El arte de la interpretación III
Capítulo
III
Problemas
centrales planteados por la hermenéutica
Este capítulo se propone plantear los problemas
que de una u otra manera son centrales para el planteamiento hermenéutico. Solamente
se plantearán aquellos que son como los pilares sobre los cuales se apoya la
práctica hermenéutica, y serán tratados de manera somera, ya que un análisis
detallado de los mismos es motivo para una nueva investigación.
1. El
prejuicio
1.1. Definición
Un análisis de tipo
histórico evidencia que sólo en la Ilustración el concepto de prejuicio tiene un
matiz negativo. En
este sentido prejuicio quiere decir
un juicio que se forma antes de la convalidación definitiva de todos los
momentos que son objetivamente determinantes. Prejuicio no significa, pues, en
modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que pueda ser
valorado positiva o negativamente; de ahí el matiz positivo o negativo del
prejuicio.
El carácter negativo
del prejuicio está relacionado con la significación que le confiere la
Ilustración al considerarlo en los términos de juicio no fundamentado. En este
sentido, hay
que decir que sólo
la fundamentación, que es la garantía de la utilizabilidad de un método,
confiere al juicio su dignidad. Juicio no fundamentado quiere decir que el juicio no
tiene su fundamento en la cosa, que es un juicio sin fundamento; esta idea es
propia del racionalismo y sobre ella descansa el descrédito de los prejuicios
en general y el hecho de que el saber científico los quiera excluir.
En todo esto es rastreable el
principio cartesiano de no tomar por cierto nada de lo que se pueda dudar.
1.2. Historia negativa de los prejuicios
En la Ilustración puede
hallarse una división básica respecto a los prejuicios: por un lado, se dan los prejuicios por respeto humano; por otro
lado, se
dan los prejuicios por precipitación. En estos lo que nos induce a error es la
precipitación inherente a uno mismo; los prejuicios son propios de la riqueza
de la persona que los propone.
En el primero de los
prejuicios antes enunciados, lo que induce a error es el respeto a los otros, a su
autoridad, y en
este sentido la crítica de la Ilustración se dirige en primer lugar contra la
tradición religiosa cristiana, la Sagrada Escritura, entendida esta como un documento sagrado que es
cuestionado en su autoridad dogmática desde la crítica bíblica.
La Ilustración quiere imponerse
frente a la Sagrada Escritura y su interpretación dogmática; la Ilustración intenta
comprender la tradición correctamente, es decir, racionalmente y fuera de todo prejuicio.
La tendencia general de la
Ilustración es no respetar ninguna autoridad y dirimirlo todo desde el tribunal
de la razón.
Ninguna tradición
escrita, sea la de la Sagrada Escritura, ni la de cualquier otra instancia histórica vale por
sí misma, sino que el hecho de que la tradición sea verdadera depende del
crédito que le conceda la razón. Esto trae como consecuencia que la fuente última de la
autoridad no es la tradición sino la razón; lo que está escrito no necesita ser
verdadero, es posible y susceptible de saberse y conocerse mejor. Esta es la
razón por la que la Ilustración llega a convertirse en investigación histórica;
la Ilustración convierte la tradición en objeto de crítica; todo esto explica
el hecho de que la Ilustración tenga un prejuicio contra todo prejuicio y con
ello se desvirtúa la tradición.
1.3. Historia positiva de los prejuicios
Esta historia negativa
sobre el prejuicio que se acaba de mencionar contrasta con una historia
positiva sobre el mismo, ya que la razón humana no puede regirse sin prejuicios.
Por lo tanto, sería
un ideal al que se debe aspirar el hecho de ser educado en los prejuicios
verdaderos; el prejuicio verdadero debe ser siempre justificado por el
conocimiento racional.
Aunque el Romanticismo
comparte con la Ilustración el prejuicio contra todo prejuicio, sin embargo
aquel se limita a invertir la valoración del prejuicio dando un valor de lo
viejo por lo viejo. Así, mientras
que la Ilustración intenta liberarse de todo hecho antiguo y supersticioso, de
todo hecho pasado, el Romanticismo valora altamente el mundo mítico, los
primeros tiempos, la sociedad natural, el mundo de la caballería cristiana; ellos
alcanzan un hechizo romántico e incluso hay una preferencia por todo ello aún
en contra de la verdad. Esta inversión realizada por el Romanticismo desemboca
en una tendencia generalizada a la restauración, una reproposición de lo
antiguo porque es antiguo, un deseo de volver a lo inconsciente, y ello termina con la reproposición de una sabiduría
superior en los tiempos originarios del mito.
El hecho de que la
Ilustración sea una invitación constante a la superación de todo prejuicio
revela un prejuicio de la Ilustración. La revisión de este hecho conlleva a la concepción de
la finitud en términos más adecuados para ella misma. Esta revisión de la
Ilustración y el Romanticismo conduce a decir que la razón está siempre
sometida a prejuicios y está siempre limitada en su libertad; que el sueño de
una razón absoluta se revela justamente como un sueño. La finitud está limitada
y condicionada de muchas maneras; la razón existe como un hecho real e
histórico, ella no es dueña de sí misma sino que siempre está sometida a lo
dado fáctica e históricamente.
De aquí se puede sacar
una conclusión: no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros
los que pertenecemos a ella; mucho antes de que nos comprendamos a nosotros
mismos en la autorreflexión, nos comprendemos ya dentro de una familia, una sociedad
y dentro del Estado, espacios donde vivimos; por eso los prejuicios
de un individuo son mucho más que sus propios prejuicios, son la realidad
histórica de su ser.
Si se quiere hacer
justicia al modo de ser finito e histórico del hombre, es necesario rehabilitar
el concepto de prejuicio y reconocer que se dan prejuicios legítimos.
En la división que hace
la Ilustración de los prejuicios de autoridad y los de precipitación, se
esconde un presupuesto fundamental de la Ilustración según el cual cuando se usa
disciplinada y metódicamente la razón, con ello se está libre de caer en el
error: por un lado,
la precipitación es la fuente de la equivocación que induce al error en el uso
de la propia razón, y la autoridad es culpable de que a veces no se haga un uso
de la razón. En
este sentido, la Reforma protestante es un intento por rehabilitar
la hermenéutica en el ejercicio del uso de la razón en la comprensión de la
tradición; no puede imposibilitarse el ejercicio de la propia razón, el
ejercicio hermenéutico, alegando
la autoridad de la tradición. Este hecho se basa en el ejercicio de la
aceptación de una tradición que no da cabida ni posibilidad a la interpretación
ni a la discusión de otros posibles puntos de vista más que la tradición misma.
Este es el sentido en el cual podemos decir que la hermenéutica contemporánea
es, de
cierta manera, hija de
la Reforma protestante.
La consecuencia
necesaria a que conlleva la Ilustración es la del sometimiento de toda
autoridad a la razón y el prejuicio de la precipitación es entendido desde
Descartes como fuente de errores en el uso de la razón. Todo esto concuerda con
el hecho de que la hermenéutica se libera de todo vínculo dogmático.
En este sentido, Schleiermacher sostiene que las causas de los
malentendidos son tanto la sujeción como la precipitación.
Ahora bien, si un
prejuicio me determina porque estoy sujeto a la tradición, entonces este
prejuicio está ya planteado desde el punto de vista de la disolución o la
ilustración de un prejuicio, y entonces sólo tiene
valor para un prejuicio no justificado; según esto, hay prejuicios justificados
que pueden ser productivos para el conocimiento.
Es claro que si la
autoridad usurpa el lugar del propio juicio, la autoridad es fuente de
prejuicios porque los juicios no están justificados por la propia razón; pero
esto no excluye que los propios prejuicios, en
cuanto ilustrados y justificados, puedan
ser fuente de un conocimiento verdadero. Es igualmente claro que la Ilustración
manejó un sentido negativo de la autoridad en cuanto la puso como algo
contrario a la libertad y a la razón; por el contrario, la
acercó a la arbitrariedad y a la obediencia ciega.
El verdadero sentido de
la autoridad no surge del reconocimiento ciego en la investidura que tiene el
otro, sino en el hecho de reconocer que la autoridad que se da en el otro es
una investidura que ha adquirido y que ha ganado por un ejercicio acertado de
la razón y conlleva el hecho de que su juicio puede ser más acertado que el
mío.
La autoridad del
superior es un ejercicio de la libertad y de la razón que le concede la
autoridad al superior porque tiene una visión más amplia o está más consagrado,
es decir, sabe más. De aquí se desprende un principio de verdad
y de certeza en la autoridad, que puede saber más en virtud de su consagración.
Sobre este hecho
particular es que el Romanticismo le concedió autoridad a la tradición; lo
consagrado por la tradición y por el pasado posee una autoridad que se ha hecho
anónima y nuestro ser finito e histórico está determinado por el hecho de que
la autoridad de lo transmitido tiene poder sobre nuestra acción y sobre
nuestro comportamiento. Sobre este hecho reposa el poder de la costumbre, pues
es algo encarnado en la tradición y en la procedencia; las costumbres se
adoptan libremente, no se crean por libre determinación, ni su validez se
fundamenta en la libre determinación; la tradición determina ampliamente
nuestras instituciones y nuestros comportamientos.
2. El
problema del lenguaje
2.1.
Introducción
La filosofía del
lenguaje,
separada de la lógica y de la gramática, y por otro lado de la lingüística, filosofía que
intenta comprender originariamente y genuinamente el lenguaje, empieza con Hamann, Herder y Von Humboldt; con ellos adquiere su forma más madura.
Este es el mismo ámbito
espiritual del que surge la cuestión hermenéutica de Schleiermacher, ámbito que
fue acuñado por tres momentos muy importantes: la filosofía de Kant, el Idealismo especulativo y el
Romanticismo.
2.2. Historia
¿Cuáles
son las concepciones sobre el lenguaje que existieron antes que esta? En primer
lugar, hay que considerar la concepción mítico-mágica del lenguaje, que considera
la palabra y la cosa como conformación de un todo; así, conociendo el nombre de
la cosa, se adquiere la fuerza para el conocimiento de la cosa. Esta concepción se destaca en los albores de Grecia
cuando se da la distinción entre φυσις y λóγος, entre mundo y palabra,
realidad y afirmación lingüística. Sin embargo, en Heráclito el λεγειν, el λóγος es lo que originariamente abre el ser y el sentido.
En un
segundo momento, desde el Cratilo de
Platón y desde Aristóteles, el lenguaje es considerado como sistema
convencional de signos que designa contenidos pensados antes, y ello con miras
al entendimiento dentro de una comunidad. Desde aquí la palabra se refiere al
concepto y el lenguaje se refiere a la esencia de las cosas. La intención de
alcanzar la esencia inmutable e invariable de las cosas en el pensamiento hizo
tanto más necesario valorar y entender el lenguaje como perteneciente a este
mundo huidizo y mutable. Con este giro, el pensar puro (νοειν del νους) recibe la primacía delante del λóγος, del
lenguaje (λεγειν).
En un
tercer momento, es necesario nominar la función anterior como función objetiva
de la significación; ella se sitúa en primer plano, pero al precio de
desaparecer la totalidad viva del acontecer del lenguaje en su función
originariamente creadora y reveladora de sentido. Esta fue precisamente la
imagen del lenguaje que permeó toda la cultura occidental: predomina en el
Estoicismo, en la Escolástica, en el Realismo, en el Nominalismo y en la discusión
sobre los universales. El Racionalismo no logra superar la visión del lenguaje
como simple significación. Además, en la época moderna, la teoría lingüística
de los signos se enlaza con la transformación en la que se pasa de pensar el
ser a pensar la esencia, quedando así la palabra subordinada como signo a la
esencia pura.
2.3. Universalización del problema lingüístico
En el
siglo XVIII y principios del XIX, se produce con
Hamann, Herder y Von Humboldt una visión orgánica, originaria y unitaria de la
lengua.
El
lenguaje para Hamann no es otra cosa que la razón. El lenguaje es el padre de
la razón y de la Revelación; en él se realiza la Revelación, la percepción y la
intelección originaria. El lenguaje es pura razón, y a la vez, crítica; es el
órgano y el criterio de la razón.
Herder
fundamenta el lenguaje en el sentimiento, en la experiencia inmediata que crea
para sí una expresión; a la vez realiza una crítica a Kant cuando éste realiza
un retroceso trascendental hasta las condiciones previas de posibilidad del
conocimiento objetivo, y sin embargo, no avanza hasta el lenguaje. Kant no ha mostrado el acontecer del lenguaje como
condición de conocimiento objetivo, no ha ilustrado el origen y la esencia del
lenguaje.
Von
Humboldt lucha por una comprensión de la unidad viva del lenguaje. Para él, el
lenguaje es unidad en oposición al espíritu individual y objetivo, pues cada
uno habla su idioma, pero al mismo tiempo es introducido por el idioma en una
comunidad idiomática, y con este hecho, es introducido en el espíritu objetivo
de una configuración histórica y cultural de la humanidad. Para él, el lenguaje
es unidad en oposición de sujeto y objeto, ya que nosotros no afrontamos una
objetividad subsistente en sí misma y dada ya previamente como algo completo y
concluso en sí mismo. Al contrario, no descubrimos el mundo antes del lenguaje,
ni antes de descubrir el mundo descubrimos el sentido del lenguaje, ya que los
lenguajes no son un medio para exponer la verdad ya conocida sino más bien para
descubrir la anteriormente desconocida.
Von
Humboldt ofrece por primera vez en el lenguaje la totalidad de una visión del
mundo y la objetividad se da por primera vez en esta totalidad transmitida
lingüísticamente; es por esta razón que el lenguaje debe ser entendido y
considerado en su totalidad.
Para
Kant, el juicio es la síntesis de una multiplicidad, síntesis que es conducida y
posibilitada por principios apriorísticos de unidad. Esta síntesis se expresa
lingüísticamente en las frases. En ello Von Humboldt ve un acontecer
lingüístico donde en el concepto se da un contenido y una forma, siendo así
trasladado a una categoría del pensamiento, es decir, insertado en un contexto
lingüístico determinado al que se refiere la totalidad del lenguaje y desde esa
totalidad es entendido.
En
esto se patentiza el hecho de que la intelección de cada cosa se da en la
totalidad de un contexto de sentido y de significación, contexto que
hermenéuticamente resulta significativo.
Por
medio de la hermenéutica de Schleiermacher se llega en Dilthey a una concepción
del lenguaje trascendental hermenéutico, en la que se comprende la intelección
a partir de la totalidad de nuestro acontecer histórico lingüístico y se muestra
a este como condición de posibilidad de la intelección histórica.
Esta
concepción diltheyana penetra en el pensamiento de Heidegger, quien recoge y
continúa el problema y fundamenta el lenguaje en la intelección existenciaria
ontológica e histórica, es decir, en una hermenéutica de la existencia. Con
ello reconduce al lenguaje a la constitución óntica y existenciaria de la
existencia en calidad de intelectivo ser-en-el-mundo.
En sus
escritos más tardíos, Heidegger intenta comprender el lenguaje a partir del
ser, es decir, retraerlo al ámbito de la subjetividad y del fundamento,
tratando de comprenderlo a partir del suceso histórico del ser que se revela y
se oculta, que nos habla en el lenguaje: la voz del ser. Así, el aspecto del
fenómeno del lenguaje se revela a la vista; el lenguaje nos es dado previamente
en una cierta independencia y legislación que le es propia; en su
transformación histórica lleva una cierta vida propia de la que participa el
que oye y habla el lenguaje.
El
lenguaje significa un destino determinado histórico y asignado a nosotros, pues
él nos indica un espacio determinado de conocimiento histórico de uno mismo. Cuando
esto se entiende a partir del ser, el lenguaje es percibido únicamente como
lenguaje del ser, como monólogo consigo mismo y cuya voz nosotros debemos oír y
atender para corresponder a ella. Con esto se reconduce la comprensión del
lenguaje a una instancia mítica y se hace oscura la esencia del lenguaje. Todo
esto nos lleva a la conclusión de que el lenguaje es un suceso vivo y unitario
en el que el mundo se nos abre y en el que se constituye la plenitud y la totalidad
concreta de un horizonte de nuestra propia comprensión y de la del mundo.
2.4. Consecuencias ontológicas del problema
lingüístico
El
lenguaje es un centro en el que se reúnen el yo y el mundo; en él, estos
aparecen en su unidad originaria: centro especulativo del lenguaje que acontece
de modo finito frente a la mediación dialéctica del concepto. Este hecho
evidencia la naturaleza especulativa del lenguaje que consiste en anunciar un
todo de sentido; en él se accede a dicha totalidad de sentido, que se acerca al
fenómeno del hacer la cosa misma, ya que en el hablar hacemos un acercamiento a
la cosa misma. En el lenguaje accedemos al sentido, y desde él, a una
estructura universal-ontológica, es decir, a la constitución, a la conformación
de todo aquello hacia lo que se puede volver la comprensión.
