Dialogus interruptus: la relación entre Heidegger y Jaspers
Dialogus
interruptus.
Presentación
de Franco Volpi a la relación epistolar entre Karl Jaspers y Martin Heidegger.
Dalla
affinitá elettiva alla crisi provocata dal’impegno nacionalsocialista di
Heidegger, la storia del rapporto fra i due filosofi tedeschi, illuminata dalle
note di Jaspers. L’inutile tentativo di dialogo dopo la fine della guerra.
Desde la
afinidad electiva hasta la crisis provocada por el empeño nacionalsocialista de
Heidegger, la historia de la relación entre los dos filósofos alemanes,
iluminada desde las notas de Jaspers. El inútil intento por establecer el
dialogo después del final de la guerra.
From the
elective affinity to the crisis caused by Heidegger's National Socialist
commitment, the history of the relationship between the two German
philosophers, illuminated from Jaspers' notes. The useless attempt to establish
the dialogue after the end of the war.
Autor:
Franco Volpi.
Traductor:
Orlando Arroyave Valencia[1].
La relación
entre Jaspers y Heidegger, a pesar del fracaso, ha sido una de las amistades
estelares que ha conocido la filosofía de nuestro tiempo.
El camino
de los dos pensadores se cruzó hacia los años veinte, y durante un tiempo,
parecía que de dicho encuentro debería nacer un profundo diálogo filosófico. Si
dicha relación se hubiera llevado hasta sus últimas consecuencias pudo haber
cambiado la suerte de la filosofía alemana del siglo XIX. El epistolario entre
ambos pensadores, que ha sido publicado en el intervalo de tiempo y que
comprende 157 cartas escritas entre 1920-1963[2],
testimonia la intensidad de la relación y constituye uno de los documentos más
interesantes de la historia espiritual de nuestro siglo.
En su
desarrollo esencial, la disputa puede resumirse diciendo que, frente a las
esperanzas, a las declaraciones de intentos y a los proyectos comunes
propuestos al inicio de su amistad, después de todo esto, sobrevendrá la
percepción de las diferencias y las dificultades. Lo que alimentó esta disputa
entre ambos pensadores fue la pasión y la franqueza en el intercambio de las
ideas y en las críticas reciprocas. Al menos, durante un decenio, el diálogo se
prolongó y desarrolló gracias a la firme voluntad de profundizar en la
conversación emprendida. Jaspers, dejado llevar por el entusiasmo, tenía
fuertes expectativas en su amistad con Heidegger. Este último, a su vez, a
pesar de su carácter retraído y cerrado, consideraba a Jaspers como un
interlocutor privilegiado, el único, junto a Bultmann, con el cual advertía una
auténtica similitud en el pensamiento. Pero los sucesos políticos de 1933 y el
empeño político de Heidegger en el nacionalsocialismo congelaron la atmósfera.
De modo imprevisto todo había cambiado y el diálogo se volvió más difícil hasta
el punto de interrumpirse. El último contacto epistolar es del año 1936. Solo
después de la guerra, a diez años de distancia, Jaspers, a través de una carta,
se dirige al que fue su amigo durante un tiempo, en ella intentó aclarar las
relaciones y cultivó la ilusión de reconquistar la antigua franqueza, pero la
similitud de intentos y de pensamientos, que ambos habían esperado desde el
inicio de su amistad, se había hecho imposible de realizar.
Más allá de
la trama esencial, vale la pena iluminar los capítulos más destacados de la
historia.
El encuentro en la
casa de Husserl.
El momento
más intenso en la relación de ambos pensadores fue la fase inicial, este se dio
desde los primeros años veinte hasta la mitad de los treinta. Lo que hizo que
ambos pensadores se encontraran y de inmediato se conectaran fue la afinidad
selectiva, es decir, el espíritu con el cual ambos se entregaron a la causa del
pensamiento, así como el modo de entender e interpretar la filosofía. Esto se
traducía en la exigencia común de renovar radicalmente sus grandes problemas ya
que ella había sido reducida a una exangüe disciplina gracias a los profesores
universitarios; de entre ellos, el viejo Rickert, era ante sus ojos, el
paradigma más negativo. El Pathos y el empeño con los que Jaspers y Heidegger,
cada uno siguiendo su propia inspiración, se entregaron a la realización de
este programa, y el hecho de que ello viniese guiado por lecturas comunes,
tales como Agustín, Lutero, Pascal, Kierkegaard y Nietzsche, y se comenzase con
el mismo problema –el de un nuevo análisis de la existencia tal que estuviera
en la capacidad de captar los caracteres originarios-, son la base del
inmediato y silencioso acuerdo que se instauró, ya siendo la ocasión de su
primer encuentro.
