Obra de arte, verdad y mundo.
OBRA DE ARTE, VERDAD Y MUNDO:
ENSAYOS SOBRE ESTÉTICA CONTEMPORÁNEA
POR:
ORLANDO ARROYAVE VALENCIA
ÍNDICE
Índice 1
Introducción 4
1. Las vanguardias 11
1.1. Origen del término 11
1.2. Significado del término 12
1.3. Evolución dentro de un marco
histórico 13
1.4. Lugares geográficos 13
1.5. Pertenencia a un grupo 14
1.6. La revolución y las formas de
expresión artísticas 14
1.7. Justificación 15
1.8. Las vanguardias y la mentalidad
fundacionista 18
2. Las revoluciones artísticas, las
revoluciones científicas 20
2.1. Lo persuasivo y demostrativo de
las revoluciones científicas 20
2.2. De lo histórico en las
revoluciones científicas 25
2.3. La importancia de lo estético en
la modernidad 26
2.4. La época post-metafísica y la
permanencia del arte 33
2.5. El arte versus la ciencia 34
3. El artista y su condición 35
3.1. El arte en el romanticismo 39
4. El arte: su fruición, su ser y su
mundo 44
4.1. Lo ontológico en la obra de arte 44
4.2. El arte en el mundo 45
4.3. El conocimiento y el arte 50
4.4. La fruición estética 51
5. La muerte del arte 54
5.1. Significado del arte en el mundo 54
5.2. El artista y la sociedad 56
5.3. La muerte del arte en la crítica 57
5.4. La supervivencia del arte en
nuestros días 58
5.5. Muerte o crepúsculo del arte 64
6. Del carácter utópico en el arte 82
6.1. Introducción 82
6.2. La utopía 89
6.3. La contrautopía, la ironía 92
6.4. La heterotopía 97
7. Arte y verdad 103
7.1. El problema de la verdad del
arte 103
7.2. Conflicto mundo-tierra y la obra
como unidad 105
7.3. La puesta en obra de la verdad y
el conflicto mundo-tierra 108
7.4. El carácter conflictual de la
verdad 112
7.5. La obra como creación y la
verdad 115
7.6. La tendencia de la verdad y su
acaecer en la obra 117
7.7. Diversos modos en los que acaece
la verdad 122
7.8. La obra como creación 125
7.8.1. La forma 125
7.8.2. La obra: evento del ser 130
7.9. Forma y contenido: la puesta en
obra de la verdad 135
8. Obra e interpretación 136
8.1. De verdad ¡el arte¡ 136
8.2. La conciencia estética y su
crisis 137
8.3. El ser de la obra de arte:
juego, presentación e imitación 140
8.4. Experiencia estética e
interpretación 145
8.5. Estética y hermenéutica 148
9. Arte y lenguaje 159
9.1. Lenguaje, arte y palabra 159
9.2. El lenguaje: horizonte de una
ontología hermenéutica 161
10. Obra de arte: mundear de mundo 165
10.1. Afectividad y ser-en-el-mundo 165
10.2. La afectividad: un hecho
ontológico 167
10.3. El mundo y las cosas en Sein und Zeit 169
10.4. La obra de arte y su mundo 175
10.5. El carácter cósmico, revolucionario
y profético del arte 178
11. El juego y el arte 182
11.1. La identidad de la obra 187
12 Lo simbólico y el arte 191
13 De lo festivo en el arte 205
13.1. Preocupación constante 205
13.2. Caracterización de la fiesta 208
13.3. El tiempo y el carácter hermenéutico
de la obra de arte 218
Conclusión 220
Introducción.
La reflexión
filosófica sobre la estética, a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX,
comparte en muchos sentidos el espíritu de las vanguardias que se inician por
esta misma época; dichos movimientos vanguardistas tienen sus inicios en el
romanticismo. En ellos se trata de cuestionar el papel del artista y del arte; la
relación arte-verdad, el carácter ontológico del arte y su muerte; la relación que
se da entre ésta, la utopía y la sociedad; así como el arte y su relación con
la tecnología moderna; la base antropológica que subyace a una experiencia
interpretativa de carácter estético. La presente investigación tratará de mirar
muy someramente, y desde conferencias, ensayos, cursos universitarios y artículos
por lo tanto surgidos en diferentes ocasiones, cada uno de estos temas, todos
ellos precedidos por un estudio sobre las vanguardias y sobre las estructuras
de las revoluciones artísticas. Estudio que recorre un arco temporal y
reflexivo que abarca tres pensadores fundamentalmente: Heidegger, Gadamer y
Vattimo.
Como toda
introducción debe dar cuenta de lo que se espera encontrar en el texto, así se
tratará de especificar en ésta, algunos de dichos elementos.
Método.
Toda obra
literaria que da cuenta de una investigación, en este caso filosófica sobre el
arte, ha de poner en claro el método utilizado, tanto en la recolección del
material consultado, cuanto en el texto mismo, en cuanto a la forma de
exposición, en este cado de grafía.
En cuanto al
primer punto metodológico enunciado anteriormente se hace necesario esclarecer
que la presente investigación ha surgido en diferentes momentos y
circunstancias, como antes se ha mencionado; los ensayos surgieron por
diferentes motivos: conferencias, cursos de pregrado y postgrado; otros han
surgido del interés personal por investigar la temática.
La recolección
del material consultado, por lo tanto, no fue arbitraria, sino que surgió de la
necesidad concreta de consultar una temática específica; hasta donde fue posible
se hizo un esfuerzo grande por acceder a los textos originales, -lo que se
especifica en los pie de página-; en los otros casos, se hizo necesario, por la
ausencia de los originales en nuestro medio, consultar las traducciones
españolas; y en casos donde no hay traducciones españolas sino italianas, sobre
todo en el caso del alemán, se consultaron las mismas.
En lo referente
al segundo punto antes enunciado, es necesario aclarar que el orden de los
distintos textos se trató de ser lo más pedagógico y coherente posible,
tratando de relacionar, en el sentido de la continuidad, temáticas afines,
aunque al final siempre queda el sinsabor y la inquietud de saber si se alcanzó
lo deseado; en tal sentido sólo el lector lo podrá decir, aunque reconociendo que
en ello hay mucho de gusto en el sentido subjetivo del término.
Se trató de
seguir un método mostrativo[1], no un método demostrativo.
Se entiende por método demostrativo aquel que busca demostrar bien sea una hipótesis propuesta, bien sea la
verdad inherente a un axioma que procede de premisa mayor y universal a una
premisa menor y particular, a una conclusión; no se debe leer la presente
investigación con la mirada puesta en este método.
El método
mostrativo es aquel que intenta mostrar la cosa en cuestión a través del uso
del lenguaje, pero sin enfatizar la lógica en el sentido usual del término; si
hubiera que hablar de lógica se hace necesario enfatizar una lógica expositiva.
La que consiste en exponer razones, fundamentadas en pensadores que han pensado
el problema en cuestión, y desde ellas mostrar el problema en cuestión. Ello se
podrá experimentar a lo largo de la presente investigación.
Fuentes.
Se han consultado
algunas fuentes del alemán en sus textos originales, como el caso de Sein und Zeit, Wahrheit und Methode; la obra vattimiana se consultó en sus textos
originales y haciendo la traducción directamente, lo mismo que la obra de
Pareyson. En los demás casos se recurrió a las traducciones en español.
Respecto a la
obra vattimiana, se citan algunos textos que jamás fueron publicados, o por lo
menos, no hasta el momento; estos son dispensas del profesor Vattimo cuando era
profesor de filosofía estética, las que le servían para dar sus cursos en la
universidad de Turín. Ellos son: Arte
e veritá nel pensiero di Martin Heidegger; Arte e utopia. En el resto de los casos se trabajó
con fuentes traducidas al español.
Origen.
La presente investigación surgió de la necesidad apremiante de
comprender la reflexión filosófica hodierna sobre el arte; esta inquietud
surgió de la necesidad, una vez terminada, de un estudio pormenorizado sobre la
propuesta de Vattimo, del pensamiento débil.
En efecto, en aquella investigación se puedo comprobar que la raíz
primera en el filosofar de vattimiano fue la reflexión sobre el arte; de ella
surgieron en Vattimo, las inquietudes hermenéuticas, ontológicas postmodernas;
muy seguramente este es uno de los ecos que en el pensamiento vattimiano
resuena desde muy lejos ya que Vattimo por doble vía debió haber recibido un
influjo estético: en primer lugar, Luigi Pareyson, su maestro y director de la
tesis: Il concetto di fare in Aristotele;
en Pareyson se pueden encontrar escritos dedicados al arte y en ellos se pueden
ver algunas temáticas afines a las tratadas por Vattimo, como por ejemplo: la
obra de arte y el fruidor, la obra de arte y su público, la teoría de la
perfomatividad, las teorías contenutistas y formalistas, etc.
En segundo lugar Hans Georg Gadamer, quien siendo maestro de Vattimo en
Heildelberg, debió continuar con lo ya iniciado por Pareyson en Turín; influjo
que también puede ser rastreable en temáticas concretas: la interpretación de
la obra de arte, la problemática inherente al artista, la verdad y la obra de
arte, obra y mundo, las poéticas y su papel decisivo en el desarrollo del arte,
el arte y el lenguaje.
Por Gadamer muy seguramente, Vattimo llega a problemas planteados por
Heidegger en su obra; hecho este que también es rastreable en problemas
concretos: la lucha entre mundo y tierra, la radicalización ontológica
inherente a la obra de arte; la obra, la cosa y el instrumento; la obra y su
relación con el pro-yecto existencial; la obra como mundear de mundo; la verdad
como apertura, etc.
Y aquí se llega a una característica esencial de la presente
investigación: ella se mueve dentro del arco de pensamiento que va de Heidegger
a Vattimo pasando por Gadamer; por eso se puede comprobar que estos son los
autores a los que más se recurre ella.
Lo anteriormente dicho hace explicita una característica que se encuentra
en el título de la investigación: estética contemporánea. De tal modo que por
estética contemporánea se debe entender la reflexión filosófica sobre el arte
que se mueve en el circulo Heidegger, Gadamer, Vattimo.
El deseo de conocer tres conceptos, problemáticos como el que más para
la filosofía: obra, mundo y verdad es lo que mueve y jalona esta investigación;
puede ser que no se haga mucho énfasis en la relación entre los tres, pero sí
se trató de esclarecer, con un poco de claridad, aunque muy tímidamente, las
relaciones mundo y obra, verdad y obras; el deseo de esta investigación es la
esperanza de haberlo logrado, sólo el lector lo podrá decir.
Dificultades.
Heidegger, Gadamer, Vattimo[2] y
García Márquez –que se sepa- y muy seguramente otros han reconocido el carácter
repetitivo de sus obras, de sus temáticas y de sus conceptos e ideas; la presente
investigación no esta exenta de repeticiones, es más, las hay y con la
conciencia plena de haberlas hecho.
Se dan algunas repeticiones aún de párrafos enteros; sin embargo se ha
intentado, en ellas, mirar o enfatizar problemas diferentes; a fin de cuentas
este hecho puede comprenderse desde aquello sobre lo cual Heidegger ha llamado
la atención: el círculo hermenéutico; el que lo considera como la base misma del
comprender; el que no se debe tratar de exorcizar, ni de rechazar; el que en
lugar de rechazar se debe abordar en la manera justa: “Pero ver en este círculo
un circulus vitiosus y andar buscando
caminos para evitarlo, e incluso simplemente ‘sentirlo’ como una imperfección
inevitable, significa no comprender, de raíz, el comprender”[3].
Vattimo ha dicho en su texto Schleiermacher
filosofo dell’interpretazione[4]
que quizás la causa por la cual este no escribió jamás una obra sistemática,
fue por el hecho de haber encontrado siempre en su camino el círculo
hermenéutico y jamás supo abordarlo en su manera justa; es más la expresión
heideggeriana de “no se trata de exorcizarlo sino abordarlo en su manera justa”
puede referirse a Schleiermacher quien siempre trató de evitarlo y jamás lo
abordó en su manera justa.
Esta investigación, como la de Schleiermacher, ha renunciado
forzosamente al sistema; simplemente se limitado a reproducir un número de
ensayos, surgidos en momentos diferentes; los que no se agruparon de manera
arbitraria, sino que se trató de dar una continuidad entre unos y otros, aunque
dicha continuidad puede fallar, pues es algo subjetivo y de apreciación.
Así esta investigación llega a ser una obra como la de Pareyson: Conversaciones sobre estética[5]; como
la de Perinola: L’estetica del novecento[6];
de Vattimo: Etica del’interpretazione[7];
de Gadamer: Verdad y método II[8];
de Heidegger: Wegmarken,[9]
etc.; obras que surgieron de conferencias, clases, seminarios, coloquios, etc.,
las que se van construyendo como cuando se construye un rompecabezas, poco a
poco, paso a paso, pedazo a pedazo hasta alcanzar la imagen completa y
determinada.
Así hemos llegado a otra característica de la presente investigación:
como un rompecabezas, paso a paso, se trata de ir formando una imagen de
algunos temas que en la estética contemporánea mantienen en vilo el pensar
filosófico; sólo el lector podrá decir si se alcanzó el objetivo.
Es necesario aclarar finalmente que dado su carácter, cada uno de los
temas debe ser leído independientemente del otro; pues cada tema es tratado
independientemente tanto el que esta antes como el que está después.
Agradecimientos.
Hay tantas personas a las cuales hay tanto que agradecer porque tuvieron
que ver con esta investigación, directa o indirectamente, que es mejor no
mencionar nombres: a mis alumnos de pregrado y postgrado; a los profesores y
las directivas de mi facultad y de mi universidad, vaya a todos ellos mi
agradecimiento.
1. Las vanguardias.
El concepto de vanguardia es usado especialmente en la
historiografía y con relación al arte. Tiene su utilidad
en el momento de definir las posturas del arte y su papel dentro del contexto social. Además se utiliza para
ordenar el estudio de la historia del arte en nuestro siglo.
Es un fenómeno nuevo respecto a otros períodos de la
historia, el que es importante para comprender el arte de nuestra época. Por lo
tanto es anacrónico hablar de vanguardia en otras épocas de la historia, no se
puede hablar de vanguardia artística antes del siglo XX.
1.1.
Origen del término.
El término tiene su origen en la medievalidad y se
usaba en el lenguaje militar; en el siglo XIX empieza a ser utilizado en
sentido figurativo con respecto al arte, en el siglo XX se convierte en un
término clave para la comprensión del mundo artístico.
Referido al arte, aparece inicialmente en el primer
cuarto del siglo XIX, en los textos de los socialistas utópicos. Allí el arte
se presentaba como una avanzadilla (avan-gard)
de la sociedad; el arte se representa como la vanguardia de los dos sectores
fundamentales que trataban de transformar la sociedad: la ciencia y la
industria.
Según el texto Movimientos
literarios de Vanguardia[10], el término
alude a una cierta concepción bélica de determinados movimientos literarios,
que en su lucha contra los prejuicios estéticos, los corsés académicos, las
normas establecidas y la inercia del gusto constituyeron algo así como las
avanzadillas o fuerzas de choque en el campo de batalla de las literaturas, en
la lucha por la conquista de una nueva expresividad.
El mencionado texto coloca el origen del término en la
época que se ubica entre las primera y la segunda guerra mundial “en sentido
estricto suele pues entenderse por literatura de vanguardia aquella serie de
movimientos que florecieron después de la primera guerra mundial y fueron
sucediéndose, con mayor o menor fortuna, hasta el desencadenamiento del segundo
gran conflicto bélico, en 1939”[11].
1.2.
Significado del término.
El término implica ante todo la idea
de lucha, combate, de pequeño grupo destacado del cuerpo mayoritario que
avanza, que se sitúa adelante.
La vanguardia artística se manifestó
como una acción de grupo, un grupo reducido, una elite que se enfrentaba
incluso con violencia a unas situaciones establecidas y aceptadas por la
mayoría. Esta es la razón por la que el grupo vanguardista era rechazado
inicialmente y marginado, y luego ganaba aceptación general y popularidad,
ganando así reconocimiento ya era asimilado en sus ideas.
1.3.
Evolución dentro de un marco histórico.
Las vanguardias literarias y
artísticas del periodo de entreguerras son herederas de un drama que desde
finales del siglo XIX enfrenta a fe y razón, lógica e instinto, inteligencia y
realidad. Siendo conscientes de su herencia común, las vanguardias testimonian
el enfrentamiento histórico de los internacionalismos revolucionarios con los
respectivos sueños imperiales de los nacionalismos europeos y finalmente de los
nacionalismos entre sí.
Además tienen que enfrentar con
urgencia las nuevas concepciones del hombre y de la historia. Con lo cual se
ven forzados a reordenar la realidad.
1.4.
Lugares geográficos.
Los vanguardistas son marcadamente
europeos y preponderantemente franceses. En la cultura anglosajona se cuenta
con un solo movimiento vanguardista: el movimiento imaginista que aglutinó
algunos poetas británicos en su mayoría, hacia 1920; son igualmente movimientos
vanguardistas no franceses el expresionismo alemán y el futurismo italiano.
1.5.
Pertenencia a un grupo.
Los vanguardistas tienen una clara conciencia
de que están realizando una revolución formal, lo cual supone el reconocimiento
de quienes manifiestan una sensibilidad común, así como la institucionalización
del grupo mediante reuniones periódicas y manifiestos teóricos, lanzados a
través de los órganos de expresión del grupo, revistas literarias en su mayor
parte. Con ello se hace evidente una explicitación del sentido y del alcance de
la revolución formal emprendida por el grupo. También supone la instauración de
una ortodoxia en posesión de la clave de la nueva estética y excluyente de los
anteriores grupos y tendencias de vanguardia que ya han sido superados.
Dicha ortodoxia suele imponerse con
mayor o menor flexibilidad durante un período de apogeo, previo a la
desintegración o absorción por parte de un movimiento nuevo
1.6.
La revolución y las formas de expresión artística.
Toda vanguardia propone una mirada
nueva, una nueva normatividad estética que es consecuente la una con la otra,
los mismos principios de creatividad serán aplicables tanto a las formas
musicales como a las pictóricas, a las poéticas y a las escultóricas. Existe
entre las vanguardias una tendencia a expresarse en terrenos mixtos donde se
requiera la colaboración de todos los artistas del grupo, sin que se excluya un
esfuerzo paralelo empeñado en investigar y deslindar lo pictórico de lo poético
o lo poético en su más pura esencia.
1.7.
Justificación.
La marginación, el rechazo, la
posterior aceptación y amplia difusión justifican su papel anticipador para el
futuro. Además es un hecho que pone de manifiesto la nueva situación del
artista en la sociedad, una situación enraizada en la idea romántica del
artista como genio incomprendido.
Otro aspecto del concepto de
vanguardia es la vinculación con actitudes sociales progresistas, lo que llevó
a la consideración de que la vanguardia más auténtica era aquella que junto a
las innovaciones formales implicaba una transformación de la sociedad.
A finales del siglo XIX el término se
utilizó en el vocabulario político y poco antes de la primera guerra mundial
pasó a ser frecuente en la crítica artística, es entonces cuando se aplica a
una tendencia artística concreta: al cubismo[12] y al futurismo.
Algunos aspectos del término
vanguardia, a nivel artístico, son concomitantes con el vocabulario político: el
activismo, la voluntad de ruptura, la idea de revolución y particularmente la
aparición de un documento literario como pieza clave en muchos movimientos de
vanguardia, los que se llaman manifiestos.
Desde la aparición por primera vez del
Manifiesto del partido comunista[13] en 1848, en Londres surgen en el campo artístico
manifiestos que son declaraciones públicas de propósitos, de programas de
actuación, con el mismo lenguaje contundente y con el mismo tono de los
documentos políticos.
El manifiesto del futurismo fue el
más paradigmático, quienes redactaron un sinnúmero de manifiestos dedicados a
la pintura, a la escultura, al teatro, a la música, al cine, a la
arquitectura... siempre futuristas[14].
Los caracteres más típicos de la
vanguardia futurista quedan plasmados en las últimas líneas del Manifiesto de los pintores futuristas[15]. Dichos caracteres se resaltan a continuación:
1. Destruir el culto al pasado, la
obsesión por lo antiguo, la pedantería y el formalismo académico.
2. Despreciar profundamente toda
forma de imitación.
3. Exaltar toda forma de originalidad
aunque sea temeraria, aunque sea violentísima.
4. Sacar valor y orgullo de la fácil
tacha de locura con que se azota y amordaza a los innovadores.
5. Considerar a todos los críticos
del arte como inútiles y dañinos.
6. Rebelarnos contra la tiranía de
las palabras armonía, y buen gusto, expresiones demasiado
elásticas, con las que fácilmente se podría demoler la obra de Rembrandt, de
Goya y de Rodin.
7: Barrer del campo ideal del arte
todos los motivos y todos los temas ya explotados.
8. Representar y magnificar la vida
actual, incesante y tumultuosamente transformada por la ciencia victoriosa.
Y como un gran grito que resume la
actitud de los futuristas, dicen finalmente: ¡Entiérrese a los muertos en las
más profundas entrañas de la tierra! ¡Quede libre de momias el umbral del
futuro! ¡Paso a los jóvenes, a los violentos, a los temerarios!
Nociones fundamentales de los
manifiestos son:
La euforia, el activismo, la
agresividad, el desafío, la provocación, el rechazo del pasado, y frente a los
valores establecidos, la originalidad, la innovación y una significativa fe en
el progreso.
La obra de arte implica en su producción un carácter
revolucionario, de ruptura, un carácter visionario, con ello se evidencia su
carácter demoledor y desestabilizador; hay obras de arte que solamente pueden
ser entendidas desde los manifiestos que un determinado grupo de artistas
realizó; hay obras de arte que deben ser entendidas desde una conciencia de grupo;
es más los mismos manifiestos deben ser entendidos en su producción como
poéticas, obras de arte que en sí mismas son revolucionarias, visionarias,
demoledoras, desestabilizadoras; ellas son expresión de una conciencia de grupo
y de un movimiento.
1.8. Las vanguardias y la
mentalidad fundacionista.
Hegel propone que la fundamentación es el intento por
explicar la individualidad desde la totalidad que la contiene y clarifica;
junto a Hegel, el marxismo propone la misma lógica fundativa. Marx recurriendo
a la fenomenología hegeliana, sostiene la fundamentación trascendental y la
explicitación de las categorías, desde las que se hace necesario esclarecer la
realidad.
Dentro de la lógica fundacionista se debe además presentar el
pensamiento kantiano, con la diferencia de que para Kant las categorías que
explicitan la realidad no son de corte histórico sino lógico-trascendental,
categorías a priori que constituyen el carácter racional del hombre.
La obra de arte, en este esquema, es una individualidad que está
llamada a ser explicada desde la totalidad histórica, social, económica y
política que la contiene y la trasciende.
Los anteriores son dos esquemas emparentados con aquello que
en occidente se llamó la mentalidad
fundacionista, que tiene sus orígenes en Platón y su esquema fundacionista
idealista; además en Aristóteles y su esquema fundacionista naturalista.
Mentalidad fundacionista que por el influjo de estos dos pensadores predomina
en occidente.
Las escuelas filosóficas que estudian el fenómeno de lo bello
están de una o u otra manera emparentadas o viciadas por esta mentalidad
fundacionista.
Es posible mostrar cómo se puede hacer una lectura de lo
bello, filosóficamente hablando, no desde una mentalidad fundacionista sino
desde la perspectiva que Heidegger ha marcado como directriz a la filosofía, es
decir desde la diferencia ontológica, este es un propósito de Vattimo.
La diferencia ontológica es la diferencia entre el ser y el
ente, el ente se hace comprensible porque una apertura epocal (Epoché), realiza la iluminación de los
planos en los que el ente se aclara a la luz del ser.
La epocalidad (Epoché)
es la constitución misma del ser, el ser instaura una apertura epocal en la que
el ser-ahí aprehende los horizontes de significación en los que el ente se hace
comprensible.
Cuando Vattimo intenta releer la obra de arte desde las
categorías heideggerianas, en última instancia la está tratando de ubicar en un
contexto diferente de la lectura que de ella hiciera la modernidad con sus
representantes más significativos: Hegel y Kant. Pero a la vez está tratando de
dar una nueva explicación sobre la misma, no desde una mentalidad fundacionista
modernista, sino desde una fundación de carácter histórico-epocal, si se quiere
eventual. Desde aquí se puede pues vislumbrar un primer rasgo de carácter
ontológico que hace parte de la producción de la obra de arte: el carácter
eventual y epocal que se cumple en ella.
Todo esto de una u otra manera está jalonado por el carácter
revolucionario de las vanguardias, ya que ellas trataban de dar un nuevo
estatuto a la obra de arte.
Si en la estética filosófica contemporánea se presente una
nueva lectura de lo que acontece al interior de la obra de arte, es porque
detrás están los movimientos vanguardistas que han jalonado una nueva
concepción de la misma, un proceso desestabilizador, de ruptura y de choque.
Sin los movimientos vanguardistas que están a la base de todo este proceso,
sería imposible reconstruir una nueva lectura de la obra de arte desde el punto
de vista filosófico.
2. Las revoluciones
artísticas, las revoluciones científicas.
2.1. Lo persuasivo y demostrativo de las revoluciones científicas.
Vattimo[16]
parte de una pregunta que jalona su reflexión ¿Es posible hablar de una
estructura de las revoluciones artísticas, así como Thomas Kuhn habla de una
estructura de las revoluciones científicas?[17]
Parece que para Vattimo hay una
primera instancia desde la cual sea posible hablar de una estructura de las
revoluciones artísticas, dicha instancia es el ámbito de la verdad.
Hablar de la verdad en el arte supone
que no hay una delimitación tan marcada de la instancia verificativa en el
campo de las artes, como sí la hay en el campo de las ciencias.
En otros términos hay que reconocer
que durante mucho tiempo y aún hoy la instancia verificativa sigue siendo
definitiva para hablar en el campo de las ciencias de una estructura
revolucionaria, no así se hace tan evidente para las estructuras de las
revoluciones artísticas. Esto conlleva a una disputa que ha marcado el
desarrollo del arte ¿Qué experiencia de verdad se da al interior de la obra de
arte? Tema que desde Heidegger se ha sometido a discusión y que se evidencia en
toda la filosofía contemporánea.
Lo cual ha marcado un retroceso o un
progreso de tipo cumulativo en el ámbito del desarrollo científico, mientras
que en el terreno del arte esto no ha sido tan evidente.
Ello además evidencia una mayor
libertad en el desarrollo histórico de las artes y con ello el hecho de que se
pueda hablar o no de una verdadera historia del arte o una historia real del
arte. Por otro lado en el terreno científico y en los parámetros en los que
este se desarrolla, se evidencia una verdadera historia de las ciencias, dado
el área restringida de la verficabilidad con la que ésta se tiene que confrontar.
Sobre todo cuando se habla de un mayor o menor acercamiento a la verdad.
Sin embargo la tarea de dilucidar si
un discurso estético puede ser análogo a un discurso científico desde el punto
de vista de las estructuras revolucionaras, es algo que en la obra de Kuhn es
puesto en crisis, dicho saber cumulativo de acercamiento a la verdad no se hace
tan evidente por ser cuestionado; en un texto de John Horgan titulado el fin de la ciencia podemos encontrar
las siguientes apreciaciones sobre la obra de Kuhn:
De manera parecida Kuhn negaba que la
ciencia estuviera constantemente aproximándose a la verdad. Al final de La estructura de las revoluciones
científicas, afirmaba que, al igual que la vida en la tierra, la ciencia no
evolucionaba dirigiéndose hacia algo,
sino alejándose de algo […] Kuhn
sostenía que nuestros paradigmas siguen cambiando conforme cambia nuestra
cultura. “Grupos distintos, y el grupo propiamente tal en momentos distintos,
me dijo Kuhn, pueden tener experiencias distintas y, por tanto, vivir en
ciertos mundos distintos[18]
El resultado que se deja entrever es
que dicha diferenciación entre la ciencia-técnica y el arte no es tan evidente.
Kuhn denuncia un anarquismo epistemológico en la primacía, implantación e
implementación de un ámbito de verificabilidad igual para todos.
Por otro lado con la propuesta de Kuhn
se evidencia otro hecho: someter a un modelo estético las estructuras de las
revoluciones científicas, “someter a un modelo estético la evolución misma de
las ciencias”[19].
¿Qué es lo que determina la elección o
adopción de un determinado paradigma científico? La pregunta respondida desde
la propuesta de Kuhn necesariamente lleva a la conclusión de que un paradigma
científico es un remanente de carácter social, luego la elección del mismo no
va a estar supeditada a la adopción de una normatividad científica o a un
estatuto epistemológico de orden científico, sino que tiene que ver más con un
carácter persuasivo, discursivo que con la demostración, adecuación o
verificabilidad.
Los paradigmas científicos tienen
todos los rasgos de una revolución artística, estos deben recurrir a la
persuasión, a la funcionalidad respecto a una forma de vida determinada, dicha
funcionalidad recurre a su vez a la persuasión para efectos de su propagación,
difusión, articulación y su establecimiento, a la par que para constituirse en
lugares de valoración, normatización y elección deben a su vez recurrir a los
mismos esquemas persuasivos.
Un paradigma científico adquiere
rasgos de funcionalidad en un determinado esquema social gracias al hecho de
que para su establecimiento, su articulación y su propagación necesita recurrir
a un determinado esquema estético, donde la persuasión, la palabra y el
ejercicio del discurso hacen su aparición. A su vez todo esquema científico es lugar de normatización, de elección y
de opción gracias al hecho de recurrir al esquema estético de la persuasión,
del convencimiento, de la palabra y del discurso.
Detrás de estas afirmaciones se
encuentra el Gadamer de Wahrheit und
Methode quien colocándose en la disputa entre las ciencias naturales y las
ciencias humanas y el carácter de verificabilidad inherente a cada una de
ellas, llega a la conclusión de que el rasgo verificativo fundamental al que
apelan las ciencias humanas es el uso de la palabra, del discurso, del logos y
de la persuasión, rasgos que son propios de una teoría estética.
Vattimo relee la teoría kuhniana de la
estructura de las revoluciones científicas, desde la lectura que Kant hace de
la historia, al considerarla desde un punto de vista normal y un punto de vista
revolucionario. Normal puede considerarse el aporte que hacen al crecimiento de
las ciencias, aquellos científicos que “apoyados en los bastones y en los
sostenes de la experiencia han hecho quizás los mayores contributos para el
crecimiento de las ciencias y de las artes”[20].
El genio puede enseñar todos los pasos
para elaborar una determinada teoría, se pueden aprender dichos pasos y hasta
se pueden imitar, pero el cómo se produjeron dichos inventos y conocimientos,
eso jamás se podrá conocer, enseñar e imitar, dado que eso ni el mismo genio lo
sabe. Aquí, desde Kant, es posible distinguir entre el qué del conocimiento que puede ser aprendible, imitable y
enseñable, del cómo del conocimiento
que jamás podrá ser aprendible, enseñable e imitable. Las obras del genio son
imitables, aprendibles y enseñables pero cómo el genio produce jamás podrá ser
enseñable, imitable y aprendible porque ni él mismo lo sabe.
Las obras de los genios permanecen
como lugares de normatización, elección y decisión, ellas son el punto de partida
para que otros produzcan elementos análogos a los producidos por él. En última
instancia es posible demostrar, desde la teoría kantiana del genio, que todo
descubrimiento científico, todo paradigma científico no es más que la
articulación de paradigmas ya existentes, mientras que en el caso del genio se
abren nuevos paradigmas, nuevos horizontes y nuevos caminos[21].
El genio a su vez está constituido históricamente desde su “originalidad
magistral y desde el carácter ejemplar de sus obras”[22].
2.2. De lo histórico en las revoluciones científicas.
Otro tema que está a la base del
planteamiento vattimiano sobre la teoría kuhniana, es el hecho de enfatizar el
carácter histórico propio de las revoluciones científicas, sobre todo en un
clima en el cual los paradigmas científicos se creían desprovistos de toda
referencia al acaecer histórico, a su devenir, acontecer e influjo.
No se puede olvidar que el punto de
partida de la reflexión vattimiana es el historicismo, desde este a su vez
genera la propuesta filosófica del pensiero
debole. Él recurre a la teoría kuhniana porque le interesa mostrar cómo la
implantación, la implementación, la articulación y la difusión de un
determinado paradigma científico, no está supeditado tanto a rasgos
trascendentales y metafísicos, inmutables o absolutos, que es como se leyó la
ciencia a sí misma durante mucho tiempo, sino que todo paradigma científico
está supeditado a un determinado momento histórico y social, todo paradigma
científico es hijo de la historia. Vattimo concluye que los dos tipos de
historicidad antes mencionados, el normal y el revolucionario, y la diferencia
entre los mismos queda diluida, dicha disolución se da porque la historicidad
misma adquiere un carácter acumulativo, un carácter reducible a la historicidad
genial. El genio y su teoría están en última instancia reducidos a su carácter
histórico, al influjo del acaecer y del carácter histórico.
En la demostración del carácter
histórico del genio, de las teorías científicas hay un empeño en mostrar cómo
la teoría kuhniana de La estructura de
las revoluciones científicas está concebida bajo el modelo de la teoría
kantiana del genio.
No sólo La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn está pensada
bajo caracteres estéticos, desde el punto de vista de las estructuras mismas y
su carácter histórico-social, su recurrencia a caracteres estéticos como la
persuasión, el discurso, el logos, la palabra sino que además el modelo que
inspira a Kuhn para elaborar su obra es la teoría estética del genio tal como
la propone Kant en la Crítica del Juicio
y en su Antropología[23].
2.3. La importancia de la estética en la modernidad.
En la epistemología contemporánea se
da un modelo estético de la historicidad en contraposición a aquel modelo
acumulativo, teórico y cognoscitivo.
En dicho modelo estético de la
historicidad, lo estético juega un papel preponderante, tiene una gran
responsabilidad y no es ni la estética, ni la estética como disciplina
filosófica. Lo estético es la esfera de la experiencia, la dimensión de la
existencia que asume un valor representativo y de modelo para la historicidad
en general.
Vattimo llama este fenómeno vivido por
la ciencia a lo largo de su historia y que adquiere plena madurez en la obra de
Kuhn la estetización de la historia de
la ciencia, releyéndolo bajo la óptica de signo y de síntoma desde un
fenómeno mucho más basto que consiste en la
centralidad de lo estético en la modernidad; además analiza el fenómeno de
lo estético y su centralidad en la modernidad, no sólo desde lo que se podría
llamar un error de perspectiva sino que ello se hace explicito en Schelling
cuando habla del arte como órgano de la filosofía, además cuando Nietzsche
proyecta su obra Wille zur Macht y
dentro de esta un apartado que lleva por título La voluntad de poder como arte se está ubicando dentro la centralidad de lo estético en la modernidad;
es a partir de Nietzsche desde dónde se puede reconocer esa centralidad de lo
estético en la modernidad.
Este modelo de la estetización de la
historia de la ciencia, que tiene su origen en la centralidad de lo estético en
la modernidad, se anuncia en la promoción que desde el renacimiento se da al
artista en la sociedad confiriéndole caracteres sacerdotales, excepcionales,
dignidad cada vez más creciente. A nivel teórico perspectivas como la de Vico o
la del romanticismo asignaban a la cultura y a la civilización un origen
estético; finalmente con el advenimiento de la cultura de los mass media, en las sociedades modernas,
adquieren una gran preponderancia los modelos estéticos de comportamiento y con
ello el consenso social.
Nietzsche fue quien tuvo más clara
conciencia del papel preponderante de la estética en la cultura moderna; en la
nota colocada al capítulo de la Wille zur
Macht titulada La voluntad de poder
como arte, indica cómo el arte se configura cada vez más en un mundo donde
prima la voluntad de poder.
Dicha nota sugiere que desaparecida la
fe en el ser entendido como fundamento y desaparecida la fe en una historia que
camina hacia un punto final y acumulativo, entonces el mundo se revela como una
obra de arte que se realiza a sí misma (Ein
Sich selbst Gebärendes Kuntswerk). Y el artista aparece como un Vorstufe, es decir un lugar en el cual
aquella gran obra, que es el mundo, se da a conocer y se realiza en pequeño; el
artista es el lugar donde se da aquella gran obra que es el mundo y que se
revela como voluntad de poder, en él esa gran obra adquiere despliegue y
concretización.
Hay varios fenómenos que en la modernidad
están emparentados con aquello que Nietzsche llama la voluntad de poder como
arte: el gran despliegue del carácter estético a partir de la relación con la
técnica, la lucha de las poéticas vanguardistas contra la concepción
aristotélica del arte como mimesis, la carga tecnicista que se puede rastrear
en la noción del artista entendido como genio creador. El factum de que lo estético esté permanentemente permeando la
modernidad asume el rasgo de una anticipación de la modernidad.
El hecho de que desde el renacimiento
se pueda rastrear la presencia de lo estético llegando a atravesar lo historia
de la ciencia no es, según Vattimo, sólo el signo de una tendencia
estético-genérica de la cultura de los siglos más recientes, sino “una
anticipación y un preludio de la manifestación de la voluntad como esencia del
ser en la modernidad”[24].
Nietzsche aporta los elementos para
interpretar el fenómeno de la centralidad del arte en la modernidad. Más aún él
mismo no tiene plena conciencia del carácter típicamente moderno del fenómeno. Es
muy probable que sea él quien vincule la voluntad de poder como esencia del ser
a la época moderna, pero además es muy difícil sostener “que para Nietzsche el
concepto de lo moderno se defina típicamente con relación a estos hechos”[25].
Nietzsche posiblemente veía el
fenómeno de la centralidad del arte como una especie de reacción que manifiesta
para él la decadencia de la cultura occidental, mientras que para nosotros este
fenómeno de la centralidad del arte asume el rol de un nihilismo positivo y en
acción; con ello se puede afirmar que para Nietzsche el nihilismo es reactivo y
negativo en lo que se refiere a la centralidad de lo estético en la modernidad,
en cambio para nosotros el mismo fenómeno aunque es reactivo, ya no es negativo
sino positivo.
Esta diferencia de miras no sólo nos
coloca en la posición de ver a Nietzsche como el culmen de la modernidad (según
lo plantea Heidegger en la Verwindung
de la metafísica en Vorträge und Aufsätze[26])
sino que además nos coloca en una posición distinta de la suya en el momento de
considerar la centralidad del arte en la modernidad. Nietzsche considera el
nihilismo en su forma reactiva negativa como síntoma de la decadencia de la
modernidad, carácter subjetivo; para nosotros la centralidad del arte aunque
tiene un carácter reactivo, sin embargo es positivo, esto nos coloca en una
posición distinta de la suya.
La diferencia entre la lectura
subjetiva u objetiva de la expresión Nietzsche
conciencia de la modernidad, parte de la distancia histórica y es a nuestra
manera de ver, el hecho de que para Nietzsche el problema de la modernidad es
su propio lugar histórico, mientras que para nosotros la modernidad es un lugar
histórico lejano del cual hemos tomado nuestra distancia.
El sentido subjetivo y objetivo de la
expresión Nietzsche conciencia de la
modernidad no eran tan claros para el mismo Nietzsche de lo que lo es para
nosotros, esto se evidencia en el hecho de que la noción de novedad no era tan
clara para él mismo como lo es para nosotros, ya que él mismo estaba demasiado
cercano a ella. Para demostrar esto se parte de una definición de la
modernidad; según esta, la modernidad es aquella época en la cual el ser
moderno se convierte en el valor determinante, más aún, todos los valores
quedan supeditados al sentido del valor moderno. La modernidad entendida como
secularización alude al hecho de que este término describe lo que ocurrió en
una época, designa el carácter y el valor de esta época. La modernidad es la
época en la que la secularización se convierte en un valor determinante para
esa época.
La movilidad social, ideológica y
comercial prepara el énfasis en la identificación del valor y la novedad como
caracterizaciones cargadas de un carácter ontológico. La novedad se convierte
en valor, ello hace que lo nuevo, releído desde la temporalidad, manifieste
rasgos de futurabilidad y de progreso, en esto que se dejan sentir en autores
como Bloch, Marx, Sartre y hasta el primer Heidegger. La novedad como valor
leída desde la temporalidad, vista como futurabilidad se deja entrever en todas
las vanguardias que en el siglo XX reivindican sus derechos en abierta polémica
contra el pasado, pero siempre con un llamado muy claro a lo auténtico y a lo
originario.
El nexo entre secularización, valor de
lo nuevo y modernidad se manifiesta a partir de tres momentos:
En primer lugar la modernidad se
caracteriza por ser una época en la que hay un abandono del carácter sacral de
la existencia y una afirmación de las esferas de lo profano.
En un segundo momento la modernidad se
caracteriza por ser una época en la que la secularización se presenta como una
fe en el progreso, eliminando todas las referencias de carácter trascendental.
En tercera instancia la extremización
de la secularización se manifiesta en la adopción del valor de lo nuevo y
entendido éste como valor fundamental determinante.
¿Cuál es el papel del arte dentro de
este proceso de secularización vivido en la modernidad? El arte asume un rol
anticipatorio y simbólico representativo, hecho éste que lleva a contraponer
arte y ciencia diciendo que mientras ésta todavía sigue supeditada al criterio
de la verdad, y sólo en nuestros días se empieza a desarraigar y a desprender
de ese hecho, aquella, el arte, desde el carácter predictivo y
simbólico-representativo asume un rol de desarraigo. La secularización,
entendida como fe en el progreso y renuncia a los caracteres trascendentales,
termina en el ámbito científico-tecnológico reduciendo a la nada el valor de lo
nuevo y con ello haciendo vacía e inocua la idea misma de progreso.
Conviene recordar que en el texto de
Vattimo La estructura de las revoluciones
artísticas, dicho autor rastrea el tema del nihilismo en la época de la
modernidad, entendiéndolo como secularización. Ello se enmarca dentro de una de
las características que determinan la propuesta filosófica de Vattimo: el pensamiento débil y la ontología del declinar, en ellas se
propone rastrear los caracteres de mortalidad, de debilitamiento que permean la
cultura occidental en su proceso histórico.
Vattimo ve que la secularización
entendida como renuncia a los caracteres sacrales y trascendentales, como
proceso que lleva a la noción de progreso y al valor de lo nuevo a revelarse
como quimeras, dichas secularización es un modo de rastrear el nihilismo planteado
por Nietzsche y una forma como se descubren los rasgos débiles del ser que
entran en conflicto con una visión fuerte del ser entendido como Grund.
Este proceso, que en Nietzsche es
identificable con el nihilismo, en Heidegger como mortalidad y en Vattimo como
secularización, en todos tres son experiencia del debilitamiento, en este
sentido podemos decir que del ser como fundamento y como Grund se pasa al ser entendido como evento y debilitamiento.
2.4 La época post-metafísica y la permanencia del arte.
El sentido objetivo y subjetivo del
término sólo se evidencia en el momento en que se toma distancia del fenómeno
de la modernidad y de sus mecanismos, de tal modo se puede decir que el ser
moderno como valor determinante de la modernidad sólo se evidencia a partir del
distanciamiento, de la lejanía de los mecanismos que determinan a la
modernidad.
Desde esta perspectiva se pueden
rastrear fenómenos como la utopía y el rasgo a-histórico reflejado en ella, la
disolución de la novedad inherente al progreso, la disolución de progreso que
en un momento determinado se revela insuficiente, con ello la reducción de la
existencia al presente y la eliminación de la dimensión histórica[27].