Lo
óntico por comprender devuelve el sentido de lo universal cuando se presenta
como un hecho lingüístico; esto significa que lo que puede comprenderse se
presenta como lenguaje; lo que puede comprenderse accede como horizonte de
comprensión a la comprensión del lenguaje, es un hecho lingüístico. Desde esta perspectiva, adquirir una segunda lengua
no significa adquirir una segunda existencia, sino que el ser mismo en cuanto
existencia se nos da en su propio ser. Así, se habla de una unidad especulativa
entre ser y aparecer, ser y lenguaje; unidad que siendo identidad se convierte
en una distinción; lo que es accede y acontece sólo en el lenguaje; lo que es está ahí en su propio ser y
se cancela en lo dicho; lo que accede al lenguaje no es un hecho dado con
anterioridad al lenguaje e independiente de él, sino que en la palabra acontece
su propia determinación.
La
relación humana con el mundo es lingüística, y por lo tanto, comprensible en
general y por principio. Así, la hermenéutica es un aspecto universal de la
filosofía y no sólo la base metodológica de las ciencias del espíritu.
El
carácter lingüístico de la comprensión incide en la afirmación de la finitud
del acontecer lingüístico en el que se concreta en cada caso la comprensión. La
relación ser-lenguaje anula la diferencia que se da entre ser y representación,
ser y significado; el ser se presenta a sí mismo en lo representado en cuando
hecho lingüístico; el ser y su significado no asumen una posición de distancia
el uno frente al otro, sino que son uno y el mismo en su ser en cuanto que son
hechos lingüísticos.
De
este modo puede decirse que el ser es un representarse y que todo comprender es
un acontecer. El modo de ser de la comprensión posee el carácter de evento. La experiencia
hermenéutica participa de la inmediatez que siempre ha caracterizado a la
experiencia de lo bello, y en general, a toda evidencia de la verdad.
3. La mediación
La
significación fundamental de la hermenéutica para la actualidad sólo se
patentiza clarificándola desde los problemas de la filosofía moderna. Con ello
se encontrará que las cuestiones fundamentales de la filosofía moderna
experimentan con este énfasis hermenéutico contemporáneo una ampliación y una
profundización.
Desde
el comienzo de la filosofía moderna, el gran problema que esta se plantea es la
cuestión acerca de la autofundamentación crítica y metódica del conocimiento
filosófico. El problema del método, la cuestión de un fundamento crítico y
seguro son planteamientos que mantienen en vilo el pensar filosófico desde
Descartes.
3.1. Descartes: el Racionalismo, el Empirismo y la
mediación
En lo
que se refiere al método crítico instaurado por la modernidad, la verdad y la
certeza deben ser legitimadas en los elementos que son dados inmediatamente. Es por esta razón que, para la modernidad, la
investigación tiene como fin establecer el contenido singular que posee el
conocimiento primigenio y más directo de la verdad, llegar a un conocimiento
que haciéndose evidente por sí mismo resulte innegable e indudable. Justamente
han sido el Racionalismo y el Empirismo los movimientos que han liderado esta
forma de pensar.
Descartes
ha sido el primero en evidenciar la certeza del cogito ergo sum como primer conocimiento verdadero y seguro. De
este primer conocimiento hace derivar las ideas claras y distintas como
criterio general de verdad y certeza, y desde aquí acepta las ideas innatas.
Sin
embargo, la objeción que se le ha hecho a esta
argumentación es que las ideas claras y distintas no son una realidad
inmediata, sino que aparecen en el trasfondo de la conciencia como algo que
ella presupone. Así, el yo pienso jamás es dado inmediatamente como objeto,
sino que se da en la realización del conocimiento objetivo; éste sólo puede ser comprobado deductivamente. De la misma
manera, las ideas innatas jamás son dadas inmediatamente; por el contrario,
ellas son postuladas especulativamente. Es por ello que no es posible sostener
el carácter inmediato del pensamiento; la inmediatez del pensamiento se da más
bien de manera mediata, es decir, en la reflexión mediadora.
Para
el Empirismo, el planteamiento inmediato es dado en un conocimiento
objetivamente expreso, pero el conocimiento jamás se expresa de manera
inmediata sino mediado por un sujeto cognoscente. Es justamente Locke, en su
distinción entre sensación y reflexión, quien anuncia la actividad mediadora
del sujeto en la reflexión. Berkeley ve que los contenidos sensoriales de la
percepción se desvanecen en los contenidos de conciencia del espíritu. Para
Hume, el dato sensorial, cuando se da en su
inmediatez abstracta, pierde toda valoración del ser y toda contienda real. Así,
el mundo se convierte en una vaga plenitud de experiencias sensoriales.
No hay
un pensamiento inmediatamente dado sino que siempre es algo mediato, de modo
tal que cada precisión que se hace sobre la realidad, cada afirmación
verificable o falsificable, presupone siempre al sujeto cognoscente que da un
sentido, una orientación determinada a partir de su mundo.
3.2. Kant, Hegel y la mediación
El problema
trascendental kantiano consiste en alcanzar la mediación ya que no existe una
inmediatez pura del conocimiento objetivo. Cada conocimiento de un objeto
presupone el sujeto del conocimiento, el cual se apropia del objeto a través de
la propia acción y realización que debe mediar hacia un objeto conocido.
Justamente, la propuesta de Hegel es que el
sujeto no tiene la mediación fuera de él, sino que él mismo es mediación, o sea,
que el sujeto propone previamente las condiciones del conocimiento. La pregunta
que se da es: ¿cómo ha de suceder esto?
Para
Kant, el objeto sólo es
dado por mediación por parte del sujeto, por las condiciones a priori; el objeto sólo se da mediado a través del sujeto; pero el sujeto
tampoco se da inmediatamente a sí mismo sino a través de su función formalmente
condicionada y determinante sobre cualquier objeto. Así, el objeto se da sólo por la mediación del sujeto, y el objeto es
determinado por el sujeto. En este caso, la mediación se convierte en algo
fluctuante, no se alcanza plenamente, no hay una base firme para ella.
Fichte
habla de una inmediatez para la visión intelectual del yo que se establece a sí
mismo, que se realiza a sí mismo. Schelling eleva esta visión intelectual hasta
la contemplación inmediata del principio absoluto, eterno e infinito. De aquí
resulta una mediación deductiva a priori
de la realidad en su conjunto; con ello habla de una mediación absoluta.
Para Hegel,
la inmediatez está profundamente relacionada con la mediatez hasta tal punto
que la una exige a la otra; la una no se da sin la otra ya que toda inmediatez
retorna a la mediación, eleva la inmediatez del principio a una inmediatez
mediada más rica y plena. La inmediatez encierra en sí misma la mediación y no
hay ninguna mediación que no se base en la inmediatez y regrese a ella.
En
cada grado de conciencia se da una inmediatez del conocimiento o de la visión,
pero una inmediatez que se prueba a sí misma
como mediata, y en este sentido, se da una dialectización hacia la inmediatez
mediata.
Según
lo anterior, el objeto no puede ser visto ni comprendido en una inmediatez
abstracta, sino en la totalidad de un movimiento mediador que comprende por
igual al objeto y al sujeto y que en la mediación determina el uno por el otro.
Por
otro lado, el sujeto no puede ser comprendido abstractamente, aislado en sí, en
la inmediatez de una sola contemplación interna. La totalidad de las
experiencias del espíritu se realizan expresamente en el horizonte en el que el
hombre se experimenta y se realiza a sí mismo. En ello y con ello se da la
autocomprensión del hombre concreto y se interpreta ella a sí misma. En otros
términos, se puede decir que la totalidad de nuestro mundo, mundo de
experiencia humana, es un mundo acuñado por la historia, interpretado por el
lenguaje, un mundo en sí múltiple y mediato.
El
problema que la Fenomenología del
espíritu intenta resolver es el de la conducción del sujeto de lo
particular, situacional y finito, a lo universal
y abstracto. En este sentido, la Fenomenología del espíritu se ubica
dentro del idealismo alemán que busca ubicar al individuo en una situación que
va del punto de vista común y ordinario al punto de vista filosófico. Con ello,
además, hay una relación directa con el racionalismo ilustrado que rechaza toda
intención de encuentro con la verdad en lo meramente empírico y en la aparición
de lo inmediato.
Para Hegel,
hay conocimientos inmediatos, es decir, conocimientos que por sí mismos no se
dejan mediar, es decir, no se dejan insertar en un contexto lógico de premisas
mayores o menores que lo expliciten. Este conocimiento inmediato es un
conocimiento base, un conocimiento verdadero y evidente en sí mismo.
Para Hegel,
un conocimiento mediato es el conocimiento que se deja mediar entre una premisa
mayor y una conclusión o premisa menor; es el conocimiento que se puede poner en
relación con otros conocimientos para ser clarificados en función de su
evidencia.
Para Hegel,
el punto de vista común está caracterizado por el hecho de que se dan para él
conocimientos inmediatos, es decir, no mediables; por ejemplo, en la relación sujeto-objeto, este segundo término
se constituye en algo inmediato en la medida en que el sujeto solamente se
limita a describir, narrar y rendir cuenta de lo que aquel es, pero no hay un
aporte de conocimiento por parte del sujeto al objeto; el sujeto no agrega nada
nuevo al objeto, ya que fundamentalmente se limita a dar cuenta de este siendo
siempre una descripción fatalmente incompleta.
Para Hegel,
es fundamental el hecho de descubrir toda realidad como mediada, ya que ello
significa que es racional. En este sentido, la mediación se hace cercana a la racionalización.
Hegel es fundamentalmente un racionalista.
3.3. La filosofía contemporánea y la mediación
Para
Husserl, la inmediatez del fenómeno se muestra ya mediada por la subjetividad.
Con ello da a entender que el yo o la conciencia no puede ser comprendida o
interpretada en sí misma, en su inmediatez fenomenológica, sino en la totalidad
concreta del horizonte de comprensión previo de mi mundo o del mundo de la vida
que precisa de una interpretación temática.
El
horizonte se refiere a la totalidad de lo que resulta percibido o anticipado
atemáticamente en el conocimiento singular temático. Toda experiencia tiene una
estructura de horizonte, pues ella está acompañada de un saber previo de
contenidos o determinaciones ulteriores que no han llegado al hecho o que temáticamente
todavía no han llegado a él. El saber previo jamás es determinado previamente,
o puede ser determinado imperfectamente, pero no es nunca un saber vacío.
Toda
experiencia tiene un horizonte interno, en cuanto lo dado pre-alude a algo
ulteriormente experimentable en él, y un horizonte externo que se refiere al
círculo de objetos acompañantes de toda experiencia. En la continuidad de estos
es experimentada, entendida e interpretada la totalidad de objetos, es decir, la totalidad del mundo como horizonte abierto del
espacio y del tiempo. Estos hechos son de gran importancia para entender la
estructura de la experiencia y la intelección; así se puede deducir que no hay
una subjetividad pura, ni una objetividad pura, a-histórica o absoluta.
Para
Heidegger, el horizonte se convierte en un horizonte proyectado en la
autorrealización de la existencia. Esta se proyecta en su poder-ser propio, es
decir, en el cúmulo de posibilidades a que está abocado el poder ser. El proyecto
del poder ser es algo futuro, algo que viene hacia mí, es algo que sucede en el
tiempo; el horizonte proyectado muestra la manera como la temporalidad está
constituida.
Para
Heidegger, el mundo no es ni la totalidad de las cosas naturales, ni la
comunidad de los hombres, ni la suma de los entes, sino la totalidad del horizonte
previamente proyectado.
El
hombre se encuentra previamente siempre ya en su mundo como en la totalidad de
un horizonte en el que experimenta cada vez lo singular y lo entiende en su
sentido, y en el que también se experimenta y se entiende a sí mismo. Esto plantea
las cuestiones fundamentales de una hermenéutica en el sentido del saber
comprender, saber comprenderse dentro de un horizonte de comprensión que
clarifica sentidos, direcciones y experiencias.
Para Gadamer, el
problema de la mediación está enmarcado dentro del problema de la
representación y el original. Se plantea en los términos de “la” representación
o “una” representación, de la verdad que se da en la representación, o de la aspiración
de toda representación a ser “la” representación.
Gadamer sostiene que
cada representación intenta ser correcta, y en este sentido, se da en la
representación una anulación de la mediación que la hace aparecer como la
verdadera experiencia de la obra. En otros términos, se puede decir que sólo cuando se da una anulación de la mediación en la
representación de la obra, sólo en esa medida se tiene una verdadera experiencia de
esta (Gadamer, Verdad y método 165).
Sólo
se hace una distinción entre obra y mediación cuando esta fracasa. Esto es lo
que hace la conciencia estética cuando está en condiciones de realizar dicha distinción.
Si las cosas son así, la representación elimina la mediación, entonces la
mediación ha de ser total. Pero, ¿qué significa mediación total?
Que lo que media se cancela a sí mismo como mediador.
Esto quiere decir que la reproducción (en el caso de la representación escénica
o en la música, pero también en la declaración épica o lírica) no es temática
como tal, sino que la obra accede a su representación a través de ella y en
ello (Gadamer, Verdad y método 465).
Las obras del pasado
acceden en el momento presente como monumentos perdurables. Por eso, para
acceder a lo que ellas son no se deben abstraer las referencias vitales que las
conforman; mientras mantengan sus funciones serán contemporáneas en cualquier
presente.
La identidad de la obra
por interpretar, aunque se presenta de manera cambiante a través de los
tiempos, permanece en todos los aspectos que la obra pudiera presentar. De ahí
que los grandes monumentos del pasado planteen el problema de una integración
entre el antes y el ahora. Las obras de arte no permanecen al margen del
devenir histórico; este arrastra con ellas. Ello plantea el problema de la
mediación cuando una obra del pasado se quiere reconstruir en el presente.
En el monumento
acontece una mediación entre el pasado y el presente. En esto consiste el hecho
de que una obra tenga un mundo. Pero de aquí no se infiere que una vez que ha
pasado el mundo de la obra, este desaparezca con ella; por el contrario, este
sigue estando presente en aquella y se dará en ella y con ella toda vez que
quiera ser actualizada.
La mediación aplicada a
lo clásico significa que este ultimo es tal porque se significa e interpreta a
sí mismo. Lo clásico siempre tiene algo para decir en cada presente y lo hace
de tal manera como si se lo dijera a sí mismo. Lo clásico está presente de tal
manera que se realiza a sí mismo en su propia mediación. Por eso Gadamer define
lo clásico en términos de “pervivencia de la elocuencia inmediata de una obra”
(Verdad y método 359), pervivencia que es ilimitada.
¿Qué relación hay entre
mediación e interpretación? La comprensión no se debe entender como un proceso,
una acción del sujeto, sino que se debe entender como el desplazamiento del
intérprete hacia un acontecer de la tradición. En dicho acontecer, pasado y presente
se hallan en continua mediación; esto es lo que fundamentalmente tiene que
enfatizarse en la teoría hermenéutica (Id.
360).
La función misma del
historiador es una función mediadora con respecto a la historia, en el sentido de
que está obligado a mediar con el presente de su propia vida el conjunto de la
tradición histórica, manteniéndose a su vez abierto hacia el futuro (Id. 414).
Concluyendo, se puede decir que todo proceso interpretativo
requiere una mediación, mediación de un sujeto que interpreta y que plasma su
propia visión del objeto que quiere interpretar. Todo proceso interpretativo
requiere de una mediación, pues el objeto por interpretar necesariamente está
inserto en una totalidad dentro de la cual debe ser interpretado; por lo tanto,
la mediación implica reconocer todos los mecanismos mediadores que lo
determinan dentro de una totalidad.
Básicamente, en la
interpretación de un texto antiguo debe tenerse en cuenta la mediación de la
lengua original del mismo y la lengua a la que se quiere traducir, además de la
mediación del ambiente histórico que determina tanto al autor como al
intérprete. Lo mismo ocurre con la representación de una obra teatral, musical
o escénica donde lo representado accede a través de una mediación. Con la interpretación
de la tradición sucede lo mismo, pues ésta accede a través de una serie de
mediaciones que la evidencian. Esta breve presentación de la mediación perfectamente
podría suscitar la siguiente pregunta: ¿acaso el problema de la mediación no es
uno de los pilares fundamentales sobre los cuales se asienta el problema
hermenéutico?
4. La hermenéutica y la verdad
Según la hermenéutica contemporánea, la verdad es interpretación
porque las cosas, los eventos y el mundo del cual nos ocupamos y que tratamos
de comprender se comportan de manera semejante a como se comporta el lenguaje
escrito.
Esta es una idea muy antigua: ya los Padres de la Iglesia hablaban de la
naturaleza como del libro escrito por Dios. La misma idea bíblica de la
creación a través de la palabra de Dios puede ser una anticipación de esta
tesis, la que en los momentos más extremos toca el confín del panlingüismo (todo es lenguaje) o del textualismo (todo es texto).
Para mantenerse en la que se puede llamar una “línea
estándar” de la hermenéutica, es menester comprender que la prioridad del
lenguaje implica que el modelo de la interpretación de los textos es aplicado a
la comprensión del ser que se refiere al mundo humano y que consta de libros,
obras de arte, discursos, monumentos, edificios, documentos, mitos, memorias
que mandan a…, saberes, instituciones, etc. Esta tesis puede que no sea tan
arbitraria si se recuerda la gran importancia de la escritura para una
civilización como la nuestra, importancia que hoy se puede rastrear no sólo en
las disciplinas humanísticas e históricas, sino también en matemáticas, en sociología, en
informática.
