La lectio divina
La Lectio divina[1].
1. Introducción.
Básicamente lo que hace que la Lectio
divina tenga hoy una gran importancia en el seno de la Iglesia fueron las
recomendaciones que el Concilio Vaticano II hiciera para que esta forma de orar
con la Palabra de Dios saliera de los claustros y monasterios, y de esa manera
se convirtiera en una pedagogía para los cristianos, grupos de oración y grupos
de estudio bíblico.
La Lectio divina no es solamente un método
de estudio de la Palabra de Dios; su intención no es escudriñar académicamente,
intelectualmente o científicamente la Palabra de Dios; ella es un camino en el
cual Dios habla y el cristiano le responde; es un camino hacia el interior del
ser humano pues allí es el lugar donde Dios habla desde sus propias palabras y
con su propia palabra; camino en el cual se presentan varias etapas que debe recorrer
el creyente. La Lectio Divina es una experiencia amorosa en la cual Dios nos
habla con sus propias palabras y nosotros, los creyentes, orantes le hablamos
en su propio lenguaje; por eso es un diálogo amoroso en el cual utilizamos el
lenguaje divino para hablar con Dios en sus propios términos.
Se podría decir que la Lectio Divina es un
camino a través del cual se puede acceder al conocimiento de la Palabra de
Dios, este camino no se enmarca solo dentro del plano académico, intelectual o
científico sino que implica la meditación, la contemplación y la oración. Ella
no pretende reemplazar los métodos hermenéuticos o exegéticos clásicos para
comprender la Palabra de Dios; en este sentido debe afirmarse con claridad que
la Lectio Divina no es un método exegético; esta es más bien un camino en el
que el orante debe avanzar por varias etapas; es necesario que quien la practica
deba subir de peldaño en peldaño para poder alcanzar a contemplar el rostro del
Dios amoroso que se presenta en la Sagrada Escritura.
El arte de orar leyendo la palabra de Dios
es el cometido principal y más sobresaliente de la Lectio Divina; a partir de
la lectura de los textos bíblicos, la Lectio Divina busca que el orante viva un
encuentro amoroso con la persona de Jesucristo. Ella es una experiencia en la
que la Palabra de Dios trasega por el corazón del orante bajo la presencia y
con la asistencia del Espíritu Santo.
Los
discípulos de Emaús y la experiencia fundante de la Lectio Divina.
En el relato que presenta el evangelista
san Lucas (24, 13-35) se puede apreciar la experiencia fundante hacia la que se
encamina la Lectio Divina; los discípulos de Emaús, haciendo camino con el
Maestro, son invitados poco a poco, paso a paso a descubrir la experiencia de
Cristo resucitado. El Maestro va guiando poco a poco a sus discípulos para que
en el interior de ellos se haga presente la experiencia de la pascua. Lo mismo
sucede con la Lectio Divina, quien lee, medita, ora y contempla la palabra de
Dios termina haciendo un viaje interior que lo llevará a tener una experiencia
personal con Cristo, y de esa manera experimentar la pascua de resurrección.
2. Rastreo histórico de la
Lectio Divina a lo largo de la tradición cristiana.
2.1.
La Lectio Divina en Orígenes.
La primera vez que se hablará de la Lectio
Divina será en la obra de Orígenes, el teólogo de Alejandría y que se puede
ubicar en el siglo III DC., y lo hace en una carta que este dirigiera a
Gregorio el Taumaturgo. En ella invita a este a no contentarse solamente con
leer los comentarios a las Sagradas Escrituras sino que lo invita a remontarse
hasta la fuente misma de la Divina Revelación, esto lo debe hacer adquiriendo
un hábito de lectura de las Divinas Escrituras.
Para caracterizar y describir la manera
como Gregorio el Taumaturgo podía disciplinarse en la lectura de las Sagradas Escrituras,
Orígenes recurre a la imagen de la puerta que trae el evangelista san Lucas
(11, 9), san Mateo (7, 7) y san Juan (10,3). En este sentido él va a distinguir
tres etapas: tocar, pedir y buscar. Etapas que son indispensables para acceder
verdaderamente a la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras.
Además de estas tres etapas: buscar, pedir
y tocar, insiste Orígenes en que quien recurre a la Lectio Divina debe poseer
como disposición interior el deseo de creer y de agradar a Dios. Además dice
que la lectura debe ser frecuente y constante; esta debe ir acompañada de la
meditación, y a través de esta, buscar en Dios el sentido de las Sagradas Escrituras.
Otra característica es la oración, y por medio de esta, pedir la plena
comprensión de los divinos misterios. Todo esto tiene como único objetivo el
hecho de permanecer unidos a Cristo, Verbo del Padre, y a través de esta unión,
llegar hasta el conocimiento del Padre.
La Lectio Divina para Orígenes debe
encaminarse hacia la comprensión de las Sagradas Escrituras, comprensión que no
es solamente un hecho academicista sino que busca la intimidad con Cristo a
partir de la oración y la contemplación. Finalmente Orígenes insistirá en que
si falta el amor no puede haber un verdadero conocimiento de Cristo.
Se puede ver claramente cómo ya en Orígenes
nos encontramos con los elementos esenciales que conforman y caracterizan la
Lectio Divina: la lectura asidua de la Sagrada Escritura, la meditación de lo
que se lee y se encuentra en el texto sagrado, la oración y esta entendida como
súplica que pide la comprensión de los divinos misterios; unido a esto está la
disposición interior de quien realiza la Lectio Divina, ya que se trata de
creer y agradar a Dios.
2.2. San Juan Crisóstomo y
la Lectio divina.
Uno de los aspectos más sobresalientes de
san Juan Crisóstomo es que antes de ejercer su intensa actividad pastoral se
dedicó durante muchos años a vivir en soledad y a meditar la palabra de Dios.
Insistía en que la oración no es un hecho que le está reservado solamente al
obispo, presbítero o a los monjes sino que es algo que debía poner en práctica
todo el pueblo de Dios. Sostenía que los laicos debían testimoniar su vida
cristiana tanto en la sociedad, como en la familia y en la vida profesional. El
mundo es el lugar donde los laicos pueden dar testimonio de la vida cristiana; ellos
para poder testimoniarla debían alimentarse y nutrirse de la Sagrada Escritura
¿Cuáles son los lugares privilegiados para nutrirse de la palabra de Dios?
A esta pregunta san Juan Crisóstomo
responde diciendo que el primer lugar en el cual el cristiano puede nutrirse de
la palabra de Dios es la Iglesia, especialmente la asamblea litúrgica, donde la
escucha de la Palabra de Dios va acompañada de la predicación. San Juan
Crisóstomo afirma que es un lugar muy importante para nutrirse de la Palabra de
Dios pero no es el único.
El segundo lugar lo ocupa la oración
personal y familiar; ambos son lugares y espacios en los cuales el cristiano
puede nutrirse de la palabra de Dios. La invitación de Juan Crisóstomo a sus
fieles es que hagan de sus casas unas iglesias y de los lugares de trabajo unos
monasterios. La Biblia no debe servir de adorno en los hogares sino que debe
ser frecuentemente leída tanto de manera individual como en el núcleo familiar;
solo de esa manera, la palabra de Dios podrá quedar grabada en los corazones.
También considera san Juan Crisóstomo que la Lectio Divina, además de ser
frecuentada por los monjes, debe ser práctica ordinaria y constante entre
aquellos que están comprometidos con el mundo.
Considera san Juan Crisóstomo que el más
hermoso privilegio que puede poseer el hombre es cantar las alabanzas a Dios;
este privilegio nutre el alma, es el ornato del cristiano, es su mayor fuerza y
su seguridad.
2.3.
San Cesáreo de Arles y la práctica de la Lectio divina.
Este santo obispo había sido monje en
Lérins, había sido formado en la práctica de la Lectio Divina y esto le había
aportado suficientes elementos para insistir permanentemente a sus feligreses
en la necesidad de buscar la santificación; para ello utilizaba imágenes
sencillas y eficaces que pudieran servir para hacer comprender el misterio del
reino de los cielos; una de sus mayores insistencias era la lectura frecuente y
asidua de la palabra de Dios; esta práctica era afirmada desde tres aspectos:
2.3.1.
La Lectio divina en los monasterios.
San Cesáreo de Arles recomendaba a las
monjas que la Palabra de Dios tuviera una importancia central en la vida
monacal; en este sentido les recomendaba que durante el rezo del oficio divino,
después de la lectura de cada salmo se guardara un rato de silencio para que la
Palabra de Dios tuviera tiempo de integrarse en los corazones. También les
aconsejaba que al comienzo de la jornada debían dedicar de dos a tres horas a
la práctica de la Lectio Divina; durante las comidas o las prácticas comunitarias
debían escuchar la Palabra de Dios y después dedicar un buen tiempo para
meditar. Para que todo esto fuera eficaz, todas las monjas debían saber leer o
aprender a leer en el monasterio.
2.3.2.
La Lectio divina para los laicos.
San Cesáreo de Arles recomendaba a los
fieles laicos que leyeran asiduamente la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento; en este sentido no les ponía ninguna restricción.
También los invitaba a que, en la medida de lo posible, dedicaran tres horas
diarias a la Lectio Divina. San Cesáreo de Arles consideraba que la lectura
asidua de la Palabra y la acción del Espíritu Santo tenían el poder de
transformar los corazones de los fieles.
2.3.3.
La predicación.
En la época en que san Cesáreo de Arles
vivió, la predicación solamente estaba reservada a los obispos; sin embargo él
recomendaba esta función no solo a los presbíteros sino también a los diáconos.
En el ejercicio de la predicación les recomendaba que tuvieran un cuidado
especial. El santo obispo difundía homilías entre sus presbíteros y diáconos
para ayudarles en el oficio de la predicación. Todo presbítero, antes de llegar
a recibir el sacramento del orden debía al menos haber leído cuatro veces la
totalidad de la Sagrada Escritura; de esta manera estaba lo suficientemente
preparado e ilustrado para predicar la palabra de Dios.
San Cesáreo de Arles, es en la época
antigua, el último gran personaje que recomendaba a sus fieles laicos que
realizaran la Lectio Divina con frecuencia.
Pero a partir del siglo VI, a causa de las
invasiones bárbaras, decae en todo el imperio greco-romano el nivel de
alfabetización y de escolaridad, quizás por esta razón, la Lectio Divina entra
en crisis; en este sentido es necesario decir que en el siglo VI san Gregorio
Magno se lamentaba del hecho de que todas las poblaciones cristianas ya no
sabían leer ni escribir y por lo tanto ya no tenían acceso a las Sagradas
Escrituras; ya la Iglesia debía proveer el anuncio del Evangelio a través del
uso de la imagen pintada en los templos. Desde lo anteriormente dicho, sostenía
san Gregorio que “lo que son las Escrituras para los que saben leer, la imagen
lo realiza para los sencillos que la miran […] quienes ignoran las letras
pueden leer la imagen […] la imagen ocupa el lugar de la lectura” (citado por
Dreuille 12-13).
Como se ha mencionado anteriormente, este
alto grado de analfabetismo y desescolaridad pudo haber sido la causa por la
cual en la Iglesia, la Lectio Divina fue perdiendo su fuerza entre los laicos;
a partir de este momento la Iglesia será el lugar privilegiado y casi exclusivo
donde los fieles podrán acceder a la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras
ya no podrán ser leídas en los hogares, en lugar de esto, el acento de la vida
espiritual se hará en la meditación, en las fórmulas de invocación e incluso en
la adoración. La Lectio Divina, a partir de este momento, estará reservada para
aquellos que saben leer y escribir, esta es la razón por la cual esta práctica
sagrada deberá desplazarse hacia los monasterios tanto masculinos como
femeninos.
2.4.
La Lectio Divina en los monasterios.
La vida monástica, desde los primeros
siglos, fue el lugar privilegiado y preferido para realizar la lectura orante
de la Palabra de Dios, pues el silencio y la soledad eran dos componentes esenciales
de la vida monástica que ayudaban a que se realizara dicha práctica espiritual.
Juan Casiano, fundador de la abadía de san
Víctor en Marsella, es quien recoge con mayor fidelidad, en sus reflexiones, la
práctica de la Lectio Divina; él enfatizaba que los monjes debían esforzarse
por leer constantemente la Palabra de Dios y de esa manera ella debía impregnar
una imagen en el alma de cada consagrado.
Juan Casiano sostenía que en la medida en
que se renovaba el Espíritu del creyente, a través de la meditación, las
Sagradas Escrituras también cambiaban de rostro; al progreso espiritual del
creyente le corresponde una nueva visión de las Sagradas Escrituras; también
aconsejaba que había que disponer el oído para que aprendiera a escuchar la
Palabra de Dios; de ello surgirá un fenómeno curioso que consistirá en el hecho
de que mientras más se frecuenta la escucha orante de la Palabra de Dios, más
ávida estará el alma de ella y nunca se cansará de este ejercicio.
Según lo dicho anteriormente es muy importante
retener que Juan Casiano enfatizará la relación que se puede establecer, a
partir de la Lectio Divina, entre la lectura y la escucha. Quien lee la Sagrada
Escritura al mismo tiempo la escucha, de modo que leer y escuchar, ojo y oído
están íntimamente ligados en el ejercicio de la práctica orante en torno a la
Palabra de Dios.
Hacia el siglo VI la Regla de san Benito
ayudó a impulsar progresivamente la práctica de la Lectio Divina en la vida
monástica. Se podría decir que la Regla de san Benito no es más que una
evocación de la antigua tradición conservada a través de la lectura orante de
la Palabra de Dios. San Benito, en la Regla, estaba recogiendo todo lo que se
había desarrollado en las antiguas reglas y que era compartido por los laicos.
