
encontrándose con una concepción de la historia que lo aleja del segundo y en
general de todo el pensamiento de corte metafísico; este pensador al proponer
el problema de la historia en los términos de Weltanschauung, además al mostrar
cómo la relación entre historia e instituciones culturales, por un lado seguía
dependiendo de una posible categoría metafísica o a la vez una rechazo a la
misma; por que el problema se
proponía en los términos dicotómicos o de seguir leyendo la cultura y la
historia desde las generalidades universalizantes o empezar a leerlas desde los
términos propiamente históricos y por lo tanto con los rasgos de la finitud y
mortalidad. Este dilema no se puede negar, ha seguido latente desde entonces en
todas las posibles interpretaciones que se hagan de la relación entre historia
y cultura o instituciones culturales. En este sentido uno puede sentir cómo
Heidegger se debate con este problema, lo mismo que muchos de los pensadores
contemporáneos; incluso Ser y tiempo,
en algunos de sus apartes es una larga discusión con esta problemática; lo
mismo que Verdad y método.
El mismo
Vattimo, cuando trata del tema del ser para la muerte de Heidegger, en muchos
de sus escritos, lo que hace es asumir una relectura del carácter de mortalidad
y esto contra las tendencias modernistas que autoproclamaban la
universalización y la generalidad contra la individualidad; en este sentido su
texto “Más allá del sujeto” se
convierte en una larga discusión con Heidegger sobre el tema de la finitud y de
la mortalidad; discusión que también se deja entrever en algunos apartes de su
texto “El final de la modernidad”. Me
parece que este autor en sus textos nos prepara o nos capacita para ver nuestro
mundo postmoderno con los rasgos de la mortalidad y del carácter finito o
efímero, característica que le es inherente.
En conclusión se
puede decir que paralelo al concepto de razón tal cual lo acuña Kant, después
Hegel, nacían otros movimientos que trataban de plantear racionalidades
alternas a la razón cartesiana; estos movimientos son la estética, la
hermenéutica y la concepción de la relación entre la historia y la cultura. Con
esto queda claro que el concepto de razón tal cual lo acuñara Descartes, lo
prosiguiera Kant, y después Hegel no es un concepto unívoco sino que es un concepto
equívoco; con esto debe quedar claro que el único ejercicio de la racionalidad
no podía ser solamente el que planteara Descartes, Kant o Hegel sino que había
además una racionalidad estética basada en la sensibilidad y una racionalidad
hermenéutica basada en el arte de la interpretación y una racionalidad
histórica basada en el concepto de epocalidad.
Por otro lado y
desde la lectura hecha por los filósofos de habla inglesa de la racionalidad
kantiana, surge una nueva lectura de la racionalidad; esta se hacía ya no desde
la estética, ni desde la hermenéutica sino desde la empírica, desde lo que se
llamaba la objetividad. Esta lectura habría de desencadenar un nuevo tipo de
racionalidad basada en la medida, la comprobación y el cálculo, teniendo su
base en el lenguaje matemático y en el concepto de precisión y sobre todo de
comprobación. Este tipo de racionalidad habría de desarrollarse históricamente
paralelo a los anteriormente descritos.
De aquí se
desprende una nueva concepción del hombre, un nuevo tipo de humanismo que es
crítico con el humanismo renacentista. Básicamente los tipos de humanismos que
autoproclaman al hombre como un ser racional en el sentido cartesiano quedan
cuestionados; de igual manera los humanismos que autoproclaman al hombre como
un ser cuya esencia es igual para todas las culturas quedan cuestionados; en
este sentido Vattimo ha estado haciéndonos entender, desde hace mucho tiempo,
que el mundo postmoderno tiene que afrontar una “Crisis del humanismo”, tal
como lo hace en su texto “El final de la
modernidad”, crisis que se inscribe dentro de lo que en el paradigma
postmoderno se llama antihumanismos; es más en su texto “Más allá del sujeto”, Vattimo recalca la crisis de la noción de
subjetividad basado tanto en la propuesta heideggeriana como en la nietzscheana;
lo mismo que en su texto “El sujeto y la
máscara”, donde de la mano de Nietzsche, muestra que esta noción de
subjetividad es producto de las máscaras que circulan a lo largo de toda la
historia de la cultura occidental.