Dicho
encuentro sucedió en la casa de Husserl, en Friburgo, donde ambos fueron
invitados para festejar el sexagésimo aniversario del padre de la
fenomenología. Era el 18 de abril de 1920.
Jaspers
evoca la atmosfera de aquel primer encuentro en el capítulo de su Autobiografía filosófica (1977) dedicado
a Heidegger, escrito hacia la mitad de los años cincuenta, pero publicado
póstumamente, después de su muerte[3], cuando
dice: “Para Heidegger, nuestro encuentro fue una sorpresa, para mí un estímulo.
Me impresionó su compromiso filosófico juvenil. Me dijo que su vocación
filosófica llegaba hasta una resolución que tenía el estilo de las grandes
decisiones de los hombres que están dispuestos al riesgo y al sacrificio en la
decisión de su vida. En la sociedad de los filósofos, Heidegger era, entre sus contemporáneos,
aquel con el cual tenía algo para compartir. Y todavía hoy sigue siendo así.
Con otros filósofos mantengo buenas relaciones, aprendo de ellos, respeto sus
obras, pero no he tenido jamás la impresión que he mencionado o tenido; como
filósofos era algo que llegaba con la filosofía. Heidegger, a su vez, penetraba
en los más recónditos nexos problemáticos de la filosofía.
En la
primavera de 1920 mi mujer y yo pasamos algunos días en Friburgo para hablar en
aquella ocasión con Husserl y Heidegger, para entonces se celebraba el
cumpleaños de Husserl. Estábamos sentados en la mesa para tomar el café,
formábamos un gran círculo. La señora Husserl llamaba a Heidegger su “niño
fenomenológico” […] Husserl hablaba de modo muy suelto. No advertía más en él
aquella vanidad que me había impactado en Gotinga en el año de 1913. Hablaba de
las cuestiones filosóficas que le apremiaban, las que, como se dice
cordialmente, pero sin desdeño o resentimiento, difícilmente me hubieran
interesado. Me preguntaba qué otra cosa estaría haciendo.
Heidegger,
a su vez, era de mal humor. En verdad la atmosfera de aquella tarde era algo
más que buena. Me parecía que se podía observar algo del pequeño-burgués, algo
sofocante, faltaba la libre relación de hombre a hombre, faltaba la chispa del
espíritu y el sentido de la nobleza. Ciertamente, la cordialidad de Husserl
tenía su calor, pero estaba privada de fuerza y de grandeza, daba la impresión
de encontrarse bien en aquella atmosfera. Por mi parte, dentro de mí sentía una
cierta lejanía, estaba acostumbrado a la libertad que, para mí, en mi patria y
en Heidelberg, hacían parte de una atmosfera natural.
Solamente
Heidegger, me pareció diferente. Fui a encontrarlo sentado cerca a él, en su
pequeña estancia, lo vi mientras estudiaba a Lutero, vi la intensidad de su
trabajo, sentía simpatía por su modo de hablar conciso y penetrante” (92-93).
El inicio del
diálogo.
La conexión
entre los dos pensadores fue inmediata a pesar de la diferencia de edad y de la
diversidad en el estatus académico y científico. Jaspers, que había nacido en
1883, enseñaba ahora como profesor en la universidad de Heidelberg y gozaba de
una gran fama conquistada principalmente gracias a su Psicopatología general (1913) y a la Psicología de las visiones del mundo (1919). Por el contrario,
Heidegger era seis años más joven, apenas había sido asistente de Husserl durante
un año, había publicado la tesis doctoral y la tesis que lo habilitaba para ser
profesor universitario, dos trabajos que habían pasado casi inadvertidos.
Esta brecha
externa no impedía –como se puede ver en el epistolario- que el encuentro fuera
el inicio de una serie de visitas. Jaspers estaba impedido para viajar debido a
la enfermedad crónica que lo debilitaba, en vista de esto, era Heidegger quien
se acercaba a él para visitarlo en Heidelberg. Durante estos encuentros, que a
veces duraban también varios días, los dos pensadores estaban juntos y
dialogaban con una intensidad que ambos recordarán con nostalgia.
Cuando Heidegger
era nuestro huésped –cuenta Jaspers en su Autobiografía
filosófica (1977)- “solíamos trabajar. En el transcurso de la jornada nos
encontrábamos varias veces para conversar. Ya los primeros diálogos entre
nosotros me entusiasmaron. Difícilmente se puede imaginar la satisfacción que
experimentaba al poder hablar seriamente con uno de los del grupo de los
filósofos, pero ¿Qué era lo que nos unía? Vistas las cosas desde hoy, si por un
breve periodo de tiempo nos sentimos en el mismo camino, ha sido un error. Pero
para mí era una verdad que ahora no me puedo negar; era clara la común
oposición hacia la filosofía académica tradicional. Menos clara, pero con la
necesidad de remover algo desde lo profundo, era la confusa certeza de que, en
el marco de la filosofía académica, en el cual estábamos empeñados en trabajar
y enseñar, aquí se perfilaba la necesidad de un cambio.
