Gadamer y la estética.
0. La estética
0.1. El concepto.
La
estética es el saber acerca del comportamiento humano sensible relativo a las
sensaciones, a los sentimientos y a todo aquello que lo determina;
etimológicamente lo estético procede del griego αισθητιχή
(de αισθησις=
sensación, sensibilidad). Se podría decir que la estética cubre el vasto campo
de la representación sensible de la experiencia humana. A través de la
representación sensible el hombre tiene una imagen de sí mismo, y a través de
ella el hombre tiene conciencia de sí mismo, a través de ella el hombre se ve a
sí mismo.
La
estética estudia no todo tipo de representación sensible de la experiencia
humana sino aquella que se concretiza en la obra de arte. Históricamente han
sido el arte y la belleza quienes han constituido el objeto de la estética, sin
embargo el arte es quien hoy por hoy delimita el campo de la estética.
Podríamos decir que el arte es quien determina el campo de la estética.
Indudablemente el concepto de lo bello hoy por hoy ha perdido su vigencia, esto
se debe al cambio operacional operado en las obras de arte. Por esto mismo el
concepto de estética resulta hoy por hoy poco adecuado para designar el amplio
campo del arte. “En muchos de los nuevos productos artísticos la sensación ha
dejado de ser el principal cauce de una
experiencia que echa raíces en el concepto”[1].
El
hecho de que las nuevas experiencias artísticas se basen en el concepto más que
en la sensación, de modo que en algunas de estas nuevas experiencias ya no se
trata tanto de captar los aspectos sensibles de la obra sino la información que
la misma nos brinda, los aspectos conceptuales inherentes a las mismas. Sin
embargo en otras obras se hace necesario prestar atención a los elementos de
tipo sensible, como tal es el caso de la Gioconda o los Girasoles de Van Gohg,
en estas obras por más información que poseamos sobre ellas, jamás podremos
captar lo que realmente ellas tienen para decirnos si nuestro estar-allí,
nuestro habitarlas no se concretiza realmente; la presencia real de quien
contempla y de quien habita la obra de arte, en estos casos se hace
imprescindible.
Contrariamente
obras como el Secador de botellas de
Marcel Duchamp o las Cajas de brillo
de Andy Warhol requieren que sean comprendidas concretamente no desde aspectos
sensibles sino desde conceptuales, los cuales brindarán el verdadero
significado de las mismas.
Todo
esto plantea un problema central según el cual la estética se define como
aquella disciplina que estudia la experiencia estética no partiendo
necesariamente de la sensación ya que existen algunos fenómenos artísticos que
exceden el campo de lo meramente sensible a favor de lo conceptual. Justamente
frente a este problema existe el término “filosofía del arte” que podría ser
más acertado para designar el vasto campo del arte. Termino éste que podría
concretizarse con el de lo bello, quedando así definido como “filosofía del
arte bello”.
Justamente
fuera Hegel quien ya para su tiempo empezara a ver que hay fenómenos artísticos
que no se aprecian realmente cuando se captan desde lo meramente sensible sino
que necesitan dar el salto hacia lo conceptual, obras de arte que apelan más al
pensamiento, que invitaban más a la consideración reflexiva que a las
sensaciones, este fenómeno fue uno de los que influyera para que él acuñara la
expresión carácter pasado del arte, carácter pretérito del arte o muerte del
arte. Obras conceptuales, que apelan al carácter reflexivo más que al sensible
y que por lo tanto requieren de una actitud pensante, actitud que es requisito
para adentrarnos en el arte conceptual del siglo XX.
0.2. Nacimiento y desarrollo.
Aunque
desde la antigüedad y la medievalidad existen reflexiones sobre las obras de
arte, estas derivaban de reflexiones filosóficas de carácter metafísico; tal es
el caso de la reflexión platónica sobre el arte, el cual se deriva de su
concepción metafísica basada en la concepción dualista del mundo. Justamente
por esto la estética como disciplina autónoma es algo relativamente reciente.
La
estética surge como disciplina autónoma en el período que va del Renacimiento a
la ilustración y más formalmente con el pensador alemán Alexander Gottlieb
Baumgarten, quien es considerado como su padre y concretamente en su obra Aesthetica; con Diderot y en la segunda
edición de su Enciclopedia la
estética adquiere el estatuto definitivo de autonomía; finalmente será Kant
quien fije el estatuto iniciado por Diderot al separar la nueva disciplina de
las esferas del conocimiento (científico) y de la moral.
El
nacimiento de la estética coincide con el lugar de privilegio que adquiere el
hombre como ser autónomo y con el valor que adquieren sus experiencias, es
entonces cuando deviene sujeto en contraposición al mundo medieval que
considera al hombre creatura de Dios y ocupa un puesto en la jerarquía de los
entes creados por Dios. Por lo tanto la estética lleva en su ser la marca de la
modernidad; ello quiere decir que la modernidad elabora un estatuto sobre el
hombre, sobre sus decisiones, sobre él como centro; ello quiere decir que si el
hombre es un ser de sensaciones, sentimientos y decisiones, también lo es de
elecciones y pensamientos, en este sentido la nueva disciplina responde a una
nueva concepción del hombre ya no determinado por su ser creatura sino por su
ser sujeto. Esta es la razón por la cual en la época de la ilustración, la
estética será la disciplina filosófica de moda, la que aparecerá en revistas,
diccionarios, enciclopedias, etc., a
todo esto se suman las muestras en los salones, los museos y las galerías,
hechos estos que propiciaron lo que hoy podemos llamar opinión pública, critica
de arte, curadores de arte, etc.
La
estética llega a ser disciplina autónoma cuando se separa de las artes útiles o
artesanas, de la utilidad que la consideraba el arte como función educativa o
religiosa ya que en la medievalidad el arte no estaba separada de su función
educativa y su función religiosa; por esta época el artista es un artesano que
elabora vitrales, murales, pinturas, esculturas, retablos y mosaicos que han de
servir como Biblia para el pueblo, son trabajos puestos al servicio de una
función: educar al pueblo que no sabía leer ni escribir; a partir del
Renacimiento el artista empieza a ser artista y la obra empieza a valer no
tanto por su utilidad o su función sino por lo que es en sí y por quien la
hizo. Así en esta época las obras de arte empiezan a valer comercialmente por
el autor que las hizo. A partir de entonces, la obra de arte no va a ser
producto de una intervención divina sino que lo decisivo en ella va a ser la
elección del artista, sus decisiones, sus motivaciones, su forma de pensar y de
ver el mundo. El artista empieza a ser un ser desarraigado, bohemio y
vagabundo; con ello el arte al separarse de lugares los específicos empieza a
buscar su propio lugar, su propia comunidad y su propio cliente. Desde ahora
los prelados, los príncipes y los aristócratas serán quienes buscarán conseguir
o comprar las obras de arte.
0.3. El desarrollo histórico.
Lo
bello sensible se distingue de lo bello eidético, los Padres de la Iglesia
distinguían entre las cosas sensibles (αισθητά) y las cosas inteligibles (νοητά);
ellos lo hacían conservando la distinción que ya había sido iniciada por Platón
respecto al aspecto sensible y lo suprasensible, sin embargo la distinción ya
se había vuelto una discusión de carácter metafísico, con ello se da una
especie de intelectualización de lo estético. Según esta la búsqueda de la
belleza implica una negación de la realidad tal cual la perciben los sentidos.
