El giro lingüístico y su incidencia en el mundo contemporáneo: una aproximación desde Heidegger y Wittgenstein.

El giro lingüístico y su incidencia en el mundo contemporáneo: una aproximación desde Heidegger y Wittgenstein.
I.              Introducción.
El hecho de que el lenguaje se imponga como un problema para la filosofía contemporánea eso ha permitido hablar en nuestros días de de lo que se ha llamado el giro lingüístico; este concepto abarca como problemática central el tema del lenguaje; tema que por lo demás, y después de Las investigaciones lógicas de Husserl, ha concentrado todos los esfuerzos reflexivos  de las dos grandes tendencias filosóficas hoy en boga: la filosofía analítica o filosofía del lenguaje o análisis del lenguaje y la hermenéutica.
El problema del lenguaje se ha considerado como el territorio común sobre el cual están trabajando las dos grandes tendencias de la filosofía contemporánea, aunque cada una de ellas haga un tratamiento diferente del mismo.
En la cultura contemporánea se presentan de hecho dos formas de concebir el quehacer filosófico o la praxis filosófica desde la perspectiva del lenguaje: por un lado el análisis lingüístico propugnado por la filosofía analítica estudia el lenguaje con la intención de desentrañar las reglas que determinan un uso correcto del lenguaje; con el uso de dichas reglas, estos filósofos pretenden purificar el lenguaje ordinario de malos entendidos y confusiones; de este modo, ellos plantean la necesidad de crear un espacio, un metalenguaje donde se presente un lugar común de comprensión y entendimiento; por otro lado, la filosofía continental, desde la perspectiva hermenéutica se preocupa por un estudio del lenguaje desde lo que se podría llamar una visión ontológica del  mismo; de esta manera, el lenguaje es considerado como el lugar, el espacio, el terreno común en el cual acontecen todas nuestras relaciones con los demás hombres y con las cosas; los dos grandes paradigmas emblemáticos de esta discusión lo representan Heidegger por la parte continental-hermenéutica y Carnap por la parte analítica-anglosajona-lingüística.
II.            Heidegger y Carnap: dos concepciones sobre el lenguaje.
1.    Heidegger: una concepción hermenéutica del lenguaje.
Este pensador desde los más remotos inicios de su propuesta filosófica tuvo la gran intuición de captar que las formas lingüísticas así como las expresiones, los usos del lenguaje tienen la tendencia a petrificar, absolutizar y dogmatizar aquello que intentan definir; se podría decir que para Heidegger,  todo intento por definir conceptualmente una realidad o una cosa, significa petrificarla o anularla porque de hecho existen cosas, realidades que escapan a esta intención; en este sentido, por ejemplo, tratar de definir la libertad es un contrasentido porque la libertad es algo dinámico, movedizo, en continuo movimiento y ya el hecho de definirla sería un intento por fijarla, retenerla y petrificarla; es necesario mencionar la distinción que este pensador desarrolló entre lo pre-teorético y lo teorético, siendo lo primero aquel plano donde se presenta la vida tal cual es ella y como es y sin definirla; Heidegger hablará del plano pre-teorético o de la facticidad; lo teorético abarca el plano de las definiciones, de los conceptos, de las palabras, éste coincide con el mundo de lo dogmático. Particularmente importantes fueron dos conceptos que acuñara el joven Heidegger siendo profesor en Friburgo; el primero se refiere a la nada, el decir de este pensador es que “la nada nadea o la nada anonada” (das Nicht nichtet); la nada se hace presente como una acción que anonada; la nada no puede ser nada porque con esto se incurriría en una contradicción; de modo que si se dice que la nada es nada se incurre en una contradicción porque la nada no puede ser algo; el otro concepto que Heidegger acuña es respecto al mundo cuando dice que “el mundo mundea” (die Welt weltet) y con ello quiere decir que lo mas propio del mundo es que éste sea un lugar de acción, de movimiento, de elección y de decisiones; valga la pena decir que estos juegos lingüísticos le valieron al pensador alemán mucha parte de su fama inicial así como el renombre que adquirió durante los primeros años de su labor filosófica.