Lo primero que Gadamer quiere recalcar sobre el
tema de la verdad, desde el punto de vista de la hermenéutica, es lo referente a las
implicaciones sociales, políticas y económicas que puede acarrear el hecho de
que en un momento determinado alguien tenga que decir qué es la verdad, el
hecho de tener que decir la verdad.
A este respecto cita el Evangelio de san Juan cuando Pilatos
le pregunta a Jesús: “¿qué es la verdad?”, aclarando inmediatamente que la
“frase tal como fue pronunciada por el gobernador Poncio Pilatos en la
situación política de Palestina significa que lo afirmado como verdad por un
hombre como Jesús no afecta el Estado para nada” (Gadamer, Verdad y método II 51).
Aunque en la época contemporánea el cuadro
económico y político ha cambiado, de modo tal que hay más tolerancia, sin
embargo el científico, movido por su afán investigativo en el deseo de conocer
la verdad, es consciente de que sus hallazgos tienen una repercusión política,
social y económica; por eso cuando trata de socializarlos debe tener en cuenta
las limitaciones y el alcance polivalente de su comunicación, pues en ello está
implicado el sentido de la verdad. Piénsese, por ejemplo, en el hecho de que
Heisenberg sabía la teoría de la descomposición del átomo, pero también sabía
cuán peligroso podía ser este hallazgo científico en manos de Hitler. Esto hace
pensar en la responsabilidad ética del intelectual, también en su búsqueda de
la verdad y en la comunicación de sus hallazgos. Contrariamente, Einstein había
creído pertinente socializar sus hallazgos, y sin embargo, cabe reflexionar
todavía mucho sobre el panorama triste y sombrío de la explosión nuclear de Hiroshima
y Nagasaki. Por eso, el científico “debe conocer las repercusiones de su obra y
responder por ellas” (Gadamer, Verdad
y método II 51).
Pero esto a la vez encierra una versión
diabólica que consiste en el hecho de que el investigador se siente tentado a
expresar en su parecer lo que la opinión pública quiere escuchar o los
intereses del Estado. Esto evidencia la relación que se da entre las opiniones
y la falta de libertad en el pensamiento.
Lo segundo que Gadamer toma en consideración
respecto al problema de la verdad, lo toma de la crítica nietzscheana al
fanatismo religioso y científico, ya que, para Nietzsche, estos están asociados
al hecho de la demostración de la verdad, al hecho de dar pruebas de que la
verdad existe. El fanatismo, tanto el científico como el religioso, se reduce a
demostrar la verdad, a exigir pruebas de la existencia de la verdad: “la
ciencia coincide, en efecto, con el fanático en ser tan intolerante como el que
pretende demostrar que lo que dice ha de ser la verdad” (Gadamer, Verdad y método II 52).
En un tercer momento, se hace necesario
considerar la relación entre ciencia, método y verdad; pues no se puede negar
la pretensión del método científico de imponerse como el único método, por
encima incluso de las ciencias humanas que no funcionan desde el método
científico. Con esta pretensión, el método muestra su insuficiencia cuando
pretende abarcar la verdad como problema en toda su amplitud.
De lo dicho se infiere la necesidad de mirar
más de cerca la relación estrecha que se da entre ciencia y verdad.
La ciencia surge en Grecia, y con ella Occidente
se distancia de Oriente, pues dicho surgimiento marcará el destino de Occidente.
Lo que impulsó la creación de la ciencia fue un afán de saber, un afán de
conocimiento, un afán de explorar lo desconocido, lo raro y lo extraño. De ahí un
gran escepticismo frente a lo que se narra y frente a lo que se da por
verdadero.
Frente a este predominio del pensamiento
científico en la cultura occidental, ha sido Heidegger quien ha recurrido a lo
que en griego significa la verdad; él la entendió como desocultamiento. Igualmente, entendió que la radicalización
ontológica del problema del ser se hace latente cuando la verdad tiene que ser
arrebatada de su estado de ocultamiento y de encubrimiento, estados que son
correlativos. Desde ahí hay que interpretar el hecho de que las cosas se
mantienen ocultas por naturaleza, de que la naturaleza ame el ocultarse; así
queda entablada una profunda relación entre el ser verdadero y el discurso
verdadero, y con ello, la importancia del lenguaje para que el proceso de
desocultamiento se haga latente.
La enseñanza fue el discurso que realizó en su
mayor pureza la relación entre discurso verdadero y ser verdadero. Sin embargo,
la manera como se desarrolló este discurso no fue a partir de la enseñanza sino
a partir de los conceptos, y la ciencia despliega todas las posibilidades del
concepto. Desde este punto de vista, hay que
entender el hecho de que las cosas son en su ser inteligibles, la
inteligibilidad del ser de las cosas se encierra en el discurso; lo que el modo
de ser del discurso comunica y representa es el ser mismo de las cosas, la
razón de ser de las cosas.
Pero el modo de ser del discurso que representa
el ser de las cosas es el juicio, la proposición, el enunciado, lo que en
griego se designa como αποφανσις.
El juicio reivindica para sí mismo la pretensión de ser verdadero, es decir,
pretende revelar un ente tal y como es. A pesar de que se dan una serie de
posibilidades para el habla, tales como la súplica, el mandato, la imprecación,
la interrogación, y pese a que todas ellas tienen algo de verdadero, frente a
ellas el juicio se arroga para sí mismo la pretensión de mostrar el ente tal y
como es.
Gadamer se pregunta acerca de la experiencia
que acaece en el discurso mostrante y sostiene que la verdad es des-ocultación.
Con base en este principio interpreta el discurso cuando asevera que el sentido
del discurso es dejar estar lo desocultado, hacer patente lo desocultado
(Gadamer, Verdad y método II 54).
Igualmente relaciona la verdad del discurso con
el juicio, pero desde Aristóteles. A este respecto sostiene que “el juicio es
verdadero si deja reunido lo que en la cosa aparece reunido; un juicio es falso
si hace estar reunido en el discurso lo que en la cosa no está reunido” (Ibíd.).
La verdad del discurso se define en los
términos de adecuación del mismo a la cosa; en otros términos, se define como
el hecho de que el discurso deja estar presente la cosa, hace presente la cosa,
presencializa la cosa.
Es bien interesante anotar el hecho de que, respecto al problema de la verdad, ésta da un salto
del juicio al discurso y desde éste hasta la lógica cuando se puede afirmar que
la propuesta difundida por la lógica respecto al problema de la verdad fue la
de adaequatio intellectus ad rem.
En esta experiencia lógica de la verdad se
anuncia la experiencia de la verdad difundida por la ciencia moderna concebida en
términos de que lo que alguien dice, lo que alguien sostiene –es decir, el intellectus que se dice en el discurso–
sólo puede medirse y calcularse en aquello que hay, en aquello que se da. Esto
es lo que en filosofía se llama la verdad del enunciado, de acuerdo con la cual
el lugar de la verdad es el juicio.
En este desarrollo de la verdad es posible
constatar una de las maneras como en Occidente se ha interpretado la teoría
griega del λóγος, que
ha desembocado en el concepto moderno de ciencia.
En este proceso evolutivo, o si se quiere
involutivo, la noción de ciencia en la modernidad ha entablado una ruptura con
respecto al mismo concepto tal y como era conocido por los griegos, ya que para
estos la verdadera ciencia no es la natural ni la histórica, sino la matemática
y lo es porque al ser su objeto puramente racional, se convierte en modelo de
toda ciencia “porque se puede representar en un contexto deductivo cerrado”
(Gadamer, Verdad y método II 54).
La ciencia desplegada en la modernidad
considera el conocimiento matemático como un modelo no por el ser de sus
objetos, sino por ser un modo de conocimiento más perfecto. De este modo, no
sólo se establece una ruptura con el modo de saber griego, sino con el modo de
saber que ha predominado en Occidente.
Desde la constatación de esta ruptura, desde el
imperio de esta noción de ciencia impulsada por la modernidad, lo que empieza a
predominar es el método, hasta tal punto que hablar de ciencia, de saber y de
conocimiento en Occidente significó desde este momento hablar de método. Con
ello se alcanza un sentido unitario de lo moderno a pesar de las diferentes
acepciones que pueden tener los distintos campos del saber: en ellos predomina
el sentido unívoco de método que es igual para todos ellos.
El método propugna por un ideal de conocimiento
tal que se hace necesario recorrerlo reflexivamente de tal modo que siempre sea
susceptible de ser repetido. Es metódico el
hecho de recorrer siempre un mismo camino y ese es el proceder de la ciencia. Desde
ese punto de vista, μέθοδος
significa camino para ir en busca de algo.
Pero el método supone una restricción en los
intentos por alcanzar la verdad, pues con ello se restringe la noción de verdad
a verificabilidad y el criterio para mirar la verdad se reduce a la certeza. En
este sentido es Descartes quien formula la regla sobre la certeza en los
términos de reconocer lo verdadero desde el ideal de la certeza.
De esta concepción de verdad en términos de
certeza, verdad es lo comprobable, que culmina en el reproducir iterativo y con
ello en la legalidad; pues la iteración en la reproducción supone o conlleva a
la legalización que rige lo iterativo y lo reproducido. Esta legalización
genera el universo de la planificación y de la técnica, que a su vez se ha
apoderado progresivamente de nuestra existencia.
Entre el conocimiento y su aplicación práctica
se da una instancia tal que ella misma es la instancia técnica. Esto es lo que
ha generado el modo de conocimiento científico, y con ello se está enfrentando
uno de los grandes problemas para la filosofía contemporánea.
Sin embargo, en la idea moderna de ciencia
persiste la idea griega del ser, en el sentido predominante en la metafísica
occidental. Heidegger ha sido quien ha relevado
este hecho en el sentido de que el origen del ser se remonta hasta los griegos,
pero también que el destino de nuestra cultura está asociado a la ciencia moderna
que se convierte en el destino inexorable de la cultura occidental. Por esto, Gadamer
plantea que Heidegger ha cerrado el paso a todo intento Romanticista de
restaurar los antiguos ideales, sea de los humanistas, helenistas, o bien los
de la Edad Media.
Tampoco la filosofía hegeliana de la historia fue
suficiente para superar este esquema y esta forma de pensamiento instaurado por
la ciencia moderna porque, según Hegel, “la filosofía griega es tan sólo un
preludio especulativo de lo realizado modernamente en la autoconciencia del
espíritu” (Gadamer, Verdad y método II 55).
Frente a esta problemática instaurada por un
saber moderno concretizado en la ciencia surge la cuestión acerca de la
recuperación del saber elaborado por la ciencia.
Para empezar es necesario decir que la
demostración no es el único modo correcto de corroborar la verdad, de hacer
conocer la verdad, ya que constantemente se está traspasando la frontera de la
forma lógica de hacer valer la verdad en y a través del juicio. En este sentido,
Gadamer sostiene que “utilizamos continuamente formas de comunicación para
realidades no objetivables, formas que nos ofrece el lenguaje, incluido el de
los poetas” (Ibíd.).
Sin embargo, la ciencia tiene una pretensión
constante de superar lo subjetivo de la experiencia cognoscitiva hasta llegar a
la objetivación del conocimiento; junto a esta, ella busca superar la
equivocidad del lenguaje simbólico hasta llegar a plantear la univocidad del
concepto.
Todo el problema de la verdad, que desde la
filosofía moderna se ha intentado resolver en el problema de la verdad
propugnada por la ciencia, y por tanto en la lógica y en la consiguiente
problemática basada en el juicio, ha encontrado una vía de solución en una
corriente filosófica que en la actualidad propugna por el camino de la lógica:
buscar un lenguaje unívoco y preciso que funcione a la manera del lenguaje
matemático. Sin embargo, esta vía de solución tropieza a su vez con un problema
mucho más complejo, y es que la invención de un lenguaje convencional y la
consiguiente adopción del mismo presupone la existencia de un lenguaje natural,
que es el lenguaje que se habla; es el problema del metalenguaje. Además hay
que añadir el hecho de que el lenguaje que se usa cotidianamente es el lenguaje
presupuesto para toda discusión y adopción de un lenguaje lógico; el lenguaje
que se usa ordinariamente ocupa un lugar privilegiado.
El problema que se presenta es que el enunciado
que pretenda expresar la verdad debe ser muy distinto al enunciado propuesto
por la lógica, que sólo pretende dar constancia de lo que está presente: “no
basta con proponer en el enunciado lo que está presente” (Gadamer, Verdad y método II 56).
El problema que se tiene que resolver es el de
saber si todo lo que está ahí presente es lo que se puede proponer en el
discurso, y si solamente se propone en el discurso aquello que se puede
proponer, no se está relegando a un segundo plano aquello que es y sin embargo
se percibe.
A veces los trabajos de los más lúcidos
científicos logran desconcertar porque no alcanzan a cristalizar que el
entendimiento común se apropie de ellos, y sin
embargo, en el trabajo de un novato se logra
cristalizar más popularmente los resultados que el investigador profesional no
logró. Lo que está de fondo aquí es que la misma ciencia y su lenguaje a veces
puede impedir llegar al ideal del conocimiento, mientras que el verdadero
conocimiento es o puede ser propiedad de un saber no metodológico ni científico
alcanzado en y por alguien que no es investigador profesional. Lo
verdaderamente importante por decir sobre un descubrimiento o avance científico
a veces permanece al margen del lenguaje lógico-matemático:
“se da aquí una relación entre conocimiento de la verdad y enunciabilidad que
no es evaluable con la verificabilidad de los enunciados” (Ibíd.).
Este ha sido el problema que se ha hecho
latente en las ciencias del espíritu. La verificabilidad de los enunciados en este
ámbito del saber se ha hecho insuficiente, y esta es la desconfianza que se ha
evidenciado en algunas investigaciones científicas que se limitan sólo a
mostrar y a seguir un método tan concienzudamente que propiamente no dicen nada
nuevo, no hay ningún aporte nuevo, no adelantan nada nuevo en el campo del
saber.
Hay que reconocer que los avances más
destacados en el ámbito de las ciencias del espíritu permanecen al margen del
ámbito y del ideal de la verificabilidad. Ahora bien, como ya lo habíamos
mencionado, lo que está latente en esto es que lo que a unos pocos les puede
impedir llegar a un conocimiento fecundo y profundo, a otros no. Mientras que
el seguimiento repetitivo de un método al pie de la letra en el ámbito de las
ciencias naturales se puede convertir en una repetición del método sin aportar
nada nuevo al saber, en el ámbito de las
ciencias humanas el seguimiento de un método no necesariamente supeditado al
principio de verificabilidad se puede llegar a convertir paso a paso en un gran
aporte de carácter científico. En el fondo de lo
que se trata es de la “relación de principio entre verdad y no-verdad”
(Gadamer, Verdad y método II 57).
¿Cómo se plantea esta relación entre verdad y
no-verdad? El hecho de lo que es verdadero no se agota en lo que está meramente
presente, lo ante los ojos; por el contrario, en lo meramente presente se
encuentra un espacio abierto para futuros eventos cognoscitivos cargados de
sentido. Siempre, en todo espacio abierto, se deja un margen en el que es
posible seguir preguntando por la verdad; en
ello se pone de manifiesto el hecho de que en el ejercicio hermenéutico siempre
bordeamos el sentido de lo que denominamos la verdad; pero a la vez se pone de
manifiesto el hecho de que los prejuicios delimitan el espacio de lo que
llamamos la verdad.
Se constata así un hecho y es que aún la moda
llega a imponerse de tal modo que ella misma impide el acceso a un determinado
fenómeno de manera distinta, de manera diversa; se constata así que aún en el
campo del saber, la moda a la manera del modo se puede convertir en un
obstáculo que impide avanzar en el campo del saber, y con ello, se estaría
hablando de una burocratización porque la moda presentada a la manera del modo
sumerge en la oscuridad lo obvio, y ello impide rebasar presupuestos iniciales,
ensayar nuevos presupuestos y obtener así nuevos conocimientos. Cabe plantear
la cuestión de si este es un fenómeno que pertenece a la esencia de la verdad,
a la naturaleza de la ciencia, o si es un fenómeno cultural. Heidegger y
Husserl han intentado abordar este problema anunciando que las condiciones de
la verdad van más allá de lo meramente lógico.
¿Cómo entender esto? Todo enunciado dice mucho
más de lo que dice expresamente: habla de unas motivaciones, habla de unos
presupuestos que él no anuncia, habla de unos estados, etc. Hacia ellos es
hacia donde se encamina la labor hermenéutica en su proceso de comprensión de
la verdad de un enunciado.
Todo enunciado es una respuesta que tiene a la
base una pregunta; esa es la propuesta de Gadamer cuando dice que “mi tesis es
que la última forma lógica de esa motivación de todo enunciado es la pregunta”
(Gadamer, Verdad y método II 58).
La propuesta gadameriana está replanteando o
tal vez está invirtiendo la cuestión sobre la cual ha girado el quehacer
científico cuando sostiene que la prioridad en la lógica no está puesta en el
enunciado que contiene la certeza sino en la pregunta que motivó la enunciación.
