El artista y su condición.
El artista y su condición.
La ruptura del
renacimiento con la medievalidad se da con un florecimiento del humanismo, con
ello se constituye el horizonte conceptual sobre el cual ha de moverse
nuevamente la estética como disciplina filosófica y específica. Esto a su vez
incide no sólo en el plano teórico sino en el plano social, en la historia de
la cultura donde la teoría se entrelaza con las transformaciones sociales, las
que en la época del renacimiento tienen que ver muy estrechamente con el
artista y su situación social. En efecto, a partir del siglo XIV comienza a
definirse la figura social del artista tal y como la conocemos hoy y se empieza
a definir la especificidad de la experiencia estética como experiencia de amor
por el arte.
Para definir la posición
social del artista y sus aspectos teóricos se hace necesario relevar dos
aspectos: por un lado, la relación entre poesía y filología en la figura del
poeta literario humanista; por el otro, la relación del arte, sobre todo la
escultura, la pintura y la arquitectura con la ciencia. En relación a estos dos
aspectos se define el horizonte de la situación del arte en los siglos XV y
XVI.
Respecto al primer
elemento mencionado es importante tener presente que muchos literatos, poetas y
escritores se dedican al estudio de la filología y con ello a comentar,
restituir y enseñar los antiguos textos de literatura clásica tanto griega como
latina. Es claro que la gran poesía antigua está a la base de la visión del
humanismo y del rol del hombre en el mundo desplegada en los inicios de la
época moderna. Pero es necesario recalcar que a la base de los estudios de los
clásicos está la relación con la experiencia filológica. Unido a este hecho
específico es necesario recalcar que muchos de estos poetas y literatos son
empleados públicos de las cancillerías, del papado y de los príncipes como en
el caso de los Medici. Algunos funcionarios se dedican a inmortalizar la
autoridad de sus príncipes teniendo como órgano la literatura y la poesía. Así,
es posible ver en la literatura una relación entre lo social y lo histórico. Es
más, es posible ver una relación entre poesía, filología y erudición con la
tradición en cuanto por medio de estas se vehiculan los modelos humanos a
imitar. Es posible rastrear en la función social de los poetas que aseguran la
inmortalidad del príncipe en aquello que hoy se llamaría una actividad de
mantenimiento y creación del consenso social, al nivel de la difusión de
modelos culturales y lingüísticos comunes. Así vemos como aún en los comienzos de
la época moderna es posible rastrear la relación entre arte y poder (la poesía
al servicio del poder) y el arte en cuanto conector social.
Otro elemento que vale
la pena mencionar es la importancia que en la época humanista se le da a la
perfección formal de la lengua y de la composición poética. El culto tributado
a las reglas en la creación poética, jamás es visto en contraste con los
elementos irracionales que se dan en la misma. En el período romántico el
contraste entre reglas e inspiración se experimenta como un hecho dramático.
Para el humanismo, el furor de la poesía es una manera de elevar el espíritu
hacia la gran armonía del cosmos, contemplarlo y conocerlo desde su esencia
misma, de ahí que las reglas poéticas sean una manera de manifestación de esta
armonía cósmica de la cual el poeta se hace coparticipe.
Desde esta perspectiva,
donde se considera el mundo como cualidad estética, se desprende la segunda
característica que antes habíamos mencionado como determinante en la estética
humanista y renacentista, es decir la relación entre ciencia y arte. Hecho este
que es fundamental para la estética posterior en cuanto se sientan las bases
para el reconocimiento de las artes visivas: pintura, escultura y arquitectura
entendidas como artes bellas, ya no relegadas al plano de las artes serviles[1]. Nos
referimos a la necesidad de conferir un estatuto científico a las artes;
aplicar una serie de principios físicos formulados matemáticamente a las obras
arquitectónicas, esculturales y pictóricas. Se evidencian aquí estudios como la
perspectiva y los estudios anatómicos, ello muestra de manera evidente una gran
cercanía entre la ciencia y el arte.
Estos hechos reivindican
al artista socialmente en cuanto hay un reconocimiento de la aplicación
científica concreta en el campo del arte, pero además hay una relación de
cercanía entre las artes constructivas y figurativas con las artes liberales.
Además, en este hecho,
hay una relectura de la visión clásica y mimética de la obra de arte, en cuanto
no es sólo imitar sino imitar racionalmente la naturaleza, imitación guiada por
un saber científico.
A partir de la
acentuación de la relación arte ciencia y la consiguiente liberación de la
pintura, escultura y arquitectura de la condición de serviles, surge entonces
la posibilidad de proyectar un sistema de las artes bellas; lo que se encuentra
a la base, como premisa, es la discusión de la relación entre pintura y poesía.
Leonardo por ejemplo no sólo ejercita la pintura como una ciencia, sino que
reflexiona sobre la posible igualdad entre esta y la poesía: los términos de la
comparación entre poesía, entendida como el arte de diseñar las palabras con la
pluma, y la pintura, que ya no es más un arte servil; lo mismo que el hecho de
considerar la pintura como poesía muda o la catalogación de la pintura en los
términos de una poesía ciega. Aún aquellos autores que negaban una cierta
superioridad de la poesía sobre las otras artes, admitían que había una cierta
unidad entre todas las artes; todas estas discusiones son las que están, como
premisas, en la base que luego concluiría con la elaboración de un sistema
unitario de las bellas artes. Esto es lo que se encuentra en la tercera parte
de las lecciones de estética de Hegel[2].
El artista en el Romanticismo.
La idea romántica del
artista es determinante para las estéticas que se desarrollan en el siglo XIX y
a la vez está a la base de las vanguardias y las poéticas, este es considerado
como alguien erradicado, alguien que ya no está integrado a una colectividad:
una cohorte, un templo, al papado, a la iglesia; a su vez el artista es
considerado como un genio.
Un primer elemento que
define el arte en el Romanticismo es el hecho de colocar en un plano
referencial a las poéticas; de ahí se desprende la búsqueda también romántica, de
una poesía de la poesía; en ello el concepto de ironía tiene un carácter
central pues es un intento serio de aproximación al plano literario. Las
poéticas para el Romanticismo jamás son un discurso técnico sobre el modo de
hacer arte o enunciaciones de programas que tienen como finalidad la producción
del arte, sino que son una reflexión sobre el significado del arte.
Por lo anterior es que
no se debe limitar el discurso sobre el origen del arte en el Romanticismo a lo
puramente técnico, a las preceptivas y a las reglas. El Romanticismo no tiene
una poética en el sentido programático y técnico del término; las poéticas son
verdaderas tomas de posición filosófica sobre el arte. Aún en elementos
aparentemente técnicos que aparecen en las poéticas romanticistas, como en el
caso de la dodecafonía[3], es
algo que se debe comprender dentro del marco de la posición del arte y del
artista dentro del mundo humano.
Otro aspecto del arte
romanticista, es el hecho de que las poéticas que se reclaman a este origen,
trataban de entablar una defensa contra la muerte del arte; es decir las
poéticas tratan de defenderse de aquellas posiciones que querían eliminarlas
porque no eran filosofía, porque no eran reflexión; el hecho de que las
poéticas traten de reflexionar sobre ellas mismas, de hacerse conscientes de su
papel, es una forma de salvarlas de aquella sentencia de muerte preconizada por
Hegel en la expresión muerte del arte.
De aquí surge un programa radical para las poéticas poshegelianas, que serían
totalmente diferentes a las romanticistas, pues deben centrarse en la ironía y
en autocontestación. Ellas deben reivindicar un puesto permanente en la vida
del espíritu, el que las sacaría de aquel limbo de la inconsciencia al cual
parecían condenadas. Frente al triunfo de las filosofías racionalistas y
positivistas, para las cuales el arte es algo in-esencial y provisorio, los
artistas están constreñidos a resolver preliminarmente el problema de la propia
existencia.
Así, en los artistas
surge la necesidad de una auto-justificación frente a la filosofía hegeliana y
poshegeliana que no hace justicia al arte. Auto-justificación que se opone a
una tendencia en algunas interpretaciones de la filosofía que tildan el arte de
in-esencial, provisoria y con ello su muerte.