2. Carnap: Una concepción lógica del lenguaje.
Cuando Carnap accede al lenguaje propuesto por Heidegger en su famoso ensayo ¿Qué es la metafísica? Intenta demostrar contra el pensador alemán que el discurso que éste elabora no es susceptible de un análisis lógico-gramatical; que el discurso que elabora en dicho ensayo no puede ser aceptado desde el punto de vista de la lógica formal pues no aporta criterios claros sobre su propio sentido; dicho discurso no puede ser expresado mediante el discurso de la lógica formal; lo que Carnap no llega a cuestionar de su propio discurso contra Heidegger es si lo que entiende por sentido sea el único sentido susceptible de darse a dicha palabra; por el contrario, Heidegger mismo ya plantea el término sentido en una doble dirección: por un lado, este pensador propone que el sentido va asociado a una forma de pensamiento frío, calculador, planificador propio del pensamiento técnico científico y cibernético; por otro lado el sentido que va asociado a una forma de pensamiento meditativo, poético y que de una u otra manera está relacionado al fenómeno del arte.
III.           ¿Qué es el lenguaje?
Si se hiciera un recorrido histórico tratando de mostrar cómo la tradición occidental ha entendido el lenguaje necesariamente se tendría que hablar de varios modos de concebirlo; así en la época clásica griega el lenguaje fue entendido como si éste fuera un instrumento o un medio de comunicación entre los hombres, y en este sentido se estaría haciendo referencia al habla coloquial; también en la misma época, especialmente en la propuesta aristotélica, el lenguaje podría ser entendido como el medio a través del cual se expresan o vehiculan externamente los pensamientos, las ideas, emociones o representaciones que subyacen en el interior del hombre, el lenguaje hace patente externamente lo internamente concebido en el ser del hombre. Desde la misma época también existió otra teoría llamada esencialista o sustancialista que sostenía que el lenguaje era el medio a través del cual las cosas y los hombres manifiestan y expresan su ser; de modo que, según esta teoría, quien se apropia del lenguaje, quien se apropia de la palabra se apropia de la esencia de la cosa mencionada o nombrada.
Después del Renacimiento tuvo una gran acogida la teoría que sostenía que el lenguaje es el telón de fondo, es el trasfondo sobre el cual, en el cual y a través del cual las manifestaciones culturales cobran sentido y adquieren sentido; esta teoría podría aplicarse a las manifestaciones propias de la cultura tal y como la concibe Vico; durante el Idealismo y el Romanticismo el lenguaje adquirió la categoría de ser el medio a través del cual o por medio del cual se expresa la tradición, es articulan las tradiciones; el lenguaje en este sentido es el horizonte común de comprensión que se establece entre la Tradición y quien la interpreta, estudia o analiza de modo que quien quiere conocer la Tradición necesariamente tiene que decodificar el código lingüístico en el cual ésta viene expresada; este es el sentido que domina en la reflexión gadameriana, heideggeriana y diltheyana. También, especialmente en Heidegger, el lenguaje es el lugar común, el horizonte común a través del cual y en el cual transcurre nuestro ser en el mundo, nuestro ser con los otros y nuestro ser para la muerte; otras propuestas sobre el lenguaje que se han hecho evidentes en la época contemporánea son aquellas que hacen referencia a los ámbitos particulares, ámbitos locales o especializados donde las palabras, los conceptos, las expresiones lingüísticas están supeditadas a ámbitos particulares, de ellos depende su sentido, su significación, su uso correcto o incorrecto; también se ha hecho evidente en algunas líneas de pensamiento contemporáneo el hecho de que el lenguaje en sus usos, formas, expresiones está determinado por unas estructura lógicas, válidas universalmente así como generalmente aceptadas; en la época actual el estudio del lenguaje rebasa los ámbitos de lo que en épocas anteriores se entendía por lenguaje; hoy el gesto, el signo, el símbolo, la palabra tácita o expresa, la poesía, la literatura, las obras clásicas, las obras de arte, la pintura, la escultura, la música, el dibujo, las acuarelas, etc., conforman el mundo del lenguaje y por lo tanto son objeto de estudio para todos aquellos que se toman seriamente el problema del lenguaje.
Las grandes dificultades con que nos encontramos cuando estudiamos el tema del lenguaje las podemos ubicar aquí, en este panorama acabado de esbozar; se podría decir que  el lenguaje se convierte en algo tan general y tan amplio que es casi imposible abarcarlo; esta inabarcabilidad del sentido del lenguaje es lo que hace que su estudio sea una tarea difícil de realizar.
IV.          Vía analítica-vía continental o hermenéutica.
Todas estas acepciones, significaciones y sentidos equívocos, plurívocos y multívocos respecto al tema del lenguaje como problema han desencadenado dos grandes tendencias: la analítica y la continental. Vamos a referirnos a ellas brevemente, haciendo la siguiente aclaración: ambas vías tienen como punto de partida o lugar de referencia común la hermeneia griega y las dos maneras diferentes de concebirla.