La disolución del progreso lleva consigo
la disolución de la novedad, de lo nuevo, hecho este que también se puede
rastrear en el arte “si […] observamos más modestamente el campo de las artes,
también aquí el fenómeno que más llama la atención es la disolución del valor
de lo nuevo”[28].
Heidegger ha preparado el advenimiento
de una nueva época que ya no está bajo el dominio de las reglas de la
dialéctica y por ende bajo la categoría de la superación; él ha preparado el
advenimiento de una época post-metafísica, en la que alude no a la Überwindung sino a la Verwindung, en
última instancia la pre-valencia y la permanencia del arte.
Es posible leer este hecho diciendo
que la post-modernidad es la época en la que se propugna por una disolución del
progreso, junto a esta la disolución de la novedad como valor, la que se
sustrae a la lógica de la superación, en el sentido de la Überwindung y en su lugar se da una época post-metafísica que se da
bajo la distorsión, la Verwindung,
en la que prevalece y predomina el arte “la experiencia postmoderna del arte,
mirada no sólo a la luz de la voluntad de poder […] se manifiesta como el modo
de darse del arte en la época del fin de la metafísica”[29].
2.5 El arte versus la ciencia.
El arte en la postmodernidad es un
lugar privilegiado donde lo nuevo como valor pierde significado y adquiere
sentido el proceso nihilista que Vattimo rastrea en la historia occidental
moderna bajo el fenómeno de la secularización.
La ciencia guiada por caracteres
modernistas conserva su adhesión a la verdad, al valor de lo nuevo, a la noción
de progreso. El arte por el contrario es un espacio privilegiado donde lejos de
toda categoría metafísica, poniendo en crisis el valor de lo nuevo, el
desarrollo y el progreso, pone también en crisis la noción de temporalidad,
proponiendo con ello a su vez un nuevo modo de experimentar la temporalidad.
Este hecho encuentra su lugar privilegiado en el arte, algo que ya había sido
también presagiado por Nietzsche en su ewige
Wiederkehr des Gleichen (eterno retorno de lo mismo)[30].
Vattimo insiste en que este modo nuevo de experimentar la temporalidad es algo
que se encuentra reflejado en muchas obras que en el siglo XX proponen nuevas
formas o formas alternativas de experimentar la temporalidad.
Desde la
anterior reflexión sobre las vanguardias y sobre la estructura de las
revoluciones artísticas, se evidencia la necesidad de reflexionar sobre el
papel del artista y el papel del arte bajo esta nueva constelación en la que se
encuentra el arte.
3. El artista y su condición.
La ruptura del renacimiento con la medievalidad se da con un
florecimiento del humanismo, con ello se constituye el horizonte conceptual
sobre el cual ha de moverse nuevamente la estética como disciplina filosófica y
específica. Esto a su vez incide no sólo en el plano teórico sino en el plano
social, en la historia de la cultura donde la teoría se entrelaza con las
transformaciones sociales, las que en la época del renacimiento tienen que ver
muy estrechamente con el artista y su situación social. En efecto, a partir del
siglo XIV comienza a definirse la figura social del artista tal y como la
conocemos hoy y se empieza a definir la especificidad de la experiencia estética
como experiencia de amor por el arte.
Para definir la posición social del artista y sus aspectos
teóricos se hace necesario relevar dos aspectos: por un lado la relación entre
poesía y filología en la figura del poeta literario humanista; la relación del
arte, sobre todo la escultura, la pintura y la arquitectura, con la ciencia. En
relación a estos dos aspectos se define el horizonte de la situación del arte
en los siglos XV y XVI.
Respecto al primer elemento mencionado es importante tener
presente que muchos literatos, poetas y escritores se dedican al estudio de la
filología y con ello a comentar, restituir y enseñar los antiguos textos de
literatura clásica tanto griega como latina. Es claro que la gran poesía
antigua está a la base la visión del humanismo y del rol del hombre en el mundo
desplegada en los inicios de la época moderna. Pero es necesario recalcar que a
la base de los estudios de los clásicos está la relación con la experiencia
filológica. Unido a este hecho específico es necesario recalcar que muchos de
estos poetas, literatos son empleados públicos de las cancillerías, del papado
y de los príncipes como en el caso de los Medici. Algunos funcionarios se
dedican a inmortalizar la autoridad de sus príncipes teniendo como órgano la
literatura y la poesía. Así es posible ver en la literatura una relación entre
lo social y lo histórico. Es más, es posible ver una relación entre poesía,
filología y erudición con la tradición en cuanto por medio de estas se
vehiculan los modelos humanos a imitar. Es posible rastrear en la función
social de los poetas que aseguran la inmortalidad del príncipe en aquello que
hoy se llamaría una actividad de mantenimiento y creación del consenso social,
al nivel de la difusión de modelos culturales y lingüísticos comunes. Así vemos
como aún en los comienzos de la época moderna es posible rastrear la relación
entre arte y poder (la poesía al servicio del poder) y el arte en cuanto
conector social.
Otro elemento que vale la pena mencionar es la importancia
que en la época humanista se le da a la perfección formal de la lengua y de la
composición poética. El culto tributado a las reglas en la creación poética,
jamás es visto en contraste con los elementos irracionales que se dan en la
misma. En el período romántico el contraste entre reglas e inspiración se
experimenta como un hecho dramático. Para el humanismo, el furor de la poesía
es una manera de elevar el espíritu hacia la gran armonía del cosmos,
contemplarlo y conocerlo desde su esencia misma, de ahí que las reglas poéticas
sean una manera de manifestación de esta armonía cósmica de la cual el poeta se
hace coparticipe.
Desde esta perspectiva, donde se considera el mundo como
cualidad estética, se desprende la segunda característica que antes habíamos
mencionado como determinante en la estética humanista y renacentista, es decir
la relación entre ciencia y arte. Hecho este que es fundamental para la
estética posterior en cuanto se sientan las bases para el reconocimiento de las
artes visivas: pintura y escultura, de la arquitectura entendidas como artes
bellas, ya no relegadas al plano de las artes serviles[31]. Nos
referimos a la necesidad de conferir un estatuto científico a las artes;
aplicar una serie de principios físicos formulados matemáticamente a las obras
arquitectónicas, esculturales y pictóricas. Se evidencian aquí estudios como la
perspectiva y los estudios anatómicos, ello muestra de manera evidente una gran
cercanía entre la ciencia y el arte.
Estos hechos reivindican al artista socialmente en cuanto hay
un reconocimiento de la aplicación científica concreta en el campo del arte,
pero además hay una relación de cercanía entre las artes constructivas y
figurativas con las artes liberales.
Además en este hecho, hay una relectura de la visión clásica
y mimética de la obra de arte, en cuanto no es sólo imitar sino imitar
racionalmente la naturaleza, imitación guiada por un saber científico.
A partir de la acentuación de la relación arte ciencia y la
consiguiente liberación de la pintura, escultura y arquitectura de la condición
de serviles, surge entonces la posibilidad de proyectar un sistema de las artes
bellas; lo que se encuentra a la base, como premisa, es la discusión de la
relación entre pintura y poesía. Leonardo por ejemplo no sólo ejercita la
pintura como una ciencia, sino que reflexiona sobre la posible igualdad entre
esta y la poesía: los términos de la comparación entre poesía, entendida como
el arte de diseñar las palabras con la pluma, y la pintura, que ya no es más
una arte servil; lo mismo que el hecho de considerar la pintura como poesía
muda; o la catalogación de la pintura en los términos de una poesía ciega. Aún
aquellos autores que negaban una cierta superioridad de la poesía sobre las
otras artes, admitían que había una cierta unidad entre todas las artes; todas
estas discusiones son las que están, como premisas, en la base que luego
concluiría con la elaboración de un sistema unitario de las bellas artes. Esto es
lo que se encuentra en la tercera parte de las lecciones de estética de Hegel[32].
3.1. El arte en el
romanticismo.
La idea romántica del artista, es determinante para las
estéticas que se desarrollan en el siglo XIX y a la vez está a la base de las
vanguardias y las poéticas, este es considerado como alguien erradicado,
alguien que ya no está integrado a una colectividad: una cohorte, un templo, al
papado, etc., no ya está ligado a la cohorte, al papado, a la iglesia, a su vez
el artista es considerado un genio.
Un primer elemento que define el arte en el romanticismo es
el hecho de colocar en un plano referencial a las poéticas; de ahí se desprende
la búsqueda también romántica, de una poesía de la poesía; en ello el concepto
de ironía tiene un carácter central pues es un intento serio de aproximación al
plano literario. Las poéticas para el romanticismo jamás son un discurso
técnico sobre el modo de hacer arte, o enunciaciones de programas que tienen
como finalidad la producción del arte, sino que son una reflexión sobre el
significado del arte.
Por lo anterior es que no se debe limitar el discurso sobre
el origen del arte en el romanticismo a lo puramente técnico, a las preceptivas
y a las reglas. El romanticismo no tiene una poética en el sentido programático
y técnico del término; las poéticas son verdaderas tomas de posición filosófica
sobre el arte. Aún en elementos aparentemente técnicos que aparecen en las
poéticas romanticistas, como en el caso de la dodecafonía[33], es algo
que se debe comprender dentro del marco de la posición del arte y del artista
dentro del mundo humano.
Otro aspecto del arte romanticista, es el hecho de que las
poéticas que se reclaman a este origen, trataban de entablar una defensa contra
la muerte del arte; es decir las poéticas tratan de defenderse de aquellas
posiciones que querían eliminarlas porque no eran filosofía, porque no eran
reflexión; el hecho de que las poéticas traten de reflexionar sobre ellas
mismas, de hacerse conscientes de su papel, es una forma de salvarlas de
aquella sentencia de muerte preconizada por Hegel en la expresión muerte del
arte. De aquí surge un programa radical para las poéticas posthegelianas, que
serían totalmente diferentes a las romanticistas, pues deben centrarse en la
ironía y en autocontestación. Ellas deben reivindicar un puesto permanente en
la vida del espíritu, el que las sacaría de aquel limbo de la inconsciencia al
cual parecían condenadas. Frente al triunfo de las filosofías racionalistas y
positivistas, para las cuales el arte es algo inesencial y provisorio, los
artistas están constreñidos a resolver preliminarmente el problema de la propia
existencia.
Así, en los artistas surge la necesidad de una
autojustificación frente a la filosofía hegeliana y posthegeliana que no hace
justicia al arte. Autojustificación que se opone a una tendencia en algunas
interpretaciones de la filosofía que tildan el arte de inesencial, provisoria y
con ello su muerte.
Otra cuestión que se desprende de aquí, es el hecho de que
los artistas defienden su derecho propio a la existencia, ellos resuelven
preliminarmente el problema de la necesidad de su existencia, en un momento en
el cual las circunstancias sociales empiezan a cambiar. Así las poéticas no son
solamente maneras de reivindicar el derecho a la existencia del arte contra las
tendencias filosóficas racionalistas o empiristas, ellas son modos como los
artistas confrontados con una situación social nueva y jamás experimentada
antes en historia occidental, tratan de dar un significado a tal situación y de
darse a sí mismos un significado en ella.
Este hecho se puede enunciar brevemente de la siguiente
manera:
En el siglo XVIII se hacen sentir sobre los artistas los
primeros efectos de revolución industrial, de la modificación de las
estructuras económico políticas y sociales, del advenimiento de la sociedad de
masas. Ello para el artista significa que se empieza a perder el contacto
directo con el público restringido y notorio para el artista y la obra; ello
implica a la vez la adquisición de un público mucho más basto y lejano. Desde
aquí se hace evidente cierto desdén que desde el romanticismo y el
postromanticismo se empieza a tener por el arte ocasional; el arte de este tipo
era lo que constituía el gran legado que habían dejado los artistas antecesores.
El artista romanticista es un artista que se abandona sobre
sí mismo, que no tiene un público para el cual producir su arte, de acuerdo al
cual producir su arte, por lo tanto que no tiene exigencias precisas para su
producción. El artista del romanticismo debe buscar en sí mismo, en su propia
persona la fuente de inspiración, la fuente y la regla de su arte propia.
El artista del romanticismo ha perdido la condición social
que hasta entonces era clara y precisa y no ha encontrado otra. Su horizonte de
acción se hace mucho más amplio, basto y anónimo que aquel a que estaba
acostumbrado cuando era maestro de capilla o cuando era el poeta de la cohorte.
La figura que empieza a reemplazar a aquel artista integrado es la del artista
bohemio, el que es típico de esta fase, que podríamos llamar primera fase de
industrialización del arte.
Hoy cuando en buena parte ha pasado esta primera
industrialización del artista, se empieza a hablar siempre más claramente del
artista integrado, pero integrado a la industria cultural, funcionario de
grandes instituciones, de la comunicación de masas, de la editorial, del cine,
de la radio y de la televisión.
El poeta, por el contrario, parece encontrarse desfasado
respecto a la nueva integración que acabamos de mencionar, pues él es
testimonio de una no integración, de un cierto carácter problematizador del
mundo, tanto en el mundo de los conceptos, como el de lo social. Aunque parece
cierto también por otro lado que algunos poetas, romanceros de vanguardia, en diversos
países europeos, y su condición de integrados, es la que da razón de un cierto
tecnicismo vacío[34].
Esas reflexiones tratan de explicar la situación del artista
dentro de un momento social y cultural; además lo explican en su relación con
las vanguardias en el siglo XIX. Lo que domina al artista del siglo antes
mencionado es, además de su relación con el propio mundo circundante, el
problema de los medios de expresión. Los medios no son solo “medios” que se
puedan consumir; es el lenguaje artístico el verdadero fenómeno que ha entrado
en crisis. Los lenguajes se hacen incapaces de expresar lo inexpresado, hasta
el punto que parece que las estructuras y formas lingüísticas ya han dicho todo
lo que tenían para decir. Así los lenguajes se presentan no como medios para
vehicular las cosas, sino que los lenguajes son campos de experiencias
posibles, los lenguajes son posibilidades. Esto es lo que las poéticas y las
vanguardias quieren expresar cuando se presentan como un malestar cultural y
social.
En el fondo es rastreable la idea del artista considerado
como un nuevo mesías. Y a su vez el artista participa en el clima de rebelión
humanista contra la primera sociedad de masas. El artista se sitúa
polémicamente frente a la sociedad del consumo, del bienestar y del progreso
creciente. Se hace insensible frente a los códigos lingüísticos y estéticos
heredados de la tradición, los que le parecen que ya han cumplido su misión y
que son incapaces de verdadera creatividad[35].
4. El arte: su fruición, su ser y
su mundo.
Respecto al papel del arte, las vanguardias manifiestan
cuatro grandes núcleos problemáticos: el carácter ontológico de la obra de
arte, el papel del arte en el mundo, el conocimiento y su papel respecto al
arte y la fruición estética. Se tratará de reflexionar brevemente cada uno de
ellos.
4.1. Lo ontológico en la
obra de arte.
El ser en su aparecer se da como fenómeno, este a su vez es
una invitación constante para que estando a la escucha de aquel, nos dejemos
interpelar por la voz de su llamada que está desde hace mucho tiempo caída en
el olvido.
El redescubrimiento de lo caído en el olvido es un camino que
merece ser andado, para ir desvelando en el andar, las señales que nos llevan a
senderos inescrutados.
El ser en su aparecer se da como obra, esta adquiere la
connotación de lo simbólico cuando a la manera de un laberinto se da en su
carácter de síntoma lingüístico, epistémico, desestabilizador, empeñado y
profético.
Cuando nuestra constelación conceptual profundamente imbuida
del lenguaje técnico-científico comienza a declinar, empieza a mostrar síntomas
de envejecimiento y de muerte; eso es lo que hoy se constata: síntomas de
envejecimiento y de muerte de una constelación conceptual técnico-científica
que ya no llena las exigencias de una humanidad que empieza a mirar hacia otros
horizontes.
Y es ahí donde la voz del ser se deja oír bajo un nuevo
horizonte: el del arte, el de lo estético, el de la sensibilidad.
Por eso la tarea para nosotros hoy es repensar lo que de
impensado se quedó en la tradición que dejó en el olvido la voz del ser ¿Qué
pasa cuando nuestra vida se convierte en una pasión infinita por el saber
vehiculado y mediatizado lingüísticamente por el arte? Vemos ese síntoma, el
arte, replegado en la plasmación humana que es la obra, una obra que inquieta,
que mueve y que aguijonea a hacerla decir lo que tiene para decirnos, ahí, sólo
ahí surge nuestra cuestión ¿Cuál es el papel del arte en el mundo?
4.2. El arte en el mundo.
Las vanguardias colocan sobre el tapete el alcance ontológico
de la obra de arte en la medida en que colocan el arte no como actividad
desinteresada sino como algo políticamente empeñado, el arte se empeña
políticamente; en este sentido se puede decir que el arte es expresión de lo
verdadero y de lo falso, del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, etc.
El arte se empeña con el mundo que le toca vivir, bien a la
manera de vehiculación en cuanto constatación de un momento histórico, bien en
cuanto malestar, aguijón, desencanto de un momento que se puede volver contra
el mismo hombre; este es el caso de un Mondrian, de un Kandinsky que
vehiculando su malestar contra una sociedad, se han empeñado políticamente con
verdaderas obras programáticas no sólo encaminadas a denunciar la situación
sino a transformarla.
Ahora bien, la
creencia en las posibilidades de un orden distinto basado en lo humano racional
que se contraponga a la violencia de una sociedad que ha perdido el fundamento
de su civilidad, hace que Mondrian no se interese pos los escapismo estériles
de corte nihilista ni por los delirios individualistas tipo dadá, más bien su
convencimiento en las potencialidades de la conciencia humana para resolver las
contradicciones en términos de la racionalidad hace de la propuesta de Mondrian
más que un mero programa plástico, un verdadero proyecto plástico-político de
la razón.
De este modo, el
arte no sólo no se divorcia de la vida sino que en el mismo arte se halla
involucrado un proceso que tiene como referente necesario la vida social. Más
aún, Mondrian al mostrar cómo la investigación estética –al igual que cualquier
otra actividad humana- no es el producto de ningún ‘exilio espiritual’ sino por
el contrario el resultado de un quehacer en el mundo, indica la necesidad de
resolver la estética en la forma de una compromiso ético a través de una
metodología de lo racional, he aquí la razón profunda de su compromiso con el
proyecto democrático de la Bauhaus[36].
El carácter revolucionario de la obra radica en el hecho que
esta rastrea, inspecciona la revolución, el cambio de la sociedad y de sus
costumbres.
El carácter revolucionario del artista queda plasmado en la
producción de la obra cuando la obra misma se hace revolucionaria, esto tiene
que hacernos pensar en lo incomodo y hasta funesto que han resultado los
artistas en los regimenes totalitaristas, militaristas, fascistas, etc., la
obra de arte es un empeño revolucionario, con la cual el artista se empeña
revolucionariamente.
El carácter cósmico de la obra se presenta no como copia o
imagen de la realidad, sino como creación de mundo; ella misma es un mundo en
creación, ella es un mundo en gestación, ella es mundo:
Pero lo que más
importa a Heidegger, tal como se pone de manifiesto en múltiples páginas del
ensayo de 1936 (El origen de la obra de
arte), así como en sus lecturas de poetas, no es tanto una definición
positiva del mundo que la poesía abre y funda, sino caracterizar el alcance de
‘desfondamiento’que la poesía tiene siempre de modo inseparable. Fundación y
desfondamiento son los dos aspectos constitutivos del sentido de la obra de
arte que Heidegger señala, esto es: la exposición (Auf-stellung) del mundo y la pro-ducción (Her-stellung) de la tierra. El mundo expuesto por la obra es el
sistema de significados que esta inaugura, la tierra es producida por la obra
en cuanto emerge y se muestra como fondo oscuro, jamás enteramente agotable en
enunciados explícitos, en el que arraiga el mundo de la obra[37].
El carácter cósmico del expresionismo se refiere a la
creación de mundos, tarea que el poeta asume como su propio objetivo, a este
respecto hay que decir que
Sea en el caso
del empeño revolucionario, más o menos concretizado políticamente, sea en el
caso de la poesía como creación de mundos no reducibles a pura simbolización de
estados emotivos, sentimientos, sino que enriquecen realmente al ser; aquello
que es cierto es que la filosofía se libra definitivamente de su exclusiva
relación con la esfera de los sentimientos y de las emociones, ya que este era
un aspecto esencial de su desontologización[38].
El carácter
profético de la obra está ligado a la creación de mundo, ya que si la obra es
mundo, es creación de mundo, el mundo por ella mundeado tiene el carácter de
una profecía, profecía direccionada al mundo por ella gestado hacia un futuro,
profecía que implica renuncia al mundo objetivo que la generó.
El carácter profético es un elemento que caracteriza el
expresionismo y que se puede asociar con Kandinsky, dice Vattimo que “es
Kandinsky, en efecto, quien habla del carácter profético del arte”[39]. Para él,
este carácter es la contribución más importante que se pueda rastrear en todas
las vanguardias, en la línea de una recuperación del sentido ontológico del
arte. Para Kandinsky la creación del mundo se concretiza a partir de la
renuncia al mundo objetivo, y a partir de la recreación de los propios medios
de expresión, colocando junto al mundo real, un mundo nuevo que no tiene nada
que ver con la realidad[40].
Escuchemos a Kandinsky:
El artista crea
misteriosamente la verdadera obra de arte por vía mística. Separada de él, adquiere
vida propia y se convierte en algo personal e independiente que respira de modo
individual y que posee una vida material real. No es un fenómeno indiferente y
casual que permanezca inerte en el mundo espiritual, sino que es un ente en
posesión de fuerzas activas y creativas. La obra artística vive y actúa,
participa en la creación de la atmósfera espiritual[41].
La “Bauhaus[42]
constituye una dimensión válida y posible del desarrollo de una poética
profética como aquella de Kandinsky. En la escuela de Gropius la fuerza
profética se convierte en un esfuerzo concreto de proyección del mundo”[43]. En la
medida en que el arte permanece fiel a su ideal profético, su empeño ontológico
se acrecienta hacia el futuro, este es uno de los datos más preciosos que la
estética encuentra en su reflexión sobre las poéticas contemporáneas.
La renovación del arte se da simultáneamente con un
replanteamiento de la función del mismo con respecto a las demás experiencias
humanas.
Es la época en la que la preocupación central del artista no
sólo se centra en la elaboración del cuadro o de la obra, sino además en el
hecho de si las obras deben estar colocadas en los museos, en las galerías o en
otras partes ¿Cuál es el lugar propio de la obra de arte?
Se trata no sólo de hacer arte, además se trata de
problematizar la condición del artista y del arte en el mundo; el arte dentro
del contexto social es problematizado, la obviedad del arte se ha perdido; el
artista se deja llevar por la industria cultural; se evidencia pues una problematización
tanto del arte como del artista.
4.3. El conocimiento y el arte.
Las vanguardias colocan
como tema de discusión el problema del tipo de conocimiento al que asistimos
cuando confrontamos lo estético: un conocimiento intuitivo propio del arte, un
conocimiento discursivo propio de la filosofía, discusión que ha sido muchas
veces afrontada en los términos de la supremacía del uno sobre el otro ¿Hay una
supremacía del conocimiento intuitivo-estético sobre el discursivo racional? O
¿Hay una supremacía del conocimiento racional discursivo sobre el intuitivo?
Discusión que remite al horizonte conceptual sobre el cual Baumgarten quiso
colocar el nacimiento de la estética, cuando constata un conocimiento
propiciado por la sensibilidad y paralelo al conocimiento racional propiciado
por la razón, discusión que nuevamente nos coloca en el horizonte conceptual de
Hegel, Fichte y Schelling cuando dan una primacía al conocimiento estético sobre
el conocimiento filosófico o del filosófico sobre el estético.
Según lo anterior,
en el arte nos enfrentamos a un tipo de conocimiento donde se da la percepción
directa sin la necesidad de la recurrencia a un conocimiento discursivo, sin
embargo se alcanza a percibir que la recurrencia la conocimiento discursivo se
hace imprescindible, ya que la mediación de la palabra se convierte en pieza
clave para la comprensión de la obra. Más aún filosofías como la gadameriana
son filosofías profundamente convencidas que la recurrencia al horizonte
lingüístico es esencial en el planteamiento de la comprensión del fenómeno de
lo estético, en momentos por ejemplo cuando habla de la transmutación en forma[44].
4.4. La fruición estética.
Otro de los temas
propuesto por las vanguardias es la fruición estética, a este respecto se
pregunta ¿Qué significa fruir la obra de arte?
Inicialmente la
fruición estética está dominada por el sentido de la perfección de la obra y
por el placer que se desprende de dicha perfección. Fruir la obra de arte
significa, inicialmente, sentir placer frente a la perfección contemplada en la
obra, sentirse complacido, arrobado y extasiado por la perfección expresada en
la obra de arte.
Con las
vanguardias la fruición de la obra experimenta un cambio, con ellas fruír la
obra de arte equivale a decidir si la obra de arte crea o no un nuevo mundo,
mundo que hay que probar para ver si se puede habitar.
La contemplación
estética cambia de sentido, ya no es el carácter maravillado y sobrecogedor que
se desprende de la perfección de obra de arte, sino acceder al mundo mundeado
por ella y probar para habitarlo, hacer morada en él, de-morarse en él:
Las precedentes
reflexiones conciernen al enigma del arte, el enigma que es el arte mismo. La
aspiración está lejos de resolver el enigma. Queda como tarea ver el enigma.
Se llama estética,
casi desde la época en que comienza, una consideración propia sobre el arte y
el artista. La estética toma a la obra de arte como un objeto, a saber, como
objeto de la aisJhsiV, de la percepción sensible
en amplio sentido. Hoy a esta percepción se le llama vivencia. La manera como
el hombre vive el arte debe dar una explicación sobre su esencia. La vivencia
no es sólo la fuente decisiva que da la norma para el goce del arte, sino de la
creación artística. Todo es vivencia. Sin embargo, quizá es la vivencia, el
elemento en que muere el arte. La muerte sucede tan lentamente que necesita
algunas centurias[45].
Desde esta perspectiva hay una nueva acepción de la fruición,
la que equivale a decidir si la obra representa o no un mundo nuevo, si tiene
un sentido profético. Fruir la obra de arte significa descubrir un mundo nuevo
y probar a habitarlo. Ahora el arte descubre un nuevo sentido, el que se da
como el acaecer de una novedad radical sobre el plano del ser-en-el-mundo, es
la fundación de este mismo ser-en-el-mundo. La fuerza profética del arte se
despliega en la proyección concreta de obras, entendidas éstas como mundo y
también del mundo humano con sus estructuras físicas.
Klee y Kandinsky intentan sustraer el arte de aquella
tendencia que busca darle una interpretación gramatical a la obra, la más
rigurosa que sea posible.
En la producción de la obra de arte se presenta una
diferencia con respecto a la concepción del arte clásicamente entendida, el
arte para la tradición filosófica era, en un primer momento una reflexión sobre lo bello: el
carácter ontológico que se desprende de esta concepción radica en el hecho de
considerar al ser como uno, verdadero, bueno y bello. La belleza es un atributo
del ser.
También hace parte de la tradición la idea de que el arte es mimesis, remedo, copia de la realidad,
del mundo; en este sentido se puede considerar la obra de arte como estructura.
La obra de arte es remedo de aquella estructura que constituye el mundo,
produciendo aquello que en el mundo no llega a su finalidad.
La obra de arte produce mundo, produce realidad, desde esta
perspectiva se puede decir que el carácter ontológico epocal del que habla
Heidegger coincide no con copiar la realidad, ni con el carácter bello del ser
sino con la creación de realidad. Ello implica que la obra de arte debe ser
fruida, leída e interpretada en sí misma, lo que evidentemente no excluye la
lectura de la misma dentro de un contexto, un pretexto, pero resaltando siempre
el carácter de mismidad de la misma.
Es por ello que la obra tiene un carácter profético, ella es
portadora de una lectura que se hace de la realidad, pero también es portadora
en clave temporal futura.
5. La muerte del arte.
La muerte del arte es una expresión
hegeliana que capta la preeminencia de las poéticas y la autocrítica que estas
hacen al papel del arte y del artista en el mundo.
Las vanguardias
reflexionan sobre su origen romántico, tratan sobre la posición del artista y
del arte en el mundo. No tratan tanto de una preceptiva, ni de una manera o
técnica de producción, su reflexión se concentra en la posición del arte y del
artista en el mundo.
El concepto de muerte del arte se refiere a la manera
como el arte es vista desde una crítica que la tildaba de inesencial,
irracional e irreflexiva; critica que proviene del triunfo del positivismo y
del racionalismo, lo que está en el fondo de todo es la pregunta ¿Cómo debe
subsistir el arte haciéndose más consciente de su papel y de su función?
5.1 El significado del arte en el mundo.
Las vanguardias
tratan de dar un significado al arte y al artista, dando significación, a su
vez, a un contexto social plagado de estructuras sociales renovadas. A este
respecto podemos leer en el texto historia
de la pintura hablando sobre la ciudad de Paris en la época en la que se
dan los orígenes del impresionismo
El saneamiento de
la ciudad, que se prolongó durante unos veinte años, fue una consecuencia y a
su vez el motor del proceso de modernización general: por un lado, el
crecimiento de población inherente a la industrialización había hecho del todo
necesaria una reedificación, por otro lado, la 'nueva' ciudad creó por su parte
las condiciones necesarias para un desarrollo industrial e impulsó la
inevitable reestructuración social que ello comportó. No obstante, la sociedad
parisina, tan mezclada en un principio, se vio totalmente dividida: mientras
que los trabajadores y la industria se trasladaron a la periferia, el centro de
la ciudad se convirtió en dominio absoluto de la burguesía [...] los
impresionistas retrataron en sus cuadros diferentes facetas de la vida en la
ciudad. Abandonaron los estudios y se sumergieron por completo en la nueva
capital mundial de la cultura y pintaron los exclusivos bulevares parisinos,
los nuevos centros de esparcimiento, las modernas construcciones de acero de
las estaciones ferroviarias o también las excursiones al campo y los almuerzos
en plena naturaleza, que los habitantes de la ciudad hacían únicamente para recuperarse[46].
Esta idea se
puede reforzar citando el texto de Mario Verdone intitulado Il futurismo:
El descubrimiento
de la civilización industrial y la formación de un nuevo orden social; el
advenimiento de las máquinas y la renovación del pensamiento ocasionado por los
descubrimientos científicos y por el empuje de las nuevas ideologías; el
desarrollo de las comunicaciones, de la información, de los viajes y la
conquista del espacio, obligan a la sociedad europea a finales del siglo XIX y
principios del siglo XX a una transformación que la deja en crisis. La ruptura
de la unidad cultural, que hasta entonces estuvo sujeta a la política,
seducción de un ‘exótico’ que ‘extraña’, que acerca, y la imbricación
incontenible de los lenguajes expresivos y de las sensibilidades, modifican
también los conceptos de arte y de cultura. Museos y academias, bibliotecas y
archivos, monumentos y catedrales son vistos por los artistas y por los hombres
sedientos de lo nuevo como símbolos, pero símbolos de un mundo rechazado que se
identifica con el pasado, mientras todo empuja a la humanidad hacia una
absoluta, aunque todavía vaga, liberación[47].
La manera como
las poéticas contestarán contra una situación en la que el arte tiende a perder
su sentido, además de su auto justificación, es la de afirmarse críticamente
contra una filosofía que tiende a tildarlas de in esenciales: “La primera
batalla, librada desde las páginas de Poesía, a partir de 1905, es literaria:
su punto de principal es el Verso libre…”[48].
5.2 El artista y la sociedad.
En el siglo XVIII
la figura del artista que prevalece es la del artista integrado, la del
mecenas, el artista que integrado para un fin específico (la cohorte, la
capella, etc.), produce para dicho fin. Con el advenimiento de la revolución
industrial cambia la situación y entonces el artista integrado pierde contacto
directo con el público específico y culto al cual se dirigía su arte. Con los
mass media, el arte en cierta manera se hace banal, se convierte en consumo,
entonces se hace necesario a la par que buscar una justificación del artista en
su mundo, buscar unos medios expresivos que hagan viable su arte; la búsqueda
de nuevos horizontes lingüísticos que vehiculen la experiencia del mundo que se
quiere expresar a través del arte: “Las artes, como los sentidos, quieren
interferir y buscan nuevas vías de revuelta. Se combinan ideas y materiales de
distintas procedencias en unidades nuevas, que atañen al procedimiento del
montaje, tal vez cambiado por la civilización industrial, cuya importancia y
necesidad se ha visto tanto en los talleres de construcción como en el
cinematógrafo, en la oficina o en el arte figurativo”[49].
Desde esta
perspectiva el arte sin precedentes parte siempre de cero, no tiene a sus
espaldas una tradición que la funde y la garantice en sus estructuras y en su
propia comprensibilidad, debe inventar desde la base el propio lenguaje y
permanece por lo menos en estado embrional, al nivel del programa.
Toda obra de arte tiene algo que decir a quien acercándose a
ella, la descubre como vehiculadora de la posición del artista en su mundo; la
obra de arte habla no sólo de un artista, habla de un mundo y habla a un mundo;
si el artista ha sido un incomprendido para su tiempo, llámese mecenas,
bohemio, integrado es porque la novedad de su posición frente al mundo tiene
mucho que decir y por lo mismo da tanto de qué hablar.
5.3 La
muerte del arte en la crítica.
Un gran aporte de Hegel a la filosofía fue haber recogido el
sentido de la filosofía moderna en el poder mediático del pensamiento,
profetizado en la muerte del arte. Dicha mediación del pensamiento,
necesariamente tiene que enfrentarse con la superación y la negación del objeto
en cuestión, en el cual, una vez criticado se hace banal, superficial y
resuelto.
Fundamentalmente Hegel ha teorizado la muerte del arte en el
sentido de la crítica del arte, haciéndola con ello superficial y
disolviéndola. Cuando Hegel habla de la muerte del arte, se refiere al poder
desmitificador que se puede ejercer a través de la crítica[50].
Nos planteamos
desde la muerte del arte la cuestión de la reivindicación del arte en nuestros
días. Teniendo presente que la última gran estocada que recibió este fenómeno
del arte en la cultura occidental venía de manos de Hegel, cuando en sus
lecciones de estética en Heildelberg y luego en Berlín, uno de sus temas
introductorios fue la consideración del arte como doctrina del pasado.
¿Qué es lo que en Hegel se denomina el pasado del arte? Hegel
con ello pretende hacer de nuestro conocimiento de la verdad un objeto de
conocimiento, saber nuestro saber mismo de la verdad. Dicho saber sólo se
alcanzaría cuando la verdad misma reuniera en sí todo el despliegue histórico
en el tiempo. De ahí que la pretensión de Hegel fuese elevar al concepto toda
la verdad del mensaje cristiano, mensaje que incluía el misterio de la Trinidad.
La audaz
pretensión de Hegel era abarcar el misterio extremo de la doctrina cristiana y
recoger toda la verdad de la misma en la forma del concepto.
¿A qué no se refería Hegel cuando habla de la muerte del
arte? Desde aquí se hace necesario reconocer que a lo que Hegel se refiere no
es al final de la tradición plástica cristiana occidental, que según se creía,
se había alcanzado hasta entonces. Lo que Hegel percibía no era la caída en el
extrañamiento y la provocación que encontramos en el arte abstracto y no
objetual.
Seguramente
tampoco quería decir con ello que el Rococó y el Barroco serían los últimos
eslabones de la historia humana del estilo occidental. Hegel no sabía que
entonces comenzaba el siglo del historicismo y que el siglo XX convertiría el
arte precedente en algo del pasado.
Cuando Hegel
habla del pasado del arte se refiere al hecho de que el arte había perdido ese
carácter espontáneo que había tenido en el mundo griego y en su representación
de lo divino como algo evidente por sí mismo. En el mundo griego la
manifestación de lo divino estaba en las esculturas y en los templos, que se
erguían a la luz meridional sin cerrarse jamás a las fuerzas eternas de la
naturaleza. En la gran escultura lo divino se representaba visiblemente en
figuras humanas hechas por manos humanas. Hegel quería decir que para la
cultura griega dios y lo divino se revelaban expresamente en la forma de su
propia expresión artística, mientras que para el cristianismo Dios y la
intelección que el hombre tiene de Dios ya no era posible bajo una expresión
adecuada de su propia verdad en el lenguaje de las formas artísticas y en el
lenguaje figurativo del discurso poético. La obra de arte había dejado de ser
lo divino mismo que adoramos. Así el arte aparece necesitado de justificación,
justificación que la Iglesia había llevado a cabo en el pasado y la fusión con
el humanismo del arte cristiano occidental.
Dicha arte se justificaba
en una unión intima con el entorno realizando una integración evidente de la
comunidad, la iglesia y la sociedad por un lado y del artista que se
autocomprende por otro lado. Lo que Hegel quiere expresar es que esa
integración ya no existe, ni tampoco la autointegración del artista.
A partir de
entonces los grandes artistas comenzaron a sentirse desarraigados dentro de una
sociedad que comenzaba a industrializarse y a comercializarse y empieza a
sentir en carne propia su condición de bohemio y de vagabundo. Los artistas del
siglo XIX tenían plena conciencia de que entre ellos y el gran público para el
cual producían, sus obras había perdido toda la fuerza comunicativa. Los
artistas del siglo XIX no hacían parte de una comunidad, ellos mismos tenían
que crear su propia comunidad, teniendo en cuenta las nuevas formas pluralistas
y las expectativas de nuevas formas variadas y que son fruto de estos
pluralismos, sin dejar de olvidar que la forma y el mensaje de la creación
propia son los únicos verdaderos. De aquí que se esperase del artista el papel
de nuevo redentor, esta es la conciencia mesiánica del artista en el siglo XIX,
el artista trae un nuevo mensaje a la humanidad y paga con su marginación
social el precio de esta proclama, desde entonces ya el artista mismo hace
parte del arte.
En el arte
moderno se da una escisión entre el arte como religión de la cultura por un
lado y el arte como provocación del artista por otro. Dicha escisión puede
rastrearse en sus orígenes en la historia de la pintura a mediados del siglo
XIX, cuando se quiebra uno de los presupuestos fundamentales por los que las
artes plásticas de siglos anteriores se comprendían: la validez de la
perspectiva central.
Evidentemente la
perspectiva central no existió para la edad media, sólo a partir del
renacimiento fue cuando la perspectiva central, que era considerada una de las
grandes maravillas del progreso humano en el arte se convierte en algo
obligatorio para la pintura. Sólo en el momento en que hay un desarraigo de la
perspectiva central y se mira el arte de la alta edad media se constata que
esta puede leerse como una escritura de signos, una escritura de signos
figurativos que a la vez instruía intelectualmente
y elevaba el espíritu.
De esta manera la
perspectiva central resultó ser una forma histórica pasajera de la creación
plástica. Pero una vez desmoronada comienza la creación artística
contemporánea, la que llegaría mucho más lejos y que resulta extraña a la
mirada tradicional. El cubismo fue un movimiento que se negó a la creación del
objeto para la formación de la figura. Así la idea de que un cuadro es la
visión exacta de algo ha quedado clara y radicalmente destruida. Hoy hay que
sintetizar personalmente las diversas facetas cuyos trazos aparecen en el
lienzo y tal vez en ello se encuentre la armonía y la corrección de la obra. La
música moderna utiliza tal armonía y tal disonancia que son una experiencia
totalmente nueva en el campo del desarrollo del arte.
La poesía
hermética es un claro ejemplo del límite de lo comprensible significativamente,
ya que los poetas, los más grandes artistas de la palabra están marcados por un
trágico enmudecer en lo indecible.
El drama moderno
para el cual la vulnerabilidad de la doctrina del tiempo y de la acción está
casi completamente olvidada, aún se vulnera conscientemente lo dramático.
La arquitectura
moderna cuyo rasgo característico es la oposición radical, con la ayuda de los
nuevos materiales, a las leyes de la estática y construir cosas que en nada se
parecen a las construcciones de piedra.
Todo el anterior
recorrido histórico, lleva a ver lo que realmente está ocurriendo con el arte y
con ello está planteando una pregunta. O en otros términos la comprensión del
arte hoy en día representa una tarea para el pensamiento, para el filósofo.
Dicha tarea, de
proponer al pensamiento el tema del arte implica varias cosas: abarcar tanto el
arte del pasado y de la tradición como el arte moderno, ya que este no sólo se
contrapone a aquel sino que es su continuidad, de él ha extraído sus fuerzas y
su impulso. Ambos son arte, ya que ningún artista de hoy hubiera podido hacer
arte si no hubiese contado con el lenguaje de la tradición, ni ningún fruidor
de arte puede disfrutar del arte si no está inmerso permanentemente en la
simultaneidad de pasado y presente. Y lo está siempre, no sólo cuando va a una
sala de concierto, cuando entra en un museo sino que nuestra vida transcurre en
un continuo caminar entre el pasado, el presente y el futuro. Este poder ir así
con el pasado irrepetible, el horizonte del futuro abierto es lo que se llama
el espíritu.
Pero también se
hace necesario incluir el agente social que influye en el proceso cambiante del
artista, de ello derivan su posición frontal contra la religión burguesa y su
ceremonial de placer, el artista en ello, trata de crear un modo y un medio de
comunicación y de solidaridad donde no haya excluidos sino donde todos se
relacionen con todos, ello no sólo porque las grandes creaciones artísticas
descienden un peldaño para hacerse accesibles en la práctica ordinaria de la
gente, sino porque se difunden y se extienden propiciando una cierta unidad de
estilo en nuestro mundo humanamente elaborado. No hay duda de que las
tendencias artísticas que encontramos en el gran arte, se pueden difundir
también en los lugares y con los elementos más anodinos, no es pues por pura
casualidad que el artista en lo que crea está superando la tensión entre un
pasado y un futuro, sino que él mismo está colaborando para implementar nuevos
hábitos: “No son pocos los que piensan en la necesidad de una renovación total
que incluya todo el vivir humano: comportamiento y moral, fachada y expresión
que salen de lo íntimo”[52].
Aquí se patentiza
la conciencia histórica por un lado y por el otro la reflexividad del hombre y
del artista moderno. La conciencia histórica constituye no sólo la elaboración
conceptual erudita, sino que está presente en todos los que cuando se enfrentan
al pasado reconocen que en las manifestaciones de este pasado hay algo de
histórico: el caso de los trajes, las canciones, las pinturas.
La conciencia
histórica no es una postura metodológica especial, ni erudita o condicionada
por una concepción del mundo, sino una especie de instrumentalización de la
espiritualidad de los sentidos que determina de antemano la visión y la
experiencia del arte.
Con lo anterior
se pone en evidencia la necesidad de reflexionar sobre toda la gran tradición
de nuestra propia historia, sobre las tradiciones, formas de otras culturas y
mundos que no son los nuestros ni que han determinado nuestra historia, pero
que se necesitan reconocer en su alteridad. Es una necesidad reflexiva que
todos poseen y que el artista hace suya de manera más propia para potenciarla
en su producción artística.
La tarea de los
filósofos es la discusión sobre cómo puede ocurrir eso de manera revolucionaria
y por qué la conciencia histórica y su nueva reflexividad se entrelaza con la
pretensión de que lo que se ve que está ahí e interpela de modo inmediato, como
si nosotros fuésemos ello.
