El giro lingüístico y su incidencia en el mundo contemporáneo: una aproximación desde Heidegger y Wittgenstein.
El giro lingüístico y su incidencia en el mundo contemporáneo: una
aproximación desde Heidegger y Wittgenstein.
I.
Introducción.
El hecho de que el lenguaje se imponga como un problema para
la filosofía contemporánea eso ha permitido hablar en nuestros días de de lo
que se ha llamado el giro lingüístico; este concepto abarca como problemática
central el tema del lenguaje; tema que por lo demás, y después de Las investigaciones lógicas de Husserl,
ha concentrado todos los esfuerzos reflexivos
de las dos grandes tendencias filosóficas hoy en boga: la filosofía
analítica o filosofía del lenguaje o análisis del lenguaje y la hermenéutica.
El problema del lenguaje se ha considerado como el
territorio común sobre el cual están trabajando las dos grandes tendencias de
la filosofía contemporánea, aunque cada una de ellas haga un tratamiento
diferente del mismo.
En la cultura contemporánea se presentan de hecho dos formas
de concebir el quehacer filosófico o la praxis filosófica desde la perspectiva
del lenguaje: por un lado el análisis lingüístico propugnado por la filosofía
analítica estudia el lenguaje con la intención de desentrañar las reglas que
determinan un uso correcto del lenguaje; con el uso de dichas reglas, estos
filósofos pretenden purificar el lenguaje ordinario de malos entendidos y
confusiones; de este modo, ellos plantean la necesidad de crear un espacio, un
metalenguaje donde se presente un lugar común de comprensión y entendimiento;
por otro lado, la filosofía continental, desde la perspectiva hermenéutica se
preocupa por un estudio del lenguaje desde lo que se podría llamar una visión
ontológica del mismo; de esta manera, el
lenguaje es considerado como el lugar, el espacio, el terreno común en el cual
acontecen todas nuestras relaciones con los demás hombres y con las cosas; los
dos grandes paradigmas emblemáticos de esta discusión lo representan Heidegger
por la parte continental-hermenéutica y Carnap por la parte
analítica-anglosajona-lingüística.
II.
Heidegger
y Carnap: dos concepciones sobre el lenguaje.
1. Heidegger: una concepción hermenéutica del
lenguaje.
Este pensador desde los más remotos inicios de su propuesta
filosófica tuvo la gran intuición de captar que las formas lingüísticas así
como las expresiones, los usos del lenguaje tienen la tendencia a petrificar,
absolutizar y dogmatizar aquello que intentan definir; se podría decir que para
Heidegger, todo intento por definir
conceptualmente una realidad o una cosa, significa petrificarla o anularla
porque de hecho existen cosas, realidades que escapan a esta intención; en este
sentido, por ejemplo, tratar de definir la libertad es un contrasentido porque
la libertad es algo dinámico, movedizo, en continuo movimiento y ya el hecho de
definirla sería un intento por fijarla, retenerla y petrificarla; es necesario
mencionar la distinción que este pensador desarrolló entre lo pre-teorético y
lo teorético, siendo lo primero aquel plano donde se presenta la vida tal cual
es ella y como es y sin definirla; Heidegger hablará del plano pre-teorético o
de la facticidad; lo teorético abarca el plano de las definiciones, de los
conceptos, de las palabras, éste coincide con el mundo de lo dogmático.
Particularmente importantes fueron dos conceptos que acuñara el joven Heidegger
siendo profesor en Friburgo; el primero se refiere a la nada, el decir de este
pensador es que “la nada nadea o la nada anonada” (das Nicht nichtet); la nada
se hace presente como una acción que anonada; la nada no puede ser nada porque
con esto se incurriría en una contradicción; de modo que si se dice que la nada
es nada se incurre en una contradicción porque la nada no puede ser algo; el
otro concepto que Heidegger acuña es respecto al mundo cuando dice que “el
mundo mundea” (die Welt weltet) y con ello quiere decir que lo mas propio del
mundo es que éste sea un lugar de acción, de movimiento, de elección y de
decisiones; valga la pena decir que estos juegos lingüísticos le valieron al
pensador alemán mucha parte de su fama inicial así como el renombre que
adquirió durante los primeros años de su labor filosófica.