Otra cuestión que se
desprende de aquí, es el hecho de que los artistas defienden su derecho propio
a la existencia, ellos resuelven preliminarmente el problema de la necesidad de
su existencia, en un momento en el cual las circunstancias sociales empiezan a cambiar.
Así las poéticas no son solamente maneras de reivindicar el derecho a la
existencia del arte contra las tendencias filosóficas racionalistas o
empiristas, ellas son modos como los artistas confrontados con una situación
social nueva y jamás experimentada antes en la historia occidental, tratan de
dar un significado a tal situación y de darse a sí mismos un significado en
ella.
Este hecho se puede
enunciar brevemente de la siguiente manera:
En el siglo XVIII se
hacen sentir sobre los artistas los primeros efectos de revolución industrial,
de la modificación de las estructuras económico políticas y sociales, del
advenimiento de la sociedad de masas. Ello para el artista significa que se
empieza a perder el contacto directo con el público restringido y notorio para
el artista y la obra; ello implica a la vez la adquisición de un público mucho
más basto y lejano. Desde aquí se hace evidente cierto desdén que desde el Romanticismo
y el postromanticismo se empieza a tener por el arte ocasional; el arte de este
tipo era lo que constituía el gran legado que habían dejado los artistas
antecesores.
El artista romanticista
es un artista que se abandona sobre sí mismo, que no tiene un público para el
cual producir su arte, de acuerdo al cual producir su arte, por lo tanto, que
no tiene exigencias precisas para su producción. El artista del Romanticismo
debe buscar en sí mismo, en su propia persona la fuente de inspiración, la
fuente y la regla de su arte propia.
El artista del Romanticismo
ha perdido la condición social que hasta entonces era clara y precisa y no ha
encontrado otra. Su horizonte de acción se hace mucho más amplio, basto y
anónimo que aquel a que estaba acostumbrado cuando era maestro de capilla o
cuando era el poeta de la cohorte. La figura que empieza a reemplazar a aquel
artista integrado es la del artista bohemio, el que es típico de esta fase, que
podríamos llamar primera fase de industrialización del arte.
Hoy cuando en buena
parte ha pasado esta primera industrialización del artista, se empieza a hablar
siempre más claramente del artista integrado, pero integrado a la industria
cultural, funcionario de grandes instituciones, de la comunicación de masas, de
la editorial, del cine, de la publicidad, del diseño, de la radio y de la
televisión.
El poeta, por el
contrario, parece encontrarse desfasado respecto a la nueva integración que
acabamos de mencionar, pues él es testimonio de una no integración, de un
cierto carácter problematizador del mundo, tanto en el mundo de los conceptos,
como el de lo social. Aunque parece cierto también por otro lado que algunos
poetas, romanceros de vanguardia, en diversos países europeos, y su condición
de integrados, es la que da razón de un cierto tecnicismo vacío[4].
Esas reflexiones tratan
de explicar la situación del artista dentro de un momento social y cultural;
además lo explican en su relación con las vanguardias en el siglo XIX. Lo que
domina al artista del siglo antes mencionado es, además de su relación con el
propio mundo circundante, el problema de los medios de expresión. Los medios no
son solo “medios” que se puedan consumir; es el lenguaje artístico, el
verdadero fenómeno que ha entrado en crisis. Los lenguajes se hacen incapaces
de expresar lo inexpresado, hasta el punto que parece que las estructuras y
formas lingüísticas ya han dicho todo lo que tenían para decir. Así los
lenguajes se presentan no como medios para vehicular las cosas, sino que los
lenguajes son campos de experiencias posibles, los lenguajes son posibilidades.
Esto es lo que las poéticas y las vanguardias quieren expresar cuando se
presentan como un malestar cultural y social.
En el fondo es
rastreable la idea del artista considerado como un nuevo mesías. Y a su vez el
artista participa en el clima de rebelión humanista contra la primera sociedad
de masas. El artista se sitúa polémicamente frente a la sociedad del consumo,
del bienestar y del progreso creciente. Se hace insensible frente a los códigos
lingüísticos y estéticos heredados de la tradición, los que le parecen que ya
han cumplido su misión y que son incapaces de verdadera creatividad[5],
(piénsese por ejemplo en el romance Doctor Fausto de Thomas Mann), pero también
es polémico cuando confronta la sociedad burguesa, aquella en la que prima el
bienestar y la creencia en el progreso. La renovación de las diferentes artes
también es repensada con relación al rol que juega el arte entre las distintas
experiencias humanas. El artista no solo se preocupa por la elaboración de las
obras de arte, sino que también se pregunta si estas deben ir expuestas en los
museos y las galerías de arte. Básicamente esto es lo que cuestiona la teoría
del arte de Adorno en todas sus obras, especialmente en aquellas que cierran su
carrera como escritor, en estas Adorno sostiene que lo característico del arte
contemporáneo consiste en el hecho de no solo producir obras de arte sino de
cuestionar la condición del arte y del artista en el mundo.
La primera introducción
que Adorno proyectó para su Teoría
estética comenzaba con un parágrafo titulado “la obviedad en el arte se ha
perdido”, en el cual desarrolla el concepto donde sostiene que la ingenuidad
del artista de hoy consiste en dejarse seducir por las lisonjas de la industria
cultural. Esta posición de Adorno refleja la conciencia de los artistas y de la
estética filosófica en la época actual.
Arte y verdad.
Gadamer en Verdad y Método inicia su discurso
abriendo la posibilidad de realizar una experiencia de la verdad fuera de las
ciencias naturales y propiamente dentro del ámbito del arte. Según este autor,
el arte es experiencia de verdad porque es verdadera experiencia. Nos cambia, mueve
nuestra visión del mundo, produce obras que no se agregan al mundo como si
fueran otros objetos. Este autor retoma aquí una tesis que Martin Heidegger
había expuesto en su ensayo El origen de
la obra de arte en la cual desarrolla una teoría acerca de la manera
particular como la obra de arte está presente en medio de las demás cosas: la
obra de arte inaugura un mundo histórico, la obra de arte abre un mundo, ella
coloca las bases, creando un lenguaje, a partir del cual una sociedad, una
humanidad históricamente situada hará experiencia del mundo. Esto se comprende
cuando se piensa en la función que algunos textos básicos ejercían en las
épocas antiguas, por ejemplo, Homero y Hesíodo, y los poetas trágicos para los
griegos; pero también piénsese en el papel que ha ejercido la Biblia para
nuestra tradición occidental; también puede pensarse en el papel que Dante
Alighieri tuvo para la cultura italiana cuando se dice que él crea dicha
cultura. También las obras menores abren el mundo porque ellas son como casi-sujetos.
Estas delinean los caracteres fundamentales de nuestro modo de interpretar los
acontecimientos de la experiencia; en este sentido puede decirse que ellas
muestran como la interioridad del sujeto asume en una obra una imagen concreta
visible dentro de las relaciones con el mundo.
La obra de arte tiene un valor
y un alcance histórico decisivo para estos autores. Tal alcance histórico está
unido al hecho según el cual en ella acaece algo que no solo está determinado
por la personalidad del artista, algo que no es arbitrario, pero sin embargo sí
es algo nuevo e imprevisto y no requerido por ninguna norma preexistente ni
preestablecida. Este carácter particular de la producción artística es uno de
los aspectos sobre los cuales más insiste un filósofo italiano que ha escrito,
posiblemente, la única obra sistemática de estética que se hubiera podido
escribir a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el cual ha propuesto esta
tesis por primera vez en Estética. Teoría de la formatividad. Lo que acaece en
la obra de arte, gracias a este su carácter subjetivo-objetivo, es un evento de
alcance ontológico, respecto al ser mismo. En el proceso artístico, la idea que
guía al artista, no se presenta como una ley general, sino como una ley que se
ejecuta en el transcurso de la producción de la obra misma. De la misma manera,
el ser de las cosas no es una ley general dada de una vez por todas, sino que
solo está presente solo en el proceso concreto de interpretación, es decir, en
la concreta ejecución de una forma determinada de la verdad.