En los diálogos platónicos se puede encontrar una jerarquía respecto a la
belleza: la belleza de los cuerpos o belleza sensible, tema este que es tratado
en la obra platónica Hipias Mayor; por otro lado se encuentra la belleza de las
almas o belleza espiritual que se desarrolla especialmente en el Fedro;
finalmente se encuentra la belleza en sí o belleza arquetípica que
especialmente se discute en el Timeo, en el Banquete y en los diálogos de
influencia pitagórica. De todo esto sobresale el hecho de que Platón valoraba
altamente la belleza ideal, trascendente y absoluta, por el contrario le
restaba importancia a la belleza sensible y sus manifestaciones; la belleza
ideal para Platón desplaza en importancia y significado a la belleza real y
concreta.
Aristóteles
se interesará en la dimensión contemplativa y esta asociada a lo estético, justamente
esta es la base sobre la cual se apoya la distinción entre lo bueno y lo bello:
lo bello se contempla, lo bueno se realiza, se hace. Sin embargo lo
contemplativo quedará supeditado a lo racional, a lo matemático, a las leyes y
lo lógico.
Son
los estoicos quienes asociaran la belleza con la armonía de la naturaleza
universal y con el bien; belleza que no se revela inmediatamente sino que se
manifiesta a través de un proceso de observación de la naturaleza inmediata y
con ello se captará la naturaleza universal en todo su orden y su finalidad;
con esto también los estoicos están supeditando lo sensible y contemplativo a
lo racional, ya que en ellos impera la necesidad de traspasar, trascender lo
inmediatamente dado para ir más allá.
Plutarco
manifiesta cierto interés por la apreciación sensible del arte en el sentido
que la fruición de la belleza incide de un modo especial en lo sensible del
hombre e incluso sobre un aspecto irracional de su ser; sin embargo su doctrina
desemboca en una concepción intelectualista cuando sostiene que el arte es
esencialmente conocimiento.
Plotino
sostendrá que el arte no imita lo directamente visible a través de los sentidos
sino que penetra en las razones profundas de las que emanan las cosas
naturales. La belleza es interior pues ella pertenece a la esfera del alma y
del espíritu; el arte es la representación exterior de una idea interior,
espiritual; a través del arte la idea sale de su mundo velado y se hace
sensible, en este sentido el arte es una invitación para que viendo la
exterioridad de la idea retornemos a lo interior. La esencia de la belleza es
espiritual y mora en el intelecto de la divinidad creadora, el artista al
participar de este intelecto, logra formar y plasmar materialmente la obra de
arte; Plotino está interesado en la belleza espiritual y suprasensible y el
hombre para poder contemplar dicha belleza debe abandonar la visión de los
ojos; con ello está insistiendo en la necesidad de una posición ascética que
requiere de conversión y purificación.
Los
autores cristianos que llegaron a plantearse cuestiones estéticas lo sensible
se enmarcará dentro de un orden espiritual; el mundo es bello porque en todo se
descubre una finalidad y un propósito. Además se concibe el arte como una
didáctica que está al servicio de la fe; en este sentido las formas sensibles
vienen a ser símbolos de las verdades reveladas; el arte cristiano apunta
siempre hacia una realidad sobrenatural.
Además
de esto, la belleza moral prontamente opacaría la belleza sensible; esto se
debe a que los paganos con sus espectáculos crueles y sangrientos en el circo
romano, las representaciones teatrales, los banquetes y festines eran reflejo
de entre los paganos y ante los cristianos de una vida donde faltaban los
valores morales; esto hizo que los cristianos optaran por una vida donde
primaba la belleza del ideal moral y con ello le concedían al arte un
significado alegórico.
San
Agustín en sus escritos insistirá en la correspondencia entre lo sensible y lo
intelectual en lo artístico; la belleza sensible es una ordenación de
percepciones, algo así como una síntesis de racionalidad y de impresiones
sensitivas en donde lo decisivo es la forma; en este sentido la belleza
arquitectónica hace gozar nuestra mirada y nos arrebata el ánimo hacia sí. Después,
en un segundo momento de su obra, insistirá en que la belleza sensible que
aprehendemos directamente es valorada en función de su carácter simbólico; en
este sentido insistirá que la belleza física es un símbolo de la belleza
divina, belleza esta que no es valorada por los sentidos sino por el espíritu;
lo bello físico tiene su valor en cuanto es creada por Dios, es un pálido
reflejo de la belleza suprema que es Dios mismo. Dentro del contexto pagano en
que se mueve, san Agustín enfatizará la belleza moral sobre la sensible; la
belleza en este sentido es la virtud tras la cual debemos ir en su búsqueda.
Dionisio
Areopagita introducirá dentro del contexto cristiano un concepto abstracto de
belleza; según este la trascendencia con sus atributos metafísicos se
identifica con el concepto de perfección; la belleza adquiere una exaltación
suma en detrimento de lo sensible y de lo concreto; lo sensible deja de ser un
fenómeno de observación y de experiencia y se convierte en un objeto totalmente
inmerso en el misterio.
Para
San Juan Damasceno, el hombre está compuesto de materia y espíritu, por lo
tanto el arte estará supeditada a esta doble composición; en este sentido las
realidades espirituales se captan a través de las impresiones sensibles, pues
lo espiritual está mediado por el cuerpo; por medio de la contemplación de las
obras artísticas ascendemos a la contemplación de las realidades espirituales;
la función de la imagen sensible es la de hacer visible lo invisible.
Durante
el medioevo se da una tendencia cada vez más creciente a espiritualizar las
formas sensibles; en este sentido las representaciones del cuerpo humano,
aligeradas de cualquier residuo de pecado, ocupan un puesto intermedio entre la
realidad terrena y la gloria celestial; la música debía ser un medio para
preparar a los fieles para la glorificación y la adoración; el canto gregoriano
se presenta en este sentido como algo paradigmático pues tenía como finalidad
preparar a los fieles para la glorificación y la adoración a través del recogimiento
y la austeridad; en este sentido esta expresión artística alcanza las más altas
cumbres de la espiritualidad cristiana; el canto gregoriano transporta la mente
a un estado de pureza y austeridad tales que pareciera que se toca lo
sobrenatural.
Durante
la Escolástica se encuentran referencias estética donde se acentúan de modo muy
especial el carácter matemático de la belleza, la identificación de ésta con la
luz metafísica y la adecuación con el intelecto; la belleza va a depender de la
identidad de proporciones; la armonía de los cuerpos compuestos se origina en
las cinco proporciones que se establecen entre los cuatro primeros números y
que son el fundamento de las melodías, movimientos y ritmos musicales.
Santo
Tomás de Aquino definirá la belleza como aquello que gusta al se contemplado
pareciera que en esta definición se concediera un gran valor a lo sensible pues
lo que nos agrada o desagrada depende de nuestra percepción visual; sin embargo
para el santo, el placer que suscita lo bello más que de orden sensible es de
orden intelectual ; lo bello reside en la forma, más no una forma externa sino
una forma interna; forma interna que es el principio ontológico que determina
las cosas en sus esencia y cualidades; de donde se deduce que lo que constituye
la belleza no es la apariencia sensible de las cosas sino la forma que subyace
detrás de dicha apariencia; en este sentido el santo insistirá en que los
secretos del ser se irradian a la inteligencia. En este sentido el placer que
se experimenta ante un objeto bello es de orden intelectual; la inteligencia es
la facultad que permite aprehender la belleza; la belleza deleita al intelecto;
la belleza se adecua al intelecto y este se complace en el orden y en la unidad
que la caracterizan; con todo esto se presencia un desplazamiento de la belleza
sensible a favor de una belleza espiritual; esto hizo que en la alta edad media
las nociones sobre el arte llegaran a intelectualizarse de tal modo que el
estudio del arte se convirtió en el objeto de las ciencia especulativas, el
concepto de ciencia se asocia generalmente con el de arte.