La hermeneia es una expresión griega muy difícil de definir porque hace alusión a varias cosas; originariamente alude al hecho del discurso, un discurso que debe mediar entre quien lo dice originalmente, quien lo recibe y quien hace de mediador, comunicador o portador del mismo; en este sentido, todo discurso tiene tres grandes momentos: el primer momento hace referencia a la fuente o autor original del cual brota el discurso; el segundo momento se refiere a quien lleva o porta el mensaje, es decir el mensajero; el tercer momento se refiere a quien recibe el mensaje, es decir al receptor; el mensajero se sitúa entre la fuente del discurso o autor y el receptor del mismo; el mensajero tiene como tarea el hecho de repetir, pronunciar, decir o reproducir el mensaje de la manera más fidedigna posible y con las palabras más adecuadas a las dadas por el autor original del mensaje.
Frente a este hecho se pueden presentar equívocos bien sea el que se refiere al cómo entendió el mensaje el mensajero que lo debía trasmitir, las palabras que debía utilizar, el sentido que les quiso dar y/o se pueden presentar equívocos en quien recibió el mensaje pues pudo entenderlo e interpretarlo de manera diferente y distorsionada; este fenómeno hermenéutico está poniendo de relieve el hecho de que los conceptos pueden relativizarse y de que ellos mismos pueden no ser comprensibles de modo universal ni general.
Aristóteles en la filosofía antigua viendo de manera directa este problema intentó dar una solución al mismo haciendo una diferenciación de planos: el plano del lenguaje o el plano lógico-formal y el plano de las cosas o plano ontológico; siendo el primero aquel en el cual se deberían estudiar todos los componentes, las reglas, las normas a partir de las cuales se logra o alcanza un uso acertado y correcto del lenguaje.
Surgen de aquí en adelante y durante la cultura occidental dos planos tradicionales, dos modos de concebir el lenguaje: el lenguaje y la lengua; el primero es la forma expresiva que media entre ámbitos distintos, es la esfera en la que se instituyen las relaciones vitales, es el espacio en el cual sale a la luz todo nuestro hacer y pensar (Fabris 8).
El segundo o sea la lengua es el espejo de la realidad que le corresponde al lenguaje; la lengua es el discurso estructurado cuya función es la de servir de instrumento apto para la comunicación; éste puede ser analizado y descompuesto en sus diferentes partes (ibid). Esta forma llamada apofántica fue la que predominó durante toda la cultura occidental, la otra forma aparecía durante algunos momentos de dicha historia y en sus apariciones siempre ejercía la función de crítica; la forma apofántica es la que permite hablar de cuándo un discurso es verdadero o falso. Una de las grandes consecuencias de dicho predominio del discurso apofántico radica en el hecho de que existen discursos tales como la plegaria, la exhortación, el discurso artístico, poético y religioso que han quedado por fuera de dicho modelo pues no son discursos que se amoldan a los cánones exigidos por los apofánticos[1].
La vía analítica siempre tuvo una gran preocupación por desentrañar los aspectos lógicos y normativos que determinan el funcionamiento del lenguaje y desde su análisis, descomposición y examen del lenguaje tratar de desentrañar el aspecto verificativo, erróneo, falsario de las expresiones lingüísticas; la corriente continental, más emparentada con la línea hermenéutica, trató siempre de hacer un rastreamiento del lenguaje desde las formas de vida operativa y desde los discursos olvidados o dejados de lado por aquel.
El siglo XX desde el giro lingüístico ha presenciado una disputa, lejanía y una crítica al predominio de la apofánsis y lo ha hecho desde el pensamiento hermenéutico desarrollado por el segundo Wittgenstein, Martin Heidegger y Hans Georg Gadamer. Se tratarán de estudiar brevemente los aportes de estos pensadores respecto al mencionado problema.
V.           Wittgenstein.
1.    El primer Wittgenstein. El Tractatus logico-philosophicus.
La obra filosófica que ha hecho relevante a Wittgenstein para el mundo intelectual es el Tractatus logico-philosophicus, escrita en 1918 y publicada en 1921 se ha convertido en el texto que ha impulsado el desarrollo del Circulo de Viena; en ella, su autor, concibe la filosofía como un ejercicio crítico, una crítica del lenguaje; considera que los problemas filosóficos escritos sobre el lenguaje y sus formulaciones no son tanto falsos sino insensatos; la crítica es entendida en los mismos términos en que Kant, durante su periodo crítico concebía dicha función; es decir, como una crítica de los límites del propio lenguaje, una crítica de los límites de nuestro propio lenguaje.