La definición más clara y
precisa sobre el tema de la verdad relacionada con la obra de arte se puede
encontrar en el ensayo heideggeriano El origen de la obra de arte; según este
texto, la obra de arte es un poner en obra la verdad, la obra de arte pone en
obra la verdad. Heidegger elabora esta tesis teniendo en mente el carácter
ontológico del arte.
Heidegger: la puesta en obra
de la verdad.
Respecto a la expresión puesta
en obra de la verdad se puede comprender cuando se examina el ensayo citado de
Heidegger. En este texto, la obra de arte no coloca en juego la verdad, en
cuanto esta verdad manifieste algo ya dado de antemano, en cuanto manifieste
una verdad establecida previamente, o la verdad de una situación o estructura
existente. El concepto, puesta en obra de la verdad puede entenderse, por
ejemplo, cuando una edificación se pone a funcionar después de construida. Por
lo tanto, la obra de arte pone en obra la verdad, en el sentido que la obra
abre una nueva época del ser, ella se erige y se levanta como un acontecimiento
absolutamente originario e irreductible a lo que ya existía; en este sentido
puede decirse que la obra de arte funda un nuevo orden en las relaciones con el
ente, un nuevo y verdadero mundo. Con este hecho, podría decirse que la obra de
arte produce en el lector, intérprete o fruidor una suspensión de todas las
relaciones normales con el mundo circundante; el mundo circundante no puede
seguir siendo el mismo si se tiene una verdadera experiencia, un verdadero
encuentro con la obra de arte. El encuentro con la obra de arte convierte en
extraño lo que antes era familiar, obvio y habitual.
La obra de arte no se coloca
como un ente más entre los entes y a partir de un horizonte ya abierto, sino
que la obra de arte instituye ella misma un horizonte dentro del cual la
totalidad del ente se coloca y se ordena.
Para Heidegger, las cosas son
fundamentalmente instrumentos de uso que se insertan generalmente dentro de un
marco de exigencias y de significados ya establecidos y vigentes. La obra de
arte, no se deja colocar, como los instrumentos, dentro de un mundo ya
establecido, ni dentro de un horizonte de significación vigente, tampoco por
este hecho ella se sitúa fuera del mundo; ella abre y funda, en torno a si misma,
un mundo, ella impone una reorganización general de las cosas.
Gadamer:
la verdad del arte.
Uno de los peligros en los que
se puede caer cuando se habla de la verdad del arte es el que expresa Hegel
cuando sostiene que la verdad del arte se justifica mediante una operación
dialéctica, de modo que el arte solo se puede reconocer como manifestación de
verdad en el momento en que es superada y suprimida por la filosofía.
El peligro radica en el hecho
según el cual la obra de arte no tiene un valor en sí misma, sino que tiene
sentido en cuanto remanda a algo diferente a ella; cuando esto sucede, la obra
envía a un pretexto, a un contexto o a un hipertexto, pero no tiene valor ella
en cuanto tal; así por este ejercicio, se termina eliminando el sentido
hermenéutico que se desprende de ella.
Gadamer intenta comprender la
verdad del arte desde la perspectiva que Heidegger inaugura cuando habla de la
finitud humana, ya que el fenómeno según el cual se puede interpretar una obra
de arte se convierte en un hecho propio de la condición humana; es más esto es
lo que se puede llamar situación hermenéutica. La interpretación de la obra de
arte es solo uno de los modos en los cuales se realiza la situación
hermenéutica; esta situación es fundamentalmente decisiva cuando se enfrentan
las ciencias históricas y la teología. La interpretación de la obra de arte es
el aspecto fundamental de dicha situación.
Gadamer, siguiendo a Heidegger
comprende la finitud como temporalidad; para él, la interpretación es un suceso
histórico en el que se hace presente otro evento (la obra que se debe
interpretar) en su verdad. Este encuentro entre dos finitudes pone en evidencia
que ninguna de las dos finitudes suprime a la otra. Cada una de ellas mantiene
su propia individualidad y finitud. Toda obra de arte es irreductible y es un
suceso histórico; por lo tanto, para reconocer el carácter verdadero de la obra
es necesaria la reconstrucción de su estatus ontológico.
Arte
y sociedad.
Las vanguardias del siglo XIX,
además de revalorar la verdad del arte, desarrolla también un esfuerzo por
conferirle al arte un rol activo en la transformación de la sociedad. Antes que
nada´, puede mencionarse la llamada arte comprometida. Desde este punto de
vista es necesario recordar además la relación que se estableció entre muchos
movimientos artísticos vanguardistas con los movimientos políticos
revolucionarios en el siglo pasado, sobretodo el comunismo, pero también el
fascismo (piénsese en algunos de los temas presentados por algunos exponentes
del futurismo italiano, tal es el caso de Marinetti). En cuanto al comunismo,
en los años veinte, los surrealistas se adhirieron en bloque al partido
comunista francés, después en los años treinta, se apartaron y tomaron posición
y fueron expulsados, porque, mientras tanto, el régimen soviético que se
consolidaba en URSS tendía a preferir un arte más tradicional, oficial y
propagandista a favor el régimen. Frente a la complicada relación entre comunismo
y arte se une además la más grande estética marxista en el siglo XIX, la de
György Lukács. Este pensador no fue jamás un teórico del arte del régimen en
sentido estricto, sobre todo de aquel movimiento que ha pasado a la historia
con el nombre de realismo socialista. Piénsese sobre todo en un arte crítica
que sea capaz de reflejar la realidad (un arte socialista) pero que hace ver
las contradicciones y las tensiones que la revolución habría debido remediar.
Lukács admiraba sobre todo a Thomas Mann, y cierta gran literatura realista del
siglo XVIII (por ejemplo, Balzac). Inútil y decadente le parece el arte de
vanguardia: Kafka, Joyce, etc. Mucha
literatura suya permanece dentro del género del ensayo sobre todo cuando habla
de Goethe, y Thomas Mann. En la cual Lukács parece retomar el estilo del
maestro de este movimiento, en el cual se toma el arte como testimonio de la
historia del espíritu humano, es decir, Hegel, en las Lecciones de estética él encuentra páginas fascinantes.
Pero el mayor y más grande
representante de un arte empeñada políticamente, es el dramaturgo Bertolt Brecht
(1898-1956); para él, el arte no puede tener como objetivo producir belleza
abstracta; todo lo contrario, su producción teatral es una invitación para que
el espectador no tome como bueno todo aquello que ve. Para él la satisfacción
estética que genera paz y armonía –según la clásica doctrina aristotélica- es
señalada como gastronómica. Aunque también este es un modo a partir del cual el
arte trata de contestar su propio marco, su propio estatuto de pura
ornamentación, entretenimiento y juego desinteresado.
Arte
y tecnología.
La relación entre arte y
sociedad no se articula solo con la relación entre el compromiso político de
los artistas y los teóricos, sino también con una atención más general a las
transformaciones que el arte ha experimentado en el mundo moderno a causa del
advenimiento de las nuevas técnicas. Sobre esta relación se construye la
reflexión de Walter Benjamin (1892-1940), que pertenece al círculo de los
autores de la Escuela de Frankfurt, y que escribe, entre muchas otras cosas, un
ensayo breve titulado La obra de arte en
la época de su producción técnica (1936). En él –asumiendo una posición que
fue muy criticada, por ejemplo, por su amigo Adorno- sostiene que las nuevas
técnicas, como la fotografía, la fonografía y después el cine modificarán
profundamente la esencia de la experiencia estética: no solo las artes unidas
por su naturaleza de reproducción técnica (la fotografía y el cine) disuelven
la idea de un original, la idea de un primer ejemplar auténtico, en el cual
reside el valor de la obra, sino que también, respecto a las obras del pasado
(como la Gioconda), la técnica de
reproducibilidad una vez desarrollada y perfeccionada, eliminará el valor de
fetiche conferido al original, eliminará aquella especie de aura, como la
aureola en torno a la cabeza de los santos, con ello difícilmente se
distinguirá el valor económico del ejemplar único.