2.5. La
Lectio Divina en la tradición carmelitana.
En el siglo XIII, en la época de las
Cruzadas, un grupo de peregrinos intentan reunirse y agruparse en las cuevas
del monte Carmelo; ellos se autodenominaron a sí mismos con el nombre de
Hermanos de Nuestra Señora; allí construyeron una pequeña iglesia y le piden al
Patriarca latino de Jerusalén Alberto Verceil que les dé una regla de vida.
Esta habría de ser una fórmula de vida, y en ella la ley del Señor, que es la
Palabra de Dios, debía ser meditada a partir de las recopilaciones de las
Sagradas Escrituras.
Para los Carmelitas la oración y la unión
con Dios, a través del amor, debían apoyarse en la lectura asidua y en la
meditación de la Palabra de Dios; esta práctica, centrada en la meditación
silenciosa, debía acompañar toda la historia de los Carmelitas.
Santa Teresa de Jesús, a partir de la
reforma que instaura entre los Carmelitas, intentará recuperar una forma de
vida muy cercana a la de los primeros Carmelitas; esta debía centrarse en la
oración silenciosa y debía estar encaminada hacia la unión con Dios, así como a
tener una vida fraterna; todo esto debía nutrirse en la lectura asidua y
constante de la Palabra de Dios.
De igual manera, san Juan de la Cruz
siempre tenía con él una pequeña Biblia de la que conocía y repetía pasajes de
memoria, especialmente cuando se desplazaba en sus viajes apostólicos a lomo de
mula. Todas sus obras están plagadas de citas de la Sagrada Escritura; también
solía citar las palabras de Guigo el Cartujo que hacían referencia a la Lectio
Divina y cuando este decía: “Buscad leyendo y encontraréis meditando; llamad
rezando y se os abrirá en la contemplación” (citado por Dreuille 51).
Teresa de Lisieux en el siglo XX lleva
consigo permanentemente los cuatro evangelios, de esa manera medita
permanentemente la Palabra de Dios.
En general se puede decir que los
Carmelitas conceden el primer puesto a las enseñanzas espirituales extraídas de
la lectura orante de la Palabra de Dios y del diálogo realizado a partir de la
oración. Los Carmelitas deben dedicar diariamente un espacio para realizar la
Lectio Divina en la celda.
2.6.
La Lectio Divina en los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.
Básicamente, a partir del libro de los
ejercicios espirituales escrito por san Ignacio de Loyola es posible dilucidar
toda una práctica de la Lectio Divina. Estos están estructurados de tal manera
que durante todo un mes el ejercitante debe ordenar su vida y encontrar en
ella, así como en su estado la voluntad de Dios. Según este ejercicio espiritual
el mes debe dividirse en cuatro semanas.
Durante la primera semana, el ejercitante
debe confrontarse con Cristo crucificado mediante una larga mirada con Él; a
través de esto, debe leer y releer su historia personal profundizando el
misterio del pecado; esto debe llevar al ejercitante a descubrir qué es lo que
fundamenta su relación con Cristo.
A partir de la segunda semana, así como la
tercera y la cuarta el ejercitante deberá dedicarse a la contemplación del
Evangelio y con ello deberá buscar un mayor conocimiento tanto afectivo como
interior de la persona de Cristo. Todo esto se encamina a adquirir una mayor
familiaridad con Él, con su estilo de vida, con su manera de ser y de hacer las
cosas, con la forma de descubrir la voluntad del Padre Dios en la vida del Hijo
¿Cómo se alcanza esto?
Mediante la contemplación. Se propone una
historia del Evangelio para hacer oración durante una hora; la imaginación
reconstruye la escena evangélica, el lugar en que se desarrolla la misma,
también es necesario centrar la atención en los personajes, en la manera como
aparecen en escena y en la forma como se distinguen. El ejercitante debe
escuchar atentamente lo que dicen los personajes y debe mirar lo que hacen;
también debe dejarse impresionar por la escena, debe experimentar en carne
propia la escena, debe dejarse tocar por el Espíritu Santo y de esa manera
llegar a tener clara una opción de vida.
La contemplación centra su atención en la
manera como se cuenta una historia y en los efectos que dicha historia produce
en el lector de la Sagrada Escritura; el objetivo de la contemplación no está
encaminado a interpretar hermenéuticamente un texto, sino a dejarse tocar
afectivamente por él, y de esa manera ser capaz de tomar una decisión que
oriente la vida del ejercitante; quien realiza la Lectio Divina debe dejarse
tocar afectiva y efectivamente por el misterio envuelto en la Sagrada
Escritura; la contemplación que realiza el ejercitante ignaciano se encamina
hacia la toma de decisión que debe afectar la vida del mismo. Pero este cambio
de rumbo, esta toma de decisión debe encaminarse siempre a cumplir la voluntad
de Dios.
Conclusión.
Resumiendo lo dicho hasta aquí se puede
decir que la Lectio Divina nació en un contexto donde la intención es leer,
meditar, orar y contemplar con la Palabra de Dios. La lectura orante en torno a
la Palabra de Dios no es un ejercicio académico sino un ejercicio espiritual
encaminado a descubrir el Rostro de Jesucristo a través de su Palabra.
Orígenes, el gran maestro alejandrino, la recomendaba a su discípulo, y para
ello utilizaba la imagen bíblica del llamar, pedir y buscar; de ahí nace la Scientia Christi (VD 86). Algunos padres
de la Iglesia la recomendaban no solo a los sacerdotes, diáconos, religiosos
sino también a los laicos, y la recomendaban no solo en el templo sino también
en el hogar, en la familia y en los lugares de trabajo. La causa de que la
Lectio se haya vuelto un ejercicio casi exclusivo de los monjes radica en el
hecho de que la cultura occidental cayó en manos del analfabetismo. También se
ha visto que la Lectio se fue conservando como práctica de la espiritualidad
cristiana a través de las diferentes propuestas espirituales de los grandes
fundadores de las comunidades y órdenes religiosas. Ahora esta investigación
concentrará sus esfuerzos en mirar cómo la Lectio Divina es una práctica que se
utiliza para adentrarse de modo pedagógico en el misterio de amor a Cristo.
3. La
Lectio divina: una forma pedagógica de adentrarse en el misterio de Dios.
Si se intentara definir la Lectio Divina,
esto no se podría realizar en los términos de que es un método para comprender
e interpretar mejor la Palabra de Dios; de ella habría que decir que es una
forma pedagógica para contemplar, meditar y orar a través de la lectura de la
Palabra de Dios. Todo el proceso llevado a cabo en esta forma pedagógica se
realiza bajo la guía y la orientación del Espíritu Santo; y a través de ella,
la Palabra de Dios, sembrada en el corazón del creyente produce sus frutos; se
podría decir que la Lectio Divina marca diferencia respecto a otros métodos
para interpretar la Sagrada Escritura en cuanto que esta es una práctica espiritual
orante que, a través de la lectura, meditación, oración y contemplación
introducen al orante en el misterio de lo divino. En cambio los otros métodos
para interpretar la Sagrada Escritura tienden a ser más académicos,
intelectuales y la mayoría de ellos se encaminan a un conocimiento, una
comprensión y una intelección de la Palabra de Dios.
Para poder precisar más la diferencia de
esta forma pedagógica con los otros métodos hermenéuticos, es necesario
resaltar las características que conforman o constituyen la Lectio Divina.
3.1.
La temporalidad.
Para poder acoger la Palabra de Dios es
necesario saber que este proceso lleva su propio tiempo, tiene su propio
tiempo. Este es un tiempo de gracia, por lo tanto tiene un valor positivo, es
un don de Dios en el cual el hombre se comprende a sí mismo como un ser en
progreso y en ascenso en la vida espiritual. En este ascenso temporal y de
gracia la atención debe centrarse no tanto en mirar cuánto tiempo ha pasado
sino en cuánto se ha crecido espiritualmente en el tiempo trascurrido; de esta
manera, el problema temporal relacionado con la práctica de la Lectio Divina
centra su atención no tanto en la cantidad de tiempo trascurrido (cuantitativo)
sino en el crecimiento espiritual alcanzado a través de un periodo temporal
(cualitativo); de esta manera se puede decir que desde la dimensión temporal lo
cualitativo prima sobre lo cuantitativo. Solo quien está en la capacidad de
comprender esta dinámica puede introducirse en la vida espiritual, y comprender
por qué la Lectio Divina es una forma pedagógica para adentrarse en el misterio
de lo divino; desde aquí podría decirse que el tiempo de gracia no busca tanto
la eficacia sino la acogida, la fecundidad y la confianza.
Quien realiza la práctica de la Lectio
Divina no debe estar atento, tanto al tiempo trascurrido, sino a la manera como
Dios hace germinar la semilla de su Palabra en el corazón del creyente, y en
los frutos que esta puede producir; en este sentido es necesario recalcar que
el hombre no es el dueño del proceso, sino que a él le corresponde ser la
tierra buena, abonada y disponible para que la Palabra de Dios germine y
produzca su fruto. Esto implica que quien realiza la Lectio Divina debe poner
toda su confianza en el poder de la Palabra de Dios. Quien realiza la Lectio Divina
nunca puede creerse amo y señor de la Palabra de Dios sino ponerse a la
escucha, acogerla, rumiarla, meditarla y orar con ella; debe depositar su
confianza en ella.
El tiempo implica la perseverancia ya que
el crecimiento en la comprensión del misterio de lo divino es un proceso lento,
pero dicho progreso lleva necesariamente a la fecundidad; en este sentido es
necesario recalcar la constancia y la perseverancia para que la Palabra de Dios
produzca sus frutos; la perseverancia implica la acogida de la salvación y el
transcurso temporal que esta necesita para que pueda florecer.
El tiempo implica la aceptación de un
camino. Pues solo quien camina puede percatarse de la experiencia del cambio y
de la transformación, de igual manera, quien camina puede darse cuenta del
progreso interior y exterior. La Lectio Divina abre al hombre a una nueva
experiencia, a una nueva perspectiva y de esa manera se presenta la invitación
y la oportunidad de ponerse en camino para crecer en la relación con Cristo. De
hecho, la relación de Jesús con sus discípulos va creciendo y madurando en la
medida en que juntos van haciendo camino.
La Lectio Divina, a través de varias
etapas, se presenta como un camino en el cual el lector asiduo de la Palabra de
Dios está llamado a crecer en su experiencia de Cristo; en este camino hay
varias etapas que se deben ir alcanzando, estas, cuando se van cumpliendo,
serán la señal de la madurez en el crecimiento de la fe. En este camino el
peregrino, el lector asiduo de la Sagrada Escritura no está solo sino que el
Señor es su guía. El progreso espiritual que se va alcanzando a través de la
Lectio Divina está jalonado por varias fases: la Palabra de Dios se lee,
después se medita, luego se ora y finalmente se contempla, y mientras esto se
hace ocurre el milagro de la transformación espiritual y personal.
La gracia es recibida a través de la
dimensión temporal. Quien realiza la Lectio Divina acoge la dimensión temporal
como un tiempo de gracia. La gracia de Dios se manifiesta en el creyente cuando
mirando y meditando sobre su vida pasada se percata de que Dios ha actuado en
la historia personal de cada creyente; pero también el lector asiduo de la
Palabra de Dios, en su proceso de madurez cristiana, también se percata de que
el tiempo por venir, el futuro es una tiempo de gracia en cuanto está abierto a
la promesa; de modo que quien practica asiduamente la Lectio Divina acoge la
Palabra de Dios haciendo memoria de la acción de Dios en su vida particular,
acogiendo con alegría y con fe las promesas.
Pero la Lectio Divina también invita a
tener una experiencia de la dimensión temporal del ahora. El ahora es el
momento que le permite al hombre creyente tener la experiencia del encuentro
con Cristo; esto es algo que acontece en el centro de la existencia del hombre
de fe que practica la Lectio Divina. El ahora visto, desde la Lectio Divina, es
el momento en el que se recoge todo lo que se ha vivido, y es el momento en el
que se abre a la esperanza del pleno desarrollo de lo que se espera vivir: la
plena intimidad con el Señor.
A través de la Lectio Divina se hace
posible que el Espíritu Santo transmita, mediante el Texto Sagrado, la Palabra
de Dios viva y actual, de esa manera se puede tener una experiencia de la
presencia de Dios-con-nosotros.
Concluyendo, desde esta primera
característica, se puede decir que la Lectio Divina tiene su propia dimensión
temporal, esta no está centrada ni en la eficacia, ni en la efectividad,
tampoco busca la cantidad sino la cualidad; en la dimensión temporal es
necesaria la virtud de la perseverancia y la constancia; además se presenta
como un camino que tiene varias fases y etapas, camino que se dirige hacia la
recepción de la gracia y el encuentro personal con Cristo. La Lectio Divina tiene
su propio tiempo en el cual el orante poco a poco va ejercitándose en el
conocimiento de Cristo; tiempo que es propio, tiempo que es de Dios, pues es Él
quien da la gracia.
3.2.
Etapas de la Lectio Divina.
Como ya se ha visto a lo largo de esta en
esta investigación, la Lectio Divina hunde sus raíces en épocas muy antiguas;
sin embargo ha sido el monje cartujo Guigo, muerto hacia el año 1188, quien ha
realizado una síntesis y una estructuración muy notable sobre la lectura orante
de la Palabra de Dios.
El monje Guigo elaboró un texto titulado Carta sobre la vida contemplativa,
llamado también La escala de los monjes;
dicho texto se llegó a convertir en todo un tratado sobre la pedagogía de la
Lectio Divina; por lo tanto, quien quiera hacer un estudio detallado de la
misma, debe confrontar dicho tratado.