5.5. Muerte o crepúsculo del arte.
Sobre el tema de la muerte del arte se ha escrito mucho, con el
objeto de hacer más asequible la problemática inherente a él, se tratará de
introducir lo que han escrito sobre el mismo, autores como Arthur Danto[53],
José María Ripalda[54]
y finalmente Hans Georg Gadamer[55].
Primeramente se toma la interpretación
de Ripalda, quien al respecto dice que cuando Hegel habló en sus clases de la
universidad de Berlín sobre el fin del arte, no hacía referencia al hecho de
que el arte ya se hubiera acabado o que hubiera culminado su evolución, la
tesis de Hegel se refería al hecho de que el arte había perdido su capacidad de
producir cohesión política, la que tuvo en épocas pasadas como por ejemplo en
Grecia, por esto Hegel además de la expresión muerte del arte, utilizó la
expresión: el arte es cosa del pasado o el carácter pretérito del arte[56].
Para Danto el texto La estética de Hegel[57]
nació de una serie de conferencias dictadas en la universidad de Berlín, la
última de las cuales fue en 1828. El texto surgió de las propias notas de
Hegel, aumentadas por las notas de los estudiantes que asistieron a las
conferencias.
Según este autor, el sujeto al que
estaban dirigidas las conferencias era el gran público que asistía a las
conferencias y que ya reflexionaba sobre el arte, reflexión que estaba motivada
por los pensadores románticos tales como Schelling, Schlegel, Novalis y otros.
Schelling sostenía que el arte era el
tipo de conocimiento más alto y superior al que el hombre puede acceder,
incluso superior a la filosofía misma, para Schelling la filosofía sólo lleva
una parte del hombre a ese conocimiento superior a los demás, mientras que
según este filósofo es el arte quien lleva al hombre totalmente, al hombre
entero a ese conocimiento superior.
Hegel en sus conferencias trataba de
persuadir a sus oyentes, sosteniendo que la filosofía es superior al arte
porque la filosofía es el uso de la razón pura, una razón purificada de
imágenes, mientras que para Schelling el arte debe recurrir a un tipo de
conocimiento donde las imágenes juegan un papel predominante, este conocimiento
del arte encontraba en las imágenes su fuerza y su superioridad.
En el marco de esta controversia es
donde se ubica la tesis hegeliana del fin o de la muerte del arte.
En primera instancia Hegel consideraba
que tanto el arte, como la filosofía y la religión eran ejemplos de lo que él
definió como espíritu absoluto. Entendiendo por este, según Vattimo en su Introduzione alla estetica di Hegel:
El espíritu absoluto es la
autoconciencia del espíritu, sea del espíritu subjetivo lo mismo que del
espíritu objetivo; en otros términos, [...] espíritu absoluto son las formas
supremas de la conciencia que una humanidad históricamente determinada tiene de
si y del mundo, de la identidad que el mundo tiene de sí, es decir de la
reducción de la humanidad a hechos de vida espiritual. Espíritu absoluto en
este sentido, no es solamente autoconciencia de la reducción de toda la
realidad a realidad espiritual, sino que en cuanto conciencia cumple el último,
definitivo paso de esta reducción[58]
Al hacer esto, Hegel estaba pensando
en el hecho de que tanto la religión como la filosofía y el arte podían dar una
imagen total de la existencia humana, en esto consistía la vocación más elevada
de la filosofía, el arte y la religión. Así había pasado en Grecia, Roma, en la
edad media y con la pintura holandesa del siglo XVII.
Hegel sostenía que en su tiempo al
arte había perdido este carácter, que el arte ya no podía alcanzar lo que él
era capaz de alcanzar con su inmenso sistema filosófico, a esto se refería
Hegel
Según este autor, con su expresión el
fin del arte o la muerte del arte, Hegel sostenía que el arte era cosa del
pasado y que eran las ideas quienes podían alcanzar ese lugar superior que
antes ocupaba el arte. Hegel sostenía que el arte se había convertido en un
problema filosófico, mas que una forma de filosofía por derecho propio. De aquí
nace la necesidad para Hegel de una ciencia del arte (Kunstwissenschaft), y él consideraba que se había dado un cambio desde
la consideración del arte como visión total de la realidad a la consideración
del arte como objeto de estudio, objeto de reflexión erudita.
Este texto de Danto ayuda a ubicar el
concepto hegeliano dentro de un contexto más amplio y a la vez brinda otra
interpretación sobre dicho concepto.
Antes de considerar la interpretación
vattimiana se vera finalmente lo que dice Gadamer: ¿Qué es lo que Hegel
considera como el pasado del arte? Hegel con ello pretende hacer de nuestro conocimiento de la verdad un objeto de
conocimiento, saber nuestro saber mismo de la verdad. Dicho saber sólo se alcanzaría cuando la verdad
misma reuniera en sí todo el despliegue histórico en el tiempo. De ahí que
la pretensión de Hegel fuese elevar al
concepto toda la verdad del mensaje cristiano, mensaje que incluía el
misterio de la trinidad.
La audaz pretensión de Hegel era abarcar el misterio extremo de la doctrina cristiana y recoger toda la verdad de la misma en la
forma del concepto.
¿A qué no se refería Hegel cuando
habla de la muerte del arte? Desde aquí se hace necesario reconocer que a lo
que Hegel se refiere no es al final de la tradición plástica cristiana
occidental, que según se creía, se había alcanzado hasta entonces. Lo que Hegel
percibía no era la caída en el extrañamiento y la provocación que encontramos
en el arte abstracto y no objetual.
Seguramente tampoco quería decir con ello que el
Rococó y el Barroco serían los últimos eslabones de la historia humana del
estilo occidental. Hegel no sabía que entonces comenzaba el siglo del
historicismo y que el siglo XX convertiría el arte precedente en algo del
pasado.
Cuando Hegel habla del pasado del arte se refiere al
hecho de que el arte había perdido ese carácter espontáneo que había tenido en
el mundo griego y en su representación de lo divino como algo evidente por sí
mismo. En el mundo griego la manifestación de lo divino estaba en las
esculturas y en los templos, que se erguían a la luz meridional sin cerrarse
jamás a las fuerzas eternas de la naturaleza. En la gran escultura lo divino se
representaba visiblemente en figuras humanas hechas por manos humanas. Hegel
quería decir que para la cultura griega dios y lo divino se revelaban
expresamente en la forma de su propia expresión artística, mientras que para el
cristianismo Dios y la intelección que el hombre tiene de Dios, ya no era
posible una expresión adecuada de su propia verdad en el lenguaje de las formas
artísticas y en el lenguaje figurativo del discurso poético. La obra de arte
había dejado de ser lo divino mismo que adornamos. Así el arte aparece
necesitado de justificación, justificación que la Iglesia había llevado a cabo
en el pasado y la fusión con el humanismo del arte cristiano occidental.
Dicha arte se justificaba en una unión intima con el
entorno realizando una integración evidente de la comunidad, la iglesia y la
sociedad por un lado y del artista, que se autocomprende, por otro. Lo que
Hegel quiere expresar es que esa integración ya no existe, ni tampoco la
autointegración del artista.
A partir de entonces los grandes artistas comenzaron a
sentirse desarraigados dentro de una sociedad que comenzaba a industrializarse
y a comercializarse y empieza a sentir en carne propia su condición de bohemio
y de vagabundo. Los artistas del siglo XIX tenían plena conciencia de que entre
ellos y el gran público para el cual producían sus obras se había perdido toda
la fuerza comunicativa. Los artistas del siglo XIX no hacían parte de una
comunidad, ellos mismos tenían que crear su propia comunidad, teniendo en cuenta
las nuevas formas pluralistas y las expectativas de nuevas formas variadas y
que son fruto de estos pluralismos, sin dejar de olvidar que la forma y el
mensaje de la creación propia son los únicos verdaderos. De aquí que se
esperase del artista el papel de nuevo redentor, esta es la conciencia
mesiánica del artista en el siglo XIX, el artista trae un nuevo mensaje a la
humanidad y paga con su marginación social el precio de esta proclama, entonces
ya el artista mismo hace parte del arte.
En el arte moderno se da una escisión entre el arte
como religión de la cultura por un lado y el arte como provocación del artista
moderno por otro. Dicha escisión puede rastrearse en sus orígenes en la
historia de la pintura a mediados del siglo XIX, cuando se quiebra uno de los
presupuestos fundamentales por los que las artes plásticas de siglos anteriores
se comprendían: la validez de la perspectiva central.
Evidentemente la perspectiva central no existió para
la edad media, sólo a partir del renacimiento fue cuando la perspectiva
central, que era considerada una de las grandes maravillas del progreso humano
en el arte se convierte en algo obligatorio para la pintura. Sólo en el momento
en que nos desarraigamos de la perspectiva central y miramos al arte de la alta
edad media nos damos cuenta que esta puede leerse como una escritura de signos,
una escritura de signos figurativos que a la vez nos instruía intelectualmente
y elevaba nuestro espíritu.
De esta manera la perspectiva central resultó ser una
forma histórica pasajera de la creación plástica. Pero una vez desmoronada
comienza la creación artística contemporánea, la que llegaría mucho más lejos y
que resulta extraña a la mirada tradicional. Por ejemplo el cubismo fue un
movimiento que se negó a la creación del objeto para la formación de la figura.
Pero la idea de que un cuadro es la exacta visión de algo ha quedado clara y
radicalmente destruida. Hoy hay que sintetizar personalmente las diversas
facetas cuyos trazos aparecen en el lienzo y tal vez en ello se encuentre la
armonía y la corrección de la obra. La música moderna utiliza la armonía y la
disonancia al mismo tiempo, ellas son una experiencia totalmente nueva, en el
campo del desarrollo del arte.
La poesía hermética es un claro ejemplo del límite de
lo comprensible significativamente, ya que los poetas, los más grandes artistas
de la palabra están marcados por un trágico enmudecer en lo indecible.
El drama moderno para el cual la vulnerabilidad de la
doctrina del tiempo y de la acción está casi completamente olvidada, aún se
vulnera conscientemente lo dramático, es más en el caso de Bertold Brecht dicha
vulnerabilidad de lo dramático se convierte en el principio de la nueva
creación de lo dramático.
La arquitectura moderna cuyo rasgo característico es
la oposición radical, con la ayuda de los nuevos materiales, a las leyes de la
estática y construir cosas que en nada se parecen a las construcciones de
piedra.
Todo el anterior recorrido histórico, lleva a ver lo
que realmente está ocurriendo con el arte y con ello está planteando hoy una
pregunta. O en otros términos la comprensión del arte hoy en día representa una
tarea para el pensamiento.
Dicha tarea, de proponer al pensamiento el tema del
arte implica varias cosas: abarcar tanto el arte del pasado y de la tradición
como el arte moderno, ya que este no sólo se contrapone a aquel sino que es su
continuidad, de él ha extraído sus fuerzas y su impulso. Ambos son arte, ya que
ningún artista de hoy hubiera podido hacer arte si no hubiese contado con el
lenguaje de la tradición, ni ningún fruidor de arte puede disfrutar del arte si
no está inmerso permanentemente en la simultaneidad de pasado y presente. Y lo
está siempre, no sólo cuando va a una sala de concierto, cuando entra en un
museo sino que nuestra vida transcurre en un continuo caminar entre el pasado,
el presente y el futuro. Este poder ir así con el pasado irrepetible, el
horizonte del futuro abierto es lo que se llama el espíritu.
Pero también se hace necesario incluir el agente
social que influye en el proceso cambiante del artista, de ello derivan su
posición frontal contra la religión burguesa y su ceremonial de placer, el
artista en ello, trata de crear un modo y un medio de comunicación y de
solidaridad donde no haya excluidos sino donde todos se relacionen con todos,
ello no sólo porque las grandes creaciones artísticas descienden un peldaño
para hacerse accesibles en la práctica ordinaria de la gente, sino porque se
difunden y se extienden propiciando una cierta unidad de estilo en nuestro
mundo humanamente elaborado. No hay duda de que las tendencias artísticas que
encontramos en el gran arte, se encuentran también en los lugares y en los
elementos más anodinos, no es pues por pura casualidad que el artista en lo que
crea está superando la tensión entre un pasado y un futuro, sino que él mismo
está colaborando para implementar nuevos hábitos.
Aquí se patentiza la conciencia histórica por un lado
y por el otro la reflexividad del hombre y del artista moderno. La conciencia
histórica constituye no sólo la elaboración conceptual erudita, sino que está
presente en todos los que cuando se enfrentan al pasado reconocen que en las
manifestaciones de este pasado hay algo de histórico: el caso de los trajes,
las canciones, las pinturas.
La conciencia histórica no es una postura metodológica
especial, ni erudita o condicionada por una concepción del mundo, sino una
especie de instrumentación de la espiritualidad de nuestros sentidos que
determina de antemano nuestra visión y nuestra experiencia del arte.
Con lo anterior se pone en evidencia la necesidad de
reflexionar sobre toda la gran tradición de nuestra propia historia, sobre las
tradiciones y formas de otras culturas y mundos que no son los nuestros ni que
han determinado nuestra historia, pero que necesitamos reconocer en su
alteridad. Es una necesidad reflexiva que todos poseemos y que el artista hace
suya de manera más propia para potenciarla en su producción artística.
La tarea de los filósofos es la discusión sobre cómo puede
ocurrir eso de manera revolucionaria y por qué la conciencia histórica y su
nueva reflexividad se entrelaza con la pretensión de que lo que vemos está ahí
y nos interpela de modo inmediato, como si nosotros mismos fuésemos ello.
No se puede olvidar que Vattimo ha
sido discípulo de Gadamer en la universidad de Heildelberg, por eso se pueden
rastrear algunos puntos entre ambos autores, respecto a esta reflexión sobre la
expresión hegeliana de la muerte del arte. Se considera ahora la interpretación
vattimiana sobre la muerte del arte.
Para Vattimo, siguiendo a Adorno, la
expresión hegeliana sobre la muerte del arte está cargada de un sentido
profético, pero extrañamente pervertido, este hecho se puede rastrear en la
sociedad actual con el dominio de los medios de comunicación social, en ello se
puede ver una perversión del espíritu absoluto de Hegel cuando se da una
coincidencia entre ser y acontecer, entre ser y autoconciencia a partir de las
representaciones e imágenes de la realidad difundidas por los mass media y a la
vez generando una confusión en la realidad hasta el punto de no saber qué es la
realidad.
¿Dónde se ubica la muerte del arte?
Vattimo caracteriza y ubica el concepto de Hegel sobre la muerte del arte en la
época del final de la metafísica, cuando dice: “la muere del arte es una de
esas expresiones que designan o mejor aún, constituyen la época del fin de la
metafísica tal como la profetiza Hegel, la vive Nietzsche y la registra
Heidegger”[59].
Vattimo aclara que dicha época del final de la metafísica o de la metafísica
cumplida no consiste tanto en una superación de tipo dialéctico, o sea una Überwindung sino una Verwindung, en una remisión. Con ello
recalca uno de los sentidos sobre los que más insiste: no podemos abandonar la
metafísica tal como alguien abandona un traje, tenemos que habérnoslas con la
metafísica, tenemos que remitirnos constantemente a ella.
¿Cómo entender la expresión muerte del
arte? Vattimo dice que la muerte del arte no se debe entender como un concepto
que describe un estado de cosas, tampoco es un concepto cuyo origen se puede
rastrear para colocar al lado otros conceptos que le son sinónimos, tampoco es
una expresión que se revela contradictoria lógicamente hablando, dice Vattimo
que la expresión constituye una constelación, un horizonte histórico-ontológico
que determina la época en la que se ha llegado al final de la metafísica, una
época en la que el arte se concibe a sí misma como actitud crítica frente a un
estado de cosas que tiende a colocarla en una situación de especificidad. El
arte en este contexto manifiesta su carácter revolucionario, desestabilizador y
problematizador; el arte adquiere así su lugar en lo que se puede llamar una
estetización de la existencia. Dentro de este contexto ni el museo, ni la sala
de conciertos se presentan como lugares exclusivos para la realización de la
misma, el arte manifiesta su carácter problematizador aún para la obra misma,
esto es lo que Vattimo ha denominado la “autoironización de la propia operación
artística”[60].
Un hecho que Vattimo recalca, que es
decisivo para la comprensión del arte en nuestra cultura y que es decisivo para
la comprensión de lo que Hegel llama la muerte del arte, es lo que Benjamin
quiere recalcar en tu texto La obra de
arte en la época de la reproducción técnica donde constata la utilización
de la técnica en la obra de arte en fenómenos tales como la fotografía y el
cine. Con ello el arte hace parte de la existencia, con ello se recurre al
fenómeno de la estetización de la existencia, con ello la obra de arte pierde
la aureola que la circunda y el halo de sacralidad que tenía en otras épocas,
con ello se desvanece el sentido del genio, con ello el lugar propio del arte
ya no es, como antes se dijo, solamente la sala de conciertos, ni el museo, el
lugar propio del arte es simplemente la existencia.
Otro de los sentidos pervertidos en
que es posible releer la expresión hegeliana de la muerte del arte y que
Vattimo extrae del pensamiento de Benjamin es el hecho de que los medios de
comunicación sean no los medios para
las masas sino los medios de las
masas. Con ello Vattimo enfatiza que son los medios quienes crean las masas en
la medida en que crean consenso, opinión, sentir, parecer y gustos comunes al
interior de una colectividad determinada. Aquí Vattimo recalca que lo que
constituye la masa no es el anonimato o la indiferencia sino la opinión, el
consenso, el sentir, el parecer y el gusto, esto en nuestra cultura está
asociado a los medios de información y de comunicación social.
¿En qué medida este fenómeno es estético?
En la medida en que como lo recalca Kant en la Crítica del juicio el fruidor se reconoce como perteneciente a una
determinada comunidad. En esta obra “el placer estético no se define como el
deleite que el sujeto experimenta por el objeto, sino como ese placer que
deriva de comprobar que uno pertenece a un determinado grupo –en Kant la
humanidad misma como ideal- que tiene en común la capacidad de apreciar lo
bello”[61].
Dos maneras de leer el fenómeno de la
muerte del arte presagiado por Hegel, se hacen evidentes en el análisis de
Vattimo: el primero se refiere al fin del arte como hecho específico y separado
del resto de la experiencia rescatada y reintegrada. El segundo se refiere a la
estetización de la existencia a partir de los medios de comunicación social. El
primero es llamado por Vattimo utópico o fuerte y el segundo débil o real[62].
El hecho de que la obra de arte se
presente como algo desestructurador y desestructurante, el hecho de que la obra
de arte se presente como algo que rompe los cánones clásicos desde los cuales interpretarla,
el hecho de que la obra de arte se autoironise llevando en sí misma su propio
principio de ininteligibilidad, todo ello según Vattimo, hace parte de la
reacción de los artistas contra el carácter demasiadamente facilista y tal vez
alienante de la estetización de la existencia operada por los medios de
comunicación social, el arte habla callando, estos hechos también se pueden
leer como otra manera de interpretar la muerte del arte presagiada por Hegel.
Vattimo menciona tres maneras de
entender la expresión hegeliana de la muerte del arte. La primera es la
utópica, según la cual el arte como fenómeno específico, separado y aislado
desaparece. La segunda es la estetización de la cultura de masas que se opera
por obra de los medios de comunicación y que buscan la re-integración y el
consenso. La tercera es el suicidio o silencio del arte según la cual se da una
protesta contra un arte reintegradota, alienadora y demasiadamente facilista en
su interpretación y quizás también contra una tradición que tiende a enmarcar
en unos parámetros demasiadamente rígidos el fenómeno de lo estético.
Vattimo sostiene que al lado del
discurso sobre la muerte del arte, deben ser tenidos en cuenta fenómenos tales
como la producción de la obra de arte en su sentido clásico, obras que siguen
siendo creadas para estar en espacios diferenciados, obras que no se pueden
valorar desde las categorías de la auto- negación o el silencio. Por esto para
Vattimo quien quiera hacer justicia al rol del arte en nuestros días, no debe
solamente limitarse al criterio del mayor o menor grado de autonegación, a este
respecto dice: “constantemente nos llaman la atención diferenciaciones de valor
que escapan a esta clasificación simplista y que ni siquiera medianamente se
refieren a ella”[63].
Vattimo sostiene que el hecho de que el
arte perdure aún hoy, se debe al entrecruzamiento de estos tres aspectos que se
han mencionado sobre el arte utópico, cursi y como silencio, sostiene además
que el arte clásico o inofensivo que aún sigue teniendo su vigencia, sólo se
hace comprensible si es visto dentro del campo de las relaciones complejas en
que se debaten los tres aspectos desde los cuales es posible leer la muerte del
arte en nuestros días.
Vattimo sugiere que esta situación,
este conjunto de fenómenos que se designan con la expresión hegeliana de muerte
del arte, se pueden designar con la expresión de ocaso del arte[64].
Además constata un hecho: la
insuficiencia del lenguaje estético de la tradición en el momento de analizar
fenómenos de nuestro tiempo como los que acabamos de describir para referirnos
a la muerte del arte. Quien filosóficamente analiza el arte en nuestro tiempo,
constata que ni el arte como creación del genio, ni la idea de representación,
ni la mimesis son categorías conceptuales que sirven para un análisis de lo
estético en la actualidad, Vattimo dice que son categorías que en nuestro
momento actual están pensadas desde otros referentes.
Esto le sirve para concluir diciendo
que así como la tradición está plagada de referentes metafísicos, así estos
conceptos, esta tradición estética está referida a una tradición metafísica que
le sirve de base o de soporte, tradición en la que la base ontológica es la
referencia al ser entendido como fuerza representativa, expresiva y objetivante.
Al igual que lo que sucede con la
metafísica en el sentido de que no podemos dejarla de lado, ni desembarazarnos
de ella, sino que siempre tenemos que remitirnos a ella, lo mismo sucede con la
experiencia estética tradicional, tenemos que remitirnos a ella, pero no
desembarazándonos sino distorsionándola, esto es lo que Vattimo desde su
lectura de Heidegger ha llamado la Verwindung,
la época en la que el ser se nos da ya no como fuerza evidente, objetiva,
representativa y expresiva, sino la época en la que la relación ser-tiempo o
más bien la identidad ser-tiempo se imponen a la manera del ser entendido en
los términos de evento y acontecimiento.
La situación que vivimos del ocaso del
arte, dice Vattimo, la podemos interpretar desde el aspecto más general de la Verwindung de la metafísica y más
particularmente desde la interpretación heideggeriana de la obra de arte como
puesta por obra de la verdad.
Vattimo insiste en el hecho de que la
experiencia estética en nuestros días sólo se hace comprensible a la luz de lo
que Benjamin ha llamado la percepción distraída, es decir en el hecho de que la
obra de arte ha perdido su aureola de sacralidad y en el hecho de que la obra
de arte en la época de su reproductibilidad técnica sólo se aprehende como un
fenómeno micrológico, en un hecho de declinación y de ocaso, en otros términos
se puede decir que la obra de arte sólo se puede fruir e interpretar leyéndola
desde categorías micro y no macro, frente a estas categorías micro, muchas
posiciones de la tradición resultan, según Vattimo, enfáticas[65].
Considerar micrológicamente la obra de
arte significa reconocerla como fundamento espiritual de una época, en el
sentido que un grupo social, una época, una comunidad se reconocen e
identifican en una determinada obra de arte. Así la obra de arte es puesta en
obra de la verdad en cuanto es Aufstellung:
exposición de mundo y Herstellung:
creación de tierra, en este sentido se puede decir que la obra crea un mundo y
expone las líneas fundamentales desde las cuales es posible interpretar un
mundo históricamente dado.
Para comprender esto es necesario
remitirse a Kant, para él la obra de arte no se puede deducir de reglas dadas.
Es además necesario remitirse a Dilthey para quien la obra de arte revela la
verdad de una época.
La obra de arte leída desde aquí crea
consenso, cada cual se reconoce en ella y cada quien pertenece a un mundo
histórico, a este respecto Vattimo dice: “la obra de arte entendida como puesta
por obra de la verdad es el lugar de exhibición e intensificación del hecho de
pertenecer al grupo”[66].
A la creación de mundo es necesario
agregar la producción de tierra, este es el segundo aspecto de la consideración
heideggeriana de la obra de arte como puesta en obra de la verdad, en ello
Vattimo reitera el hecho de que la producción de tierra hace referencia a la
materialidad de la obra, al hecho de que la obra se muestre en su materialidad.
Pero a la par en la medida en que se muestra se oculta, se esconde
permaneciendo siempre un horizonte lleno de novedad y siempre sujeto a nuevas
interpretaciones, prácticamente la creación de mundo y la producción de tierra
están íntimamente ligadas en cuanto que la mundanidad de mundo está supeditada
al darse de la tierra y al sustraerse de ésta. Concluye Vattimo diciendo que
“la obra de arte es el único tipo de manufactura que registra el envejecimiento
como un hecho positivo que se inserta activamente en la determinación de nuevas
posibilidades de sentido”[67].
Considerar la obra de arte desde la perspectiva aquí
planteada coloca la discusión sobre la misma línea de una temporalización y del
carácter perecedero de la misma, hecho éste que asume críticamente una estética
que se mueve en la concepción metafísica tradicional y que considera el ser
como fuerza eterna, inmutable e imperecedera. De esta manera, mirando la obra
desde la perspectiva de una ontología del declinar[68], ésta se
presenta dentro de los límites de la temporalidad y asumiendo los rasgos de la
mortalidad y de lo perecedero, esta es, según Vattimo, la única manera como se
puede explicar la obra de arte desde un marco conceptual nuevo, tratando de
explicitarla en lo que ella es.
6. Del
carácter utópico en el arte.
6.1
Introducción.
Vattimo
se esfuerza en una comprensión del pensamiento de Bloch respecto a la utopía
porque éste se esforzaba en mantener vivo en el pensamiento revolucionario
marxista la relación con las aspiraciones de libertad, de autenticidad, de
renovación profunda del hombre que las vanguardias habían evidenciado con tanta
insistencia.
Esta actitud blochiana se ubica dentro de un clima de malestar latente
en toda Europa respecto a la revolución marxista, ya que ésta negaba lo que de
humano pudiese tener el hombre desde la represión mantenida y desarrollada en
la historia de la civilización proletaria. La revolución comunista había negado
las aspiraciones de libertad y de autenticidad de los individuos, sobre todo
porque la alternativa se presentaba entre el hombre colectivo de tipo soviético
y el individuo burgués de tipo propietario. En todo esto se evidencia una
actitud de sujeción del comunismo respecto a la moral burguesa, por lo que los
comunistas se hacen defensores de la moralidad pública, de la familia, etc., y
que deriva del hecho que no se ha elaborado una imagen alternativa del hombre
que sea convincente, un proyecto de hombre no visto ya desde la sociedad de la
propiedad privada y de la explotación.
Vattimo sostiene que “en nuestro siglo, uno de los campos en los que han
surgido elementos decisivos para una elaboración de esta nueva imagen del
hombre es el mundo del arte”[69],
lo que se puede explicar desde el hecho que a partir del siglo XVIII cuando la
burguesía sustituye definitivamente a la aristocracia en el dominio de la
sociedad, el artista asume una condición de excluido; justamente por este hecho
el artista se presenta como aquel que está más capacitado para ver los límites
de la sociedad, en este caso de lo humano, de lo moral y de lo social. Es por
esto que como intelectual, el artista encontrándose a disgusto trata de
proponer una nueva visión sobre el hombre. Aún hoy parece, según Vattimo, que
la posición social del artista no haya sido superada. El problema que se
evidencia parece ser que el artista no se deja insertar en la sociedad así como
ésta se ha venido configurando. Y entonces le quedan dos alternativas: “O
refugiarse en una visión arcaica del arte y de la propia misión o vivir hasta
el fondo la contradicción de la propia existencia social, hasta tal punto que
aquello a que llega es el rechazo de los ideales morales, del orden social existente,
no en nombre de una condición históricamente pasada e irrepetible, sino en
nombre de una alternativa efectivamente posible, de la que él se convierte en
el primer testimonio y anunciador”[70].
En las vanguardias, y por la actitud de inquietud en que se encuentra el
artista, se evidencian insatisfacciones por el orden moral existente y se maduran
las imágenes alternativas y sobre la base de una reflexión ético-filosófica se
puede tratar de delimitar aquel ideal de hombre nuevo al que la revolución no
satisface, si quiere ser auténtica revolución.
Las vanguardias artísticas del siglo diecinueve manifiestan la
insatisfacción por un orden moral existente y maduran las imágenes alternativas
a las imágenes ya existentes en dicha época, es sobre ello que la reflexión
filosófica puede delimitar una nueva imagen del hombre.
Las vanguardias son portadoras positivas de contenidos revolucionarios y
con ello han dado elementos para una reflexión que tiene implicaciones
filosóficas.
Sobre las vanguardias se han dado una serie de interpretaciones, tales
como: ellas son síntomas de la decadencia de la burguesía; ellas son fenómeno
de renovación del lenguaje artístico y literario; las vanguardias son
invenciones de nuevos modos de confección de un producto que es la obra de
arte. Al contrario, lo que las vanguardias han tratado de hacer es colocar
sobre la palestra la discusión sobre el tema de la obra de arte, el concepto de
fruición estética, la posición de la obra de arte en el mundo, la posición del
artista.
Para Vattimo, el pensamiento de Bloch y de Benjamin, en cuanto
pensamiento utópico, no sólo desarrolla una reflexión sobre las vanguardias
artísticas del siglo pasado, sino que “en la medida en que tratan de insertar
explícitamente en el pensamiento revolucionario de tendencia marxista,
exigencias, contenidos, ideales morales madurados o defendidos por las
vanguardias, el pensamiento utópico ofrece importantes indicaciones para
reencontrar la unidad de inspiración que une el espíritu de vanguardia al
pensamiento revolucionario”[71].
El clima en el que nacen las vanguardias artísticas es el mismo en el
que nace el existencialismo y la fenomenología, clima que está caracterizado en
general por la reivindicación de la irreductibilidad de la existencia del
hombre a los esquemas de la razón científica que se imponía como tecnificación
general de la vida.
La polémica contra las pretensiones del método científico al querer
imponerse como solución universal a los problemas del hombre será un elemento
decisivo al que Bloch permanecerá ligado y que expresa fielmente el espíritu de
las vanguardias.
Los años que transcurren alrededor de la segunda guerra mundial muestran
una profunda unidad del espíritu entre las vanguardias artísticas y el
pensamiento revolucionario; Vattimo desde el pensamiento utópico ve en Bloch un
testimonio de esta unidad de espíritu entre las vanguardias artísticas y
pensamiento revolucionario. Un estudio sobre el pensamiento utópico significa
rastrear tal unidad.
¿Cuál es el clima cultural en torno a la segunda guerra mundial? Son
fundamentalmente cuatro los pensadores que más influyeron en el clima cultural
de esta época: Nietzsche, Dilthey, Kierkegaard, Dostoievsky, Rilke. Los tres
primeros pensadores nos dan una idea de lo que se puede llamar el espíritu de las
vanguardias:
Kierkegaard era el pensador que en los años inmediatamente sucesivos a
la muerte de Hegel había hecho valer mediaciones contra el sistema de este, ya
que la existencia humana y las decisiones que la constituyen no se puede
reducir al sistema. Cada hombre no es solamente un aspecto o momento de la vida
del espíritu, sino que es una individualidad libre, que se convierte en lo que
quiere ser y que está conformado fundamentalmente por la libertad y por la
decisión.
Dilthey reclamaba la irreductibilidad de la vida dentro de los esquemas
de las ciencias naturales, esforzándose por justificar un tipo de saber que
fuese capaz de conocer el mundo humano de manera rigurosa, sin dejar de lado lo
que él tiene de peculiar, es decir la vida entendida como apertura permanente
hacia el futuro.
Nietzsche desde su influjo en la cultura del siglo diecinueve, trata de
liquidar la noción de sujeto trascendental, noción que permanecía en el
ambiente académico a raíz del influjo neokantiano. Trascendentalidad del sujeto
para Kant significa que lo que hay de constitutivamente humano en el hombre, la
razón, es una función organizadora de la experiencia sustancialmente igual para
todos los seres humanos, la diferencia entre un ser humano y otro son los
hechos empíricos totalmente irrelevantes; como se sabe, la moral kantiana está
estructurada sobre la negación de cuanto hay en nosotros de empírico, a favor
de la universalidad racional de la acción.
Desde lo anteriormente dicho es posible afirmar que estos pensadores reclaman
la inmediatez y la concreción de la existencia, este es el ambiente que
distingue el clima espiritual del pensamiento alemán.
Reclamo a la inmediatez que no significa un abandono de la razón a favor
del sentimiento y la intuición, es decir lo que en algunos momentos se ha
creído es el pensamiento vitalista o irracionalista. En realidad lo que hay
aquí es un esfuerzo por encontrar una forma de saber que sea capaz de aferrar
en conceptos adecuados el mundo de la vida, saber que no puede realizarse bajo el
modelo de las ciencias de la naturaleza. El mundo científico cuando habla de la
razón la entiende de modo univoco como la única razón estructurada sobre el
modelo técnico científico; por el contrario para hacer justicia al mundo humano
no es necesario renunciar a la razón sino reconocer los límites de dicho tipo
de racionalidad modelada sobre lo técnico-científico.
Es necesario descubrir un tipo de saber que no se modele sobre lo que se
ha llamado ciencia natural, pues este tipo de saber no hace justicia a la
historia y a la vida; es claro cómo el pensamiento revolucionario y con ello
las vanguardias tomen como propio el patrimonio de la filosofía de la vida.
En nuestros días dicha polémica sigue abierta, es decir la búsqueda de
un saber que no tenga como modelo el mundo técnico-científico, saber que haga
justicia al mundo humano; polémica que busca radicalizar la noción de verdad
entendida como objetividad medible, cuantificable y que es propia de las
ciencias.
Aún hoy sigue latente la polémica hacia un saber que esté en contra de
aquel saber iluminista, como es el científico racionalista, y que Hegel se
había propuesto refutar con su sistema, desde la noción central que lo
determina, es decir la dialéctica. Hegel consideraba que la dialéctica era una
manera de rechazar aquel saber técnico-científico imperante en la cultura; es
por esto que dicho saber hegeliano se puede rastrear en las vanguardias en un
esfuerzo, por parte de éstas, por reconstruir un saber que haga justicia al
mundo humano; esta es la razón por la que las vanguardias en cierto modo
estaban llamadas a reencontrar el pensamiento hegeliano, a pesar de que en
ellas mismas se pueden rastrear ciertos rasgos antihegelianos.
En las vanguardias se evidencian por un lado esfuerzos por reencontrar
un saber que haga justicia al hombre; se evidencia un espíritu revolucionario
que como fuerza de choque se contrapone polémicamente a aquellas racionalidades
que niegan lo humano, pero además se hacen latentes ciertos rasgos proféticos o
utópicos que reflejan sueños y esperanzas en quienes de una u otra manera
propugnan por las vanguardias.
Sobre la utopía, Vattimo ha elaborado
tres escritos: el texto más antiguo lleva por titulo Arte e Utopia: curso di estetica dell’anno 1971-72, texto que nunca
fue publicado, sólo se puede encontrar como texto de curso, que fue presentado
en el departamento de hermenéutica de la universidad de Turín, y es un estudio
sobre Geist der Utopie.
El segundo texto del cual nos servimos
es Etica dell’interpretazione, texto
que fue publicado en italiano en 1989.
El tercer texto es La societá trasparente, texto que fue
publicado en abril de 1989.
Sabemos de la existencia de otro texto
donde trabaja el problema del tiempo, pero que no hemos tenido en cuenta para
la elaboración de este trabajo sobre la utopía.
Su pensamiento respecto a la utopía,
recorre tres momentos: un primer momento el de la utopía, un segundo momento el
de la contrautopía y la ironía, y un tercer momento el de la heterotopía;
veremos cada uno de estos momentos y así nos haremos una visión sobre dicho
problema en el pensar de Gianni Vattimo.
6.2. La utopía.
El texto que le sirve de inspiración
es el ya mencionado Geist der Utopie
de Ernst Bloch, en el que ve una relación entre las vanguardias del siglo
diecinueve, la obra de arte y la utopía.
Estas vanguardias han surgido como un
tipo de reacción contra el sistema hegeliano, que en nombre de la totalidad
anula la individualidad; en este sentido, ellas tratan de reivindicar la
individualidad en su identidad, contra la totalidad que anula la
individualidad. Es ahí donde se evidencian los rasgos hegelianos y
antihegelianos de las vanguardias. Por un lado es hegeliano y vanguardista el
hecho de compartir la crítica contra la racionalidad trascendental propugnada
por el neokantismo, el hecho de recurrir a la dialéctica y entenderla como una
forma de racionalidad alternativa a la racionalidad cientifista; es
antihegeliano, y está latente en el pensamiento vanguardista el hecho de
rechazar un sistema que en nombre de la totalidad se quiere anular la
individualidad, que como es sabido para Hegel lo importante es el sistema en
cuanto engloba el todo, y lo individual es importante en cuanto hace parte del
sistema, en este sentido la individualidad queda anulada por la preeminencia del
todo.
Esta es la razón fundamental por la
que la obra de arte adquiere un puesto central, ya que esta es irreducible a un
macrosistema que la quiera nulificar.
Otro criterio determinante ha sido de
corte historicista, pues la historia se hace irreducible a un principio único
que la quiera explicar; ello quiere decir que la historia es lugar de
elecciones, de libertad, lugar indeterminable; al querer reducir la historia a
un principio único, se hace que ella pierda su peculiaridad, su esencialidad.
Dentro de la historia, el individuo es
artífice de su propio destino, es responsable de sus propias elecciones, es
libre para optar en un momento determinado. El sistema hegeliano trata de
reducir el individuo a una consideración exhaustiva, determinista y con ello le
está quitando lo más propio, es decir la libertad.
Bloch logra concretizar su crítica
contra Hegel, cuando desde la dialéctica descubre que ésta parte de un
principio de totalidad ya dado como supuesto, y preexistente. El movimiento
dialéctico no es más que un dirigirse hacia el fin del cual ha partido, en esto
Bloch, ve el pensamiento de Platón, pues del mundo de las ideas, completo,
eterno e inmutable en sí, se llega al mundo de lo efímero y lo caduco, al mundo
sensible, para luego retornar al mundo que lo engendró.
Aquí se perfila el mundo metafísico.
Este será el punto de partida desde el cual surge una ruptura entre el
pensamiento débil y el pensamiento fuerte, y es aquí donde se afirma que el
pensamiento débil es un filosofar a medio camino, porque ya no busca realidades
últimas o primeras, realidades de corte metafísico, como las que la tradición
le planteó a la filosofía, sino realidades intermedias, realidades a medio
camino.
La historia se concretiza en obras de
arte, las que son portadoras de mensajes que, por un lado hablan del proyecto
heredado de la tradición, en esto consiste la elaboración que Heidegger hace de
la Überlieferung, y de la cual
Vattimo es fiel seguidor, y por otro lado tendrá relación a lo por venir, en
este sentido hay que leer el proyecto existencialista que el ser-ahí proyecta
en su proyección de posibilidades desde la posibilidad posibilitante de
posibilidades, hecho este que como es sabido dicho autor desarrolla en su obra
capital. Este es el sentido del principio esperanza de Bloch, la historia se
cristaliza en obras, las que a su vez son portadoras de una cierta
futurabilidad, pues tienen un carácter no sólo productivo sino también
predictivo.
Toda la producción de Vattimo sobre el
ser visto como apertura histórica que se instaura, tendrá su origen en la idea
anterior, el cual la encuentra no sólo en Heidegger sino también en Bloch.
Esto supone un esquema de temporalidad
de tipo teleológico; si la historia vista desde un esquema de causa y efecto,
camina hacia un fin, entonces dicho fin será predecible y la forma como esta
predectibilidad se expresa, es a partir de la utopía.
¿Sin embargo acaso la obra de arte,
vista desde la utopía, en el pensar de Vattimo, no sigue utilizando el mismo
esquema causa-efecto, cuando desde la Überlieferung,
se afirma una relectura de la tradición, cargada de futuro?
6.3. La contrautopía, la
ironía.
En la base del pensamiento utópico
está la modernidad y sus perspectivas racionalistas, pues aquella está
estructurada en un esquema histórico en el que cada acontecimiento, cada
instante del devenir histórico es consecuencia del anterior; ello permite
intuir y predecir lo que sucederá en un futuro; en esto consiste la
racionalidad histórica: conocer predictivamente un fenómeno temporal que ha se
suceder; esta es la visión que está a la base de textos como Leviatán, Utopía de Moro y como El
príncipe de Maquiavelo. El estado ideal, no realizado, ni concretizado del
estado, de la ciudad o del gobernante, sólo se puede predecir cuando teniendo
una base material tangible, se puede intuir, adivinar lo que se predice sobre
esta misma base como un hecho que se intuye.
Pero además dicho esquema está
elaborado teniendo como base un principio teleológico, según el cual la
historia camina hacia un fin; dicho fin dirá en qué consiste el progreso
histórico, ya que lo más cercano al fin, es lo que encarna un mayor progreso.
No se puede negar que esta es la idea central que está en la noción de
progreso, ya que un estado más cercano al fin, encarna mayor progreso
evolutivo; esta es la idea que está en la base de las discusiones sobre los
antiguos y los nuevos, tan frecuentes en la época de la modernidad, cuando se
plantea sobre el problema del modelo a imitar como en el caso del renacimiento
por ejemplo; o cuando se plantea el problema de dónde hay más sabiduría, si en
los antiguos o en los nuevos y qué es lo que determina dicha sabiduría.
Vattimo ha hablado de este hecho en Il soggetto e la maschera. Desde la
enfermedad histórica que distingue la modernidad y contra la cual reacciona
Fridrich Nietzsche. En esto consiste la concepción edípica del tiempo, en la
que en cada instante devora el instante anterior. Prácticamente la idea de un
rechazo a la concepción histórica de parte de Nietzsche hacia los modernos, e ilustrados
parte del hecho de la concepción histórica edipica, una historia que no da
libertades al hombre, que no deja en libertad de acción, una historia en la que
la acción se convierte en medida, en cálculo, una historia en la que el hombre
se limita a saber mucho de historia pero no a crearla, es una historia
momificada, es una historia muerta.
La misma crítica de la historia se
puede rastrear en el Heidegger de Vattimo en su obra Introduzione a Heidegger. Para este, dicho esquema temporal es
producto de una mentalidad metafísica, en la que el horizonte temporal aparece
limitado por el Grund; con ello hay
una fijación estructurante de lo que no puede ser estructurado, del hombre que
participa y hace la propia historia. Ya que si no hay libertad para la acción,
entonces no hay libertad para la creación de eventos históricos nuevos.
Debe recordarse que para Heidegger la
metafísica es el pensamiento que piensa el ente, más no el ser. El ser en la
metafísica permanece impensado; dicho esquema piensa la historia desde
categorías ónticas más no ontológicas. Por eso en la obra heideggeriana, aún
desde su juventud, la radicalización ontológica del ser, se convierte en un
problema temporal, de ahí es que hay que entender la identidad heideggeriana
que da cuerpo a su obra fundamental Ser y
tiempo. Esto daría pie para un análisis sobre la influencia de Hegel sobre
Heidegger en el sentido que como sugiere Gadamer en su texto la actualidad de lo bello[72],
con Hegel propiamente comienza el historicismo, aunque el mismo no lo supiera.