Con lo anteriormente dicho,
Benjamin quiere liquidar el compromiso que se establece entre el valor estético
con el valor antiguo de las obras, pero también quiere liquidar el valor
cultual, y casi supersticioso, que se les asigna a las grandes obras de arte, y
que según Benjamin, desde el punto de vista de sus ideas marxistas, es una
huella de la alienación. El arte se debe convertir en un hecho más común, donde
todos puedan ser espectadores y autores. Benjamin sostiene en este escrito todas
estas tesis, las que no pudo desarrollar a causa de su suicidio mientras huía de
los nazis pasando la frontera entre España y Francia.
Muchos son los problemas, sin
embargo, todos ellos señalan dos cuestiones que ahora permanecen vivas en torno
a este autor: la primera hace referencia a las transformaciones que las nuevas
técnicas aportan a la esencia de aquello que llamamos arte (piénsese, por
ejemplo, al rock, al videoarte, etc.); pero también la cuestión más amplia
acerca de si con nuevas técnicas no esté más cercano el momento de una muerte
de aquel arte que permanece aislado de la vida cotidiana.
Hegel había nombrado el arte
con el rótulo “domingo de la vida”, y con ello hacía referencia a una
experiencia excepcional de la belleza que se aleja de la vida cotidiana, siendo
esta, además, algo difícil, arduo y poco satisfaciente. Marx pensaba que, con
la revolución y la instauración de la sociedad sin clases, el arte estaría al
alcance de todos y la experiencia estética no sería más un momento excepcional
como lo pronosticaba Hegel; realmente esta experiencia no se realizó como se ha
podido constatar. Permanece la posibilidad que avizoraba Benjamin según la cual
la técnica habría de convertirse en un rescate estético de toda la existencia
cotidiana. Todas las teorías del diseño se han inspirado en este ideal
propuesto por Benjamin, ya que todas ellas han intentado la posibilidad de
conferir caracteres de belleza a la vida y al ambiente cotidiano. Pero incluso
en este proyecto, los resultados dejan mucho que desear, ya que para muchos la
estetización del mundo en que vivimos se reduce después de la banalidad a las
confesiones de distintos tipos, al mundo de la publicidad, a las películas
producidas en Hollywood que siempre terminan en un final feliz.
Por el contrario, Adorno, al
igual que Heidegger siempre ha tratado de recordarnos que la experiencia del
arte es una experiencia inquietante, la que abre un mundo alterno al mundo presente
y que también sacude nuestros hábitos y certezas, despierta y no adormece
nuestra capacidad crítica.
Arte
y técnica.
La falta de una conexión que
reconozca la relación existente entre las artes como la poesía, las artes
figurativas, la música, la danza y la noción de belleza no es algo peculiar
solamente en Platón, sino que es algo común a todo el pensamiento antiguo y
medieval, ya que el arte, en estas culturas, no son las artes bellas; aquellas
actividades que nosotros conocemos hoy bajo el rotulo de arte, no son
calificadas por el hecho de tener una relación constitutiva con la belleza,
incluso no son pensadas unitariamente bajo ninguna otra categoría. Ellas se
confunden, en línea de principio, con todas las otras técnicas inventadas por
el ser humano para hacer más fácil la vida del hombre en el mundo. También hoy
usamos para la cocina y los oficios del campesino la palabra arte (arte
culinaria, arte de cultivar, arte de ordenar, arte de arar, arte y oficios).
Pero se trata de un uso metafórico, ya que la palabra arte, en sentido general,
es reservada para las bellas artes. Para los griegos el discurso es inverso:
nuestras artes hacen parte de lo que designa la categoría de la techne (τηχνη), que comprende bien sea aquellas
nosotros llamamos técnicas o también las artes. La única gran distinción que
rige en el interior de la categoría de la técnica es aquella que separa las
técnicas que implican la manipulación física de materiales, y la consecuente
producción de objetos, y las artes que consisten en un puro ejercicio, como la
danza. Es la distinción que pasará a la cultura medieval como artes serviles y
artes liberales. Las artes que nosotros hoy llamamos bellas pertenecen, solo en
parte, a la categoría de artes liberales: es el caso de la poesía, en sus
varios géneros, la música y la danza; mientras que la escultura y la
arquitectura son, seguramente por su dependencia de la manipulación física de
materiales, artes serviles y trabajos. Entre artes como la poesía, la música y
la danza existe algo en común, es decir el hecho de ser todas, en un sentido
amplio, música, es decir actividad protegida por las Musas; pero entre estas
actividades hay disciplinas que, para nosotros, no tienen nada que ver con las
bellas artes como son la historiografía y la astronomía. Las diversas formas de
poesía como la epopeya, la tragedia y la lírica no son puestas para los griegos
bajo la protección de las diferentes Musas. Tampoco existe una unidad al nivel
de las bellas artes liberales. La separación de las artes serviles, después,
refleja obviamente una cultura para la cual el trabajo manual es algo innoble.
La condición de los artistas, y no solo de aquellos que practican artes
serviles, sino también los músicos, actores, bailarines, ellos reflejan sea
esta separación, sea otras estratificaciones ligadas a la más general
estructura social y no reconducible inmediatamente al desprecio por el trabajo
manual. Los actores, por ejemplo, que por lo demás no practican un arte servil,
hasta muy tarde en la época moderna, han sido objeto de juicio y de prejuicio
social, el que parecía sancionar la condena pronunciada en la República de Platón, condena después
reforzada por la moral de la Iglesia.
Metafísica
de lo bello: luminosidad y simetría.
Tanto en la cultura griega
como en la cultura europea faltará por mucho tiempo una noción unitaria de las
bellas artes, la causa de esto radica en el hecho según el cual la práctica
social la ve como algo integrado en el sistema de todas las artes útiles, o
bien porque no alcanzan a unificarse bajo un mismo concepto las artes que
implican un trabajo manual y las que implican el ejercicio práctico. Bajo esta
situación, la teoría de la belleza, que estuvo presente durante mucho tiempo en
el pensamiento antiguo y sobre todo en Platón, no tiene nada que ver con las
reflexiones, que, por lo demás son técnicas, sobre las más variadas artes.
Lo bello es un argumento de la
metafísica, es decir, de la teoría del ser en general; en efecto, bello es el
ser; bellas son, en Platón, las ideas que son el ser verdadero (estable,
perfecto, luminoso) de las cosas sensibles. El concepto de belleza elaborado
desde el pensamiento antiguo se transmitirá de modo determinante, a través del
Medio Evo, a la estética Moderna, la que llamando bellas las artes y bellos sus
productos se referirá a las características de lo bello definido por los
pensadores griegos.
La noción de belleza, tal y
como la desarrollan los pensadores griegos tiene fundamentalmente dos
características: la primera, se identifica con el esplendor y la luminosidad,
es este el carácter de lo bello sobre el cual insiste la literatura antigua
griega, por ejemplo, Homero, el que después es retomado por Platón, y por
Plotino; este último lo transmite el pensamiento medieval, el cual puede
perfilarse en una corriente estética muy notable llamada estética de la luz. El segundo aspecto de la noción griega de
belleza es el que la identifica con la simetría y la proporción. Es una
concepción que tiene un origen diferente a la anterior: sus raíces no se
fundamentan en la experiencia sensible de la luz y de los colores, sino en un
pensamiento más reflexivo: la doctrina pitagórica identificaba el ser verdadero
de las cosas con relaciones numéricas que rigen las estructuras y el equilibrio
de sus componentes. También el alma del hombre tiene su ser en una relación
numérica y de igual modo el cuerpo. La contemplación de la simetría y de la
proporción favorece el mantenimiento y restablece el justo equilibrio en el
alma; la percepción de las relaciones des-armónicas produce el efecto inverso.