Pero entonces
surge la pregunta ¿Cómo entender al hombre? ¿Cómo un superhombre a la manera
nietzscheana? ¿Cómo el Dasein heideggeriano? Sí siempre y cuando el hombre
nietzscheano sea entendido como lo entiende Nietzsche en Así hablaba Zaratustra, es decir como una cuerda tendida entre la
bestia y el superhombre o como lo entiende Heidegger en Ser y tiempo desde la analítica existencial. En otros términos la
crítica al humanismo nos ha puesto de manifiesto que el hombre es proyecto, es
dimensión, es pura dinamicidad. Desde esta perspectiva cabe destacar los
múltiples esfuerzos de Vattimo por mostrar desde la analítica existencial
heideggeriana la manera como hoy por hoy concebimos al hombre; valga la pena
mencionar obras como su Introducción a
Heidegger, Essere, storia e
linguaggio in Heidegger entre otras.
Lo que aquí
estamos intentando mostrar es que se da el resquebrajamiento del concepto de
razón, la misma racionalidad que intentó mostrarse como una sola, termina
convirtiéndose en racionalidades, fenómeno éste que Vattimo desarrolla en su
obra El sujeto y la máscara, bajo el
nombre de nihilismo; fenómeno que coincide con el resquebrajamiento de la
noción de progreso, de la noción de historia y con la crítica a los humanismos
renacentistas; con esto se puede hablar de un salto que va del concepto de
razón al concepto de racionalidades.
Todo este
resquebrajamiento coincide con lo que se ha llamado el mundo postmoderno; este
es el mundo donde primero que todo se dan las pluralidades y las diferencias;
el mundo postmoderno es el mundo de lo fragmentado, de los ámbitos
particulares; es el mundo donde cada uno de estos ámbitos y de estas
fragmentaciones reivindican o buscan reivindicar sus propios derechos. El mundo
postmoderno es el mundo donde se resquebrajan los viejos ideales presentados
por la modernidad: la razón, el progreso, la historia, la sociedad, el derecho,
el concepto de humanidad, incluso el ámbito religioso.
Esta idea puede
no ser tan descabellada si nos ponemos a pensar que nuestro mundo es el mundo
de los derechos humanos, pero por derechos humanos entendemos los derechos de
las minorías: los derechos de los ancianos, los derechos de los niños, los
derechos de los enfermos, los derechos de la mujer, etc., cada uno de estos
pequeños grupos o de estas minorías reclaman que les sean reconocidos sus
derechos; en este sentido cuando grupos como los transexuales, las lesbianas,
los movimientos gay etc., piden ante un gobierno que les sean reconocidos tales
o cuales derechos lo que están pidiendo es su propia reivindicación, sus
propios derechos; están buscando su propia legitimidad; son minorías sociales que
buscan ser reconocidas socialmente.
En este sentido
hay que decir que si hemos pasado de un concepto unificado de razón a un
concepto pluralizado de racionalidades, si hemos pasado de un concepto
unificado de historia a un concepto pluralizado de nociones e interpretaciones
históricas, si hemos pasado de un concepto unificado de esencia humana a un
concepto diferente de hombre, si hemos pasado de un concepto unificado de
sociedad a un concepto pluralizado de sociedades es porque la cultura, el mundo
histórico, el mundo humano siguiendo su proceso natural ha terminado
convirtiéndose, por procesos nihilistas, en un mundo postmoderno.
Tercero. Alternativas postmodernistas.
Desde lo
anteriormente dicho se puede concluir provisionalmente que el pensamiento postmoderno
es un pensamiento que nos ha hecho conscientes de que los viejos ideales
planteados por la modernidad, desde la identidad y la unidad, se han venido al
suelo, se han resquebrajado o han llegado a su final; surge entonces la
pregunta ¿Cuáles son las posiciones de los postmodernos frente al
quebrantamiento de los ideales propugnados por la modernidad?
Se pueden
rastrear dos posibles posiciones: la de los neoconservadores que propugnan por un retorno a los viejos ideales
de la modernidad, sobre todo en una época, como la nuestra en la que no se han
cumplido los ideales de la modernidad; según esto de las racionalidades individuales
es posible hacer o elaborar un solo concepto único de razón; de las
racionalidades particulares es posible retornar a un solo concepto der razón;
de las historias locales o parciales es posible hacer o elaborar una historia
universal; de los progresos particulares es posible realizar un solo concepto
de progreso; en este sentido se pueden rastrear en la filosofía contemporánea
propuestas como las que plantean Habermas y Apel en la teoría de la acción
comunicativa; incluso el mismo J. F. Lyotard repropone la noción de resistencia
y en ella se puede alcanzar a perfilar un sueño o ideal de reunificación del
concepto de razón. El teólogo Hans Küng en su propuesta de una ética mundial
intenta rescatar un sueño de reunificación de los viejos ideales planteados por
la modernidad.