2. Carnap: Una concepción lógica del lenguaje.
Cuando Carnap accede al lenguaje propuesto por Heidegger en
su famoso ensayo ¿Qué es la metafísica? Intenta demostrar contra el pensador
alemán que el discurso que éste elabora no es susceptible de un análisis
lógico-gramatical; que el discurso que elabora en dicho ensayo no puede ser
aceptado desde el punto de vista de la lógica formal pues no aporta criterios
claros sobre su propio sentido; dicho discurso no puede ser expresado mediante
el discurso de la lógica formal; lo que Carnap no llega a cuestionar de su
propio discurso contra Heidegger es si lo que entiende por sentido sea el único
sentido susceptible de darse a dicha palabra; por el contrario, Heidegger mismo
ya plantea el término sentido en una doble dirección: por un lado, este
pensador propone que el sentido va asociado a una forma de pensamiento frío,
calculador, planificador propio del pensamiento técnico científico y
cibernético; por otro lado el sentido que va asociado a una forma de
pensamiento meditativo, poético y que de una u otra manera está relacionado al
fenómeno del arte.
III.
¿Qué
es el lenguaje?
Si se hiciera un recorrido histórico tratando de mostrar
cómo la tradición occidental ha entendido el lenguaje necesariamente se tendría
que hablar de varios modos de concebirlo; así en la época clásica griega el
lenguaje fue entendido como si éste fuera un instrumento o un medio de
comunicación entre los hombres, y en este sentido se estaría haciendo
referencia al habla coloquial; también en la misma época, especialmente en la
propuesta aristotélica, el lenguaje podría ser entendido como el medio a través
del cual se expresan o vehiculan externamente los pensamientos, las ideas,
emociones o representaciones que subyacen en el interior del hombre, el
lenguaje hace patente externamente lo internamente concebido en el ser del
hombre. Desde la misma época también existió otra teoría llamada esencialista o
sustancialista que sostenía que el lenguaje era el medio a través del cual las
cosas y los hombres manifiestan y expresan su ser; de modo que, según esta
teoría, quien se apropia del lenguaje, quien se apropia de la palabra se
apropia de la esencia de la cosa mencionada o nombrada.
Después del Renacimiento tuvo una gran acogida la teoría que
sostenía que el lenguaje es el telón de fondo, es el trasfondo sobre el cual,
en el cual y a través del cual las manifestaciones culturales cobran sentido y
adquieren sentido; esta teoría podría aplicarse a las manifestaciones propias
de la cultura tal y como la concibe Vico; durante el Idealismo y el
Romanticismo el lenguaje adquirió la categoría de ser el medio a través del
cual o por medio del cual se expresa la tradición, es articulan las
tradiciones; el lenguaje en este sentido es el horizonte común de comprensión
que se establece entre la Tradición y quien la interpreta, estudia o analiza de
modo que quien quiere conocer la Tradición necesariamente tiene que decodificar
el código lingüístico en el cual ésta viene expresada; este es el sentido que
domina en la reflexión gadameriana, heideggeriana y diltheyana. También,
especialmente en Heidegger, el lenguaje es el lugar común, el horizonte común a
través del cual y en el cual transcurre nuestro ser en el mundo, nuestro ser
con los otros y nuestro ser para la muerte; otras propuestas sobre el lenguaje
que se han hecho evidentes en la época contemporánea son aquellas que hacen
referencia a los ámbitos particulares, ámbitos locales o especializados donde
las palabras, los conceptos, las expresiones lingüísticas están supeditadas a
ámbitos particulares, de ellos depende su sentido, su significación, su uso
correcto o incorrecto; también se ha hecho evidente en algunas líneas de
pensamiento contemporáneo el hecho de que el lenguaje en sus usos, formas,
expresiones está determinado por unas estructura lógicas, válidas
universalmente así como generalmente aceptadas; en la época actual el estudio
del lenguaje rebasa los ámbitos de lo que en épocas anteriores se entendía por
lenguaje; hoy el gesto, el signo, el símbolo, la palabra tácita o expresa, la
poesía, la literatura, las obras clásicas, las obras de arte, la pintura, la
escultura, la música, el dibujo, las acuarelas, etc., conforman el mundo del
lenguaje y por lo tanto son objeto de estudio para todos aquellos que se toman
seriamente el problema del lenguaje.