El
Renacimiento al insistir en los dos grandes paradigmas estéticos: la
perspectiva y la proporción los abordará desde una dimensión científica; en
este sentido los esfuerzos de Piero della Francesca se encaminan a solucionar
los problemas de la perspectiva según los principios de la óptica; la belleza,
dirá León Battista Alberti, se contempla con los ojos pero se valora con la
razón; el arte ha de ceñirse a reglas generales que expresan un orden, una
proporción y una armonía de formas; en este sentido debe recordarse que para
Leonardo el arte es inseparable de la ciencia; para Marsilio Ficino y la
academia florentina tanto la belleza como el arte, teniendo una connotación
marcadamente metafísica, dependerán de una armonía cósmica; la belleza es un
don intelectual que atrae únicamente a los cognoscentes; para que esta pueda
iluminar un cuerpo es necesaria una preparación previa de la materia, la que
supone un orden, un modo y una especie; el espíritu ilumina las mentes para que
puedan apreciar y valorar las formas, los colores y los sonidos.
0.4. El aporte de Baumgarten.
Dentro
de este contexto Baumgarten comprende que el conocimiento no solo proviene de
la claridad y la distinción que propugnaba Descartes, sino que el conocimiento
confuso podía ser sometido a un orden y una coherencia; con ello existía una
posibilidad de perfeccionamiento para el conocimiento sensible pero la vía
propia para este objetivo no era la racional sino la sensible, verdad estética.
Perfección del conocimiento sensible que es la belleza, representada esta en la
universalidad del concepto no en los casos particulares; en este sentido el
objetivo de su texto Aesthetica es la
discusión sobre si la belleza es la máxima perfección del conocimiento
sensible; con ello este autor está abriendo el camino para que se de la
posibilidad de la estética como tal.
Para
este autor el conocimiento sensible alcanza su máxima dignidad cuando expresa
la belleza; el conocimiento sensible, no porque sea sensible deja de ser
conocimiento; este autor presiente que hay algo muy profundo y fructífero en
los fenómenos del conocimiento inferior y sensible, hay en ellos una autonomía
tal que se hace necesario poner de relieve; autonomía según la cual lo estético
no se debe traducir a esquemas lógicos sino que ha de ser estudiado de modo
independiente.
Para
este autor, la problemática estética exige que se replanteen a fondo las
cuestiones sobre la naturaleza del arte, el juicio estético, el sentimiento, el
gusto, lo bello y la belleza, todo esto encaminado a responder a la pregunta
¿Qué es propiamente la conciencia estética?
0.0.2. El concepto de arte.
Recorrido histórico respecto al
concepto de arte.
Para
Platón el concepto de arte es muy ambiguo pues incluye dentro de este a los
artesanos, a los músicos, a los cocineros, a los comediantes y a los que de una
u otra manera tienen que ver con la tragedia griega.
Con
ello este autor está incluyendo el arte dentro del contexto de la tekhne y con
ello quiere enfatizar el conocimiento teórico y práctico que suponen los
procesos de plasmación y de ejecución. La artesanía tiene como finalidad
alcanzar resultados en los objetos artificiales mediante un método, mediante la
utilización de un conocimiento ideal que se debe imitar.
Aristóteles
considera que el arte imita el orden interno de la naturaleza y su actividad
teleológica; el arte, así como la naturaleza busca un fin que encuentra bajo la
forma de un resultado; pero en el caso del arte es un movimiento consciente y
es una actividad del espíritu; resultado que procede formalmente de la
imaginación.
Para
este pensador el arte presupone un conocimiento racional y unas reglas
apropiadas que hagan posible el logro de un fin deseado y preconcebido. Desde
este punto de vista el arte es habilidad y ciencia, destreza y conocimiento
Para
Plotino el concepto de arte está condicionado a la plasmación de la belleza
ideal en la esfera de lo real y por el modelo que ella debe imitar. Según este
autor todas las artes que imitan son producto de la vida terrena pues tienen
como modelo un modelo sensible; sin embargo aquellas experiencias artísticas
que logran plasmar sus obras desde la simetría, tienen que ver con la deducción
de sus principios desde un mundo ideal.
El
concepto de arte para este pensador va a estar inspirado siempre en la relación
que se establece entre lo ideal y lo real, lo suprasensible y lo sensible; el
artista al pensar la obra, al idearla, al imaginarla la concibe idealmente, sin
embargo cuando la plasma la realiza realmente, materialmente. Por eso se podría
decir que el arte más excelso es como una ‘idea fuerza’ o ‘idea dinámica’ que
se realiza espontáneamente.
Para
el cristianismo el arte se considera como un medio para expresar la realidad
espiritual, realidad que subyace detrás del orden creado y de la esfera de la
gracia. El arte se hace simbólico y tiene una función didáctica y litúrgica.
El
medioevo consideró el arte como una virtud y como una disposición particular de
la naturaleza humana que no está latente en potencia sino en acto. Los artistas
y los artesanos se guían siempre por razonamientos y toda acción que ellos
realizan en el campo del arte se remonta en última instancia a un pensamiento.
Las disposiciones operativas en última instancia se remontan disposiciones
cognoscitivas. A lo largo de todo el periodo antiguo y medieval el arte quedó
relegada a ser una experiencia servil y el artista quedó relegado al papel del
artesano, con razón se puede decir que para estos periodos el artista tenía el
rango de artesano y que todo intento por salirse de estos parámetros le estaba
prohibido pues desde las artes liberales al artista se le imponían ciertas
condiciones.
Con
el Renacimiento cambia la situación, cambia el estatus del artista y del arte,
primeramente fue la pintura quien dejó de ser un arte servil pues deja de ser
considerada una artesanía y consigue el estatus de arte bella, después y dentro
de este mismo periodo sería la escultura quien adquiriría su estatus propio; en
el mismo Renacimiento el artista se considera diferente al artesano; el artista
crea obras de arte, los artesanos realizan un oficio creando cosas útiles.
Estos cambios se deben al hecho de que en el Renacimiento se operan cambios que
transformarían la sociedad, tales como la clase burguesa, los intercambios
culturales, el surgimiento de la economía basada en el flujo comercial y en los
prestamistas, los intercambios culturales, la urbanización de las ciudades, la
clase dirigente representada en la persona del príncipe y la incipiente clase
diplomática, la educación pública, etc.
Entre el arte y la belleza.
La
estética contiene dos grandes regiones: el arte y la belleza; durante la
época antigua y la edad media el
concepto de belleza ocupó un lugar preponderante el cual opacaba el concepto de
arte; sin embargo a partir de la edad moderna y hasta nuestros días el concepto
de belleza resulta opacado por el concepto de arte, en nuestros días hay una
reflexión muy fuerte sobre el arte; ello se debe al hecho de que se han dado profundos
cambios en las obras de arte, sobre todo durante el siglo XX.