La otra
posición surge de la propuesta filosófica de Gianni Vattimo, pues él propone
que este resquebrajamiento y esta fragmentación se deben vivir a plenitud sin
la necesidad de ir a buscar ideales de reunificación; él propone que esta torre
de Babel se viva sin buscar una posibilidad que intente reunificar toda esta
serie de aldeas locales; para este pensador, en el hecho de vivir a profundidad
este resquebrajamiento, se encuentra nuestro único chance de supervivencia; me
parece que en este sentido hay una constante invitación de parte de Vattimo en
textos como “Las aventuras de la
diferencia”, “La sociedad
transparente” y “El pensamiento débil”
a vivir a plenitud los retos que esta sociedad postmoderna nos plantea.
En última
instancia me parece que el problema que se discute es el problema de la
identidad y la diferencia, pero planteados en los términos de ¿identidad y
diferencia? Y tal vez una de las posibles alternativas para alcanzar a
comprender esta sociedad en que vivimos sea identidad y diferencia. Pasamos
ahora al siguiente punto.
Cuarto. La identidad y la diferencia.
Es evidente que
con todo este planteamiento nos encontramos frente a un nuevo-viejo problema;
el problema de la identidad y de la diferencia.
¿Cómo entender
la una y la otra? En Identidad y
diferencia Heidegger plantea el problema de la identidad y ésta entendida
como unidad aislada en su mismidad; en este sentido viene a la mente la
propuesta filosófica de Plotino, que desde lo Uno muestra la identidad aislada
en su mismidad y con las posibilidades de salir de sí para darse a lo demás.
Por otro lado
Heidegger plantea en el mismo texto el tema de la identidad en los términos de
igualdad, quizás sea este el sentido que ha primado durante toda la cultura
occidental y que ha permitido igualar géneros, números, especies pero a la vez
ha generado desigualdades que no podían acomodarse al género ni a la especie
porque no cumplían los requisitos y con esto, persecución, desdicha, muerte;
vienen ahora a mi mente casos como el hermafrodita estudiado por Foucault, el
caso del criminal, del parricida, fenómenos que no se acomodaron a los patrones
planteados por la sociedad en los términos de género y numero y tuvieron que
ser exterminados. ¿Cuál es la noción de identidad que Heidegger nos propone en
dicho texto y cómo esa noción nos ayuda a entender nuestro mundo postmoderno?
Si no es la
identidad que surge de un género, un número y una especie, si no es la
identidad que surge de una unidad que se problematiza a sí misma para salir de
sí hacia los demás entonces ¿De qué identidad se trata? Creo que la identidad
que Heidegger propone en dicho texto es la que hace referencia a una lectura
del nosotros mismos desde diversos ámbitos. La identidad que está conformada
por el hecho de compartir una misma cultura, una historia común, un mismo
suelo; las mismas tradiciones, la misma lengua y las mismas costumbres terminan
por marcar un mismo acento y un mismo talante en aquellos que comparten los
mismos ámbitos.
¿Cómo entiende Heidegger la diferencia en
dicho texto? La diferencia es pensada en los términos de lo otro, lo que queda
por pensar, por decir y por hallar en lo dicho, pensado y hallado; la
diferencia es el callar que se traslapa en lo dicho, es el por pensar que se
esconde en lo pensado, es lo por encontrar que se esconde en lo hallado; de
modo que si el ser es pensado en los términos de presencia, también es
ausencia; si el ser es pensado en los términos de memoria desplegada en lo
presente, también es pensado en los términos de olvido; de ahí que esta forma
de pensar sea más acorde con la concepción que se quiere obtener de hombre y de
humanidad. El hombre no es solo presencia desplegada, también es ausencia, es
proyecto que se proyecta en lo presente pero dando un margen a la ausencia y
esta vista como posibilidad; de modo que también es posible pensar la
diferencia desde la lejanía, lejanía del otro o de lo otro que en cuanto otro
no soy yo pero que puedo llegar a ser yo. Frente a esta dicotomía surge una
pregunta ¿Cómo leer la identidad, desde donde leer la identidad en un mundo
como el nuestro donde tenemos que enfrentar permanentemente la diferencia, lo
diferente, un mundo posmoderno? ¿Cómo leer la identidad y desde dónde leer la
identidad en un mundo lleno de diferencias?