Las grandes dificultades con que nos encontramos cuando
estudiamos el tema del lenguaje las podemos ubicar aquí, en este panorama
acabado de esbozar; se podría decir que
el lenguaje se convierte en algo tan general y tan amplio que es casi
imposible abarcarlo; esta inabarcabilidad del sentido del lenguaje es lo que
hace que su estudio sea una tarea difícil de realizar.
IV.
Vía analítica-vía continental o hermenéutica.
Todas estas acepciones, significaciones y sentidos
equívocos, plurívocos y multívocos respecto al tema del lenguaje como problema
han desencadenado dos grandes tendencias: la analítica y la continental. Vamos
a referirnos a ellas brevemente, haciendo la siguiente aclaración: ambas vías
tienen como punto de partida o lugar de referencia común la hermeneia griega y
las dos maneras diferentes de concebirla.
La hermeneia es una expresión griega muy difícil de definir
porque hace alusión a varias cosas; originariamente alude al hecho del
discurso, un discurso que debe mediar entre quien lo dice originalmente, quien
lo recibe y quien hace de mediador, comunicador o portador del mismo; en este
sentido, todo discurso tiene tres grandes momentos: el primer momento hace
referencia a la fuente o autor original del cual brota el discurso; el segundo
momento se refiere a quien lleva o porta el mensaje, es decir el mensajero; el tercer
momento se refiere a quien recibe el mensaje, es decir al receptor; el
mensajero se sitúa entre la fuente del discurso o autor y el receptor del
mismo; el mensajero tiene como tarea el hecho de repetir, pronunciar, decir o
reproducir el mensaje de la manera más fidedigna posible y con las palabras más
adecuadas a las dadas por el autor original del mensaje.
Frente a este hecho se pueden presentar equívocos bien sea
el que se refiere al cómo entendió el mensaje el mensajero que lo debía
trasmitir, las palabras que debía utilizar, el sentido que les quiso dar y/o se
pueden presentar equívocos en quien recibió el mensaje pues pudo entenderlo e
interpretarlo de manera diferente y distorsionada; este fenómeno hermenéutico
está poniendo de relieve el hecho de que los conceptos pueden relativizarse y
de que ellos mismos pueden no ser comprensibles de modo universal ni general.
Aristóteles en la filosofía antigua viendo de manera directa
este problema intentó dar una solución al mismo haciendo una diferenciación de
planos: el plano del lenguaje o el plano lógico-formal y el plano de las cosas
o plano ontológico; siendo el primero aquel en el cual se deberían estudiar
todos los componentes, las reglas, las normas a partir de las cuales se logra o
alcanza un uso acertado y correcto del lenguaje.
Surgen de aquí en adelante y durante la cultura occidental
dos planos tradicionales, dos modos de concebir el lenguaje: el lenguaje y la
lengua; el primero es la forma expresiva que media entre ámbitos distintos, es
la esfera en la que se instituyen las relaciones vitales, es el espacio en el
cual sale a la luz todo nuestro hacer y pensar (Fabris 8).