La
escala de los monjes fue escrita por Guigo en el
año de 1150; es una carta de estilo espontáneo y familiar que Guigo escribe a
su hermano Gervasio, también él cartujo; la carta además de ser un tratado sobre
la Lectio Divina aborda el tema de la contemplación.
En ella, Guigo se sirve de la imagen de la
escalera, imagen que era muy frecuente en el mundo antiguo y medieval; a través
de ella expresa el deseo y la aspiración que el hombre tiene de alcanzar a Dios.
También con ella Guigo designa el movimiento y término de la vida espiritual:
la unión con el Padre Dios. Por otro lado le sirve para trazar las etapas que
debe cumplir y recorrer todo aquel que desee progresar y crecer en la vida
espiritual; aquí es necesario hacerse la pregunta ¿Cuál es el propósito de
Guigo al escoger la imagen de la escalera?
3.2.1.
La escalera une el cielo con la tierra.
Los Padres de la Iglesia ya habían
utilizado la imagen de la escalera para mostrar cómo el ser humano, si se lo
propone, va creciendo de manera progresiva y a modo de ascenso en su
experiencia de acercarse a Dios. Es de destacar que no se trata de un ascenso,
de un progreso y de un crecimiento en el que se va abandonando lo terreno;
Guigo enfatiza que los escalones que conforman la escalera se vinculan los unos
con los otros y que se prestan una ayuda mutua; no se trata pues de la
superación del uno contra el otro sino de la cooperación que se puede dar entre
ellos; en este sentido dice en la carta a su hermano Gervasio que: “los
peldaños se unen entre sí, y se preceden unos a otros en el tiempo, y según un
orden de causalidad” (XII).
Los cuatro peldaños que conforman la
escalera constituyen el camino de perfección de la vida bienaventurada; si
estos peldaños y esta escalera no intenta separar el cielo de la tierra, si
ella no tiene como objeto que el hombre abandone la tierra para optar por las
realidades celestiales, entonces ella se propone unir el cielo y la tierra;
esto puede ser leído desde la alianza que Dios realiza con la humanidad a
través de la persona de Cristo.
La escalera tampoco es algo que se recorre
una vez y luego, cuando se ha alcanzado el objetivo, se tira o se abandona; la
escalera y los peldaños que la componen es algo que permanentemente hay que
recorrer, se trata de ir y venir, subir y bajar permanentemente por ella.
3.2.2.
Una escalera de cuatro peldaños.
Una característica de la escalera es que
solo tiene cuatro peldaños, pero sin embargo es inmensa y muy grande en su
altura; en este sentido sostiene Guigo que: “Es cierto que tiene pocos
escalones, pero ella es de tan grande e increíble magnitud que si un extremo se
apoya en la tierra la parte superior penetra los secretos de los cielos” (II).
Esta imagen tan sencilla pero a la vez tan expresiva, ha perdurado durante
tantos siglos y con ella se ha querido mostrar el progreso de la vida
espiritual.
El primer peldaño, la lectura, y el cuarto,
la contemplación, invitan al orante a tener una actitud receptiva pero también
son una invitación para que quien los realiza se deje transformar; en cambio el
segundo peldaño, la meditación, y el tercero, la oración, requieren una actitud
más activa de parte del orante y también demandan la concurrencia de las
facultades humanas.
Guigo en su carta a Gervasio describe de
modo detallado las características de cada uno de los peldaños, y asocia cada
uno de ellos con un versículo de la Sagrada Escritura; esta relación entre
peldaño y versículo tiene como finalidad el hecho de que la lectura orante de
la Palabra de Dios produzca frutos abundantes en quien la practica.
La lectura consiste en leer y releer un
pasaje de la Sagrada Escritura; durante este primer peldaño se deben recoger
los principales elementos contenidos en el texto que se está leyendo.
La meditación consiste en que quien ha
leído el texto y recogido sus principales elementos se vuelva, se vuelque hacia
su interior. El orante, una vez que está en este proceso de interiorización,
debe dejar que su alma vuele hacia Dios y en ese proceso, durante este peldaño,
debe tratar de comprender lo que la Palabra de Dios le dice para su vida
concreta.
La oración es el tercer peldaño de la
escalera, durante el desarrollo de éste, el orante debe entablar un diálogo
amoroso con Dios, poniendo de presente, en este diálogo, todo cuanto se ha
descubierto y elaborado en los dos peldaños anteriores; este diálogo debe
hacerse de una manera directa.
La contemplación implica el abandono, la no
posesión de sí y el dejarse poseer por Cristo. Se trata de no ser dueño de uno
mismo sino dejar que Cristo se apodere de uno; la contemplación es el momento
en el cual el orante ya no vive para sí, sino que es Cristo quien vive en el
orante, este vive para Cristo.
3.2.3. Bajo la guía del Espíritu Santo.
Si la Lectio Divina es una manera de
adentrarse en el misterio de lo divino a partir de una experiencia espiritual,
y no una práctica académica, entonces el guía, el que orienta, el que acompaña
permanentemente es el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo prepara y dispone los
corazones para que abiertos y en actitud asimilativa, tengan una recepción
fructífera de la Palabra de Dios. Él acompaña al orante durante el desarrollo
de la lectura, la meditación, la oración y la contemplación de la Palabra de
Dios. Con la asistencia del Espíritu Santo, el orante es asistido
frecuentemente con los dones tanto espirituales, intelectuales y materiales o
corporales para realizar progresivamente una fructífera lectura orante de las
Sagradas Escrituras.
Quien realiza la lectura orante de la
Palabra de Dios está asistido permanentemente por la gracia del Espíritu Santo;
Éste es la garantía de que se realice una lectura fructífera de la Palabra de
Dios; Él acompaña todo el proceso; Él está presente en el momento de unión que
establece la Lectio del cielo con la tierra; Él prepara los corazones, ilumina
las mentes, acompaña en el proceso de ascensión a través de los distintos
grados constitutivos de la Lectio.
El Espíritu Santo inspiró a los autores
sagrados para que, a través de los textos sagrados, se transmitiera la Palabra
de Dios; Él es el guía interior en todo el proceso de oración realizado en
torno a la lectura orante de la Sagrada Escritura.
3.2.4.
La Lectio Divina y la Santísima Virgen María.
La santísima Virgen María es el modelo de
la persona que ora, desde y a través de la Palabra de Dios, porque ella se ha
dejado modelar y moldear por la meditación constante y asidua de la Palabra de
Dios. Los textos bíblicos nos presentan a la Madre de Jesús como una persona
engolfada plenamente en la oración al Señor. La santísima Virgen María se
muestra receptiva de la Palabra de Dios desde el momento mismo de la
anunciación; Palabra que acoge y medita guardándola en su corazón. Ella ora en
el momento de recitar el Magníficat. En este sentido Benedicto XVI en la Verbum Domini dice que: “encontramos
sintetizadas y resumidas estas fases de manera sublime en la figura de la Madre
de Dios. Modelo para todos los fieles de acogida dócil de la divina Palabra,
Ella ‘conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón’ (Lc 2,19; cf.
2,51). Sabía encontrar el lazo profundo que une en el gran designio de Dios
acontecimientos, acciones y detalles aparentemente desunidos” (87).
3.3.
La Lectio Divina: un diálogo amoroso.
La Lectio Divina es una manera de dialogar
con Dios a partir de la lectura de la Sagrada Escritura, pero es también un
diálogo que puede tildarse de amoroso. Esta catalogación puede realizarse desde
una doble perspectiva: primera, es un diálogo de amor porque es la conversación
entre el Padre Dios, el Hijo y el lector de la Sagrada Escritura, bajo la
asistencia del Espíritu Santo, todo esto teniendo como medio la Palabra de
Dios. La segunda perspectiva es que el orante sea plenamente poseído por el
Padre amoroso, por el Padre Dios en la persona de Jesucristo y con la
asistencia del Espíritu Santo. En última instancia la Lectio Divina debe llevar
al orante a la experiencia del Hijo-Padre, amante y amado.
La Lectio Divina es el medio a través del
cual el orante reconoce en la Palabra de Dios la voz del Padre y desde ahí
podrá responderle. El diálogo amoroso es el nivel último al cual quiere Dios
que llegue el orante cuando medita su Palabra.
El orante puede referirse a la figura del
pueblo, de la comunidad o del grupo, pero también puede referirse al individuo
o a la persona individual. Justamente estas figuras perfiladas sobre el orante
se convierten en una característica fundamental de la Lectio Divina, pues se
trata de acoger la Palabra de Dios de modo individual y personal pero también
de modo eclesial, comunitario, grupal y colectivo.
La relación amorosa se vive y se desarrolla
a través de varias etapas; la relación amorosa con el amado debe pasar por
varias fases, entre estas se deben incluir: una búsqueda recíproca en la que Él
me busca y en la que yo lo busco; una etapa de asombro o de maravillarse en la
que la perplejidad arrebata la palabra y donde solo prima el silencio; una
etapa de alegría y plenitud en el gozo en la que al faltar la palabra, solo
habla el corazón. Estas etapas que caracterizan la búsqueda amorosa son las
mismas que han de acompañar al creyente que continuamente se sumerge en la
lectura orante de la Palabra de Dios.
4.
Explicación detallada de los peldaños.
4.1.
La Lectura.
4.1.1.
Introducción.
En las culturas precristianas la relación
del orante con la divinidad se realiza mediante la siguiente dinámica: el
orante se presenta ante la divinidad cargado de palabras, discursos y
meditaciones con la intención de que la divinidad lo escuche; en la Lectio
Divina la dinámica es inversa: el orante se prepara, mediante la lectura de la
Palabra de Dios, para acogerla, de modo que primero la acoge y después habla o
dirige su palabra a Dios. Mientras que en el primer esquema el hombre toma la
iniciativa de hablarle a la divinidad, en el segundo es Dios quien toma la
iniciativa de hablarle al hombre; este es uno de los grandes retos que propone
la lectura orante de la Palabra de Dios.
La actitud receptiva del orante para acoger
la Palabra de Dios empieza con un primer paso: la lectura del texto Sagrado; es
el paso más decisivo pues predispone para la realización de los demás; por eso
para realizar una lectura atenta de la Palabra de Dios hay que tomarse “su
tiempo”; es un ejercicio de adelantar y volver sobre lo recorrido a fin de no
perderse detalle o de no perderse en detalles secundarios; la lectura implica
un proceso de verificación constante y necesita recuperarse constantemente en
ello lo que se debe retener.
Este primer peldaño tiene como desafío el
hecho de que el orante aprenda a centrar la atención en el Dios que habla; por
lo tanto la escucha juega un papel muy importante; de esta manera el orante
está llamado a aceptar el reto o el desafío de centrarse en una forma de
oración que tiene a la Biblia como su componente central.
4.1.2.
La Lectio Divina: una forma de oración anclada en la Palabra de Dios.
En la lectura orante de la Palabra de Dios
es Dios mismo quien toma la iniciativa de crear, salvar y hablar con el hombre;
Dios toma la iniciativa en el plan creador y en el proyecto de salvación; Él
permanentemente está refiriéndose al hombre; justamente es necesario retener
que este es uno de los principales motivos que debe jalonar la lectura orante
de la Palabra de Dios.
Frente a la actitud hablante de Dios, al
hombre le corresponde la actitud de la escucha, esta debe convertirse en una
cualidad del creyente; es una actitud fundamental pues a través de ella empieza
el contacto del orante con Dios; a través de la escucha se perpetúa el eco de
la Palabra de Dios en el corazón del hombre; la escucha es la actitud del
creyente que debe guiar todas sus actividades.
En la actitud de la escucha entran en
actividad varias facultades corporales: los oídos deben estar despiertos, los
ojos deben estar abiertos, la boca debe repetir silenciosamente y en actitud
receptiva, los labios y la voz deben pronunciar resueltamente la Palabra de
Dios. De esta manera se realiza el primer peldaño de la escalera propuesta por
Guigo y debe terminar con la memorización de los aspectos más importantes del
texto. A través de la lectura Dios abre el oído del orante para que escuche su
Palabra; escucha que se convierte en acogida. Se podría decir que todo el cuerpo
experimenta una trasformación y una afección para acoger fructíferamente la
Palabra de Dios; quien ora con y desde la Palabra de Dios jamás puede
experimentar que su cuerpo sea un impedimento, por el contrario, se trata de
orar con todo el ser incluidas la actitudes corporales.
Para poder orar con la Palabra de Dios se
hacen necesarias unas disposiciones internas, además de las corporales
enunciadas anteriormente, estas están encaminadas a predisponer al orante para
que tenga una acogida fructífera de la Palabra de Dios.
Una primera actitud interna es el deseo que
debe experimenta el orante de leer, meditar, orar y contemplar la persona de
Jesucristo a través de su Palabra. Quien frecuentemente lee, de modo orante la
Palabra de Dios ,llega a un momento en el cual desea ardientemente acogerla en
su corazón; la Lectio Divina se realiza no por imposición ni por obligación
sino libre y voluntariamente; cuando esto sucede entonces el orante desea y
aspira a acoger, meditar, leer, orar y contemplar la Palabra de Dios y a través
de esta el encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Esta primera
disposición interna podría llamarse: Tener
hambre de la Palabra de Dios.
Una segunda disposición interna que
caracteriza al hombre que ora en torno a la Palabra de Dios es el gusto; se
trata de saborear y saborear las Sagradas Escrituras; el gusto del que aquí se
habla tiene una relación muy estrecha con el hecho de que la Palabra de Dios es
alimento espiritual o maná.