Lo primero que
habría que hacer es presentar un presupuesto básico: “no se puede valorar la
diferencia si no se tiene conciencia de la propia identidad” o también
podríamos decir que “el termómetro para valorar la diferencia es la conciencia
que se tiene de la propia identidad”; en este sentido surge una nueva pregunta
¿Cuáles son los elementos que nos ayudan a valorar y a reconstruir nuestra
propia identidad? En este sentido se pueden proponer varios elementos:
Primero. La pregunta por la
identidad es la pregunta por nosotros mismos, la pregunta por la identidad es
la pregunta por lo que somos actualmente o si se quiere es la pregunta por lo
que estamos siendo en la actualidad. Esta pregunta por nosotros mismos desde
Kant adquiere una relevancia filosófica desde su texto ¿Qué es la Ilustración?
En donde el filósofo reflexiona sobre la Ilustración como fenómeno que envuelve
a la humanidad en el momento en que se hace la pregunta; luego el filósofo
francés Foucault retomando la cuestión kantiana hablará de que esta pregunta
por nosotros mismos inaugura lo que se llama una ontología de la actualidad o
una ontología del nosotros.
Si queremos
reflexionar sobre la identidad de la familia, de la sociedad, de la cultura o
de la religión necesariamente tenemos que retraer el problema a la categoría de
una ontología de la actualidad donde la caracterización se haga evidente a
partir de lo que somos nosotros mismos y de la manera como lo estamos siendo.
Segundo. La pregunta por la
propia identidad es la pregunta por el de dónde venimos, es la pregunta por
nuestra propia historia, esa historia que no es algo ajeno sino algo que nos
marca en nuestro ser y quehacer; en este sentido la pregunta por la identidad
es la pregunta por el lugar que ocupan nuestras tradiciones, el conocimiento de
nuestras tradiciones y de la tradición, en este sentido se puede decir que la
pregunta por la identidad es la pregunta por nuestra historia que siendo lo
sido sigue estando presente en lo que somos; esta es la pregunta por la manera
como la tradición nos afecta, nos marca y nos determina; es la pregunta por el
suelo natal, por el terruño que nos dio origen, es la pregunta por el suelo
donde echamos raíces.
En este sentido
estamos llamados a escuchar y a leer los ecos que nos vienen del pasado, pues
ellos se convierten en las direcciones que orientan nuestra existencia; ellos
son el terreno y el camino en el cual nos encontramos caminando y del cual
hacemos parte.
Creo que en
este sentido pensadores como el Gadamer de Verdad y método, quien en dicho
texto hace una revaloración de la tradición humanista para encontrar en ella un
pathos, una afección que llega hasta nosotros para determinarnos y marcarnos,
dándonos así una propia identidad y un talante propio son de gran utilidad;
pues no se trata de leer la historia, la tradición y las costumbres simplemente
por leerlas, es descubrir en dicha lectura quiénes somos y como ese ser que nos
marca de una u otra manera nos afecta en nuestro propio ser o quehacer.
Por otro lado
creo que es el concepto vattimiano de Pietas referido a la manera como los monumentos
erigidos en la historia nos determinan y a la tradición como monumento son
lugares que están ahí para ser leídos y releídos, desde estos es posible
encontrar respuestas a las preguntas que hoy nos hacemos y soluciones a los
problemas que hoy nos planteamos respecto a nuestra propia identidad.
Tercero. La identidad solo se
revela en el lenguaje; la realidad se patentiza como experiencia lingüística,
ya que es el lenguaje el que desvela el ser; esto quiere decir que la
experiencia lingüística no solo se agota en el habla o en el diálogo, además en
el texto, en el pretexto, en el contexto, en el rostro, en el gesto, en el
símbolo, incluso en la lectura que otros, en otras latitudes y en otras épocas
han hecho de nosotros, así como en las lecturas que nosotros hacemos de
nosotros mismos; esto implica que debemos leernos a nosotros mismos en el
lenguaje artístico, en nuestras instituciones, en nuestras expresiones
callejeras y en nuestros fenómenos sociales; lectura que surge del rostro del
hambriento, del rostro del desplazado y del marginado.