En dicho texto, su autor muestra una gran preocupación por el sinsentido y su consiguiente rechazo y una gran tendencia al análisis del lenguaje y de la proposición, siendo ésta a su vez entendida en los términos de expresión de pensamiento; la proposición cumple la función que opera desde el interior de nuestro decir pero no de nuestro pensar; para Wittgenstein el pensamiento que traza un límite pone el más allá de este límite; sin embargo el lenguaje circunscrito de manera adecuada no realiza esta función ( no hay nada más allá del lenguaje); el Tractatus trata del problema de lo que se debe callar.
Para Wittgenstein toda proposición es una imagen, una fotografía, un mapa de la realidad; la proposición es además el modelo de la realidad. Esto quiere decir que la proposición es una configuración (Abbildung) que representa las relaciones de la realidad en general, en este sentido se habla de una imagen lógica. Toda imagen lógica proporciona una forma lógica y ésta consiste en que toda imagen debe tener algo en común con la realidad para poder configurarla.
El pensamiento está configurado de tal manera que intenta ser una imagen de la realidad, el pensamiento se relaciona con la realidad cuanto que tiende a ser su imagen; el lenguaje es la forma o el medio como dicha imagen se hace expresa externamente, el lenguaje expresa externamente lo que internamente se configura en el pensamiento; de modo que en el lenguaje se hacen explicitas las formas lógicas que determinan nuestra forma de ver, de organizar y de estructurar la realidad.
Para Wittgenstein el lenguaje no expresa la esencia de las cosas, ni su ser; él considera que el lenguaje expresa la forma como las cosas se estructuran, se organizan y entablan sus relaciones con otras cosas; el lenguaje no apunta tanto al qué son las cosas, sino al cómo se conforman, cómo se estructuran y se relacionan; básicamente el sentido de la verdad o falsedad de una proposición va a surgir de la adecuación que se pueda establecer entre la proposición, el juicio o el enunciado y el estado de cosas que describe.
Toda proposición está constituida o conformada por varias partes más elementales que la constituyen; el sentido de la verdad o de la falsedad para dicha proposición necesariamente está relacionado con las posibles combinaciones que entre ellas se puedan establecer.
Ya el Wittgenstein del Tractatus consideraba que no es posible hablar del lenguaje en otros términos o caracteres diferentes al lenguaje; en otros términos se puede decir que si queremos o pretendemos describir lo que es el lenguaje necesariamente tenemos que hacerlo dentro de los límites del mismo lenguaje, “El lenguaje solo puede mostrarse a sí mismo, el lenguaje solo puede exhibirse a sí mismo en aquello que él dice” (Fabris 14); la forma lógica de la proposición solo puede exhibirse a través de ella misma, la proposición es quien exhibe la forma lógica que le subyace (Tractatus 4.121).
También es claro para el Wittgenstein del Tractatus que no es posible objetivar al sujeto que enuncia la proposición; el sujeto que enuncia la proposición se muestra, se exhibe a través de ésta, el sujeto se reduce a un límite y se coloca al margen de la realidad con él relacionada (Tractatus 5.64); lo anteriormente expresado coincide con el hecho de decir que para nuestro autor solipsismo y realismo coinciden en su apreciación de la realidad: “El ojo ve la realidad, pero tú no ves el propio ojo cuando ve la realidad” (Tractatus 5.633).
No existe un lenguaje más allá del lenguaje, un metalenguaje que pueda describir tanto el lenguaje como la forma proposicional y lógica en que éste se exhibe; existe para el Wittgenstein del Tractatus un solo lenguaje y si se intentara elaborar otro lenguaje, éste no tendría más sentido que el sentido del que se intenta describir, por lo tanto, la empresa que Wittgenstein se había propuesto desarrollar en su primera obra se muestra o se presenta como algo paradójico.
Cuando Wittgenstein intenta elaborar un lenguaje perfecto y que ha de convertirse en el modelo de la lengua natural termina encontrándose un lenguaje que se presenta como un espejo en el cual se refleja el mundo y la realidad; este lenguaje presupone que los nombres tienen un significado y que las proposiciones elementales tienen un sentido; aquí radica la conexión del lenguaje con el mundo; en el lenguaje todo está ya dado de antemano, todo está exento de sorpresas: “El mundo de la vida, al restaurar constantemente ese su carácter aleatorio, y también con la multiplicidad de sus interrelacionadas estructuras, acaba por subordinarse a un orden ideal” (Fabris 14-15).