Una tercera disposición interna es la
intencionalidad. Quien ora a través de la Lectio Divina debe siempre tener
claro que el encuentro con la Palabra es un encuentro con Cristo; en este
sentido es necesario decir que no es una lectura académica o intelectualista,
como tampoco científica; se trata de un proceso espiritual y orante encaminado
a la contemplación y al éxtasis, es decir al encuentro personal y comunitario
con Cristo.
4.1.3.
Saber leer.
Para que la lectura de la Palabra de Dios
sea un ejercicio espiritual y orante debe ser prolongada, intensa, apacible y
llena de gratitud de parte de quien la realiza; aquí no se trata de la lectura
de un texto cualquiera sino de la Palabra de Dios; ella debe recibirse como un
don en el que Dios se regala a sí mismo; ella debe realizarse cuando el orante
encuentra un ambiente apacible y cuando las disposiciones internas no están en
conflicto, cuando se está en paz; la lectura orante de la Palabra de Dios debe
ser prolongada e intensa; ello hace referencia a la continuidad, asiduidad y
constancia; se trata de buscar, llamar y pedir constantemente para poder
encontrar. En la Lectio Divina se busca no un conocimiento ni una información
sino la escucha de una voz y la visualización de un rostro: el rostro y la voz
de Cristo. En la Lectio Divina el orante está llamado a buscar la voz de Dios
que habla a través de las Sagradas Escrituras.
4.1.4.
Recepción de la Palabra.
La lectura orante de la Palabra de Dios
debe realizarse con un gran espíritu de acogida y de receptividad; por lo
tanto, no es un ejercicio crítico donde prima el escepticismo o la duda; se
trata de acoger la Palabra de Dios con un espíritu cordial en el que prima la
simpatía; sin embargo, en la actitud receptiva del orante pueden apreciarse dos
grandes peligros: el primer peligro puede darse cuando el texto bíblico que se
desea meditar es un texto ya conocido; y como ya se conoce el texto se puede
correr el peligro de hacer una lectura del mismo que sea mecánica y de prisa,
una lectura rápida; de igual manera el texto puede confiarse a la memoria.
El otro peligro inherente a este tipo de
lectura mecánica rápida y memorística es que el orante se queda viendo en el texto
lo que ya ha visto muchas veces anteriormente, y de esa manera, se cierra a la
acción del Espíritu Santo, impidiéndole que le muestre cosas nuevas dentro del
texto. Esto implica que se le quita al Espíritu Santo la posibilidad de que
diga algo nuevo sobre el texto, así como el lector se impide a sí mismo hacer
una lectura renovada, y se corre el peligro de negar la voz de Dios que quiere
hablar a través del texto Sagrado.
El segundo peligro se desprende del hecho
de leer un texto que se medita por primera vez y por lo tanto aparece oscuro y
difícil de entender; esto implica que muchas veces se puede recurrir a
comentarios y a explicaciones, a los diccionarios o textos especializados antes
de leer y confrontar el texto mismo. En este caso es necesario invocar la
asistencia del Espíritu Santo para guíe y oriente, dé luz, inteligencia y
claridad.
4.1.5.
Tres lecturas implicadas en el primer peldaño.
La tradición cristiana que ha frecuentado
el ejercicio orante en torno a la Palabra de Dios ha recomendado que se deben
hacer tres lecturas del mismo texto, estas son: la primera lectura se encamina
a descubrir y desvelar el propio texto; también debe orientar al orante para
que se disponga interiormente para la escucha de la Palabra de Dios.
La segunda lectura es una invitación para
que el orante vaya guardando en la memoria lo que va descubriendo en el texto.
La tercera lectura es una invitación para
que el orante interiorice lo que ha recibido de la Palabra y de esa manera se
vaya preparando para meditar el texto.
Las tres lecturas son la invitación para
iniciar un viaje hacia el interior del orante, el que empieza con un acto
externo, leer; luego se pasa a la memoria y se concluye este primer peldaño con
la interiorización de la Palabra; interiorización que debe ser la preparación
final para el segundo peldaño de la escalera propuesta por Guigo.
Puede suceder que lo que se ha guardado en
la memoria acompañe al orante durante toda una jornada o todo un lapso de
tiempo más o menos corto, incluso durante toda una época especial; esto es lo
que sucede cuando los rumiantes, una vez tienen el alimento en su vientre, lo
llevan y lo traen durante un periodo hasta que terminan por digerirlo
definitivamente.
Durante estas tres lecturas nos
dejaremos conducir por el movimiento del texto, su melodía, la tensión de un
relato, la dinámica de una oración, el progreso de una argumentación. Estaremos
atentos a lo que se nos impone, a las fórmulas y versículos que llaman nuestra
atención, a las cuestiones o resistencias que surgen, a los sentimientos o
emociones que el texto pueda suscitar. No rechazaremos lo que el texto repele,
no temeremos las palabras duras, no nos privaremos de las palabras de consuelo,
según hacia donde el Espíritu Santo oriente nuestra atención (Dreuille 30).
Conclusión.
Se puede decir que en primer peldaño de la
Lectio Divina es Dios quien habla, el orante escucha, en la escucha están
implicadas tanto actitudes corporales y físicas como actitudes internas o espirituales.
Es necesario tener en cuenta que el primer peldaño de la imagen propuesta por
Guigo se centra en la lectura; esta a su vez comporta unas características
enunciadas anteriormente; esta se encamina a escuchar una voz y a ver un
rostro: el de Cristo.
La recepción de la Palabra de Dios no puede
hacerse con espíritu crítico, ni con actitud escéptica, esta debe acogerse con
actitud de sumisión, pues es Dios quien habla; también debe hacerse con una
gran actitud de simpatía, de comunión y de compenetración con lo que Él quiere
decir; en este sentido también existen varios peligros. Es necesario tener en
cuenta que el primer peldaño que recomienda Guigo, que es la lectura, debe
hacerse desde un triple ejercicio de lectura, cada uno de ellos está encaminado
hacia una finalidad específica. Después de todo este proceso de lectura es
necesario recoger el fruto, este a su vez puede ser abundante, otras veces
puede ser escaso, esta escucha abundante o escasa es la que permitirá pasar al
segundo peldaño de la escala, es decir la meditación.
La lectura puede hacerse de muchas maneras:
en voz alta, de forma mental; puede hacerse subrayando los verbos del texto, es
decir las acciones; también pueden subrayarse los sujetos de las frases, y al
hacer esto se están enfatizando los personajes principales y los lugares;
pueden enfatizarse los predicados de las frases y con ellos se están resaltando
las características de los personajes. También puede hacerse una lectura
fructífera del texto cuando se utilizan distintos marcadores con distintos
colores; cuando se hacen anotaciones al margen; cuando se usan lápices de
distintos colores o cuando se usan stickers; existen quienes van leyendo y van
escribiendo aparte en una libreta con sus propias palabras lo que dice el
texto. En fin podría decirse que existen tantas formas de leer un texto que
cada persona está llamada a buscar su propia metodología. Lo importante es que
se debe partir de lo más externo, que es la lectura, para llegar al próximo
paso, más interno y profundo, que es la meditación.
4.2.
La meditación.
4.2.1.
Introducción.
Los frutos que se recogieron en el primer
peldaño deben, en este segundo peldaño, meditarse y profundizarse para poder
comprender el alcance de su significado, la extensión y la profundidad de su
mensaje; por lo tanto este segundo peldaño es una invitación a la reflexión;
esta no debe reducirse a un mermo ejercicio especulativo o intelectual; ella
requiere de una cierta competencia intelectual que no se encamina solamente a
la intelectualidad sino a la comprensión del misterio, a la visualización de un
rostro, a la escucha de la voz de Dios.
4.2.2.
La meditación bíblica.
La meditación de la Palabra de Dios a
través de la Lectio Divina se encamina al hecho de que la persona que ora
perciba todo el proceso de elaboración y reelaboración de las Sagradas
Escrituras; este proceso es algo que tiene su continuidad de muchas maneras: la
Tradición, el Magisterio, la comunidad creyente y se concretiza en la persona
que ora en torno a la Palabra de Dios; en este sentido hay que decir que la
lectura orante de la Palabra de Dios se encamina a percibir tanto las
realidades como las palabras transmitidas; este ejercicio se realiza por la
contemplación y el estudio de los creyentes que las meditan personalmente en su
interior.
La meditación de la Palabra de Dios, vista
desde el ejercicio de la Lectio Divina, se encamina a ubicar el texto en su
contexto; esto quiere decir que todo texto bíblico tiene como trasfondo un
contexto en el cual surgió; todo texto bíblico surgió por un motivo
determinado.
La meditación puede llevar al orante a
hacer preguntas al texto, preguntas al personaje principal, a los personajes
secundarios e incluso a los personajes antagónicos; la meditación contempla,
desde el punto de vista emotivo, doctrinal, actitudinal, emotivo a los
personajes inmiscuidos en un texto.
La meditación también puede dirigirse a
interrogar el texto con respecto a su pretexto; esto implica que muchos textos
bíblicos, bien sea en su estructura, bien en su forma o también en su contenido
están inspirados en otros textos bíblicos que los precedieron.
También puede orientarse la meditación a
mirar el texto bíblico desde el punto de vista tipológico, es decir se trata de
meditar un texto del Antiguo Testamento pero tratando de mirarlo con relación
al Nuevo Testamento y descubriendo qué personajes pueden ser representación de
otros personajes o de una colectividad; en este sentido puede relacionarse a
Cristo con Moisés; Cristo y el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham;
Cristo y el siervo doliente de Isaías; María y la hija de Sion, María arca de
la alianza, María nueva Eva.
La meditación también puede encaminarse a
leer el texto con relación a un hipertexto. El hipertexto puede surgir del esfuerzo
del orante para leer el texto en un nuevo contexto y de esa manera se realiza
un esfuerzo por actualizar el texto dentro de un nuevo contexto; en este
sentido son orientadoras preguntas como ¿Cómo leer el texto bajo las
circunstancias actuales? ¿Qué le dice este texto al que lo está leyendo
actualmente y a sus circunstancias particulares? ¿Cómo ilumina este texto la
situación concreta actual del lector? Este ejercicio de la meditación tiene
como objetivo iluminar la existencia del orante y guiarlo en su camino
(Dreuille 32). Esto puede acontecer una vez que el texto se ha colocado en su
contexto, una vez que se ha interrogado y cuando se han descubierto los
personajes.
En la meditación se trata de actualizar la
Palabra de Dios leyéndola desde un nuevo contexto ya que ella permite iluminar
la existencia de los orantes, a la vez permite guiarlos en su diario caminar.
También se trata de releer las Sagradas
Escrituras a la luz del acontecimiento pascual de Cristo; hecho este que tiene
su punto de partida, y de modo explícito, en el Evangelio de san Lucas (4, 22),
cuando en la sinagoga dice “Hoy se ha cumplido ante vosotros este pasaje de la
Escritura”; a partir de este momento, Jesucristo va a iluminar con una luz
diferente el conjunto de las Escrituras.
En la meditación no solo se trata de
meditar técnicamente la Palabra de Dios, se trata también de que el orante
entre en comunión con Dios; la Sagrada Escritura pretende revelar los planes de
Dios para los hombres, ella también intenta que los hombres comprendan la
lógica de Dios: piensen como Él y dirijan su mirada hacia Él en cada nueva
circunstancia; la Palabra de Dios también pretende poner de acuerdo el corazón
del hombre con el corazón de Dios, la voluntad humana con la voluntad del
Señor. La meditación además se encamina a pedir el don de la sabiduría divina
para iluminar y guiar las facultades intelectuales para que el orante pueda
meditar la Palabra de Dios.
4.2.3.
Dos preguntas.
La meditación de la Palabra de Dios que se
realiza en torno a la Lectio Divina gira fundamentalmente en torno a dos
preguntas: ¿Qué es lo que este texto me dice de Dios mismo? Esta pregunta se
encamina a escrutar el corazón de Dios; con ella se trata de comprender ¿Por
qué habla Dios? ¿Cuál es la relación que Dios quiere instaurar con el orante?
¿Qué tipo de mirada está dirigiendo Dios, a través del texto, al orante, a la
comunidad, al pueblo?
Este tipo de preguntas deben encaminar al
orante hacia una mayor y mejor comprensión del proyecto de salvación de Dios
para el pueblo.
A veces, en algunos textos del Antiguo
Testamento, aparecen expresiones, palabras y actitudes radicales y muy fuertes,
es necesario preguntarse el porqué de cada una de estas palabras, expresiones y
actitudes. También se puede meditar acerca de las actitudes de bondad,
compasión y misericordia de parte de Dios para con el orante, la comunidad y el
pueblo.
En el Nuevo Testamento la atención del
orante debe centrarse en la persona de Cristo, en su relación con el Padre Dios
y con el Espíritu Santo. Se trata de comprender sus gestos, sus actitudes y sus
enseñanzas; el orante debe siempre tener en cuenta que todas las lecturas que
puedan meditarse sobre el Nuevo Testamento deben leerse a la luz del misterio
pascual, ya que este se convierte en una clave hermenéutica fundamental para
interpretar dicho texto sagrado.
La segunda pregunta que debe orientar la
meditación es ¿Qué es lo que el texto me dice a mí mismo? Esta segunda pregunta
se relaciona con la manera como se pone en práctica la Palabra de Dios. La
Palabra de Dios y su meditación se encaminan a transformar a quien realiza la
Lectio Divina; ella se encamina a ejercer su poder santificante y transformante
en la vida del orante; en este sentido es necesario plantearse preguntas donde
la mirada del orante experimente un desplazamiento ¿Cómo reacciona Israel ante
el Señor? ¿Cómo reaccionas los discípulos ante las palabras de Cristo? ¿Cómo
debemos responder al Dios que nos interpela? Las respuestas de los personajes
bíblicos deben estar siempre presentes ante la mirada del orante porque estas
pueden convertirse en modelos y ejemplos para la acción; solo de esta manera
puede realizarse la aplicación de la Palabra de Dios a situaciones concretas en
las que se encuentra el orante; finalmente hay que decir que todo esto se
convertirá en un ejercicio que lleve al orante a cuestionar sus propias
actitudes, deseos y acciones desde la experiencia del Señor Jesús.