Es aquí donde se desprende el pensar
que piensa el ser desde la categoría acto y potencia, causa y efecto. Esto es
en el pensar heideggeriano, la presencia del ser, de que se ha ocupado la
metafísica. Esta se hace un hecho violento cuando en nombre de una verdad
evidente, tangible, medible y calculable hay un olvido de otras categorías que
no se pueden medir, ni calcular. Esta se hace violenta cuando desde la
evidencia evidente de la verdad se acallan otras experiencias de verdad no
sujetas a la evidencia empírica; esta se hace violenta cuando en nombre de una
evidencia el hombre siente el derecho de pisotear la dignidad de otros hombres,
pisotear su dignidad.
Dicha concepción histórica desemboca
necesariamente en el pensamiento técnico, el que está a la base de la
desilusión vivida en Auschwitz, el
que desemboca en la carrera desenfrenada y armamentista, el de la bomba
atómica, en la que siempre está presente la posibilidad de la destrucción del
mundo, en el que siempre centellea la posibilidad del perfeccionamiento del
poder destructivo del hombre, el que conlleva consigo igualmente, un olvido
total del ser.
Esta es la imagen que algunas
películas muestran, cuando presentan a sus héroes centrales en medio de
ciudades destruidas, después de haber vivido el holocausto de una guerra que
las destruyó. En ello está presente la posibilidad siempre inminente de una
autodestrucción después del uso del potencial aniquilador, desarrollado por el
hombre, desde la concepción óntica desplegada por él mismo. En esto consiste el
carácter contrautópico de la utopía, en saber que los proyectos humanos
soñados, pensados e intuido en nombre de un ideal mejor del hombre se vuelvan
contra el mismo hombre, es más este es el carácter irónico de la utopía, saber
que todo proceso histórico puede irse contra el mismo ser que lo creó.
¿Apocalipsis o post-apocalipsis?
Vattimo habla de un post-apocalipsis, porque lo ya prefigurado en cuanto
apocalipsis, se presenta como ya acontecido en dichas escenas. Habla también de
una ironía, ya que la utopía que plantea un carácter de acontecer normalmente
positivo, se vuelve contra ella misma, la utopía se convierte en contrautopía,
pero esta a su vez manifiesta un carácter irónico.
Sin lugar a dudas aquí es posible
rastrearse en Vattimo su afinidad y profunda relación con la escuela de
Francfort y con la teoría crítica; relación que en este autor se da en su
comienzo sobre todo por el influjo de Benjamín, Horkheimer y Adorno.
En efecto, aquí quien ayuda a
re-interpretar el problema del arte aplicado a la técnica desde la utopía es
Walter Benjamín en La obra de arte en la
época de su reproducción técnica, que como es bien sabido es uno de los
pilares sobre los cuales Vattimo se apoya en el momento de hablar sobre arte.
Benjamín, en dicha obra muestra cómo
la obra de arte aplicada a los medios de producción técnica, pierde el aura
sacral, conque la había revestido la tradición; la obra de arte se convierte en
objeto de manipulabilidad, de reproducción. Con ello el original pierde su
originalidad, pierde su sentido de cuasi-sacralidad.
En esto se hace patente, lo ya dicho
por Heidegger sobre la obra de arte, vista como fundación de un mundo,
instauración de una apertura histórica.
La obra de arte adquiere todas las
connotaciones de fundamento, de principio último, de base que está a la base de
la realidad. Aunque esta base se disuelve, como se recordará, en el Geviert, la cuadratura, de cielo,
tierra, mortales y divinos. En lo que se puede tener una experiencia del ser
visto como Er-eignis.
6.4. Heterotopía.
Partimos de una definición, nos
preguntamos ¿Qué es heterotopía? Según Vattimo en La societá trasparente[73],
la heterotopía es una utopía realizada de manera distorsionada y transformada,
dentro de un contexto en el cual hay un final de la concepción de la historia
en sentido unitario, en el cual hay una explosión de pluralidades y en el cual
lo Bello identifica a una determinada comunidad “como se sabe, para Gadamer, la
experiencia de lo bello está caracterizada por el reconocimiento que una comunidad
de fruidores tiene del mismo tipo de objetos bellos, naturales y del arte […].
La experiencia de lo bello, en síntesis, más fundamentalmente que la
experiencia de una estructura que aprobamos […] es la experiencia de
pertenencia a una comunidad”[74].
La experiencia estética moderna que
Kant ya había descrito en La crítica del
juicio se ha desplegado en toda su riqueza, pero también se ha redefinido,
en el sentido que lo bello es experiencia de comunidad, pero la comunidad sufre
un proceso de multiplicación y de pluralidad imparable, dicha comunidad no es,
como lo pensaba Kant la humanidad en general, sino que con el advenimiento de
la cultura de masa se ha evidenciado de modo explosivo la multiplicidad de lo
bello, dando la palabra a diversas culturas, también a microsistemas al interior
de la cultura occidental “en la sociedad en que Kant pensaba y escribía, el
consenso de la comunidad en la fruición de un objeto bello podía vivirse ahora,
al menos tendencialmente, como consenso de la humanidad en general […]. La
cultura de masa no ha nivelado la experiencia estética homologando todo lo
bello a los valores de aquella comunidad –la sociedad burguesa europea- que se
sentía portadora privilegiada de lo humano; por el contrario, ha evidenciado de
manera explosiva la multiplicidad de las diversas formas de apreciar lo bello,
dando la palabra a culturas diversas –con la investigación antropológica-, pero
sobre todo también ha evidenciado los microsistemas internos que son propios de
la misma cultura occidental”[75].
El final de la utopía del rescate de
lo estético de la experiencia, mediante la unificación de lo bello con lo
cotidiano, es paralelo con el final de la utopía revolucionaria de los años
sesenta; la causa de ello es la explosión del sistema y la imposibilidad de
pensar la historia como un curso, como un sistema unitario.
Es un hecho evidente que la utopía se
refería a una concepción unitaria de la historia, a la historia vista como
hecho universal, quizás sea este uno de los sentidos en los cuales se ha
presentado una desilusión y un desencanto respecto a la no-realización de
proyectos unitarios, que en los años sesenta se presentaban como modelos
alternativos utópicos para la humanidad, y quizás sea este el sentido en el
cual hay que leer el desencanto respecto al marxismo, lo mismo que respecto a
la propuesta habermasiana de una comunidad ilimitada de la comunicación, la
propuesta de G. Lukács, de Adorno y de Dewey.
La heterotopía evidencia una
experiencia de lo bello como reconocimiento de modelos que hacen mundo y que
hacen comunidad sólo en el momento en que estos mundos y estas comunidades se
dan explícitamente como multiplicidad.
Lo que ha sucedido respecto a la
experiencia estética y a su modo de relacionarse con la vida cotidiana, no es
sólo el retorno de las artes a sus sedes canónicas modernas, sino el delinearse
de una experiencia estética de masa como toma de la palabra, desde muchos
sistemas de reconocimiento comunitario, de muchas comunidades que se
manifiestan, expresan y reconocen en modelos formales y en mitos diferentes.
Para Vattimo, la propuesta estética
gadameriana, es quizás las que más ayuda a interpretar este fenómeno de lo
heterotópico, pues para Gadamer la experiencia de lo bello se caracteriza desde
el reconocimiento de una comunidad de fruidores del mismo tipo de objetos
bellos, naturales y de arte.
La experiencia de lo bello, más que
experiencia de una estructura que aprobamos, es experiencia de pertenencia a
una comunidad. La fruición de lo bello es lo característico de la pertenencia a
una determinada comunidad, la cultura de masas ha hecho microscópico y ha
multiplicado este aspecto de la estética, haciendo evidente también su
problemática.
Dicho reconocimiento de sí que los
grupos y comunidades hacen en sus modelos de belleza, tiene una norma
intrínseca, la que a lo estético le es dada desde las condiciones
histórico-destinales actuales. Dicha norma es: la experiencia del
reconocimiento de una comunidad en un modelo, debe hacerse en explícito
reclamo, con explícita apertura y referencia a la multiplicidad de modelos.
Lo que para Kant, desde el llamado a
la universalidad, era norma fundamental, criterio normativo, llamada a la
comunidad humana universal, hoy se convierte en llamada a la comunidad humana
particular, un llamado a la multiplicidad, y esto se da desde las diversas
condiciones del ser.
En este contexto la experiencia
estética inauténtica se presenta cuando una determinada comunidad quiere hacer
imponer su modelo de belleza como valor absoluto. Esto, prácticamente para
Vattimo es el sentido de la violencia metafísica, es decir, la imposición de un
modelo presentado con los caracteres de lo eterno, inmutable y por lo tanto
dogmático.
La verdad de la experiencia estética
tardo moderna es probablemente el coleccionismo, la movilidad de las modas,
aunque también el museo. Verdad que tiene los caracteres del ocultamiento y el
des-ocultamiento, del mostrarse y del ocultarse, de acuerdo a las categorías
que se desprenden de la diferencia ontológica presentada por el último Heidegger.
La referencia concreta
a Heidegger en Der Ursprung des Kunstwerkes reza así: “En
la obra de arte se ha puesto en operación la verdad del ente. ‘Poner’ quiere
decir aquí: asentar establemente […]. La esencia del arte sería pues, esta: el
ponerse en operación la verdad del ente.[…] La obra de arte abre a su modo el
ser del ente. Esta apertura, es decir, el desentrañar la verdad del ente
acontece en la obra. En la obra de arte se ha puesto en operación la verdad del
ente. El arte es el ponerse en operación la verdad”[76].
Para Heidegger, desde su Kehre, la obra de arte es pensada como
la posibilidad de hacer mundo y crear mundo; hecho este que es radicalizado
después de su obra capital, pues en Sein
und Zeit habla del mundo, el
ser-ahí tiene experiencia del mundo en la medida que desde su proyecto se
proyecta en sus posibilidades; por el contrario en su ensayo sobre El origen de la obra de arte, habla de un mundo (y de muchos mundos); desde
este ensayo la obra de arte para Heidegger, no sólo crea un mundo sino mundos,
a esto corresponde la expresión heideggeriana presente en este ensayo cuando
afirma que la obra mundea mundo, la obra de arte mundaniza mundo. Las afirmaciones del propio filósofo
son muy dicientes citamos algunos apartes de esta obra:
El
templo en pie abre un mundo y a la
vez lo vuelve sobre la tierra que de tal modo aparece ella misma como el suelo
nativo […]. Ser obra significa establecer un
mundo […]. El mundo no es el mero conjunto de cosas existentes contables o
incontables, conocidas o desconocidas. El mundo tampoco es un marco imaginado
para encuadrar el conjunto de lo existente. El mundo se mundaniza y es más
existente que lo aprehensible y lo perceptible, donde nos creemos en casa.
Nunca el mundo es un objeto ante nosotros que se pueda mirar. Mundo es lo
simplemente inobjetivable y del que dependemos, mientras los caminos del
nacimiento y la muerte, la bendición y la maldición nos retienen absortos en el
ser. El mundo se mundaniza ahí donde caen las decisiones las decisiones
esenciales de nuestra historia, una veces aceptadas por nosotros, otras
abandonadas, desconocidas y nuevamente planteadas. La piedra no tiene mundo,
las plantas y los animales tampoco lo tienen; pero sí pertenecen al impulso
oculto de una ambiente en que están sumergidas. En cambio la campesina tiene un
mundo porque se mantiene en lo abierto de lo existente. […]. Al abrirse un
mundo todas las cosas adquieren su ritmo, su lejanía y su cercanía, su amplitud
y estrechez. En la mundanización, se forma aquel ámbito por el que es conferida
o negada la protectora gracia de los dioses. También la fatalidad de la
ausencia del dios es un modo como el mundo se mundaniza[77]
7. Arte y verdad.
La verdad en el
arte para el pensamiento hegeliano solo es reconocida dialécticamente toda vez
que el arte es superado y suprimido en la filosofía. Las teorías estéticas,
según Vattimo, que hacen énfasis en la verdad del arte van en contra de aquella
concepción de verdad ejemplificada en Hegel.
Las teorías
estéticas que se fundamentan en esta concepción dialéctica hegeliana, tal como
la marxista que considera el arte como superestructura de relaciones
económicas, y la sicoanalítica que considera el arte como manifestaciones
arquetípicas del inconsciente colectivo e individual van en contra de dos
dificultades que son difícilmente superables.
La primera
enfatiza el hecho que la obra arte pierde todo sentido de individualidad y
cuenta solo la situación económica, histórica y social a la que remanda la obra
una vez que ha sido gustada por el fruidor y el interprete.
La segunda
enfatiza el hecho interpretativo de la obra de arte, pues el intérprete, para
poder asimilar el sentido de la obra de arte, debe situarse en aquella posición
absoluta que Hegel reservaba al filósofo.
Contra este
absolutismo hegeliano reacciona el existencialismo insistiendo en el carácter
finito de la interpretación. La interpretación coincide con la finitud, esta es
el carácter fundamental, el rasgo esencial. Gadamer se sitúa en esta herencia y
su obra insiste en el carácter de la interpretación de la obra de arte desde la
experiencia de verdad que se desprende de esta. Aunque la obra de Gadamer no es
propiamente un tratado de estética, sin embargo contiene profundas resonancias
para la reflexión sobre el arte[79].
Para Gadamer la
interpretación es un hecho histórico en el que irrumpe otro hecho en su verdad:
la obra de arte. Aquí se define cómo para Gadamer la finitud es un hecho
temporal. Así, ni la finitud del interprete, ni la historicidad de la obra de
arte son subsumidas la una en la otra, sino que cada una conserva su individualidad
y su consistencia; esta es la manera como Gadamer va contra la dialectización
operada en el pensamiento hegeliano.
De esta manera él
resuelve el problema de las múltiples interpretaciones que se dan en torno a la
obra de arte, ya que todas ellas no dependen tanto de las múltiples
subjetividades interpretativas, cuanto que todas las interpretaciones que se
dan en torno a la obra de arte son múltiples posibilidades de ser de la misma.
Con lo
anteriormente dicho Vattimo relaciona a Gadamer con Pareyson en cuanto se
refiere a la teoría de la formatividad[80], que éste último formula y
que tiene como eje central la norma inherente a la obra de arte que guía su
producción, por lo que primero se hace latente al artista y luego de igual
manera se hace latente al fruidor o interprete.
7.2. Conflicto mundo-tierra y unidad de la obra.
El
conflicto entre tierra, mundo y unidad de la obra, es un problema que Heidegger
plantea en Ursprungs des Kunstwerkes;
en el replanteamiento de esta problemática reconoce insuficientes los esfuerzos
por explicar la obra desde las teorías hileformista, sustancialista,
contenutista y formalista, estas en última instancia no hacen justicia a la
integridad de la obra[81].
Heidegger
intenta en dicho texto conservar esa unidad e integridad de la obra, a este
respecto se reconoce una primera
característica de la obra y que consiste en que la obra es un estar en sí
misma, en su integridad, en su autoconsistencia, mantener la obra en su
carácter concluso.
Como
ejemplo de este carácter integracionista se pueden citar las numerosas
estéticas que en nuestro siglo intentan interpretar la obra en sí misma, sin
ninguna referencia a un agente externo; esta siempre recoge la atención en sí
misma, llama la atención sobre sí, en esto consiste su autoconsistencia,
integridad y unidad. Ella no se puede descomponer en diversos elementos simples
que la expliquen como partes de una totalidad e integridad.
Para
Heidegger integridad, autoconsistencia y unidad de la obra no consisten tanto
en un aislamiento, ni en una conciliación de todos los conflictos, ni en una
clausura de la misma sino en ser una problemática siempre abierta; así, la obra
escapa a todo intento de esteticismo, a ser colocada en un ámbito más allá o
más acá del cual no suscita ninguna problemática. Esta es una segunda característica de la obra: su carácter de
problematicidad siempre abierta. Como problemática siempre abierta, pero en
su manufacturación es algo concluso, en ello es donde se puede apreciar la
problemática de la lucha y el conflicto entre lo oculto y lo des-oculto, el
desvelamiento y el ocultamiento, categorías, que como se puede intuir, hacen
parte de la ya mencionada diferencia ontológica heideggerina.
Ni
mundo, ni tierra son categorías que se presentan a modo de una conclusión, de
una auto-conciliación o de una síntesis; es necesario, para evitar caer en el
peligro del esteticismo, según el cual la obra nada tiene que ver con la vida,
tener una visión articulada y dinámica de la relación entre mundo y tierra
dentro de la obra, lucha que como bien se sabe desemboca en Geviert o
cuadratura: “Llamamos la tierra aquello a lo que la obra se retrae y a lo que
hace sobresalir en este retraerse. Ella es lo que encubre haciendo sobresalir.
La tierra es el empuje infatigable que no tiende a nada. El hombre histórico
funda sobre la tierra su morada en el mundo. Al establecer la obra un mundo,
hace la tierra. El hacer está entendido aquí en sentido estricto. La obra hace
a la tierra adelantarse en la patencia de un mundo y mantenerse en ella. La
obra hace a la tierra ser una tierra”[82].
Entre
mundo y tierra no hay una conclusividad pasiva sino un continúo movimiento, un
continúo conflicto, el que tampoco significa anulación del uno sobre el otro, ni
del uno en el otro sino continúa lucha: el mundo tiende a hacerse tal, sobre el
fondo que es la tierra; mientras esta tiende a ocultarse, aquel tiende a
manifestarse, cada uno afirma su opuesto: “la obra al establecer un mundo y
hacer la tierra, instiga a la lucha. Pero no sucede esto para a la vez
apaciguar la lucha en un insípido
convenio, sino para que la lucha siga siendo lucha. La obra realiza esta lucha
estableciendo un mundo y haciendo la tierra. El ser-obra de la obra consiste en
pelear esta lucha entre el mundo y la tierra. Puesto que la lucha llega a su
punto más alto en la sencillez de la intimidad, por eso la unidad de la obra
acontece en el costear esta lucha. Luchar esta pelea es la concentración siempre
extremada de la movilidad de la obra. Por eso en intimidad de la lucha tiene su
esencia el reposo de la obra que reposa en sí”[83].
La
finalidad de tal conflicto entre tierra y mundo no es tanto llegar a una
síntesis ni a una conclusión, que se presenta como producto de un juego
dialéctico, esto es subrayado por Heidegger para mostrar cómo el movimiento
perenne entre Welt y Erde acaece como un hecho histórico, a
este respecto Vattimo dice: “El problema de la relación mundo-tierra en la obra
incluye un problema más basto, el problema de la relación del desplegarse de
los distintos significados, del rigor trascendental de los significados de la
historia”[84].
La
lucha entre mundo y tierra no es una relación de orden dialéctico, pues la
dialéctica supone una superación e inclusión de un elemento en el otro, todo
ello con miras a un fin que es conciliador.
Al contrario, la lucha entre mundo y tierra en la obra están en un
conflicto que no se concilia, que no se aquieta, sino que es siempre abierto y es
promovido por la obra misma, ello es lo que posibilita la movilidad que se da
al interior de ella; en otros términos podemos decir que el fin de la lucha
entre Welt y Erde no es la Aufhebung, la
conciliación, sino que es algo siempre abierto y destinado a nuevas interpretaciones.
Desde
aquí, Vattimo insiste que la obra de Heidegger Ursprungs des Kunstwerkes permanece
como un verdadero estudio de la filosofía de la historia, ya que quiere
evidenciar la historia en su originariedad: “la esencia de la verdad como Aleteia
queda sin pensarse en la filosofía de los griegos y, con mayor razón, en la
filosofía posterior. La des-ocultación es para el pensamiento lo más oculto en
la existencia griega, pero a la vez lo presente desde una época temprana”[85]
7.3. La Puesta en obra de
la verdad y el conflicto mundo-tierra.
La
relación mundo-tierra le sirve a Heidegger para reproponer el problema de la
verdad y su relación con la obra de arte; aunque él ya ha tratado el tema de la
verdad en Sein und Zeit, sin embargo en Ursprungs des Kunstwerkes el análisis sobre la verdad ha encontrado un nuevo elemento y es
por esto que la producción de tierra y su relación con el mundo son un medio
para colocarlo en relación con la obra de arte.
La verdad como apertura y desvelamiento hace posible que se dé una
adecuación de la proposición al dato, del intelecto a la cosa; sin embargo en
este horizonte de comprensión se mira no tanto la apertura cuanto al
desvelamiento que “nos coloca en un determinado modo de ser, por lo que en toda
representación de las cosas nosotros siempre permanecemos dentro de tal
desvelamiento y de él dependemos”[86].
Afirmaciones que hacen pensar que Heidegger no tenía en mente una negación de
la noción clásica de verdad, sino una radicalización de la misma en su esencia
originaria, es decir en el mundo griego.
Otro elemento novedoso que Heidegger pone en evidencia, es que a la par
que los entes se desvelan en su ser dentro de la apertura, hay entes que
permanecen ignorados y velados, sobre todo el ente se oculta en cuanto se vela,
se cierra al conocimiento. Al interior de toda perspectiva, de toda apertura
sobre el mundo hay entes, es así como se entiende la insistencia de Heidegger
al decir que los entes vienen al ser, ya que los entes se patentizan en su
advenimiento al ser.
Permanece oculto un ámbito dentro de aquello que se revela, permanece
ignorado dicho ámbito aunque halla un horizonte que se da a conocer; para
Vattimo esta luz que ilumina lo iluminado oculta su principio; aunque el ámbito
de lo iluminado se da a la luz, sin embargo hay algo que se esconde, que
permanece en la oscuridad, esto es para Heidegger el ser; a este respecto dice
Vattimo: “Lo que en realidad permanece siempre oculto en el desvelamiento, es
el principio mismo de toda iluminación; sabemos que Heidegger alude
generalmente con este expresión al ser mismo”[87].
Sin embargo es importante tener en cuenta que esto no alude al hecho banal de
los límites del conocimiento. Nuevamente hacemos en este hecho experiencia de
la diferencia ontológica heideggeriana, ya que el ser se da y se esconde.
Otra manera de darse el desvelamiento y ocultamiento es el error. Tomar
un ente por otro, el ente se contra-manifiesta, aparece no como lo que es sino
como otro desde sí mismo. Para Vattimo una doctrina del error como esta, es
mucho más convincente que las doctrinas clásicas del error postuladas en la
tradición filosófica; estas generalmente coinciden en decir que el error es el
hecho de que el sujeto no hace un uso correcto de sus facultades, en el sujeto
recae el error, es cuando se habla del anormal quien teniendo facultades no las
sabe utilizar o las utiliza incorrectamente. Estas doctrinas se preocupan más
por la búsqueda de proposiciones que se ajustan a los hechos, por la adecuación
entre la proposición y el dato pero terminan siendo doctrinas sobre el error y
no doctrinas sobre la verdad.
Dentro de la perspectiva propuesta por Heidegger tanto el error como la
verdad son momentos en los que el hombre se encuentra arrojado; hay error, hay
equivoco, según Heidegger, porque al ente le pertenece la posibilidad de
esconderse detrás de otro. Verdad y error son eventos del ser en los que el
hombre se encuentra inmerso, en este sentido se puede decir que tanto error
como verdad son eventos del ser, en este sentido estos son objetivos[88].
Otra novedad que se encuentra en Ursprungs
des Kunstwerkes con respecto a Sein und Zeit es que no es la verdad la que depende del sujeto sino que es el
hombre quien depende de la verdad, en el sentido que se encuentra en una
determinada apertura, en un desvelamiento; “Nosotros no disponemos de la
verdad, sino la verdad dispone de nosotros [...] La verdad nos coloca en un
cierto modo de ser históricamente determinado”[89]. No
es el hombre quien dispone de la verdad, es la verdad quien dispone del hombre,
en cuanto que esta no es un a priori del cual dispone el hombre y desde el cual
aprehende la realidad, sino que es un evento histórico dentro del cual se
encuentra el hombre, dentro del cual este se comprende y comprende el mundo.
En este sentido la verdad es una apertura de comprensión, el ser se da en
dicha apertura y en la medida que se da, se esconde, se oculta; en ese mismo
sentido la posibilidad del error es algo siempre latente. Así, el mundo se
presenta como campo de elecciones, lugar de errores y encuentro de perspectivas,
por esto la verdad es una perspectiva en la que el hombre se encuentra
arrojado.
La consideración de la verdad releída desde cuadros generales que la
hagan asequible, se hace insuficiente cuando el ser-ahí es considerado desde la
finitud y la historicidad. Con esto Heidegger manifiesta una crítica contra el
neokantismo predominante en el ambiente universitario alemán en la época en que
éste ejercita su docencia; lo mismo que se manifiesta así su adherencia al
existencialismo.
7.4.
El carácter conflictual de la verdad.
Para Vattimo, “Hay otros modos en los que, en el abierto del
desvelamiento, se manifiesta el carácter conflictual de la verdad, el que es
rastreable en su originario venir del oscuro”[90].
El mundo se presenta no como un panorama que está frente a nosotros si
no como un lugar de decisiones y de elecciones; para que estas se den son
necesarios los criterios de valoración, discernimiento y discriminación para
llegar a decir si algo es falso o verdadero, estos son de carácter histórico y
suponen la previa apertura y desvelamiento de la verdad; en este sentido
Heidegger sostiene la verdad entendida como desvelamiento y desocultamiento,
hecho este que se antepone a la consideración de la verdad entendida en los
términos de adecuación; es por ello que los criterios para la valoración,
elección, decisión y discriminación dependen del desvelamiento de distintos
campos: epocales, históricos, empíricos, sensibles, racionales, etc.
Aquí es posible rastrear dos cosas: el papel de la temporalidad que en
cuanto historicidad se presenta como apertura, lo cual no excluye que no se
piense en la categoría de la Ueberlieferung,
la traditio como un lugar que
determina las opciones, elecciones y valoraciones.
En segundo lugar, en este texto se deja entrever un lugar para los
criterios de valoración, elección y discernimiento entre el bien y el mal, lo
verdadero y lo falso etc.; a este respecto Vattimo dice: “todo esto se puede resumir
diciendo que una apertura de la verdad es decir, un mundo se instituye en
cuanto se instituyen los criterios de elección entre el bien y el mal,
verdadero y falso, útil o dañino, etc.”[91].
La verdad existe en cuanto existen esos criterios; los que pertenecen a un
mundo, esto muestra la necesidad de aplicar estos criterios, a este respecto
dice: “Un mundo no es conjunto de objetos, sino de criterios de valoración y de
elección”[92].
El hecho de que el ser-ahí posea un mundo, significa que participa de
una apertura de la verdad que lo capacita con los mencionados criterios; pero
la verdad como apertura en su esencia es una no verdad, es decir la verdad es
no verdad en cuanto en su esencia está implicado el ocultamiento, es a esto a
lo que Heidegger se refiere, según Vattimo, cuando dice que: “La verdad en su
esencia es no verdad”.[93]
En la esencia de la verdad permanece la no verdad.
Aquí se evidencia la propuesta nietzscheana según la cual toda verdad es
una doble mentira[94],
este alude al hecho del perspectivismo de la interpretación, según esto toda
verdad no es más que una interpretación entre otras interpretaciones.
El carácter conflictual de la verdad hace que la verdad posea una
acepción que fundamentalmente depende de ella: el error y la ignorancia.
El error en los términos aquí planteados consiste en tomar un ente por
otro, detrás del ente se esconde otro ente, detrás del ente frente al cual nos situamos
y tomamos por algo se esconde otro ente que reivindica ser tomado en su justo
puesto y medida; pero por otro lado se da lo ignorado; un ente se esconde
detrás de otro y pide ser interpretado, conocido, iluminado, sacado a la luz
desde la oscuridad.
Desde lo anteriormente dicho se recalca el carácter eventual de la
verdad: cuando se dice que la verdad viene a la luz, saliendo de su oscuridad
se patentiza, se hace vidente, y cuando se dice que la verdad lucha contra la
oscuridad que en su esencia la quiere mantener en su ocultamiento, en ello se
deja entrever el carácter conflictual de la verdad por un lado, por otro se
deja sentir el carácter de evento de la verdad. A esto alude además el hecho que
la verdad en cuanto apertura instaure un mundo, haciéndose así evidente la
expresión heideggeriana de mundear del mundo, mundanización de mundo.
En las páginas anteriores movidos por las reflexiones vattimianas y
heideggerianas se ha intentado interpretar las diferentes acepciones inherentes
a la condición de la verdad, tales como el ocultamiento, la verdad y el error,
verdad e ignorancia, verdad como lucha, verdad como conflicto, verdad como
evento y verdad como mundear de mundo. Hay una lucha originaria desde la que
proviene la lucha entre el mundo y la tierra en la obra de arte y el carácter
de ocultamiento y desvelamiento propio de la verdad. Lucha originaria que
remite, según Vattimo, al carácter eventual de la verdad.
7.5. La
obra como creación y la verdad.
En la tercera parte del ensayo, Heidegger se plantea la relación entre la
verdad y el arte, a este respecto Vattimo plantea la pregunta “¿Cómo es posible
que la verdad se pueda poner en obra, pueda acaecer en una obra que es creación
de un determinado artista, en una determinada época, dentro de determinadas
condiciones históricas, sociales, sicológicas, etc.?”[95].
En la tercera y última sección de su ensayo Ursprungs des Kunstswerkes que lleva por título La verdad y el arte[96] (Wahrheit und Kunst), se plantea la relación entre la obra de arte y la verdad; allí
por arte entiende el hecho de la producción, el conjunto de hechos que conducen
al nacimiento de una nueva obra: “Pero el ser-creado de la obra sólo se
comprende patentemente partiendo del proceso de la creación. Así, obligados por
la situación debemos ponernos de acuerdo en que, para tocar el origen de la
obra de arte, hay que entrar en la actividad del artista. El intento de
determinar el ser-obra de la obra, puramente por esta misma, se muestra como
irrealizable […]. La creación la pensamos como una producción”[97].
Se hace necesario, para captar la verdad en la obra de arte, clarificar
que una cosa es la producción que respecta a la instrumentalidad, a la
producción de objetos y otra cosa es la creación (Schaffen) del arte, el fare artístico:
Pero también la confección del útil es una producción. Sin embargo, la
artesanía –notable juego del lenguaje- no crea ninguna obra, ni tampoco cuando,
como es preciso, distinguimos el producto manual del objeto fabricado. Pero ¿En
qué se distingue la producción como creación de la producción como confección?
Así como es fácil distinguir la creación de la obra y la confección del útil,
así es difícil perseguir ambas clases de producción, cada una en sus rasgos
esenciales. A primera vista encontramos la misma conducta en la actividad del
alfarero y el escultor, del carpintero y el pintor. La creación de la obra
requiere la acción manual. Los grandes artistas aprecian en extremo la capacidad
manual, para cuyo pleno dominio exigen un cultivo esmerado. Más que nadie se
esfuerzan en adquirir siempre de nuevo el dominio en el oficio[98].
Heidegger entiende la creación como el hecho de la producción a partir
de la materialidad de la obra; pero un análisis de la producción artística desde
la perspectiva de la instrumentalidad, conduce necesariamente en el ensayo
heideggeriano a un fracaso, dado que en la obra de arte no es posible una
objetivación o cosificación, ella es al contrario novedad y originariedad; por
esto el término creación se adecua para hablar de la obra de arte: “Al
contrario, lo que en la creación de la obra parece una confección manual es de
otra especie. Esta acción es determinada y terminada por la esencia de la
creación y queda incluida en ésta”[99].
Él somete a discusión el problema de las artes bellas, de las artes
útiles y la unificación de estas en su origen común griego que es la techne; en esta referencia griega, la techne
es una verdad dianoética, ya que tiene una relación con el saber acerca de la
verdad, desde la relación del alma con la verdad: “La palabra tecnh
nunca significa en general una especie de ejecución práctica, sino que nombra,
más bien, una especie de saber. Saber significa haber visto en el amplio sentido
de ver, es decir percibir lo presente en cuanto tal. La esencia del saber, para
el pensamiento griego, descansa en la alhJeia, o sea en la des-ocultación del ente[100]. Heidegger
por lo tanto centra su análisis en la tendencia que hay en la verdad a ser
puesta en obra en la obra “acaecer en un producto que surge desde una operación
del hombre”[101].
7.6. La tendencia de la verdad
y su acaecer en la obra.
La verdad tiene una tendencia a acaecer en una obra creada por el
hombre, esto es lo que Heidegger llama la tendencia de la verdad a ser, acaecer
en la obra[102]:
“En vista de la delimitación lograda de la esencia de la obra, según la cual en
ella está en operación la verdad, podemos caracterizar la creación como el
hacer pro-ducirse en un producto. El devenir-obra de la obra es un modo del
devenir y acontecer de la verdad”[103].
La verdad es una apertura en la que los entes aparecen y se esconden,
esta es lo que es, si se instala y se instituye en lo abierto instaurado por
ella: “La verdad es la lucha primordial en que, cada vez de una manera, se
conquista lo patente en cuya escena entra y de la cual se retira todo lo que se
muestra y surge como ente. […]. Por eso cada ente debe ser en cada caso un ente
en que tome estado y haga estancia la patencia. […]. Una manera esencial como
la verdad se arregla en el ente hecho patente por ella misma es el ponerse en
operación la verdad”[104];
en dicha apertura hay un ente en el que la apertura adquiere consistencia y
estabilidad[105]. A
este respecto dice Vattimo: “La verdad
como apertura en la que aparecen los entes, siendo evento y no espectáculo
siempre disponible, tiene necesidad de instituirse, de acaecer históricamente
en un ente que pertenece a la apertura y al mismo tiempo la funda”[106].
El giro, la Kehre heideggeriana
se evidencian con toda claridad en esta consideración sobre la verdad conferida
a la apertura instaurada en la obra de arte, esto evidencia además el carácter
eventual de la verdad. La eventualidad de la verdad implica que “la verdad
acaece verdaderamente como un evento histórico fundante e instaurante. La obra
de arte es por lo tanto este evento, un típico evento fundante”[107].
“La razón de esta tendencia de la verdad a acaecer en la obra, a instituirse
en la apertura del abierto como ente que juntamente pertenece a la apertura y
la funda, reside en su carácter eventual”[108]. En
el carácter eventual reside la tendencia de la verdad a acaecer en la obra de
arte. La verdad tiene necesidad de
instituirse, la verdad tiene como peculiaridad la institución (Einrichtung): “La verdad sólo acontece
cuando se instala en el campo de la lucha patente por la acción de ella misma”[109], la esencia misma de la verdad
entendida como acaecer es la iluminación de la apertura y la institución en lo
abierto, estas a su vez no se pueden dar la una sin la otra: “Puesto que la
verdad es la oposición entre alumbramiento y ocultación, pertenece a ella lo
que aquí se llama instalación”[110].
Solo porque la verdad acaece, esa tiene la necesidad de la obra, de un
ente que realiza el abrirse de la apertura; la obra de arte es aquel ente que
abre la apertura en la que se eventualiza la verdad, la verdad como
acaecimiento acaece en la obra de arte donde se da una apertura en la que el
ser-ahí se encuentra: “Puesto que pertenece a la esencia de la verdad
arreglarse en el ente, precisamente para llegar a ser verdad, por eso yace en
la esencia de la verdad la referencia a la obra, como una posibilidad
extraordinaria que tiene la verdad de ser siendo en medio del ente mismo[111].
Sein und Zeit había
colocado la verdad como dependencia exclusiva del ser-ahí, en Ursprungs des Kunstwerkes la verdad es
dependiente del ser, la verdad es un evento del ser, que dispone del ser-ahí y
lo coloca en las aperturas históricas en que siempre se encuentra arrojado:
“Sólo indiquemos que si la esencia de la no-ocultación del ente pertenece de
alguna manera al ser mismo (Cfr. El ser y
el tiempo, §
44), éste hace por su esencia que acontezca el campo de juego de la patencia
(el alumbramiento del ahí) y como tal lo lleva consigo donde surge cada ente a
su manera. […]. Otra manera de ser de la verdad es el acto que funda un estado”[112]. De
lo anteriormente dicho se desprende entonces que el ser-ahí tiene una doble
dimensión: una ontológica y una óntica.
La ontológica es la relación directa que el ser-ahí tiene con el ser, en
esta relación es que Heidegger dice que le va su propio ser, se pregunta por el
ser, se coloca la cuestión por el ser. En el hecho de que el hombre se ponga la
cuestión por el ser, se hace operante, desvelante y consciente de la apertura
que instaura la verdad y en torno a la cual los entes intramundanos se
iluminan, vienen a la luz y al ser: “Otra manera como la verdad llega a ser es
la interrogación del pensamiento, que como pensamiento del ser lo nombra en su
problematicidad”[113].
La segunda dimensión es la óntica, según esta el hombre es un ente entre
los demás entes, es un objeto que se puede pensar, transportar, medir, un
organismo viviente, siendo esta uno de los análisis más evidentes en la
filosofía sartriana. De cierta manera esta es la dimensión científica
enfatizada por Heidegger en su ensayo: “Sin embargo, la ciencia no es un
acontecer originario de la verdad, sino el cultivo respectivo de un terreno ya
abierto de la verdad y precisamente por medio de la concepción y fundamentación
de lo que se muestra en su círculo como posible y necesariamente correcto”[114].
Desde Heidegger esta diferenciación se hace necesaria porque plantea la
cuestión de si el hecho de colocar como característica de la verdad su
acaecimiento en la obra de arte, no hace ello que la verdad esté colocada al
arbitrio del hombre; todo esto lo lleva a decir que ni la verdad, ni el ser
llevan al hombre a manipular la verdad ni al ser, sino que la apertura que
instaura la verdad se funda en una relación particular del hombre con el ser:
El querer aquí nombrado, que ni aplica un saber, ni resuelve de antemano,
se entiende por la experiencia fundamental del pensamiento en El ser y el tiempo. El saber que queda
como un querer y el querer permanece un saber, es el extático abandonarse del
hombre existente a la des-ocultación del ser. El estado de resuelto (Entschlossenheit), como se entiende en El ser y el tiempo, no es la acción
decidida de un sujeto, sino la apertura del existente (Da-sein) para pasar del estar preso en el ente a la apertura del
ser. Sin embargo, en la existencia no sale el hombre de un interior a una
exterioridad, sino que la esencia de la existencia es el soportante estar
dentro en separación esencial de la iluminación del ente[115]
Heidegger insiste en que es el ser quien dispone del hombre, no el
hombre quien dispone del ser, y en esta relación entre ser y hombre es que se
da la verdad como apertura que opera en la obra de arte, a este respecto dice Vattimo
“Es el ser que dispone del hombre, lo hace una especie de mensajero, de pastor
como dice Heidegger en un escrito más reciente (La carta sobre el humanismo, escrita en 1946)[116].
Vattimo se refiere al texto donde se lee: “El lenguaje es la casa del ser. En
su casa habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de
esta casa. Su custodia lleva a cumplimiento la manifestación del ser; ellos, en
efecto, mediante su decir, la llevan al lenguaje y en el lenguaje la custodian”[117].
7.7. Los diversos modos en los
que acaece la verdad.
Heidegger en su
ensayo reflexiona sobre el hecho de que la verdad acaece en la obra de arte
desde el reconocimiento que está es una actividad del hombre; reflexión que es
rastreada hasta el hecho de reconocer de que dicha actividad humana tiene una
relación profunda con el ser, toda actividad humana particular tiene una base
ontológica.
En obras
anteriores, el alcance ontológico de la obra de arte, Heidegger lo reduce al
pensamiento, a partir de Ursprungs des
Kunstswerkes dicho alcance ontológico abarca varias actividades humanas,
desde las que se hacen patentes otras experiencias de verdad y nuevos mundos
históricos, así dice Vattimo: “El alcance ontológico permanece siempre
condicionado por el ser, jamás por el ser-ahí”[118].
Son
ámbitos del acaecer de la verdad: la puesta en obra de la verdad, el sacrificio
esencial, el hecho que inaugura un estado, el preguntar de un pensador que
nombra lo que cree que debe ser puesto en cuestión, el ente de todos los entes
y su cercanía al ser del ser-ahí; al contrario la ciencia para Heidegger no es
un acaecimiento originario de la verdad, sino el despliegue de un ámbito de
verdad ya abierto[119].
El texto heideggeriano a que este se refiere reza así:
Una
manera esencial como la verdad se arregla en el ente hecho patente por ella
misma es el ponerse en operación la verdad. Otra manera de ser de la verdad es
el acto que funda un estado. Aun otro modo de llegar la verdad al alumbramiento
es la proximidad de lo que pura y simplemente no es un ente, sino el más ente
entre los entes. Todavía otra manera de fundarse la verdad es el sacrificio
esencial. Sin embargo, la ciencia no es un acontecer de la verdad, sino el
cultivo respectivo de un terreno ya abierto de la verdad y precisamente por
medio de la concepción y fundamentación de lo que se muestra en su círculo como
posible y necesariamente correcto[120]
Con
estos ámbitos del acaecer de la verdad Heidegger se refiere fundamentalmente al
ámbito religioso, político, moral y al pensamiento filosófico. Él no reconoce
al quehacer científico una categoría ontológica y por ende una categoría de
apertura verificativa, porque está se mueve dentro de un ámbito del ser ya
abierto e instaurado por la metafísica, solo en este sentido se hace
comprensible la estrecha relación entre la ciencia y la técnica, en este
sentido Vattimo sostiene que “La ciencia no actúa jamás al nivel de la apertura
del ser”[121].
Desde esta reflexión se deduce lo que es la ciencia para Heidegger:
Debemos deducir que para él la ciencia implica siempre
el moverse en el ámbito de criterios que se dan por evidentes, aunque si
después al interior de este ámbito se alcance una gran conciencia y
refinamiento metodológico. Así la ciencia no cuestiona que la verdad sea la
conformidad de la proposición con la cosa, busca solamente esclarecerla; en
este sentido se mueve en el ámbito de la apertura, es más desarrolla y lleva a
las consecuencias extremas los presupuestos sobre los cuales tal ámbito, tal
época del ser se funda[122]
Vattimo
aclara que lo que Heidegger quiere recalcar es que no toda actividad religiosa,
moral, política o filosófica sea fundante ontológicamente hablando, sino que
“al interior de los ámbitos definidos por tales actividades se puede dar [...]
un evento fundante y una verdad instituyente”[123].
Cuando
Heidegger reconoce el fundamento ontológico de las actividades antes
enumeradas, está instaurando una crítica contra el gnoseologismo y el
teoreticismo defendidos por el neokantismo y que reducen la actividad estética
a ser un producto de la razón y del pensamiento del hombre; Heidegger reconoce
que en la acción moral, religiosa, política o filosófica es posible un evento
de la verdad. A la vez se puede rastrear en Heidegger un rechazo al hecho de
querer explicar racionalmente y desde la ciencia fenómenos como la sociedad, lo
moral, lo político, etc.
La
verdad acaece como apertura dentro de la que se instauran mundos y perspectivas
en las que los entes se hacen visibles, llegan a iluminarse; verdad que no es
solamente un ámbito cognoscitivo y racional, sino que es un evento que instaura
mundos, modos de ser, costumbres, lenguajes, modas, etc. En este sentido
Vattimo invita a reflexionar sobre alguna obra de arte abstracto, que tiene un
valor fundante que instaura módulos visivos, físicos, de ordenación de la
realidad. Todo esto se hace más comprensible si se piensa que el acaecer de la
verdad no esta ligado al conocimiento en el sentido común y tradicionalmente
del término.
7.8. La obra como creación.
7.8.1.
La forma.
El
hilo conductor que guía la investigación heideggeriana es la profundización de
la relación entre la verdad y la obra de arte, esta es considerada como producto
de la creación; a su vez es distinguida de los objetos útiles entendidos desde
la producción.