La hermenéutica
contemporánea nos ha hecho conscientes de que solo lo que es lingüístico es
susceptible de ser interpretado y de ser comprendido; pero que el lenguaje es
mucho más que de lo que dice y quizás el sentido fundamental del lenguaje es el
que no es perceptible a primera vista, aquel que hay que rastrear, aquel que
hay que interpretar.
El sentido de
identidad que hemos querido plantear como alternativa y vía de salida o
solución a la época postmoderna es el que se conforma como unidad frente a la
diversidad y a la pluralidad; es el sentido que desde la época postmoderna nos
ayuda comprender quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos; este
sentido de identidad que hemos querido perfilar como ayuda para tratar de
comprender este mundo postmoderno, es el que nos ayuda a saber quiénes somos, a
valorarnos a nosotros mismos y a valorar los otros y lo que ellos son, esos
otros que en cierta medida podemos ser nosotros mismos.
Si hoy nos
preguntamos y cuestionamos acerca de la identidad es porque nuestro mundo
postmoderno está traspasado por los resquebrajamientos y por las diferencias de
todo tipo; sin embargo hemos visto que la identidad se hace problemática cuando
en el quiebre, en el pliegue o en la torsión de la modernidad nos encontramos
en una nueva época que llamamos postmoderna y que reviste unos caracteres que
hasta ahora no habían sido cuestionados; caracteres que, como la corporeidad,
el género, el desplazamiento, la prostitución hoy se convierten para nosotros
en lugares de reflexión.
Evidentemente
hay que tener en mente un gran peligro: el de no caer en los absolutismos de
carácter metafísico, ni el de caer en fanatismos de carácter religioso,
económico o político; en este sentido se puede creer que una acentuación
desmedida en el concepto de identidad conlleva el peligro de creerse los únicos
que poseen la verdad; no se puede creer, cuando se afirma el concepto de
identidad, que este concepto conlleva como consecuencia necesaria la
posibilidad de que quien vive la propia identidad posee la única gramática
posible y que en nombre de esta posesión de la verdad o esta posesión de dicha
gramática se puede despreciar las demás; creo que la humanidad ha dado muchas
pruebas de que un fanatismo exagerado o un absolutismo exagerado lo único que
puede sembrar es guerra y destrucción. En este sentido Vattimo nos ha hecho
siempre caer en la cuenta de que un fundamentalismo exagerado, producto de una
errónea interpretación metafísica, se puede convertir en un mal muy grande que
puede hacer mucho daño a la humanidad. En este sentido puede leerse el valioso
texto de Vattimo en La secularización de
la filosofía titulado “Metafísica,
violencia y secularización”.
Cuarto. El
diálogo es una categoría hermenéutica teorizada por Gadamer, el maestro de
Vattimo en Heidelberg, en su texto Verdad y método; categoría en la que se
deben cumplir algunos requisitos para que sea una experiencia que transforme a
quienes participan de él; ¿qué tanto estoy dispuesto a dejarme transformar por
la palabra del otro? ¿A qué estoy dispuesto a renunciar con tal de alejarme de
mis propios puntos de vista y de mis propios intereses? El verdadero diálogo
transforma a quienes hacen parte de él; no es tanto la experiencia de
permanecer empecinado y ciego en mi propio punto de vista cuanto la experiencia
de dejarme mover de mi propio punto de vista para ver el punto de vista del
otro y de mirar la posibilidad de que él quizás tenga o pueda tener la razón.
El verdadero
diálogo crea sus propias leyes de juego y se trata no tanto de crearlas sino de
dejarse transformar por ellas; todo diálogo es único e irrepetible, se crea en
el momento en que se crean las propias condiciones y quizás desaparece cuando
las condiciones desaparecen, solo permanece la afección o el pathos que él
causó en quienes hicieron parte de él.