Ambos
sentíamos que era nuestro deber la renovación no ya de la filosofía sino de
aquel tipo de filosofía que ahora se podía encontrar en las universidades. Nos
unía, entre otras cosas, la emoción por Kierkegaard.
En nuestros
diálogos hablaba yo casi siempre. Era notable la diversidad de nuestros
temperamentos. El carácter silencioso de Heidegger me empujaba a un exceso de
palabras […]. Gracias a Heidegger, la tradición del pensamiento cristiano,
especialmente católico, que yo conocía, se convierte para mí en la extraña
frescura de un hombre que estaba inmerso en él con toda su alma y que al mismo
tiempo superaba. Fue él quien me regaló muchas expresiones singulares,
narraciones y sugerencias. Recuerdo cómo hablaba de Agustín, Tomás, Lutero.
Veía el potencial que se encontraba en sus obras. Me daba indicaciones
bibliográficas precisas, me señalaba los pasos. Entre nosotros, en los días en
que estábamos juntos y posiblemente mucho después, había una atmosfera de
solidaridad. Con la mente abierta nos entreteníamos intentando darle voz a lo
que se ve. Sentados en el sofá, aun viendo que me levantaba tarde y que soñaba
mucho era capaz de preguntarme Heidegger ¿Pero usted cuándo trabaja? No estaba
de acuerdo con mi estilo, ni la falta de disciplina, ni la secuencia en las
palabras. Pero Heidegger no intentaba culparme, sino que me permitía seguir
libre mi camino. Con garbo y con estilo no fallábamos en el momento de
apoyarnos mutuamente (93-96).
En
Heidegger, el deseo de ir a las raíces era tan fuerte y sobresaliente por
encima de cualquier otra cosa, que la amistad con Jaspers, tarde que temprano,
debía experimentar un cambio. Antes de empezar su amistad con Jaspers, él (Heidegger,
M. 2000, pp. 15-47) había comenzado a estudiar la Psicología de las visiones del mundo: “Entre 1919 y 1921 había
elaborado una amplia recensión que pensaba publicar en la revista Göttingische Gelehrte Anzeigen. En ella
reconocía la originalidad y el significado de sus investigaciones y el mérito
de haber individuado en el análisis de la vida humana, en términos de
existencia, el fundamento sobre el cual fundamentar la renovación de la
reflexión filosófica. Heidegger le recriminaba el hecho de no haber llegado
hasta el fondo del problema y de no haber elaborado en términos suficientemente
originarios las determinaciones existenciales y la unidad ontológica de fondo.
Si, por un lado, el mérito de Jaspers consistió en haber llamado la atención
sobre el fenómeno de la existencia, por otro lado, Heidegger hablaba claramente
de una equivocación filosófica en el momento de asumir y afrontar los problemas
tenidos en cuenta, pero desde una perspectiva conceptual propia de la ciencia y
de la filosofía tradicional. Esta no era una crítica de poco valor ya que ello
implicaba el hecho de reprocharle a Jaspers el haber fallado en su intento y de
esa manera reprobar los fundamentos mismos de su investigación. La máxima en la
que Heidegger se inspiraba era muy clara: Amicus
Jasperus, magis amica veritas.
Cuando en
junio de 1921, Jaspers recibe de su amigo el texto mecanografiado de la larga
recensión –el impreso hubiera podido alcanzar unas 40 páginas-, permanece
profundamente conmovido por la atención y la profundidad con las cuales
Heidegger había hecho la disección de su trabajo; sin embargo, permanece muy
sorprendido por la radicalidad de la crítica. Esta contrastaba con las
apreciaciones orales y epistolares que hasta ahora Heidegger le había
expresado, y después del entusiasmo que había experimentado a partir del
diálogo filosófico que habían tenido; después de esto, Jaspers, no habría
esperado una crítica tan encarnizada hasta el punto de demoler la estructura
misma de su obra (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, p. 23).
Todavía
continuó tratando de profundizar el diálogo abierto e instaurado con el más
joven interlocutor. Probablemente esta fue la razón que indujo a Heidegger para
no publicar la recensión –que ya había mandado a Husserl y a Rickert-, ya que
ella podía ofender al amigo.