4.2.4.
Puntos claves en la meditación del texto sagrado.
También es muy importante tener en cuenta
que los textos bíblicos fueron elaborados para ser interpretados, por eso, en
cuanto sea posible, el orante debe servirse de un método para poder
interpretarlos, es decir, tener una forma de interpretarlos, y esto debe
encaminarse hacia una actualización del texto sagrado; estos elementos han de
hacer parte de la meditación de la Palabra de Dios.
Es necesario buscar en el texto bíblico los
significados y los sentidos que encierra para su propio tiempo y contexto
original. Esto quiere decir que todo texto bíblico nació para un contexto y
unas circunstancias particulares, se trata de agotar el sentido y el
significado que el texto tuvo para sus contemporáneos.
También el texto ha de ser relacionado con
otros textos de la Sagrada Escritura y con los textos que han desarrollado
tanto la Tradición como el Magisterio y que tienen relación con el texto que se
medita.
Todo lo dicho anteriormente ha de servir
para que un texto, una vez estudiado en su contexto original, se actualice en
el contexto del lector, del intérprete y del orante; de esta manera la Palabra
de Dios se actualiza, “se hace contemporánea en cada generación de creyentes”
(Dreuille 36).
4.2.5.
Diferentes sentidos.
La meditación también debe tener en cuenta
que de la Biblia pueden extraerse varios sentidos; estos incidirán en la
lectura que pueda hacerse del texto sagrado; de esta manera el sentido que se
escoja para meditar en el texto será determinante para la dirección que tome la
meditación.
Desde lo anteriormente dicho puede hablarse
del sentido literal o sea lo que dice el texto desde la letra; todo texto
enseña, muestra, narra y cuenta unos acontecimientos. El sentido literal es muy
importante porque guarda en sí mismo un gran valor, ya que atestigua la manera
y el modo como Dios se ha revelado al mundo, también en la historia de los
hombres y a la humanidad en general. El
sentido literal, desde la perspectiva enunciada anteriormente, se distingue de
los relatos mitológicos. Sin embargo, y aunque es el más importante de todos,
conviene no quedarse meramente en él, pues a lo largo de todo el texto bíblico
existen numerosos pasajes que se harían incomprensibles a la luz de este
sentido.
El sentido alegórico busca lo que está más
allá de la letra, intenta llegar al espíritu de la letra, según lo anterior nos
dice qué es lo que hay que creer. Este sentido ha tenido varias
interpretaciones, así por ejemplo Spinoza consideraba que el sentido alegórico
consiste en el hecho de que algunas cosas contenidas en el Antiguo Testamento
adquieren pleno significado a partir del Nuevo Testamento. Schleiermacher
consideraba que el sentido alegórico debía orientarse hacia aquellas culturas
del libro, ya que este incluye dentro de sí una interpretación moral,
espiritual y litúrgica del texto sagrado; el sentido alegórico incluye las
diferentes perspectivas: moral, social, ritual, cultual y religiosa desde las
cuales se puede meditar el texto sagrado. El sentido moral insiste en lo que se
debe hacer desde la lectura del texto sagrado. El sentido anagógico es el que
dice hacia donde debe encaminarse la vida del orante.
Todo lo anteriormente dicho conduce al
hecho de que quien medita sobre la Palabra de Dios no puede quedarse en la
lectura literal o gramatical del texto sino que es necesario recurrir al
significado y al sentido del mismo. Solo en la medida en que se va más allá de
la letra, se alcanza el sentido espiritual. Siendo este el que permite deducir
el mensaje contenido en los textos.
En el momento de la meditación se debe
buscar la ayuda de la exégesis para que esta ilumine a aquella y para que ambas
se complementen mutuamente. El momento de la meditación debe hacer surgir
preguntas, estas harán que el estudio de la Palabra sea algo agradable y
atractivo; la hermenéutica o exégesis bíblica aporta elementos válidos que
ayudarán a la meditación.
4.2.6.
La circularidad hermenéutica.
La Biblia se explica a sí misma y desde sí
misma. Este elemento es pieza fundamental para comprender que cada texto de la
Sagrada Escritura se relaciona con otros textos y que en la interrelación de
los mismos se puede encontrar su comprensión y su clarificación. Cada texto
bíblico no es más que un fragmento de un libro que tiene su propia coherencia
(Dreuille 38); por eso es muy importante, cuando se realiza la meditación,
tener en cuenta que cada texto particular hace referencia a una totalidad de
textos; que esta generalidad puede ayudar a explicar algunos elementos de la
particularidad; en la Biblia ningún libro es independiente de los otros.
Es posible decir que algunos textos de la
Biblia fueron insertados dentro del conjunto y que se constituyen en puntos de
referencia para la comprensión de otros, es decir, se convierten en claves
hermenéuticas; tal es el caso del Cantar
de los Cantares que se sitúa como un texto que permite leer la Divina
Revelación desde la experiencia del amor. El cristianismo ha intentado
comprender toda la Sagrada Escritura
desde la experiencia pascual de Cristo; esta experiencia pascual es el
punto de referencia, la clave hermenéutica e interpretativa desde la que se puede
leer el texto sagrado en su totalidad.
4.2.7.
El sensus fidei: punto de referencia para interpretar la Sagrada Escritura.
Una pregunta que frecuentemente viene a la
mente de quien lee, medita e interpreta la Sagrada Escritura es acerca de si lo
leído, interpretado y meditado es correcto o no. La Iglesia ha enseñado que
quien interpreta, medita y lee la Sagrada Escritura teniendo como guías la
Tradición Cristiana, el testimonio de los santos, el Magisterio de la Iglesia,
el tesoro de la liturgia y el acompañamiento de un guía espiritual idóneo y
capacitado no puede extraviarse en su deseo de escudriñar las Escrituras;
además de esto es muy importante pedir la asistencia del Espíritu Santo y tener
siempre el sentido de la fe tal y como ha sido proclamada y conservada en la Iglesia.
Todo esto hace que la meditación de la Palabra de Dios no se convierta en un
hecho individualista, caprichoso y personal sino que tenga un sentido eclesial
y comunitario.
Resumiendo se puede decir que el segundo
peldaño se encamina a la reflexión sobre la Palabra de Dios; la pregunta
orientadora es ¿Qué me dice la palabra de Dios? Mientras que la primera es ¿Qué
dice la Palabra de Dios? La meditación es una invitación para leer textualmente
pero también para ir más allá de lo que dice la letra del texto. Como toda
interpretación puede correr el riesgo de ser errónea, es necesario tener la
orientación del sensus fidei. También es necesario tener en cuenta que la
meditación trata de colocar el texto en el contexto y trata de relacionarlo con
el autor, así como se puede extraer un hipertexto, es decir actualizar el texto
a la situación concreta de vida en que se encuentra el orante.
El segundo escalón de la Lectio Divina
tiene que producir sus frutos, estos han de manifestarse y desplegarse en las
etapas venideras: la oración y la contemplación.
4.3.
La oración.
Se podría decir que las dos primeras etapas
de la Lectio Divina se encaminan a que el orante acoja, profundice y ahonde en
la Palabra de Dios; este tercer peldaño se encamina a la respuesta que el
orante debe dar al Dios que ha hablado a través de su Palabra; en este momento
el orante toma la Palabra para dirigirse a Dios; esto implica que, la
apropiación de la Palabra, de parte del orante para dirigirse a Dios, solo
acontece después de que ha leído y meditado la Palabra Divina; la importancia
de este tercer peldaño está en que se puede entablar un diálogo con Dios.
Hasta ahora ha acontecido un movimiento
descendente, pues el Dios de la Revelación se ha mostrado al hombre y ha
descendido hasta llegar a él; pero a partir de ahora comienza, en el ejercicio
de la Lectio Divina, un movimiento ascendente pues el orante responde al Dios
que se ha revelado.
El momento de la oración, dentro del
proceso llevado a cabo en la Lectio Divina, hay que situarlo dentro del
contexto de la Alianza que Dios ha pactado con su pueblo, así como dentro de
los relatos de la vocación; la alianza se establece como un diálogo de amor en
el cual Dios le pide al hombre una respuesta, pero este tiene la posibilidad de
aceptar o rechazar dicha invitación; la iniciativa viene de Dios, pero Dios
mismo no coacciona al hombre para que acepte o rechace su propuesta: el hombre
goza de plena libertad.
Si Dios toma la iniciativa del diálogo
amoroso con el hombre es que porque quiere llegar a tocar el corazón del ser
humano, pero a la vez Dios mismo está dispuesto a dejarse tocar en su corazón
por la palabra del hombre; si Dios quiere que el hombre lo escuche a partir de
su palabra, entonces Él también está dispuesto para escuchar la voz del hombre.
En este proceso de escuchar y ser escuchado, de hablar y de callar para ponerse
a la escucha del otro, es necesario reconocer que la Palabra de Dios tiene su
poder, pero también que la palabra del hombre puede llegar a tener un eco y una
resonancia muy grande en el corazón de Dios.
Dios mismo es quien le enseña al hombre
cómo puede hablar con Él, de esa manera puede decirse que la palabra que el
hombre dirige a Dios tiende a convertirse en Palabra de Dios. De esa manera se
confirma, según la Verbum Domini (24)
toda la Revelación cristiana. Desde esta perspectiva puede decirse que la
Sagrada Escritura se ofrece como un repertorio de propuestas para que el hombre
de dirija a Dios desde el diálogo amoroso entablado en la oración.
La oración, dentro del ejercicio orante de
la Lectio Divina, se encamina a destacar la respuesta de quien previamente ha
escuchado (en la lectura) y ha meditado la Palabra de Dios. Justamente estos
dos momentos previos: lectura y meditación son los que le aportan al orante los
motivos por los cuales debe orar, por eso la oración, dentro de la Lectio, es
un momento de respuesta de parte del hombre. En este sentido puede decirse que:
“lo que ha recibido y meditado sirve ahora de punto de partida para la oración
de respuesta” (Dreuille 42). Las palabras de la oración surgen de los temas, el
vocabulario, los conceptos y las expresiones que se han recogido en el texto
Sagrado.
La tradición cristiana ha entendido que la
oración es la manera como el hombre responde a Dios, tratando de comunicarse y
de entablar una relación con Él. Dentro del contexto de la Lectio Divina, la
oración es el momento que está precedido por la lectura, cuya finalidad es
ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, y por la meditación, que es el
momento en el cual el orante trata de descubrir la verdad de aquel que habla y
que espera la respuesta del orante, siempre teniendo presente que los motivos
de la respuesta ya han sido proporcionados por el mismo Dios. En este tercer
momento de la Lectio Divina es necesario tener presente que lo que se ha
recibido y meditado en los dos momentos anteriores sirve ahora, en este tercer
momento, como punto de partida para la oración, constituyéndose esta última en
la respuesta de parte del orante; en este sentido puede decirse que: “Las
palabras de la Revelación proporcionan los temas, el vocabulario y las
expresiones que han de ser el contenido de la oración” (Dreuille 42).
La Biblia y su lectura asidua, así como la
meditación que puede hacerse sobre ella es quien proporciona los temas, el
vocabulario y los motivos que han de conformar la oración que el hombre dirige
a Dios. La Biblia enseña al orante a formular su oración.
Hacen parte de la oración los modelos que
se pueden recoger a lo largo y ancho tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, sobre todo en aquellos momentos en los cuales los hombres dialogan
con Dios y con su Hijo Jesucristo. También encontramos modelos de oración en
las fórmulas bíblicas recogidas a lo largo de la tradición cristiana; de modo
que se podría decir que tanto la Biblia como la tradición cristiana se
convierten en escuelas de oración. Estas han de ayudar al orante a formular su
oración personal a partir de sus propias palabras. El modelo de la oración
puede inspirarse en la invocación del nombre sobre el cual se ha meditado en la
Palabra de Dios, después puede hacerse mención y motivo de oración aquello que
previamente se ha leído y meditado en torno a la Palabra de Dios; finalmente se
formula el contenido de la respuesta de parte del orante y que puede adquirir
varias formas, según se haya orientado la meditación, en este orden de ideas
pueden distinguirse:
La oración del pecador que implora por el
perdón de sus pecados.
La oración de respuesta a la llamada que el
Señor hace al orante para que este se comprometa a seguir dócilmente a Cristo.
La oración en la que se intercede por los
demás, bien sean estos cercanos o lejanos.
La oración de alabanza y de acción de
gracias.
En la oración, poco a poco se va
presentando un ejercicio en el que el orante mismo va dejando de ser el centro
y el motivo principal de la oración para que Dios mismo y los demás pasen a
ocupar dicho lugar; es necesario tener en presente que la acción de gracias es
el punto más álgido de la oración, ya que cuando esta se formula, el orante
empieza a introducirse en el momento de la contemplación.
4.4.
La contemplación.
4.4.1.
Introducción.
La contemplación es el don de la presencia
de Dios que se regala gratuitamente a quien ha realizado los estadios
anteriores de la Lectio Divina. Esta etapa final del camino es una invitación
para abrir los corazones a Dios, para, de esa manera, tener una experiencia de
la presencia de la divinidad. Es una invitación a la comunión con Él y de esa
manera permanecer en su amor. La contemplación es el momento en el cual el
orante encuentra su descanso en Dios, es el momento del silencio que adora y
contempla.