No hay ningún juicio, enunciado, proposición que no sea una respuesta a una
pregunta; a este respecto Gadamer sostiene que “la comprensión de un enunciado
tiene como única norma suprema la comprensión de la pregunta a la que responde”
(Ibíd.). La pregunta tampoco es el
primer elemento firme al cual se puede remitir quien interpreta porque esta es
a su vez una respuesta. Se constituye así una dialéctica; el problema es que en
esta dialéctica, tal como es asimilada en nuestra cultura, el preguntar se ha
ensombrecido por un afán de encontrar respuestas, un afán de medir, de calcular lo meramente presente, un afán de claridades
dadas a la manera de explicaciones. La
situación que interroga es el horizonte de sentido que da sentido a un
enunciado.
Pero toda pregunta surge de una situación, es
en ella donde la pregunta adquiere su sentido. La pregunta remite a situaciones
que interpelan e interrogan a los seres humanos, en las que ellos se preguntan
a sí mismos. Desde esta perspectiva, la pregunta y la respuesta se convierten
en interpelación, ambas tienen una función hermenéutica. Esto ayuda a
comprender que sólo es verdadero el enunciado que interpela. En este sentido,
cabe resaltar la persona que es interpelada y a la que el enunciado le dice
algo.
De esta manera, la cuestión sobre el problema
de la verdad se resuelve en la subjetividad, en la cuestión sobre el hombre;
pero la vía de solución no es la propuesta por el existencialismo de Jaspers
cuando sostiene que las cuestiones científicas concluyen o encuentran un límite
ahí donde empieza el drama de la finitud humana: la muerte, la enfermedad, la
culpa, etc.
Gadamer critica la labor de Heidegger cuando
sostiene que en éste el problema de la esencia de la verdad trascendió el
límite de lo puramente científico y de lo puramente humano, cuando “su
pensamiento hace un recorrido desde el ‘útil’, pasando por la ‘obra’ hasta la ‘cosa’,
recorrido que deja muy atrás la cuestión de la ciencia, incluso de las ciencias
históricas” (Verdad y método II 60).
A la par con esto, la obra heideggeriana es una
invitación a no olvidar que “la historicidad del ser sigue presente cuando el
ser-ahí se conoce a sí mismo y se comporta históricamente como ciencia” (Ibíd.). Así, la tarea de la hermenéutica
respecto al problema de la verdad, la ciencia y el enunciado avanza más allá de
la problemática de la subjetividad.
El hecho de recurrir en el acto interpretativo
a la situación que motivó la pregunta y a la que responde el enunciado hace
pensar que la función originaria y originante de un enunciado no es constatar,
ni dar testimonio de lo meramente presente, como supone la noción de verdad
propuesta por la ciencia, sino que hay algo más que se da con la enunciación
del enunciado, y que con esto se abre un camino hermenéutico e histórico que
incita a la comprensión de eso otro que se da en la enunciación. Esa es la
invitación que nos hacen las ideas cuando las queremos comprender, porque ellas
invitan a movilizarse hacia la situación histórica que las motivó, la situación
en que fueron formuladas.
Con lo anteriormente dicho, cabe destacar aquel
principio hermenéutico que se conoce desde Schleiermacher como la base de la interpretación:
la fascinación de lo otro, lo extraño, lo lejano que llama y pide que sea
descubierto.
Se da así una fusión entre el pasado y lo que
parece ser el problema de la verdad que interpela y cuestiona en el presente. Toda
verdad presente es una invitación en la que se fusionan lo pasado y lo presente
que interpela en cuanto verdadero. De ahí la simultaneidad entre presente y
pasado a partir de la cuestión acerca de la verdad y el proceso dialéctico
inherente a esta simultaneidad.
En todo esto juega un papel muy importante el
lenguaje porque este es el horizonte que posibilita la simultaneidad entre
pasado y presente, es el que posibilita la comprensión de lo que se quiere
comprender, aun cuando esa comprensión se dé a la manera de un malentendido. Desde
la óptica del lenguaje, esta es algo individual que tiene su propia historia y sobre
la cual se está llamado siempre a un continuo proceso de entendimiento a pesar
de las diferencias.
Así la
cuestión acerca de la verdad se resuelve en una cuestión histórica y temporal:
Lo que averiguamos con asombro
cuando buscamos la verdad es que no podemos decir la verdad sin interpelación,
sin respuesta y por lo tanto sin el elemento del consenso obtenido. Pero lo más
asombroso en la esencia del lenguaje y de la conversación es que yo mismo
tampoco estoy ligado a lo que pienso cuando hablo con otros sobre algo, que
ninguno de nosotros abarca toda la verdad en su pensamiento y que sin embargo
la verdad entera puede envolvernos unos a otros en nuestro pensamiento
individual (Gadamer, Verdad y método II
60).
5. La
retórica
5.1. Introducción
La
tarea fundamental de una hermenéutica filosófica es detectar la dimensión
hermenéutica en todo su alcance y analizar su relevancia fundamental para
nuestra visión del mundo en todas sus formas: la comunicación interpersonal, la
manipulación social, la experiencia del individuo en la sociedad y la
experiencia que éste hace de ella, la reflexión sobre la tradición basada en la
religión, el derecho, el arte y la filosofía, la reflexión emancipatoria de la
conciencia revolucionaria; todo esto incluye la limitación del punto de partida
de cada investigador.
La
experiencia hermenéutica pone de manifiesto el carácter universal del lenguaje,
la lingüicidad esencial de toda experiencia humana en el mundo.
Con ello se pone de manifiesto el
complejo problema de la traducción como modelo del carácter lingüístico del
comportamiento humano en el mundo.
El
fenómeno de la lingüicidad abarca otras dimensiones importantes tales como la
historia efectual,
vista esta como la apropiación consciente de la idea de lenguaje humano en las
diversas fases de la historia.
La
lingüicidad y su dimensión universal abarca la dimensión social del ser humano.
Este es el horizonte conceptual
desde el cual Jürgen Habermas ha abordado la relación entre sociedad y
hermenéutica en su texto La lógica de las
ciencias sociales.
Otra
dimensión que debe ser resaltada en la universalidad de la lingüicidad de la
hermenéutica es la retórica.
5.2. La retórica en Grecia y Roma
Los
escritores antiguos dividían la enseñanza del discurso en tres áreas
principales: teoría, imitación y práctica. Normalmente se insistía en la
antigüedad en una preceptiva de la retórica cuando era definida en los términos
de un conjunto de reglas que provee de un método y sistema definidos para
hablar.
La
tradición preceptiva implicaba un concepto fundamental de la civilización
occidental: el orden y el plan en el discurso. Tanto la cultura griega como la
romana produjeron programas educativos basados en una proposición básica, según
la cual de la experiencia observada podían derivarse unos preceptos aplicables
para comunicar después a los estudiantes. Este enfoque alcanzó un alto nivel de
elaboración en las escuelas romanas como puede observarse en la obra de
Quintiliano, y la educación romana lo transmitió de modo directo a la cultura
latina del occidente medieval.
La
civilización griega se esforzó por analizar el discurso humano, por ordenar
estos esfuerzos en preceptos manejables y por transmitir estos preceptos a
otros hombres para su uso en el futuro. La cultura europea medieval fue en alto
grado una cultura latina, pero esta cultura romana está en deuda con Grecia de
la que es depositaria.
La
retórica es la más preceptiva de todas las artes en Grecia. La retórica
permitió que la experiencia de los oradores talentosos se transmitiera a
generaciones posteriores en forma de sugerencias directas de conducta, en forma
de preceptiva y de análisis de la práctica corriente. Ya los primitivos
discursos de la Ilíada sugieren que
en la Grecia antigua existía una especie de oratoria planeada. La tradición
menciona a Corax de Siracusa (hacia el 476 a. C) como el inventor del arte de
la retórica. A su discípulo Tisias se le atribuyó el desarrollo y la difusión
de este arte. Así mismo, la tradición afirma que Gorgias, el sofista, la introdujo
en Grecia hacia el año 428 a. C., donde rápidamente contribuyeron a la nueva
disciplina Protágoras, Antifón, Lisias, Isócrates y Platón, cuyo texto del Fedro está considerado como virtual
esquema de la retórica de su discípulo Aristóteles.
Aristóteles
en La retórica define la retórica
como la facultad de descubrir todos los medios posibles para persuadir; divide
los medios de persuasión o prueba en medios artísticos, los que proporciona el
orador, y no artísticos, los que provee la prueba externa. Menciona tres tipos de
persuasión: ethos, que surge de las
cualidades personales del orador; pathos,
que se deriva de las emociones del público oyente, y prueba lógica, supeditada
a los argumentos. Los discursos pueden ser forenses (judiciales), deliberativos
(políticos) o encomiásticos (de ocasión) según sean sus metas, tiempos y temas.
Dado que la retórica es contrapartida de la dialéctica, el orador puede hacer uso
de los tópicos o lugares comunes, tales como el dolor o el placer, para buscar
argumentos.
5.3. La retórica como problema hermenéutico
La
retórica no es la simple teoría de las formas del discurso y de los medios de
persuasión, sino que la retórica se puede desarrollar partiendo de una
capacidad para la destreza práctica. El ejercicio de la retórica no depende tanto
del seguimiento de unas reglas cuanto de una capacidad natural que todos poseen
y que se convierte en una práctica según la cual uno se aventaja sobre los
demás en el ejercicio de dicha destreza.
Aristóteles
fue el primero que escribió una historia de la retórica; con ello estaba
desarrollando un plan que ya Platón había diseñado.
Para
Platón, el dominio del discurso utilizado con el fin de encontrar claridad
sobre un asunto era tarea del filósofo, del dialéctico; este sólo podía hacer esto cuando era capaz de adecuar los
elementos utilizados en el discurso al medio, al público al cual se dirigía.
En
esta propuesta platónica se pueden encontrar dos elementos propios de su filosofía,
porque sólo
podía elaborar un discurso quien tuviera acceso al mundo de las ideas y con
esto al conocimiento de la verdad; por otro lado, sólo puede elaborar un discurso y hacerlo efectivo quien
tiene acceso y conoce las almas de aquellos a los cuales se quiere convencer.
La
retórica aristotélica se concentra en este segundo aspecto cuando centra su
atención en la adaptación entre el discurso y el alma.
La
irrupción de la sofística, y con ella, de un nuevo arte de hablar fue lo que generó
la teoría de la retórica; aquella consistía en el arte de trastocarlo todo y
tiene sus orígenes en Sicilia de donde pasó a Atenas, una ciudad regida por una
constitución, pero también con una gran cantidad de jóvenes, todos fáciles de
seducir por este nuevo arte de hablar. Desde entonces los maestros no sólo se
dedicaron a enseñar a través de la palabra y de su recta utilización, sino
también a utilizar la recta conciencia ciudadana. Dentro de este contexto, la
presencia de Platón se realza al clarificar los principios que rigen este nuevo
arte de hablar, lo mismo que su puesto, su lugar legítimo.
Contemporáneamente,
con este nuevo arte de hablar se da la irrupción de la comprensión; el
ejercicio de la sofística impulsaba la interpretación de frases famosas y las
adornaba; todo esto lo hacía teniendo en mente unos fines pedagógicos.
Sin
embargo, ha sido en la época moderna, en la Ilustración y en el Romanticismo,
donde se ha presentado una lejanía, una distancia entre la hermenéutica y la
retórica, pues la primera se concentró en el texto escrito, en las
manifestaciones vitales fijadas por escrito, mientras que la segunda se orientó
hacia la inmediatez de la acción del discurso al considerar que su verdadera realización
no está en la escritura sino en el habla.
El
punto intermedio entre la hermenéutica y la retórica se sitúa del lado de la oratoria
que consiste en fijar por escrito el discurso que se lee ante un público determinado.
Con esta, empieza a su vez, una acción nueva, una relación con la poética, la
cual se ocupa de establecer y fijar sus objetos lingüísticos como hechos artísticos;
en esta, el paso de lo oral a lo escrito y de lo escrito a lo oral es algo que
se presenta sin ninguna confusión.
De la
retórica se espera su efecto inmediato, un despertar inmediato de los afectos.
Esto queda claro desde Cicerón y Quintiliano hasta la retórica inglesa del
siglo XVIII, que fue considerada como un gran hallazgo durante todo este lapso
de tiempo.
El
orador despierta los afectos en el oyente, este es su tema central; el orador
deslumbra con el brillo de sus argumentos; la fuerza persuasiva del discurso
incapacita para la reflexión crítica.
El
ejercicio interpretativo basado en lo escrito plantea una barrera entre el que
escribe y el que interpreta; hay una distancia entre el uno y el otro, un extrañamiento,
una lejanía. Esto incide en el deslinde que se da entre las intenciones, el
talante y las tendencias que plasma el autor en su obra respecto al intérprete
de la misma. A pesar de esto, se puede ver que algunos de los recursos teóricos
del arte interpretativo están tomados en buena parte de la retórica.
La
retórica se ubica dentro de una tradición donde la experiencia de la verdad no
se reduce a lo comprobable, sino a lo probable en cuanto posible, no en cuanto
demostrable; se trata pues de una tradición que le hace frente a las
pretensiones de demostrabilidad y certeza propias de la ciencia; es ahí donde
se ubica además la reflexión filosófica sobre la interpretación.
La pretensión de la retórica y de la oratoria es la
práctica del convencimiento y la práctica de la persuasión sin alegar
demostraciones; pero a su vez la interpretación y la comprensión comparten con
la retórica y la oratoria la misma pretensión. La retórica y la oratoria recurren para la
argumentación al dominio de las convicciones obvias y de la opinión que reina
en un determinado momento histórico. Con el progresivo dominio de la ciencia y de
la técnica, estos hechos no se menguan sino que, por el contrario, se
convierten en el soporte sobre el cual las nuevas teorías y los nuevos
presupuestos científicos se sustentan y se sostienen. Esto hace que el dominio
de la retórica y de la oratoria sea ilimitado; es por ellas que la ciencia se
puede visualizar dentro de un determinado contexto social. La retórica y la
oratoria son aquellos fenómenos que permiten la socialización de los avances
científicos, la propagación de las teorías científicas. La retórica es el medio
a través del cual se alcanzan niveles prácticos y eficaces para argumentar a
favor o en contra de algún hecho sobre el cual se quiera argumentar.
La hermenéutica tiene una función semejante y no menos
universal que la retórica y la oratoria cuando ella se preocupa por una labor
de acercamiento entre un horizonte conceptual que es lejano y que se hace
comprensible gracias a la labor ejercida por la hermenéutica. Así, la historia del presente y el mundo circundante
adquieren un carácter lingüístico en el discurso, confluencia que acaece en la
práctica discursiva de unos seres humanos con otros.
El
carácter lingüístico propio del hombre adquiere una dimensión tan universal
como el de la hermenéutica y el de la retórica en la medida en que la lingüicidad
lo sustenta todo; la lingüicidad es la base sobre la cual todo se sustenta
porque todo se inserta en la comprensibilidad de las relaciones mutuas.
Se
evidencia así una cercanía y una complementariedad entre retórica, hermenéutica
y lingüicidad: la retórica no se podría ejercer si no existiese el acuerdo y el
consenso entre los ciudadanos; la hermenéutica no se podría ejercer si no se
diera una ruptura en el consenso y en el acuerdo ciudadano y no se presentara
la necesidad de acercar situaciones y posiciones lejanas. Todo esto se presenta
a su vez como un hecho lingüístico; más aún, la lingüicidad es la base que permite
que se dé un consenso en el cual se sostiene una argumentación o un disenso
sobre el cual se apoya una ruptura, una fractura, una lejanía y un
extrañamiento entre las partes.
6. La precomprensión
El tema de la precomprensión será abordado
desde cuatro momentos: un primer momento será la introducción; un segundo
momento será la definición; el tercero se referirá a la historia; y
finalmente,
se hablará sobre las consecuencias que se desprenden del fenómeno de la
precomprensión.
6.1. Introducción
¿Cómo se lleva a cabo efectivamente la
interpretación? La hermenéutica hace claro el hecho de que nosotros estamos
sumergidos en un flujo lingüístico, en un lenguaje que se temporaliza.
El ser que es un flujo lingüístico-temporal no
se desarrolla frente a nosotros, sino que es aquello en lo que estamos situados nosotros mismos, lo acogemos
y transmitimos sus voces. Esto
significa que no encontramos nunca las cosas de modo inmediato, sino que
tenemos una cantidad de elementos preliminares, prejuicios, expectativas sobre
ellas, todo esto porque poseemos un lenguaje que determina y preorienta nuestro
juicio sobre la realidad.
Heidegger en Sein und Zeit quiere ocuparse del problema del ser, problema
amplio, general y originario, pero inmediatamente se ocupa del hecho de que el ser-ahí
ya tiene una idea vaga y media del
ser, experiencia fácilmente generalizable, de la misma manera que cuando
formulamos una pregunta ya se tiene una idea vaga de la respuesta que se desea
obtener.