La
recensión coloca sobre la palestra una forma diversa de aproximarse al problema
de la existencia y en el fondo, un modo diferente de concebir la investigación
filosófica. Sin embargo, Jaspers expresó su intención de clarificar, a partir
de un diálogo con Heidegger los puntos más controvertidos, a pesar de esto,
Jaspers nunca tuvo el deseo ni la intención de reformar la estructura general
de su investigación (esto puede inferirse a partir del prefacio a la tercera
edición de la obra, realizado en 1925[4]);
es más Jaspers encuentra que dicha crítica era injusta, esto se lo comunicó al
propio Heidegger a partir de una carta.
El surco
que los separaba se profundizó después de la publicación de Ser y tiempo (1927). Esta vez fue
Heidegger quien se desilusionó del comportamiento de Jaspers. Él declaró que
solo dos personas estaban en la capacidad de comprender verdaderamente su obra:
Bultmann y Jaspers. Este último, que se encontraba trabajando en su obra
filosófica mayor y que saldría a la luz en el año 1931 con el título Filosofía, jamás se confrontó con el
libro de Heidegger, pero hizo que Dolf Stenberger y Hans Jonas realizaran un
par de seminarios sobre algunas partes de la obra; en sus apuntes personales
confiesa haberla leído poco, declara que poco se apasionó por ella; es más, dice
que se cansó leyéndola y que la encontraba llena de academicismos inútiles. En definitiva,
surgieron disonancias destinadas a ser cada vez más graves y profundas.
Recuerda
Jaspers que, en su relación, desde el inicio, faltaba entusiasmo. No era una amistad
que estuviera fundada en sus naturalezas; en el comportamiento y en sus
palabras existía algo que los separaba. “Nuestro humor no era transparente,
solamente en los momentos más bellos de nuestros diálogos, por instantes se
hacía límpido y sin reservas […] si me sentía alejado de él era porque a través
del velo de lo convencional, él veía conmigo el destino infausto de las cosas
extremas y de los límites; inmediatamente después me parecía que era algo
lejano por el modo en que habría de experimentarlo. Veía su profundidad, pero
soportaba hasta el cansancio otros aspectos indefinidos. Se parecía a aquellos
amigos que te traicionan cuando no estás, pero que te eran inmediatamente
cercanos en instantes destinados a permanecer sin consecuencias. Tenía la impresión
de que un demonio se insinuaba en él hasta tal punto que yo tenía que exigirme
a mí mismo para no prestarme a sus descarrilamientos. Durante el transcurso del
decenio se intensificó la tensión entre simpatía y extrañeza, entre la
admiración por su capacidad y el rechazo de su locura inconcebible, entre el
sentimiento del acuerdo en el modo de hacer filosofía y la percepción de una
actitud diversa del todo extraña para mí.
Con el
transcurso de los años, y durante las visitas de Heidegger a Heidelberg parecía
que nuestro humor cambiaba. Antes llegaba con una alegría despreocupada, la que
existía entre nosotros desde el inicio. En cambio, ahora, desde su llegada,
parecía que estuviera de mal humor, irritado, es más, hostil. Después unos
cuantos días, aquel mal humor desaparecía del todo y regresaba la atmosfera
íntima, abierta, participativa y sin prejuicios de una conversación, como me
parecía en aquella época y aún hoy. Era como si con la convivencia, el
desaliento y el hielo se diluyeran” (Jaspers, K. 1977, p. 97-98).
Hacia
finales de 1931, después que Jaspers le hubiera enviado a Heidegger sus dos
nuevas publicaciones: Filosofía y La situación espiritual de nuestro tiempo,
el diálogo se encendió de nuevo. Nuevamente los dos volvieron a conversar, a través
de cartas, acerca de mancomunar esfuerzos y de una asociación filosófica en la
que debían profundizar diversos modos de actuación latentes en su programa común.
La sombra funesta
de 1933.
A partir de
este momento y en poco tiempo la situación de Alemania cambió. Heidegger se
adhirió al nacionalsocialismo y se empeñó en la tarea de transformar y orientar
la universidad. En junio de 1933 fue nombrado rector nacionalsocialista de la
universidad de Friburgo y fue a Heidelberg para dictar una conferencia sobre la
universidad alemana en el nuevo Reich. En esta ocasión visitó a Jaspers. Fue la
última vez.