En Platón se vuelve a encontrar la noción de belleza como esplendor y de igual
modo la de la proporción. La estética de todos los tiempos hará un gran uso de
los conceptos de simetría y de proporción, por lo general, extrayéndolos de su
contexto pitagórico. Subrayando siempre el valor positivo de los mismos, tanto
en el plano metafísico como en el psicológico y de lo que es simétrico y
proporcionado. En algunos momentos de la cultura europea, tanto en el
clasicismo del Renacimiento y como en el del siglo XVII, la simetría y la
proporción serán reconocidos como los caracteres casi exclusivos de las obras
de arte clásicas y será la impronta determinante que la cultura moderna se hará
sobre la cultura clásica, modelos a los cuales la cultura moderna trataba de
adecuarse.
Arte
y estructura.
Gran parte de estos temas que
constituyen la estructura de le estética griega se encuentran sistemáticamente
unificados en Aristóteles. Fue Aristóteles quien definió todas las artes bajo
los términos de imitación de la naturaleza, este concepto no se refiere tanto a
la poesía y a las artes bellas, ni aquello que significaba en el contexto de la
República de Platón; para el
estagirita el arte imita la naturaleza sobre todo en cuanto produce
ordenadamente con miras a determinados fines. La imitación, entendida como
representación, tanto en la poesía como en la pintura, es un caso particular de
esta imitación en sentido más general; pero en ciertas artes la imitación se
realiza tratando de llevar a término lo que la naturaleza por sí misma no
alcanza y no alcanzaría a realizar. La conexión entre el sentido restringido de
imitación, es decir la representación y la figuración, y el sentido general de
imitación, es decir la imitación de la naturaleza en cuanto es una actividad
productiva organizada, dicha conexión tiene un significado determinante para
comprender la novedad en la propuesta estética aristotélica respecto al
planteamiento de Platón en lo que se refiere a la cuestión de valor de las
apariencias producidas por el arte. En su Poética,
texto que se hizo canónico en la cultura europea a partir del siglo XV, y que
incluso todavía sigue teniendo validez respecto al tema del valor del arte, en
él, Aristóteles retoma el sentido de la apariencia artística de las dos
acusaciones que Platón le había dirigido. La apariencia artística no aleja de
la verdad, como si esta fuera copia de copia, no tampoco turba el equilibrio de
las relaciones entre la inteligencia y el alma del espectador. Esto se debe al
hecho según el cual la producción de apariencias y de imitaciones que acontece
en el arte esta inserida en un proceso de producciones caracterizado por el ser
estructurado finalísticamente organizados. En este sentido se puede decir que
Aristóteles parangona la Tragedia a un organismo viviente y en el cual se ve el
origen de la noción de obra de arte como organismo, esta teoría se desarrolló
sobre todo en los inicios del Romanticismo. Toda la doctrina aristotélica
acerca de la Tragedia se rige por una visión rigurosa y estructural de la
tragedia misma. La Poética es la única
obra aristotélica que trata en toda su amplitud los problemas del arte, por
esta razón es legítimo extender esta concepción estructural a todas las obras
de arte en general, incluso al poema épico del cual Aristóteles habla en esta
obra. La importancia de la estructura en la tragedia se hace clara cuando se
piensa, como lo hace Aristóteles, la relación con el fin que la tragedia quiere
alcanzar: suscitar en el ánimo del espectador sentimientos de piedad y de
terror, y la catarsis de tales pasiones. Los sentimientos de piedad y de terror
se pueden suscitar también a través de la representación de eventos lúgubres,
los cuales le deben pasar a cualquiera que no los amerite, y en virtud de esto
suscitan piedad, y que tengan cierta similitud con el espectador, y ahora
suscitan terror. La tragedia debe tener la capacidad para comunicar y para
entrar en comunión con el espectador, de modo que entre actor y espectador se
susciten los mismos sentimientos, bien sea de terror, de compasión o de piedad.
La catarsis es la purificación del ánimo de tales pasiones, esta es producida
por la tragedia en cuanto los eventos piadosos y terribles se insertan en el
desarrollo lógico de ella, y en cuanto obtengan una explicación. Solo teniendo
en cuenta estos elementos se puede comprender el por qué la insistencia de
Aristóteles en la Poética cuando se
dedica a ilustrar las reglas que constituyen el intríngulis de la tragedia.
La tragedia tiene éxito solo
en cuanto en el trabajo del poeta interactúan los dos sentidos fundamentales del
concepto de imitación –el restringido y el general- en base a ellos Aristóteles
define el arte. En el orden que la tragedia impone a los eventos que
representa, orden que no se encuentra de manera tan clara en la realidad que se
vive, en dicho orden puede encontrarse una huella de aquel aspecto según el
cual el arte realiza lo que la naturaleza no alcanza a cumplir: los eventos
trágicos deben estar ligados entre sí según la similitud y la necesidad; en
estos dos términos está presente el cómo se presentan las cosas en la vida
habitual, pero también cómo deberían ser. Por esta razón Aristóteles puede
decir que la poesía es más filosófica que la historia; más que la historia, la
filosofía ayuda comprender las luchas típicas y las leyes que hacen funcionar
el mundo humano, bajo un manto de universalidad tal que dicho mundo lo hace
cercano a la filosofía misma.
Arte
y experiencia religiosa.
La estética aristotélica no
fue muy importante durante la época helenística e incluso durante la época
medieval, esta poca influencia de Aristóteles durante los primeros siglos de la
historia se da no solo al nivel de la estética sino también de su propuesta
filosófica en general. Podría decirse que la influencia mayor fue ejercida por
Platón, el que es durante un largo periodo de la historia elaborado y
reelaborado en su producción filosófica, lo mismo sucede con su planteamiento
estético sobre lo bello y sobre el arte especialmente desde el pensamiento
cristiano; este encuentra en el platonismo y en el neoplatonismo un punto de
referencia fundamental. Plotino tiene una importancia central en este paso que
se da desde el platonismo hasta el pensamiento cristiano.
Podría decirse que Platón es
un adversario de la propuesta estética que considera lo bello como una
estructura, para él lo bello no es el resultado del orden ni de la composición
de las partes. Este pensador hace énfasis en la noción de belleza que hace
referencia a la luminosidad y al esplendor. Para él la belleza es luminosidad
del ser, del Uno, de Dios y de su aparición en el mundo sensible. La función
del arte consiste en revelar el Ser, el Uno, pero también es un lugar
privilegiado para retornar al Principio, en un orden tanto ascendente como
descendente. Por lo bello, el Ser se revela, también por medio de él y a través
de él se retorna a él mismo. De modo que cuando un artista, interprete o
espectador contempla lo bello puede acceder a la belleza del ser; lo mismo
sucede con la producción artística, ya que quien produce una obra de arte entra
en contacto con el ser.
La influencia de Plotino,
desde el punto de vista filosófico y estético, se deja sentir primeramente en
la época medieval y en el cristianismo antiguo. El influjo de Plotino llega
tener su resonancia en la época moderna, especialmente en el Romanticismo y en
el Idealismo de Hegel, Schelling y Fichte, cuando estos pensadores insisten en
que el arte es un medio o un modo para aproximarse a la realidad profunda del
ser.
El gran problema que se deja
sentir en todo este desarrollo de la influencia de Plotino en el pensamiento
estético y filosófico radica en que las relaciones entre teología y filosofía
son tan profundas que por ese motivo es muy difícil individualizar una
propuesta estética independiente. En esta situación, la filosofía adquiere un
lugar, ciertamente no autónomo respecto a la teología, pero se convierte en un
instrumento a través del cual se pueden refutar globalmente toda la cultura pagana
y especialmente a los filósofos paganos. También es cierto que la filosofía
durante este periodo adquiere un puesto subordinado, pero autónomo y definido,
respecto a la teología.
Algo similar sucede con la
relación que se puede establecer entre la experiencia de lo bello, el arte y la
reflexión que se desprenda de ello; pero también sucede lo mismo con la
relación que existe entre experiencia religiosa y experiencia teológica. En
este sentido puede mencionarse el hecho según el cual la historia del arte se
mueve en torno a la iconografía sacra; claro está que, en el desarrollo de esta
propuesta, se van preparando los instrumentos, el conocimiento y las técnicas
que constituyen la base del arte tal y como se desarrolla en la época moderna.