En
la obra está en operación el acontecimiento de la verdad. Pero lo que está así
en operación está, pues en la obra. Según esto, se postula ya a la obra real
como la portadora de aquel acontecer. En seguida está otra vez ante nosotros la
pregunta sobre lo cósico de la obra presente. Así finalmente se aclara un
punto: por diligentemente que interroguemos el estar en sí de la obra, no
daremos, sin embargo con su realidad, mientras no nos pongamos de acuerdo en
que hay que tomar la obra como algo elaborado. Tomarla así es lo más fácil,
pues en la palabra obra suena lo elaborado. Lo que tiene de obra la obra
consiste en su ser-creada por el artista[124]
La
obra de arte es una producción del hombre que tiene como característica
esencial su relación particular con la verdad como apertura; esto genera una
cuestión sobre la que vale la pena reflexionar ¿En qué sentido la obra de arte
es producción? Tratando de dar respuesta a esta cuestión, Heidegger clarifica
algunos conceptos de relevancia estética como el de Ge’stalt (forma): “La lucha llevada a la desgarradura y de este
modo reestablecida en la tierra y así fijada es la forma. El ser creado de la
obra quiere decir fijada la verdad en la forma. Es la conjunción conforme a la
cual se ajusta la desgarradura. La desgarradura conformada es la unión del
resplandor de la verdad. Lo que aquí se llama forma debe entenderse por aquella
oposición y composición en que la obra es en tanto que se expone y se propone”[125].
La
obra es forma sólo dentro de la fractura abierta entre mundo y tierra; que la
obra sea forma significa que ella es colocada dentro del espacio abierto por
ella entre el conflicto tierra y mundo. ¿Qué significa esto? Que la obra sea
forma no significa que ella sea algo cerrado, concluido en sí y determinado, no
significa que la obra no tenga ningún interés de tipo moral, ni valorativo; no
significa que ella se coloque más allá del bien y el mal, de lo verdadero o de
lo falso, de manera tal que la obra se coloque como algo totalmente separado
del resto de la experiencia y que no sea algo que tenga una relación en la
vida.
La
forma de la obra de arte significa que esta es colocada, puesta y posicionada
en un determinado lugar; lugar que es una fractura, una lucha entre mundo y
tierra, la obra se coloca en esta fractura cuando es lugar de opción y de
elección, cuando ella genera mundos, posiciones, lugares y espacios por los que
el hombre luego hará su recorrido; en este sentido la obra es un origen
originante, un oscuro jamás iluminado ni explicitado pero siempre explicitante;
desde aquí se hace evidente que la obra
de arte no es un instrumento, ya que un instrumento tiene la característica de la
definitividad, abre el mundo como algo obvio y evidente; la obra como apertura
de verdad y de mundo no sólo es un ente que hace evidentes los entes, en cuanto
se explicitan desde la apertura instaurada por aquella, sino que una y otros
son entes del ser; la obra es apertura, mundo y ente que explicita otros entes;
esto hace que ella sea leída desde unos rasgos ontológicos que le están a la
base y a la vez sea un evento diferente del instrumento que presenta los caracteres
definitivos.
Mientras
que el instrumento patentiza el mundo al que pertenece como algo obvio, la obra
de arte siempre aparece como algo extraño, algo erradicado del mundo que ella
funda ya que siempre es susceptible de novedad, de nuevas interpretaciones;
esto es lo que hace evidente el carácter de eventualidad de la obra.
La
forma de la obra no se agota en la perfección del objeto, ni en el carácter
definitivo de la verdad que ella instaura, sino en el reclamo a aquel fondo
originario y oscuro que es la tierra: “La tierra salta en la obra porque en
ésta, en cuanto tal, es donde está en operación la verdad y porque ésta, a su
vez, sólo es instalándose en un ente. Pero en la tierra como lo esencialmente
auto-ocultante, la apertura de lo manifiesto encuentra su máxima resistencia y
así precisamente un lugar para su estancia permanente, dentro del cual debe ser
fijada la forma”[126].
De
igual manera a la par que reflexiona sobre el concepto de la forma, lo hace
también sobre el concepto de fruición estética:
La
contemplación de la obra no aísla al hombre de sus vivencias, sino que las
inserta en la pertenencia a la verdad que acontece en la obra, y así funda el
ser-uno-con-otro como el histórico soportar el existente (Da-sein) por la
relación con la no ocultación. Sobre todo el saber en la manera de contemplar,
está enteramente lejos de aquella habilidad de conocer, sólo por el gusto, lo
formal de la obra, sus cualidades e incentivos, precisamente porque la
contemplación es un saber. El haber visto es un estar decidido; es estar dentro
de la lucha que la obra ha encajado en la desgarradura.
El
modo de la correcta contemplación de la obra se coproduce y se traza pura y
exclusivamente por la obra misma. La contemplación acontece en diferentes
grados del saber y con un alcance, persistencia y claridad cada vez diferentes.
Si la obra está destinada al mero goce artístico, esto no demuestra todavía que
esté en la contemplación como obra. Al contrario, tan pronto como aquel empuje
en lo extraordinario es atrapado por lo familiar y la habilidad de conocer, la
explotación artística de la obra ha empezado. […]. La peculiar realidad de la
obra sólo llega a ser fecunda donde la obra se contempla en la verdad que
acontece por ella[127]
En
el primer caso, Heidegger intenta demostrar que hay una relación
irreconciliable entre la forma y el acaecer de la verdad en la obra de arte
como producto; en el segundo caso, Heidegger muestra cómo el concepto de
creación, es decir la novedad de la obra, es la que se evidencia en primer
plano.
Heidegger
define el concepto de forma a partir del análisis de la palabra fractura,
grieta (Riss) y que él toma en dos
sentidos: como grieta, como separación; fractura que es entendida como línea
que delimita. En este sentido la obra abre un ámbito que ella misma ocupa como
lucha entre tierra y mundo, como conflicto originario; la obra existe como tal
en cuanto es colocada en ese ámbito de fractura, de grieta y de conflicto;
fractura que es fundante y en este sentido es Gunddriss:
La
verdad sólo se instala como lucha en un ente que se produce, de modo que abre
la lucha en ese ente, es decir desgarrándolo. El corte es la conjunción
unitaria del vertical y basal, del transversal y el circular. La verdad se
establece en el ente y este mismo ocupa lo abierto de la verdad. Pero este
llenar sólo puede acontecer cuando el producto, la desgarradura, confía a lo
auto-ocultarse que salta en abierto. La desgarradura debe retraerse en la
pesantez de la piedra, en la muda dureza de la madera, en el oscuro ardor de
los colores. Al recoger la tierra en su seno la desgarradura, ésta se
reestablece en lo abierto, de modo de surgir como lo que se resguarda y
auto-oculta en lo patente[128]
En
las obras más recientes de Heidegger, la poesía ilumina el trasfondo ontológico
y originario en el cual los entes entran en relación con el ser, mientras que
en la cotidianidad, las cosas entran en relación con las otras cosas perdiendo
el horizonte de aquel trasfondo originario que las patentiza y las ilumina en
su ser originario.
7.8.2. La obra: evento
del ser.
El
segundo rasgo que evidencia la obra como creación, se deduce del hecho de ser
creación, en el darse de la obra se hace latente su rasgo de ser creación, lo que
se puede ilustrar tomando como ejemplo el instrumento; para saber sobre él poco
importa saber quién lo hizo, lo que interesa saber es para que se usa o que
utilización se le da: “Al contrario, la confección del útil nunca es de
inmediato un operar el acontecimiento de la verdad. El ser-acabado del útil es
el ser-formada una materia como preparación para el uso. El ser-acabado del
útil significa que es liberado para ir más allá de sí mismo, para agotarse en
el servicio”[129].
En la obra de arte, sí es importante saber quien es el autor, a este respecto
Vattimo dice: “De las cosas que usamos cotidianamente no preguntamos quien es
el autor; de las obras de arte por el contrario sí, es más la confirmación del
autor se hace esencial de tal manera que se necesita para reconocerle un valor
a la obra de arte misma”[130].
Sin
embargo, en una actitud crítica contra esta postura vattimiana, y desde nuestra
lectura del texto heideggeriano, concluimos que para Heidegger lo menos
importante en la obra es el hecho de conocer o saber quién es el artista, el
autor de la obra; lo que importa para Heidegger es que la obra reposa en sí
misma, en el ser creada, escuchemos a Heidegger:
El
aparecer en la obra el ser-creado no significa que en ella deba advertirse que
ha sido hecha por un gran artista. Lo creado no debe testificar que es
ejecución de un componente y por ello hacer resaltar al ejecutante ante la
consideración pública. No debe dar a conocer el N.N. fecit, sino que debe mantener a descubierto el simple factum est. A saber, que aquí acontece
la no-ocultación del ente y que acontece como tal; que en general, la obra es y
no que no es. La impulsión que la obra es por ser esta obra y el no cesar esa
impulsión constituye en la obra el constante reposar en sí. Justamente cuando
es desconocido el artista, el proceso y las circunstancias en que nació la
obra, resalta desde la obra y en su mayor pureza ese empuje, es ‘que es’ del ser
creación. […]. Sin embargo, en la obra, esto de que es como tal resulta precisamente lo no habitual. El
acontecimiento de ser creación no sigue simplemente vibrando en la obra, sino
que lo que tiene de acontecimiento el que la obra sea como esta obra, proyecta
la obra en torno y constantemente la tiene proyectada. Mientras más
esencialmente se manifiesta la obra, más luminosa se hace la singularidad de
que ella es y no que no sea. Mientras más esencialmente se manifiesta el
empuje, más extraña y solitaria se hace la obra. En la producción de la obra
radica este ofrecerse como “que es”. […]. Mientras más solitaria está la obra
en sí, afirmada en la forma, mientras más finamente parecen disolverse todas
las referencias al hombre, más sencillamente entra en lo manifiesto empuje de
que esta obra es, más esencialmente es impulsado lo insólito y expulsado lo
hasta entonces sólitamente aparente”[131]
Ello
no quiere decir que el valor de la obra depende del autor que la crea, sino que
el hecho de reconocer su autor es signo de algo más profundo: la obra de arte
lleva consigo de modo particular su propio proceso de creación, el hecho de ser
creada.
La
obra como creación, como existencia en sí misma, es lo que ha generado todo
tipo de reflexión estética; la reflexión estética ha surgido del hecho que la
obra de arte no representa ningún tipo de necesidad determinada, ni definida;
lo que a diferencia del instrumento que siempre genera la pregunta por su
utilidad y su utilización. Heidegger, según Vattimo, no busca explicitar el
enigma que hay en la obra, cuanto en tomar en serio dicho carácter enigmático
en su carácter de ser encontrada, la obra misma como algo que existe.
La
creación de la obra de arte no hace referencia tanto al artista que la creó, a
las circunstancias históricas que la generaron, sino que ella habla de una novedad
que es su existencia y que no es deducible, ni predecible, ni exigida.
La
novedad de la obra para Heidegger coincide con lo que él llama Stoss[132] (sacudida,
choque, golpe), hecho este que coincide con el ser de la obra, ser que no puede
ser deducido de significaciones preestablecidas,
sino que la obra instaura por ser instauradora de un mundo; mientras que la
utilizabilidad y el uso del instrumento recurren a un mundo preestablecido con
anterioridad para ser comprendido en su funcionamiento, la obra de arte no se
explicita sino a partir del mundo que ella misma instaura, que ella misma crea;
este es el carácter de radical novedad, arrobamiento, shock que la obra genera, escuchemos a Vattimo en su interpretación
heideggeriana:
Mientras
las cosas individuales pertenecen al mundo en cuanto se encuentran insertadas
en una serie de re-mandos, de significatividad (cada cosa se refiere a otras,
como efecto, como causa, como instrumento, como signo, etc.), el mundo como
tal, en su conjunto, no tiene re-mandos, es insignificante; la angustia
registra este insignificancia, la gratuidad total del hecho de saber que el
mundo es. La experiencia de la angustia es una experiencia de desarraigo (Spaessamento, Un-heimlichkeit). La analogía del Stoss del arte con esta experiencia de la angustia se comprende si
se piensa que la obra de arte no se deja referir a un orden de significaciones
preestablecido, al menos en el sentido que no es deducible de ese como una consecuencia
lógica; también en el sentido que no se deja insertar simplemente dentro del
mundo tal cual es, sino que pretende arrojar sobre él una nueva luz. El
encuentro con la obra de arte, como Heidegger lo describe, es como el encuentro
con una persona que tiene una visión del mundo y con la cual también nuestra visión
del mundo debe confrontarse. En este sentido se debe entender la tesis
heideggeriana según la cual la obra de arte funda
un mundo, ya que se presenta como una nueva ‘apertura’ histórico-eventual del
ser […] el significado (de Stoss) es
en los términos esenciales el mismo (de la angustia): aquel de colocar en
estado de suspenso lo obvio del mundo, de suscitar un preocupado maravillarse
por el hecho, de por si insignificante […] que es el mundo[133]
Los
entes son reconducibles a la apertura de un mundo que los hace comprensibles
dentro de un horizonte de significación; la obra de arte presenta un carácter
de novedad totalmente nuevo; es desde este carácter que ella no se explicita
por mundos pre-establecidos con anterioridad a ella, sino que se hace
comprensible desde el mundo que ella instaura; es aquí donde se puede rastrear
el concepto de Stoss, Shock, golpe, sacudida, tal como lo
plantea Heidegger; a este respecto Vattimo dice: “El arrobamiento que la obra
provoca deriva del hecho que en ella se encuentra un mundo en su nacimiento”[134].
En
la consideración del ente en el mundo, este se nos presenta como lo más
evidente y obvio, por eso huye del horizonte conceptual lo que este es; nuestro
interés se centra en la consideración entitativa; en la obra de arte hay un
mundo en nacimiento y en este sentido problematizamos lo que es el mundo y su
relación con los entes que instaura. Esto explica por qué antes de centrar la
atención en la significación individual de cada ente, se hace necesario centrar
la atención sobre el fondo en torno al cual estos significados se explicitan.
El
fondo, la colocación de la obra en la tierra es el origen como origen de un
mundo en el acto de nacer, en su nacimiento.
7.9. Forma y contenido: la puesta en obra de la
verdad.
Vattimo sostiene
que no se trata para Heidegger de una síntesis de los dos conceptos sino de la
proposición de un problema; la manera como se hace esta proposición es a partir
de un análisis más profundo del concepto puesta en obra de la verdad.
La verdad tiene
una tendencia que le es inherente, ser puesta en obra, de ello se reduce el
carácter eventual de la verdad. Ella es puesta en obra cuando es apertura que
instaura un mundo, mundo que es el horizonte de comprensión dentro del cual los
entes adquieren significación y sentido; con ello no se agota la obra, porque
ella misma es un continuo horizonte de significación inagotable; este horizonte
es lo que Heidegger llama la tierra Erde,
mundo-tierra son la continua operabilidad, la continua movilidad de la obra de
arte. Mundo y tierra (Welt y Erde) constituyen la continua unión y
separación que está avocada la obra de arte. De aquí el concepto de lucha
instaurado entre estos dos elementos en la obra de arte: “La visión que da peso
y medida a la interpretación de lo cósico de la cosa, debe dirigirse hacia la
pertenencia de la cosa a la tierra. Sin embargo, la esencia de la tierra como
portadora auto-ocultante que no impulsa a nada, sólo se descubre por su irrupción
en un mundo y en la oposición de ambos. Esta lucha está fijada en la forma de
la obra y se hace patente por esta”[135]. Los entes se constituyen,
en cuanto tales, sólo dentro de una apertura del ser.
Esta
revisión de la síntesis entre contenutismo y formalismo de parte de Heidegger,
a partir del concepto de puesta en obra de la verdad, Vattimo la replantea
dentro de un contexto en el cual lo que está empeñado es la fruición estética.
8. Obra e interpretación.
8.1. De verdad ¡el arte¡
Para el pensamiento hegeliano, la verdad en el arte es
reconocida dialécticamente cada vez que el arte es superado y suprimido en la
filosofía. Las teorías estéticas que hacen énfasis en la verdad del arte van en
contra de aquella concepción de verdad ejemplificada en Hegel.
Las teorías estéticas que se fundamentan en la concepción
dialéctica hegeliana, tal como la marxista que considera el arte como
superestructura de relaciones económicas, y la sicoanalítica que considera el
arte como manifestaciones arquetípicas del inconsciente colectivo e individual
van en contra de dos dificultades que son difícilmente superables.
La primera enfatiza el hecho que la obra arte pierde todo
sentido de individualidad y cuenta solo la situación económica, histórica y
social a la que envía la obra una vez que ha sido gustada por el fruidor y el
interprete.
La segunda enfatiza el hecho interpretativo de la obra de
arte, pues el intérprete para poder asimilar el sentido de la obra de arte debe
situarse en aquella posición absoluta que Hegel reservaba al filósofo.
Contra este absolutismo hegeliano reacciona el
existencialismo insistiendo en el carácter finito de la interpretación. La
interpretación coincide con la finitud, esta es el carácter fundamental, el
rasgo esencial. Gadamer se sitúa en esta herencia y su obra insiste en el
carácter de la interpretación de la obra de arte desde la experiencia de verdad
que se desprende de esta. Aunque la obra de Gadamer no es propiamente un
tratado de estética, sin embargo contiene profundas resonancias para la
reflexión sobre el arte[136].
Para Gadamer la interpretación es un hecho histórico en el
que irrumpe otro hecho en su verdad: la obra de arte. Así se delinea cómo para
él la finitud y la interpretación son hechos temporales. De ahí que ni la
finitud del interprete, ni la historicidad de la obra de arte son subsumidas la
una en la otra, cada una conserva su individualidad y su consistencia, esta es
la manera como Gadamer va contra la dialectización operada en el pensamiento
hegeliano. Además de esta manera resuelve el problema de las múltiples
interpretaciones que se dan en torno a la obra de arte, ya que todas ellas no
dependen tanto de las múltiples subjetividades interpretativas, cuanto que
todas las interpretaciones que se dan en torno a la obra de arte son múltiples
posibilidades de ser de la obra.
8.2. La conciencia estética
y su crisis.
El estado ontológico de la obra de arte se reconstruye a
partir de la crisis que se da en el concepto de conciencia estética, concepto
que después de Kant adquiere gran relevancia cuando la obra de arte se presenta
como producto del genio:
El que Kant ponga
el concepto de genio tan por completo al servicio de su planteamiento trascendental
y no derive en modo alguno hacia la psicología empírica se hace particularmente
patente en su restricción del concepto de genio a la creación artística. Desde
un punto de vista empírico y psicológico parece injustificado que reserve esta
denominación para los grandes inventores y descubridores en el campo de la
ciencia. Siempre que hay que ‘llegar a algo’ que no puede hallarse ni por
aprendizaje ni por trabajo metódico solo, por lo tanto siempre que se da alguna
inventio, siempre que algo se debe a
la inspiración y no a un cálculo metódico, lo que está en juego es el ingenium, el genio. No obstante, lo
cual, la intención de Kant es correcta: solo la obra de arte está determinada
en su sentido mismo por el hecho de que no puede ser creada más que desde el
genio. […].
Retengamos, pues,
que para Kant el concepto de genio significa realmente sólo una complementación
de lo que le interesa en la capacidad de juicio estética ‘desde una perspectiva
trascendental’[137].
Gadamer recorriendo las etapas del pensamiento estético
intenta dar una explicación de la obra en cuento producto del genio, producto de
la iluminación interior; con ello quiere dar una explicación a la obra de arte
radicándola en la naturaleza: “No se debe olvidar que en la segunda parte de La crítica del juicio sólo se trata de
la naturaleza (y no de su enjuiciamiento desde conceptos teleológicos), y no
del arte. Para la intención sistemática del conjunto, la aplicación de la
capacidad de juicio estética a lo bello y a lo sublime en la naturaleza es más
importante que la fundamentación trascendental del arte”[138].
Desde esta posición kantiana se empieza a desprender una idea
según la cual la conciencia histórica termina explicando la obra no como
producto de un proceso histórico que habla al fruidor a través de ella, ni como
individualidad; la obra termina aislada del mundo real, del propio mundo y
termina siendo explicada desde un mundo que está fuera del mundo real, en un
mundo que no es el mundo de la obra. Así la obra termina no siendo explicada en
su esencia[139].
En este sentido la obra termina siendo colocada en el museo al lado de otras obras,
pero aislada de su propio mundo, aislada del mundo que ella mundea.
Así, la obra de arte se plantea en los términos de
discontinuidad y continuidad en la temporalidad; aunque se puede entender como
un evento histórico ligado a un momento histórico, el problema surge cuando
interpretando el mundo de la obra, ésta entra en conflicto con el mundo del
fruidor y del intérprete.
Se evidencia en toda esta problemática la dificultad
inherente a la relación entre estética y hermenéutica. La verdad como evento
histórico coincide con el encuentro con la obra de arte, la cuestión de la
verdad coincide con aquella de las Geisteswissenschaften,
ciencias del espíritu, es decir el problema hermenéutico[140]. Hecho
este, que como hemos visto, tiene sus orígenes en Heidegger y que Gadamer de
alguna manera continúa.
8.3. El ser de la obra de
arte: juego, presentación e imitación.
Gadamer intenta llegar a través del análisis del concepto de
juego (Spiel)[141], a la
clarificación del estatus ontológico de la obra de arte. La elección de dicho
concepto tiene su origen no sólo en que Gadamer forma parte del pueblo alemán,
donde dicho concepto tiene una gran tradición, sino que Gadamer es
heideggeriano y en dicho concepto están implicadas múltiples posibilidades de
su uso y que son desarrolladas ampliamente por este pensador[142]. Las
palabras con que Gadamer, en su texto, introduce el tema del juego son estas:
Para ello
tomaremos como primer punto de partida un concepto que ha desempeñado un papel
de la mayor importancia en la estética: el concepto de juego. Sin embargo, nos
interesa liberar a este concepto de la significación subjetiva que presenta en
Kant y en Schiller, y que domina toda la nueva estética y antropología. Cuando
hablamos del juego en el contexto de la experiencia del arte, no nos referimos
con él al comportamiento del estado de ánimo del que crea o del que disfruta, y
menos aún a la libertad de una subjetividad que se activa a sí misma en el
juego, sino al modo de ser de la propia obra de arte[143]
El sujeto del juego es el mismo juego y los jugadores son
sólo un momento del juego, el que a su vez los trasciende. El juego trasciende
a los jugadores, estos están en juego, están jugando. La esencia del juego
radica en que este trasciende a los jugadores, estos actualizan el juego, pero
el juego mismo los trasciende.
Cuando Gadamer habla de la transmutación en forma que se
opera en la obra de arte, lo hace para referirse a la manera como el juego
tiene su correlativo en la obra, juego (Spiel)
y transmutación en forma (Verwandlung
ins Gebilde) son nociones correlativas que se operan en diferentes campos:
A este giro por
el que el juego humano alcanza su verdadera perfección, la del arte, quisiera
darle el nombre de transmutación en forma (transformación en una construcción).
Sólo en este giro gana el juego su idealidad, de forma que pueda ser pensado y
entendido como él mismo. Sólo aquí se nos muestra separado del hacer
representativo de los jugadores y consistiendo en la pura manifestación de lo
que ellos juegan. Como tal, el juego –incluso con lo imprevisto de la
improvisación- se hace en principio repetible, y por lo tanto permanente. Le
conviene el carácter de obra, de ergon,
no sólo el de enérgeia. Es en este
sentido como lo llamo forma (construcción)[144]
La transmutación en forma es la ley que determina la obra de
arte y que se presenta al fruidor a la manera de un objeto para que la obra sea
disfrutada y sea ejecutada. La forma trasciende al interprete, al fruidor y al
artista, se ejecuta en la obra sin que esta la agote.
Que la obra sea Gebilde
(forma) significa que la obra es Selbsdarstellung
autopresentación, lo que implica que el juego es autopresentación en los
jugadores que lo presentan, así la obra es autopresentación de la forma que la
constituye.
Sólo una definición de la obra que distingue entre realidad y
obra muestra la insuficiencia de tal definición, ya que la obra es realidad
plena de sentido total y totalizante. Una mentalidad como la de la conciencia
estética, hace la distinción entre la obra y la realidad, apelando a conceptos
tales como sueño e ilusión para referirse a la obra.
Según Gadamer la mimesis
es el único concepto que sirve para aproximarse al estado ontológico de la obra
de arte, ya que es el único que permanece toda vez que ha entrado en crisis el
concepto de genio:
De este modo el
concepto de transmutación (transformación) se propone caracterizar esa forma de
ser autónoma y superior de lo que llamamos una forma (construcción). A partir
de ella la llamada realidad se determina como lo no transmutado (transformado)
y el arte como la superación de esta realidad en su verdad. La teoría antigua
del arte, según la cual a todo arte le subyace el concepto de la mimesis, de la
imitación, partía también evidentemente del juego que, como danza, es la
representación de lo divino.
Sin embargo, el
concepto de imitación sólo alcanza a describir el juego del arte si se mantiene
presente el sentido cognitivo que
existe en la imitación. Lo representado está ahí, esta es la relación mímica
original. El que imita algo, hace que aparezca lo que él conoce y tal como lo
conoce. El niño pequeño empieza a jugar imitando, y lo hace poniendo en acción
lo que conoce y poniéndose así en acción a sí mismo. La misma ilusión con que
los niños se disfrazan, a la que apela ya Aristóteles, no pretende ser un
ocultarse, un aparentar algo para ser adivinado y reconocido por detrás de
ello, sino al contrario, se trata de representar de manera que sólo encuentra
lo representado. El niño no quiere ser reconocido a ningún precio por detrás de
su disfraz. No debe haber más que lo que él representa, y si se trata de
adivinar algo, ese qué ‘es’esa representación.
[…]. Lo que
realmente se experimenta en una obra de arte, aquello hacia lo que uno se
polariza en ella, es más bien en qué medida es verdadera, esto es, hasta qué
punto uno conoce y reconoce en ella algo, y en este algo a sí mismo.
[…]. Por el
contrario, la alegría del reconocimiento consiste precisamente en que se conoce
algo más que lo ya conocido. En el reconocimiento emerge lo que ya conocíamos
bajo una luz que lo extrae de todo azar y de todas las variaciones de las
circunstancias que lo condicionan, y que permite aprehender su esencia. Se lo
reconoce como algo.
[…]. La imitación
y la representación no son sólo repetir copiando, sino que son conocimiento de
la esencia. En cuanto que no son mera repetición sino verdadero ‘poner de
manifiesto’, hay en ellas al mismo tiempo una referencia al espectador. […].
Se puede ir aún
más lejos: la representación de la esencia es tan poco mera imitación que es
necesariamente mostrativa. El que reproduce algo está obligado a dejar unas
cosas y destacar otras. […].
Nuestra tesis es,
pues, que el ser del arte no puede determinarse como objeto de una conciencia
estética, porque a la inversa, el comportamiento estético es más que lo que él
sabe de sí mismo. Es parte del proceso
óntico de la representación, y pertenece esencialmente al juego como tal[145]
Mimesis es
la imitación que no sólo consiste en copiar y en reproducir la verdad, sino que
ella es transposición de la realidad misma en su verdad[146]. El arte
imitativa o reproductiva no sólo es remedo e imitación, no sólo es copia de lo
que se quiere copiar; es como dice Gadamer, acrecentamiento del ser,
conocimiento de la esencia, destacamento de algunos elementos esenciales de lo
representado en lo representado, ya que el arte al reproducir presenta una faceta
nueva, una nueva relectura que es acrecentamiento del ser de lo reproducido. En
el arte de la reproducción fotográfica, aparentemente hay una reproducción del
sujeto fotográfico, pero en el fondo es una nueva visión del sujeto, un nuevo
enfoque, una nueva imagen del sujeto fotografiado donde se resaltan y destacan
algunos elementos.
La obra de arte y lo representado instauran una dialéctica
tal que no es posible individuar uno del otro, no es posible colocar el uno
frente al otro. Dicha dialéctica vale para la presentación y representación de
la obra de arte; no es posible individuar el uno en detrimento del otro, ni
colocar el uno frente al otro ya que la manera como la obra se presenta es a
partir de su interpretación. En ello se evidencia el concepto de juego,
presentación, ejecución e imitación, a esto aluden las palabras de Gadamer
colocadas al final del texto citado cuando hace la relación entre mimesis,
juego y arte.
La interpretación y ejecución de la obra es un evento
histórico y temporal, en cuanto la obra contrapone dos mundos: el mundo inicial,
que la generó y el mundo en que es interpretada cada vez de nuevo. Cada nueva
interpretación es acrecentamiento del ser de la obra. La obra una vez creada
por el autor deja de pertenecerle, pues cada nueva ejecución e interpretación
de la misma es presentación de ella y en ello se acrecienta su ser. En cada
nueva interpretación se da la mediación de dos mundos: el del autor y el del
intérprete[147].
8.4. Experiencia estética e
interpretación.
El mundo estético no se agota en si mismo, requiere la
hermenéutica para descubrir toda su profundidad. La hermenéutica es entendida
desde la estética con una acepción más amplia, pues toda formación histórica y
como tal la obra de arte, es un texto por interpretar, es un objeto del verstehen, comprender. La obra de arte
se reconoce en toda su verdad, la que no es la iluminación de unos conceptos
obscuros que la conciencia debe iluminar, sino que la verdad es un evento del
ser, la verdad deviene en la interpretación de la obra, con su significado y
con su consistencia. La obra deviene en toda interpretación como una
experiencia de verdad, presentándose en otros eventos históricos que son las
interpretaciones y que ponen de manifiesto el problema de la mediación de dos
mundos diversos[148]. A
este respecto dice Gadamer que el juego es forma y que en ella, la obra se nos da para se comprendida (verstehen), escuchémoslo: “[…]. El juego
es una forma; esta tesis quiere decir que a pesar de su referencia a que se lo
represente se trata de un todo significativo, que como tal puede ser
representado repetidamente y ser entendido, comprendido en su sentido. Pero la
forma es también juego, porque, a pesar de esta su unidad ideal, sólo alcanza
su ser pleno cuando se lo juega en cada caso. Es la correspondencia de ambos
aspectos lo que intentamos destacar frente a la abstracción de la distinción
estética”[149].
Lo que caracteriza la situación hermenéutica es que tanto el
interprete como el fruidor hacen parte de la obra por interpretar, de la misma
manera que el historiador hace parte del texto histórico que trata de
reconstruir e interpretar, ello se evidencia en que cada nueva interpretación
patentiza la obra, se evidencia la confrontación de dos mundos: el que origina
la obra como producción y el que interpreta la obra.
La interpretación de la obra se define como un hecho
histórico que es caracterizado desde la finitud de la existencia. La obra y el
intérprete pertenecen a un flujo histórico que intenta interpretar y
reconstruir, así el intérprete pertenece a la obra que interpreta y es por él y
a través de él como se patentiza.
Vattimo reconoce que hay una identificación entre experiencia
estética y situación hermenéutica cuando dice: “la estructura de la experiencia
estética se revela como el mismo tipo de la situación hermenéutica, la que
termina identificándose con la misma condición humana”[150]. A su vez diferencia,
desde Gadamer, tres conceptos que se deben recalcar: experiencia estética,
situación hermenéutica y condición humana.
La experiencia estética adquiere un tinte de particularidad
ya que es algo que se da en quien tiene una experiencia de la obra de arte;
experiencia que necesariamente es de auto comprensión y que acerca a Gadamer al
pensamiento heideggeriano visto desde la analítica existencial, en cuanto el
ser-ahí en su proceso de comprensión se comprende a sí mismo y desde la teoría
heideggeriana, antes vista, del mundear de mundo que se da en la obra de arte,
a este respecto podemos citar a Gadamer cuando nos dice:
“El pantheón del
arte (Das Pantheon der Kunst ist nicht
zeitlose Gegenwärtigkeit) no es una actualidad intemporal que se represente
a la pura conciencia estética, sino que es la obra de un espíritu que se
colecciona y recoge históricamente a sí mismo. También la experiencia estética
es una manera de auto-comprenderse. Pero toda auto-comprensión se realiza al
comprender algo distinto, e incluye la unidad y mismidad de eso otro. En cuanto
que en el mundo nos encontramos con la obra de arte y en cada obra de arte nos
encontramos con un mundo, éste no es un universo extraño al que nos hubiera
proyectado momentáneamente un encantamiento. Por el contrario, en él aprendemos
a conocernos a nosotros mismos, y esto quiere decir que superamos en la
continuidad de nuestro estar-ahí la discontinuidad y el puntualismo de la
vivencia[151].
La situación hermenéutica es una connotación que adquiere una
preponderancia desde el arte vista existencialmente, el ser-ahí que
interpretando se coloca en una determinada situación.
La condición humana abarca ambos conceptos anteriores, ya que
es humanamente hablando, desde la condición existencial humana, desde donde es
posible situarse hermeneuticamente y donde se da una experiencia de la obra de
arte.
8.5. Estética
y hermenéutica.
La recuperación del sentido de la verdad en la obra de arte, que
como es bien sabido es la noción de verdad la que ha jalonado toda la reflexión
hermenéutica en el campo de la filosofía hodierna, es algo que para la estética
contemporánea reviste consecuencias cargadas de polémica. En la filosofía
contemporánea la cuestión de la verdad, y su experiencia en el arte, es algo
que desde posturas, especialmente positivistas, pragmatistas y empiristas causa
fuertes discusiones, polémicas que tocan el límite de la noción de verdad que
debe tenerse en cuenta cuando se habla de verdad en el arte, verdad en la
ciencia, verdad para la ciencias humanas, verdad para las ciencias fácticas.
Una posición defendida por algunos sectores y como respuesta
a la inquietud propuesta iría mas o menos asumida desde la óptica según la cual
en la estética del siglo XX la obra de arte hace parte del ámbito de la verdad
con tal que sean otras ciencias quienes hagan evidente dicho nexo –se puede
pensar en la psicología como en el caso del dibujo del paciente que a través de
éste manifiesta o refleja sus traumas-, este es el caso de la estética
lukacsiana[152].
Pero es también es el caso que desde la medievalidad se ha tratado en la relación
entre arte y ciencia; alguien como Miguel Ángel tiene que estudiar anatomía y
lo que con ello adquiere lo expresa a través del arte; el artista tiene que
estudiar las leyes de la física, de la óptica, de la geometría para vehicular
dichos conocimientos a través de la obra. Alguien como Kandinsky tiene que
estudiar la técnica referente al color y a la música para poder impulsar su
teoría, expresada en sus obras acerca de la sonoridad visiva. Pero aquí el
énfasis se ubicaría en una verdad de corte científico, la que desde Gadamer no
haría justicia a la obra de arte.
La otra corriente de pensamiento que en el siglo XX trata de
explicar la verdad al interior de la obra de arte es la neokantiana, ella
reduce dicho sentido a un ámbito de la conciencia diferente al de la conciencia
teorética, hecho este que depende de la actitud del sujeto que contempla la
obra de arte. Aquí solamente se enfatiza la parte cognoscitiva, racional, pero
se estaría dejando de lado la parte de la vida. De posturas como estas es que
depende la crítica que Gadamer instaura contra el esteticismo moderno.
Contra este carácter, Gadamer realiza toda una crítica en Wahrheit und Methode que ejemplifica en
la posición contra el museo, ya que en éste cada obra puesta para el disfrute y
el goce estético es desligada de su carácter histórico-social; la obra de arte puesta
en su correlativo que es el museo, vista desde la crítica contra la conciencia
estética, que hace Gadamer, adquiere una connotación a-histórica y absolutizada,
desligada de toda connotación teorética, momificándose así la obra misma:
La distinción
estética que activa a la conciencia estética como tal, se otorga entonces a sí
misma una existencia propia exterior. Demuestra su productividad disponiendo para
la simultaneidad sus propios locales: la biblioteca universal en el ámbito de
la literatura, el museo, el teatro permanente, la sala de conciertos… Pero
conviene poner en claro la diferencia de estos nuevos fenómenos frente a lo
antiguo: el museo, por ejemplo, no es simplemente una colección que se abre al
público. Las viejas colecciones (tanto en la corte como las ciudades)
reflejaban la elección de un determinado gusto y contenían preferentemente los
trabajos de una misma ‘escuela’ a la que se atribuía una cierta ejemplaridad.
El museo, en cambio, es una colección de tales colecciones; su perfección
estriba, y esto es significativo, en ocultar su propia procedencia de tales
colecciones, bien reordenando históricamente el conjunto, bien complementando unas
cosas con otras hasta lograr un todo abarcante[153].
Contrariamente se puede considerar que cuando un objeto
estético es aislado de su ambiente originario, puede convertirse no
necesariamente en un objeto momificado, como creía la conciencia estética, sino
en un objeto que produce nuevas consideraciones estéticas; un objeto que se
convierte en principio de nueva historia. Es susceptible de nuevas
interpretaciones. Vattimo propone el ejemplo del arte negra que fue importado
por Europa a comienzos del siglo pasado. Aquí lo que está en juego es si el
objeto estético colocado en el sitio que le pertenece o importado a otro lugar
es susceptible de nuevas interpretaciones, o por el contrario se momifica.
Desde aquí se pueden hacer varias reflexiones: el mundear de
mundo propio de la obra de arte, la obra de arte situada en un nuevo contexto
es objeto de nuevas interpretaciones, produce historia, es el caso de la obra
de arte religiosa que en el templo es objeto de veneración, adoración y culto,
mientras que a la misma obra en el museo de arte nadie se atrevería a
venerarla, ni rendirle culto. Sin embargo en uno y en otro lugar es susceptible
de nuevas interpretaciones, así sea un objeto de culto, así sea una obra de
arte situada en el museo.
En este sentido
conviene ver cómo en el contexto de Poesia
e ontologia Vattimo reflexiona incipientemente sobre algo que madura y
reflexiona nuevamente en Oltre
l’interpretazione[154] y de
lo que esta investigación sólo puede obtener una respuesta suficientemente
esclarecedora cuando se la mira desde lo que antes se mencionaba respecto al
mundear de mundo. Pues este autor se limita en dicho texto a reflexionar sobre
el problema de la secularización releída desde la óptica del nihilismo, como
una situación a la que nos avoca la tardo modernidad. Aunque también allí
reflexiona sobre cómo es el uso el que determina su valor como objeto artístico
o como objeto de culto, sin embargo lo que interesa recalcar aquí es cómo el
objeto estético o el objeto de culto es susceptible de nuevas interpretaciones,
las que evidentemente están condicionadas por el espacio en el que se
encuentran.
Ya no es la conciencia estética, la actitud del observador
quien determina la función de la obra de arte, es ésta quien mundeando un
mundo, instaurando una apertura se hace significante, se hace objeto inagotable
de sentido; mientras que la obra de arte en el museo tiende a hacerse
unívocamente objeto de contemplación estética, aunque también susceptible de
ser interpretado, en el lugar originario donde fue originada y para el cual fue
originada tiende a crear multivocidad de significaciones, se hace polisémica,
adquiere muchas significaciones. Este es además el sentido de la crítica que
desde el impresionismo se hace al museo como el lugar que tiende a aislar la obra
de arte de su mundo originario y por ende al restringir el mundear de mundo de
la obra de arte. Este puede ser también uno de los sentidos en los que es
posible leer el texto gadameriano antes propuesto.
Lo anterior pretende mostrar que el aislamiento de una obra
de su contexto original puede ser, pero no necesariamente, objeto de
momificación para la obra, sin embargo Vattimo ha mostrado, desde la
importación de algunos elementos artísticos que fueron traídos a Europa desde
el África, que ello ha generado nuevos desarrollos y ha logrado convertirse en
objeto de nueva historia[155],
generando a su vez nuevas interpretaciones. Se evidencia así una problemática
afín a la relación estética y hermenéutica.
La mentalidad típica del coleccionista la mira desde la
conciencia estética y propugna por una contemplación extasiada, estática,
momificante de la obra; pues la extrae de la vida misma para colocarla en su
colección particular; ello nada tiene en común con el desarrollo proseguido en
Europa por el arte negro; experiencia del arte negro que es algo muy diferente
a la contemplación extasiada, momificada y estática de la obra de arte que
propugnaba la conciencia estética. Porque en los términos de Gadamer, la
conciencia estética piensa de manera discontinua el campo de las vivencias, y
eso es lo que ocurre en la obra de arte, cuando es extraída de sus vivencias y
es momificada en el museo. Ahora en todo este debate se perfila un hecho
fundamental, el que se puede expresar en los términos de cuál es la manera
concreta de fruír el arte; puede ser que en la contemplación extasiada propia
de la mentalidad esteticista moderna la contemplación, como forma
interpretativa se limitara a un cierto campo, el de la mera razón desligada de
la vida; puede ser que la interpretación de la obra tal cual nos la plantea
Gadamer más que ver con la razón, tenga que ver con la vida, justamente a esto
se refiere cuando dice que si la obra de arte transforma a quien la contempla
entonces hay una experiencia de verdad: “En lugar de esto preguntamos a la
experiencia del arte qué es ella en verdad y cuál es su verdad, aunque ella no
sepa lo que es y aunque no pueda decir lo que sabe […] En la experiencia del
arte vemos en acción a una auténtica experiencia, que no deja inalterado al que la hace […] la experiencia de la obra
de arte implica un comprender, esto es representa en sí mismo un fenómeno
hermenéutico y desde luego no en el sentido de un método científico. Al
contrario, el comprender forma parte del encuentro con la obra de arte, de manera
que esta pertenencia sólo podrá ser iluminada partiendo del modo de ser de la obra (Seinsweise des Kunstwerks)”[156].
Otro extremo en el cual se puede caer es el de sustituir la
conciencia estética que contempla extasiada la obra de arte con el historicismo
abstracto como si el remedio para salir de las abstracciones, propias de la
conciencia estética, fuese una actitud abstracta, actitud que lo único que
haría sería sustituir una abstracción por otra abstracción[157].
La otra actitud es no abstraer la obra de arte de su entorno,
sino meterla dentro del mundo que le pertenece, dejándola irrumpir en su propio
mundo. Esta es una actitud que según Vattimo es historicista, que trata de
reemplazar un historicismo abstracto por otro no abstracto. Es la actitud del
museo que abstrae la obra de su entorno colocándola en otro muy distinto. Es
igualmente historicista la actitud según la cual la obra de arte musical, por
ejemplo, debe ser interpretada y ejecutada con los instrumentos musicales
originales y en un ambiente que reproduzca fielmente el ambiente que dio origen
a la obra.
Toda actitud historicista no hace más que negar cualquier
abstracción histórica; para el historicismo, la obra solo puede ser leída
dentro del contexto histórico finito, dentro de la finitud concluida. Para el
historicismo de los siglos dieciocho y diecinueve es común la idea de que la
conciencia histórica es algo así como una pantalla inmóvil en la que se
proyectan eventos, épocas, figuras de la historia universal; ella tiene su
verdad en si misma cuando contempla objetiva y desapasionadamente aquellos
contenidos[158].
Teodoro Adorno plantea que el encuentro con la obra es un
encuentro con la cosa misma, encuentro que se realiza a través de la fruición
especializada de un fruidor que la aprehende a través de un lenguaje
especializado. En este sentido, Adorno le da un valor de uso a la obra de arte.
Vattimo muestra que dicho valor de uso de la obra se convierte en un valor de
cambio cuando demuestra que quienes están en capacidad de fruir la obra son sólo
aquellos que pertenecen a la burguesía clásica que se reúnen todas las tardes
para fruir y gozar del bell’arte.