La
belleza parece no estimular mucho al pensamiento, en cambio el concepto de arte
se convierte en el tema central sobre el debate relativo a lo estético; sobre
la cuestión del arte giran las reflexiones estéticas en nuestros días.
En
épocas anteriores nadie podía haberse imaginado que una rueda de bicicleta montada
sobre un banco de cocina podría ser una obra de arte; sin embargo la pregunta
frente a este tipo de fenómenos no es ¿Qué es el arte? Sino más bien ¿Cuándo
hay arte, cuándo acontece el arte? ¿Cuándo algo tiene pleno derecho a ser
considerado arte?
Si
el concepto de arte no tiene una dimensión universal, lo que si tiene una
connotación universal, por ser una dimensión antropológica, es la dimensión
estética; justamente esto es lo que se deja entrever en el hecho de que todas
las culturas de una u otra manera utilizan variados soportes en las prácticas
que las representan y que tienen una dimensión estética: los sonidos, las palabras
y las imágenes visuales.
En
este sentido se puede decir que lo más característico de la cultura occidental
es la exaltación de la forma y unida a esta, a partir del siglo XX, la
exaltación del concepto. Esto implica que para la cultura occidental el concepto
de arte no resulta de una necesidad lógica ni necesaria ni suficiente y menos
aún no tiene una necesidad universal.
0.0.2.1. Problemática inherente al
concepto de arte.
Hasta
el siglo XX se tenía una definición más o menos clara sobre lo que era el arte,
sin embargo la ruptura paradigmática que Duchamp introdujo dentro del ámbito de
lo estético puso dicha definición en entredicho; a partir de entonces lo que
podría caracterizar el arte es que no se puede definir.
Tratando
de definirla, Croce sostiene que el arte es aquello que todos saben lo que es,
de modo tal que si no supiéramos lo que es o al menos no tuviéramos una vaga
idea, no podríamos realizar la pregunta acerca de lo que es el arte. Teodoro
Adorno sostiene lo contrario a Croce cuando dice que el arte ha dejado de ser
aquello que todos saben lo que es, de ahí que lo más propio para Adorno sea el
hecho de que el arte ha perdido su evidencia. A esta confusión se suma el hecho
de que cada época histórica ha entendido de forma diferente lo que es el arte,
en otros términos se puede decir que cada época histórica ha tenido una
concepción diferente de lo que es el arte. La pregunta que frecuentemente nos
formulamos es ¿Todo es arte? ¿Acaso el arte no tiene límites?
Gadamer
ha tratado de conceptuar al respecto cuando reconoce que el arte ha dejado de
ser para nosotros un conjunto de formas comunes para contenidos comunes; el
arte ha dejado de ser algo común, pues no existe una comprensión colectiva para
comprender lo que es la obra del artista. Lo que se está poniendo de manifiesto
a partir de todo esto es que el arte necesita ser justificado; el arte necesita
una justificación. (65).
La
justificación de la necesidad del arte, según Gadamer, se reduce a mostrar el
carácter antropológico de la misma, cosa que hace en su texto La actualidad de lo bello; justificación
que se hace inminente sobre todo cuando el arte se nos ha hecho extraño, se nos
ha hecho lejano y cuando lo que vemos aparentemente no tiene nada de artístico.
Marcel Duchamp ha sido en sus ready-mades un momento decisivo pues el concepto
mismo de arte se torna ambiguo, ya que la producción de la obra de arte queda
puesta en entredicho; cuando Duchamp firma productos industriales está negando
la producción individual propia de la obra; en este sentido se puede decir que
quien firma es quien da acta de ciudadanía a la obra de arte. Si la categoría
artística la da quien firma, entonces lo que se está cuestionando es el
carácter mismo de la obra, y el individuo mismo, que es quien la produce.
El
arte no es solo sensación, es también cosa mental, luego la carga histórica que
recibimos como herencia respecto al arte, resulta cuestionada, el concepto
mismo de estética se torna insuficiente para designar el fenómeno del arte;
todo esto jalona una nueva concepción respecto al tema del arte, concepción que
se basa en el hecho de que entre placer y conocimiento no necesariamente hay
una contraposición sino una asociación, en este sentido se habla de un placer
intelectual o un placer teórico; en el acto de disfrute de quien contempla la
obra se da también un acto de teorización, un acto de intelectualidad o
conceptualización.
Las
nuevas concepciones estéticas se esfuerzan por tratar de superar la oposición
que la tradición realizó entre goce y reflexión, ya que para esta tradición el
goce es una cosa y la reflexión es otra; de lo que realmente se trata es de
disfrutar y de reflexionar el fenómeno del arte, el placer reflexivo parece ser
la nueva experiencia estética desde la cual sea posible explicar la justificación
del fenómeno del arte.
Características que definen el fenómeno
del arte.
Una
primera característica que define el fenómeno del arte es que el arte produce
belleza. Esta característica estuvo vigente más o menos hasta el siglo XIX y es
la expresión que sirve de base a lo que se llamó en su momento Bellas artes;
sin embargo no siempre lo bello y el arte se asocian ya que en el mismo siglo
XIX Karl Rosenkranz incluye lo feo como una categoría estética; si lo feo no
tuviera una connotación estética entonces la obra de Goya quedaría en
entredicho, lo mismo que la de Picasso.
Una
segunda característica es que el arte representa o reproduce la realidad (68). Esta
es la definición que defienden Platón y Aristóteles; el mismo Leonardo
sostendrá que merece llevar el nombre de pintura más la que más se aproxima a
lo que representa. Sostienen algunos que esta segunda característica del arte
está hoy en desuso; sin embargo en nuestros días se han dado movimientos como
el hiperrealismo que tratan de representar la realidad con obras que intentan
fotografiar la realidad (puede confrontarse Retrato
de David Bowie del grupo Mondongo, una purpurina sobre madera).
Una
tercera característica es que el arte es la creación de formas. Esta es otra de
las características que ya se encuentran en Aristóteles cuando sostiene que lo
que se le exige a las obras de arte es que tengan forma. Definición que en
nuestros tiene la tendencia a caer en un
extremismo cuando algunos sostienen que la obra de arte solo puede
existir en cuanto es forma.
Una
cuarta característica que define al arte es que ella es expresión. Es decir el
arte es creación y producción. El artista crea y produce algo que trata de
expresar en la obra de arte. Es la definición que defiende Benedetto Croce, así
como Kandinsky. El problema es que esta definición no cuadra dentro de los
esquemas del arte racionalista y el arte
conceptual.
Una
quinta característica es que el arte produce, genera la experiencia estética.
Es decir que el arte produce en el espectador, en el fruidor una experiencia
extática, sobrecogedora, casi sagrada.
Una
sexta característica es que el arte produce un choque, un shock, una sacudida
violenta en quien tiene una experiencia de la obra de arte. Necesariamente esta
definición apunta al efecto que la obra de arte produce en el espectador.