Fueron fundamentalmente dos
los aportes que este desarrollo de la estética medieval aportó para la estética
moderna: la obra de arte y el símbolo. Ambos son decisivos para la
manera como el hombre medieval, desde la doctrina de la creación, considera el
mundo natural. Aunque también es cierto que la época antigua ya conocía el
concepto de obra; sin embargo, toda obra tiene un carácter accidental cuando se
la mira desde el carácter circular y repetitivo (las estaciones, por ejemplo)
de la naturaleza; las obras de arte, aunque son producciones humanas no cambien
el orden natural del mundo. Desde esta perspectiva no es posible imaginarse el
alcance ni el énfasis que la época moderna le dará al carácter metafísico
inherente a la obra de arte. El pensamiento cristiano, se sale del esquema
temporal de la eterna repetición de los fenómenos naturales, e insistirá en una
concepción del mundo creado por Dios; mundo que tiene un principio y un fin; la
historia humana será el desarrollo de este proceso que, teniendo un principio
en Dios, será un ascenso hacia el punto final que es el mismo Dios. En este
proceso ascensional las obras que el hombre produce adquieren una posición
decisiva, incluidas las obras de arte. De modo más específico, puede decirse
que el pensamiento cristiano, desde la concepción de la belleza y de la obra de
arte, piensa el universo como obra de Dios, en este sentido pueden mencionarse
a san Ambrosio y a san Basilio que escriben tratados sobre la creación
titulados Hexaemeron, la obra de seis
días, Filón de Alejandría escribe una obra titulada De opificio mundi. Básicamente estas obras son reflejo de la
perspectiva en la cual se mueve el pensamiento medieval. En ellas es claro el
hecho según el cual, la belleza no es tanto un atributo del ser sino una
cualidad visible y sensible de la belleza de Dios. Las consecuencias que se
desprenden de esta concepción sobre la belleza no son elaboradas por el
pensamiento medieval. En el medio evo santo Tomas cuando desarrolla su
concepción de la belleza entendido como
integritas, claritas y proportio está pensando en una
definición de lo bello, pero desde una perspectiva de la ontología platónica y
aristotélica, lo mismo vale para la doctrina que desarrollan san Buenaventura y
Dionisio Areopagita cuando piensan lo bello en términos de esplendor y la luminosidad.
Ya el medio evo introduce una reflexión sobre la belleza no tanto pensada como
categoría metafísica sino una producción de carácter técnico, ya empieza a
considerarse en esta época que lo bello tiene el carácter de las obras que el
hombre produce; en este sentido puede verse como una estética de la luz y del
esplendor centra su atención en el desarrollo de una técnica que enfatiza el
color y las formas visivas en general, con ello empieza a desarrollarse desde
el medio evo una propuesta estética que se centra en la técnica y en la
producción humana.
Algo similar sucede con la
noción de símbolo. Las bases de una
visión simbólica del cosmos, que realizó el medioevo, fueron decisivas para las
poéticas que se desarrollaron en el siglo XVIII; fueron los pensadores
medievales quienes desarrollaron los conceptos de los que, siglos después, se
sirvieran los intelectuales del Romanticismo. El cosmos, entendido como obra de
la creación de Dios, lleva consigo las huellas, los signos y los mensajes del
Creador. También el Hijo de Dios se ha encarnado en un mundo históricamente
determinado apareciendo como uno de nosotros. A partir del momento de la
encarnación del Hijo de Dios, todo el universo y las cosas visibles tienen con
Dios una relación de reflejo, las cosas son epifanías, reflejan a Dios. Tanto
la creación como la encarnación hacen que todo el cosmos pueda ser mirado como
si fuera figura e imagen de Dios. Lo que vale tanto para las cosas naturales
como para las creaciones artísticas, especialmente la Sagrada Escritura, en la
que se ven representados todos los pasos que Dios realiza para llevar al hombre
a la salvación. También es válido para la poesía no sacral, en este sentido
puede mencionarse la obra de Dante Alighieri en la que se hace mención explícita
de los cuatro sentidos desde los cuales se puede interpretar el texto sagrado:
literal, alegórico, moral y anagógico aplicándolos a la poesía profana. Este es
justamente uno de los elementos centrales de la posición difundida en toda la
cultura medieval y que se convierte en un punto de referencia para la estética,
pero también para la crítica literaria, artística y en general para toda la
teoría de la interpretación.
Poesía
y arte: entre filología y ciencia.
Estamos tratando de
reconstruir las líneas generales de la estética entendida como disciplina
filosófica. La estética desarrollada en la época moderna tiene un gran interés
para este propósito. Como es bien sabido, esta época empieza con el humanismo,
este movimiento tiene un gran interés para e objetivo que aquí nos estamos
proponiendo, ya que no solo nos interesa la parte conceptual desarrollada por
este movimiento, sino que él se interrelaciona con la historia de la cultura y
con las transformaciones de la vida social. Estas transformaciones tanto en el
Humanismo como en el Renacimiento cuestionan de manera profunda la figura
social del artista y tienen una gran importancia para la historia de los
problemas y de los conceptos que ha tenido que afrontar la estética filosófica.
A través de la acentuación de
la relación que se da entre arte y ciencia y la consecuente liberación de la
pintura, escultura y arquitectura de las artes serviles, de ahí nace la
posibilidad de realizar un proyecto que mancomune las artes bajo el rótulo de
bellas artes. Las bases de dicho proyecto se encuentran en el Renacimiento
cuando se presentan numerosas discusiones acerca de la confrontación que se da
entre poesía y pintura. Leonardo, por ejemplo, reflexiona largamente sobre el
sentido científico aplicable a la pintura, pero también medita acerca de la
dignidad que esta tiene respecto a la poesía. En este sentido puede decirse que,
para él, la pintura no es tan solo un arte mecánica, es decir servil, porque
también la poesía se ejercita realizando y diseñando las palabras con la pluma,
también se puede sustentar esta problemática cuando desde la antigüedad se
afirma que la pintura es poesía muda: con el mismo criterio se podría decir que
la poesía es una pintura muda. Inclusive, algunos autores que sostenían que la
poesía tenía una superioridad sobre las artes figurativas, aceptan la
confrontación y discuten tratando de mostrar una unidad sustancial entre las
diferentes artes. Toda esta discusión concluirá en el siglo XVII con la
construcción del sistema unitario de las bellas artes, concluyendo con el
sistema de las artes que Hegel trata en la tercera parte de las Lecciones de estética.
El último gran paso que se
presentó en torno a la relación entre arte y ciencia y su significado teórico,
se dio en el Renacimiento; este se presentó en torno a las discusiones
alrededor de la Poética de
Aristóteles y a las reglas que dicho texto prescribe para la poesía; además de
la confrontación que la mencionada problemática instaura, respecto al tema de
la verdad, reconocido tanto por la ciencia como por la filosofía. Esta
discusión hace mucho más difícil la cuestión de mantener una relación entre
arte y ciencia, arte y verdad. Vasari, por ejemplo, tratará de manera
comparativa dos posiciones respecto a la apreciación de la obra de arte, ya que
esta puede ser apreciada desde la percepción y el placer que trae consigo, pero
también desde la visión científica que trata de medir y calcular
científicamente la experiencia estética. Con esta posición queda claro que, a
lo largo de la historia, especialmente a partir de la época moderna, se
presenta una fuerte confrontación entre arte y ciencia; confrontación que es
especialmente resaltable a partir del manierismo y el barroco.
La
separación entre arte y ciencia. Barroco, empirismo y clasicismo.
La definición teórica del arte
que se da entre el siglo XVI y el XVII se efectúa a través la distinción que
debe establecerse entre ésta y la ciencia, y la pretensión de esta última a
hacerse valer como el único lugar donde pueda darse una auténtica experiencia
de la verdad. El inicio de esta nueva fase en el desarrollo de la estética
puede reconocerse de modo emblemático en una de sus más grandes exponentes:
Francis Bacon.