En un mundo
postmoderno donde existen todo tipo de diferencias y de grupos minoritarios que
buscan su propia reivindicación y reconocimiento, quizás sea el diálogo y la
escucha, además del carácter moldeable de los dialogantes quienes pueden
alcanzar a sobrevivir; en este sentido ha sido el mismo Vattimo en su texto Essere, storia e linguaggio quien nos ha
hecho recaer en la importancia que tiene para el último Heidegger el tema de la
escucha; no se trata tanto de ir en la búsqueda del ser, cuando de estar a la
escucha del ser; no se trata tanto de buscar el final del camino sino de estar
atentos a las señales del camino porque quizás a lo largo del camino pueda
acontecer la transformación y el cambio, se trata de las Wegmarken, de las Segnavia,
de las señales del camino, de los Hitos,
recurriendo a la traducción castellana que se ha hecho de esta obra
heideggeriana.
En la
conversación, en el largo diálogo con el ser no se trata tanto del afán de
llegar a un final del camino donde encontraremos una evidencia última y
definitiva sino de escuchar, de ver y de sentir las señales del camino, porque
en estas podemos encontrar la experiencia que nos transforme, hay que cuidarse
más del camino y de sus señales porque a lo largo y ancho se van encontrando
experiencias transformantes, palabras que dejan huella, ecos que siguen
resonando.
Quinto. Conclusión.
A manera de
conclusión y dado que estamos en un seminario que nos invita a pensar el mundo postmoderno,
quisiera, siguiendo la huella trazada por Kant en su texto ¿Qué es la
Ilustración? Concretizar todo lo que hasta aquí dijimos, en una reflexión sobre
el nosotros mismos.
Lo primero que
tendríamos que preguntarnos es ¿Somos nosotros postmodernos? Para poder
responder a esta pregunta habría que diferenciar dos planos: el teórico y el
práctico. Desde el plano teórico encontramos que en nuestra sociedad hay
quienes siguen pensando en términos medievales, hay quienes siguen pensando en
términos racionales, es decir modernistas y hay quienes piensan en términos
postmodernistas; estos últimos, en nuestro medio son relativamente pocos, la
causa de ello radica en el hecho de que muy pocos se han apropiado muy
seriamente del discurso postmoderno y todas las implicaciones que éste
comporta; de modo que en nuestro medio existe una gran mayoría de personas que
están dispuestas a usar el término postmoderno para desclasificarlo, para
tildarlo de negativo, nihilista e incluso relativista pero sin un conocimiento
propio acerca de él.
Desde el punto
de vista práctico estamos en una sociedad en vías de postmodernización; el
problema es que hay muchos que no se han dado cuenta que el fenómeno ya está
empezando aquí; basta como ejemplo el mero hecho de pararse a tomar una cerveza
en el parque del periodista un viernes o un sábado por la noche; allí pueden
observarse los más variados grupos conviviendo simultáneamente en un pequeño
espacio: rockeros, punckeros, barrocos, emos, artistas bohemos e incluso
artistas integrados como los llama Vattimo; a la par conviven allí lesbianas,
homosexuales, transexuales y travestis, la pregunta es esta ¿No es este un
reflejo de la cultura postmoderna donde simultáneamente conviven varias formas
de pensar, ser y de vivir?
Lo que intentamos
decir es que en ese vaivén de culturas medievales, modernas y postmodernas en
nuestra sociedad es una clara prueba de que tenemos que prestarle más atención
al problema acerca de cómo afrontar este mundo de postmodernización que estamos
empezando a vivir.
Lo segundo que
quisiera decir es acerca de la identidad, nuestra identidad. Existen elementos
positivos para decir que estamos tratando de vivir y de esclarecer nuestra
identidad, pero también existen algunos elementos que pueden estar demostrando
que estamos perdiendo nuestra identidad.