El segundo o sea la lengua es el espejo de la realidad que
le corresponde al lenguaje; la lengua es el discurso estructurado cuya función
es la de servir de instrumento apto para la comunicación; éste puede ser
analizado y descompuesto en sus diferentes partes (ibid). Esta forma llamada
apofántica fue la que predominó durante toda la cultura occidental, la otra
forma aparecía durante algunos momentos de dicha historia y en sus apariciones
siempre ejercía la función de crítica; la forma apofántica es la que permite
hablar de cuándo un discurso es verdadero o falso. Una de las grandes
consecuencias de dicho predominio del discurso apofántico radica en el hecho de
que existen discursos tales como la plegaria, la exhortación, el discurso
artístico, poético y religioso que han quedado por fuera de dicho modelo pues
no son discursos que se amoldan a los cánones exigidos por los apofánticos[1].
La vía analítica siempre tuvo una gran preocupación por
desentrañar los aspectos lógicos y normativos que determinan el funcionamiento
del lenguaje y desde su análisis, descomposición y examen del lenguaje tratar
de desentrañar el aspecto verificativo, erróneo, falsario de las expresiones
lingüísticas; la corriente continental, más emparentada con la línea
hermenéutica, trató siempre de hacer un rastreamiento del lenguaje desde las
formas de vida operativa y desde los discursos olvidados o dejados de lado por
aquel.
El siglo XX desde el giro lingüístico ha presenciado una
disputa, lejanía y una crítica al predominio de la apofánsis y lo ha hecho
desde el pensamiento hermenéutico desarrollado por el segundo Wittgenstein,
Martin Heidegger y Hans Georg Gadamer. Se tratarán de estudiar brevemente los
aportes de estos pensadores respecto al mencionado problema.
V.
Wittgenstein.
1. El primer Wittgenstein. El Tractatus
logico-philosophicus.
La obra filosófica que ha hecho relevante a Wittgenstein
para el mundo intelectual es el Tractatus
logico-philosophicus, escrita en 1918 y publicada en 1921 se ha convertido
en el texto que ha impulsado el desarrollo del Circulo de Viena; en ella, su
autor, concibe la filosofía como un ejercicio crítico, una crítica del
lenguaje; considera que los problemas filosóficos escritos sobre el lenguaje y
sus formulaciones no son tanto falsos sino insensatos; la crítica es entendida
en los mismos términos en que Kant, durante su periodo crítico concebía dicha
función; es decir, como una crítica de los límites del propio lenguaje, una
crítica de los límites de nuestro propio lenguaje.
En dicho texto, su autor muestra una gran preocupación por
el sinsentido y su consiguiente rechazo y una gran tendencia al análisis del
lenguaje y de la proposición, siendo ésta a su vez entendida en los términos de
expresión de pensamiento; la proposición cumple la función que opera desde el
interior de nuestro decir pero no de nuestro pensar; para Wittgenstein el
pensamiento que traza un límite pone el más allá de este límite; sin embargo el
lenguaje circunscrito de manera adecuada no realiza esta función ( no hay nada
más allá del lenguaje); el Tractatus
trata del problema de lo que se debe callar.
Para Wittgenstein toda proposición es una imagen, una
fotografía, un mapa de la realidad; la proposición es además el modelo de la
realidad. Esto quiere decir que la proposición es una configuración (Abbildung) que representa las
relaciones de la realidad en general, en este sentido se habla de una imagen
lógica. Toda imagen lógica proporciona una forma lógica y ésta consiste en que
toda imagen debe tener algo en común con la realidad para poder configurarla.
El pensamiento está configurado de tal manera que intenta
ser una imagen de la realidad, el pensamiento se relaciona con la realidad
cuanto que tiende a ser su imagen; el lenguaje es la forma o el medio como
dicha imagen se hace expresa externamente, el lenguaje expresa externamente lo
que internamente se configura en el pensamiento; de modo que en el lenguaje se
hacen explicitas las formas lógicas que determinan nuestra forma de ver, de
organizar y de estructurar la realidad.
Para Wittgenstein el lenguaje no expresa la esencia de las
cosas, ni su ser; él considera que el lenguaje expresa la forma como las cosas
se estructuran, se organizan y entablan sus relaciones con otras cosas; el
lenguaje no apunta tanto al qué son las cosas, sino al cómo se conforman, cómo
se estructuran y se relacionan; básicamente el sentido de la verdad o falsedad
de una proposición va a surgir de la adecuación que se pueda establecer entre
la proposición, el juicio o el enunciado y el estado de cosas que describe.