Este autor puede considerarse
como el iniciador de la estética barroca a partir de la separación que realiza
entre la poesía, la historia y la ciencia. Él insiste en que la ciencia se
funda en la razón, la historia en la memoria y la poesía tiene su fundamento en
la fantasía. Esta última puede realizar conexiones y desconexiones entre las
cosas, unir lo que en la naturaleza está separado y viceversa, todo esto lo
hace con la intención de satisfacer las necesidades del ánimo humano. Este a su
vez tiene proporciones mucho más amplias que las que se presentan en la naturaleza
y tiene exigencias de justicia mas completas que la naturaleza no puede
satisfacer. De esta manera Bacon enuncia los elementos que constituyen muchas
de las poéticas más representativas del Barroco, que tienen su fundamento en el
artificio y en lo maravilloso; también enuncia la noción de fantasía que tiene
como objetivo satisfacer solo a las necesidades del ánimo, presentes en muchas
de las experiencias estéticas del siglo XVII.
El ingenio y la argucia son
dos conceptos que están presentes en el siglo XVII y que se usan para explicar
la relación y el divorcio que puede presentarse entre las cosas. Conceptos que
pueden ser muestra de la decadencia de la sensibilidad que se presenta en el
Barroco, pero a la vez puede reconocerse en dichos conceptos uno de los
momentos que constituyen la temática de la estética moderna.
El ingenio y la argucia pueden
ser vistos como el primer modo a partir del cual la filosofía moderna intenta
dar una definición positiva de lo que caracteriza el ámbito del arte. También
la noción de verosimilitud es algo que empieza a discutirse a partir del siglo
XV respecto al tema del arte y la verdad. La teoría de la argucia se difundió
ampliamente por toda Europa durante el siglo XVI y está estrechamente ligada a
la poesía barroca. En Inglaterra, la teoría de la argucia se desarrolla en
relación con el movimiento empirista; esto hace que la experiencia estética se
coloque por debajo de las condiciones empíricas que conducen al conocimiento,
condiciones por lo demás subjetivas. Este análisis insistirá, sobre todo, en
establecer empíricamente los criterios de valoración de las obras de arte;
dentro de este contexto, los conceptos de argucia e ingenio tendrán una gran
relevancia, y que unidos a otros serán sistemáticamente utilizados a partir de
Kant: gusto, sentimiento, sentido común, juicio.
Un aspecto de este análisis
que la estética posterior tenderá a olvidar, absolutizando todos estos
conceptos antes mencionados, es aquel que hace parte de la relación que se
establece entre aquellos y las relaciones sociales. Tal es el caso del gusto,
del que hablarán los empiristas, y que está estrechamente ligado al buen gusto,
y del cual se habla para hacer referencia a una buena educación, discreción,
capacidad de mantener buenas relaciones sociales sin turbarlos con excesos de
ningún género.
En Francia la teoría estética
empieza a desarrollarse en relación con el cartesianismo y de esa manera
adquiere un perfil en el que predominan caracteres normativos rigurosamente
clasicistas. Boileau escribe una obra titulada arte poética en la cual la
justificación del arte y de la poesía permanece como un asunto de similitud que
debe ser medida con criterios estrictamente racionales. El clasicismo francés
tiene todavía el mérito de haber mantenido vivo el pensamiento estético de
Aristóteles transmitiéndolo a la cultura alemana del siglo XVII.
En Alemania se formularán las teorías con las
cuales la estética moderna se relaciona de manera directa. Estas se
desarrollarán por el influjo que ejercieron los ingleses y los franceses. Desde
el punto de vista del gusto y de los elementos críticos propios de la filosofía
alemana del siglo XVII, se desarrollará el clasicismo, el que retoma de los
franceses el interés por una crítica de carácter preceptivo. Por otro lado,
pueden encontrarse para esta época contenidos teóricos que incidirán en la
historiografía artística, tal es el caso de Johann Joachim Winckelmann, el cual
desarrolla una actitud que admira la antigüedad, y que sirve de base para que
el hombre moderno cuestione e interrogue sus modos de vida y su existencia
teniendo como punto de referencia la cultura clásica antigua.
El clasicismo alemán por otro lado está
influenciado por la cultura inglesa, esta influencia se deja sentir en
conceptos tales como el gusto, sentimiento, sentido común, sentido, etc., e
incluso esta influencia inglesa en la cultura alemana se deja sentir desde el
punto de vista literario, el cual se refiere a la obra de Aristóteles, Lessing
se siente fuertemente atraído por la literatura de Shakespeare. De esta manera
se puede decir que el clasicismo alemán está profundamente influenciado por el
pensamiento estético inglés y francés; estos son reelaborados de manera
sintética por los alemanes.
Esta síntesis de las dos culturas en la
alemana encuentra su primera expresión en la idea madre de todo el clasicismo
alemán, y que es la base de toda la obra de Winckelmann: los griegos han producido
obras que nosotros admiramos porque eran bellos en sí mismos, dotados de
equilibrio, armonía, calma y vitalidad serena. Otra expresión que es importante
resaltar y que hace parte de esta síntesis desarrollada por los alemanes es el
interés por las condiciones subjetivas de la experiencia estética y la atención
por los caracteres objetivos que constituyen las obras de arte y con ello dan
lugar a propuestas donde se da una clasificación del arte. En este sentido
puede mencionarse el famoso texto de Lessing titulado Laocoonte (1766) donde coloca la distinción entre poesía y pintura
como la base del sistema de las artes. La pintura representa cuerpos y escenas
fijas, su principio es la belleza y la perfección de la forma; en cambio la
poesía representa acciones y movimientos y su principio es la expresión. Herder
coloca como principio de todas las artes un análisis de las facultades del
hombre y que la experiencia estética pone en juego; según este autor, las artes
se distinguen entre sí a partir de la audición (la música y la poesía), la
vista (artes visivas) y el tacto (la escultura).
El tema del genio, será otro de los motivos
que distinguirán el clasicismo alemán, ya que en el genio se encuentran motivos
tanto subjetivos como objetivos para una elaboración de la propuesta estética,
especialmente serán Schopenhuaer y Hegel quienes acentuarán estas problemáticas
uniéndolas, además a una acentuación de la metafísica. Los primeros que
introducirán el concepto de genio en la cultura alemana serán Herder y Hamann
quienes consideran que el genio posee una fuerza creativa tal que se sustrae a
toda normatividad y reglas. Hamann considera que el genio es sobre todo un
individuo, Herder considera que el genio es el producto de una actividad
supraindividual que se expresa en la poesía popular y en la producción de la
lengua. Si la poesía popular es verdadera poesía, esta tiene que alejarse de
todo intento normativo y todo precepto, de todo artificio preestablecido que
quiera adecuarla a reglas y normas.
El influjo de estos pensadores para el
desarrollo de la estética posterior será definitivo ya que a partir de ellos se
empieza a hablar de las condiciones trascendentales, no empíricas, que influyen
en la apreciación del arte, tal es el caso de Kant. Pero también, a partir de
ellos el arte y la poesía serán lugares donde el sujeto que las produce está en
juego en su propia producción, sino que además serán verdaderas y propias
manifestaciones históricas de pueblos, grupos sociales, etc. La definición
kantiana de la experiencia estética en términos de subjetividad trascendental
no se formulará sin tener en cuenta una base ontológica, la que para Kant es la
naturaleza. En el Idealismo, la importancia de la referencia a la naturaleza
será sostenida por Schelling, en cambio Hegel es continuador de la propuesta de
Herder y de Vico, ya que la base ontológica del arte será pensada
fundamentalmente en referencia a la historia.
El arte ¿Ficción o
realidad?
Algunas teorías clásicas sobre el arte han
considerado que esta es ficción. Tal es el caso de la propuesta platónica que
condenaba las artes porque aseveraba que estas eran copia de la realidad;
consideraba que la pintura y las artes figurativas son falsas porque son copias
de los objetos mundanos, y que estos, a su vez, son copias de las ideas, por lo
tanto, las obras vendrían a ser copias de copias. Platón condenaba el arte
dramático porque este distraía al espectador de la realidad llevándolo a
ensimismarse con las escenas representadas en el escenario, colocándolo en una
realidad que no era la suya, que no era la realidad verdadera: en definitiva,
el arte dramático lo sacaba del mundo verdadero para llevarlo a un mundo
ficticio donde reía o lloraba e identificándose con situaciones y con
personajes irreales, solo representados. Platón consideraba que todo esto es
producto de un equívoco ya que era ficticio e ilusorio, no verdadero, por lo
tanto, además traía consigo el peligro de turbar el equilibrio moral del
espectador, colocando en peligro su conducta de buen ciudadano.