2.    El segundo Wittgenstein. Las investigaciones filosóficas.
Entre 1941 y 1949 Wittgenstein elaborará un replanteamiento y una revaloración de la propuesta filosófica que él había elaborado en el Tractatus; esto acontecerá en su segunda gran obra titulada Las investigaciones filosóficas; esta nueva propuesta y posición dará pie para que se hable del segundo Wittgenstein.
¿En qué consiste esa nueva propuesta? Lo primero que habría que decir es que nuestro pensador renuncia al proyecto de crear un nuevo lenguaje o metalenguaje para describir el lenguaje natural; él hará un gran énfasis y un gran empuje al lenguaje considerado como medio; en este sentido, nuestro pensador considera que el lenguaje es el gran telón de fondo sobre el cual hay que situar nuestras acciones y nuestros pensamientos, nuestro pensar y nuestro actuar; ese gran telón de fondo es algo que no se puede trascender; esta idea está acompañada de otro gran pensamiento intuido por Wittgenstein según el cual no es posible crear un nuevo lenguaje o metalenguaje para eliminar los engaños y las dificultades inherentes al lenguaje común; idea ésta que era compartida además por Frege y por los filósofos que inicialmente conforman el círculo de Viena y la tendencia analítica.
El punto de partida y de llegada es el lenguaje común y el lenguaje ordinario; en el lenguaje común y ordinario encontramos el modelo originario del significado de las diversas operaciones lingüísticas, no se debe pretender ni aspirar con él a la consecución de un lenguaje ideal de significación; no se trata de reformarlo, ni de renovarlo sino se ordenar lo que acontece en su interior.
Toda la tradición filosófica que se remite a Aristóteles siempre privilegió un tipo de discurso, un tipo de proposición por sobre los demás; discurso que se limita a describir un estado de cosas y que desde dicha función se puede evaluar como verdadero o como falso; una proposición es verdadera o es falsa si describe correcta o incorrectamente un estado de cosas o una situación; en este sentido se podría hablar la proposición como imagen, modelo, mapa o descripción de la realidad, modelo que el propio Wittgenstein había asumido como paradigmático en la primera parte de su propuesta filosófica y concretamente en el Tractatus (3.1; 3.2). Sin embargo en su segunda gran obra, este autor reevalúa esta posición planteada en el mencionado texto y ahora en el nuevo planteamiento abordará o recuperará toda una serie de formas lingüísticas o expresiones comunes propias del lenguaje ordinario; dentro de este contexto se abre paso, en su propuesta, una nueva noción que será la clave para entender el giro que propone en su nueva visión filosófica sobre el lenguaje: el juego lingüístico.
En la nueva perspectiva que inaugura Wittgenstein se presenta o se manifiesta una predilección ya no por el lenguaje apofántico propio de la tradición aristotélica sino que, partiendo del lenguaje ordinario concede un cierto grado de validez a todos los modos del habla (cf. Investigaciones I,23). De ahora en adelante la lengua será definida en los términos de multiplicidad de juegos lingüísticos; desde esta nueva perspectiva, este autor instaurará una crítica contra todas las concepciones del lenguaje que habían predominado en la cultura occidental.
La cultura occidental siempre consideró que toda palabra designa el nombre con que debía nombrarse la cosa o el objeto designado, de este modo se establece la relación palabra-cosa, palabra objeto; el significado asociado a la palabra corresponde al objeto que ella evoca y designa, sus cualidades o características.
Esta forma de concebir el lenguaje presupone el hecho de que detrás del lenguaje históricamente dado se esconde una estructura lingüística que es capaz de captar y nombrar los objetos en su inmediatez; esta estructura lingüística puede ser descompuesta en sus elementos constitutivos y estos a su vez designan los objetos del mundo; de esta manera se establece la relación realidad y lenguaje.
Incluso en algún momento de la tradición se consideró que cuando la relación entre palabra y cosa nombrada no era muy fluida se debía a un cierto proceso espiritual desconocido, misterioso y supersticioso, de modo que  todo el problema se redujo a lo supersticioso.
Sin embargo, dice Wittgenstein que lo que la tradición dejó de ver en toda esta problemática fueron las circunstancias y las situaciones donde el lenguaje se emplea efectivamente, así como el contexto en el que se utiliza el mismo.