La contemplación es la actitud en la cual
el orante se coloca en una actitud de interioridad suprema, para desde ahí,
adorar al Dios de quien ha recibido tantos dones; esta es la razón por la cual la
contemplación está conformada por una actitud desde la cual se adora y se
agradece.
La oración de acción de gracias tiene su
fundamento en el pueblo de Israel, ya que ella es el producto del don que se recibe;
se da gracias a Dios después de haber recibido un don; pero el don que se
recibe no debe llevar al orante a contemplar o solamente a disfrutar de lo que
recibió sino que es necesario pasar a la contemplación de Aquel de quien se
recibió la gracia. La gracia recibida es el medio a través del cual el orante
está llamado a entrar en relación con Dios de quien recibió la gracia.
La contemplación es el momento en el cual
el orante es invitado a ponerse en la presencia del Señor para adorarlo; pero
la adoración implica el hecho de haber recibido y acogido previamente la
Palabra de Dios; solo de esta manera se puede entrar en comunión con Él.
La contemplación le permite al orante
experimentar la plenitud de la presencia de Dios, también su paz, su alegría y
su amor. La contemplación es el medio a través del cual el orante recibe la
presencia de Cristo y a este como si fuera un regalo.
La contemplación es el medio a través del
cual el orante descubre la presencia siempre presente del Señor. Es el momento
en el cual el orante se confía plenamente al Señor; el orante deja que Dios
actúe en él y a través de él.
En la contemplación Dios mismo se regala
como don al orante, de esta manera la Lectio Divina se presenta como una
pedagogía divina que lleva al orante a fundar toda su existencia en la persona
de Cristo.
El orante, al recibir a Dios como don, está
llamado a darse como don para los demás. El don de Dios en la vida del orante
implica la donación total a los demás, el don más grande consiste en darse a sí
mismo a los demás. A través de la contemplación se desarrolla esta lógica del
don que se recibe y se da, y que se inscribe dentro de la lógica del amor.
La contemplación solo puede hacerse a
través del silencio interior, por eso el orante debe privilegiar todo aquello
que favorece el silencio interior. La contemplación solo puede vivirse en ese
silencio en el cual el orante ya no se preocupa tanto de sí mismo sino que su
preocupación máxima es el goce de la presencia plena de Dios. En la
contemplación, el orante entra en el silencio y permanece en él, el corazón del
orante se establece en el silencio de Dios.
4.4.2.
La contemplación: culmen y fin de la Lectio Divina.
Este es el cuarto escalón propuesto por
Guigo en su escala de los monjes; es el cuarto y último paso que se debe dar
para realizar completamente el ejercicio de la Lectio Divina, surge una
pregunta ¿Qué es la contemplación?
La contemplación no es un estado de
pasividad ni de olvido de sí; es un estado de quietud y de calma en el cual la
atención está puesta en la persona de Jesucristo. En la contemplación todas las
potencias humanas, que hasta ahora se habían utilizado para el ejercicio de la
Lectio Divina: corporales (la lectura y la escucha), racionales e intelectivas
(la meditación) y afectivas (la oración), ahora en la contemplación se
concentran en el objeto que se ha buscado a lo largo del camino: Jesucristo.
La contemplación debe realizarse en un
clima libre de agitación y desasosiego, ya que la calma y el sosiego propician
la búsqueda del encuentro. La contemplación es un estado en el cual el orante
se sitúa en una posición receptiva para tratar de aprovechar la presencia del
Cristo invocado y llamado desde los pasos anteriores. La contemplación
representa el culmen de una actividad intensa y laboriosa, por esto el orante
está llamado a centrar toda su atención y a concentrar todas sus potencias en
el objeto de su contemplación: Jesucristo.
Para llegar a este momento el orante ha
tenido que realizar una actividad muy intensa tratando de escrutar, desvelar y
revelar la presencia amorosa de Jesucristo. La contemplación trae tras de sí
una actividad muy intensa, por eso ella es el resultado y la conquista de algo,
que es alguien, a quien se ha llamado y buscado, por eso con este cuarto
escalón el movimiento se concluye, el orante se calma, más no se apaga ni se
anula. La contemplación es la paz en la que culmina la aspiración que se tenía
al inicio de la Lectio Divina. La contemplación es el premio al esfuerzo
realizado, es la quietud que se presenta una vez que se ha encontrado, es la
serenidad de la satisfacción y de la alegría.
4.4.3.
La contemplación: un cambio de mirada.
El orante, desde los pasos anteriores, ha
venido preparándose para un encuentro con Jesucristo, ahora en la contemplación
ese encuentro empieza a cobrar forma y sentido; ese encuentro empieza con la
mirada interior, con los ojos del alma y por eso, se decía al comienzo de esta
investigación sobre la Lectio Divina, que la lectura orante en torno a la
Palabra de Dios es un viaje hacia el interior del ser humano, ya que en ese
interior acaecerá el encuentro con Jesucristo, encuentro que empieza con los
ojos del alma y con la mirada interior.
¿Qué debe mirar el orante? Aquellos
momentos de incertidumbre y de duda que encontró a lo largo del camino, ahora
deben disiparse; aquellas ideas o conceptos que aparecían inconexos, ahora
adquieren su relación, conexión y lógica; aquel desasosiego inicial, ahora debe
sosegarse; aquel afán inicial, ahora se convierte en calma; todo esto sucede
porque se ha encontrado interiormente el objeto de nuestros deseos.
La mirada inicial con la que se empezaba el
ejercicio de la Lectio Divina intentaba descubrir, evocar y preparar el
encuentro con Cristo, ahora que la mirada interior lo ha encontrado se pone en
la tarea de aclararlo y de explicarlo; la mirada interior ha hecho evidente el
objeto-persona de sus deseos; por eso, el orante se encuentra en un estado de
satisfacción provocado por la contemplación. La mirada interior ahora confirma
y verifica lo que antes podría estar plagado de duda y de incertidumbre.
La mirada interior debe concentrarse en el
rostro de Jesucristo, en su persona y sus acciones; la manera como actúa,
responde y trata a los demás. Sus acciones de amor, misericordia y perdón. El
modo como resuelve los problemas y como enfrenta a sus contradictores; la
manera amorosa como desafía a las instituciones y sus representantes.
4.4.4.
La contemplación: el placer más alto.
Aristóteles decía que la contemplación es
un goce (θεωρία τό
ήδιστον) porque consideraba que la contemplación debía propiciar gozo,
satisfacción y plenitud; el alma ha llegado a su reposo, está colmada de la
presencia que había buscado y por lo tanto ya no necesita nada más, no anhela
nada más.
El
orante, durante los primeros pasos de la Lectio Divina, está en una búsqueda
incesante, instaura una tensión hacia el objeto-persona de sus deseos. Cuando,
en el cuarto paso concluye esta actividad, aparece una sensación de gozo y de
satisfacción; la tensión cede ante una paz serena y tranquila; la búsqueda se
ve colmada con el hecho de poseer el objeto-persona de sus deseos. Es indudable
que el placer que proporciona al orante la contemplación consiste en la calma
que se ha conquistado a través del esfuerzo realizado y que se ve confirmada
con la posesión de Jesucristo.
El
orante, durante la contemplación, rememora las peripecias vividas durante todo
el proceso realizado, y por eso vive este cuarto peldaño, como un momento de
inmenso placer. El orante, mediante la contemplación, tiene conciencia de la
paz que ha alcanzado después de haber vivido momentos de inmensa e intensa
tensión.
4.4.5. La contemplación: visión gozosa del
ser.
La
contemplación es el camino y el medio a través del cual el orante llega a tener
una visión clarividente y gozosa del Ser, visión de la perfección y la
excelencia, visión de la armonía y de la plenitud. Cuando el orante ha llegado
a contemplar la propia perfección del Ser, después de un largo camino de
búsqueda y de tanteo, está en la situación de alcanzar y poseer el ser en toda
su perfección, es decir la unidad, la totalidad, el orden, el equilibrio, la belleza y la armonía.
El
orante ha debido clarificar y evidenciar la persona de Jesucristo después de
haber pasado por un sinnúmero de dificultades; después de haber sorteado
grandes obstáculos. Aunque Él siempre estuvo presente a lo largo de todo el
proceso, sin embargo, en el cuarto escalón es donde el orante puede percibir
con mayor fuerza, evidencia y claridad su presencia.
Con la
contemplación se cumple el proceso que el orante había iniciado: ir más allá de
la Sagrada Escritura para descubrir el rostro de Jesucristo. Con la
contemplación se culmina el camino; la contemplación es el culmen de la tarea
propuesta al inicio del ejercicio de la Lectio Divina: contemplar el rostro de
Jesucristo.
5.
Breve estudio sobre la carta de Guigo, el cartujo, a Gervasio[2].
5.1.
Guigo: el gran sistematizador de la Lectio Divina.
Podría decirse que Guigo realiza un estudio
reflexivo y detallado sobre la Lectio Divina, lo que lo mueve a dicha estudio
es el deseo de comprender y sistematizar los distintos pasos que constituyen la
lectura orante de la Sagrada Escritura. Gervasio por el contrario es más
práctico y más experto en la realización de la Lectio Divina, en este sentido
le dice Guigo a Gervasio: “Así que me he propuesto enviarte algunas ideas que
se me han ocurrido sobre la actividad espiritual de los monjes, para que tú,
que aprendiste por la experiencia mejor que yo por el estudio, seas juez y
sensor de mis reflexiones” (83). A partir de esto podría decirse que Guigo es
el gran sistematizador de la práctica orante en torno a la Sagrada Escritura.
Lo anterior implica que la lectura orante
de la Sagrada Escritura es una práctica muy antigua en la Iglesia, podría
decirse que se ubica en los orígenes del cristianismo primitivo, incluso, es
una práctica que puede extenderse hasta el judaísmo, como lo afirma Nuria
Calduch-Benages en su texto Saboreando la
Palabra: “La Lectio Divina nace en un ambiente judío: ya los rabinos decían
que mediante la lectura, la meditación y la oración el ser humano podía
asimilar la Torá, es decir la Palabra, la Presencia de Dios en la creación”
(15). Sin embargo fue Guigo fue el que hizo de la Lectio Divina un gran
sistema, ya que él le da forma y estructura, y lo hace a partir de la visión de
la escala de los monjes, de los escalones que la conforman, las funciones, los
efectos y las características que definen cada uno de los escalones.
Guigo intenta mostrar a partir de la imagen
de la escala de los monjes que en la lectura orante de la Sagrada Escritura
está implicado todo el ser humano, la totalidad del ser humano. Desde esta
perspectiva es necesario afirmar que el hombre es cuerpo, razón, reflexión,
sentimiento y corazón, el hombre es espíritu; estos elementos antropológicos
constitutivos del ser humano están implicados en la lectura orante de la
Sagrada Escritura.
5.2.
Lectura antropológica de los peldaños.
El primer peldaño, la lectura (Lectio)
corresponde a la parte corporal o física del ser humano; pues en la lectura no
solo funcionan los ojos que se van desplazando entre letras, palabras y frases;
también el oído escucha lo que los ojos leen; en este sentido le dice Guigo a
Gervasio: “En efecto, el oído pertenece de algún modo a la lectura, por lo que
solemos decir que hemos leído no solo los libros que hemos leído para nosotros
mismos o para otros sino también los que hemos oído de los maestros” (Guigo
95).
El segundo peldaño corresponde a la
meditación y esta a su vez se relaciona con el pensamiento, con la razón y con
la reflexión; es decir, con la parte intelectiva del ser humano. La razón
pregunta, cuestiona e inquiere; ella quiere saber y conocer más; recurre a un
método para alcanzar la verdad; juzga un texto desde su pretexto y desde su
contexto; ella duda de que algo sea como es y con ello trata de socavar las
bases y escudriña más allá. Mientras que los ojos recorren de palabra en
palabra, de frase en frase, la razón medita, busca el sentido lógico,
ontológico e intelectual de lo que el orante hace con la lectura. Por esta
causa es necesario ir una y otra vez sobre la lectura del texto Sagrado para
tratar de encontrar su sentido.
El tercer peldaño corresponde a la oración
(oratio) y esta se relaciona con el corazón, con el afecto y el sentimiento. De
él brotan los estados de ánimo, los estados afectivos e incluso los estados
pasionales y emocionales; en este sentido sostiene Guigo que: “viendo, pues, el
alma que no puede desear por sí misma la deseada dulzura del conocimiento y de
la experiencia, y que cuanto más se acerca a lo profundo del corazón tanto más
es exaltado Dios” (Guigo 88).
En el capítulo VII de su carta titulado Signos de la venida de la gracia, Guigo
coloca a la consideración de Gervasio el don de los estados afectivos que
brotan del corazón: “lágrimas, suspiros, consolación y alegría” y hace una
pregunta concreta ¿Qué relación hay entre la consolación y los suspiros, entre
la alegría y las lágrimas? Guigo considera que las lágrimas se pueden comparar
con “el rocío interior derramado desde arriba como señal de la purificación del
hombre interior y purgación del hombre interior”; sostiene además que las
lágrimas son signos y señales de la purificación interior que el hombre
experimenta en su contacto con Dios a través de la oración, y que purifican el
exterior del ser humano, lavándolo de sus pecados; las lágrimas son un modo de
reconocer la presencia de Cristo en el corazón de aquel que se ha ido
purificando a través de la lectura orante de la Palabra de Dios: “Los gemidos y
las lágrimas son esos admirables donecillos y consuelos que te ha ofrecido y
dado tu Esposo”; finalmente sostiene Guigo que “La lectura de la letra exterior
es poco sabrosa, a no ser que una explicación tome del corazón su sentido
interior”.