El recuerdo
de la conversación que tuvieron, y que Jaspers ha consignado en su Autobiografía filosófica es inquietante;
más que de cuestiones filosóficas, Heidegger había comentado entusiasmadamente
asuntos que a Jaspers le parecieron siniestros, tales como conjurar el
hebraísmo internacional, motivo tan trajinado por la propaganda nacista o las
“maravillosas manos de Hitler (Jaspers, K. 1977, p. 8),
No era difícil
imaginar el tipo de brecha profunda que se abría entre los que fueron amigos
por un tiempo; interrumpiendo también así la posibilidad de realizar un diálogo
filosófico profundo. Jaspers, que se había casado con una hebrea, veía cómo se
perfilaba un horizonte tétrico e incierto; pero ahora era muy difícil imaginar
las consecuencias infaustas que el nuevo curso de Alemania –en el que su amigo
se había enfilado para encabezarlo- habría tenido para él, bien sea en la
universidad o en el campo personal. En el año de 1937 fue forzado a pensionarse
y un año después se le impidió que publicara. Prácticamente permaneció aislado,
en medio de muchas dificultades, hasta el punto de optar por la vía del exilio
interior y de prepararse para el suicidio con su mujer en el caso de que la
Gestapo los hubiera arrestado.
Sin embargo,
la amistad con Heidegger no se interrumpe inmediatamente. Después de haber
leído el discurso para asumir el rectorado y que tenía como título La autoafirmación de la universidad alemana,
y que Heidegger le había enviado después a Jaspers, este le responde el 23 de
agosto de 1933 con palabras de aceptación y elogio: “grandioso sería el reclamo
que ahí se le hace a los griegos, hasta el punto de consentir una confrontación
con Nietzsche. Pero de Usted se puede esperar que después de la interpretación
filosófica siga la realización de cuanto dice, y ahora su discurso tiene un
tinte de credibilidad […] él se convierte en el único texto que documenta una
voluntad académica actual destinada a durar” y en la conclusión recalcaba su
estima intacta: “mi fe en su modo de hacer filosofía, el que enriquezco con un
nuevo vigor desde la primavera, y desde nuestros diálogos más recientes, no se
ha turbado con algunos elementos de este discurso, los que consideran los
hechos recientes, ni de alguna cosa que me parezca forzada en él o de cosas que
parezcan vacías. En definitiva, soy feliz, por el hecho de que haya alguien
capaz de hablar hasta el punto de tocar las raíces y los límites auténticos
(Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, p. 155)[5].
También la
última carta de Jaspers a Heidegger que lleva como fecha el 16 de mayo de 1936
es un testimonio de la inalterada benevolencia y de la sinceridad, casi
ingenua, con la cual él continuaba dirigiéndose a su amigo. Su generosidad es
más valiosa en cuanto Jaspers la mantiene a pesar de que ya sabía de los
reprochables compromisos que Heidegger tenía con el nacionalsocialismo. En 1935
había recibido de Marianne Weber, la viuda del gran sociólogo, con el cual
tenía una relación amistosa, un juicio sobre Eduard Baumgarten que Heidegger
había escrito para la autoridad en el que debía evaluar si era fiable
políticamente: “El doctor Baumgarten –escribía Heidegger- proviene por
parentesco y actitud espiritual del circulo intelectual liberal-democrático que
gira en torno a Max Weber. Durante su estadía aquí en Friburgo era algo más que
nacionalsocialista. Después de haber fallado conmigo, tuvo relaciones estrechas
con el hebreo Fraenkel […] creo que se debe excluir su admisión tanto en la SA
como en el cuerpo de docentes” (Heidegger, M-Jaspers 1990, pp. 162-163).
A pesar de
que las frases de Heidegger no dejaran lugar a dudas, Jaspers continuó
confiando en su amigo. En una carta del 16 de mayo de 1936, Jaspers le
manifestaba la esperanza de poder continuar el diálogo filosófico según los
proyectos que tenían en común desde hacía algún tiempo; también si la nueva
situación en la que se encontraba le permitía continuar su común trabajo
filosófico. Las palabras de Jaspers expresan una desesperada, casi ciega
ilusión de mantener vivo el vínculo de su amistad contra una realidad que
avanzaba con toda su funesta dramaticidad: “Su actitud hacia la filosofía en
esta época es también la mía; sus valoraciones sobre Nietzsche y Hölderlin nos
acercan. El hecho de que yo deba callar, Usted lo comprenderá y lo aprobará. Mi
alma está enmudecida porque en un mundo como este yo no permanezco con la
filosofía sin resonancia, tal y como escribe Usted de sí mismo, pero seré […]
un nudo me aprieta la garganta. En la influencia que silenciosamente tenemos,
hasta que se pueda concretar, podemos reencontrarnos” (Heidegger, M.-Jaspers,
K. 1990, pp. 162-163). Este fue el último contacto, después, por espacio de
diez años no hubo nada, hasta que terminó la guerra.
Después de la
catástrofe de Alemania: el juicio de Jaspers.
En el otoño
de 1945, Jaspers le envió a Heidegger el primer número de la revista Die Wandlung, en la cual él era uno de
los consultores científicos[6],
con la esperanza de que él hiciera una “aclaración sin reservas”. Heidegger,
que en este momento era sometido al juicio de la comisión de depuración, no
respondió al envío. Pero le solicitó a la comisión que se ocupaba de su caso,
que le pidieran el parecer a Jaspers.