Toda proposición está constituida o conformada por varias
partes más elementales que la constituyen; el sentido de la verdad o de la falsedad
para dicha proposición necesariamente está relacionado con las posibles
combinaciones que entre ellas se puedan establecer.
Ya el Wittgenstein del Tractatus consideraba que no es
posible hablar del lenguaje en otros términos o caracteres diferentes al
lenguaje; en otros términos se puede decir que si queremos o pretendemos
describir lo que es el lenguaje necesariamente tenemos que hacerlo dentro de
los límites del mismo lenguaje, “El lenguaje solo puede mostrarse a sí mismo,
el lenguaje solo puede exhibirse a sí mismo en aquello que él dice” (Fabris
14); la forma lógica de la proposición solo puede exhibirse a través de ella
misma, la proposición es quien exhibe la forma lógica que le subyace (Tractatus
4.121).
También es claro para el Wittgenstein del Tractatus que no
es posible objetivar al sujeto que enuncia la proposición; el sujeto que
enuncia la proposición se muestra, se exhibe a través de ésta, el sujeto se
reduce a un límite y se coloca al margen de la realidad con él relacionada
(Tractatus 5.64); lo anteriormente expresado coincide con el hecho de decir que
para nuestro autor solipsismo y realismo coinciden en su apreciación de la
realidad: “El ojo ve la realidad, pero tú no ves el propio ojo cuando ve la
realidad” (Tractatus 5.633).
No existe un lenguaje más allá del lenguaje, un metalenguaje
que pueda describir tanto el lenguaje como la forma proposicional y lógica en
que éste se exhibe; existe para el Wittgenstein del Tractatus un solo lenguaje
y si se intentara elaborar otro lenguaje, éste no tendría más sentido que el
sentido del que se intenta describir, por lo tanto, la empresa que Wittgenstein
se había propuesto desarrollar en su primera obra se muestra o se presenta como
algo paradójico.
Cuando Wittgenstein intenta elaborar un lenguaje perfecto y
que ha de convertirse en el modelo de la lengua natural termina encontrándose
un lenguaje que se presenta como un espejo en el cual se refleja el mundo y la
realidad; este lenguaje presupone que los nombres tienen un significado y que
las proposiciones elementales tienen un sentido; aquí radica la conexión del
lenguaje con el mundo; en el lenguaje todo está ya dado de antemano, todo está
exento de sorpresas: “El mundo de la vida, al restaurar constantemente ese su
carácter aleatorio, y también con la multiplicidad de sus interrelacionadas
estructuras, acaba por subordinarse a un orden ideal” (Fabris 14-15).
2. El segundo Wittgenstein. Las investigaciones
filosóficas.
Entre 1941 y 1949 Wittgenstein elaborará un replanteamiento
y una revaloración de la propuesta filosófica que él había elaborado en el
Tractatus; esto acontecerá en su segunda gran obra titulada Las investigaciones
filosóficas; esta nueva propuesta y posición dará pie para que se hable del
segundo Wittgenstein.
¿En qué consiste esa nueva propuesta? Lo primero que habría
que decir es que nuestro pensador renuncia al proyecto de crear un nuevo
lenguaje o metalenguaje para describir el lenguaje natural; él hará un gran
énfasis y un gran empuje al lenguaje considerado como medio; en este sentido,
nuestro pensador considera que el lenguaje es el gran telón de fondo sobre el
cual hay que situar nuestras acciones y nuestros pensamientos, nuestro pensar y
nuestro actuar; ese gran telón de fondo es algo que no se puede trascender;
esta idea está acompañada de otro gran pensamiento intuido por Wittgenstein
según el cual no es posible crear un nuevo lenguaje o metalenguaje para
eliminar los engaños y las dificultades inherentes al lenguaje común; idea ésta
que era compartida además por Frege y por los filósofos que inicialmente
conforman el círculo de Viena y la tendencia analítica.