Sin embargo, en el tipo de fruición, propuesta por Adorno, no
se da un encuentro con la cosa misma, ya que dicha fruición es de corte historicista,
en el sentido que fruir la obra de arte implica el seguimiento histórico de un
determinado lenguaje técnico, desde el cual sólo sea posible disfrutarla en cuanto
tal. Lo que se encuentra en tal disfrute no es la cosa misma sino el contenido
de verdad que es un contenido histórico en el sentido vasto: el gusto de un
grupo, de una clase social, de una época. Para Vattimo, hablar de experiencia
de verdad como encuentro con la cosa misma, respecto a la obra de arte y en el
caso de Adorno, evidentemente no se puede reducir a un encuentro estructural,
ni ideológico, ni de comercialización[159].
Vattimo muestra la relación existente entre Kant y Gadamer
respecto al juicio reflexivo sobre la obra de arte, en cuanto que el mismo hace
referencia a un momento histórico, a un mundo concreto donde se gesta, no
solamente a la moda y al carácter comercial que puede adquirir el arte. A este
le interesa recalcar que “si bien el juicio del gusto kantiano no se reduce a
seguir pasivamente los cánones empíricamente establecidos por la moda, ello se
ejercita teniendo como divisa una especie de comunidad ideal que está siempre
en vías de hacerse […]”[160].
Para la hermenéutica del siglo diecinueve tiene interés esta
discusión porque es ahí donde se da la posibilidad de una actividad positiva
que sería propia del arte y una actividad reflexiva que incumbiría a la
filosofía y a la crítica[161].
Vattimo recalca que en la doctrina clásica del juicio
estético de Kant, que dicho juicio es producto de una determinada sociedad,
comunidad históricamente situada que se coloca como lo que es y como lo que
debe ser, para ilustrar esto coloca como ejemplo la tragedia griega, que
refleja lo que es el mundo y lo que este debe ser[162]. Cuando se
goza y se disfruta de la obra de arte, se expresa, dentro del contexto kantiano,
en el juicio estético; ello acaece no sólo porque se colocan en funcionamiento
las facultades cognoscitivas, sino porque se goza y se disfruta de un cierto
gusto compartido con todos los que constituyen un momento histórico y una
comunidad.
Para Gadamer es claro que la experiencia de verdad en la obra
de arte se entiende cuando se comprende la experiencia del viaje que comporta
las modificaciones de quien hace el viaje. La experiencia del viaje implica una
nueva serie de experiencias de las que el viajero sale transformado. Ello se
evidencia desde un vistazo a Gadamer, quien en Wahrheit und Methode[163]
muestra el sentido de la verdad a partir de los caracteres del diálogo donde se
da un horizonte común de comprensión del cual los interlocutores resultan
transformados y en el cual se apropian de un objeto que a su vez sale
transformado como los interlocutores[164].
En el diálogo, la comprensión acontece porque hay un nuevo
reencuentro cada vez que los interlocutores se encuentran dialogando. La alteridad,
y la necesidad comprenderla, obliga a un constante re-ajustamiento en el que
continuamente los interlocutores se re-ajustan para poderse encontrar en el
horizonte común de comprensión, para pode llegar a un acuerdo.
La fusión
de horizontes, el común acuerdo, la mediación del lenguaje común entre texto e
intérprete, son los elementos a través de los Gadamer llega a la relación que
se da entre la obra por interpretar o fruír y el intérprete o fruidor. Dicha
función lingüística, es decir el horizonte común entre el interprete y lo por
interpretar, permite a Gadamer resolver el problema de la pre-comprensión
requerido en todo proceso interpretativo[165].
Lo que Gadamer y Vattimo critican es la conciencia, la noción
de conciencia abstracta aplicada a la fruición de la obra. Otra de las maneras
de criticar la conciencia estética es la interpretación de la tragedia donde a
fin de cuentas quien termina encontrándose ya modificado no es más que el
hombre mismo. Del hombre se parte y al hombre, ya modificado, se vuelve, toda
vez que se trata de la interpretación de la obra de arte.
En el encuentro entre la cosa y el intérprete a la par que se
da una continuidad, ya que el intérprete y el artista se descubren como
autoconciencia reflejada en la obra, también se da una discontinuidad en cuanto
que se debe dar otro que en cuanto otro sea lugar de confrontación.
Aquí se hace necesario acudir a la crítica que Vattimo
hace tanto a Gadamer como a Habermas en el sentido que ellos no han podido, en
cierto modo, salir de los esquemas hegelianos, en cuanto a la autoconciencia
reflejada en el espíritu subjetivo. El espíritu subjetivo, en cuento conciencia,
se refleja en el objetivo, para luego
encontrarse como autoconciencia. Gadamer según Vattimo coloca el ejemplo de la
tragedia que siendo otra, refleja la vida y el flujo vital, en el que se
encuentra reflejado el hombre que participa de ella.
El arte niega de la identidad y esta como lugar privilegiado
del acaecer de la verdad. Vattimo enumera tres modos como puede ser ilustrada
esta tesis:
En primer lugar, la crisis de la representatividad es una de
las formas más concretas como se manifiesta la negación de la identidad, sobre
todo como identificabilidad de los productos artísticos y de los sujetos que
los producen o a los cuales están destinados.
En un segundo momento, la crisis de la identidad no se
refleja, según Vattimo, en reconducir a una reestructuración o reconstrucción
de la identidad.
El arte es el lugar donde la verdad acaece porque es el lugar
de discontinuidad y de fractura, en cuanto es un transitar apropiante
expropiante de la obra de arte. El sujeto se apropia de la obra, pero la obra
lo expropia, en ello se da una fractura, dislocación y ruptura, pero también se
da un habitar la obra, un viaje al interior de ésta y del cual el sujeto sale
transformado.
Finalmente, el arte es el lugar del acaecimiento de la verdad
porque el sujeto está expuesto a un apelo apropiante expropiante, el sujeto
está llamado a la experiencia de apropiación expropiación en cuanto no está dirigido
desde un modelo preconcebido de composición.
9. Arte y lenguaje.
9.1. Lenguaje, arte y palabra.
El lenguaje palabra tiene un carácter fundacional respecto al
lenguaje utilizado por el arte y por las otras ciencias; hecho éste, que se
hace evidente cuando por ejemplo, de modo irónico al entrar a una sala de
conciertos, se recibe un folleto ilustrativo en el que se explica lo que
contiene la obra de arte que se va a interpretar y a gustar.
Se hace además evidente el carácter fundacional del lenguaje palabra
en el papel de la crítica, esto es fundamentalmente un papel de explicación,
hacer asequible en el lenguaje común la obra que se quiere presentar, gustar.
Se nota además que el arte necesita nuevos lenguajes, nuevas
formas expresivas, las que de manera consumista, son exigidas por la sociedad y
devoradas por la misma, sobre todo en el momento de hacer asequible la obra al
público no especializado.
El lenguaje del arte requiere del lenguaje-palabra, nos
referimos al papel de mediación crítico-programática que este puede ejercer
para hacer más comprensible la obra de arte al ambiente no culto, ni
especializado; así se evidencia el papel fundacional del lenguaje-palabra
respecto a todo otro tipo de lenguaje especializado y de las otras ciencias.
Esto pone de manifiesto otra cuestión que simplemente tocamos
de soslayo: nos referimos al carácter siempre trascendente del lenguaje
simbólico respecto al lenguaje-palabra. Martin Heidegger en su propuesta
filosófica es emblemático respecto a la relación que se da entre
lenguaje-simbólico-lenguaje-palabra y el carácter fundacional que este ejerce
respecto a aquel. La hipótesis que éste maneja es que el lenguaje palabra como
poética, es una de las funciones más complejas y más conclusivas a las que se
puede llegar en el análisis del arte. El código simbólico utilizado en la obra
de arte, requiere del código lingüístico-palabra para poder ser entendido,
disfrutado e interpretado.
Así se evidencia que la obra de arte tiene un carácter
excluyente, en el sentido que verdaderamente la gusta, a quien verdaderamente
la entiende, y la entiende quien tiene la posesión del código lingüístico en
que se expresa la obra, código que para ser entendido por el ambiente no culto,
necesita ser decodificado en el lenguaje palabra.
9.2 El lenguaje: horizonte
de una ontología hermenéutica.
La reflexión sobre el arte que realiza Heidegger en su obra
tiene un gran influjo en el pensamiento de Gadamer, por ello no es posible
comprender a Gadamer en su reflexión filosófica sin una mínima comprensión de
los conceptos básicos del horizonte conceptual de su maestro. Como tampoco es
posible comprender el horizonte conceptual de Vattimo sin una explicita
referencia al pensamiento filosófico de los mencionados filósofos. Por eso la
importancia que en estas reflexiones le hemos dado al horizonte conceptual de
estos tres pensadores; se considera esencial la referencia a estos pensadores
para poder comprender la base de la reflexión filosófica sobre el arte en
nuestros días.
El concepto central que Gadamer destaca es el de pertenencia
entre obra e intérprete: este pertenece a la obra, se siente parte de ella, es
parte de la misma; dicha pertenencia es la misma que se subraya entre intérprete
e historia, entre el ente y el ser. Pertenencia en última instancia entre
interprete, obra, historia y ser. Pertenencia que Gadamer ve sobre todo
ejemplarizada en la tragedia y el espectador de la misma:
Tendremos pues
que repetir nuestra pregunta: ¿Qué es lo que el espectador afirma aquí?
Evidentemente es la inadecuación y la terrible magnitud de las consecuencias
que siguen a un hecho culpable lo que representa el verdadero desafío para el
espectador. La afirmación trágica es el dominio de este desafío. Tiene el
carácter de una verdadera comunión. Lo que se experimenta en este exceso del
desastre trágico es algo verdaderamente común. Frente al poder del destino, el
espectador se reconoce a sí mismo y a su propio ser finito. Lo que ocurre a los
más grandes posee un significado ejemplar. El asentimiento de la abrumación
trágica no se refiere al decurso trágico, ni a la justicia del destino que sale
al encuentro del héroe, sino a una orientación metafísica del ser que vale para
todos. El ‘así es’ es una especie de autoconocimiento del espectador, que
retorna iluminado del cegamiento en el que vivía como cualquier otro. La
afirmación trágica es iluminación en virtud de la continuidad de sentido a la
que el propio espectador retorna por sí mismo[166].
El concepto clave tanto para Heidegger como para Gadamer es
la pertenencia. Este es eminentemente y preponderantemente en el campo de la
estética una expresión rilkiana, aunque no explicitada en Gadamer[167].
Según Gadamer la reflexión sobre el arte en Heidegger tiene
una gran preponderancia, la misma que es posible rastrear en aquel.
Preponderancia que se refleja por ejemplo en el uso del concepto antes
mencionado, destacándose la pertenencia a la historia, a la obra, al ser. Esta
es la razón por la que en ambos pensadores se opera una ontología hermenéutica[168].
El lenguaje juega un papel fundamental y mediador entre el
intérprete y la obra por interpretar, entre el intérprete y el evento
histórico. Dicho lenguaje es el horizonte común, dialógico entre quien habla y
quien está a la escucha. La interpretación es la confrontación entre dos
mundos: el mundo de la obra, el mundo
del evento histórico y el mundo del intérprete, mundos que presuponen la
existencia del lenguaje que hace de horizonte común[169].
El objeto y el proceso de interpretación son hechos
lingüísticos, el horizonte común de comprensión histórica que preside desde una
instancia superior la lucha de las aperturas históricas particulares son hechos
lingüísticos. Lenguaje e historia que el hombre no posee como instrumentos, él
se encuentra inmerso en ellos. El hombre está inmerso en éstos; todo intento
por formalizar un lenguaje general que presida los lenguajes particulares
presupone ya la existencia del lenguaje dentro del cual ello se hace posible.
El ser del hombre en el mundo coincide con un hecho
lingüístico, éste es quien posibilita la formación de horizontes lingüísticos
más generales desde los cuales interpretar los ámbitos lingüísticos
particulares: “Nuestra reflexión ha estado guiada por la idea de que el
lenguaje es el centro en el que se reúnen el yo y el mundo, o mejor, en el que
ambos aparecen en su unidad originaria. Hemos elaborado también el modo como se
representa este centro especulativo del lenguaje como un acontecer finito
frente a la mediación dialéctica del concepto”[170].
El mundo del ser-ahí no debe ser entendido como ambiente, ni
como entorno, es más, el entorno y el ambiente logran ser superados a través o
mediante el uso de horizontes lingüísticos cada vez más amplios.
El horizonte de comprensión no es visible sino que se hace
visible para el interprete en la conciencia interpretante, algo similar a la
esencia de las cosas que se patentiza sólo a la conciencia del interprete que
interpreta[171]. A
esto alude Hölderling cuando dice que el ser propio del ser-ahí en el mundo es
un habitar en el lenguaje[172].
Se hace necesario recalcar la identificación entre ser y
lenguaje ya que el ser como lenguaje es
la luz en la que los entes se clarifican, en ella los entes se hacen visibles,
se patentizan. Esta es una connotación fuertemente heideggeriana que Gadamer
trata de desarrollar, razón por la que al final de su texto Wahrheit und Methode, se sirve de la
connotación de belleza, la que es fuertemente anclada en la tradición y es
entendida como un presentarse, iluminarse, clarificarse mediatizado a través de
alguno y por el cual actúa.
El lenguaje es la palabra del ser “en que todo ente se revela
y en que el hombre ya siempre se encuentra”[173].
Esto se puede entender como una especie de crítica que trata
de alejarse del pensamiento hegeliano, sin embargo al final termina acercándose
a él, en el deseo de acercar la verdad al arte; Vattimo trata de explicarlo
diciendo que la razón referida al ser, jamás termina por abrazar y por agotar
al lenguaje aunque se siente sumergida en él, abrazada por él; es así como
surge la necesidad de la mediación de la hermenéutica; Gadamer termina
reconociendo que tanto la fruición e interpretación de la obra de arte, como la
reconstrucción hermenéutica de la historia requieren del reconocimiento del
carácter finito del hombre, finitud que coincide con el mismo carácter finito
del lenguaje, aunque también en este se de una tendencia a lo infinito.
La validez del método está condicionada por un ser
originariamente dentro del horizonte de la verdad, entendiendo esta como la luz
en la que los entes particulares se hacen visibles. La condición humana está
señalada por la interpretación, por la hermenéutica y la experiencia estética.
10. Obra de arte: mundear de mundo.
10. 1. Afectividad y ser-en-el-mundo.
En el arte y
principalmente en la poesía se da el evento del ser, ya que es en el lenguaje
donde las cosas vienen al ser y es en el leguaje donde se da la instauración
del mundo y de la realidad. Dicho lenguaje se da como horizonte posibilitante
de sentido, en este sentido la misma noción de instrumentalidad entendida desde
la remandabilidad a un horizonte de comprensión, se aplica, según Vattimo, a la
afectividad[174].
Vattimo resume
toda la posición heideggeriana respecto al ser, al mundo, a la afectividad y al
ser-ahí diciendo que “el ser-en-el-mundo, antes que ser dentro de un sistema de
significados, es un ser dentro de una situación afectiva”[175].
La situación
afectiva destina al ser-ahí para que aprehenda comprensivamente desde un
horizonte de significación en el cual las cosas vienen al ser. Esto corresponde
a aquello que Heidegger después de su Kehre
había prometido: repetir el análisis del ser-ahí desde la perspectiva del ser,
por ello Heidegger en su obra posterior a Sein
und Zeit destaca los caracteres del hombre bajo las categorías del ser como
acaecer, o bajo las categorías del ser como evento, y que son considerados como
modos en los que el ser se da, sobre todo desde la comprensión, la
interpretación y el discurso. El segundo Heidegger lleva la analítica
existencial a una categoría ontológica sobre todo a partir del lenguaje,
teniendo como base el carácter fundante de la situación afectiva.
Vattimo maneja la
hipótesis del carácter ontológico que tiene la situación afectiva en la
analítica existencial de Heidegger, la que Vattimo ve como un hecho fundante y
desde el cual se pueden fundar todos los otros existenciarios. Dicha hipótesis
ya ha sido manejada por Vattimo en su obra anterior a Poesia e ontologia y donde analiza el pensamiento heideggeriano
desde Essere, storia e linguaggio in
Heidegger, además es posible rastrear la misma hipótesis en su Introduzione a Heidegger.
10.2. La afectividad: un hecho ontológico.
Vattimo desde
Heidegger intenta mostrar cómo la situación afectiva tiene un carácter
ontológico, dicho carácter ontológico de la afectividad abre la vía para
radicalizar el carácter ontológico de los otros existenciales coherentemente
con el carácter fundante que tiene dicha situación afectiva. Vattimo le
confiere a la afectividad el carácter ontológico del ser arrojado en que se
encuentra el ser-ahí.
La comprensión y
la interpretación se articulan en el discurso pero a la vez, la comprensión se
ve antepuesta por la precomprensión, también ésta arrojada. Entre comprensión y
articulación Vattimo elabora la noción de círculo hermenéutico. Para Heidegger,
según Vattimo, el signo más claro de la finitud y del ser arrojado del ser-ahí,
es su carácter afectivo, sus sentimientos, sus miedos, temores y pasiones. La
finitud y el ser arrojado son el más claro testimonio de que el ser-ahí no
tiene poder sobre el desde-dónde, no tiene poder sobre el propio ser.
Para Heidegger la
finitud se experimenta en la situación afectiva, el ser-ahí es un ser afectivo
y por ser afectivo es finito. El ser-ahí no puede disponer plenamente del
principio que determina el carácter de finitud aunque tenga una precomprensión
que como hecho lingüístico y cultural el ser-ahí se ve impelido a
experimentarse como un ser finito.
La afectividad
escapa a todo intento de explicación lingüística o discursiva; desde ahí
Vattimo quiere explicar el carácter ontológico de la afectividad; hecho este
que, como en el caso de la finitud existencial, escapa a todo intento de
explicitación cuando se la quiere explicitar desde un esquema general y
universal. La existencia huye a todo intento de explicitación desde un
principio general. La afectividad es más que la sumatoria de los afectos
aislados, ella es el hecho mismo que no los deja reducir a la mera
explicitación discursiva, ni a la interpretativa, ni tampoco a la comprensión.
Igualmente insiste Vattimo en el carácter arrojado del ser-ahí, el que
comprendiéndose como un ser-en-el-mundo instaura la luz dentro de la cual las
cosas se iluminan, así es como en Heidegger se entiende el hecho de que las
cosas vengan al ser, a partir del ser-ahí entendido como ser-en-el-mundo.
Desde lo
anteriormente dicho, es necesario hacer la siguiente reflexión: Baumgarten ha
colocado la estética como aistesiV, conocimiento que se adquiere a través de los sentidos, conocimiento que
es sensorial y que está fundamentado en la razón análoga. Cuando Heidegger y
Vattimo desde éste, quiere explicitar el carácter ontológico de la afectividad,
están tratando de dar un carácter ontológico a la afectividad misma, a lo
sensorial como base de la afectividad, e igualmente al mostrar el carácter
arrojado del ser-ahí, está tratando de quitar todo el carácter trascendental
que el ser-ahí adquiere en la connotación de Baumgarten.
Es necesario
recordar ahora los caracteres hermenéuticos que dan la pauta para hablar de la
poesía y el carácter de afectividad que le es inherente, como el evento
lingüístico que instaura la apertura desde la cual las cosas vienen al ser, se
iluminan.
En primer lugar
es necesario hablar del círculo hermenéutico que se instaura entre
precomprensión, comprensión e interpretación; después de precomprensión,
comprensión e interpretación y el carácter lingüístico que les es inherente,
mostrando cómo dicha comprensión jamás se da definitivamente de una vez por
todas, sino que es un proceso siempre en vías de hacerse.
Así como el
ser-ahí en cuanto ser-en-el-mundo, desde la apertura preliminar da sentido a
los entes, en cuanto colocados en la apertura instaurante, así en la poesía
como apertura, las cosas vienen al ser en la mencionada apertura que instaura
la obra de arte. La poesía instaura una nueva sistematización total del ente.
Para introducirse
en la estética de Martin Heidegger es necesario clarificar desde Sein und Zeit los conceptos de mundo,
verdad y cosa. Estos, sobre todo, deben ser aclarados desde la primera obra que
introduce a Heidegger en el mundo de la especulación filosófica.
Sein und Zeit parte de la pregunta que interroga
por el sentido del ser, pero para colocar correctamente el horizonte de
comprensión del sentido del ser es necesario hacer un análisis de carácter
existencial sobre aquel que coloca el problema del ser[177]. La filosofía especulativa
de Heidegger está supeditada a la filosofía de la existencia, en el sentido de
un análisis de los caracteres y modos de ser del ser que pone el problema del
ser:
Aquel a que se
pregunta primariamente, al preguntar por el sentido del ser, es el ente del
carácter del ‘ser-ahí’. La analítica existenciaria y preparatoria del ser-ahí
necesita, por su carácter particular, una previa exposición y deslinde respecto
de investigaciones que parecen ser concurrentes con ella (capitulo. I). […] hay
que poner en libertad en el ser-ahí una estructura fundamental: ser en el mundo
(capitulo II). […] Y así vienen a ser objeto del análisis: el mundo en su
mundanidad (capitulo III): El ser en el mundo como ser con y ser sí mismo
(capitulo IV); el ser en como tal (capitulo V). Sobre la base del análisis de
esta estructura fundamental resulta posible indicar provisionalmente en qué
consiste el ser del ser-ahí. Su sentido existenciario es la cura (VI)[178].
El primer
análisis que se enfrenta en Sein und Zeit
es que el hombre siempre está situado, el hombre está en un mundo. Ello
significa tanto que el hombre está situado en una situación espacio-temporal,
en cuanto siempre está relacionado con algo fuera de sí mismo o también consigo
mismo en cuanto objeto de reflexión: “Pues bien, es forzoso que estas
determinaciones del ser del ser-ahí se vean y comprendan a priori sobre la base
de aquella estructura del ser del ser-ahí que llamamos ser en el mundo. El
punto justo de partida de la analítica del ser-ahí está en la interpretación de
esta estructura”[179].
Las cosas con las
que el hombre entra en relación están siempre sujetas y supeditadas a un
horizonte de significación, ellas constituyen el horizonte dentro del cual el
ser-ahí se proyecta; el ser-ahí ordena las cosas siempre teniendo en mira su
proyecto: “El mundo no es él mismo un ente intramundano, y sin embargo
determina los entes intramundanos hasta el punto de que éstos sólo pueden hacer
frente, y los entes descubiertos mostrarse en su ser, sólo en la medida en que
‘hay’ mundo[180].
No se puede decir
que el hombre sea un ente entre los entes o una cosa entre las cosas que hay en
el mundo. Necesariamente hay que reconocer que en la proyección del hombre, en
el proyecto del hombre se patentiza el mundo y los entes adquieren sentido: “Aquello dentro de lo cual el ‘ser-ahí’
se comprende previamente en el modo de referirse, es el aquello sobre el fondo de lo cual del previo permitir que hagan
frente los entes. El aquello dentro de lo
cual del comprender refiriéndose, en cuanto aquello sobre el fondo de lo cual
del permitir que hagan frente entes en la forma de ser de la conformidad, es el
fenómeno del mundo. Y la estructura de aquello sobre el fondo de lo cual se
refiere el ser-ahí es lo que constituye la mundanidad
del mundo”[181] Para Heidegger “Sería tan
verdadero decir que el hombre nace en el mundo como decir que el mundo nace en
y por el hombre”[182]. El mundo es un
existenciario, es decir, un modo de ser del ser-ahí; sin embargo se hace
necesario aclarar que existenciarios y categorías en Heidegger se contraponen,
es decir, que estas son modos de ser de las cosas y son insuficientes para
describir lo que es el ser-ahí.
Partiendo de la crítica
a la concepción de mundo entendido en los términos de sumatoria de cosas,
Heidegger muestra la insuficiencia de esta acepción; y llega a la conclusión de
que el mundo adquiere sentido si es visto en relación al ser-ahí, cuando lo
considera como un horizonte, una apertura que sirve para organizar, ubicar los
entes en el mundo. Dice que hay cosas a las que no les prestamos atención
porque no entran en nuestra consideración, porque son voces que en el fondo no
hablan de los entes que forman parte de la apertura que instaura el horizonte
de comprensión: “el mundo es un carácter del ser-ahí”[183]. Otra manera de acercarse al
mundo a través del análisis de las cosas considerándolas como instrumentos.
Heidegger
considera que las cosas son instrumentos en cuanto están referidas a un
horizonte de significación, constituyen parte del proyecto que el ser-ahí
proyecta. Él define la cosa como instrumento porque pretende demostrar que es
imposible definir el mundo como sumatoria de cosas, como conjunto de cosas. En
este sentido toda cosa está referida a un horizonte de significación y
comprensión donde se pretende encontrar una explicación para ella: “Para que en
el cotidiano curar del mundo circundante pueda hacer frente el útil a la mano
en su ser en si, han de quedar las referencias y totalidades de referencias en
que se absorbe el ver en torno atemáticas tanto para este como mucho más aún
para una aprehensión temática que ya no sería un ver entorno. […] como
referencias determinadas nombramos el servir para, el ser perjudicial, el ser
empleable, etc. El para qué de un servir para y el en qué de un ser empleable
diseñan en cada caso la posible concreción de la referencia”[184].
Desde el hecho de
considerar las cosas como instrumentos, y cuando no conociéndola se hace la
pregunta frente a algo desconocido, la respuesta recibida coincide con un para
qué sirve, la respuesta frente a la cosa desconocida coincide con el uso para
el cual sirve[185].
Es cierto que
Heidegger da la posibilidad de que haya un encuentro objetivo y directo con las
cosas, como en el caso de las ciencias. Ello es lo que Heidegger llama la Vorhandenheit: la sola presencia
objetiva de las cosas, pero dicha presencia o Vorhandenheit es un derivado de la instrumentalidad o Zuhandenheit, aquella es un derivado o
un modo supeditado de la Zuhandenheit[186]. En esta reflexión sobre lo
a la mano, las cosas Heidegger se está moviendo dentro del horizonte
aristotélico; Aristóteles en su reflexión filosófica trae tres categorías
fundamentales: la praxis, la poiesis y la teoría, que respectivamente
corresponden en los términos de Volpi a –Dasein, Zuhandenheit y Vorhandenheit.
Antes de ilustrar
esta última correspondencia, que es la decisiva para los fines de nuestro
discurso, es oportuno hacer una consideración general sobre el sentido del
replanteamiento por parte de Heidegger de las tres determinaciones
aristotélicas de la praxis, la poiesis, y
de la theoría. Es evidente que Heidegger no pretende simplemente retomarlas
tal como fueron concebidas por Aristóteles, sino que les saca provecho
libremente, reformulando su sentido de acuerdo con su proyecto de un análisis
de la existencia. Haciendo esto, modifica profundamente la estructura, el
carácter y la conexión de tales determinaciones. La transformación más evidente
es que se les confiere un carácter ontológico y al mismo tiempo se les sustrae
el valor práctico decisional de actos de la vida humana. Esto es, para
Heidegger, praxis, poiesis, y theoría no indican disposiciones o acciones
particulares, sino más bien, modalidades del ser inherentes a la estructura del
Dasein. Evidentemente, lo que le interesa en relación a su proyecto de una
analítica de la existencia no son, en su singularidad, las práxeis, poiéseis y
theoríai, sino únicamente la quintaesencia ontológica de tales determinaciones
en el Dasein, en la Zuhandenheit y en la Vorhandenheit.
Otra
transformación significativa es el desplazamiento que tiene lugar en la
jerarquía de las tres disposiciones. La theoría ya no es considerada la
determinación suprema sino, más bien, la praxis: ella se transforma en
Heidegger en la más honda modalidad del ser del Dasein, en la raíz ontológica
última de la existencia”[187].
¿Por qué el mundo
es un existenciario? Porque en último término los referentes de los
instrumentos que el hombre usa solo están referidos al hombre. El hombre es el
último eslabón en la cadena de referentes de los instrumentos, el hombre usa
las cosas por sí y para sí, siempre y cuando estén insertadas dentro de un
proyecto.
Para Heidegger,
las cosas son en cuento pertenecen al mundo, es decir en cuanto insertadas
dentro de un horizonte de significación. Dentro de este contexto es cuando hay
que afirmar que las cosas vienen al ser, es decir hacen parte de un sistema, de
un orden, entran en la luz que les permite aparecer. Esta es además la vía que
permite a Heidegger hablar, en su época de madurez filosófica, del ser como iluminación[188].
10.4. La obra de arte y su mundo.
La segunda
sección del ensayo Ursprungs des
Kunstwerkes de Martín Heidegger lleva por titulo la obra de arte y la
verdad, en dicha sección Heidegger se pregunta ¿Cómo acaece la verdad en la
obra de arte? ¿Qué significa para la verdad que en ella se da un acaecer? y ¿En
qué modo ella acaece en la obra de arte?
Igualmente se pregunta por la accesibilidad de la obra de arte y dice que esta
se nos hace accesible solo en la medida en que logramos penetrar su mundo, mundo
al cual pertenece.
La obra de arte
se nos hace accesible en los momentos en los que ella instaura un mundo, dicho
mundo no pertenece al nuestro, ni a un momento histórico como el nuestro, en
ello subyace algo que podríamos llamar un deleite de obra de arte desde lo que
el autor piensa y ha querido expresar en ella, el problema que vale para todos
estos casos es ¿Cómo hacer asequible la obra de arte?
El mundo que la
obra de arte instaura, no es un mundo históricamente dado, no es un mundo
históricamente determinado, sino que es un mundo que ella instaura, un mundo
que ella abre y funda. La obra de arte instituye un mundo, lo funda, y con ello
no reclama un mundo ya dado históricamente.
Desde esta
perspectiva Heideggeriana todas las otras visiones sobre la historicidad del
arte aparecen como arqueológicas, en ellas se realiza un cierto residuo del
pasado que porta signos, noticias, etc., la obra de arte desde esta perspectiva
es vestigio, monumento.
El mundo que la
obra de arte funda e instaura y la verdad que es la iluminación de un ámbito
dentro del cual los entes adquieren significación, son los dos elementos que se
desprenden del análisis Heideggeriano sobre la
obra de arte “el mundo que la obra de arte abre y funda, no es otro que
el ámbito de verdad que en ella se ilumina”[189]. Verdad es el ámbito abierto
dentro del cual las cosas adquieren significación y sentido; mundo es la
fundación y la apertura dentro del cual los entes se hacen significativos para
el ser, así “decir que en la obra está en obra un acaecer de la verdad,
equivale a decir que en la obra se abre
y se funda un mundo”[190].
El
encuentro con la obra de arte es el encuentro con un mundo que se instaura y se
funda, es el encuentro con un modo diverso de ordenar las cosas “el hecho de
que la obra sea tal, modifica el mundo, porque precisamente propone un nuevo
modo de ordenar las cosas”[191].
Es algo análogo a lo que sucede cuando nos encontramos con una persona, pues ésta
no es una parte del mundo sino el centro de un modo diverso de ordenar el mundo,
en cierta manera, el encuentro con una persona, es la confrontación dialógica
con alguien que ordena diversamente el mundo a como nosotros lo ordenamos .
La obra de arte
en su esencia se sustrae, pues el mundo que ella instaura solo puede ser
explicado desde ella y no desde una circunstancia histórica, desde el ambiente
que la vio nacer o desde un autor; toda obra de arte instaura su propio mundo, su propia divisa desde la cual la ordenación del mundo se hace
evidente.
La fundación de
un mundo, vista desde la obra de arte, es ilustrada por Heidegger, no ya desde
una obra de arte figurativa, en la que se pueda malentender el hecho de que ésta
también capte y lleve a cumplimiento la verdadera esencia de la cosa allí
figurada. El templo griego, tantas veces citado por Heidegger, una obra de arte
arquitectónica, es lo que le sirve para ilustrar en qué consiste la fundación
de un mundo.
El templo ordena
un espacio encaminado a la divinidad, en dicho ordenamiento se hace latente la
divinidad en medio del pueblo, no es el templo una parte del pueblo, es la
presencia de la divinidad en el pueblo. Dicho ordenamiento se da en el sentido
que dentro del espacio ordenado por el templo se hace presente lo divino, no
porque allí se encuentre la estatua de la divinidad, sino por el ordenamiento
instaurado por el templo.
Con dicho ordenamiento
se instaura un modo de valorar, de ver, de percibir y sentir la realidad, este
es el sentido del ordenamiento instaurado por la obra de arte, la apertura que
instaura la obra de arte; en ello consiste la fundación de un mundo “el templo
no es solo una parte del mundo de un determinado pueblo, un aspecto suyo; sino
que ello delimita y define este mundo en sus varias dimensiones; el templo
funda el mundo en que se desenvuelve la experiencia histórica de un determinado
pueblo”[192].
En la obra de
arte no solo aparece el mundo que ella instaura, también la tierra, la fisiV,
la naturaleza; ellas están referidas al continuo acaecer que se presenta en la
obra de arte; el templo griego habla del espacio físico, de la roca en la que
se han construido sus bases, del sol, de la luna, del viento, del atardecer en
ello está no solo el aparecer sino el ocultarse de la obra. La roca cobra
sentido y función en base a la obra de arte, el mármol con el que está
construida la obra, etc. “en entorno a la obra no se ordena por lo tanto como
dimensión histórica de la experiencia del hombre, sino que se llama a la tierra
como fondo originario sobre el cual todo mundo al final se rige”[193].
Las vanguardias
aportan indicaciones para una recuperación del carácter ontológico del arte,
estas se pueden resumir en los siguientes puntos:
1. El alcance
ontológico que quiere decir cosmisidad (creación de mundo, mundear de mundo) y el
alcance profético de la obra de arte, son dos elementos que se conectan con la
reflexión filosófica de Heidegger y su propuesta filosófico-ontológica del arte[195]. Hecho este que se ha
tratado de rastrear preferentemente en su texto Ursprungs des Kunstwerkes.
2. La lectura y la fruición
de la obra de arte se manifiestan insuficientes desde una teoría clásica, las
vanguardias exigen una revisión de dichos conceptos, sobre todo en lo referente
a los aspectos estéticos.
3. El camino a
seguir, según Kandinsky, en la interpretación de la obra de arte, es el
carácter profético de la obra de arte ¿Qué quiere decir valorar una obra de
arte? Decidir si la obra de arte proyecta un mundo, si tiene o no un carácter
profético[196].
Estos tres
conceptos que en la estética son claves se pueden rastrear en las vanguardias
del siglo diecinueve: mundo-obra-lenguaje fundante, la palabra, lenguaje
fundante es el lugar privilegiado en el cual la obra se patentiza en la luz, el
mundo proyectado por la obra en su carácter profético, en su fuerza profética y
aquello que se crea en la obra, solo se concibe como lenguaje[197].
Se trata de
relacionar el mundo mundeado en la obra de arte, con el mundear del mundo
Heideggeriano; así el mundo mundea su mundo a partir de un horizonte de
significación en la obra de arte.
La obra de arte
representa una propuesta nueva y una sistematización diversa del mundo, mundo
que se presenta en la sistematización.
El momento más
importante de la fruición de la obra de arte es la crítica:
Lo más esencial
del lenguaje-palabra consiste en esto: que el discurso sobre la obra [...] no
es ya un apéndice accidental y más o menos superficial de la fruición, que
sobrevendría al nivel de un encuentro inmediato, de una percepción visiva o
sonora, etc. de la percepción de la obra misma; se convierte en el modo
esencial y fundamental de fruir y de encontrar la obra de arte, respecto al
cual todos los otros actos en que consiste la cercanía y aproximación a la obra
se convierten solo en preparativos. Si se quiere, es como decir que la crítica
entendida en su sentido más general de discurso que ese hace sobre la obra y a
partir de esa, es el momento esencial de la fruición estética[198].
La ejecución de
la obra, como hacer revivirla en su carácter físico concreto, que es ya punto
de llegada de un proceso interpretativo, es después condición preparatoria para
el discurso y diálogo posterior con la obra: igualmente la crítica y la interpretación
de la obra se presentan como un discurso, un diálogo que hacemos con nosotros
mismos sobre ella; en ello se hace evidente lo que la obra es, el ser de la
obra; así ella entra en la conciencia del fruidor, pues se convierte en motivo
de discurso, o mejor aún, en sujeto de diálogo.
Así la valoración de la obra ocupa un plano secundario,
mientras que la fruición de la obra se convierte en interpretación y diálogo
con la misma.
Dicho diálogo
llega a un momento de compensación y de resumen, y es desde ahí desde donde se
puede decir que se ha entendido la obra; ello se puede comprobar diciendo que
la descripción realizada en y a través del lenguaje-palabra, desde un carácter
dialógico-discursivo, es el modo y el medio para explicar el juicio valorativo
sobre la obra.
¿Qué papel juega
aquí la teoría formativa de Pareyson, y qué es tan importante para Vattimo? “En
la teoría de la formatividad, el valor de la obra de arte se verifica, no tanto
en cuanto la obra es proclamada como bella y realizada, sino en cuanto concreta
e históricamente la obra suscita y estimula un proceso, infinitos procesos de
interpretación”[199].
Cuando la obra de
arte no llega a ser tal, no desencadena esta infinidad de interpretaciones, no
genera ningún tipo de dialogalidad; en este sentido no se puede hablar de un carácter
de realidad de la obra; como ha sostenido Kandinsky, en esto consiste la
profetización de un mundo en la obra de arte: “El otro arte, capaz de
evolucionar, se basa también en su época espiritual, pero no sólo es eco y
espejo de ella, sino que contiene una energía profética vivificadora que actúa
amplia y profundamente”[200].
El carácter
cósmico de la obra, el carácter profético o el mundear del mundo de la obra se
opera y se asume en el discurso, dicho no metafóricamente sino con palabras,
con éste se explica la obra de arte, se habita en ella, se habita el mundo que
ésta crea; es en el discurso constituido por palabras, también por metáforas
como se mundea el mundo, en esto consiste el carácter fundante de la
palabra-lenguaje.
El resultado más
sobresaliente de las vanguardias del siglo diecinueve es la re-ontologización
del arte a través del colocar en primer plano la función fundante
originariamente ontológica del lenguaje, la obra de arte es profecía, por ende,
la obra de arte es punto de partida y no punto de llegada.
Si se toma
seriamente la obra de arte, es necesario preguntarse no a qué se refiere la
obra de arte, no qué significa, no con qué la debemos relacionar, sino lo que
quiere decir, lo que profetiza.
La obra de arte
no es un objeto de estudio que hay que explicar (eso sería caer en la Aufhebung hegeliana y por ende en
categorías modernistas), la obra de arte es un moverse dentro de ella, un
habitarla, un dialogar con ella, a través de la palabra lenguaje-hablado,
metafórico, se trata de una lectura ontológica sobre la obra de arte.
11. El juego y el arte.
El juego constituye un elemento central de la vida humana
hasta tal punto que no se puede pensar la cultura humana sin el juego, sin lo
lúdico.
Cuando el juego no se tiene presente dentro de las
estructuras de la cultura humana, lo lúdico en el arte tiene la tendencia a
convertirse en algo negativo, algo así como la libertad de estar sujeto a un
fin, en vez de estar impulsado hacia lo humano y la libertad inherente propia
de este.
¿Qué implica el juego cuando hablamos de juego? Un movimiento
de vaivén que se repite continuamente y cuyo fin o meta no se sitúa en ninguno
de los extremos, no hay ningún fin para el movimiento del vaivén.
Del movimiento del vaivén en que se desarrolla el juego hay
que destacar un espacio donde se desarrolla el juego, un espacio de juego.
Dado que los movimientos son libres, implican ellos mismos un
automovimiento. Dicho automovimiento es el carácter fundamental de todo
viviente en general. Ya Aristóteles había definido que lo que está vivo lleva
en sí mismo el impulso del movimiento, es automovimiento.
El juego aparece como el movimiento que no tiende a un fin o
a una meta, sino al movimiento mismo, la movimiento en cuanto movimiento, lo
que implica un fenómeno de exceso, de auto-representación del ser viviente.
Lo particular del juego humano a diferencia del animal es que
el juego humano puede estar encaminado a
un fin, puede estar encaminado a una meta y lograrla conscientemente, en
ello consiste el carácter racionalmente humano del juego, el hombre puede
ponerse fines y alcanzarlos conscientemente.
En dicha programación consciente de los fines está implicada
la ordenación y el disciplinamiento de los movimientos propios del hombre,
encaminados hacia un fin.
La razón se pone reglas a si misma, sin que necesariamente
este encaminada a un fin, racionalidad que es propia del juego humano, la
conducta referida es una conducta no necesariamente encaminada hacia ciertos
fines, pero ella misma es referida como tal.
Es a ella misma a la que se refiere el juego en cuanto tal,
este es el primer camino hacia la comunicación humana, es el juego mismo el que
nos hace espectadores, el dato referido es el juego, ante el juego todos
aparecemos como espectadores. El juego es auto-representación del movimiento
del juego.
Jugar es siempre un jugar con... es un participar
interiormente con el movimiento que se repite, Vgr., cuando se va a un partido
de tenis se puede observar en los espectadores la contorción de sus cuellos,
nadie se escapa al jugar con...
Todo juego es participativo, comunicativo ya que no hay
distancia entre el que mira y el que juega, el espectador más que un mero
espectador es un participante.
Con lo anterior se pretende demostrar que apenas hay un paso
entre la danza cultual y la celebración del culto entendido como representación,
hay un paso entre esto y la liberación de la representación en el teatro, ya
que el teatro surge del contexto cultual como representación a las artes
plásticas cuya ornamentación y función expresiva crece a partir de un contexto
de vida religiosa, una cosa se transforma en la otra.
Lo anterior referido al arte moderno, se puede entender en el
sentido que el arte desea anular la distancia que media entre audiencia,
consumidores o público y la obra, todos los artistas en los últimos cincuenta años
han tratado de anular dicha distancia del espectador en su implicación como
cojugador, hecho este que puede encontrarse en todas las formas del arte
experimental moderno.
¿Ya no existe la obra de arte? Algunos artistas así lo han
definido, como si se tratase de renunciar a la unidad de la misma, es decir de
renunciar a la obra. El juego plantea una racionalidad: la obediencia a las
reglas que el mismo juego plantea, la identidad de lo que se plantea repetir,
de lo que se pretende repetir. Por lo tanto es erróneo creer que se ha llegado
al final de la obra como si esta se encerrase en sí misma frente al espectador.
La identidad hermenéutica estriba en el hecho de que aún la
más fugaz variación, lo más irrepetible siempre es referido a su mismidad, a su
unidad por ejemplo una improvisación en el órgano que se escucha una vez, más
no registrada, algunos dicen que fue genial, otros dicen es estuvo floja,
aseveraciones todas estas referidas no a un simple ejercicio de los dedos sino
a la improvisación, ella está ahí, aunque es una improvisación sigue siendo
obra, los juicios que surgen de la obra son juicios sobre la calidad de su
interpretación y sobre la inteligencia de la misma.
Así la identidad hermenéutica funda la obra en su unidad, en
tanto que ser que tengo que identificar. Algo se identifica como lo que es o
como lo que ha sido, algo que se comprende y algo que se identifica. Según esto
no hay ninguna producción artística posible que no se refiera de igual modo a
lo que se produce en tanto que lo que es.