Ya para el pensamiento de la antigüedad era
bien claro que sabemos ya aquello que nos proponemos conocer. Esta es la base de aquel tipo
de conocimiento que en Platón se llama anamnesis. Según este, antes de vivir ya
hemos conocido el mundo de las ideas;
después perdimos la memoria, luego sabemos ya todo, y por lo tanto, es
necesario recordar. De
esta
manera,
vivir es recordar; este se convierte en un buen motivo para
negar escépticamente el sentido de la investigación neutral y del conocimiento
objetivo.
La interpretación lingüística y ontológica nos
propone que el ser-lenguaje en el cual estamos sumergidos nos hace comprender
que estamos ya siempre orientados por condicionamientos de tipo
lingüístico-culturales. Hay
una precomprensión de las cosas, la que anticipa nuestro conocimiento de la
realidad.
Esta precomprensión nos obliga a poner en
discusión la idea de un conocimiento neutral de la realidad y objetivo de las
cosas; también nos ayuda a conocer la realidad porque en cierta medida
predisponemos de ella.
6.2. Definición
La precomprensión como fenómeno hermenéutico
puede ser equívoca,
ya que su definición apunta hacia varias direcciones:
·
Precomprender como proceso
previo del comprender hace referencia a aquellas circunstancias ideológicas,
emotivas, psíquicas, sociales, culturales, etc., que determinan la comprensión
y que pueden influir de manera negativa o positiva en el proceso de comprensión.
·
Será negativo el influjo de lo
precomprensivo en lo comprensivo si previamente no hay una clarificación, un
discernimiento de los elementos precomprensivos que guiarán la comprensión.
·
Será positivo el influjo de lo
precomprensivo en el proceso comprensivo si previamente al proceso comprensivo
se da un proceso de discernimiento y clarificación, y entonces los
prejuicios resultarán clarificados, enriquecidos, convalidados o invalidados.
·
Todo proceso de formación,
reconformación y reconfiguración de una obra, de una propuesta social, teórica,
económica,
requiere de una precomprensión previa que guíe y oriente el hacer y la
producción. Este
es el sentido que guía a la labor utópica, a la práctica artística en su
proceso productivo. Este
proceso es el que hace que la visión heideggeriana sobre la existencia dé una
primacía al futuro en cuanto momento temporal que reconfigura el proyecto
existencial.
6.3. Historia
Un primer momento en la historia de la
precomprensión está dado por la fijación de los cánones, las reglas y las
normas de la interpretación; estos deben guiar a manera de elementos
precomprensivos y orientadores las búsquedas, las pesquisas, las
investigaciones y las lecturas de los textos, especialmente los sagrados.
En la historia de la precomprensión es
necesario admitir otro momento fundamental en los esfuerzos de la Reforma
protestante por tratar de entender cada texto sagrado desde su propia
circunstancia, sin someterlo a ninguna presión dogmática; ello necesariamente
conlleva a la disolución del canon y se da prioridad a la interpretación de la
propia persona. Con ello se da el consiguiente rechazo a toda autoridad
eclesiástica: al
magisterio, a la
patrística, a la dogmática o al concilio, y se afirma el principio de
la sola escritura.
Otro momento importante en la historia de la
precomprensión, y que prepara la posición de la teoría de la ciencia moderna,
es la distinción entre una interpretación unida al dogma, apoyada en las
instituciones y en su autoridad, que busca la defensa de las normas dogmáticas,
y una interpretación libre, no dogmática, abierta, que delata la precomprensión
marcada por la teoría de la ciencia moderna. Esta
posición abierta, libre y no dogmática se fundamenta en una posición escéptica.
Un tercer momento en la historia de la
precomprensión queda fijado en el inicio de la época humanista, en la que se da
un rechazo al estilo de la enseñanza de la escolástica y su apoyo en la
autoridad eclesiástica, y se propugna por una lectura de los textos originales.
Este momento histórico marcado por el giro humanista reclama la atención sobre
los clásicos.
6.4. Consecuencias
De
lo anterior de desprenden las siguientes consecuencias:
·
Se pone de manifiesto una
doble problemática: por un lado, que todo texto para ser leído e interpretado
requiere de una apropiación especial por parte del intérprete; pero, por otro
lado, que todo texto para ser elaborado requiere por parte del autor una intencionalidad
que precomprende desde una actitud idealizada la totalidad de la obra por interpretar.
·
El hecho de llegar a leer un
texto, teniendo a la base determinadas expectativas que se convierten en elementos
precomprensivos, influye necesariamente en la comprensión del texto que pueda
llegar a tener el lector o el intérprete; son los elementos precomprensivos los
que deciden la orientación y el rumbo que toma un lector o intérprete en la
lectura o interpretación del texto.
·
La precomprensión es la
premisa de la comprensión en el sentido de que la comprensión, al estar orientada
por los elementos precomprensivos, manifiesta el carácter positivo y productivo
de la precomprensión. Desde este punto de vista, se rescata el esfuerzo de la
hermenéutica por señalar el sentido positivo y productivo de la precomprensión.
Ahora bien, cuando la hermenéutica rescata el carácter positivo de la
precomprensión, igualmente sugiere una clasificación de los principios hermenéuticos
que, a la manera de preconceptos, determinan la lectura y la interpretación; sólo de
esta manera se puede luchar contra el servilismo y la esclavitud ciega que a
veces determina la lectura y la interpretación de un texto; sólo de esta manera
el intérprete comprende lo infundado de sus propios elementos precomprensivos.
Esto es lo que acontece cuando se asume una posición crítica frente a los
elementos ideológicos que pueden guiar una interpretación, lo mismo que frente
a una cosmovisión, etc.
·
Pero, a su vez, en el esfuerzo
propio por desenmascarar o comprender los propios elementos precomprensivos se
da una maduración y un cambio de los mismos; justamente esta es la labor de la
hermenéutica: comprender lo precomprendido y, al hacerlo, tratar de madurar los
propios elementos precomprensivos que determinan una determinada lectura de la
realidad.
·
Pero la precomprensión
aplicada al campo de las ciencias sociales genera una visión a futuro de la
historia y con ello se dará siempre la posibilidad de que la conciencia
histórica diseñará siempre desde su propia orientación al futuro una historia
universal precomprendida.
- El círculo hermenéutico
7.1. Introducción
Si las cosas son como se han enunciado
anteriormente, entonces comprendo una cosa que ya conozco y que me es familiar,
así como cuando formulo una pregunta ya puedo intuir la respuesta. A lo largo de
un coloquio puedo adivinar aquello que mi interlocutor me dirá. ¿No es esto un error o una paradoja de la
interpretación?
Según la teoría hermenéutica esto no es un
error, ya que hay una circularidad natural en el comprender, un proceder
necesario desde lo ya comprendido al comprender,
y viceversa; por ejemplo, si yo me pregunto: ¿qué es una obra de arte?, debo
saber para responder qué es el arte, pero ¿cómo conozco lo que es el arte si no
reconozco lo que es una obra?
Esta circularidad, que según la visión clásica
del conocimiento es sólo un límite para el pensamiento, desde la óptica de la
hermenéutica es una oportunidad positiva; es el mismo mecanismo por el cual en
un texto, conociendo una parte, tenemos una visión del todo, y conocemos el
todo a partir del conocimiento de sus partes.
¿Qué
es interpretar? Interpretar significa moverse dentro de esta circularidad,
relacionando el conocimiento del todo a la parte y de la parte al todo,
relacionando a nuestra precomprensión de la cosa la experiencia efectiva y
midiendo los límites de nuestra precomprensión.
El círculo hermenéutico es así el principio
basilar que guía la lógica de la experiencia hermenéutica y la diferencia de la
lógica del conocimiento tradicional. Desde hace poco se ha comenzado a
vislumbrar en la circularidad del conocer ciertas condiciones inevitables,
también una eventualidad positiva que ha dejado de considerarse un error.
7.2. Historia
El círculo hermenéutico referido a la lectura
de la Sagrada Escritura consiste en el hecho de que “es el conjunto de la Sagrada
Escritura el que guía la comprensión de lo individual, igual que a la inversa
este conjunto sólo puede aprehenderse cuando se ha realizado la comprensión
individual” (Gadamer, Verdad y método
227). Esta relación del todo a la parte no es en sí misma nada nuevo, ya que la
retórica antigua la conocía cuando comparaba el discurso perfecto con el cuerpo
orgánico, en la relación entre la cabeza y los miembros; el mismo Lutero
traslada esta imagen de la retórica clásica a la comprensión y desarrollo como
principio fundamental y general de la interpretación de un texto, de modo que
sus aspectos individuales deben entenderse a partir del contexto, del conjunto,
y a partir del sentido unitario hacia el que este está orientado.
Para Schleiermacher, es presupuesto fundamental
el hecho de que cada individualidad es una manifestación del vivir total, y por
eso es que cada uno lleva en sí mismo un mínimo de cada uno de los demás. Con ello
se puede dar la adivinación por comparación consigo mismo; así es como la
individualidad del autor puede transformarse uno directamente en el otro.
De esta manera, la comprensión se presenta como
un hecho universal y adivinatorio, como algo comparativo, donde la familiaridad
y la extrañeza juegan un papel muy importante; igualmente, la interpretación
seguirá siendo un arte porque no puede comprenderse como una aplicación de
reglas, una técnica.
Schleiermacher reconoce que un rasgo básico,
fundamental y esencial del comprender es que el sentido de los detalles resulta
siempre del contexto, en última instancia del conjunto; así es como debe
entenderse la interpretación gramatical de una frase, de una obra leída desde
su conjunto, el conjunto de la literatura o del género literario.
Para Schleiermacher, la interpretación se
presenta desde la lógica como un razonamiento circular, pues el todo desde el
que se debe entender lo individual no debe estar dado antes de ello, a no ser
bajo la forma de un canon o de una precomprensión del espíritu de una época.
Para él, comprender es siempre un moverse en ese círculo, y por ello es esencial el continuo retorno del todo a las partes
y viceversa. Este círculo constantemente se está ampliando, pues el concepto del
todo es relativo y la integración de cada cosa en nexos cada vez mayores afecta
a la comprensión. Con ello se hace experiencia del sentido inacabado e
inconcluso de la comprensión, y a la vez, de su carácter provisional.
A este círculo de la comprensión hay que añadir
el hecho de que la individualidad nunca termina por abrirse totalmente. En este
sentido ésta se presenta como un misterio siempre por descubrir. Así es como la
interpretación es un proceso adivinatorio, un arte; no es pues algo mecánico,
sino que la comprensión lleva a cabo su obra tal como se elabora una obra de
arte: buscando en ella su perfección.
Para la hermenéutica, la obra se presenta como
un tú, como otro que hay que comprender e interpretar en su alteridad, un tú
que se presenta como algo oscuro y que poco a
poco se va clarificando.
Para Heidegger, la circularidad de la
interpretación deriva de la temporalidad del ser-ahí. Para él, el círculo de la
comprensión no debe ser degradado a un círculo vicioso, ni siguiera a un
círculo permisible; el círculo es una posibilidad positiva del conocimiento más
originario. Se alcanza a comprender cuando la interpretación ha comprendido que
su tarea primera, última y constante consiste en no dejarse imponer nunca
ocurrencias propias o conceptos populares, ni la posición, ni la previsión, ni
la anticipación, sino en asegurar la elaboración del tema científico desde la
cosa misma.
Para Heidegger,
el círculo hermenéutico tiene un sentido ontológico positivo. Toda interpretación debe cuidarse siempre de las
ocurrencias, de los hábitos imperceptibles del pensar, y debe orientar su
mirada hacia la cosa misma; esta orientación hacia la cosa misma es para el
intérprete la tarea primera, constante y última. Así, lo verdaderamente
importante en el acto interpretativo es mantener atenta la mirada a pesar de
todas las desviaciones, no dejarse distraer por las tergiversaciones y
desviaciones a que se ve sometido el intérprete en el acto mismo del
comprender.
Quien quiere comprender un texto realiza un
proyectar; tan pronto como en el texto aparece un primer sentido, el intérprete
proyecta un segundo sentido del todo. El sentido en la interpretación de un
texto se da porque hay unas expectativas relacionadas con un sentido
determinado.
¿En qué consiste la comprensión de un texto? En
la elaboración de un proyecto previo que tiene que ser constantemente revisado con
base en lo que va resultando conforme se avanza en la penetración del sentido.
Al revisar el primer proyecto se supone una anticipación (adivinación) de un
nuevo proyecto de sentido. Varios proyectos a la vez pueden rivalizar los unos
con los otros hasta que pueda establecerse la unidad del sentido de manera unívoca.
La interpretación comienza siempre con conceptos previos que deberán ser
sustituidos progresivamente por otros conceptos más adecuados. Así, la
interpretación se presenta siempre como un reproyectar, como un continuo
movimiento de comprender e interpretar.
¿Cuál es la tarea de la comprensión? La tarea
de la comprensión consiste en elaborar proyectos adecuados y correctos sobre
las cosas, proyectos que son anticipaciones y que deben confirmarse y
conformarse en las cosas mismas. Las opiniones previas sobre las cosas por
interpretar deberán ser constantemente individuadas y convalidadas desde la
cosa misma que se debe interpretar.
De lo que acabamos de exponer podemos extraer
las siguientes conclusiones:
·
El círculo hermenéutico tiene
una historia, que aquí ha sido individuada en tres momentos: la Sagrada
Escritura, la retórica antigua y Lutero.
·
El círculo hermenéutico tiene
cuatro características que lo distinguen: la interpretación como un hecho
universal; la interpretación como un hecho existencial; la interpretación como
un hecho familiar; y la interpretación como un hecho que parte de una cierta
extrañeza.
·
El círculo hermenéutico genera
tres consecuencias: es un hecho positivo del comprender; se mueve siempre
dentro de un proceso relacional; se guía siempre por la cosa misma.
8. Autoreferencia, reflexión y
diferencia
El círculo es ciertamente una posibilidad
positiva del comprender, contrariamente a aquello que dicen las leyes de la
lógica clásica para las cuales, dice Heidegger, el círculo es siempre un círculo
vicioso (Sein und Zeit § 32), y el conocimiento científico entendido en
sentido tradicional, para el que tampoco se puede comenzar presuponiendo
aquello que se propone demostrar. Aquello que la interpretación nos ofrece no
es ciertamente una verdad última, definitiva, objetiva y eterna (D’Agostini
301).
Si es cierto que el ser-lenguaje está hecho de
mensajes que se mueven en el tiempo, que se transmiten y se interpretan, entonces
nuestra interpretación es un hecho que se da en el tiempo, y a partir de esto,
se nos ofrece en el tiempo. En este sentido, se puede decir que el lenguaje está
condicionado por el contexto histórico, que es relativo, transitivo. En otras
palabras, nosotros pertenecemos a aquel horizonte histórico-lingüístico sobre
el que se ejercita nuestra interpretación, y por lo tanto, no podemos jamás
tener de él una interpretación exhaustiva, ni podemos pretender conocerlo en su
totalidad.
La hermenéutica no pretende describir
objetivamente el ser o el lenguaje, sino que se limita a interpretarlo, es
decir, a dar una imagen necesariamente incompleta; y esto no sólo porque el ser
es lenguaje-tiempo, que además es plural porque muchos son los lenguajes, y transitorios
porque a las diversas épocas corresponden interpretaciones, narraciones, mitos
diferentes, sino también porque el mismo intérprete está implicado e inmiscuido
en el ser del cual rinde cuentas. Ser histórico significa, ha dicho Gadamer, no
poder jamás resolverse en autotransparencia; la situación es aquello dentro de
lo cual nos encontramos, y su clarificación es una tarea incompleta.
Por otra parte, si es verdad que hay una
participación-pertenencia del sujeto a la cosa por interpretar, es verdad que
no hay propiamente una interpretación sin un proceso de ir descartando y sin un
proceso de extrañamiento entre el intérprete y el texto o el discurso que se
interpreta. Hablamos justamente de interpretación en los casos en los que el
lenguaje es oscuro, no transparente, o formulado en una lengua diversa del
intérprete; hablamos de interpretación respecto a los textos o a las obras del
pasado, que nos son extrañas, de las cuales no conocemos exactamente todo
aspecto. Ya Schleiermacher había puesto de manifiesto que la alteridad está a
la base del proceso interpretativo, y había concebido la interpretación como
aquel proceso con el cual atenuamos y reducimos la diferencia; comprendemos
aquellos textos de los cuales nos separa una distancia,
sea esta histórica, cultural, psicológica, temporal.
La lógica de la experiencia interpretativa se
nos presenta así claramente definida desde dos aspectos:
desde la participación y desde la diferencia.
Se trata de dos aspectos en parte contradictorios entre sí, pero que definen el
horizonte de la efectividad existencial, los mismos que se contraponen desde
Kierkegaard a la especulación de la razón idealista y enfatizan la existencia
efectiva del sujeto. En este sentido, se puede
decir que el sujeto participa de la existencia, en la que trata de comprender
al objeto, a la vez que es irreductible a la existencia del objeto.
También
se puede afirmar la singularidad del
yo, del pensador viviente, la extrema, pero no integrable, diversificación de
los aspectos del existir. Mientras que el idealismo trataba de integrar al
sujeto dentro de un sistema totalizante para poderlo explicar, el
existencialismo simplemente trata de explicar al sujeto desde su mismidad.