El punto de partida y de llegada es el lenguaje común y el
lenguaje ordinario; en el lenguaje común y ordinario encontramos el modelo
originario del significado de las diversas operaciones lingüísticas, no se debe
pretender ni aspirar con él a la consecución de un lenguaje ideal de
significación; no se trata de reformarlo, ni de renovarlo sino se ordenar lo
que acontece en su interior.
Toda la tradición filosófica que se remite a Aristóteles
siempre privilegió un tipo de discurso, un tipo de proposición por sobre los
demás; discurso que se limita a describir un estado de cosas y que desde dicha
función se puede evaluar como verdadero o como falso; una proposición es verdadera
o es falsa si describe correcta o incorrectamente un estado de cosas o una
situación; en este sentido se podría hablar la proposición como imagen, modelo,
mapa o descripción de la realidad, modelo que el propio Wittgenstein había
asumido como paradigmático en la primera parte de su propuesta filosófica y
concretamente en el Tractatus (3.1; 3.2). Sin embargo en su segunda gran obra,
este autor reevalúa esta posición planteada en el mencionado texto y ahora en
el nuevo planteamiento abordará o recuperará toda una serie de formas
lingüísticas o expresiones comunes propias del lenguaje ordinario; dentro de
este contexto se abre paso, en su propuesta, una nueva noción que será la clave
para entender el giro que propone en su nueva visión filosófica sobre el lenguaje:
el juego lingüístico.
En la nueva perspectiva que inaugura Wittgenstein se
presenta o se manifiesta una predilección ya no por el lenguaje apofántico
propio de la tradición aristotélica sino que, partiendo del lenguaje ordinario
concede un cierto grado de validez a todos los modos del habla (cf.
Investigaciones I,23). De ahora en adelante la lengua será definida en los
términos de multiplicidad de juegos lingüísticos; desde esta nueva perspectiva,
este autor instaurará una crítica contra todas las concepciones del lenguaje
que habían predominado en la cultura occidental.
La cultura occidental siempre consideró que toda palabra
designa el nombre con que debía nombrarse la cosa o el objeto designado, de
este modo se establece la relación palabra-cosa, palabra objeto; el significado
asociado a la palabra corresponde al objeto que ella evoca y designa, sus
cualidades o características.
Esta forma de concebir el lenguaje presupone el hecho de que
detrás del lenguaje históricamente dado se esconde una estructura lingüística
que es capaz de captar y nombrar los objetos en su inmediatez; esta estructura
lingüística puede ser descompuesta en sus elementos constitutivos y estos a su
vez designan los objetos del mundo; de esta manera se establece la relación
realidad y lenguaje.
Incluso en algún momento de la tradición se consideró que
cuando la relación entre palabra y cosa nombrada no era muy fluida se debía a
un cierto proceso espiritual desconocido, misterioso y supersticioso, de modo
que todo el problema se redujo a lo
supersticioso.
Sin embargo, dice Wittgenstein que lo que la tradición dejó
de ver en toda esta problemática fueron las circunstancias y las situaciones
donde el lenguaje se emplea efectivamente, así como el contexto en el que se
utiliza el mismo.
Desde toda esta problemática se perfila lo que ha de ser la
tarea fundamental para Wittgenstein en este segundo periodo de su producción
filosófica, a saber: tratar de clarificar el estatuto de uso de las diferentes
expresiones lingüísticas en su multiplicidad, esto lo hará remontarse yendo a
las experiencias y a los comportamientos propios del hombre; en este sentido va
a introducir la noción de juego lingüístico, noción que es fundamental para
comprender globalmente la esfera del lenguaje.
Esta es la nueva dirección desde la cual tanto el lenguaje
como las relaciones que él puede establecer con el mundo de la vida,
expresiones, gestos, signos, palabras y actitudes pueden definirse tal y como
si fueran un conjunto de juegos lingüísticos, modos o manera como se estructura
el habla, diversos usos de las palabras según determinadas reglas.