La identidad consiste en que hay algo qué entender, algo que
pretende ser entendido como aquello a lo que se refiere o como lo que se dice,
este es un desafío que se sale de la obra y que espera ser correspondido, la
obra espera una respuesta de parte de quien haya aceptado el desafío, respuesta
que él mismo produce activamente, el cojugador forma parte del juego.
En la experiencia de visitar un museo o de escuchar un
concierto nos encontramos con experiencias de intensa actividad espiritual, sin
embargo después de visitar el museo, o después de escuchar la composición
musical, no salimos con el mismo sentimiento vital con el que entramos, si
realmente hemos tenido una experiencia con el arte, el mundo se habrá vuelto
más leve y mas luminoso.
En el hecho de darse una identidad del reconocimiento y de la
comprensión de la obra, dicha identidad deja espacio para la variación y la
diferencia. Es en este sentido que se dice que toda obra deja para el fruidor
un espacio de juego que este debe rellenar. Se trata de que el fruidor sea un
ser-activo-con, en ello consiste la invitación permanente de la identidad de la
obra para ser llenada constantemente en un proceso que no es arbitrario, sino que
es un proceso que está dirigido y forzado a insertarse dentro de un cierto
esquema para todas las realizaciones posibles.
El narrador describe con las palabras los hechos, los
sucesos, las situaciones y sin embargo aunque en la narración la mente del
lector reconstruye lo que narra el narrador, él sabe que lo narrado es tal cual
él lo reconstruye en su mente, pero a la vez siempre que el narrador narra será
susceptible de reconstruir lo por él narrado. En esto consiste el espacio libre
que deja el narrador y que todo interprete llena toda vez que el narrador evoca
una situación.
En las artes plásticas ocurre algo similar: todo cuadro, toda
pintura se lee y para hacerlo hay que recurrir al desciframiento y a la
recomposición, es decir a reunir nuevamente las partes que fueron descifradas.
Quien esté mirando un cuadro donde aparece el Rey Carlos V y solamente se
limite a ver el personaje pintado, aún no ha visto nada. Se trata de
reconstruir el cuadro leyéndolo, paso por paso, hasta que al final de esa
reconstrucción forzosa todo converja en la imagen del cuadro, en la que se hace
presente el significado evocado por él.
En conclusión hay que decir que siempre hay un trabajo de
recomposición, de reflexión, un trabajo espiritual. El trabajo constructivo del
juego reflexivo reside en el desafío que la obra nos plantea.
Para Gadamer no es posible contraponer un arte del pasado que
se puede disfrutar y un arte contemporáneo del que se puede participar. En última
instancia tanto el que disfruta como el que participa son cojugadores. Lo mismo
vale para el juego del arte, ya que no hay ninguna separación de principio
entre la conformación de la obra de arte y el que la experimenta. Gadamer
resume el significado de lo anterior en el postulado explicito de que también
hay que aprender a leer las obras de arte clásico que nos son más familiares y
que están más cargadas de significado por los temas de la tradición.
Leer no es deletrear palabra por palabra, leer es ejecutar
permanentemente un movimiento hermenéutico que gobierna la expectativa de
sentido del todo y que al final se cumple desde el individuo en la realización
del sentido del todo.
11.1.
La identidad de la obra.
Lo que determina la identidad de la obra, no es una
determinación clásica o formalista cualquiera, sino que en la medida en que el
fruidor asume como tarea la reconstrucción del sentido de la obra, en esa
medida se va determinando la identidad de la obra; en ello consiste el juego al
que Gadamer se refiere. Por ende no es tanto la referencia a… ni la asunción de
un concepto para afirmar lo que aparece y lo que se manifiesta en la
particularidad, lo que determina la identidad de la obra. En otros términos la
identidad de la obra se logra con la “significatividad propia de la percepción:
la identidad de la obra está determinada no tanto por su referencia a la vida
pragmática en la cual funciona, de la cual nace”[201],
sino que se da y se expone en su propio significado; aquí se deja entrever al
Heidegger que considera la obra de arte como creación de mundo; la obra no se
entiende por el mundo circundante y pragmático que la rodea, sino que la obra
engendra mundo, genera mundo, mundea mundo.
Para poder entender lo que es la significatividad, hay que
comprender lo que es la percepción, nos preguntamos entonces desde Gadamer ¿qué
es la percepción?
Para responder a la pregunta primero decimos lo que no es la
percepción. La percepción no es la captación sensible de la exterioridad de las
cosas, tampoco es la recolección de diversas impresiones sensible. La
percepción leída desde la palabra alemana Wahrnehmen
significa tomar (Nehmen) algo por
verdadero (Wahr), queriendo decir
que lo que se ofrece a los sentidos se toma como algo, tomar algo como algo[202].
Gadamer clarifica lo que para él significa percepción
estética, remitiéndose a Wahrheit und
Methode cuando dice que “he elegido en mis investigaciones una formulación
algo barroca, que expresa la profunda dimensión de la percepción: la no
distinción estética. Quiero decir con ello que resultaría secundario que uno
hiciera abstracción de lo que le interpela significativamente en la obra artística,
y quisiera limitarse del todo a apreciarla de un modo puramente estético”[203].
El significado de la obra no se patentiza en un proceso de
abstracción de lo que se interpreta significativamente en la obra; la
experiencia estética tiene que alejarse del proceso abstraccionista que
enfatiza el modo particular en que una obra se interpreta y la identidad de la
obra que se encuentra detrás de la misma. En última instancia el problema de
fondo es el problema de la mediación que entraña la representación, la interpretación
y la fruición de la obra.
La obra habla siempre de manera renovada; la obra tiene
siempre algo nuevo qué decir, aunque la representación de la misma sea
comparada con un original en cuanto novedad, aún en este caso siempre tiene
algo nuevo para decir y es en este caso que Gadamer habla siempre de la
identidad y la variación.
Gadamer interpreta el concepto de la no distinción estética
en referencia a Kant cuando habla del juego, en cuanto es el conjunto entre
entendimiento e imaginación; ello significa que siempre hay algo qué pensar
cuando se ve algo, pero ello no apunta a la formación de un concepto, sino que
lo que se da es un juego libre, el que suscita una reflexión sobre el
constructo suscitado por el juego libre entre la facultad creadora de imágenes
y la facultad de entender por conceptos.
¿En qué consiste esa significatividad en la que algo se
convierte experimentable y experimentado como significativo para nosotros? ¿Qué
es lo que entendemos propiamente en una obra? ¿Qué es lo que la obra nos dice y
cómo es que habla la obra? experiencia que no solo tenemos cuando estamos
frente a una obra sino que también cuando nos situamos frente a la naturaleza.
Kant que fue el primero que realza la autonomía de lo
estético, tenía en mente la belleza natural. Es significativo el hecho que la
naturaleza nos parezca bella, es significativo que la naturaleza se nos muestre
de manera milagrosa como algo bello. Gadamer ve en la teoría kantiana un
trasfondo de teología de la creación, y desde ahí expone su teoría del genio,
del artista como elevación suma de la potencia que posee la naturaleza, la obra
divina.
Pero a diferencia de la obra de arte, en la que tratamos de
identificar algo como algo, en la belleza de la naturaleza se nos anuncia una
especie de indeterminada potencia anímica de soledad. Sin embargo no podemos
dejar de mirar la naturaleza sino como hombres educados artísticamente.
En todo esto se deja entrever una mutación, una diferencia de
miras y que consiste en que en la época racionalista se veía la naturaleza con
ojos racionales, hoy miramos la naturaleza con ojos adiestrados por el arte.
Uno de los grandes aportes de Hegel fue el habernos enseñado que la belleza
natural es hasta tal punto un reflejo de la belleza artística, que miramos y
aprendemos a percibir lo bello en la naturaleza, guiados por el ojo y la
creación del artista[204].
Gadamer se pregunta ¿Qué utilidad tiene para nosotros eso
hoy, en la situación crítica del arte moderno? Hoy parece al contrario que lo
bello natural sea un correctivo que nos ayuda a apreciar el arte. Lo bello
natural nos dice hoy que lo que vemos en el arte, no es aquello de lo que nos
habla el lenguaje del arte.
La constante e indeterminada remisión es la que nos colma con
la conciencia de la significatividad, del significado característico de lo que
tenemos ante los ojos.
Scheller y Goethe han acuñado el sentido de lo simbólico
basándose en la constante remisión a lo indeterminado.
12. Lo simbólico y el arte.
Gadamer se pregunta sobre el símbolo y entiende por ello una
palabra técnica de la lengua griega que significa tablilla de recuerdo.
Para explicar lo que significa el término recurre a la
tradición que existía en Grecia, de regalar la mitad de una tablilla cuando
alguien, en calidad de huésped, visitaba a su amigo; el anfitrión regalaba la
mitad de la tablilla al huésped para que cuando pasase el tiempo, al volver él
mismo o uno de sus descendientes, y juntando las dos mitades de la tablilla, se
de un reconocimiento mutuo. El término latino que Gadamer usa es el de tesera hospitalis.
Lo bello como experiencia estética, lo bello como experiencia
que se da en el arte, remite a algo que no se da inmediatamente; la remisión a
algo de lo que se puede tener experiencia inmediata; es más o menos lo que se
expresa en la alegoría: se dice que algo diferente de lo que se quiere decir,
pero lo que se quiere decir, también puede decirse de manera inmediata, ese es
el símbolo. “El símbolo significa aquello en lo que se re-conoce algo […]. El
reconocimiento es la esencia de todo lenguaje de símbolos, y el arte, parezca
lo que parezca, no puede ser nunca otra cosa que un lenguaje del
reconocimiento. También el arte de hoy, que tantos molestos enigmas nos plantea
cuando nos miramos de frente a su mudo semblante, sigue siendo un modo de
re-conocimiento: en él encontramos la re-configuración misma de lo que nos
rodea”[205]. El símbolo lleva en sí
su significado. En el símbolo todo es interioridad, un puro volverse sobre sí
mismo, el enigma que se abre sobre sí mismo y que en última instancia somos
nosotros mismos. En el símbolo lo que ha de ser adivinado se convierte de modo
inmediato, en lo que habla.
Sin embargo, Gadamer asume una posición crítica frente a la
noción de alegoría, cuando dice que lo que habla es la referencia a un
significado que tiene que conocerse previamente.
El símbolo en cambio, se presenta como un fragmento del ser,
un fragmento del todo que se complementa íntegra y totalmente con el que se
corresponda con él. Existe el otro complemento que en cuanto buscado y encontrado
se constituye en un todo para el que busca; así Gadamer concluye diciendo que
la experiencia de lo bello, y en particular de lo bello en el arte, es la
evocación de un orden integro posible, donde quiera que este se encuentre.
En la experiencia histórica y en la simultaneidad presente, a
partir de las obras de arte que en ella se nos da, nos interpela una y otra vez
el mensaje de integridad, es aquí y en esto donde se hace comprensible la
significatividad de lo bello y del arte: “en lo particular de un encuentro con
el arte, no es lo particular lo que se experimenta, sino la totalidad del mundo
experimentable y de la posición ontológica del hombre en el mundo, y también,
precisamente su finitud frente a la trascendencia”[206].
Ello quiere decir que el horizonte de sentido que hace que la
obra tenga un significado para el intérprete jamás podrá consumarse
definitivamente, y que nunca su apropiación se hará como posesión de un sentido
total.
Hegel expresaba lo anteriormente dicho, cuando definía lo
bello diciendo que lo bello era la apariencia sensible de una idea; esta solo
puede ser atisbada en la manifestación sensible de lo bello. Sin embargo para
Gadamer esta posición hegeliana de corte idealista, no hace justicia al hecho
de que la obra hable como obra; hay un peligro muy grande al quedarse en la
definición hegeliana, y creer que lo que la obra tiene para decir se pueda
encerrar en el concepto; es eso lo que llevó a Hegel a considerar el pasado del
arte.
El pasado del arte en Hegel, Gadamer lo interpreta como el
deseo de encerrar en el concepto y en la filosofía todo lo que es oscuro y nos
interpela de modo no conceptual en el lenguaje sensible y particular del arte.
Para Gadamer dicha pretensión idealista queda refutada en
cualquier experiencia estética, sobre todo en el arte contemporáneo cuando la
experiencia estética rechaza todo tipo de orientación que se pueda encerrar
explícitamente en el concepto.
Contra esta pretensión idealista de querer encerrar en el
concepto cuanto se experimenta en la confrontación con la obra de arte, Gadamer
opone “la idea de que lo simbólico del arte descansa sobre un insoluble juego
de contrarios, de mostración y de ocultamiento”[207].
Según lo anterior tenemos que preguntarnos ¿En qué consiste
el sentido para la obra de arte? Primeramente hay que decir que la obra de arte
no es mera portadora de sentido, como si su sentido se pudiera encerrar en
otros portadores -en el caso del concepto, como lo hemos dicho anteriormente-,
el sentido de la obra consiste en que ella está ahí. La obra misma con-forma su
sentido; su sentido permanece ahí a pesar de lo efímero y fugaz que puedan ser
las palabras para la poesía, o los sonidos para la música, los colores para la
pintura, las formas para la escultura.
La con-formación del sentido se asemeja a la construcción, en
el sentido que el sentido se construye, se consolida. En el alemán la palabra Bildung significa conformación,
educación y cultura; el educador tiene como tarea primordial la de conformar,
constituir y consolidar al educando; la palabra que Gadamer utiliza es Gebilde, la que se traduce como
construcción o como forma. De ahí el sentido de consolidación, constitución,
construcción y con-formación.
La con-formación de la obra de arte, de parte del artista, no
es algo arbitrario, ni deliberado o fortuito, como se creía en la época moderna
y en el caso del genio; hay en la con-formación todo un proceso en el artista
que va desde lo que piensa, lo que planea, lo que hace y lo que finalmente
sale; toda vez que la obra de arte ha sido creada, quien la crea no se sitúa de
manera diversa frente a ella, que cualquier otro; toda vez que la obra ha sido
creada, se encuentra ahí, está erguida en sí misma y es susceptible de ser
conocida en sí misma, en su calidad; la obra se hace ella misma insustituible y
única.
Gadamer relee su interpretación de la obra de arte en su
carácter de insustituible, en su carácter de unicidad desde lo que Walter
Benjamin llama en su texto das Kuntswek
im Zeiltater seinen Tecnischen Reproduzierbarkeit[208],
el aura de la obra de arte; hecho este que se evidencia en la profanación del
arte cuando es sometida a la reproducción técnica; es por ello que la
destrucción de la obra de arte adquiere para nosotros caracteres de sacrilegio.
Todo lo anteriormente dicho tiene que llevarnos a reconocer
que en el arte no sólo acontece una mera revelación de sentido, no es sólo
revelar, mostrar y dar sentido lo que la constituye como tal, “antes bien
habría que decirse que es el abrigo del sentido en lo seguro, de modo que no se
escape, ni se escurra sino que se quede afianzado y protegido en la estructura
de la con-formación”[209].
En esto Gadamer es depositario de su maestro Heidegger,
cuando reconoce que fue este quien permitió que el pensamiento actual, diese un
paso adelante respecto al sueño idealista del total desocultamiento de la
realidad desplegada en el concepto. Heidegger desde una radicalización
ontológica y de la noción de verdad, nos habla del doble movimiento que se da
en el arte: por un lado descubrir, desocultar, desvelar y revelar, y por el
otro lado el ocultamiento y el retiro.
Heidegger ha mostrado que el hombre en el mundo asume ana
actitud de desvelamiento y de desocultamiento, que ésta es sólo una parte de su
actitud en el mundo y junto al desocultamiento e inseparablemente unido a él se
da el ocultamiento y el retiro; ambos
lados de la existencia humana hacen parte de la finitud humana.
Con este hecho Heidegger está colocando un dique de
contención al idealismo, pero a su vez está mostrando que en la experiencia
estética hay algo más que un significado que se puede experimentar de modo
indeterminado como sentido, afirma Gadamer: “ese es el factum de ese uno particular, de que haya algo así, lo que
constituye ese más”[210].
Ese factum experimentable en la obra de arte es la garantía
contra todo intento de expectativa de sentido que se considere superior; así la
obra de arte es una invitación constante a la búsqueda de sentido.
¿Cómo entendieron Goethe y Schiller lo simbólico? Esta
pregunta se la hace Gadamer porque su intención es problematizar la
significatividad, el problema del sentido y el problema del significado en la
obra de arte.
Para tratar de responder a la pregunta, Gadamer define lo
simbólico en los términos de que lo simbólico no sólo remite al significado,
sino que lo simbólico hace estar presente el significado, lo simbólico
representa el significado.
Aquí está presente Schleiermacher, cuando habla del Sinn y del Bedeutung, del sentido como categoría restringida del significado.
El significado es la categoría general de la que se desprende el sentido[211].
Para clarificar esta definición, Gadamer recurre a una figura
del derecho canónico y del civil diciendo que, la representación del
significado que acaece en lo simbólico, no consiste en que algo esté ahí en
lugar de otra cosa, sino que lo representado está ahí tal como puede estar en
absoluto[212]. La representación
estética conserva algo de esta existencia en la representación.
Hablando del sentido de lo simbólico como representación,
Gadamer trae un ejemplo que nos es muy cercano y familiar, cuando hablando del
pan y del vino consagrado, ellos no significan
el cuerpo y la sangre de Cristo, ellos son
el cuerpo y la sangre de Cristo. Sólo si somos capaces de entender esto,
podemos entender la experiencia que se da en el arte, es decir que la obra de
arte no sólo remite a algo, sino que en ella está propiamente aquello a lo que
se remite. Con otras palabras hay que decir que la obra de arte significa un
acrecentamiento del ser[213].
Haciendo esta explicación, Gadamer hace una distinción por un
lado entre lo que la obra representa y por otro lado el útil, el utensilio. A
diferencia de la obra, el útil es un medio, un instrumento y por ende no es
obra de arte; él es un útil y puede repetirse, reemplazarse.
Esta distinción evoca al Heidegger de Sein und Zeit para quien el utensilio sirve para algo, Vattimo
hablando de esto dice que, lo primero que preguntamos respecto al útil es ¿para
qué sirve? De ahí que en Ursprungs des
Kunstwerkes, Heidegger plantee el problema de la obra y la cosa, ya que en Sein und Zeit la definición de cosa, Ding a la que había llegado era la
definición del útil, la definición del instrumento.
Aquí además, se deja entrever el eco de una crítica contra
todas aquellas tendencias que tienden a considerar la obra de arte, bien como
un mero adorno que sirve para adornar una pared, bien como algo que se puede
colocar junto a algo en el museo, o como algo que meramente tiene un carácter
comercial. La obra de arte no es un instrumento que sirve para adornar una
pared, tampoco es una cosa que se coloca al lado de otra en el museo, ni mucho
menos algo que meramente tiene un valor comercial.
Gadamer habla de un principio que es distintivo de la obra de
arte: ella es irremplazable[214].
Perfectamente puede uno, desde Gadamer, preguntarse ¿Qué pasa
con la obra de arte en la época de su reproducción técnica? Y él mismo nos dice
que en esta época sigue siendo válido el principio de que la obra de arte es
única e irrepetible; puede ser que en nuestra época se encuentren
reproducciones mejores que el original, pero la reproducción no es más que eso:
una mera reproducción, mera repetición de un original. Sostiene además que “en
la reproducción como tal ya no hay nada del acontecimiento único que distingue
a una obra de arte”[215].
Aquí se deja entrever algo de aquella problemática que Walter
Benjamin plantea en su texto “La obra de
arte en la época de la reproducción técnica,” cuando sostiene que en esta
época la obra de arte ha perdido ese carácter de sacralidad que otrora se le
concedía.
Todo esto le da pie a Gadamer para plantear la cuestión
acerca de ¿Qué es lo que hace que la obra de arte sea tal para ser diferenciada
de una mera reproducción? ¿En qué consiste ese algo? Ese algo que caracteriza a
la obra de arte es el hecho que la obra de arte es mimesis; término que es
necesario entender correctamente, en el sentido que la mimesis no es imitar
algo previamente conocido, sino llevar algo a su representación, transmutación
en forma; de suerte que lo representado se encuentre ahí plenamente. Sostiene
Gadamer que en este sentido tiene razón la tradición cuando afirma que “el arte
es siempre mimesis, esto es, lleva a su representación”[216];
además con Gadamer es necesario aclarar que lo representado en la
representación artística se presenta ahí de una determinada manera y no puede
ser representado ahí de otro modo más elocuente.
La pintura puede ser objetual o no objetual, el problema es
que siendo objetual o no objetual, llega a configurar un orden simbólico tal,
que no podía ser susceptible de representarse de otra manera, aunque dicho
orden representado ponga en crisis nuestro orden habitual y cotidiano; lo
anteriormente dicho se aclara cuando Gadamer sostiene que el orden representado
en la obra “no precisa de ninguna dependencia determinada de cosas previamente
dadas”[217].
Por este carácter de novedad de la obra, por este orden
representado en la obra, que no precisa de un orden dado previamente, es que la
obra nos invita a hacer dimora en ella, a pernoctar en ella, a permanecer en
ella, no sólo viendo sino aprendiendo a escuchar lo que la obra tiene para
decirnos. Aprender a oír significa elevar el espíritu por encima de una
realidad anodina que tiende a nivelarlo todo.
Indudablemente que Gadamer está evocando a Heidegger cuando
habla de que la actitud que corresponde al ser-ahí respecto al ser, es
permanecer en la escucha, estar atentos a lo que el ser quiere o tiene para
decirnos; pero también como actitud previa a la escucha, está la actitud del
silencio, ya que sin el silencio no se hace posible la escucha; silencio y
escucha que solo son susceptibles de ejecutarse si el ser-ahí sale de la
cotidianidad media.
Por otro lado aquí está la teoría performativa de Pareyson,
cuando sostiene que la ley que determina la obra se conforma en la medida en
que es formada y conformada por el artista; ley que no es dada con
anterioridad, sino que es formada en cuanto es conformada por el artista en su
proceso productivo.
Sólo de esta manera, afirmando el carácter de novedad
absoluta de la obra, es posible mantenerse en el horizonte conceptual
heideggeriano, cuando afirma que la obra de arte mundea mundo, crea mundo, es
apertura epocal.
Es desde esta característica de absoluta novedad de la obra
de arte, desde el permanecer en ella, estando atentos y a la escucha, es desde
ahí desde donde se desprende la tarea que el arte de todos los tiempos y el
arte de hoy nos plantea a nosotros.
El arte como experiencia particular y lo bello como
experiencia general, no pueden ser entendidas como meros instrumentos o como
medios que vehiculan sentido, hecho este que Gadamer relaciona con el idealismo
de Hegel y que retomando a Platón encuadra de antemano lo experimentado en la
expectativa universal de sentido de la razón teórica; el arte en este caso sólo
adquiere el lugar de mediación y de instrumentalización, apareciendo sólo como
un momento del proceso dialecto de universalización, en la búsqueda de sentido
total y totalizante de la idea absoluta.
Desde aquí Gadamer eleva una crítica contra la estética
idealista, al ver en ella su punto débil cuando considera lo particular en
función del sentido general, en el fondo, es en la experiencia de lo particular
e individual del arte, desde donde la obra tiene y adquiere sentido para el
hombre.
En esta posición gadameriana se comprende la actitud crítica
que la hermenéutica contemporánea asume, contra todas las estéticas
emparentadas con el idealismo hegeliano y el trascendentalismo kantiano;
estéticas que miran la obra de arte como un momento del proceso dialéctico,
histórico que se debe superar, y que se olvida del carácter individual y
particular propio de la obra de arte.
Por eso, toda obra de arte que sea interpretada desde un
método hermenéutico que enfatice un aspecto particular de la misma, olvidándola
o dándola por superada y se queda afirmando lo interpretado, es tildado de
hegeliano por cuanto la obra es dialectizada en función de un al di lá, que
enfatiza la totalización en detrimento de la individualidad, o enfatiza la
mediación en función de la superación.
Con esta posición gadameriana, toda la hermenéutica
contemporánea enfatizará contra el sistema hegeliano, la reivindicación de la
individualidad y de lo particular.
Lo simbólico detenta en sí el significado, lo representa y no
necesita de una remisión externa a él, sino que en sí mismo encuentra su propia
remisión, hecho este que se sustrae a todo intento de conceptualización y
afirma “de ahí que la esencia de lo simbólico consiste precisamente en que no
está referido a un fin con un significado que haya que alcanzarse intelectivamente,
sino que en sí mismo detenta su significado”[218].
¿Es posible plantear una relación entre el juego y el
símbolo? Ambos llevan a la conclusión inevitable de la representación hecha
realidad absoluta en el ahí, pero esto a la vez planta una tarea inevitable
para la interpretación de la obra de arte, tanto en el arte objetual como no
objetual, y es la tarea de la constitución y de la reconstitución permanente de
sentido, esa es la labor que se impone a la estética contemporánea.
Pero a la vez desde aquí se plantea una crítica a la estética
idealista y es que la reconstitución permanente de sentido debe hacerse en la
particularidad de la obra en cuanto interpela, cuestiona e incita a la vez a
esa reconstitución permanente de sentido.
Todo lo que la obra tiene para decir lo dice ella misma, ella
representa lo que ella es y no una cosa que ella no es, de modo que según
Gadamer, no puede pensarse al modo de la alegoría, ella “no dice algo para que
así se piense otra cosa, sino que ella y precisamente sólo en ella misma puede
encontrarse lo que ella tenga que decir”[219].
Otra consecuencia importante que Gadamer extrae del estudio
del carácter simbólico de la obra de arte y su relación con el arte no
objetual, es precisamente que en todo ello hay una estrecha relación con el
lenguaje, relación que puede llamarse el carácter mediatizador del lenguaje en
la búsqueda de sentido en el arte. Es justamente este el sentido del crítico de
arte, el sentido del volante que nos dan cuando llegamos a la sala de concierto
a escuchar una composición musical, el plegable que nos explica las obras de
arte que hay en un museo: el arte incomprensible a primera vista, necesita de
la mediatización de la palabra para hacerse accesible.
Justamente del tratamiento que Gadamer hace sobre la obra de
arte, se hace problemático el hecho de que el artista en nuestros días
problematice nuestra visión del mundo en el que ordinariamente vivimos. Nuestro
lenguaje no es el lenguaje del artista, nuestro lenguaje no el de la obra,
artista y obra necesitan crear un lenguaje común, para un público común que
necesita hacer comprensible la novedad expresada en la obra y mediatizada a
través de ella.
El sentido comunitario de la obra se perfila así como una
necesidad de apropiación de un código lingüístico, que permeado a través de la
misma, la evidencie; de modo que ya no acontece lo que antes pasaba entre
artista, obra y público, en el sentido que había entre ellos un lenguaje común,
de formas y códigos comunes que hacían accesibles las obras; hoy hay que empezar
por aprender a leer las obras, deletreándolas, decodificándolas en una labor
penosa que nos revela el sentido de la misma, es así como se dice que la obra
crea su propio mundo, su propio espacio, su propia comunidad de fruidores y
críticos, la obra genera novedad.
Así se hace comprensible que del artista se espere un papel
mesiánico, en el sentido que de él, a través de la obra, surge la novedad, la
profecía. Pero a la vez se hace comprensible que el artista sea un erradicado,
un desintegrado y no articulado en una comunidad, la que a veces no comprende
el lenguaje que crea recreándose a través de la obra. Carácter mesiánico y
carácter de marginado que en la estética contemporánea están dando mucho qué
decir.
Desde aquí se evidencia la categoría interpretativa, que
desde Schleiermacher ha ido cobrando cada vez más fuerza, en el sentido que la
tarea de la hermenéutica surge, en el momento en que algo se nos hace extraño y
lejano, y es cuando necesitamos acercar ese algo extraño, para hacerlo familiar
y comprensible; el mundo de la obra se nos hace tan extraño, que en un gran
proceso de reconstrucción, de aprendizaje, de deletrear un código lingüístico
nos la acerca y nos la hace familiar.
13. De lo
festivo en el arte.
13.1. Preocupación constante.
Gadamer
tratando del tema del carácter festivo del teatro en su texto Estética y hermenéutica, deja entrever
una preocupación constante en todos sus escritos ¿Cómo interpretar el arte en
nuestros días? Un síntoma evidente es el cambio, cambio que implica transformación,
a ese respecto dice:
En estos últimos ciento setenta y cinco años el aspecto del
mundo ha cambiado más que en todo el resto del tiempo de la historia humana
documentada por la tradición escrita. Piénsese sólo en el crecimiento de
población de nuestro continente y de nuestras ciudades. El lenguaje de los
números es elocuente. La sociedad moderna está troquelada por la técnica
industrial [...] Y quizás sea este el rasgo más importante de la transformación
acontecida: que la lejanía desaparece. Todo viaja. La sociedad moderna es una
democracia de tráfico. Si antiguamente eran las compañías dramáticas las que
acudiendo a las residencias fijas de la cultura cortesana o burguesa, se
llamaban ‘vagabundos’ hoy somos nosotros, los espectadores y amigos del teatro,
los que nos hemos convertido en vagabundos que se unen bajo el techo fijo y
festivo del teatro. ¿Cómo había, entonces, el teatro de seguir siendo el mismo,
y estar incuestionablemente seguro de su porvenir?[220]
Tal es la
preocupación de Gadamer por el problema del arte contemporáneo, que pronostica
una tercera etapa en la historia del teatro; etapa de la que apenas adivinamos
sus síntomas; la primera etapa es la clásica, dice a este respecto: “la primera
época, que llega justo hasta la creación del teatro permanente, quisiera
caracterizarla como la era de la presencia religiosa o de la elevación
religiosa. Aquí es obvio que el teatro es un accidens, una aparición que acompaña al sentido de la fiesta
religiosa, y que cumple, manifiesta en el marco de una fiesta, una determinada
función de congregar a la comunidad festiva”[221].
En la
segunda etapa dice que “su esencia viene representada sobre todo por Schiller
[...] quisiera denominarla era de la trascendencia moral, o también, de la
solemnidad moral. Pues lo que distingue a esta era del primer capitulo de la
historia del teatro de la humanidad es la tensión, perceptible para cada
espectador, entre la realidad del estilo de vida predominante y el hechizo del
mundo de la escena”[222].
En la
tercera etapa Gadamer solamente se limita a caracterizar sus rasgos, ya que no encuentra una palabra
para nombrarla “no sé de ninguna expresión suficiente para este capítulo de la
historia del teatro que todavía está en sus inicios. Pero creo ver la tensión
moral entre realidad y mundo de ensueño [...] ya no corresponden del todo a
nuestra sensación presente ni a nuestras posibilidades futuras. La unidad de
actor y espectador está hoy ganando un significado nuevo[223].
Es ahí, en
esa nueva etapa del teatro, que Gadamer no se atreve a mencionar, pero sí a dar
sus características, donde se manifiesta su preocupación por el arte
contemporánea, que en este caso es concretamente el teatro.
Y
nuevamente Gadamer insiste en que la clave para entender lo que hoy está
aconteciendo en el teatro, y podemos decir, con el arte en general, es la
mimesis, a este respecto aclara que se trata de comprender la trampa que se
esconde en la imitación; igualmente aclara que la mimesis antigua y la moderna
son distintas y nuevamente repite lo que ya conocemos que “toda imitación verdadera es
transformación. No es hacer-ser-ahí-otra-vez a algo que ya está ahí. Es ser-ahí
transformado de tal modo que lo transformado en tanto que llega a ponernos ante
los ojos posibilidades crecidas que no habíamos visto nunca. Toda imitación es
crecimiento, es una puesta a prueba de los externos [...] El actor se ha
aventurado hacia el interior del espectador, y recibe de vuelta de él [...]
posibilidades de ser, en cierto modo aventuradas, que nos sobrepasan[224].
Más
adelante, además de la clave interpretativa de la mimesis para comprender la
realidad estética contemporánea, vuelve a hablarnos del gesto, de la palabra,
de la sentencia y de la señal, a este respecto anota: “el corazón humano ya no
se reconoce en todo ello (en la marioneta, en la máscara) como en el reino de
su interioridad, sino como la pelota con que juegan los grandes poderes
supraindividuales que nos condicionan. La técnica y el montaje no dejan de ser
un medio para hacer ver esto. Pero ello no sirve para simular con sueños la
realidad, sino que requiere la misma transposición espiritual propia de la
palabra y del gesto cuando estos no son pintura del alma, sino sentencia y
señal que nos aciertan[225].
Y luego
dice: “una palabra hablada correctamente, un aldabonazo dado correctamente
contra la puerta: y he ahí la realidad que ninguna mimesis técnica podrá
alcanzar nunca con los medios más grandes[226].
Para
Gadamer la preocupación central respecto al arte en nuestros días es algo que
podemos interpretar desde una triple clave interpretativa: el gesto, la palabra
y la mimesis correctamente entendida.
13.2. Caracterización de la fiesta.
Gadamer se
pregunta sobre ¿Qué es la fiesta? ¿Qué es lo festivo? Para tratar de responder
a estas preguntas caracteriza la fiesta.
Lo primero que dice es que
las fiestas solemnizan, solemnidad que no depende tanto del alborozo o del
júbilo, pues un acontecimiento fúnebre puede ser solemne. La solemnidad depende
del hecho que la fiesta saca a los participantes de la vida cotidiana para
llevarlos a participar de una comunidad, una solidaridad que unifica.
Este primer rasgo
lo podemos llamar de lo cotidiano a lo extraordinario, de lo individual a lo
comunitario, en esto consiste el rasgo solemne de la fiesta.
El segundo elemento
que caracteriza a la fiesta es el carácter celebrativo; Gadamer dice que “la
celebración es el modo de ser de la fiesta” [227]; en la
celebración el tiempo se convierte en un nunc
stans de un presente arrobador.
El recuerdo y el
presente son en la fiesta una misma cosa, hasta tal punto que lo celebrado como
recuerdo se convierte en presente dentro de la fiesta.
Gadamer
relaciona el hecho de que dentro de la fiesta tenga su propio tiempo, que el
tiempo externo se detenga en la fiesta y que el tiempo sea un eterno presente,
con el mysterium, por ello afirma
que “El mysterium del carácter
festivo es la detención del tiempo”[228].
Para
Gadamer el carácter celebrativo de la fiesta implica el carácter
congregacional: “se dice que las fiestas celebran, un día de fiesta es un día
de celebración”[229].
Lo celebrativo saca y aleja por un lado de lo ordinario, de lo cotidiano y por
otro lado saca y aleja de lo individual, de modo que lo celebrativo es algo
colectivo y participativo. Por ello recalca Gadamer que “Saber celebrar es un
arte”[230].
Así como el
arte, también la celebración se representa en su propia presentación a partir
de “[...] formas fijas, que se llaman usos, usos antiguos; y todos son viejos,
estos han llegado a ser costumbres fijas y ordenadas. [...] hay una forma de
discurso que corresponde a la fiesta y a la celebración que la acompaña”[231]. Se habla
de un discurso solemne y de un silencio solemne; silencio que se asemeja al
carácter extático que asume la persona frente a algo que la sobrecoge.
Así, el carácter
celebrativo implica varias cosas: el hecho de que la celebración implique la
participación entre los congregados; la ruptura de lo ordinario en el acontecer
que se vuelve extraordinario; las formas fijas que se han vuelto costumbre; el
discurso solemne y el silencio solemne.
El tercer elemento es
el fin que persigue la fiesta, el que está encadenado no a algo externo a ella,
sino que está ligado a la fiesta misma, a este respecto Gadamer dice:
Eso es lo que caracteriza el día cotidiano frente al día
festivo: cada uno está encadenado a él, está fijado a determinadas funciones y
citas de su vida. Esta individuación de los fines cede en el instante elevado
de la solidaridad de la fiesta, un instante que no tiene su sentido merced a
aquello que se persigue y debe reportar beneficios, sino un instante que, en
cierto modo se cumple consigo mismo. Se comprende que sea en el culto donde se
presenta este autocumplimiento del instante de un modo originario y ejemplar.
El Dios que se manifiesta es el presente absoluto, en el cual recuerdo y presente
se juntan en una instantaneidad unitaria[232].
En la
celebración de la fiesta, se expresa un modo muy específico de nuestra
conducta, en el carácter celebrativo queda suprimida toda meta a la que se
quiere llegar: “la celebración no consiste en que haya que ir para después
llegar. Al celebrar una fiesta, la fiesta está siempre y en todo momento ahí”[233].
Gadamer del
carácter celebrativo, tal cual lo presenta en Aktualität des Schönen, deduce el carácter temporal cuando dice: “Y
en esto consiste el carácter temporal de una fiesta: se la celebra, y no se
distingue en la duración de una serie de momentos sucesivos. [...] la
estructura temporal de la celebración no es ciertamente, la de disponer del
tiempo”[234].
Toda fiesta
que se realiza como elevación de lo cotidiano, que determina su propio fin en
aquello que soporta, que se conmemora, que carece de fines; toda fiesta ofrece
en ello y a través de ello un contenido positivo, desde este punto de vista
Gadamer dice que: “eso es lo que constituye la fiesta”[235].
El cuarto elemento de
la fiesta está constituido, según Gadamer, por la esencia originaria de la
fiesta, que es la creación. En este sentido la fiesta es elevación a un ser
transformado; por este carácter festivo es que el culto se hace, se convierte
en algo creativo.
Desde este
carácter creativo de la fiesta, Gadamer instaura, otra vez, una crítica contra
la sociedad en que vivimos, sociedad determinada por la técnica y la
manipulabilidad científico-tecnológica, en el sentido que en aquello que no se
puede manipular, ni dominar, mejor es remitirlo a la superstición; y es por
ello que “ciertamente, en una época ilustrada, es una forma de descripción muy
natural el interpretar las practicas que se han vuelto incomprensibles, las
formas de celebración, del ritual, del ceremonial que van unidas a una fiesta
religiosa, como una especie de hechizo por medio del cual una comunidad intenta
ganarse la voluntad divina”[236].
Lo que según Gadamer es absolutamente equivocado.
Gadamer lee
este carácter desde el teatro. Él de la misma manera que el culto es una
‘creción genuina’, “En él sale algo configurado de nosotros para tornarse en
figura delante nuestra, algo que experimentamos y reconocemos como una realidad
superior de nosotros mismos”
El quinto rasgo de la fiesta es el
temporal, ya que toda fiesta tiene su propia temporalidad,
temporalidad ad intra y ad extra. Ad intra porque el tiempo dentro de la fiesta
tiene su propio itinerario, porque el tiempo cronológico, externo, de afuera no
corre con la misma intensidad con que corre para los que festejan. Temporalidad
ad extra es la periodicidad con que la fiesta regresa, la espera de la próxima
fiesta, aún en el caso de aquellas fiestas que solamente se celebran una vez,
en ellas queda la nostalgia del regreso.
Lo más peculiar de
la fiesta es que toda fiesta exige el retorno, aunque haya fiestas que no
retornan, siempre permanece la nostalgia del retorno.
Gadamer en Aktualität des Schönen enfatiza el hecho
de que las fiestas que retornan no se llaman así porque tengan un lugar específico
en el tiempo, en el calendario sino el contrario “el orden del tiempo se
origina en la repetición de las fiestas”[237].
Es por esto que nuestra contabilidad del tiempo no es un hecho abstracto, sino
un hecho que se basa en la repetición de los hechos concretos del carácter
festivo tales como semana santa, navidad, pascua, adviento, etc. y dice Gadamer
que “todo ello representa, en realidad, la primacía de lo que llega a su
tiempo, de lo que tiene su tiempo y no está sujeto a un cómputo abstracto o a un
empleo de tiempo”[238].
Hablando
del carácter temporal de la fiesta, Gadamer reconoce que hay dos experiencias
fundamentales del tiempo.
La primera
de ellas es la experiencia del tiempo vacío, tiempo que hay que llenar con una
actividad y con el ajetreo. Vaciedad que lleva al hombre a programar su tiempo
fin y con un proyecto.
El tiempo
vacío, nada tiene que hacer con el tiempo, nada con qué llenar el tiempo, en
este caso el tiempo se hace aterrador, algo que atormenta y dice Gadamer que el
tiempo en esta experiencia “se experimenta entonces como algo que se tiene que
‘pasar’ o que ha pasado. El tiempo se experimenta como tiempo”[239].
“Frente al
tiempo vacío, que debe ser ‘llenado’, yo lo llamaría tiempo lleno, o también,
tiempo propio”[240].
Con estas palabras, Gadamer introduce la segunda acepción del tiempo más
originario o tiempo propio; él lo explica diciendo que la impresión que se
tiene cuando se está en una fiesta es que el tiempo está lleno de ella, y luego
aclara diciendo que ello no sucede porque alguien tuviera que llenar un tiempo
vacío, sino a la inversa: al llenar el tiempo de la fiesta, el tiempo se ha
vuelto festivo, y con ello está inmediatamente conectado el carácter
celebrativo de la fiesta.
Esto es lo
que conocemos como tiempo propio y lo conocemos como una experiencia vital.
Luego Gadamer menciona aquellas experiencias vitales que constituyen una
experiencia del tiempo propio: niñez, juventud, madurez, ancianidad. Desde esta
óptica el tiempo no es una sumatoria de sucesos, no es juntar trozo tras trozo,
tampoco es algo calculable o medible con el reloj, antes bien la experiencia
del tiempo propio ofrece algo así como una discontinuidad como cuando se dice
por ejemplo que alguien de pronto se ha hecho viejo, cuando mirándose en el
espejo alguien dice ¡como ha pasado el tiempo¡
En esto
Gadamer hace una aseveración conclusiva cuando dice que la fiesta por ser
fiesta ofrece tiempo y es una invitación a hacer ‘dimora en ella’ y luego
concluye “esto es la celebración. En ella, por así decirlo, se paraliza el
carácter calculable con el que normalmente dispone uno de su tiempo”[241].
Justamente
esta experiencia plena del tiempo hace que el ser-ahí, se comprenda como una
unidad orgánica, no donde se dé una sumatoria de instantes, sino donde todos
los procesos confluyen a un todo: el ser-del- ser-ahí. Esta aclaración se hace
necesaria para poder comprender la lectura que Gadamer hace del carácter
orgánico de la fiesta estructurada como un todo, al carácter orgánico de la
obra de arte.
Partiendo
de la definición aristotélica de que “una cosa es bella si no se le puede
añadir o quitar nada”[242],
Gadamer llega a mostrar que la verdadera obra de arte es un todo estructurado
orgánicamente, el cual tiene una base, un sustrato que soporta “un espectro de
interpretaciones, de variaciones posibles, sustituciones, añadidos y
eliminaciones, pero todo ello desde un núcleo estructural que no se debe tocar
sino se quiere que la conformación pierda, su unidad viva. En este sentido, una
obra de arte es, de hecho, semejante a un organismo vivo: una unidad
estructurada en sí misma. Pero eso quiere decir: también tiene su tiempo
propio”[243].
Después
Gadamer explica que ese tiempo propio de la obra no significa que ella “tenga
también su juventud, su madurez o su vejez, igual que el verdadero organismo”[244].
Así las
cosas, Gadamer enfatiza que la obra no está determinada por el tiempo
cronológico sino “por su propia estructura temporal”[245]. Para
clarificar cómo la obra de arte tiene su propio tiempo, muestra además cómo los
tiempos de una composición musical no son arbitrio del compositor, sino
constitución del tiempo de la propia obra; tampoco es cuestión del tiempo
correcto, medido con cánones externos, sino el tiempo que la propia obra exige.