A
partir de estas se han tratado de dar definiciones sobre lo que es la obra de
arte: la obra de arte reproduce cosas, crea formas, expresa experiencias que
generan disfrute y deleite o que incluso producen un shock, una sacudida una
confrontación; el arte es producto de una actividad humana consciente; el arte
eleva el espíritu hacia las alturas; sin embargo cuando contemplamos una obra
de arte la desligamos de todo aquello que pudiera estar a la base de su origen,
la verdadera obra de arte se exhibe por ella misma en todo su esplendor, el
arte es un (cuasi) sujeto que por sí mismo toma sus determinaciones, sus
orientaciones, sus propias decisiones. Tal es el caso de un obra que fue hecha
para ser un objeto de piedad y termina siendo una obra de arte para exhibirse
en una galería o museo de arte.
Dentro
de este contexto, es necesario remitirse a lo que sería otro rasgo
característico del arte: la relación entre acto consciente del artista y azar.
Rasgo que genera una cierta disputa pues es un hecho que el artista plasma en
la obra un acto consciente, sin embargo a veces el azar hace que muchos
artistas lleguen a encontrar fortuitamente lo que realmente querían expresar en
la obra. Esto pone de manifiesto el hecho de que hay obras que son producto
consciente del artista que las preconcibe y que hay obra que son hijas del
azar, es el artista en su afán por producir la obra, termina encontrándose con
algo que verdaderamente no buscaba y que finalmente termina siendo una obra de
arte.
Lo bello y el ser en la estética
antigua.
1. El problema de la modernidad en la
estética antigua.
El
significado del pensamiento antiguo para la historia de la estética, es en gran
parte problemático. Las posiciones interpretativas se mueven en dos
direcciones: la primera dirección es aquella que recalca la insuficiencia del
problema estético en la antigüedad, en cuanto no es tratado a profundidad; la
segunda dirección es aquella que trata de buscar en la antigüedad las premisas,
más o menos explicitas, de teorías filosóficas modernas.
Sin
embargo la única manera de adentrarse en un problema histórico es teniendo
algunos preconceptos, ya que sólo de esa manera se hacen hablar los textos, se
elabora la figura de un autor o de una época determinada.
Vattimo
rastrea el problema de la modernidad en la estética antigua, recurriendo al
sentido de lo bello desde la percepción, que de ello hace el sujeto, siempre a
un doble nivel: inconsciente y consciente.
En Platón
la belleza asume caracteres dicotómicos, a su vez entre una belleza romántica y
una belleza ejemplificada en una visión formal o intelectual; idea de lo bello
que se identifica con la simetría, la armonía y la proporción.
En Aristóteles
dicha dicotomía asume los caracteres de la mimesis y el ritmo. La mimesis no
corresponde a la dependencia del arte respecto a la naturaleza; la mimesis se
presenta como la proporción que se da entre la tragedia y la mentalidad de los
espectadores. La mimesis es un principio al cual corresponde una proporcionalidad
entre tragedia y espectador.
El
ritmo es la proporcionalidad de la estructura de la tragedia considerada a
nivel racional, consciente e irracional, inconsciente. La primera toca al nivel
religioso moral y la segunda al nivel catártico. Al nivel racional consciente
corresponden las valoraciones morales y cognoscitivas, la experiencia estética.
Lo bello y lo feo corresponden según el autor que Vattimo está tratando – Warry
– al nivel subconsciente[2].
2. La disolución de la ontología de lo
bello en Aristóteles.
Según
el autor Grassi[3],
que Vattimo comenta, las vanguardias del novecento son manifestaciones de una
disolución comenzada con Aristóteles, en su teoría del arte como representación
de lo posible y como actividad pura, de interpretación subjetiva del mundo,
confiada al arbitrio del individuo y a la esfera de las emociones, sin ningún
fundamento ontológico[4].
Grassi
busca recuperar el carácter ontológico de lo bello y un rechazo de la esfera
estética entendida como un construir desinteresado, del juego y del desempeño.
El estudio de Grassi tiene un doble objetivo: por un lado buscar las raíces de
la desontologización de lo bello que se concluye con el esteticismo. Por otro
lado busca recuperar las líneas principales de otro modo de colocarse frente a
lo bello, capaz de satisfacer las exigencias ontológicas que el arte de hoy
manifiesta[5].
Vattimo
rescata de Grassi el rastreamiento que hace de los orígenes de la teoría de lo
bello en Grecia, remontándola hasta Homero; es decir la rastrea hasta su carácter
religioso, donde lo bello aparece como manifestación de un ser superior, bajo
los caracteres de luminosidad y evidencia; hecho este que es muy importante,
pues incidirá en el desarrollo de la estética medieval. Lo bello aparece como
evidencia y luminosidad de un trascendental.
Más
allá Grassi rastrea en algunos textos de Platón la doctrina de la belleza.
Donde lo bello es manifestación del ser luminoso y perfecto.
La
dialéctica de lo bello como exploración ontológica y no estética, es expresada
en el Fedro y en el Simposio. La doctrina de la mimesis en
Platón no es tanto una doctrina estética, cuanto una doctrina ontológica, en el
sentido que la mimesis no es una alternativa entre representar e imitar, en el
sentido de copiar, cuanto que el arte imita las cosas, el arte representa las
ideas. Sin embargo el arte no agota lo bello, el arte no es más que un aspecto
de lo bello, el arte se inserta dentro de una teoría sobre lo bello.
Propiamente
el esteticismo hay que rastrearlo, según Grassi, en Aristóteles, no propiamente
en Platón, ya que la obra de arte, en cuanto manifestación de lo bello, no es a
su vez manifestación del ser, sino representación de una posibilidad del
hombre, representación que es dejada a la elección del arbitrio del poeta.
Vattimo
comparte parcialmente la interpretación de Grassi, sobre todo en lo que se
refiere a Aristóteles; sin embargo dice Vattimo, que Grassi no sometió a
suficiente discusión, el concepto de arte como imitación de la naturaleza; si
hubiese hecho esto, hubiera limitado su interpretación sobre Aristóteles. Dice
Vattimo que lo mismo sucede cuando habla sobre la tragedia griega y el carácter
representativo que ésta tiene, el que es también, según Vattimo, liquidado de
manera poco convincente, ya que aquí se puede dar una posibilidad ontológica
para el arte desde el planteamiento aristotélico[6]. Aunque también es cierto
que la teoría platónica da cabida a su carácter ontológico de lo bello, como
manifestación del ser, en Aristóteles se da cabida a la relación de lo bello con
la naturaleza y la realidad histórica.
Aristóteles
llega a esta conclusión indicando la función del poeta como imitación no ya del
ser, sino de lo posible, ya que el arte es producto de una de las posibilidades
del hombre.
No
todo acaecimiento o acción es praxis, sino aquella que está dotada de
completitud, de coherencia interna, esta es la única condición para que se de
la imitación poética.
Aristóteles
es el iniciador de la desontologización del arte, ya que separa arte y ser,
separación que desemboca en el esteticismo y en el tecnicismo de la modernidad.
Dicha
separación se da entre ser y belleza, entre ser y arte y la integración de los
mismos; esta doble perspectiva aparece como separación continua y persiste aún
en nuestros días; la línea de Platón por un lado, la línea de Aristóteles por
el otro.
Según
Vattimo, la teorización aristotélica no da lugar a teorizaciones sobre
estética, sino que da lugar a tratados sobre poética. Sin embargo Vattimo en la
crítica a Grassi abre la posibilidad de una discusión sobre el carácter
ontológico del arte en Aristóteles; Vattimo a este respecto se pregunta ¿el
hecho de que en Aristóteles el arte represente una posibilidad humana no abre
con ello la posibilidad para el arte de una raíz ontológica? ¿las posibilidades
que el poeta representa, imita sobre el hombre no constituyen también ellas
aspectos del ser?