El rol que
Jaspers juega en la condena y en la rehabilitación de Heidegger ha sido
reconstruido y narrado muchas veces[7],
basta recordar que el primer parecer escrito por Jaspers, formulado en una
carta escrita el 22 de diciembre de 1945 a Friedrich Oehlkers, miembro de la
comisión de depuración, fue fatal para Heidegger, ya que con él inducía a echar
por tierra un primer juicio clemente que había sido formulado en el caso que se
adelantaba contra él. Pero también reconocía que Heidegger era quizás el único,
entre los filósofos contemporáneos, “verdaderamente capaz de hacer filosofía”;
también consideraba que era importante esperar y pedir que él permaneciera en
su posición para trabajar y escribir acerca de aquello para lo que él estaba
capacitado; igualmente Jaspers recomendaba que él fuera llamado para que
rindiera cuenta de su filiación con el nacionalsocialismo. Constantemente
Jaspers mencionaba el caso de Baumgarten, citando las frases más comprometedoras
y sobre todo recordaba que Heidegger, al igual que Karl Schmitt y Alfred Baeumler
había intentado inútilmente llegar a ser un guía espiritual del
nacionalsocialismo. Por esto, Jaspers proponía que, por un lado, él fuera
puesto en condición de trabajador, pero, por otro lado, que durante un tiempo
fuera alejado de la enseñanza (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, pp. 270-274).
Jaspers autorizaba a la comisión para que su juicio fuera conocido por el mismo
Heidegger.
No se trata
de narrar detalladamente cómo concluyó el “caso Heidegger”. Es un hecho que el
proceso transcurrió en medio de incertidumbres y dificultades, en un vaivén de
valoraciones acerca de los procedimientos que se debían tomar, hasta el punto
que, con ello, se somete a prueba la salud mental del acusado. Jaspers
nuevamente vuelve a intervenir, pero esta vez para defender a Heidegger. En el
año de 1947 preparó un artículo para la Neue
Zeitung, el que no fue publicado. En el año 1949 el historiador Gerd
Tellenbach nombrado como rector de la universidad de Friburgo, trató de
encontrar una solución para el caso Heidegger, esta vez les fue consultado su
parecer a Jaspers, Romano Guardini y Nikolai Hartmann. El 5 de junio de 1949
Jaspers hace saber: “Magnifico rector, por todo aquello que Heidegger ha hecho
en filosofía es reconocido en todo el mundo como uno de los filósofos más
importantes de nuestro tiempo. En Alemania no existe ninguno que lo supere. Su
modo de hacer filosofía, casi esotérico, sensible a las cuestiones más
profundas y que se pueden reconocer de manera indirecta solo en sus escritos,
hace de él hoy, en medio de un mundo filosóficamente pobre, una figura única.
Es una obligación para Europa y para Alemania, que se deriva del reconocimiento
de las cualidades y de la capacidad espiritual, el hecho de proveer que un
hombre de la estatura de Heidegger pueda trabajar con tranquilidad, continuar
con su obra y publicarla […]. La universidad alemana no puede permitirse el
lujo de dejar a un lado a Heidegger (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, pp.
275-276).
La fugaz
reanudación de la amistad.
La
correspondencia entre Jaspers y Heidegger se reanudó de nuevo llegando a
alcanzar momentos de rara intensidad. En una carta fechada el 6 de febrero de
1949, Jaspers se había dirigido a su amigo comentándole, con toda la franqueza
posible, su primer juicio crítico presentado ante la comisión de depuración y
no le ocultaba, que en el plano filosófico sus caminos finalmente eran
diferentes, a pesar de que “En el mundo nuestros nombres son mencionados
continuamente, esta situación no podía seguir siendo un motivo para callar en
el momento de hablar el uno del otro, al contrario era necesario tener claro
que cualquier cosa que haya sucedido entre nosotros no se puede ocultar ni
cancelar” (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, pp. 276).
En la
respuesta que, por un descuido del correo, solo llegó el 22 de junio, Heidegger
escribía: “Le agradezco cordialmente esta carta. El hecho de que Usted me haya
escrito es para mí un motivo de gran alegría. A pesar de todos los errores, la
confusión y por cierto el tiempo, una pésima disposición de ánimo, la relación
que se estableció con Usted, al inicio de nuestros caminos, durante los años 20
ha permanecido inalterada e inviolada (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, 171).