La noción de juego lingüístico le permite a Wittgenstein
asumir una posición crítica contra la tradición, también le permite criticar la
pretensión originaria de los filósofos analíticos al querer reducir todo el
lenguaje a un metalenguaje o lenguaje ideal; los mismos juegos lingüísticos se
han de convertir en un objeto de análisis para Wittgenstein; las reglas
lingüísticas que empleamos en la utilización del lenguaje son modelos de
comportamiento que aprendemos y utilizamos en nuestra vida; sostiene
Wittgenstein que quien sigue una regla obedece una orden, de que en nuestros
procesos lingüísticos somos adiestrados para obedecer reglas hasta el momento
en que esto se convierte en una costumbre; de modo que seguir una regla es una
praxis vital; todo el proceso de entender y comprender se remite a un saber
hacer; todo juego lingüístico se fundamenta en una forma de vida y la filosofía
debe estar capacitada para describir dicha forma de vida (Fabris 19).
El lenguaje según esta nueva posición de Wittgenstein está
conformado y constituido por una multiplicidad de usos y de juegos, todos ellos
se basan en la praxis misma del lenguaje; nuestro pensador cree que el lenguaje, los conceptos, los
nombres y las proposiciones no son definibles en su esencia, ni tampoco son
nociones rígidas; ellos se configuran en los usos, en los juegos de los cuales
hacen parte; este autor también considera que aunque existen múltiples juegos y
usos del lenguaje, sin embargo entre todos los conceptos, proposiciones y
nombres existe algo así como unos lazos comunes que revelan una cierta
familiaridad entre ellos; de esta manera se pueden encontrar hilos conductores,
fibras que se entrelazan y que conforman una red compleja; por esto la
invitación que hace Wittgenstein en las Investigaciones
es no tanto a pensar cuanto a observar y desde la observación tratar de
delinear el método a seguir en cuestiones relativas al estudio del lenguaje
(Investigaciones I,66;67).
Para el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas el
lenguaje coincide con la multiplicidad de sus configuraciones, usos o juegos y
no existe una predilección por ninguno de ellos; en dichas configuraciones la
lengua se rige de acuerdo a unas reglas que no siempre son evidentes por sí
mismas; sin embargo son ellas las que estructuran los diferentes juegos
lingüísticos que se hablan permanentemente; las palabras adquieren su
significación por el lugar que ellas ocupan dentro del conjunto de reglas y
estas son las que le asignan el papel que ellas deben desempeñar; toda palabra
tiene una función y ésta es quien hace que aquella sea tomada en consideración;
incluso las palabras de los filósofos que a veces tienden a ser tan confusas
han de ser devueltas de su papel o lugar metafísico al lenguaje cotidiano; la
función de la filosofía es la de describir, sin alterar el uso efectivo del
lenguaje (Investigaciones 1,124); desde esta perspectiva se puede decir que no
hay espacio ni para una metafísica ni para un metalenguaje.
Por lo tanto la tarea que queda por realizar es la
descripción de las formas de vida en que habitamos, las que nos pertenecen y a
las que pertenecemos y la descripción de las estructuras lingüísticas que
utilizamos; desde esta perspectiva se podría decir que Wittgenstein intenta
llevar a cabo una fenomenología de lo cotidiano, donde lo cotidiano se
convierte en un terreno de análisis y sobre este se pueden diferenciar los
problemas verdaderos de los falsos.
[1]
Apofántico es un adjetivo que usa Aristóteles para calificar los enunciados que
pueden ser verdaderos o falsos; en este sentido este filósofo hablará de
enunciados declarativos, por ejemplo: Sócrates es sabio, todo hombre es sabio,
sin embargo las preguntas, los mandatos y las declaraciones son frases dotadas
de significados a los cuales no se les puede atribuir grados de verdad o de
falsedad.
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