Según Gadamer, la hermenéutica hereda desde
Heidegger –pero sobre todo desde Jaspers en el caso de Pareyson– este doble
aspecto de la ontología existencial, pero lo desvincula de la problemática del
yo, del pensador viviente, y lo lleva al horizonte del ser-lenguaje-tiempo: lo
transfigura en la respuesta a una problemática de tipo ontológico, mas no psicológico-existencial,
como en el caso de Kierkegaard y del existencialismo, o epistemológico, como en
el caso de Dilthey y del historicismo. El horizonte de la interpretación es el
lugar en el que no sólo los seres humanos, sino también las cosas mismas
participan la una de la otra y del ser-lenguaje-tiempo en el que están
inmersas, por el que están constituidas, y que por otra parte es un horizonte
en el que todo evento singular o todo ente tiene una individualidad irreductible,
no integrable en esquemas especulativos o metódicos. ¿Se trata de un horizonte
anti-teórico, post-filosófico, relativista?
9. El
paradigma del relativismo en el mundo contemporáneo
9.1. Introducción
Subrayando lo incompleto y lo irreducible del
proceso interpretativo, la hermenéutica se suscribe en aquel que ha sido
definido como el paradigma relativista del pensamiento contemporáneo. Es
necesario recordar que casi todos los hermeneutas, y sobre todo aquellos que
son los verdaderos iniciadores de la hermenéutica en el siglo veinte (Gadamer,
Pareyson, Ricoeur), están animados por la exigencia de restituir dignidad y
profundidad a la labor del pensamiento, aceptando la visión historicista,
pluralista y prospectivista de la verdad surgida en la filosofía después de la
disolución del hegelianismo (D’Agostini 302).
Toda la problemática de la interpretación, ha
escrito Luigi Pareyson en 1985, nace de una serie de preguntas específicamente
encaminadas a encontrar una vía de salida a la pregunta: ¿es posible encontrar
una concepción pluralista pero no relativista de la verdad? ¿Cuál es el punto
de vista en que se puede válidamente situar una afirmación de prospectivismo
que llegue a conciliar la unidad de la verdad con la multiplicidad de sus
formulaciones? ¿Es posible el diálogo que presupone junta e inseparablemente la
alteridad de los interlocutores y la unidad de la verdad? ¿Podemos decir que
esta problemática nos aboca a una relectura en la filosofía contemporánea del ἑν πάντα?
La filosofía contemporánea surge en el momento
en el cual se realiza una crítica a la noción de subjetividad planteada por
Descartes, así como una crítica a la noción de objetividad planteada por el
cientifismo. La filosofía ha encontrado la solución a dicha crítica en lo que
en la cultura contemporánea se ha denominado el giro lingüístico, ya que el
lenguaje es el lugar desde el cual se pueden ampliar los horizontes que le dan
una mayor amplitud a dichos problemas. El lenguaje es entendido como la
capacidad para la comunicación, como la capacidad para entablar relaciones; es “territorio
de objetos interconectados holísticamente, susceptibles de interpretación, no de descripción o de interpretación causal”
(D’Agostini 195).
Básicamente, lo que el giro lingüístico ha
planteado es que el lenguaje es la sede en la cual se asientan las relaciones
intersubjetivas, las relaciones sociales, los intereses. Con esto se plantea lo
que se podría llamar un horizonte común de comprensión afín a todas las
tendencias en las que se despliega la filosofía contemporánea. Dentro de este
horizonte común se han destacado categorías como la multiplicidad, la
diferencia y la pluralidad.
El horizonte común lingüístico en el que se
asienta la filosofía contemporánea ha puesto de manifiesto que, aunque el
lenguaje es un horizonte común, sin embargo las distintas formas de concebirlo,
de abordarlo y de trabajarlo ha generado ciertas diferencias entre las
distintas direcciones en las que se plantea la filosofía contemporánea; tal es
el caso de la filosofía analítica y de la hermenéutica.
El hecho de que la hermenéutica sea el
trasfondo común de muchas formas prácticas del quehacer filosófico, hace que el
horizonte común del pensamiento contemporáneo, que es el lenguaje, sea abordado
de modos diferentes, aún desde esta influencia de la hermenéutica. Esto quiere
decir que ni siquiera la propia hermenéutica es capaz determinar un modo
concreto para el análisis lingüístico.
Sin embargo, lo que aquí se ha planteado es en el
fondo el hecho de que en la filosofía contemporánea no sea posible hablar de
una forma única de racionalidad común para todo el quehacer filosófico. Aunque
han existido intentos por unificar todas estas tendencias dentro de un campo
único de discusión, de lenguaje y de racionalidad, sin embargo dichos esfuerzos
han parecido inútiles.
¿Puede el lenguaje plantearse como una solución
a toda la problemática planteada por la filosofía moderna? El lenguaje mismo se
presenta en su estructura subordinado a problemas tales como la multiplicidad,
la diversidad y la pluralidad; por lo tanto, él
mismo no puede plantearse como un λóγος unificante que sea la base de una racionalidad común a todos
los quehaceres de las diferentes tendencias filosóficas contemporáneas, a no
ser que “se produzcan ciertas condiciones particulares no exentas completamente
de residuos” (D’Agostini 196). El lenguaje presenta tendencias dispares tanto
en su estructura como en sus motivaciones. Karl-Otto Apel ha sido el pensador
que en los años sesenta ha intentado buscar una razón común, un λóγος común que trate de
unificar todas las tendencias que se destacan en el estudio del lenguaje en la
filosofía contemporánea.
Luego, en los años ochenta, ha sido la
hermenéutica quien ha intentado proponer un tratamiento del lenguaje común y
afín a todas las tendencias. En este sentido, Vattimo ha hablado de la
hermenéutica llamándola la nueva Κοινέ, es decir, el lenguaje común a todas las tendencias de la
filosofía contemporánea. Justamente, lo que Vattimo quería constatar era el
hecho de que se habían alcanzado una serie de logros comunes, pero a pesar de
ello se constata por otro lado la imposibilidad de alcanzar una racionalidad
común inherente al quehacer filosófico. Los intentos por reunificar un concepto
común de razón, una forma de racionalidad común al pensamiento contemporáneo y
que tenga como base el lenguaje, se han presentado como intentos fallidos: “las razones compartidas del pluralismo
desaconsejan la idea y la praxis de una razón compartida” (D’Agostini 196).
El problema radica en que hay elementos que
demuestran que no es posible recurrir ni encontrar una racionalidad única que
mancomune a todas las perspectivas del quehacer filosófico contemporáneo. Así,
por ejemplo, Lyotard y Habermas han constatado “la imposibilidad de concebir
visiones globales y unívocas del presente” (D’Agostini 196). Según ellos, tampoco
se puede recurrir hoy por hoy a valores eternos, absolutos y constitutivos,
para justificar y explicar desde ellos la cultura contemporánea. Básicamente, esto
coincide con lo que se ha llamado en nuestros días la cultura postmoderna.
Además, principios como el contextualismo y la contingencia resultan o se
presentan como más acertados para una orientación en la práctica de los
fenómenos humanistas en nuestros días. A esto habría que agregar el hecho de
que lo que hoy llamamos racionalidad o razón queda supeditado a horizontes
contextuales, a tradiciones, a épocas o aperturas históricas, elementos que en
un proceso evaluativo pueden parecer más justificables en el momento de hablar
de una racionalidad más auténtica.
Lo cierto es que la cultura científico-técnica
que predomina en la contemporaneidad no necesita recurrir a elementos
universales para explicar el mundo actual. Dicha cultura parece bastarse a sí
misma desde una racionalidad empírica. Si no hay necesidad de recurrir a
elementos universales para explicar el mundo actual, entonces predomina o hay
una hegemonía de la fragmentariedad y de lo parcial; por otro lado, la
racionalidad científico-técnica reconoce su tendencia hegemónica y totalizante.
Toda esta discusión se puede resumir diciendo
que los elementos que predominan en la cultura contemporánea son el
contextualismo o el universalismo, y que dentro de ella se destacan pensadores como
Apel, Habermas, Lyotard, Gadamer. Nuestro mundo
se puede explicar sólo con base en contextualismos, sin necesidad de recurrir a
puntos fijos, a lugares comunes universales desde los cuales se mancomunen las
individualidades, los grupos y las pequeñas minorías.
De modo que entre los intelectuales de hoy hay
quienes sostienen que la única manera como se explica nuestro mundo es con base
en los contextos, las minorías y las pluralidades, justamente porque hay
quienes sostienen, como Lyotard, que ya no hay metarrelatos ni verdades eternas,
ni puntos fijos a los cuales recurrir para encontrar una justificación. Por
otro lado, hay pensadores como Habermas que sostienen que es posible encontrar
puntos comunes, razones universales que expliquen el funcionamiento de nuestro
mundo, siendo la base de dicha racionalidad la identificación entre lenguaje y
razón.
De este modo, la problemática presentada hasta
ahora se puede resumir en dos puntos:
En
primer lugar, la identificación entre razón y lenguaje ha llevado a algunos autores
a constatar que los lenguajes se presentan como fenómenos particulares y que,
por lo tanto, no es posible hablar de una razón sino de racionalidades. Sin
embargo, algunos se empeñan en un esfuerzo por construir un lenguaje universal
producto de los lenguajes particulares, que a su vez manifiesta una gran razón
universal que debe determinar a la cultura contemporánea; y esto de tal manera que
los fenómenos particulares de la cultura contemporánea se puedan leer desde
este gran lenguaje universal o racionalidad universal. En este punto se
destacan los aportes de Apel y Habermas, especialmente en las décadas de los
años setenta y ochenta del siglo pasado.
En
segundo lugar, el hecho de identificar la razón con el lenguaje permite seguir
un movimiento del lenguaje, y por lo tanto, de la razón hacia la
universalización y la generalización. En otros términos, se puede decir que el
lenguaje tiende a ser universal, y por lo tanto, la razón trata de seguir
dichas tendencias universalizantes. Desde ahí es posible hacer un rastreo para
poder interpretar las tendencias particularizantes de la cultura contemporánea.
En este sentido cabe destacar el trabajo realizado por H.-G. Gadamer.
Los filósofos de habla inglesa, por otro lado,
han tratado de destacar que los lenguajes particulares, los juegos lingüísticos
particulares son inconmensurables y que, por lo tanto, no se pueden traducir a
un lenguaje único y común. Sin embargo, en este mismo ambiente es posible
destacar a otro grupo de filósofos que sostienen que es posible reconstruir
sobre el plano lógico-lingüístico elementos comunes a los lenguajes
particulares y hacer valer desde ahí conceptos tales como verdad, valor, etc.,
reconstrucción que según ellos puede prescindir de los contextos histórico-sociales
particulares.
En síntesis, se puede decir que el gran
problema que late en el fondo de esta discusión es el de la necesidad de leer
contextos particulares y plurales que predominan en nuestra sociedad actual
desde lugares fijos, estables y universales que hagan asequible y comprensible
nuestra cultura contemporánea y que sean identificados con la noción
tradicional de la razón.
También se puede decir que mientras que existen
autores que defienden la posibilidad de hallar una racionalidad de tipo estable
y universal, hay otros que sostienen que es posible entender y comprender
nuestro mundo contemporáneo sin recurrir a dicho modelo de racionalidad. En
este sentido se puede decir que:
En
ambos casos nos encontramos frente a la dificultad de pensar la complejidad y
la multiplicidad de los fenómenos particulares a partir de los parámetros de
una razón filosófica tradicional y con ello nos hallamos frente a la dificultad
de valorar las razones de la universalidad generalmente requerida en el ámbito
teórico junto a las razones de la concreción,
de la autenticidad respecto a las condiciones históricas en las cuales nos
encontramos, a las situaciones vitales individuales y a su problematicidad específica
(D’Agostini 198-199).
Esta discusión también es conocida como la
alternativa entre contextualismo y universalismo o la alternativa entre
relativismo y objetivismo.
Este problema coincide con lo que se ha llamado
el final de la racionalidad moderna, la crisis de la metafísica y la necesidad
o alternativa de proponer nuevos modelos de racionalidad que traten de explicar
los fenómenos culturales que pueblan la sociedad contemporánea. Justamente es
desde aquí desde donde se justifica hacer un estudio sobre el problema del
relativismo.
9.2. Diferentes formas de proponer el relativismo
El problema del relativismo ha sido propuesto
desde distintas perspectivas. Por ejemplo, Diego Marconi plantea el problema
del relativismo tratando de clasificar las formas más débiles hasta las más
fuertes del relativismo. En este sentido habla de un relativismo virtual, ya
que es posible concebir la ciencia de modo diferente según su modo de pensar y
de hablar. También habla de un relativismo factual, ya que es posible proponer
distintos modos o criterios para valorar lo que es o no es válido, y un
relativismo etnocéntrico, en el que sostiene que no es posible aplicar
criterios éticos o de validez al comportamiento de aquella persona que se niega
a reconocer dichos criterios.
En las propuestas de la filosofía analítica
también se han presentado intentos por clasificar los diversos tipos de
relativismos. Así, por ejemplo, Hollis y Lukes adoptan una distinción en
términos cualitativos, individualizando variantes ontológicas, semánticas,
morales, culturales, etc. (D’Agostini 200).
Quizás la clasificación de los diversos tipos
de relativismos más cercana a nosotros la realiza Apel, quien distingue un
relativismo historicista y un relativismo lingüístico. Él hace esta distinción
teniendo dos grandes coordenadas: la
espacio-temporal, la pluralidad de espacios presentes en nuestra sociedad y que
por lo tanto la configuran, y la historicidad o las aperturas
históricas, que determinan a grandes rasgos las formas de valorar y apreciar la
realidad; por otro lado, Apel destaca un relativismo lingüístico o lógico-lingüístico
basado en los distintos tipos de juegos lingüísticos que determinan a nuestra
cultura contemporánea.
Desde estos dos grandes ejes, a saber, el
histórico-temporal y el lógico lingüístico, él distingue cuatro formas
concretas como se opera el relativismo en nuestra cultura contemporánea: un
relativismo lógico-lingüístico que está representado por las propuestas filosóficas
de Wittgenstein y Quine; un relativismo epistemológico que se presenta en las
propuestas de las teorías físicas: nuclear y atómica, física relativista y
teoría del indeterminismo; un relativismo histórico-hermenéutico basado
fundamentalmente en el influjo histórico-cultural que determina a las personas
en el momento de valorar una determinada realidad; y un relativismo ético que
fundamentalmente está determinado en los criterios éticos de valoración que
determinan a las distintas culturas, siendo este último considerado como la
primera y la más fundamental forma de relativismo. Desde aquí se considera que
tanto la ética como la psicología y la antropología, la sociología y la
política son los territorios propicios sobre los cuales se puede desarrollar
una acertada discusión sobre el relativismo, siendo estas últimas las que se
encuentran ante la necesidad de superar una visión fragmentaria y perpectivística
de la realidad y de la racionalidad (D’Agostini 201).
9.3. Relativismo histórico
Autores como Vico, Hegel y Dilthey han
constatado que a lo largo de la historia es posible rastrear el hecho de que se
dan diferentes concepciones o visiones del mundo que son válidas para el
momento histórico en que se dieron, así como diferentes puntos de vista sobre
un mismo problema, siendo igualmente válidos para el momento en que fueron
socializados. Básicamente, ha sido Dilthey quien
al final del Romanticismo ha planteado las bases de lo que hoy conocemos como
relativismo historicista. En su ensayo sobre La esencia de la filosofía, Dilthey
ha desarrollado la relación profunda que se da entre historia o teoría. En este
sentido sostiene este autor que toda teoría, por unas circunstancias
determinadas que la generan, es hija de su tiempo, ya que ella responde a unos
determinados problemas suscitados en una época determinada. Toda teoría
científica, filosófica, estética nace en un presente y para un presente; en
consecuencia, Dilthey considera que no existe una teoría que aspire a la
intemporalidad. Aunque toda teoría aspira a ser duradera e intemporal, sin
embargo todas son fugaces y perecederas; ahí reside la tremenda contradicción
de los espíritus creativos y de la conciencia histórica. En este sentido se
puede afirmar que esta contradicción es “el sufrimiento secreto de la filosofía
contemporánea” (D’Agostini 202).
Sostiene Dilthey que el hecho de que a lo largo
de la historia se hayan presentado tantas teorías filosóficas y estas se hayan
entendido como visiones del mundo, esto demuestra que son innumerables en
contenido, pero a la vez son parciales en su apreciación sobre la realidad. Además,
la pugna histórica entre una teoría y otra demuestra que cada una de ellas está
supeditada a un momento histórico determinado. En esto consiste básicamente el
relativismo histórico con el que se tiene que enfrentar la filosofía
contemporánea, el cual como ya decíamos tiene su origen en Dilthey.
Frente a Dilthey, Spengler y Simmel fueron los
pensadores que midieron las consecuencias relativistas a las que conlleva una
visión de la historia que no tenga a la base un principio metahistórico en
torno al cual se pueda ordenar el acontecer histórico. Después ha sido
Heidegger quien ha recuperado la propuesta diltheyana, y a finales de los años
cincuenta Gadamer ha colocado la conciencia histórica como la base de la
propuesta hermenéutica y como uno de los más importantes hallazgos de la
filosofía contemporánea. Gadamer sostiene que la
conciencia histórica es la más importante de las revoluciones que hemos
experimentado en la filosofía contemporánea y que la conciencia histórica
consiste en el privilegio que posee el hombre moderno de tomar conciencia del
carácter profundamente histórico del presente y de la transitoriedad y
relatividad de todas las opiniones.