Heidegger se abre ante su amigo y le confiesa su estado de ánimo. En una carta
del 5 de julio, alegrándose Jaspers por sus éxitos, le confiesa en tono triste
y melancólico su estado de crisis: “En mí, lo digo con sobriedad y sin
lamentos, todo va hacia la tortura […], tengo la sensación de crecer solamente
en las raíces, pero no en las ramas (Heidegger, M-Jaspers, K. 1990, p. 174).
La ocasión
parecía el momento propicio para reemprender el antiguo proyecto de un diálogo
filosófico. Como Jaspers sugiere, en esta ocasión, este podría desarrollarse de
una forma epistolar, pero poco tiempo después el proyecto no tiene éxito. En
este sentido Jaspers le dirige una carta el 24 de julio de 1952 en la que le
manifiesta su preocupación por el modo con que Heidegger realiza, a través del diagnóstico
del presente, en términos de una visión del destino de la técnica, que con ello
anula la posibilidad de un juicio político diferenciado; Jaspers nunca recibió
respuesta de esta carta. Este no le esconde a Hannah Arendt (Arendt, H-Jaspers,
K. Briefwechsel. 1985) su desilusión, ya que el mismo carácter político era lo
que lo había llevado en 1933 a engrosar las filas del nacionalsocialismo. En
este sentido era latente que en Heidegger no había un sentido de culpabilidad
ni un verdadero arrepentimiento[8].
La turbación se convierte en desconcierto y en resentimiento cunado en el
ensayo Über die Linie, que Heidegger
escribe con motivo del sexagésimo aniversario de vida de Jünger, Jaspers
alcanza a leer algunas líneas que interpretó como si se dirigieran a sí mismo:
Quien cree hoy, polemizaba Heidegger, puede escudriñar de la manera más clara y
puede continuar el preguntar metafísico en la totalidad de su naturaleza y de
su historia, un día tendrá que pensar, ya que se mueve en espacios tan
luminosos, de dónde ha tomado la luz para ver más claramente. Frente a esto
sostiene Jaspers que es grosería considerar que los intentos de su pensamiento
sean una demolición de la metafísica, y al mismo tiempo, mantenerse, con la
ayuda de aquellos intentos, en un camino del pensamiento y en representaciones
que han sido tratadas, por no decir que se ha debido a la misma demolición
(Heidegger, M.-Jünger, E. 1989, p. 154). El 22 de septiembre de 1959, en una de
sus últimas cartas, escrita desde Cannes, para desearle a Heidegger un feliz
septuagésimo aniversario de vida, Jaspers constata que “Desde 1933 un desierto
se ha interpuesto entre nosotros, después de cuánto se ha dicho y ha acaecido
este aparece cada vez como más infranqueable” (Heidegger, M- Jaspers, K. 1990,
p. 216).
El último adiós.
Prontamente
en el período en el que languidece y se disminuye la correspondencia, las
notas, las glosas y las anotaciones que Jaspers recogía sobre Heidegger se
tornan más densas, esto sucedía porque éste intentaba elaborar el capítulo
sobre Heidegger que iría publicado en la Autobiografía
filosófica, el que fue escrito entre 1954-1955, pero que, por el consejo de
su mujer y de algunos amigos no fue publicado, la causa de esto radica en el
hecho según el cual Jaspers esperaba que definitivamente se clarificaran las
cosas entre los dos; esto vino a suceder en una carta fechada el 26 de marzo de
1963.
Pero el
testimonio más elocuente de que el Dialogus
interruptus con Heidegger había llegado a su fin, según Jaspers, está en el
hecho de que cuando le llega la muerte, el 26 de febrero de 1969, el dossier
Heidegger, que consta de 300 páginas, permanecía, en este preciso momento,
abierto en su escritorio.
La última
anotación que ahí leemos es una noble despedida que hace grande la incompleta
amistad entre Jaspers y Heidegger: “Desde siempre, los filósofos contemporáneos
se han encontrado entre sí en una montaña alta, encima de un amplio altiplano
rocoso. Desde allí, la mirada se extiende sobre las montañas nevadas y después,
mirando hacia abajo, posa la mirada en los valles habitados por los hombres,
sobre los horizontes lejanos y todo lo que se extiende bajo el cielo. Allá el
sol y las estrellas son más luminosas que en cualquier otra parte. El aire es
tan puro que destruye cualquier oscuridad, tan frío que no deja que ningún humo
se levante, tan limpio que un impulso del pensamiento se difunde a través de
inmensos espacios. […] parece que hoy no existe ninguno que se pueda encontrar sobre
este altiplano. He tenido la impresión […] de encontrarme solamente uno y excepto
él ningún otro. Este hombre ha sido mi caballeresco adversario: las potencias
que nosotros servíamos eran irreductibles entre ellas. Prontamente se evidencia
que nosotros no podíamos hablar. Es así como la gloria pasa a convertirse en
dolor, un dolor particularmente inconsolable, como si se hubiera perdido una
posibilidad que parecía cercana y a la mano.