Cuando en
nuestra sociedad lo importante son las metas desarrollistas y las
satisfacciones de algunos grupos o clases sociales no importa si hay que
derribar un edificio antiguo que habla de nuestra raíces, como tampoco si hay
que acabar con un camino ancestral o con una tradición antiquísima con tal de
satisfacer a algunos aunque ello implique la destrucción de nuestra propia
identidad. Existirían muchos ejemplos: la desviación de la ruta del desfile de
los silleteros: los silleteros antiguamente no entraban a la ciudad ni por el
occidente por la carrera 70, ni por la avenida del río, ni por san Juan, sino
que ellos llegaban con sus silletas por el oriente, por un camino que aún
existe, abandonado y destruido e interrumpido por una antena de telefonía
celular; una parte de nuestra identidad ha quedado sepultada con algunos
fenómenos similares a éste. Recuerdo que en década de los años setenta, en el
cruce de la carrera 33 con la avenida del río, frente al palacio de exposiciones
se exhibió una escultura, algunos dicen que era del maestro Arenas Betancur,
que se llamaba el Arriero; todos esperábamos que se exhibiera una hermosa
imagen del arriero, sin embargo lo que allí apareció fue la cabeza de una mula
que se estaba hundiendo, una mano que se estaba pidiendo ayuda y la figura del
arriero que se estaba hundiendo en el lodo; fue una escultura muy polémica, no
sé cuánto tiempo estuvo allí, pero al tiempo desapareció; hoy solo está la base
de la obra. Creo que si hoy volviéramos a mirar la obra e interpretarla
tendríamos que decir que el maestro tenía razón, porque la cultura del arriero,
para aquella época empezaba a ser replanteada por lo que hoy llamamos cultura
metro.
Positivamente
quisiéramos mostrar cómo somos una de las poquísimas regiones de nuestro país
que albergamos rasgos que nos definen en nuestra propia identidad; de acuerdo
con lo anteriormente mencionado hace algunos años nuestra cultura se
identificaba en torno a la cultura del arriero: machete, carriel y ruana,
alpargates, mula y sombrero, emblema que todavía nos sigue identificando cuando
en las fiestas muchos siguen usando estos atuendos para mostrar nuestros rasgos
ancestrales; a partir de los años setenta u ochenta una nueva cultura empieza a
imponerse, la cultura metro, algo que ha sido muy discutido pero que sin
embargo nos define con los rasgos de pujanza, de temple y de progreso;
características propias de nuestra raza de la cual nos sentimos orgullosos pero
nuestro gran peligro es que estos rasgos que definen nuestra identidad terminen
opacando lo positivo que tenemos y somos y de esa manera empezamos a ser motivo
que genera odio, rencor y exclusión. Quiero decir con esto que una acentuación
exagerada y desmesurada de nuestra propia identidad puede generar fanatismos y
entonces terminamos creyéndonos lo non plus ultra, lo máximo sobre la tierra.
El gran peligro de una acentuación exagerada de la propia identidad y que no
esté abierta para descubrir en la diferencia los rasgos que la pueden
enriquecer son los fanatismos y los fundamentalismos, dos grandes peligros que
siempre van a estar latentes en medio de nosotros; creo que eso es lo que quiso
decir aquel que en la pared de una importante ciudad del valle del Cauca
escribió: “Gracias a Dios no soy paisa”. Muchas gracias.
La
postmodernidad es una época en la que al no existir puntos de referencia, ni
puntos unificantes como la razón, el progreso, la historia, etc., es una época
de grandes incertidumbres, es una época de grandes estados de incerteza, pues
además donde no existen puntos fijos hacia los cuales dirigirse cualquier punto
es un punto válido, en este sentido la postmodernidad coincide con una época
relativista y a la vez nihilista; por lo tanto es una época donde la fuerza del
anuncio se debe acentuar en la certeza, en la esperanza y en el testimonio de
la propia convicción.
La
postmodernidad es una torre de Babel donde todos hablan lenguajes distintos y
por lo tanto existe el peligro de que nadie oiga, pero donde todo el mundo
tenga la tentación de oírse solo a sí mismo; en esta torre de Babel solo el
lenguaje del testimonio, el lenguaje del profeta, el lenguaje del Santo puede
llegar a tener gran acierto; quizás sea esa la razón por la cual nuestra época
es una época que cree mucho en milagros, en apariciones milagrosas, en
personajes milagrosos, aún cuando muchas veces sean producto de la patraña para
ganar adeptos.
Justamente
nosotros poseemos un gran recorrido y una gran experiencia en el estudio sobre
la identidad y la diferencia, dos mil años de vida cristiana, dos mil años de
relectura filosófica y teológica del cristianismo son la carta de presentación
ante nuestro mundo; dos mil años que coinciden con un cristianismo centrado en
la unidad y en la diferencia, en el centro y en la periferia, en el
reconocimiento de lo propio pero también de lo extraño. Estos dos mil años de
historia tienen que educar nuestros ojos y nuestra mente para poder leer en
medio de esta torre de Babel, en medio de los signos de los tiempos la
presencia salvadora de Jesucristo.
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