La hermenéutica filosófica va a insistir en el
hecho de que el ser en cuanto tal es algo transitivo, producto del contexto, y
que está supeditado por nuestra forma de leer e interpretar la realidad. La
hermenéutica sostiene que conocer es interpretar y que toda interpretación de
la realidad va a depender de un conjunto complejo de factores que determinan
nuestra apropiación de la realidad. Dciha
apreciación es siempre parcial y limitada, por lo tanto, jamás aspira a ser totalizante
y eterna: “La verdad que se obtiene en la interpretación es, por lo tanto,
relativa y transitiva” (D’Agostini 203).
¿Qué es la verdad para esta forma de concebir
la realidad? La verdad que se obtiene de una determinada época o perspectiva histórica
y que es propuesta por un sistema, escuela o corriente filosófica es algo transitivo,
es relativa y pasajera. La causa de esto radica en el hecho de que quien
interpreta la historia es un ser que se encuentra situado históricamente o
situado dentro de la misma historia que interpreta. Esto quiere decir que el
hombre, el historiador que interpreta la historia, se encuentra situado
históricamente. De esta manera, Heidegger llega a decir que el hombre no es un
objeto sino más bien una dimensión, una ubicación. De aquí que la verdad sea
algo situado, la verdad es siempre una verdad que está ubicada históricamente
en un tiempo determinado y en un sistema determinado.
La manera como la verdad se manifiesta es a
partir del lenguaje, y todo lenguaje está, según esta propuesta relativista,
sujeto o supeditado al acontecer histórico, a la época y a la forma en que epocal
o temporalmente es expresado. Por lo tanto, a
partir de las premisas anteriores, se puede decir que la verdad tiene una
tendencia a ser relativa. De aquí que sea a partir del lenguaje como tenemos
acceso a la verdad y al ser. Si en la naturaleza más profunda el ser es
lenguaje y el lenguaje está supeditado a cambios históricos, entonces la verdad
es un transitivo, la ubicación de la verdad está supeditada a determinadas
circunstancias.
Resumiendo, se
puede decir que el relativismo histórico evoca la relación ser-lenguaje,
lenguaje-historia. Tanto el ser como la historia son hechos históricos; existe
una mutua evocación y reciprocidad entre ellos; de modo que tanto la historia
como el ser son transitivos debido al carácter transitivo del lenguaje. Esta
evocación implica dos cosas: primero, que la verdad está supeditada a una
determinada época histórica, a un cierto tiempo; segundo, que existen muchos modos, muchas maneras simultáneas de
interpretar un hecho determinado. De aquí que las distintas maneras de expresar
lingüísticamente un hecho generen las aperturas históricas desde las cuales se
patentizan los hechos, y en un caso particular, la verdad.
9.4. Relativismo
epistemológico
El debate sobre el relativismo epistemológico
coincide con la aparición de la obra de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. Dicho texto
cuestiona el hecho de que en las teorías científicas ha predominado la teoría
empírico-racionalista propugnada por Karl Popper y Rudolph Carnap. Lo que en la
actualidad hace insostenibles dichas teorías es el hecho de que en ellas
predomina un único modelo de método igual para todas las ciencias, y desde el
cual se convalidan, rechazan, evalúan o refutan todas las teorías. Por otro lado,
en la ciencia ha predominado la idea de que su quehacer propio es la
descripción de hechos, la formulación de leyes y teorías, la matematización de
las mismas, pero no su valoración, ni hacer juicios de valor sobre los hechos.
¿Qué es lo que ha sostenido Kuhn en dicho
texto? Primero, que toda teoría científica está supeditada a un paradigma
histórico dentro del cual, y sólo dentro de él,
es sostenible dicha teoría; en consecuencia, la pretensión de encontrar un
método único dentro del cual se puedan evaluar todas las teorías es insostenible.
Segundo, que el hecho de que una teoría científica es meramente la descripción
de hechos físicos y naturales, es decir, que toda teoría científica es neutral
y objetiva es insostenible, ya que dentro de ellas se encuentran motivaciones psicológicas,
sociales, políticas, económicas; además, toda teoría científica al ser hija de
su época es la consecuencia no sólo de razones lógicas sino histórico-retóricas
(D’Agostini 204).
Lo verdaderamente importante de la propuesta de
Kuhn es que no era posible confrontar, evaluar o medir teorías científicas
entre ellas mismas. Además, dicha tesis, al poner de manifiesto el carácter
histórico-temporal-espacial de las teorías científicas, estaba situando la
historia del quehacer científico dentro de un nuevo paradigma. Según este, la
historia de la investigación científica tiene como asiento las sucesivas
reorganizaciones de las teorías científicas y de los paradigmas que
caracterizan a cada época. Esto no significó nunca para este autor el final de
la epistemología o de la historia de la ciencia; antes bien, a partir de aquí se
empieza a hablar en la filosofía contemporánea de una nueva epistemología
(D’Agostini 205).
Siguiendo pero a la vez radicalizando las tesis
de Kuhn, Feyerabend ha puesto de manifiesto, a partir de un análisis de la
historia de la ciencia, que las teorías científicas son el producto de mitos y
de sugestiones emocionales. En este punto sostiene que no se puede defender la
posibilidad de un método desde el cual se pueda evaluar el quehacer científico,
pues este a su vez responde a intereses emocionales y mitológicos.
Después de la propuesta de Kuhn y de su
continuación en Feyerabend, ya no es posible
seguir hablando de una anarquía del método científico. Algunos autores hablan
de programas de investigación, o de tradiciones investigativas, o de estilos de
razonamiento; se habla además de esquemas conceptuales. Con esto lo que se ha
puesto de manifiesto es que toda teoría científica es producto de un momento
histórico, o como ha sostenido Dilthey, que existe un disenso, un divorcio
entre teoría e historia.
Pero más allá de esto, lo que se está poniendo
de manifiesto es que hay una hermeneutización de la ciencia y de la teoría
científica; que a la larga, la tan proclamada diferencia entre las ciencias del
espíritu y las ciencias naturales no es tan marcada ni tan acentuada, pues en
última instancia entre unas y otras es posible rastrear elementos comunes que
las hacen más afines a la tradición humanista, y por lo tanto, a la
hermenéutica.
9.5.
Tipos de relativismos
9.5.1.
El relativismo lógico-lingüístico
Básicamente, lo que ha generado este tipo de
relativismo han sido las mismas razones que han generado los dos enunciados
anteriores. El análisis lógico-lingüístico, históricamente hablando, ha
realizado un recorrido que lo ha llevado a la preocupación por el análisis atomístico
de términos aislados, o a la preocupación por la frase o la estructura
gramatical dentro de la cual aquel se encuentra. Dicho recorrido va del
análisis gramatical a la estructura lógico-conceptual, y de esta a la tradición
histórica dentro de la cual ha brotado dicho término y dichas estructuras.
9.5.2.
El debate del relativismo lógico
En el ámbito de la lógica el debate se presenta
básicamente entre tres grandes formas de concebir el mundo de las entidades
lógicas. Primero, el inicio se presenta con el logicismo instaurado por Frege
que afirmaba que las leyes lógicas eran en sí mismas supratemporales, objetivas,
y que no estaban sujetas a cambios. Después fue el intuicionismo que instaura
una crítica contra el primero, pues aunque no dejaba de reconocer una cierta
objetividad e intemporalidad en el ámbito de las entidades matemáticas, sin
embargo dicha teoría sostenía que el ámbito mencionado, al responder a una
serie de leyes lógico-matemáticas, quedaba supeditado al arbitrio del
matemático; prácticamente es el matemático quien crea, genera y concibe las
estructuras lógicas que determinan el mundo de las entidades matemáticas. En
tercer lugar, fue el formalismo que sostenía que, a partir de un grupo de
axiomas de carácter universal, era posible deducir verdades también de carácter
universal; sin embargo la crítica que se le hace a este determinado esquema es
que no se puede suponer que tales esquemas axiomáticos hayan de ser
universalmente compartidos, ni tampoco se supone que dichos axiomas posean un
poder de representación que sea efectivo en la realidad concreta.
Dado que para la lógica clásica era fundamental
el hecho de que las leyes lógicas tuvieran y gozaran de cierta intemporalidad y
objetividad, con este debate surgido del intuicionismo y del formalismo, así
como del logicismo, se instaura en la filosofía contemporánea la posibilidad de
plantear unas lógicas alternativas a la lógica clásica. En este sentido se
habla de unas lógicas intencionales o ampliadas, lógicas vagas o polivalentes.
Con este debate la lógica formal clásica presenta un panorama incierto, e
incluso hay quienes han llegado a considerarla como el último reducto de la
universalidad, producto de la argumentación
clásica tradicional.
9.5.3.
El debate del relativismo lingüístico
La base en la que se sustenta el relativismo
lingüístico radica en la afirmación de que es el lenguaje el que determina la
realidad social de acuerdo a los contextos individuales donde habita el ser
humano. En otros términos, se puede decir que poseemos un contexto social
individual, somos capaces de habitarlo si estamos en la capacidad de poseer el
lenguaje que determina a dicho contexto social. Esta forma de concebir el
lenguaje y la realidad tiene varias versiones; la primera de ellas es la
gadameriana, según la cual “el ser que puede ser comprendido es lenguaje” (Verdad y método 567). Gadamer desarrolla
esta teoría del lenguaje apoyándose en los juegos lingüísticos y basado en la
propuesta heideggeriana de que el lenguaje es la casa del ser.
Igualmente decisivo en la formulación e
implementación de esta teoría es Wittgenstein, quien en la segunda fase de su
propuesta filosófica habla de los juegos lingüísticos que son la expresión de
las correspondientes formas de vida que los utilizan. Con estos juegos lingüísticos
este autor cuestiona fuertemente la lógica clásica defendida y propugnada por
Frege, y sostiene que lo que determina el funcionamiento del lenguaje no son
las reglas gramaticales que se esconden detrás de él y lo sustentan, sino que
es el uso que se haga del lenguaje: “Es decir, el significado de una palabra
viene dado por el modo y por las circunstancias específicas en las cuales la
utilizamos” (D’Agostini 207). La propuesta de Wittgenstein es que pensemos el
lenguaje como un grupo heterogéneo de juegos, sabiendo que cada uno de estos
está dotado con sus propias reglas autónomas e independientes de las demás. Esta
propuesta wittgensteniana es una de las bases sobre las cuales se apoyan la
teoría postmoderna y el autoproclamado ocaso de la filosofía fundacional.
El filósofo analítico y epistemólogo Quine, en
la década de los años cuarenta del siglo pasado, proponía la otra versión de
este relativismo lingüístico cuando hacía un cuestionamiento de la noción de
verdad defendida y difundida por la filosofía analítica desde el análisis lingüístico,
según la cual la verdad es producto del enunciado, el lugar de la verdad es el
juicio, la proposición y el enunciado, cuestionando con ello la noción de
verdad difundida por el empirismo, basada en la observación y en la
experimentación. Quine sostenía que el
significado de las palabras está determinado por la configuración
lógico-ontológica dentro de la cual se encuentra quien realiza la afirmación,
el juicio y la proposición; es decir, quien determina el hecho de que algo sea
verdadero o falso es el esquema conceptual que utiliza quien hace la
aseveración, el juicio, el enunciado o la proposición. Este
principio se conoce con el nombre de indeterminación de la traducción
(D’Agostini 208).
Para Quine, los esquemas conceptuales varían, y
a partir de la variación de estos varían los significados de las palabras, de
modo que en el acto mismo en que se debe traducir una lengua a otra el intérprete
se está moviendo en terrenos donde prima la imprecisión y la indeterminación.
9.6.
Posición crítica
9.6.1.
Contra el relativismo
En un primer momento habría que decir que el
plano de la vida efectiva no es un lugar relativizable, como tampoco lo es la
existencia efectiva y abierta a nuevas posibilidades para la reflexión
filosófica. En el plano de la vida y de la existencia surgen todos los tipos de
posibilidades reflexivas en torno a los cuales gira la reflexión filosófica; en
otros términos, podríamos decir que la vida misma, la existencia, está
revestida de unos rasgos de objetividad tales que en torno a ellas gira todo
intento de reflexión filosófica. En este sentido, se puede decir que nadie
puede negar el hecho de que el hombre sea un ser para la muerte, como tampoco
se puede negar el hecho de que el hombre sea un ser siempre abierto a nuevas
posibilidades; tampoco que el hombre sea un ser libre y que cualquier opción que tome siempre va a estar
enmarcada dentro del uso que haga de la libertad. Estos son datos que no
admiten el relativismo y son datos primeros en torno a los cuales se
estructuran todos los tipos de relativismo. Si estos son datos primeros y que
no admiten duda ni discusión, ya no es posible afirmar un relativismo en torno
a la existencia del hombre, ni en general, porque ya de entrada damos cabida a
un fundamento.
Por otro lado, se presenta el hecho de que,
aunque la verdad pueda tener rasgos de historicidad, rasgos históricos, pues
necesita albergarse y manifestarse en los contextos sociales, históricos,
políticos, jurídicos y religiosos, no por eso la
verdad deja de ser la verdad y no por eso ha de mantenerse como un plano de
referencia al cual permanentemente debamos acudir. En este sentido, habría que
decir que una cosa es la verdad y otra cosa es el ropaje histórico que ella
adquiere en las distintas épocas y contextos sociales. Parece ser que en el
fondo de todas estas teorías se presenta una vaga confusión entre la verdad y
el ropaje histórico que esta adquiere a lo largo de las épocas históricas y de
los diferentes contextos sociales donde se expresa. En este sentido habría que
decir que, aunque la verdad adquiere los rasgos transitivos de una época o de
un contexto, no por ello deja de ser inagotable y siempre punto de referencia,
dato último al cual se puede y se debe dirigir el hombre.
Del hecho de que la verdad adquiera rasgos de
transitoriedad en una época, de que la verdad deba vestirse con el ropaje de
una época y de que con ello las teorías científicas y filosóficas adquieran
rasgos de transitoriedad, no se infiere radicalmente y como consecuencia
necesaria el relativismo historicista, ni el relativismo filosófico, ni mucho
menos el relativismo científico; antes bien, ello debe ser la base para afirmar
que tanto la verdad como las teorías científicas y filosóficas se pueden
corregir, se pueden mejorar y se pueden perfeccionar. En el fondo, lo que se
puede constatar es el hecho de que las antiguas teorías y propuestas
filosóficas con el tiempo van adquiriendo más claridad y mayor lucidez, y con
todo ello la verdad misma se va haciendo más inteligible y más asequible.
A pesar de todo, la verdad, entendida ya sea en
el plano lógico-gramatical, en el plano ontológico-hermenéutico, o en el plano
existencial-religioso, es siempre un lugar y un punto de referencia; además
exige y plantea la necesidad de un cambio, de la transformación y de la
renovación. En otros términos, se puede decir que la experiencia de la verdad
cambia, transforma y renueva a quien accede a ella.
El hecho de que la verdad se revista con
ropajes históricos para hacerse más asequible a una sociedad, a una cultura o a
una época, no excluye la posibilidad de que un día se puede alcanzar
definitivamente la verdad; esta es una posibilidad siempre latente, además, que
no se puede excluir dado este carácter histórico.
Lo que no se puede excluir es que la verdad,
siendo siempre la misma, puede y más aún debe adquirir formas diversas para
manifestarse históricamente en una sociedad o en una cultura; no se puede
sostener que la verdad sea relativa por el hecho de adquirir los rasgos
históricos que necesita para hacerse asequible en un momento histórico
determinado.
9.6.2.
Contra el relativismo científico
En el plano del
relativismo epistemológico y científico, este se refuta a sí mismo porque para poder aceptar si una teoría científica
es verdadera o no debe hacerse desde un plano y un punto de vista superior, un
punto de vista que trascienda los planos desde los cuales se evalúen las
teorías y su respectiva visión de la realidad. El problema radica en que este plano, este punto de vista
superior, se
convierte a su vez en punto de referencia, y al convertirse en plano y punto de referencia pierde
los rasgos de relatividad. De esta manera el relativismo cientifista queda confutado
en sí mismo.
Toda teoría científica es
el intento por explicar un fenómeno, por dar una respuesta a un determinado
problema natural; proporciona una visión del mundo y por lo tanto no puede salirse de
un plano intrateórico. El problema radica en que para poder evaluar las diversas
teorías se hace necesario colocarse en un plano extrateórico, extraconceptual,
un plano trascendente que se presenta a su vez como un plano de referencia.
Así, de esta manera termina perdiendo
los caracteres relativistas con los que se había revestido.
9.6.3. Contra el relativismo historicista
La base común sobre la
cual se asienta el relativismo es el historicismo, es decir, la concepción de que tanto las expresiones lingüísticas
como las teorías científicas y los valores son productos de la historia; por lo
tanto, al surgir de la historia, al ser creaciones históricas
pueden variar, pueden llegar a su fin. La relevancia teórica del pluralismo y del contextualismo
surgen o son producto de una determinada visión de la historia.