Bertolt Brecht en la época moderna defiende
un sentido análogo al propuesto por Platón cuando sostiene que la
representación dramática, que se realiza a través de varios mecanismos teatrales,
de entre los cuales el más notorio es el extrañamiento, debe tratar de superar
el impacto ilusorio de la escena; el espectador siempre debería ser capaz de
juzgar lo que ve, sin necesidad de abandonarse a la ilusión.
Estos argumentos, de una u otra manera están
tocando el tema en que se relaciona el arte con la verdad; ya que si el arte es
ficción es necesario hacer referencia al papel que juega en ella la verdad.
Desde lo que se ha dicho, es necesario
reconocer que la experiencia artística, literaria, poética, teatral y musical
de los dos últimos siglos se ha desarrolla en una dirección contraria a la idea
del arte vista como ficción. Según esta concepción el arte no es producto de la
ficción son que ella es realidad. Las obras de arte se proponen como una
experiencia más profunda de la realidad que diariamente tenemos que enfrentar
los seres humanos.
Solo de esta manera se explica el carácter
solemne del arte que se ha desarrollado en la literatura y en las demás artes;
carácter que ha cobrado una gran relevancia a partir de la modernidad. Dicho
carácter se ha manifestado en la poesía a partir de la segunda mitad del siglo
XVII y se ha desarrollado sucesivamente durante el Romanticismo y con la poesía
pura. En este sentido podría decirse que la palabra poesía adquiere un sentido
análogo al discurso filosófico. El mismo fenómeno ha sucedido en el campo de la
narrativa, en este sentido puede decirse que el Romance, a partir del siglo
XIX, tiene una relación mucho más profunda con la realidad que aquel que
desarrolla la crónica. En el campo de las artes figurativas, a partir del
Cubismo, toda la experiencia de las vanguardias es animada por la pretensión de
mostrar la estructura oculta y esencial de la realidad física. Un proceso
análogo al descrito acontece también en el teatro con Artaud[6]
y en la música con la escuela de Viena[7].
La filosofía contemporánea ha reconocido que
estas experiencias artísticas tienen plena legitimidad. Algunos pensadores del
siglo XIX las han reconocido como una experiencia histórica fuerte y como uno
de los medios a través de los cuales se manifiesta la historicidad de la
verdad. El arte mantiene una relación esencial con todos los aspectos de la
época histórica en que surge. En este sentido puede decirse que es un evento en
el sentido más profundo de la palabra. El arte, vista en este sentido, es origen,
inicio porque no se puede reducir a lo que la precede; el arte introduce un
factor de discontinuidad, de diferencia, de alteridad en la vida cotidiana.
Constituye un riesgo, un peligro porque conecta con la experiencia de un
conflicto. El arte no es algo accesorio ni decorativo, sino que es algo
esencial. No es ilusión, es la casa del ser, es manifestación profunda de la
realidad.
La experiencia del arte durante los siglos
XVIII y XIX puede caracterizarse como un esfuerzo por reivindicar el valor de
verdad que la filosofía platónica le había negado. Además, es necesario afirmar
que cuando el arte reivindica para sí misma una legitimación de la verdad, esto
solo puede hacerse posible si se accede a otro concepto de verdad diferente al
afirmado por la tradición. El concepto de verdad inherente al arte no puede
fundamentarse en el solo hecho de sostener juicios o proposiciones verdaderas.
El arte reivindica para sí misma un contenido de verdad tal que este concepto
debe modificarse respecto a aquel sostenido por la tradición.
La verdad que requiere el arte no consiste en
una proposición verdadera que describa un estado de cosas verificables.
Heidegger sostiene que aquello que se dice en la poesía es algo más verdadero
porque se ubican en el Geviert, en la cuadratura de tierra, cielo, mortales y
divinos. Según esta afirmación, heidegger quiere decir que la poesía transfiere
las cosas a un dominio particular, dicho ámbito es el del lenguaje poético,
donde las cosas son más verdaderas, ya que el dominio del lenguaje poético no
se identifica ni pretende identificarse con el ámbito de la realidad cotidiana.
La definición del arte como ficción favorece
una posición oscurantista, hostil a la cultura, el pensamiento creativo, a la
libertad de la creación artística, y a la invención filosófica. Esta definición
favorece un prejuicio que relaciona la experiencia poética y filosófica con un
estado en el cual se considera que estas son inferiores.
El problema de la estetización de la
existencia, en la cultura contemporánea, tiene una significación en la cual
puede avizorarse el prejuicio antes mencionado: la estetización de la
existencia reduce todo a la imagen, a la apariencia y al espectáculo. En la
política se asiste al triunfo de una visión que puede venderse en y a través de
la publicidad, en cambio entra en crisis la opinión pública crítica. En el
fenómeno religioso contemporáneo la irrupción de lo estético se presenta como
un retorno de la categoría de lo sacro, pero esta noción se convierte en algo
sincretista y en nombre de ella se ensombrece la verdad y la seriedad de la
experiencia religiosa. En la epistemología contemporánea se prefiere hablar de
estilos de pensamientos en lugar de hacer referencia a la verdad inherente a
las teorías científicas.
Las artes no se sustraen a este concepto de
estetización, ya que se replantea el concepto hedonista de la experiencia
artística. La cultura contemporánea intenta recuperar la noción tradicional de
lo bello entendido como armonía, conciliación, superación y nulidad de todo
tipo de conflictos; sin embargo, las vanguardias artísticas y poéticas que se
desarrollaron entre los siglos XVIII y XIX mostraron que la poesía y el arte
nada tiene que ver con este tipo de belleza. Durante estos siglos se ha hecho
claro que el contenido de verdad inherente a la obra de arte cada día va en
decadencia.
El fenómeno del arte entendida como ficción
hace parte de lo que se ha denominado anteriormente estetización de la
existencia; también hacen parte de él el hecho de que en la cultura
contemporánea se vuelva a recuperar el concepto de arte entendido como
decoración e incluso la relación que estableció en su momento Winckelmann entre
arte e historia. El arte permanece como un fenómeno esencial del proceso
histórico y de la realidad. El arte no es ficción, ni ilusión, ni decoración.
[1] Las artes
liberales, propias de los hombres liberales, se contraponen a las serviles,
propias de los esclavos, diferenciación didáctica ejercida por los autores
latinos.
[2]
Vattimo Gianni. Estetica moderna. Introducción. Ed. IL Mulino. 19771.
Bologna.
[3] Sistema musical atonal en el
que se emplean indistintamente los doce intervalos cromáticos en que se divide
la escala. Con ello, se evita el predominio de una tonalidad determinada según
las leyes de la armonía clásica. Fue ideado por Arnold Schönberg.
[4] Vattimo,
Gianni. Poesia e Ontologia. Cáp.
II, pp. 33ss. Ed. Mursia, 19671. Citado PO.
[5] Cfr,
Vattimo, Gianni. Tecnica ed esistenza.
Paravia Scriptorium, 87 ss. 19971.
[6] El
teatro de la crueldad es un
movimiento teatral muy heterogéneo, inspirado en las ideas
del escritor francés Antonin Artaud, expuestas en su libro El
teatro y su doble (1938). La base en la que se inspira este
movimiento teatral es sorprender e impresionar a los espectadores, mediante
situaciones impactantes e inesperadas. Con esto se pretende dejar una huella en
el espectador, es decir, que la obra lo marque.
[7] La escuela de Viena está
compuesta por un grupo de compositores musicales encabezados por Arnold
Schönberg (1874-1951), Alban Berg y Anton Von Webern como máximos exponentes. Surge
por la necesidad de incorporar la música al movimiento Expresionista.
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