El cuarto peldaño implica que el Señor, al
ver la iniciativa que ha tomado el hombre llamándolo, buscándolo y pidiéndole:
“sale al encuentro del alma que lo desea rodeado del rocío de la dulzura
celestial y perfumado con los mejores ungüentos, y reanima el alma fatigada,
alimenta a la hambrienta, ceba a la flaca, hace que se olvide de lo terreno,
vivificando a la que ha perdido la memoria de sí, […] y volviéndola sobria al
embriagarla” (Guigo 89).
Este cuarto peldaño implica la iniciativa
de parte de Dios para salir al encuentro de aquel que lo ha buscado, llamado y
lo ha perdido; el alma se abandona totalmente en las manos del Señor
olvidándose de sí, de sus deseos e impulsos y termina cediendo totalmente ante
los deseos e impulsos del Señor: “El alma vence y hace desaparecer los
movimientos carnales de modo que la carne no contradice absolutamente en nada
al espíritu y el hombre llega a ser casi enteramente espiritual” (Guigo 89).
A partir de lo que se ha dicho es necesario
sostener que la Lectio Divina implica la totalidad del ser humano: su capacidad
física (Lectio), su capacidad reflexiva, racional e intelectiva (meditatio),
así como sus afectos, sentimientos y emociones (oratio), y finalmente la
entrega total de su ser a Aquel que lo ha creado, salvado y redimido
(contemplatio). Por esto se puede decir que la Lectio Divina no es solamente un
método de estudio para comprender académicamente la Palabra de Dios, su énfasis
no solo se centra en lo académico, también abarca lo emotivo, lo afectivo, lo
físico y lo espiritual del ser humano.
La finalidad de la Lectio no es solamente
dar cuenta de modo intelectual sobre la manera como están conformadas,
constituidas o estructuradas las Sagradas Escrituras, todo en ella se encamina
a un encuentro personal con Cristo, un abandono total en Cristo.
5.3.
La presencia y la ausencia.
El hecho de que en la contemplación se
tenga una experiencia admirable del Señor, eso no significa que Él no se vaya,
se pueda sustraer o retirar por un tiempo de la presencia del orante (Guigo
91); esto puede suceder por varios motivos; al ausentarse y al hacerse
presente, se trata de sacar provecho de todo ello, dice Guigo que: “viene para
tu provecho, se retira también para tu provecho” (Guigo 91); viene para la consolación
del alma pero también se retira para que el alma no se vuelva orgullosa con la
presencia del Señor, y de esa manera se vuelva prepotente, autosuficiente y
empiece a despreciar a los demás; dice Guigo que “El Esposo alternativamente
viene y se va, unas veces trayendo la consolación y otras cambiando todo lecho
en enfermedad” (92).
La contemplación, al ser la presencia del
Señor que viene al encuentro de quien lo busca es una gracia y un don que Dios
da a quien quiere y cuando Él quiere; de igual manera puede decirse que la
contemplación, la presencia de Cristo en el alma del orante, no es algo que se
adquiere de modo heredado, en este sentido sostiene Guigo que: “ Esta gracia se
da cuando el Esposo quiere y a quien quiere y no se posee por una especie de
derecho hereditario” (92).
Podría decirse que una vez que se ha
llegado a la contemplación está el peligro de la crisis y de la noche oscura,
pues puede suceder que no siempre se vaya a tener una experiencia tan intensa
de la presencia del Señor en el alma del orante; puede suceder, por el
contrario, que en algunos momentos no se sienta tan plenamente la presencia del
Señor; frente a esto Guigo advierte que el orante puede sacar provecho y
aprender de los momentos de sequedad; el orante puede acrecentar e incrementar
la búsqueda del Señor.
Pero también existe el peligro de que se
decaiga, surja el desánimo y el desaliento, y el orante se deje llevar por el
pecado, en este sentido dice Guigo que: “pero ten cuidado, ¡oh esposa! Cuando
el Esposo se ausenta, no se marcha lejos […] este esposo es celoso: si tal vez
admites a otro amante, si te dedicas a agradar más a otro, enseguida se aparta
de ti y se unirá a otras jovencitas” (Guigo 93).
5.4.
El pecado.
Finalmente Guigo dedica todo el capítulo
XIV de su carta a considerar las causas que pueden alejar al orante de los
peldaños que conforman y constituyen la Lectio Divina. En última instancia
considera que el pecado puede ser la causa por la cual el orante se aleje de la
práctica orante en torno a la lectura de la Sagrada Escritura, en este sentido
sostiene Guigo que: “¿Qué le podrá excusar del pecado? […]”. El peligro está en
que el orante puede sentirse tentado a alejarse de su propósito inicial de
conocer, amar y entregarse plenamente al Señor, Guigo sostiene que: “En efecto,
a aquel que semejante causa lo aparta de su propósito, le era mejor no haber
conocido la gracia de Dios que retroceder después de conocida”.
6. La
Dei Verbum y la Lectio Divina.
Lo primero que dice el Concilio Vaticano II
sobre la lectura asidua de la Palabra de Dios es que todos aquellos que tienen
por oficio el ministerio de la Palabra: los clérigos, los sacerdotes, diáconos
y catequistas deben leer y estudiar asiduamente las Escrituras para que no se
conviertan en predicadores vacíos de la Palabra, para que escuchen la Palabra
por dentro, y para que a partir de los actos litúrgicos la comuniquen a sus
fieles.
La lectura asidua de la Palabra de Dios es
un medio para adquirir un gran conocimiento de Jesucristo ya que: “quien desconoce
las Escrituras desconoce a Jesucristo” (DV 25).
También insiste el Concilio que los
clérigos, sacerdotes, diáconos, catequistas y religiosos deben acudir y
frecuentar el texto mismo presentado a partir de la liturgia, en la lectura
espiritual o por otros medios o instituciones creadas para este fin.
Siguiendo el esquema de los cuatro peldaños
que conforman la escala de los monjes, propuesta por Guigo a su hermano
Gervasio, el Concilio insiste en que los ministros de la Palabra no deben
quedarse solamente con la lectura asidua sino que deben recurrir a la oración
para que de esa manera se realice el diálogo de Dios con el hombre.
7. La
Verbum Domini y la Lectio Divina.
La Verbum
Domini en su segunda parte titulada: La
Palabra de Dios y la vida eclesial, dedica dos numerales (86-87) a la
lectura orante de la Sagrada Escritura y la Lectio Divina, se tratará de mirar
y destacar lo más relevante respecto al tema que es de nuestra competencia.
La primera idea que va a destacar la Verbum Domini es la necesidad de que
todo creyente debe acercarse a las Sagradas Escrituras con una actitud orante;
cualquiera que sea el estado de vida del creyente, tanto en lo relativo a su
ministerio como a los estados de vida, debe acercarse con actitud de oración al
texto Sagrado; para este efecto, la Verbum
Domini va a hacer especial referencia a la Lectio Divina. Con lo
anteriormente dicho sostiene que la base de toda la espiritualidad cristiana se
encuentra en la Palabra de Dios y que la Lectio Divina es una forma
privilegiada para acercarse de modo orante y espiritual al diálogo con el Señor
Jesucristo.
Otra idea que va a resaltar la Verbum Domini sobre la Lectio Divina es
que esta es una práctica que hunde sus raíces en la Tradición Patrística y por
lo tanto no es una invención moderna ni de los monacatos medievales; en este
sentido el texto pontificio cita tanto a san Agustín como a Orígenes; ambos
insisten en que la lectura de la Palabra de Dios debe hacerse en un clima de
oración, en la intimidad con Cristo.
Orígenes va a insistir en que la verdadera
ciencia sobre Cristo se da a través del Amor: “El amor es la vía privilegiada
para conocer a Dios (VD 86).
La lectura orante y asidua de la Palabra de
Dios, dice la Verbum Domini, citando
a Orígenes, debe hacerse con dedicación, perseverancia y esfuerzo; luego
Orígenes utiliza la imagen del Evangelio
de llamar, buscar y pedir para aplicarlo a la lectura orante de la Sagrada
Escritura.
También insiste la Verbum Domini en el numeral 86 que la lectura orante de la Sagrada
Escritura debe realizarse como un acto comunitario aunque se haga de modo
individual, se trata de “evitar el riesgo de un acercamiento individualista”.
Aunque la Palabra de Dios se dirige personalmente a cada uno, también ella
construye comunidad, construye Iglesia. En este sentido la lectura orante de la
Sagrada Escritura debe hacerse teniendo un sentido de comunión eclesial. Esta
comunión eclesial no solo incluye los grandes testigos de la Palabra de Dios
hoy sino también los del pasado; desde los primeros Padres hasta los santos y
el Magisterio eclesiástico.
La Verbum
Domini vuelve a insistir en un aspecto que ya había resaltado la Dei Verbum, según el cual la Liturgia es
el lugar privilegiado para realizar la lectura orante de la Sagrada Escritura,
y dentro de aquella, destaca la Eucaristía, ya que la lectura orante tanto
personal como comunitaria siempre debe vivirse en relación con la celebración
eucarística.
También sostiene la exhortación apostólica
en el numeral 86 que tanto la pastoral que se despliega en todo el pueblo de
Dios, como la vida espiritual han de extraer los criterios para su acción de la
relación que existe entre la Lectio Divina y la liturgia.
En el número 87, la exhortación apostólica
postsinodal va a entrar de lleno en un análisis más detallado de la estructura
de la Lectio Divina. En este sentido reconoce el texto pontificio que la Lectio
Divina tiene un lugar privilegiado de entre los métodos de estudio de la
Sagrada Escritura, pues ella es capaz de abrir al fiel no solo al tesoro de la
Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo Palabra divina y
viviente.
Luego va a proponer cuatro preguntas que
deben orientar cada uno de los escalones o pasos que constituyen la Lectio
divina.
El primer paso coincide con la lectura;
debe acompañarse con la pregunta ¿Qué dice el texto en sí mismo? Aquí hay que
evitar especulaciones e interpretaciones; se trata de salir de nosotros para
entrar en el texto.
El segundo paso de la Lectio Divina, que es
la meditación, debe acompañarse de la pregunta ¿Qué nos dice el texto bíblico a
nosotros? Se trata de dejarse interpelar por el texto y examinarlo; con ello,
dice el Papa, se trata de actualizar el texto, para que sea leído desde lo que
tiene para decirnos hoy.
El tercer paso de la Lectio Divina, la
oración, debe acompañarse de la pregunta ¿Qué decimos nosotros al Señor como
respuesta a su Palabra? La oración, bien sea intercesión, petición, alabanza o
agradecimiento es la manifestación del primer modo como Dios cambia al orante.
El cuarto paso de la Lectio Divina es la
contemplación y se acompaña de la pregunta ¿Qué conversión de la mente, de la
vida y del corazón nos pide el Señor? En este paso el Señor juzga con su propia
mirada nuestra realidad, y la aceptación de esta mirada sobre nuestra realidad
debe ser vista como un don de Dios. Según las palabras del Papa en la
exhortación, la contemplación es el momento en el cual el orante, movido por
Dios, cambia su visión de la realidad, su percepción de la realidad se vuelve
más sapiencial; como efecto de este cambio de mentalidad, el orante adquiere
para sí mismo la mente de Cristo y esta debe recibirla como un don de Dios. Así
el fin último de la Lectio Divina es que la Palabra de Dios, a partir del
ejercicio orante parte del creyente y se convierta en criterio para discernir;
por eso la Lectio Divina termina su proceso cuando llega o toca la acción del
creyente, en virtud de este, el orante se convierte en un don para los demás
por la caridad.
Al final del Número 87 de la Verbum Domini, se puede encontrar una
relación de la Lectio Divina con la Santísima Virgen María; ella es quien
encarna en su ser y en su quehacer la práctica de la lectura orante de la
Palabra de Dios.
También insiste el texto en que la lectura
orante de la Palabra de Dios puede ser un medio para alcanzar las indulgencias
tanto para sí mismo como para los fieles difuntos. En la práctica de la
indulgencia está implicada la doctrina de los méritos infinitos de Cristo que
la Iglesia dispensa y aplica; también está implicada la doctrina de la comunión
de los santos y la manera como la vida sobrenatural de uno puede redundar en
bien de los demás.
Con esta última propuesta la exhortación
reconoce que la Lectio Divina no es solo algo que se realiza individualmente
sino comunitariamente, esto se da cuando la Palabra de Dios se actualiza en la
comunidad cristiana, también cuando la comunión implica que los méritos de unos
pueden redundar en bien de los otros, incluso de los fieles difuntos; con esto
la Iglesia está reconociendo que su lectura de la Sagrada Escritura traspasa
los límites de lo individualista para convertirse en un hecho comunitario. Este
hecho fue uno de los elementos centrales planteados desde la controversia con
la Reforma y los reformadores.
Finalmente la exhortación al colocar la
práctica orante en torno a la Palabra de Dios en un contexto comunitario está
planteando que el depósito de la fe tal y como ha sido conservado por la
Iglesia es la regla de oro desde la cual debe ser leída e interpretada la
Sagrada Escritura, esto con el fin de no caer en interpretaciones sesgadas,
personales, individualistas, fundamentalistas o relativistas en torno a la
Palabra de Dios.
8.
Sugerencias práctico-pastorales para la realización de la Lectio Divina.
8.1.
La Lectio divina realizada a nivel personal.