Para llegar
al tiempo de la obra, se necesita el oído interior, que está constituido por la
idealidad a la que se llega trascendiendo las reproducciones, las exhibiciones
o las realizaciones mímicas y que a su vez nos permiten llegar al estado de
idealidad de una obra de arte.
Desde aquí
se hacen comprensibles los bocetos que el artista realiza como preparación para
una obra de arte, los múltiples borradores que el poeta o el literato realiza
como preparación para la realización de la poesía o de la obra literaria, los
ensayos preparatorios para la escenificación definitiva en el teatro, o para la
presentación del concierto sinfónico; la idealidad de la obra alcanzada por el
oído interior evidencia que dicha idealidad no es ni siguiera alcanzada por
quien se sabe de memoria una composición musical, una poesía, una pieza teatral
o un poema; desde esta idealidad debe, entonces comprenderse el papel del
director de orquesta, de teatro que a veces se hacen tan obsesivos en la
ejecución, que llegan a ser incomprendidos por quienes son dirigidos, pasando
por todo tipo de críticas: locura, manía, obsesión, etc. a este respecto dice
Gadamer: “Es lo que cada uno de nosotros experimenta cuando por ejemplo, se
sabe particularmente bien una poesía: la
tiene de oído. Nadie podrá recitarle un poema de un modo satisfactorio, ni
siquiera él mismo”[246],
es lo que nosotros solemos decir cuando decimos que tiene buen oído, para decir
que canta mejor que el que habiendo estudiado aún la técnica, ni siquiera, sabe
interpretar bien una canción.
El deleite
se da cuando la conformación ideal es capaz de trascender los momentos
contingentes. Para ilustrar el tema del tiempo propio de la obra, Gadamer
recurre a la experiencia del ritmo diciendo que “se escucha el ritmo de afuera
y se lo proyecta hacia adentro. Naturalmente, el ejemplo del ritmo en una serie
monótona no es un ejemplo del arte, pero indica que sólo oímos el ritmo
dispuesto en la forma misma si lo marcamos desde nosotros mismos, es decir, si
nosotros mismos somos realmente activos para escucharlo del exterior”[247].
Gadamer
apenas da una pequeña indicación para leer desde esta temática, la cuestión de
la identidad y la diferencia, y la cuestión de la repetición, diciendo que
sería un error darle crédito a lo que hoy sucede en la industria discográfica
cuando utilizando los aparatos, se accede a una grabación que se considera
perfecta, y en nombre de la misma se descalifican otras posibles
interpretaciones de la misma. En última instancia el ideal de la obra de arte,
no se alcanza cuando quede registrado en una grabación; el estado ideal de la
obra sólo se alcanza trascendiendo las reproducciones, las exhibiciones o las
realizaciones miméticas.
Según lo
anteriormente expuesto la identidad de la obra se alcanza en el ideal de la
misma percibido por el hombre, los diferentes intentos por reproducirla, los
diferentes intentos en su ejecución pueden ser entendidos como un esfuerzo por
alcanzar ideal de la obra.
Brevemente
Gadamer resume todo este proceso diciendo que “En la experiencia del arte, se
trata de que aprendamos a demorarnos de un modo específico en la obra de arte.
Un demorarse que se caracteriza porque no se torna aburrido. Cuanto más nos
sumerjamos en ella, demorándonos, tanto más elocuente, rica y múltiple se nos
manifestará. La esencia de la experiencia temporal del arte consiste en aprender
a demorarse y tal vez sea esta la correspondencia adecuada a nuestra finitud para lo que se
llama eternidad”[248].
13.3. El tiempo y el carácter
hermenéutico de la obra de arte.
Cuando se lee el análisis gadameriano sobre el carácter
festivo de la obra de arte, uno ve que dicho análisis tiene un hilo conductor
que mancomuna todos los caracteres que distinguen el carácter festivo de la
obra de arte. Dicho hilo conductor es la temporalidad, esta es la razón por la
que en Wahrheit und Methode Gadamer trata
el tema de la fiesta en un apartado donde habla de la temporalidad y que lleva
por título Die Zeitlichkeit des
Ästhetischen[249].
En dicho texto Gadamer parte de una pregunta que reza así
¿Cuál es el tipo de temporalidad que conviene al ser de lo estético? Para
tratar de responder a dicha pregunta, empieza por decir qué no es una
temporalidad de corte dualista como la propugnada por la conciencia estética,
la que conviene al ser de lo estético.
Inclusive cita a Heidegger y su analítica existencial para
mostrar cómo ha de fondo un malentendido con el que tropezó la exposición
ontológica del horizonte temporal en Heidegger; dicho malentendido puede
quedarse enfatizando el sentido metodológico de la analítica existencial del
ser-ahí y sin embargo, dice Gadamer, que ello no es más que una posibilidad
entre otras para la comprensión de la existencia.
Lo que está ahí de fondo es que Heidegger descubre la
temporalidad como de ser de la comprensión misma, temporalidad que vista desde
el ser-ahí significa que él en la medida que comprende se autocomprende, toda
comprensión es un proceso de autocomprensión.
Gadamer nos ha dado indicaciones en todo lo que hemos
expuesto anteriormente cuando decía que el carácter propiamente temporal del
ser-ahí consistía en que siendo él mismo era otro en cada etapa de la vida,
siendo él mismo es uno en la niñez, siendo él mismo es otro en la juventud,
siendo él mismo es otro en la madurez, etc. en Wahrheit und Methode nos dice
que “un ente que solo es en cuanto que continuamente es otro, es temporal en un
sentido más radical que todo el resto de lo que pertenece a la historia”[250].
Con la obra de arte sucede algo similar, siendo ella misma en
cada nueva interpretación se da un acrecentamiento de su ser. Cada nueva
interpretación no disminuye el ser de la obra sino que al contrario lo
enriquece.
Podemos aventurar una interpretación ética desde lo que hemos
expuesto, cuando decimos que el ser-ahí existe y que su existencia se presenta
a sí misma en su representación cuando desde el ser-ahí se vehicula como modo
de ser. La virtud, el bien, el valor se presentan en el ser-ahí en la medida en
que se representa como hecho concreto de vida, entonces es cuando aparece el
hombre bueno, el hombre virtuoso, el hombre de talante moral. Aquí se podría hacer
una comparación con la parrhesia o el decir-verdad.
En la existencia el ser-ahí se juega su propio ser, pero en
el juego del ser quien juega es el ser-ahí, y el juego mismo es la existencia,
ella es quien pone las reglas, el ser-ahí simplemente es jugador de su propia
existencia, de su propio destino.
Conclusión.
La obra de arte
mundea un mundo; esta es una frase que leída desde Heidegger, Gadamer y Vattimo
sólo se puede comprender desde la serie de posibilidades interpretativas y
existenciales que se desprenden de la verdadera obra de arte.
Al acercarse para
comprender el fenómeno James Bond, el superagente 007, se percata y se constata
en primera instancia la existencia de una serie de elementos que le son
característicos: el uso de un reloj dotado de superpoderes; el lapicero que
puede hacer saltar en una explosión cualquier lugar; un automóvil dotado con un
radar, ametralladora, misil, etc.; un anillo, un pisa corbata, una agenda, unos
lentes… todo ello hace parte de una personalidad muy particular, ya que 007 es
apetecido, deseado y hasta odiado por las mujeres más bellas; él es recursivo,
inteligente y tan sagaz que es capaz de sortear cualquier situación; cualquier
lugar del mundo puede ser su hogar: desde la más lejana y remota isla, hasta la
más conocida ciudad; siempre e hospeda en los mejores hoteles y cabañas; usa
los trajes más finos; visita los lugares mas sofisticados.
Frente al film no
sólo se está delante de una película; se está delante de un modo de vida, el
que cualquier hombre desearía tener; se está frente a un modelo que muchos
quisieran alcanzar.
En este caso y
con este ejemplo es posible comprender la expresión que se ha hecho esta
investigación: la obra de arte crea mundo, genera posibilidades interpretativas
y existenciales, genera modos de vida, ideales y modelos a seguir.
En el mundo
mundeado por la obra se da una apertura; apertura que le es inherente al mundo
instaurado por ella; mundo mundeado y apertura instaurada son simultáneos en su
acaecer y en su suceder; y es aquí donde hay que comprender la noción
heideggeriana de verdad, la que, como tanto se insistió, no coincide con
adecuación, encuadramiento sino con apertura. En el hecho mismo de habitar la
obra de arte, de entablar un diálogo dialógico con ella, de probar a habitarla,
en todo ello la verdad se da como apertura; la obra de arte se abre al fruidor
y el fruidor se abre a la obras, y en dicha apertura se da una transmutación en
forma, una transformación simultánea en el sentido que el interprete se
transforma pues sale enriquecido con el disfrute y la obra se transforma pues
sale enriquecida con cada nueva interpretación que sobre ella se hace; en este
sentido hay que decir que la obra de arte es ese tipo de fenómenos que en la
medida que envejece, envejece positivamente, pues cada nueva interpretación
sobre ella es un enriquecimiento que sale de su propio ser.
La lucha entre el
mundo mundeado y la tierra, la materialidad de la obras es un intento
heideggeriano por explicar el misterio de lo que acontece en la explosión de
sentido desprendida de la obra; lo que en cuanto significante es posibilidad
posibilitante que subyace en el fondo oscuro del sentido no desvelado aún.
Sin lugar a
dudas, aquí hay lucha primigenia entre sentido acontecido en significado y en
cuanto tal aprehendido por el fruidor a través de la palabra y el sentido por
acontecer, no acontecido in-significante en cuanto no acontecido, pero siempre
con posibilidad de acontecer; entre tanto este es el misterio, el oscuro del
bosque que constantemente nos atrae.
La materialidad
en el ejemplo antes mencionado es el film que siempre está ahí para ser gustado
y visto, en ello consiste la tierra; el mundo es la interpretación que se ha
dado sobre ella; mientras que aquella permanece también se esconde, pues es
susceptible de nuevas interpretaciones; el mundo mundeado siempre será eso un
mundo; porque además es posible darse otras interpretaciones sobre 007, y una
de ellas puede sonar algo así como que este superagente representa una nación
que donde llega siempre lo hace con fines de destruirlo todo; nación que vive
de la técnica siempre renovada; de la vida lujosa y del usufructo de los demás;
interpretación que sería posible.
Es imposible no
rastrear aquí la diferencia entre sentido (Sinn)
y significado (Bedeutung), hecha por
Schleiermacher[251]; aquel es la posibilidad
posibilitante, este es la posibilidad posibilitada en cuanto aprehendida.
De igual modo se
puede rastrear aquí la noción de ser planteada por Heidegger, cuando lo define
en los términos de Er-eignis; el ser es evento en cuanto que una vez apropiado,
expropia; evento que en cuanto aprehendido se desprende invitando a una nueva
aprehensión.
Este hecho
coincide con el sentido de la existencia, en el sentido que se puede intuir
cuando se piensa en la Sorge (cura),
la estetización de la existencia, la estetización proyectual de la existencia;
por todo eso es que la obra de arte es lo más cercano a una existencia
re-integrada. El proyecto según lo piensa Heidegger en su analítica
existencial, es, en cuanto posibilidad posibilitante, posibilidad posibilitada
cuando se integra a la existencia; sin embargo el proyecto es posibilidad
posibilitante en cuanto es justamente posibilitante y no posibilitado.
Entendiendo por posibilitante la posibilidad siempre en vías de hacerse y
abierta a nuevas posibilidades; por posibilitado el hecho que una vez integrado
en el proyecto comienza a concretarse en el plano existencial.
El artista, que
sea en su papel mesiánico, bohemio o integrado sea en una corte o en una
multinacional, ya haciendo de aguijón, ya contra un sistema, es ese ser que
quizás no alcance a comprender lo grande de su quehacer, lo grande de su tarea;
él siempre será incomprendido, marginado o excluido y sólo al final será
reconocido en su justo valor, de ahí su carácter póstumo.
Él es síntoma de
un malestar, un inconformismo; en su soledad busca refugiarse en aquellos que
corriendo su misma suerte, lo saben comprender, porque sólo un marginado e
incomprendido sabe comprender y acoger a quien corre la misma suerte de soledad
y marginación. Esto es lo que, en parte está expresado en las vanguardias, las
poéticas y los manifiestos; estos son la voz primera de una sociedad que
llegada a su madurez, a su ancianidad se torna ecléctica y es ahí donde el dios
ido se siente en su ausencia; sin embargo ahí está latente el dios que ha de
llegar; por eso las vanguardias, las poéticas, los manifiestos, las obras de
arte son portadoras de rasgos proféticos; esas son la voz primera de un mundo
en gestación, un mundo por venir.
En todo esto es
posible rastrear la muerte del arte; ya que siempre está muriendo cuando siendo
lo que es, no es lo que es; pero no siendo lo que es, es siempre posibilidad de
ser; así entre ser y no ser, entre vida y muerte ella siempre está muriendo
para vivir, sin embargo en el vivir está su muerte.
Un carácter
marcadamente trágico… un carácter necesariamente esperanzador… pero algo de lo
cual se desprende el carácter propio del ser del hombre ya que él es un eterno
buscador.
¿Trabajo
concluido? No, trabajo abierto a nuevas posibilidades investigativas que han de
alcanzar el primer eslabón del cual parte la problemática estética
contemporánea: Hegel.
Ha sido Gadamer
quien en los fundamentos filosóficos del siglo XX[252] ha evidenciado a Hegel como
el fundamento filosófico del tiempo presente; hacia él hay que enrutar la mirada,
hacia él hay que dirigir los pasos.
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Obra de arte, Verdad y Mundo:
Ensayos sobre estética
contemporánea
por:
Orlando Arroyave Valencia
[1] Quien ha
hablado sobre el método mostrativo ha sido Hegel en el texto “Introducción a la
estética”; aunque propiamente él lo refería a ciencias como la física, la
astronomía, la geometría; él consideraba que el método propio para la filosofía
era el demostrativo. La obra es de la editorial Península de Barcelona 19853;
la referencia concreta al tema aquí planteado es la pp. 13. El texto
corresponde a las Vorlesungen über die Ästhetik. Traducción española, lecciones
de estética, pp. 22.
[2] De Vattimo se
sabe que dijo sobre Heidegger y sobre sí mismo: “Por lo demás si, como dice
Heidegger, los grandes pensadores están condenados a repetirse (decir siempre
la misma cosa), imaginémonos los medianos pequeños. Del resto se, come dice Heidegger, i grandi
pensatori dicono sempre la stessa cosa, figuriamoci i medio-picoli”. Puede leerse en filosofía 91’. Ed. Laterza, Roma-Bari, 19921. Una
traducción puede encontrarse en Hermenéutica
y racionalidad. Ed Norma, 19941, Bogotá, pp. 141, nota
aclaratoria.
[3] Heidegger ha
hablado de esto en el parágrafo 32 de Sein
und Zeit.
[4] Vattimo,
Gianni. Schleiermacher filosofo
dell’interpretazione. Ed. Mursia, 19862. Milán, 183ss.
[5] Pareyson,
Luigi. Conversaciones sobre estética.
Ed. La balsa de la Medusa, 11. 19871, Barcelona, pp. 232.
[6] Perniola,
Mario. L’estetica del novecento. Ed. Il mulino, 19971, Bologna,
206 pp.
[7] Vattimo,
Gianni. Etica del’interpretazione. Rosenberg
and Seller, Turin, 19871, 147 pp.
[8] Gadamer, H. G. Wahrheit und Methode. Traducción española Verdad y
método. Ed. Sígueme, Salamanca, 19921. 429 pp. Citado WM.
[9] Heidegger,
Martin. Wegmarken. Traducción
italiana: Segnavia. Adelphi ediciones, 19943. 522 pp.
[10] Movimientos literarios de Vanguardia. Ed.
Salvat. Barcelona, 1973. aquí nos referimos a la página 21ss. Citado MLV.
[11] MLV, 21.
[12] El
cubismo tiene su origen en la exposición que en 1908 organizó en la galería de
París Daniel Henry Kahnweiler surge de una ruptura con el impresionismo y con
los movimientos que entre 1900 y 1914 se desarrollaban en esta ciudad: con el
intelectualismo de los neoimpresionistas y con el expresionismo. Los cubistas
aspiraban a organizar los efectos visuales, a una auténtica síntesis
intelectual que descubriese y seleccionase los aspectos más esenciales.
Perfectamente un lema de los cubistas puede rezar así: en la naturaleza,
tratarlo todo mediante el cilindro, el cono y la esfera. Guillauume Apolinaire
escribió un texto que lleva por titulo los
pintores cubistas en el texto se lee lo siguiente: la geometría es a las
artes plásticas lo que la gramática es al arte de escribir.
[13] En
nuestro medio se popularizó ampliamente la versión de 1965 y que se reimprime
en 1971. Cuenta con un total de 87 páginas.
[14]
Sobre el futurismo puede leerse el texto de Mario Verdone intitulado El futurismo ed. Norma. 19971.
160p.
[15]
Dicho texto aparece en Milán el 11 de febrero de 1910.y fue redactado por
Carrá, Boccioni, Russuollo, Balla y Severino, quienes declaran la creciente
necesidad de Verdad y que no puede ser satisfecha mediante unas determinadas
formas o colores convencionales, tales como se concebían en el pasado, para
ellos los nuevos tiempos dominados por la técnica corresponden a un arte
dinámico que debe esforzarse por representar el rápido ritmo al que se mueven
todas las cosas: “¡hemos llegado a la última cima de los siglos! ¿Por qué mirar
hacia atrás? El tiempo y el espacio murieron ayer, vivimos ya en lo absoluto
puesto que hemos creado la velocidad eterna y omnipresente”. Los futuristas se
sentían satisfechos por lo que consideraban el esplendor del mundo enriquecido por la nueva forma de belleza: la velocidad. “un automóvil de carreras
con su radiador adornado de gruesos tubos como serpientes de aliento explosivo
[….], un bólido que ruge, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que
la victoria de Samotracia”. Tomado del texto: La pintura en el siglo XX, de editorial Salvat. Barcelona, 1973. P.
61.
[16]Vattimo, Gianni. La fine della modernitá, cap. VI. Traducción española El fin de la modernidad. Gedisa, Barcelona 19862. Citado
FM.
[17] Kuhn, T. S. La estructura de las revoluciones
científicas. F. C. E: México, 19713re.
[18] Horgan, John. El fin de la ciencia, 67. Al texto hay que hacerle una crítica y es
que lo que ahí se llama el final de la filosofía, no es más que la lectura de
una corriente de la filosofía contemporánea, dicha corriente es la filosofía
analítica. Su autor ni siquiera se preocupa por mostrar lo que en otras
escuelas del pensamiento contemporáneo se llama final de la filosofía, vgr. la
postmodernidad y el Postestructuralismo. Más aún, el tema que trata no es toda
“la” filosofía sino, una parte de esta que es la “nueva epistemología”; además
se hace curioso que mientras para Vattimo Kuhn es un científico, para el autor
de este libro Kuhn sea un filósofo.
[19] Vattimo, Gianni. FM, 84..
[20] Vattimo, Gianni. FM, 85. Entendiendo por arte las técnicas.
[21] Cfr. Vattimo, Gianni. FM, 86.
[22] Vattimo, Gianni. FM,
86.
[23]
Vattimo aquí cita de la Crítica del
juicio los parágrafos 46 y 47 y de la Antropología
los parágrafos 57 y 58.
[24] Vattimo, Gianni. FM, 90.
[25] Vattimo, Gianni. FM, 90.
[26] Heidegger, Martin. Vorträge und Aufsätze, capítulo III, titulado la superación de la metafísica.
[27] Vattimo, Gianni. FM, 95.
[28] Vattimo, Gianni. FM, 96.
[29] Vattimo, Gianni. FM, 97.
[30] Cfr. Vattimo, Gianni. FM; 98. Sobre este tema del eterno
retorno de lo mismo, del nihilismo y de la temporalidad, Vattimo ha
reflexionado ampliamente en un texto que lleva por titulo Nichilismo e problema della temporalitá (nihilismo y problema de la
temporalidad) en su obra Dialogo con
Nietzsche, texto de noviembre del 20001.
[31] Las artes liberales, propias de los
hombres liberales, se contraponen a las serviles, propias de los esclavos,
diferenciación didáctica ejercida por los autores latinos.
[32] Vattimo Gianni. Estetica moderna. Ed. IL Mulino. 19771.
introducción. Bologna.
[33] Sistema
musical atonal en el que se emplean indistintamente los doce intervalos
cromáticos en que se divide la escala. Con ello, se evita el predominio de una
tonalidad determinada según las leyes de la armonía clásica. Fue ideado por
Arnold Schönberg.
[34] Vattimo, Gianni. Poesia e Ontologia. Cáp. II, pp. 33ss. Ed. Mursia, 19671. Citado PO.
[35] Cfr, Vattimo, Gianni. Tecnica ed esistenza. Paravia Scriptorium, 87 ss. 19971.
[36] Gonzáles Rodríguez Alberto. Piet Mondrian: una nueva dimensión de la plástica. En sociología 10. revista de la facultad de sociología de unaula. N°
10, julio de 1987. pp. 26-33. Medellín.
[37] Vattimo, Gianni. La sociedad transparente. Paidós
Barcelona. 19901. pp. 144.
[38] Vattimo, Gianni. PO, 57.
[39] Vattimo, Gianni. PO, 57.
[40]
Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 58.
[41] Kandinsky, Wassily. Uber das Geistige in der Kunst. Traducción española de lo espiritual en el arte. Ed. Coyoacán México. 19949.
Pág. 105. Citado UGK.
[42] En
Alemania y hasta que el nazismo la clausuró en 1933, una escuela agrupó los
diferentes movimientos geométricos y constructivistas en Europa. Holandeses,
rusos y suizos encuentran en la Bauhaus una acogida calurosa y un
excelente medio en el que desarrollarse. Su pretensión era la síntesis de todas
las artes plásticas y en torno a este lema se aunaron pintores, escultores y
arquitectos tratando de conseguir un retorno a la artesanía que humanizara la
nueva era técnica creciente y amenazante. La fe racionalista de sus tres
fundadores Walter Gropius, Johannes Itten, y Ludwig Mies van der Rohe, todos
ellos arquitectos agrupó a aquellos pintores que prescindían de la tradición
académica para atenerse tan sólo a la geometría de la línea y a la pureza del
volumen, de modo que su influencia fue decisiva para la concepción que habría
de marcar la arquitectura moderna y el
diseño industrial.
[43] Cfr. Vattimo,
Gianni. PO. 60. Gropius sucede en
la dirección a Heinrich van de Velde y consiguió en la primavera de 1919 crear
la Hoschschule für Gestaltung (escuela superior de diseño) que recibirá el
nombre de Das Staatliche Bauhaus Weimar. Contando con la ayuda oficial llamó al
recinto de la nueva escuela a todos aquellos artistas que se habían dado a
conocer hasta entonces en esta línea, con ello consiguió una planta de
profesores de arte que incluía a Paul Klee, Lyonel Feininger, Oskar Schlemmer,
Wassily Kandinsky, Marcel Breuer y a dos hombres fundamentales a nivel
pedagógico: Johannes Itten y Josef Albers a quienes se les confió el curso
básico de formación de los alumnos, de dibujo y adiestramiento, en el que
trataban de limpiar todo a priori y consiguiendo con ello la aptitud necesaria
exigida para entrar a los talleres.
Fueron además profesores de la Bauhaus los
mejores artistas del momento: Malkevich, Mondrian, y Van Doesburg quienes
además dieron conferencias donde exponían su ideario artístico. La Bauhaus trató de conseguir la síntesis de
la abstracción moderna con un espíritu de trabajo en equipo que logro superar
el individualismo de las grandes figuras.
[44] Cfr
Gadamer Hans Georg. Wahrheit und Methode, 107ss, texto original Alemán; J.C.B.
Mohr (Paul Siebeck) Tübingen 19906. traducción española, Verdad y
Método, 143ss, especialmente desde la página 154ss. Ed. Sígueme, Salamanca,
1993. Citado WM.
[45]
Heidegger Martin. Ursprungs des Kunstwerkes. Traducción española El origen de la obra de arte. En arte y poesía. F.C.E. México. 19926°re.
Pp. 119-120. Citado UK.
[46] Krauße, Anna-Karola. Historia de la pintura. Könemann, 1995. Colonia. Pp.70.
[47] Verdone Mario. Il futurismo, Traducción española El futurismo, Ed. Norma 7. Bogotá, 19971. Citado F.
[48] Verdone Mario. F, 38.
[49]
Verdone, Mario. F. 7.
[50] Cfr. Vattimo, Gianni. PO; 97-98.
[51] Para esta parte, nos servimos casí
textualemente del texto de Gadamer La
actualidad de lo bello. Pp. 33ss.
[52]
Verdone Mario. F, 8.
[53] De
este autor se toma la entrevista que sobre el tema se puede encontrar en la
revista Archipiélago N
40-41|2000. Pp. 23-28 y que lleva por título: el arte de pensar el arte. En dicho texto aparecen las posturas de
Carlos Thiebaut quien relaciona la muerte del arte con la partícula post
presente en tantos fenómenos culturales como la posthistoria, la postfilsofía,
la postética, en el sentido del final de la historia, final de la filosofía,
final de la ética, etc., para Félix Azúa lo que hay que demostrar no es la muerte
del arte sino su permanencia, su valor para las sociedades, su capacidad para
expresar significados sin conceptos gracias a unos artefactos íntimamente
inherentes. Félix Duque prefiere hablar del arte actual como muerte prefecta
para referirse a ‘la descomposición de todo intento de trabar al mundo
presente, o sea: ordenación, peso y medida de lo que hay’. Textos que agradezco
al alumno del doctorado Carlos Alberto Cano Hernández quien ha hecho una
ponencia sobre el tema en el 2° semestre del 2004.
[54] De
este autor se tiene en cuenta el artículo Hegel
y el fin del arte en Archipiélago
N 40-41| 2000. Pp. 29-34.
[55] De
Gadamer se tiene en cuenta el texto Die
Aktualität des Schönen (La actualidad
de lo bello) y en éste lo que ha escrito sobre el tema.
[56] Interesa
mirar sólo esto, de éste autor, lo que sigue de aquí en adelante es una
reflexión sobre el arte en España, la
que no incumbe para efectos de esta investigación sobre el tema de la
muerte del arte, tal como es interpretada por Gianni Vattimo.
[57] Muy seguramente se refiere a las Vorlesungen über die Äesthetik que es
traducida al español como Lecciones de estética Ed, Akal, 19891.
Madrid.
[58] Vattimo, Gianni. Introduzione alla estetica
di Hegel. 87.
[59] Vattimo, Gianni. FM; 80.
[60] Vattimo, Gianni. FM; 51.
[61] Vattimo, Gianni. FM; 53.
[62] Cfr- Vattimo, Gianni. FM, 53.
[63] Vattimo, Gianni. FM, 54.
[64] Cfr, Vattimo, Gianni. FM, 55.
[65] Cfr. Vattimo, Gianni. FM, 57.
[66] Vattimo, Gianni. FM, 58.
[67] Vattimo, Gianni. FM, 59.
[68] Sobre la ontología del declinar
Vattimo ha hablado en el capítulo 2° de Al
di la del Soggetto.
[69] Vattimo, Gianni. Arte e utopía. Curso di estetica dell’anno 1971-72, Torino, 1972,
copistería festa-litografía Artigiana M & S. Pp. 2. Citado AU.
[70]
Vattimo, Gianni. AU, 3.
[71] Vattimo, Gianni. AU, 4.
[72] La frase textual de Gadamer reza
así: “Seguramente Hegel no quería decir -¿Cómo iba a hacerlo?- que con el
Barroco y sus formas tardías del Rococó había entrado en la escena de la
historia humana el último estilo de occidente. Él no sabía –lo que nosotros sí
sabemos retrospectivamente- que entonces comenzaba el siglo del historicismo,
y…” Pág. 34. La actualidad de lo bello, Ed. Paidós 19911.
[73] Vattimo, Gianni. La societá trasparente. Ed. Garzanti, 19892; pp. 84ss.
Citado. ST.
[74] Vattimo, Gianni. ST, 90.
[75] Vattimo, Gianni. ST, 91.
[76] Heidegger, Martin, Der Ursprung des Kunstwerkes. El
origen de la obra de arte. El texto corresponde a la traducción española
que realizó el F.C.E. 19586°re..
Páginas 62ss. Citado UK.
[77] Heidegger, Martin. UK, 68 74.
[78] Más adelante (numeral 8.1) de esta
investigación, cuando se trata el problema del arte y la hermenéutica, se vuelve a retomar este numeral 7.1 bajo
el título el problema de la verdad y el
arte. Aunque son exactamente iguales, la insistencia acá se hace en el tema
de la verdad, allá la insistencia se concentra en el problema hermenéutico.
Ambos textos, que son el mismo, sirven como introducción al tema a tratar en el
numeral general del cual hacen parte.
[79] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 170.
[80] Pareyson ha hablado expresamente de la teoría
de la formatividad en su texto Estetica
el que lleva por subtítulo Teoria della
formativitá especialmente en la
segunda parte de esta obra titulada Formación
de la ora de arte. Ed.
Bompiani. Milán, 1998. “En
definitiva formar significa por un lado, un hacer, es decir un cumplimiento,
seguimiento, producción, realización, y por otro, encontrar el modo de hacer,
es decir inventar, descubrir, figurar, saber hacer, de modo tal que invención y
producción vayan a la par, y sólo operando se encuentre la regla de la
realización, y la ejecución sea aplicación de la regla en el acto mismo en que
es descubierta”. Pp. 59-60.
[81] Cfr. Heidegger Martin. UK,
44ss. “Las
interpretaciones de la cosidad de la cosa que han dominado en el transcurso del pensamiento
occidental, desde hace tiempo evidentes y de uso cotidiano, se pueden reducir a
tres….”
[82] Heidegger, Martin. UK, 77.
[83] Heidegger, Martin. UK, 81-82.
[84] Vattimo,
Gianni. Arte e veritá nel pensiero di
Martin Heidegger, 87. Citado: AV.
[85] Heidegger, Martin. UK, 83-84.
[86] Vattimo,
Gianni. AV, 90. Aquí Vattimo cita de UK la página 55.
[87] Vattimo, Gianni. AV, 92.
[88] Cfr. Vattimo, Gianni. AV, 95.
[89] Vattimo, Gianni. AV, 90.
[90] Vattimo, Gianni. AV, 98.
[91] Vattimo, Gianni. AV, 100.
[92] Vattimo, Gianni. AV, 100.
[93] Vattimo, Gianni. AV, 100. Cita
de UK, pp. 58.
[94] “Alle Wahrheit ist einfacht – ist das nicht
zwiefach eine Lüge?-” texto tomado de las obras completas de Nietzsche Werke. 325. Phaidon Verlag GMBH, Essen. La
traducción del aforismo según el texto de la editorial norma suena así: “Toda
verdad es sencilla”. ¿No es esto una doble mentira? Pag. 9. El crepúsculo
de los ídolos, editorial Bedout 19711.
[95] Vattimo, Gianni. AV. 104.
[96] Cfr, Heidegger, Martin. UK, 92ss. La verdad y el arte.
[97] Heidegger, Martin. UK, 93.
[98] Heidegger, Martin. UK, 93-94.
[99] Heidegger, Martin. UK, 95.
[100] Heidegger, Martin. UK, 94.
[101] Vattimo, Gianni. AV, 106.
[102] Vattimo, Gianni. AV, 107.
[103] Heidegger, Martin. UK, 96.
[104] Heidegger Martin. UK. 96-97.
[105] Heidegger, Martin. UK, 67.
[106] Vattimo, Gianni. AV, 107.
[107] Vattimo, Gianni. AV, 107.
[108] Vattimo, Gianni. AV, 108.
[109] Heidegger, Martin. UK, 97. Aquí se juega con dos
conceptos sinónimos instalación e institución, los que perfectamente se pueden
considerar como válidos en el momento de traducir la palabra alemana Ein-richt-ung.
[110] Heidegger, Martin. UK, 97.
[111] Heidegger, Martin. UK, 98.
[112] Heidegger, Martin. UK, 97-98.
[113] Heidegger, Martin. UK, 98.
[114] Heidegger, Martin. UK, 98.
[115] Heidegger, Martin. UK, 105.
[116] Vattimo, Gianni. AV, 110-111.
[117] Heidegger, Martin. Brieff über den
Humanismus en Wegmarken, traducción italiana, Segnavia 267-268. el texto es de la
editorial Adelphi a cargo del profesor Franco Volpi, 19873.
[118] Vattimo, Gianni. AV, 112.
[119] Cfr. Vattimo, Gianni. AV. 112. Aquí Vattimo cita la página 69 de UK.
[120] Heidegger, Martin. UK, 97-98.
[121] Vattimo, Gianni. AV. 113.
[122] Vattimo, Gianni. AV. 113.
[123] Vattimo, Gianni. AV. 114.
[124] Heidegger, Martin. UK, 92-93.
[125] Heidegger, Martin. UK, 100.
[126] Heidegger, Martin. UK, 107.
[127] Heidegger, Martin. UK, 105-106.
[128] Heidegger, Martin. UK, 100. Aquí se juega con las múltiples acepciones sinónimas a que
da cabida el término alemán Riss: rasgón, desgarrón, rotura, grieta.
[129] Heidegger, Martin. UK, 101.
[130] Vattimo,
Gianni. AV, 122.
[131] Heidegger, Martin. UK, 102-103.
[132] Se emplean aquí varios conceptos que son
traducción del mismo concepto alemán Stoss, Scossa, Shock, Sacudida, Golpe,
etc., para lo cual ha servido la traducción vattimiana en su texto La societá trasparente, 63ss.
[133] Vattimo Gianni. La societá trasparente. Ed. Garzanti, 19892, p 70-71.
[134] Vattimo,
Gianni. A V, 125.
[135] Heidegger, Martin. UK, 108.
[136] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 170.
[137] Gadamer H G. Wahrheit und Methode. J. C. B. Mohr (Paul Siebeck) Tübingen, 19906.
48ss. Aquí hemos citado la
página. 58. Aunque
Gadamer trata el tema del genio desde las página 48 bajo el título: Kants Lehre von Geschmack und Genie (La Doctrina kantiana del gusto y del genio).
Citada WM.
[138] Gadamer, H. G. WM, 60.
[139] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173.
[140] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173.
[141] Sobre el concepto de juego y su
relación con la obra de arte, se volverá más tarde, tratado de forma más amplia
al hablar sobre la base antropológica de la experiencia estética.
[142] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173-174.
[143] Gadamer, Hans Georg. WM, 107.
[144] Gadamer, Hans Georg. WM, 116. Aquí debemos aclarar que en
el texto español la expresión Verwandlung
ins Gebilde traduce transformación en una construcción, Vattimo lo traduce
al italiano como transmutación en forma; el término Gebilde tiene una acepción amplia al ser traducido al español:
forma, figura, formación, creación, producto, culto, instruido. Nosotros hemos
decidido para nuestras investigaciones adoptar la traducción italiana,
traduciéndola a nuestra vez como transmutación en forma, toda vez que Verwandlung al ser traducida también
tiene en español una gama amplia de acepciones: transformación, cambio,
conversión, mutación.
[145] Gadamer, H. G. WM, 118-122.
[146]Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 175.
[147] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 176.
[148] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 177.
[149] Gadamer, H. G. WM, 122.
[150] Vattimo, Gianni. PO. 179.
[151] Gadamer H. G. WM, 102.
[152] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 185.
[153] Gadamer, H. G. WM, 92-93.
[154] Cap. 5°.
[155] Vattimo, Gianni. PO. 186-187.
[156] Gadamer, H. G. WM, 106.
[157] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 187.
[158] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 188.
[159] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 192.
[160] Vattimo, Gianni. PO. 193.
[161] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 193.
[162] Cfr. Vattimo, Gianni. PO: 193.
[163] “Comprender lo que alguien dice es,
como ya hemos visto, ponerse de acuerdo en la cosa, no ponerse en el lugar del
otro y reproducir sus vivencias. Ya hemos destacado también cómo la experiencia
de sentido que tiene lugar en la comprensión encierra siempre un momento de
aplicación. Ahora consideraremos que todo
este proceso es lingüístico. No en vano la verdadera problemática de la
comprensión y el intento de dominarla por el arte –tema de la hermenéutica-
pertenece tradicionalmente al ámbito de la gramática y la retórica. El lenguaje
es el medio en el que se realiza el acuerdo de los interlocutores y el consenso
sobre la cosa […] forma parte de la verdadera conversación el atender realmente
al otro, dejar valer sus puntos de vista y ponerse en su lugar, no en el
sentido de que se le quiera entender como la individualidad que es, sino en el
de que se intenta entender lo que dice. Lo que se trata de recoger es el derecho
objetivo de su opinión a través del cual podremos ambos llegar a ponernos de
acuerdo en la cosa”. WM, 387-388.
[164] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 194-195.
[165] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 195-196.
[166] Gadamer, H. G. WM, 137.
[167] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 179.
[168] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 179.
[169] Cfr. Vattimo, Gianni. PO.
179-180.
[170] Gadamer, H. G. WM, 478.
[171] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 181.
[172] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 181.
[173] Vattimo, Gianni. PO. 182.
[174] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 152.
[175] Vattimo, Gianni. PO; 154.
[176]
Para las citaciones de Ser y tiempo, se ha tenido en cuenta el texto original
alemán que corresponde a la edición de Max Niemeyer Verlag, Tübingen. 192616.
En adelante SZ. Y como es bien sabido
no se cita el número de la página sino el parágrafo.
[177] Análisis que ya se deja entrever
desde los llamados escritos de juventud, y que son anteriores a Sein und Zeit; a este respecto puede
leerse textos como Der Begriff der Zeit
(El Concepto de tiempo), Ontologie: Hermeneutik der Faktizität (Ontología: hermenéutica de la facticidad);
textos que son preparación para comprender el análisis existencial llevado a
cabo en su obra del año 1927.
[178] Heidegger, M. SZ,
8.
[179] Heidegger, M. SZ, 12.
[180] Heidegger, M. SZ, 16.
[181] Heidegger, M. SZ, 18.
[182] Vattimo, Gianni. Arte e veritá nel pensiero di Martin Heidegger.5. Citado AV.
[183] Vattimo, Gianni. AV ,7.
[184] Heidegger, M. SZ, 16. 18.
[185] Cfr. Vattimo, Gianni. AV. 8.
[186] Cfr. Vattimo, Gianni. AV. 10.
[187] Volpi, Franco. ¿Es aún posible una ética? Heidegger y la filosofía práctica. En: Seminarios de filosofía. Anuario Volumen 9, año 1996.
pontificia universidad católica de Chile. Pp. 55-56. El profesor Volpi es el
traductor de la obra heideggeriana al italiano, de la casa editora Adelphi.
Además tiene estudios muy interesantes sobre
Heidegger, su relación con Aristóteles en los escritos de juventud. Su
teoría al respecto es que Heidegger es la voz de Aristóteles en la filosofía
contemporánea: “il pensiero heideggeriano rappresenta uno dei momenti
filosofici piú densi della presenza di Aristotele nel nostro secolo” (tomado de
su texto Heidegger e Aristotele. P.
13).
[188] Cfr. Vattimo, Gianni. AV. 11.
[189] Vattimo, Gianni. A. V, 66.
[190] Vattimo Gianni. AV, 66.
[191] Vattimo, Gianni. AV, 67.
[192] Gianni, Vattimo. AV, 69.
[193] Vattimo, Gianni. AV, 70.
[194] Vattimo, Gianni.
PO. 61
[195] Vattimo Gianni. PO.
62
[196]
Vattimo Gianni.. PO. 63
[197] Vattimo, Gianni. PO. 63
[198] Gianni, Vattimo. PO. 64
[199] Gianni, Vattimo. PO; 65.
[200] Kandinsky, Wassily. Über dar Geistige un der Kunst. Traducción española: De lo espiritual en el arte. Ed.
Coyoacán, México, 19949. p. 13.
[201] Gadamer, H. G. Die Aktualitët des Schönen, 78. traducción española. Citada AS.
[202] Cfr. Gadamer, H.G. AS, 78.
[203] Gadamer, H.G. AS, 78.
[204]
Este es el tema fundamental de las Vorlesungen
über die Äesthetik, con el cual Hegel inicia sus lecciones de estética en
Berlín. Puede confrontarse en español además del texto completo, una pequeña
traducción que se hizo y que lleva por título: Introducción a la estética. De ella se podrá encontrar la
referencia bibliográfica al final en la bibliografía.
[205] Gadamer, H. G. Estética y hermenéutica, ed. Tecnos, 19961, 245.
Voluntariamente se ha cambiado la palabra desfiguración por la palabra
re-configuración porque se acerca más al sentido originario que Gadamer quería
darle. Citado EH.
[206]
Gadamer, H. G. AS, 86.
[207] Gadamer, H. G. AS, 87.
[208] Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de la producción
técnica. Gadamer ha utilizado el texto alemán editado en Frankfurt en 1969.
[209] Gadamer, H. G. AS, 89.
[210] Gadamer, H. G. AS, 89.
[211] Cfr. Vattimo, Gianni. Schleiermacher, filosofo dell’interpretazione, 127ss.
[212] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 90.
[213] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 91.
[214] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 92.
[215] Gadamer, H. G. AS, 92.
[216] Gadamer, H. G. AS, 93.
[217] Gadamer, H. G. AS, 93.
[218] Gadamer, H. G. AS, 95.
[219] Gadamer, H. G. AS; 96.
[220]
Gadamer, H. G. EH, 213.
[221]
Gadamer, H. G. EH, 217.
[222]
Gadamer, H. G. EH, 218.
[223]
Gadamer, H. G. EH, 219.
[224]
Gadamer, H. G. EH, 220.
[225]
Gadamer, H. G. EH. 220-221.
[226]
Gadamer, H. G. EH, 221.
[227]
Gadamer, H. G. EH, 215.
[228] Gadamer, H. G. EH, 215.
[229] Gadamer, H. G. AS, 100.
[230] Gadamer, H. G. AS, 100.
[231] Gadamer, H. G. AS, 101.
[232] Gadamer, H. G. EH,
215.
[233] Gadamer, H. G. AS, 101.
[234] Gadamer, H. G. AS, 102-103.
[235] Gadamer, H. G. EH,
215.
[236] Gadamer, H. G. EH, 215.
[237] Gadamer, H. G. AS, 103.
[238] Gadamer, H. G. AS, 103.
[239] Gadamer, H. G. AS, 104.
[240]Gadamer, H. G. AS, 104.
[241] Gadamer, H. G. AS, 105.
[242] Gadamer, H. G. AS, 106.
[243] Gadamer, H. G. AS, 106.
[244] Gadamer, H. G. AS, 107.
[245] Gadamer, H. G. AS, 107.
[246] Gadamer, H. G. AS, 108.
[247] Gadamer, H. G. AS, 109.
[248] Gadamer, H. G. AS, 110-111.
[249]
Gadamer H. G. WM, 126ss texto
original alemán, en la edición española puede leerse el título La temporalidad de lo estético, pp.
166ss.
[250]
Gadamer, H. G. WM, 168. Traducción
española.
[251] Vattimo, Gianni. Schleiermacher filosofo dell’interpretazione, 127-132.
[252] Gadamer, H. G. Die Philosophischen Grundlagen des Zwanzigsten Jahrhunderts. Los fundamentos filosóficos del siglo XX.
En La secularización de la filosofía.
Gedisa. Barcelona, 1994. pp. 89-133.
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