Desde toda esta problemática se perfila lo que ha de ser la tarea fundamental para Wittgenstein en este segundo periodo de su producción filosófica, a saber: tratar de clarificar el estatuto de uso de las diferentes expresiones lingüísticas en su multiplicidad, esto lo hará remontarse yendo a las experiencias y a los comportamientos propios del hombre; en este sentido va a introducir la noción de juego lingüístico, noción que es fundamental para comprender globalmente la esfera del lenguaje.
Esta es la nueva dirección desde la cual tanto el lenguaje como las relaciones que él puede establecer con el mundo de la vida, expresiones, gestos, signos, palabras y actitudes pueden definirse tal y como si fueran un conjunto de juegos lingüísticos, modos o manera como se estructura el habla, diversos usos de las palabras según determinadas reglas.
La noción de juego lingüístico le permite a Wittgenstein asumir una posición crítica contra la tradición, también le permite criticar la pretensión originaria de los filósofos analíticos al querer reducir todo el lenguaje a un metalenguaje o lenguaje ideal; los mismos juegos lingüísticos se han de convertir en un objeto de análisis para Wittgenstein; las reglas lingüísticas que empleamos en la utilización del lenguaje son modelos de comportamiento que aprendemos y utilizamos en nuestra vida; sostiene Wittgenstein que quien sigue una regla obedece una orden, de que en nuestros procesos lingüísticos somos adiestrados para obedecer reglas hasta el momento en que esto se convierte en una costumbre; de modo que seguir una regla es una praxis vital; todo el proceso de entender y comprender se remite a un saber hacer; todo juego lingüístico se fundamenta en una forma de vida y la filosofía debe estar capacitada para describir dicha forma de vida (Fabris 19).
El lenguaje según esta nueva posición de Wittgenstein está conformado y constituido por una multiplicidad de usos y de juegos, todos ellos se basan en la praxis misma del lenguaje; nuestro pensador  cree que el lenguaje, los conceptos, los nombres y las proposiciones no son definibles en su esencia, ni tampoco son nociones rígidas; ellos se configuran en los usos, en los juegos de los cuales hacen parte; este autor también considera que aunque existen múltiples juegos y usos del lenguaje, sin embargo entre todos los conceptos, proposiciones y nombres existe algo así como unos lazos comunes que revelan una cierta familiaridad entre ellos; de esta manera se pueden encontrar hilos conductores, fibras que se entrelazan y que conforman una red compleja; por esto la invitación que hace Wittgenstein en las Investigaciones es no tanto a pensar cuanto a observar y desde la observación tratar de delinear el método a seguir en cuestiones relativas al estudio del lenguaje (Investigaciones I,66;67).
Para el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas el lenguaje coincide con la multiplicidad de sus configuraciones, usos o juegos y no existe una predilección por ninguno de ellos; en dichas configuraciones la lengua se rige de acuerdo a unas reglas que no siempre son evidentes por sí mismas; sin embargo son ellas las que estructuran los diferentes juegos lingüísticos que se hablan permanentemente; las palabras adquieren su significación por el lugar que ellas ocupan dentro del conjunto de reglas y estas son las que le asignan el papel que ellas deben desempeñar; toda palabra tiene una función y ésta es quien hace que aquella sea tomada en consideración; incluso las palabras de los filósofos que a veces tienden a ser tan confusas han de ser devueltas de su papel o lugar metafísico al lenguaje cotidiano; la función de la filosofía es la de describir, sin alterar el uso efectivo del lenguaje (Investigaciones 1,124); desde esta perspectiva se puede decir que no hay espacio ni para una metafísica ni para un metalenguaje.
Por lo tanto la tarea que queda por realizar es la descripción de las formas de vida en que habitamos, las que nos pertenecen y a las que pertenecemos y la descripción de las estructuras lingüísticas que utilizamos; desde esta perspectiva se podría decir que Wittgenstein intenta llevar a cabo una fenomenología de lo cotidiano, donde lo cotidiano se convierte en un terreno de análisis y sobre este se pueden diferenciar los problemas verdaderos de los falsos.





[1] Apofántico es un adjetivo que usa Aristóteles para calificar los enunciados que pueden ser verdaderos o falsos; en este sentido este filósofo hablará de enunciados declarativos, por ejemplo: Sócrates es sabio, todo hombre es sabio, sin embargo las preguntas, los mandatos y las declaraciones son frases dotadas de significados a los cuales no se les puede atribuir grados de verdad o de falsedad.

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