3. Ontología de lo bello como fundación
existencial.
Vattimo
discute la propuesta de Pepper[7], el cual se confronta con
la estética moderna, refutando la identidad que ésta hace entre el problema de
lo bello y el problema del arte. Así es como distingue entre estética y teoría
del arte, dedicando su atención a la primera. Concluye Vattimo que en Pepper el
problema de la radicalización ontológica de lo bello, se concreta en una
referencia al ser del hombre.
Con
esta hipótesis de Pepper, que reduce el problema ontológico al problema del ser
del hombre, dice él mismo fue el gran éxito antropológico existencial al que
llegaba la estética platónica. Con esto Platón permanece al nivel de la
problemática ontológico religiosa originaria, tal y como se expresa en poetas y
pensadores presocráticos; Platón por esto mismo no llega a plantear un sistema
completo, sino que formula una serie de hipótesis dialécticamente concatenadas.
Lo
bello entendido como luminosidad, belleza y vitalidad está referido al ser del
hombre, ya que la luminosidad es la imposición en la presencia del viviente
proporcionado y adaptado para vivir.
Es
verdad que la estética antigua está toda unificada y caracterizada por la
identificación entre lo bello y la luminosidad, lo bello entendido como
predicado ontológico, pues lo bello califica al ser. Por otro lado es verdad
que lo bello es manifestación y esplendor del ser del hombre. Lo bello se expresa en la medida en que, se
percibe imitando la belleza moral en la imitación, en la medida de la armonía
de una vida moralmente vivida.
La
vida moralmente vivida es una experiencia de mesura, de medida, a dicha
conclusión llega no sólo Platón sino también Plotino, para quien gozar de lo
bello significa tanto contemplarlo estáticamente, como identificarse con él;
vivir lo bello en la experiencia del éxtasis, así nuevamente lo bello está
íntimamente asociado con la referencia antropológica.
Vattimo
llega a la conclusión de que toda esta discusión sobre lo bello como predicado
del ser y del ser del hombre, es un intento por la recuperación del carácter
ontológico, un reemprender el camino hacia el ser. Todo esto requiere, según Vattimo,
una discusión más amplia sobre lo que se debe entender cuando se habla de
ontología u ontologicidad del arte y de la estética.
Veamos
ahora muy brevemente cómo veía la medievalidad y la modernidad la estética,
para poder comprender contra qué polemizan Vattimo, Gadamer, al igual que Heidegger
cuando polemizan contra el esteticismo.
4. La medievalidad y la estética.
Desde
el punto de vista teórico, entre los numerosos estímulos que el pensamiento
estético puede encontrar en la lectura de los autores cristianos antiguos y
medievales, dos parecen ser los conceptos madurados en este ámbito de la
cultura, sin los cuales la estética moderna no sería concebible: la noción de
obra y la noción de símbolo. Los dos están relacionados con el nuevo modo en
que el pensamiento cristiano, fundado sobre la doctrina de la creación,
considera el mundo y en ello la creación de parte del hombre. Es cierto que la
noción de obra no era ignorada por la mentalidad clásica, pero en una
perspectiva general, en la que la naturaleza es considerada bajo el signo de la
circularidad y de la repetición (sobre el modelo de las estaciones), cada obra
tiene siempre un carácter accidental, el trabajo del hombre no cambia
sustancialmente el orden natural del mundo.
Ahora,
el pensamiento cristiano no concibe ya el mundo como repetición, sino como
creado por Dios, con un inicio y un final. Dentro de este contexto, las obras
del hombre adquieren una posición más decisiva y por lo tanto, lo mismo sucede
con las obras de arte. Pero más específicamente para la concepción del arte y de
la belleza es valido el hecho de que el pensamiento cristiano piensa
explícitamente el universo como obra de Dios: San Ambrosio y San Basilio
escriben tratados sobre la creación titulados Hexaemeron, la obra de Dios en seis días; Lactancio escribe un De Opificio mundi. En esta perspectiva
es en la que se ocupa el pensamiento medieval.
La
belleza no es únicamente un atributo eterno del ser, sino la cualidad visible
en la obra de Dios. Las consecuencias de esta perspectiva sobre el plano de la
estética en sentido específico no son tratadas explícitamente en el pensamiento
medieval: la doctrina tomista de la belleza como integritas, claritas,
proportio aparece esencialmente como una elaboración de la ontología de lo
bello de origen platónico y aristotélico. Lo mismo vale para las estéticas de
la luz que se encuentran en pensadores como San Buenaventura y antes el
Dionisio Areopagita.
Pero
lo que es explicito en el pensamiento medieval y original respecto al antiguo,
es que todas estas especulaciones sobre lo bello no son más objeto exclusivo de
la metafísica, sino de tratamientos técnicos; lo bello es también un carácter
de las obras del hombre: la estética de la luz, por ejemplo, se desarrolla
concretamente en la atención técnica por los problemas del color y de las
formas visivas en general, que dan lugar a tratados vastos y relevantes en la
cultura medieval.
Importancia
análoga a la elaboración medieval de la noción de obra, tiene para la estética
moderna la doctrina del símbolo. Las bases de la visión simbólica del universo
que tiene el medioevo, se sitúan en la doctrina de la creación, como en el caso
de la noción de obra. El mundo, en efecto, como obra de Dios lleva sus signos,
sus huellas, sus mensajes. No sólo el Hijo de Dios se ha encarnado en un hombre
históricamente concreto, apareciendo como uno de nosotros, sino que desde este
momento todo el universo de las cosas visibles tiene con Dios una relación
posterior de re-mando, de re-figuración, de significación. Creación y
encarnación hacen que el mundo visible queda ser mirado como figura de Dios:
ello vale tanto para las cosas de la naturaleza como para las cosas creadas por
el arte, vale de modo particular para la sagrada escritura, vale también para
la poesía no sacra. Es de ahí de donde se desprenden los cuatro sentidos desde
los cuales se puede leer la sagrada escritura: literal, alegórico, moral y anagógico
y que permanecen como el punto de referencia esencial no sólo para la estética,
sino para la crítica literaria y artística en general para toda la teoría de la
interpretación[8].
La ilustración y la estética.
La
inquietud racional, siguiendo las huellas cartesianas, se extiende hasta la
estética. El esfuerzo de la ilustración se concentra en rastrear las leyes
universales e inmutables en el campo de la estética. Por esta razón es que
durante mucho tiempo sobreviven las instancias estéticas clásicas, que habían
tomado cuerpo en el texto El arte poética
de Boileau, y en Las bellas artes
reducidas a un único principio de Bateux, los que afirman que lo bello es
objetivo y que subyace bajo los principios de correspondencia, orden y de
proporción. Para los ilustrados no es
tan esencial la sumisión de las cosas del mundo al intelecto, cuanto la
relación con el sujeto que las contempla en la experiencia estética: este es el
ámbito en el que son buscadas las leyes.
El origen y la fuente de nuestro
conocimiento y de nuestro saber es el placer;
esta relación sujeto-objeto como campo de la investigación estética y la
reacción del sujeto ante la obra, produce una renovación al interno de la
estética clásica. Mientras que para Boileau las reglas se encontraban fuera del
tiempo, para los ilustrados los nuevos tiempos exigen una nueva forma de arte.