Una creencia absoluta en el relativismo
sólo puede
ser producto de una visión determinada de la historia. En este sentido, se puede decir que una visión relativista termina siendo
una visión pesimista de la historia porque, en primer lugar, no acepta la existencia de principios absolutos, fijos,
determinados e inamovibles, así como tampoco acepta la posibilidad de
fundamentos; en segundo
lugar, porque
habría que decir que si no existen principios absolutos hacia los cuales se
pueda dirigir un saber determinado, entonces no existe un progreso del saber
mencionado, no existe un punto hacia el cual dirigirse; en tercer lugar, se puede sostener, desde una visión relativista, que el
saber en cuanto tal no aspira a la consecución de una verdad a la cual se pueda
llegar y que podamos poseer. Desde este punto de vista nos encontramos ante una visión
pesimista del saber, y por lo tanto, nos encontramos ante
un sinsentido.
En general, se puede decir que
una sociedad que se autoproclama relativista es una sociedad pesimista, pero
además que dicho pesimismo surge del hecho de reconocer que no hay puntos de
llegada a los cuales se pueda y se deba aspirar.
9.6.4. A favor de la psicología y contra el relativismo lingüístico
En las perspectivas que
sobresalen hoy contra el relativismo se destaca la de Noam Chomsky, quien
propone que el lenguaje es un fenómeno psicológico y mental que, precisamente, por estar arraigado en el ser humano, no está por eso supeditado a variantes de carácter relativista.
Además, Chomsky introduce la idea de que detrás del lenguaje es
posible encontrar una estructura de carácter universal y que puede llegar a ser
descrita. Con esto,
este autor ofrece
la posibilidad de los universales lingüísticos. Para Chomsky, el factor psicológico no es en absoluto (como por ejemplo para
Frege, o según la delimitación cientifista realizada por Weber) un elemento
relativizador, sino que es perfectamente armonizable con una visión universal y
objetiva del lenguaje. De hecho Chomsky defiende una especie de innatismo: las
estructuras mentales de las cuales nos servimos para aprender y utilizar el lenguaje
son innatas (D’Agostini 215).
9.6.5. A favor del fundacionismo
Cuando se argumenta contra
una evidencia última, dicha argumentación a su vez se está presentando como
evidencia última y definitiva, lo cual a su vez se convierte en una
autocontradicción, pues toda argumentación contra el carácter ultimo de un
argumento tiene claras intenciones de proponerse como argumentación última y
definitiva. En otros términos, se puede decir que la
argumentación contra todo fundamento último y definitivo tiene claras
intenciones de convertirse en un argumento último y definitivo.
De aquí puede inferirse que si la
pretensión del relativismo es proponerse como el único argumento posible que
trata de anular los puntos estables, trascendentes y definitivos, entonces el relativismo tiende a su vez a imponerse como
un fundamento último y definitivo, lo cual a su vez se convierte en una autocontradicción.
Por otro lado, y siempre contra el
relativismo, es
necesario decir que no es posible negar argumentativamente el horizonte dentro
del cual se propone una teoría determinada, un punto de vista determinado o una
posición determinada. No
es posible negar el punto de vista desde el cual hablo porque dicho punto de
vista me determina en el momento de hablar. Negar el punto de vista desde el cual hablo y el influjo
que este tiene sobre mi se convierte en una contradicción; por lo tanto, aunque todo tienda a ser relativo, no puedo relativizar mi propio punto de vista y menos
aún negarlo o desconocerlo porque este es precisamente el horizonte conceptual
en el cual me encuentro, el punto de vista que me determina.
9.7. El problema ético
Frente a la problemática
suscitada por el relativismo en el mundo contemporáneo, la gran mayoría de las
tendencias filosóficas actuales –desde el postmodernismo hasta la teoría
crítica, desde la hermenéutica hasta la filosofía analítica, pasando por el posestructuralismo
y la nueva epistemología– se han volcado desde su perspectiva particular hacia
la reflexión de carácter ético. Tales reflexiones de una u otra manera se
presentan como una alternativa al relativismo, en lo que se ha denominado el
giro ético en el pensamiento contemporáneo.
A la base de esta
propuesta, se encuentra la idea común de que el relativismo proclamado en torno
a los lenguajes, a los valores, a los paradigmas y a las perspectivas teóricas sólo puede superarse mediante una reflexión en torno a la
razón práctica, una reflexión de carácter ético. Esto implica la necesidad de
coordinar las diferentes perspectivas suscitadas en torno a los diferentes
pueblos y culturas, y de coordinar además las diferentes motivaciones de
carácter ético-práctico suscitadas por las distintas lenguas, paradigmas,
perspectivas, etc.
Por otro lado, también es
cierto que la pluralidad de lenguajes, paradigmas y culturas genere un tipo de
reflexión ética donde primen conceptos tales como la identidad y la diferencia,
el respeto por el otro, la atención al prójimo. Así, esta reflexión ética se
aleja de la perspectiva tradicional basada en el concepto de igualdad e
imparcialidad.
Estas nuevas reflexiones
en torno al problema ético suponen un respeto por los demás, una aceptación de
las diferencias, una fuerte crítica contra todas aquellas tendencias que intentan
generalizar y universalizar. En este sentido, estas tendencias proclaman un
fuerte interés por el individuo y por la singularidad que éste comporta.
Por otro lado, la
filosofía ha encontrado en el planteamiento ético una manera de hacer presencia
en el mundo contemporáneo. En este sentido, ella se pregunta acerca del
carácter ético del individuo, de la sociedad y de la cultura; en la misma
medida, se interroga acerca del sentido de lo técnico y lo científico en el
mundo contemporáneo, asumiendo muchas veces una actitud de denuncia y de
crítica frente a los posibles excesos o defectos que estas puedan comportar
para la cultura contemporánea.
Además, esta reflexión en
torno al problema ético en la cultura contemporánea está generada por el hecho
de que, a partir de la reflexión marxista, es la práctica de carácter
ético-político y social la que jalona y genera el cambio, de modo que no es
tanto la teoría como la praxis la que posibilita una emancipación en el
desarrollo de las sociedades, pueblos y culturas.
9.8. Conclusión
El problema del
relativismo es un problema que ha tenido que afrontar la cultura contemporánea,
pero que hunde sus raíces en la cultura moderna. La hermenéutica ha tenido que
afrontarlo directamente y ha sabido replantearlo. Frente a los diversos tipos
de propuestas relativistas se han argumentado propuestas antirrelativistas, así
como también se han propuesto nuevas tendencias que tratan de superar los
diversos tipos de relativismos. Cabe aclarar que en la mayoría de las propuestas
relativistas se presenta una fatal confusión entre la verdad como dato último,
al cual se encamina el saber y el hacer humanos, y la manera como dicha verdad
es expresada. Frente a ello hay que decir que por el hecho de que cambie la
forma de expresar históricamente la verdad, no por ello la verdad se convierte
en un hecho relativo.
También se debe tener
claro que todo intento por afirmar una propuesta relativista es fallido porque
está viciado de raíz, ya que un relativismo afirmado y sostenido hasta la
saciedad termina por convertirse en un absolutismo. De este modo, también el
relativismo puede ser un absolutismo; aquí han de incluirse aquellos autores
que sostienen que el relativismo es la única propuesta válida para nuestro
tiempo.
La reflexión de carácter
práctico o ético, la reflexión sobre el carácter ético del ser humano, la
reflexión sobre la razón práctica está encaminada a un esfuerzo por superar el
relativismo, ya que la praxis humana es lo efectivamente determinante en el ser
y en el quehacer humano. En este sentido, toda reflexión sobre el quehacer
humano se encamina a un tipo de reflexión donde se puedan determinar puntos
claros de tipo trascendente que orienten y acompañen la praxis humana; por otro
lado, una reflexión así orientada debe encaminarse a la búsqueda de una
propuesta ética donde sean determinantes elementos tales como: el respeto por
la diferencia, el reconocimiento de los propios límites, el reconocimiento de
los límites de los demás, el reconocimiento de la propia identidad y de los
propios valores para poder valorar la identidad y los valores de los demás.
Pero por encima de todo esto,
nos debe quedar claro que una reflexión sobre el relativismo propio de nuestro
tiempo no puede dejar de reconocer que existen lugares fijos e inamovibles que
se convierten en paradigmas. En este sentido, hay que destacar al hombre y los
rasgos que caracterizan su existencia, su vida y todos aquellos rasgos que lo
conforman como ser humano. La verdad, bien sea entendida en su versión
pragmática, positivista, lógico-gramatical o hermenéutica, es siempre un lugar
fijo y recurrente al cual siempre tiene que referirse el ser y el quehacer
humanos. Lo mismo ocurre con Dios, ser
trascendente y absoluto, entendido como punto de referencia al cual se debe
orientar la acción humana. Por encima de todo
esto, no puede dejarse de reconocer el hecho de que una sociedad que se
autoproclama relativista es una sociedad pesimista y confusa porque donde no
hay puntos de orientación hacia los cuales se deba dirigir el hombre; entonces cualquier
punto puede ser punto de orientación, generando con ello confusión y pesimismo,
dos palabras que permanentemente escuchamos en nuestra sociedad.
Conclusiones generales
La hermenéutica a lo largo
de su historia ha tenido tres grandes momentos. Un primer momento sería aquel durante
el cual la hermenéutica se consideró como una técnica auxiliar del derecho, de
la literatura, de la teología y de las diferentes religiones; en este sentido
fue como básicamente tratamos de precisarla en el primer capítulo de esta investigación.
Desde las bibliotecas de Alejandría y de Antioquía, desde los métodos
alegóricos y anagógicos hasta los métodos gramaticales o psicológicos antiguamente usados, en todos estos casos la
hermenéutica tuvo una función eminentemente auxiliar. La hermenéutica ejercía
esta función, pues lo que con ella se pretendía era alcanzar un fin
determinado; ella ejercía una función auxiliar en cuanto que, en el caso del
derecho, servía para interpretar la ley, interpretar el caso y aplicar la ley
al caso concreto; en cuanto a la teología y a las distintas religiones, servía
para interpretar correctamente el texto sagrado, así como para mantenerlo
actualizado y para entablar un puente con las distintas culturas donde éste
irrumpía en cuanto necesitaba traducirse a una nueva lengua; respecto a la
literatura, servía para la traducción y actualización, así como para la
conservación de los textos y de los autores antiguos y clásicos.
Un segundo momento constitutivo
de la historia de la hermenéutica la considera en términos de un método. En
este sentido, se puede decir que la hermenéutica servía de base y de fundamento
para las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften).
La necesidad de recurrir a la hermenéutica como base metodológica para las Geisteswissenschaften coincidía
epocalmente con el final de la modernidad y con los movimientos Romanticista e
Idealista. En este contexto, la hermenéutica serviría para darle una base
epistemológica a las ciencias del espíritu frente a la tendencia
universalizante del método deductivo, positivo y pragmatista. Evidentemente, al
comienzo del segundo capítulo se trató de abordar dicha temática; también se
pudo constatar el hecho de que los autores que trabajaron la hermenéutica en
este sentido no pudieron arrojar muchas luces, más bien se encontraron con
grandes dificultades y paradigmas que no pudieron resolver. Al respecto cabe destacar los aportes a la
hermenéutica de Dilthey y de Droysen.
Un tercer momento
constitutivo de la historia de la hermenéutica la considera unida a varios
fenómenos esenciales, que coinciden más o menos con la manera como hoy por hoy
es considerada:
1. La hermenéutica se asocia a la existencia, es decir, es una
característica constitutiva del ser humano considerado como ser en el mundo,
ser con los otros, ser para sí mismo y ser para el absoluto. Este momento
coincide con lo que en la propuesta heideggeriana, en la segunda parte de este
trabajo, se denominó una hermenéutica de
la facticidad.
2. La hermenéutica se asocia al lenguaje. En este sentido, la
hermenéutica se asocia con lo que se llama en la filosofía contemporánea el
giro lingüístico, es decir, con una reflexión de tipo ontológico sobre el
lenguaje en cuanto que el lenguaje es constitutivo del ser. Aquí coinciden,
aunque el tratamiento del lenguaje sea muy diferente en ambas tendencias, la
filosofía analítica y la filosofía continental; es más, se podría afirmar que
el tratamiento hermenéutico sobre el lenguaje en estas tendencias de la
filosofía contemporánea fue lo que dio origen a un gran acercamiento de ambas,
luego de haberse sumergido en grandes disputas y diferencias.
3. Un tercer elemento constitutivo de la hermenéutica la
acerca a una reflexión sobre la historia. Aunque este elemento la acerca al
primero aquí mencionado, es decir, a la consideración sobre la hermenéutica
como método, sin embargo también la muestra como una forma concreta y
particular de considerar la historia de la cultura occidental especialmente asociada
al humanismo, a los conceptos que determinan nuestra forma particular de ser y
de pensar en cuanto personas de raigambre occidental, a la tradición que nos
determina, a las orientaciones que enrutan nuestra reflexión. En este sentido,
después de Dilthey, tal vez haya sido Gadamer quien ha arrojado más luces al
respecto aunque, como veíamos, sin dejar de lado la reflexión heideggeriana, un
poco opacada por su consideración en algunos aspectos negativos de la cultura
occidental.
4. Un cuarto elemento constitutivo de la hermenéutica la
considera profundamente asociada al tema del arte y de la estética.
Prácticamente la obra de arte, y en general, el terreno de lo estético, se consideró
un espacio propicio que posibilitó la reflexión hermenéutica en cuanto que lo
estético fue eso que a lo largo de la historia se presentó siempre como algo
paradigmático. Lo estético, junto con lo histórico, lo filosófico y lo
religioso, fue ese espacio reflexivo que no se pudo acomodar a las tendencias
universalizantes del método científico; la obra de arte reclama siempre la
atención en el sentido reflexivo e interpretativo, y en este orden de ideas,
siempre estuvo sujeta al espacio de la hermenéutica. Se podría considerar que
una de las definiciones que más se acercan a este momento constitutivo de la
hermenéutica la definen en términos de “arte de la interpretación”, definición
en la que se puede intuir un cierto temor a considerarla o bien como método o
bien como técnica; de modo que cuando se la califica con el término “arte” se
la asocia con algo diferente a los conceptos calificativos específicos que
tienden a opacarla cuando se la quiere encasillar dentro de márgenes muy
estrechas.
5. Quizás el momento más lucido de la hermenéutica en la
filosofía o en la cultura contemporánea es aquel que la considera como una de
las formas como hoy por hoy, después de la autoproclamada muerte de la
filosofía, la filosofía sigue teniendo sentido. Se puede decir que después de
que se ha hablado de la muerte de la filosofía, ésta sigue teniendo vigencia sólo en cuanto hay unas formas específicas de considerarla y
de aplicarla; de entre éstas la hermenéutica es una, sino la que más, descuella
en el ámbito de la filosofía continental.
Desde esta perspectiva,
hacer filosofía consiste en el arte de interpretar; la filosofía consiste en el
arte de comprender interpretando o de interpretar comprendiendo. Quizás sea
esta la razón por la cual hoy se alcance a vislumbrar un giro en muchos de los
saberes particulares hacia el planteamiento hermenéutico; esta es la razón por
la cual hemos querido señalar o tildar a esta investigación con el rotulo de
“La hermenéutica o el arte de filosofar interpretando”. Esto muy sintéticamente
quiere decir, como ya hemos indicado, que una de las formas como hoy por hoy
tiene sentido la filosofía es a partir del quehacer hermenéutico.
Como quehacer filosófico,
la hermenéutica, insiste en algunos problemas característicos que han
determinado en parte el quehacer filosófico a lo largo de su historia: la verdad,
el lenguaje, la mediación, la retórica, el círculo hermenéutico, los
prejuicios, la precomprensión. Justamente, el tercer capítulo de esta
investigación trató de mostrar, de manera muy sumaria, cómo son abordados estos
temas desde la hermenéutica.
En esta investigación
quedan otras perspectivas abiertas, así como otros autores que, siempre
relacionados con la hermenéutica, serán temas de futuras investigaciones. En
este sentido, cabe destacar el tema de la hermenéutica y su papel mediador en
nuestro mundo y en nuestra sociedad. En otros términos, se puede decir que la
hermenéutica se puede llegar a convertir en un medio muy eficaz y quizás
fundamental para resolver conflictos, entablar diálogos y proponer
acercamientos entre los distintos grupos, actores y agentes que determinan la sociedad
postmoderna. De ahí que se pueda aventurar una hipótesis que sonaría más o
menos así: la hermenéutica y su papel mediador en el mundo postmoderno.
Relacionado con lo
anterior se pueden mencionar algunos autores que aquí hemos dejado de lado:
Vattimo, Ricoeur, Habermas, Derrida, Bauman; ellos han tratado de proponer,
cada uno desde perspectivas diferentes, que la hermenéutica es un medio, un
camino, un puente que es capaz de acercar en el mundo contemporáneo a las diferentes
culturas y entidades en disputa.
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