Los presbíteros, religiosos, agentes de
pastoral y laicos deben tener la Palabra de Dios como un componente esencial en
su ser y en su quehacer; la Palabra de Dios es el alimento que nutre su acción
y su ser; si esta llegara a faltar, faltaría todo. Por eta razón, dicen los
expertos, se debe dedicar diariamente un buen tiempo a la meditación de la
Palabra (de 15 a 20 minutos), y preferentemente en el primer momento posible de
la mañana. Es aconsejable mantener esta duración de tiempo igual para todos los
días; de esta manera se tendrá disciplina y regulación en este ejercicio tan
indispensable para el quehacer pastoral y catequético; también es aconsejable
que se llegue a este momento con ansia y con deseo, por esta razón es
importante, para la realización de la Lectio a nivel individual o grupal que se
prepare con antelación.
Las condiciones ambientales donde se
realiza la Lectio deben ser favorables para que esta tenga buen fin; por lo
tanto, debe escogerse un lugar silencioso, la Biblia debe tener un puesto
destacado, también puede utilizarse un bolígrafo y una libreta o cuaderno de
apuntes para escribir, subrayar y retener en el momento de la meditación,
además para recoger el fruto de la Lectio Divina. Se debe recurrir a la
búsqueda de un espacio, de un ambiente y de unos medios que favorezcan la
concentración y la reflexión, en todo caso se trata de evitar la distracción y
la dispersión. El lugar donde se realiza la Lectio puede ser en el templo, en
la capilla, en la propia casa, en la habitación, lugar de estudio, el lugar
donde se realiza debe favorecer la meditación, la concentración y la reflexión.
8.2.
¿Cómo escoger los textos?
Para la selección de los textos que se
pueden meditar existen varias opciones:
Primera opción. Consiste en seguir un plan
de lectura adaptado a la Lectio Divina, tal y como lo ofrecen algunos grupos o
pequeñas comunidades, en este sentido pueden consultarse muchas páginas que se
ofrecen por internet.
Segunda opción. Se puede escoger un libro
de la Biblia y realizar una lectura continua de él. Para realizar esta segunda
propuesta es necesario tener en cuenta que es el propio texto bíblico el que
propone su propio ritmo. A veces es necesario detenerse dos o tres días en un
mismo pasaje antes de pasar al siguiente. El libro de la Biblia que se escoja
puede estar relacionado con el tiempo litúrgico, con el estado de vida del
orante, con la situación de la pequeña comunidad o también con los intereses
más apropiados para los que conforman el grupo de reflexión en torno a la Palabra
de Dios. Es muy importante tener en cuenta que quienes apenas se inician en el
ejercicio de la Lectio Divina deben escoger textos bíblicos de fácil lectura.
Tercera opción. La Lectio Divina puede
hacerse en torno a las lecturas de la misa del domingo, primer día de la
semana, y a partir de ahí toda la semana.
Si no se sigue un plan de lectura
estructurado se puede establecer un ritmo periódico: semanal, quincenal,
mensual.
8.3.
Puesta en Marcha de la Lectio Divina.
Al comenzar la Lectio Divina se debe invocar
al Espíritu Santo ya que Él ayudará a estudiar, meditar y reflexionar el texto
con una actitud de confianza en el poder de la Palabra de Dios; luego viene la
lectura del texto bíblico, después un momento de silencio; algunas veces puede
suceder que entre una etapa y otra se conceda un poco más de tiempo a una que a
otra, pero siempre deben tratarse de cumplir las cuatro etapas. Esto implica
que se debe tener un poco de flexibilidad, un poco de exigencia y se debe
recordar siempre que es un ejercicio que lleva su propio tiempo y su propio
ritmo; es necesario depositar la plena confianza en el Espíritu Santo.
La conclusión, lo que se recoge, los frutos
de la Lectio Divina deben ser tan importantes como la preparación y la
realización de la misma; la Lectio se puede concluir con una oración de acción
de gracias, con una aclamación, el Padrenuestro y la señal de la cruz.
8.4.
La Lectio Divina como práctica unificante.
La Lectio Divina es una forma pedagógica
para adentrarse en el conocimiento del misterio divino, por lo tanto ella no
puede considerarse solamente como una práctica espiritual desarrollada por la
Tradición cristiana. La Lectio Divina puede ejercer el papel de unificar a
torno a sí las prácticas espirituales cristianas e incluso puede llegar a recuperarlas
o adaptarse a ellas. En este sentido puede decirse que una estrategia pastoral
consiste en el hecho de no multiplicar o acumular prácticas espirituales sino
de unificarlas en torno a la Lectio Divina, dada la centralidad de la Palabra
de Dios en el ejercicio de las prácticas espirituales. En este sentido puede
hacerse la adoración al Santísimo desarrollando los pasos que requiere la
Lectio: lectura, meditación, oración y contemplación. Algo similar puede
suceder cuando, en el rezo del santo Rosario, leemos, meditamos y oramos
anteponiendo a cada decena la lectura de un texto bíblico que sea alusivo al
misterio que se quiere contemplar.
8.5.
La Lectio Divina realizada en pequeñas comunidades o grupos.
Es muy importante tener en cuenta que la
Lectio Divina realizada al nivel de pequeñas comunidades o de grupos es
complementaria a la acogida personal de la Palabra de Dios. En este sentido la
Verbum Domini recomienda organizar regularmente algunas celebraciones de la
Palabra de Dios (65); un esquema que puede ayudar para la realización de dichas
celebraciones es el siguiente:
- Obertura. Esta puede estar formada por un
canto inicial, por la cruz, los ciriales y el leccionario o la Biblia.
- Oración al Espíritu Santo.
- Primera proclamación del texto bíblico.
- Canto meditativo o salmo.
- Tiempo de silencio (15 minutos). Para
este momento se puede distribuir una hoja con el texto bíblico y algunos textos
complementarios para enriquecer la meditación.
- Segunda proclamación del texto bíblico
(ojalá por un lector diferente al primero).
- Tiempo para compartir la Palabra recibida
y meditada. Se trata de compartir la resonancia que suscita la Palabra en cada
uno de los integrantes de la pequeña comunidad o del grupo.
- Predicación. Que debe realizarla un integrante
del grupo o de la pequeña comunidad que sea competente para dicho fin.
- El Padrenuestro.
- Conclusión. Que puede estar acompañada de
una oración conclusiva, la bendición y el envío a la misión.
También es muy importante tener en cuenta
que la dimensión comunitaria de la Lectio Divina puede realizarse de modo más
sencillo cuando antecede una reunión de pastoral, de un tiempo de catequesis o
en la familia.
8.6. Otra
propuesta.
8.6.1.
Invocación del Espíritu Santo.
8.6.2.
Lectio. (15 minutos).
Lectura pausada y realizada por un lector o
lectora.
Lectura personal del texto.
8.6.3.
Meditatio.
Explicación del texto de parte de la
persona que guía la Lectio (10 minutos).
Compartir comunitariamente algún punto del
texto (10 minutos).
8.6.4.
Oratio.
Oraciones espontáneas a partir del texto
(10 minutos)
8.6.5.
Contemplatio.
A nivel personal (5 minutos).
8.6.6.
Canto final.
Algunas
observaciones que pueden ayudar a la realización de la Lectio Divina.
La frecuencia de la Lectio puede variar
según las posibilidades de los grupos y de las comunidades; según esto, puede
ser: diariamente, semanalmente o mensualmente.
La Lectio se puede hacer sobre la lectura
continuada de un texto bíblico, sobre el evangelio del domingo o sobre el
leccionario que nos propone la Iglesia para la eucaristía.
Si la Lectio se hace sobre el evangelio es
aconsejable que todos los participantes se involucren por turnos en la
preparación, es necesario relegar responsabilidades a los distintos miembros
del grupo.
La Lectio se puede terminar con el rezo de
las vísperas o hacerlo a continuación de los laudes.
9.
Conclusión.
A lo largo de este breve estudio sobre la
Lectio Divina se ha realizado un recorrido histórico donde se intentó demostrar
que el ejercicio orante en torno a la Palabra de Dios no es algo exclusivo de
los monasterios, sino que es una práctica que tuvo sus orígenes en las
comunidades cristianas primitivas, luego fue aconsejada a los sacerdotes,
diáconos, religiosos y laicos; si después fue una práctica que solamente se hizo
en los monasterios, se debió a causas culturales e históricas. La intención de
la práctica inicial de la Lectio era hacer de los hogares y de los lugares de
trabajo unos templos donde se meditara la palabra de Dios. Los orígenes de la
Lectio se pueden situar en el deseo de prolongar la lectura, la meditación y la
oración en torno a la Palabra de Dios hasta todos los lugares donde normalmente
se encontraban los cristianos.
Luego esta investigación enfatizó el
problema de la temporalidad, insistiendo que el proceso de maduración,
crecimiento y de producción de frutos en la vida cristiana, y desde la lectura
orante de la Palabra de Dios, es un tiempo de gracia que no está sujeto a la
temporalidad que ordinariamente utilizamos; la madurez y el crecimiento en la
vida cristiana tiene una temporalidad diferente no supeditada a los cánones
ordinarios con que medimos nuestra vida diaria. En ese sentido puede hablarse
de un tiempo de gracia.
Luego esta investigación habría de
concentrar sus esfuerzos en la profundización de los escalones que constituyen
la escala de los monjes o las etapas que conforman la Lectio Divina. Desde esta
perspectiva podría decirse que se presentan varias reflexiones encaminadas a
profundizar los elementos constitutivos de la Lectio.
Después se realiza un breve estudio sobre
la Carta que Guigo escribe a su hermano Gervasio y que es el testimonio más
claro sobre la manera como ha pervivido la Lectio Divina en el seno de la
Iglesia; además de presentar a Guigo como el gran sistematizador de esta
práctica orante en torno a la Palabra de Dios. También se intentó hacer una
lectura antropológica de la Lectio, tratando de mostrar como el ejercicio
orante en torno a la Palabra de Dios incluye o implica la totalidad del ser
humano.
Más tarde esta investigación se concentró
en mostrar aquellos elementos que destacan la Dei Verbum y la Verbum Domini
sobre la Lectio Divina, insistiendo en las cuatro preguntas, que según este
último documento, deben guiar la lectura orante de la Palabra de Dios.
Para finalizar con una sugerencia muy
práctica y pastoral acerca de la manera como puede orientarse la práctica de
Lectio Divina en las comunidades parroquiales.
Índice.
Introducción 1
Rastreo histórico de la Lectio Divina a lo
largo de la tradición cristiana 2
La Lectio Divina en Orígenes 2
San Juan Crisóstomo y la Lectio Divina 3
San Cesáreo de Arlés y la práctica de la
Lectio Divina 4
La Lectio divina en los monasterios 4
La Lectio Divina para los laicos 5
La predicación 5
La Lectio divina en los monasterios 6
La Lectio Divina en la tradición
carmelita 7
La Lectio Divina en los ejercicios
espirituales de san Ignacio de Loyola 8
La Lectio Divina: una forma divina de
adentrarse en el misterio de Dios 9
La temporalidad 10
Etapas de la Lectio Divina 13
La escalera une el cielo con la tierra 13
Una escalera de cuatro peldaños 14
Bajo la guía del Espíritu Santo 15
La Lectio Divina y la Santísima Virgen
María 16
La Lectio Divina: una diálogo amoroso 16
Explicación detallada de los peldaños 17
La lectura
17
Introducción 17
La Lectio Divina: una forma de oración
anclada en la Palabra de Dios 18
Saber leer
19
Recepción de la Palabra de Dios 20
Tres lecturas implicadas en el primer
peldaño 20
La meditación 22
Introducción 22
La meditación bíblica 23
Dos preguntas 24
Puntos clave en la meditación del texto
sagrado 25
Diferentes sentidos 26
La circularidad hermenéutica 27
El sensus fidei: punto de referencia para
interpretar la Sagrada Escritura 28
La oración
28
La contemplación 31
Introducción 31
La contemplación: culmen y fin de la Lectio
Divina 33
La contemplación: un cambio de mirada 33
La contemplación: el placer más alto 34
La contemplación: visión gozosa del
Ser 35
Breve estudio sobre la carta de Guigo, el
cartujo, a Gervasio 35
Guigo: el gran sistematizador de la Lectio
Divina 35
Lectura antropológica de los peldaños 36
La presencia y la ausencia 38
El pecado
39
La Dei Verbum y la Lectio Divina 40
La Verbum Domini y la Lectio Divina 40
Sugerencias práctico-pastorales para la
realización de la Lectio Divina 43
La Lectio Divina realizada a nivel
personal 43
¿Cómo escoger los textos? 44
Puesta en marcha de la Lectio Divina 45
La Lectio Divina como práctica
unificante 45
La Lectio divina realizada en pequeñas
comunidades o grupos 46
Otra propuesta 47
Conclusiones 47
Índice
49
[1] Para esta investigación sobre la Lectio divina se han consultado
varios textos: Saboreando la Palabra
de Nuria Calduch-Benages. Lectio divina
de Christophe de Dreuille. Verbum Domini
de Benedicto XVI. Dei Verbum del
Concilio Vaticano II. Carta del cartujo
Guigo al hermano Gervasio sobre la vida contemplativa. La contemplación de la forma. En: Conversaciones de estética de Luigi Pareyson.
[2] Para este estudio sobre la carta de Guigo a Gervasio esta
investigación se ha servido del texto que trae la profesora Nuria
Calduch-Benages titulado Saboreando la
Palabra. La reseña puede encontrarse en la bibliografía general presentada
al final de esta. También puede encontrarse en el texto Lectio Divina del Padre Christophe de Dreuille, reseñado en la
bibliografía. Para los amantes de la red puede visitarse la página:
http:/lectioapuntes.wordpress.com/
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