La
guía de la estética iluminista poco a poco se convierte en la naturaleza del
hombre, no tanto la naturaleza de las cosas. Las consecuencias extremas de este
hecho son elaboradas por Hume, para quien no hay una escala de valores
estéticos invariables, la relación que subsiste entre el objeto y nosotros
mismos puede ser verdadera, aunque no es siempre igual dicha relación, ya que
no es objeto de valor sino de gusto. En
la búsqueda de una superación de la estética clásica, es planteado el
descubrimiento del placer que se encuentra en lo sublime, en lo feo y en lo
pintoresco. También las cosas desagradables producen placer, si el arte de
la representación es perfecto, suscita en nosotros sentimientos placenteros; la
vista de las desventuras en los otros suscita en nosotros una fuerza interior
de la que somos conscientes.
Unido
a todo esto es la idea de que el arte suscita en el intérprete una simpatía y
una participación mayor de cuanto no pueda hacerlo la realidad. Todos estos
aspectos, que han brotado de la instancia crítica de la ilustración y de la
psicología del aspecto sensitivo, sobrepasan la instancia clásica y anuncian
temáticas propias del romanticismo.
II. La estética y la hermenéutica en el
pensamiento de Hans Georg Gadamer.
6. La verdad y el arte.
Si queremos mostrar la insuficiencia de
esta autointerpretación de las ciencias del espíritu y abrir para ellas
posibilidades más adecuadas tendremos que abrirnos camino a través de los
problemas de la estética. La función
trascendental que asigna Kant a la capacidad de juicio estética puede ser
suficiente para delimitarla frente al conocimiento conceptual y por lo tanto
para determinar los fenómenos de lo bello y del arte. ¿Pero merece la pena
reservar el concepto de la verdad para el conocimiento conceptual? ¿No es
obligado reconocer igualmente que también la obra de arte posee verdad? Todavía
hemos de ver que el reconocimiento de este lado de la cuestión arroja una luz
nueva no sólo sobre el fenómeno del arte sino también sobre el de la historia[9].
En
el texto anterior Gadamer nos introduce dentro del problema de la verdad en la
obra de arte, razón por la que nos adentramos ahora en el problema la verdad y
el arte.
La
verdad en el arte, para el pensamiento hegeliano, solo es reconocida
dialécticamente, toda vez que el arte es superado y suprimido en la filosofía.
Las teorías estéticas, según Vattimo, que hacen énfasis en la verdad del arte
van en contra de aquella concepción de verdad ejemplificada en Hegel.
Las
teorías estéticas que se fundamentan en esta concepción dialéctica hegeliana,
tal como la marxista, que considera el arte como superestructura de relaciones
económicas, y la sicoanalítica que considera el arte como manifestaciones
arquetípicas del inconsciente colectivo e individual, van en contra de dos
dificultades que son difícilmente superables.
La
primera enfatiza el hecho que la obra arte pierde todo sentido de
individualidad, y cuenta solo la situación económica, histórica y social a la
que remanda la obra, una vez que ha sido gustada por el fruidor y el
interprete.
La
segunda enfatiza el hecho interpretativo de la obra de arte, pues el intérprete
para poder asimilar el sentido de la obra de arte, debe situarse en aquella
posición absoluta que Hegel reservaba al filósofo.
Contra
este absolutismo hegeliano, reacciona el existencialismo insistiendo en el
carácter finito de la interpretación. La interpretación coincide con la
finitud, esta es el carácter fundamental, el rasgo esencial. Gadamer se sitúa
en esta herencia y su obra insiste en el carácter de la interpretación de la
obra de arte, desde la experiencia de verdad que se desprende de esta. Aunque
la obra de Gadamer no es propiamente un tratado de estética, sin embargo
contiene profundas resonancias para la reflexión sobre el arte[10].
Para
Gadamer la interpretación es un hecho histórico en el que irrumpe otro hecho en
su verdad: la obra de arte. Aquí se define cómo para Gadamer la finitud es un
hecho temporal. Así ni la finitud del interprete, ni la historicidad de la obra
de arte son subsumidas la una en la otra, sino que cada una conserva su
individualidad y su consistencia, esta es la manera como Gadamer va contra la
dialectización operada en el pensamiento hegeliano.
De
esta manera Gadamer resuelve el problema de las múltiples interpretaciones que
se dan en torno a la obra de arte, ya que todas ellas no dependen tanto de las
múltiples subjetividades interpretativas, cuanto que todas las interpretaciones
que se dan en torno a la obra de arte son múltiples posibilidades de ser de la
obra de arte.
Con
lo anteriormente dicho, Vattimo relaciona a Gadamer con Pareyson, en cuanto se
refiere a la teoría de la formatividad, que éste último formula y que tiene
como eje central, la norma inherente a la obra de arte que guía su producción;
es por lo que dicha norma inherente a la obra de arte, primero se hace latente
al artista y luego de igual manera se hace latente al fruidor o interprete.
7. La crisis de la conciencia estética.
¿Puede en realidad aplicarse a estos tiempos el concepto de
la vivencia estética sin hacer con ello violencia a su verdadero ser? […] con
el fin de medir correctamente el alcance de esta pregunta empezaremos con una
reflexión histórica que permita determinar el concepto de la conciencia
estética en su sentido específico y acuñado históricamente. Es claro que hoy
día estético no quiere decir exactamente lo que Kant entendía bajo este término
cuando llamó a la teoría de espacio y tiempo estética trascendental, y cuando
consideró la teoría de lo bello y de sublime en la naturaleza y en el arte como
una crítica de la capacidad de juicio estético. Schiller parece ser el punto en
el que la idea trascendental del gusto se convierte en exigencia moral y se
formula como imperativo: compórtate estéticamente. En sus escritos estéticos Schiller
trasforma la subjetivación radical con la que Kant había justificado
trascendentalmente el juicio de gusto y su pretensión de validez general,
convirtiéndola de presupuesto metódico en presupuesto de contenido.
Es cierto que en esto podía enlazar con el propio Kant en
cuanto que ya éste había atribuido al gusto el significado de representar la
transición del disfrute sensorial al sentimiento moral. Pero desde el momento
en que Schiller proclama el arte como una introducción a la libertad, se remite
más a Fichte que a Kant. El libre juego de la capacidad de conocimiento, en el
que Kant había basado el a priori del gusto y del genio, se entiende en
Schiller antropológicamente desde la base de la teoría de los instintos de
Fichte: el instinto lúdico obraría la armonía entre el instinto de la forma y
el instinto de la materia. El objetivo de la educación estética es el cultivo
de este instinto.
Y esto tuvo amplias consecuencias. Ahora
el arte se opone a la realidad práctica como arte de la apariencia bella y se
entiende desde esta oposición. En el lugar de la relación de complementación
positiva que había determinado desde antiguo las relaciones de arte y
naturaleza, aparece ahora la oposición entre apariencia y realidad […] pero
desde el momento en que lo que acuña al concepto de arte es la oposición entre
realidad y apariencia queda roto aquel marco abarcante que constituía la
naturaleza. El arte se convierte en un punto de vista propio y funda una
pretensión de dominio propia y autónoma[11].