Esto
sucedía entre Heidegger y yo. Por esta razón encuentro que son insoportables,
sin ninguna excepción, todas estas críticas que se le han hecho; allá, en ese
altiplano, no habrían tenido lugar. Por esta razón camino hacia la búsqueda de
la crítica que se convierte en algo real, sobre todo cuando está centrada en lo
sustancia misma del pensamiento; camino hacia la búsqueda de la lucha que rompe
la ausencia, la falta de comunicación de lo irreconciliable, hacia la
solidaridad que allá –tratándose de filosofía- es ahora posible aún de parte de
quien es más extraño.
Una crítica
y una lucha, entendidas en este sentido, probablemente son imposibles, y, sin embargo,
quisiera intentar, por así decirlo, capturar la sombra”.
Bibliografía.
Arendt, H-
Jaspers, K. (1985). Briefwechsel 1926-1925. München-Zúrich: Piper.
Heidegger,
M. (2000). Anotaciones a la Psicología
de las visiones del mundo de Karl Jaspers (1919-1921). Hitos. Madrid:
Alianza, 15-47.
Heidegger,
M.-Jaspers, K. (1990). Briefwechsel 1920-1963. München-Frankfurt:
Klostermann-Piper.
Heidegger,
M. (1989). La autoafirmación de la universidad alemana. Madrid: Tecnos.
Heidegger,
M.-Jünger, E. (1989). Oltre la línea. Milano: Gallimberti.
Jaspers,
K. (1977). Philosophische Autobiographie. München: Piper.
Jaspers,
K. (1996). La questione della colpa. Milano: Cortina.
Ott, H.
(1988). Martin Heidegger. Unterwegs zu seiner Biographie. Frankfurt: Campus.
[1] Doctor en
Filosofía de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma. Profesor interno en
la Universidad Pontificia Bolivariana, integrante del grupo de investigación en
filosofía Epimeleia. Autor de varios libros y artículos sobre la filosofía
contemporánea, especialmente la postmodernidad.
[2] M. Heidegger-K. Jaspers, Briefwechsel.
1920-1963. Editado por Walter Biemel y Hans Saner, Klostermann-Piper,
München-Frankfurt a.M. 1990.
[3] Jaspers, K. Philosophiche
Autobiographie, Piper, München, 1977. Edición ampliada con el capítulo
décimo sobre Heidegger. Traducción italiana al cuidado de Ervino Pocar, Morano,
Nápoles, 1969.
[4] Cfr. Heidegger, M. Hitos.
Puede leerse en las
páginas 389-390 lo que este autor considera sobre la necesidad de que Jaspers
cambie la estructura general de su obra. (NT)
[5] Esta carta
documenta el hecho según el cual Jaspers compartía el propósito de Heidegger de
renovar la universidad alemana. A este respecto puede leerse el testimonio del
hijo de Heidegger: “Mi padre, un genio normal”. Entrevista a Herman Heidegger,
la Republica 12-4-96; también el Magazine littéraire (Ed. Francesa) N° 347,
octubre de 1966, p. 106-11; también puede leerse Badische Zeitung 30-5-1996. El
texto puede encontrarse en la pagina: https://ricerca.repubblica.it/repubblica/archivio/repubblica/1996/04/12/mio-padre-un-genio-normale.html, consultada el 18 de febrero de
2020. (NT)
[6] Publicada
bajo la aprobación de las fuerzas de ocupación, ella debía contribuir a la
regeneración espiritual de Alemania. El creador era Dolf Sternberger, le
colaboraban en la consulta científica, entre otros: Jaspers, Alfred Weber y
Werner Krauss.
[7] Cfr. Ott,
H. Martin Heidegger. Unterwegs zu Seiner
Biographie. Campus, Frankfurt, a-M 1988. Traducción italiana Flario
Cassinario. Martin Heidegger: sentieri
biografici. Sugaro, Milano 1990, que retoma también el parecer de Jaspers.
Nolte, E. Martin Heidegger. Politik un
Geschichte im Leben und Denken. Propyleen, Berlin, 1992, traducción
italiana: Heidegger, tra política e storia,
a cargo de Nicola Curcio. Laterza, Roma-Bari, 1994. Y sobre todo la versión muy
equilibrada de R. Safranski Ein Meister aus Deutschland. Heidegger und seine Zeit. Traducción española: Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y
su tiempo. Tusquets editores, Barcelona, 2000.
[8] Jaspers se
lamenta con Hannah Arendt por la falta de reacción de Heidegger frente al envío
de su ensayo acerca de La cuestión de la
culpa.
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