El
estado ontológico de la obra de arte, se reconstruye a partir de la crisis que
se da en el concepto de conciencia estética, concepto que después de Kant
adquiere gran relevancia, cuando la obra de arte se presenta como producto del
genio.
Gadamer
recorre las etapas del pensamiento estético, y muestra cómo la explicación de
la obra, en cuento producto del genio, es producto de la iluminación interior;
con ello, se quiere dar una explicación a la obra de arte radicándola en la
naturaleza. Así los versos adquieren el sentido que el intérprete les quiere
dar.
La
conciencia histórica termina explicando la obra no como producto de un proceso
histórico que habla al fruidor a través de ella, ni como individualidad; la
obra termina aislada del mundo real, del propio mundo y termina siendo
explicada desde un mundo que está fuera del mundo real, en un mundo que no es
el mundo de la obra. Así la obra termina no siendo explicada en su esencia[12]. En este sentido es como
la obra termina siendo colocada en el museo al lado de otras obras, pero
aislada de su propio mundo, aislada del mundo que ella mundea.
La
obra de arte jamás puede ser discontinuidad, ella es continuidad en la
temporalidad, es un evento histórico ligado a un momento histórico, el problema
surge cuando interpretando el mundo de la obra de arte, entra en conflicto con
el mundo del fruidor y del intérprete.
Se
evidencia en toda esta problemática la dificultad inherente a la relación entre
estética y hermenéutica. La verdad
como evento histórico coincide con el encuentro con la obra de arte; mientras
que la cuestión de la verdad, entendida desde una visión clásica, coincide con
aquella de las Geisteswissenschaften,
o las ciencias del espíritu, es decir el problema hermenéutico[13].
8. Ontología de la obra de arte: Spiel,
Darstellung, imitación.
Gadamer
intenta llegar a través del análisis del concepto de juego (Spiel) a la clarificación del estatus
ontológico de la obra de arte[14].
La
elección de dicho concepto de juego (Spiel)
tiene su origen no sólo en el hecho que Gadamer forma parte del pueblo alemán,
donde dicho concepto tiene una gran tradición, sino que Gadamer es
heideggeriano y en dicho concepto están implicadas múltiples posibilidades en
su uso[15].
El
sujeto del juego es el mismo juego y los jugadores son sólo un momento del
juego, el que a su vez los trasciende. El juego trasciende a los jugadores,
estos están en juego, están jugando. La esencia del juego radica en que este
trasciende a los jugadores, estos actualizan el juego, pero el juego mismo los
trasciende.
Cuando
Gadamer habla de la transmutación en forma que se opera en la obra de arte, lo
hace para referirse a la manera como el juego tiene su correlativo en la obra,
juego (Spiel) y transmutación en
forma (Verwandlung ins Gebilde)[16], son nociones
correlativas que se operan en diferentes campos.
La
transmutación en forma es la ley que determina la obra de arte, y que se
presenta al fruidor a la manera de un objeto, para que la obra sea fruida y sea
ejecutada. La forma trasciende al interprete, al fruidor y al artista, se
ejecuta en la obra sin que esta la agote.
Que
la obra sea Gebilde (forma),
significa que la obra es Selbsdarstellung
autopresentación, lo que significa que el juego es autopresentación en los jugadores
que lo presentan; así la obra es autopresentación de la forma que la
constituye.
Sólo
una definición de la obra que distingue entre realidad y obra, muestra la
insuficiencia de tal definición, ya que la obra misma es realidad plena de
sentido total y totalizante. Una mentalidad, como la que habla de la conciencia
estética, hace la distinción entre la obra y la realidad, apelando a conceptos
tales como sueño e ilusión para referirse a la obra.
Según
Gadamer, la mimesis es el único
concepto que sirve para aproximarnos al estado ontológico de la obra de arte,
ya que es el único concepto que permanece toda vez, que ha entrado en crisis el
concepto de genio.
Mimesis
es la imitación, que no sólo consiste en copiar y en reproducir la verdad, sino
transposición de la realidad misma en su verdad[17]. El arte imitativa o
reproductiva no sólo es remedo e imitación, no sólo es copia de lo que se
quiere copiar, es, como dice Gadamer, acrecentamiento del ser, ya que el arte
al reproducir presenta una faceta nueva, una nueva relectura que es
acrecentamiento del ser de lo reproducido. El arte de la reproducción
aparentemente es reproducción del sujeto fotográfico, pero en el fondo es una
nueva visión del sujeto, un nuevo enfoque, una nueva imagen del sujeto
fotografiado.
La
obra de arte y el sujeto representado, instauran una dialéctica tal que no es
posible individuar uno del otro y no es posible colocar el uno frente al otro.
Dicha dialéctica vale para la presentación y representación de la obra de arte,
no es posible individuar el uno del otro, ni colocar el uno frente al otro, ya
que la manera como la obra se presenta es a partir de su interpretación. En
ello se evidencia el concepto de juego, de presentación, representación,
ejecución e imitación.
La
interpretación y ejecución de la obra es un evento histórico y temporal, en
cuanto la obra contrapone dos mundos: el mundo inicial y el mundo en que es
interpretada cada vez de nuevo. Cada nueva interpretación es acrecentamiento
del ser de la obra. La obra una vez creada por el autor deja de pertenecerle,
pues cada nueva ejecución e interpretación de la misma es presentación de ella,
y en ello se acrecienta su ser. En cada nueva interpretación se da la mediación
de dos mundos: el del autor y el del intérprete[18].
9. Experiencia estética y situación
hermenéutica.
El
mundo estético no se agota en si mismo, requiere la hermenéutica para descubrir
toda su profundidad. La hermenéutica es entendida desde la estética con una
acepción más amplia, pues toda formación histórica, y como tal la obra de arte,
es un texto por interpretar, es un objeto del verstehen, comprender. La obra de arte se reconoce en toda su verdad,
la que no es la iluminación de unos conceptos obscuros que la conciencia debe
iluminar, sino que la verdad es un evento del ser, la verdad deviene en la
interpretación de la obra, con su significado y con su consistencia. La obra
deviene en toda interpretación como una experiencia de verdad, presentándose en
otros eventos históricos, que son las interpretaciones y que pone de manifiesto
el problema de la mediación de estos mundos diversos[19].
Lo
que caracteriza la situación hermenéutica es que, tanto el interprete como el
fruidor hacen parte de la obra por interpretar, de la misma manera que el
historiador hace parte del texto histórico que trata de reconstruir e
interpretar, ello se evidencia en que, en cada nueva interpretación se
patentiza la obra, se evidencia la confrontación de dos mundos: el que origina
la obra como producción y el que interpreta la obra.
La
interpretación de la obra se define como un hecho histórico, que es
caracterizado desde la finitud de la existencia. La obra y el intérprete pertenecen
a un flujo histórico que intenta interpretar y reconstruir, así el intérprete
pertenece a la obra que interpreta y es por él y a través de él como se
patentiza.
Vattimo
termina reconociendo que hay una identificación entre experiencia estética y situación
hermenéutica, cuando dice: “la estructura de la experiencia estética se revela
como el mismo tipo de la situación hermenéutica, la que termina identificándose
con la misma condición humana”[20].
Vattimo
diferencia desde Gadamer tres conceptos que se deben recalcar: experiencia
estética, situación hermenéutica y condición humana.
La
experiencia estética adquiere un tinte de particularidad, ya que es algo que se
da en quien tiene una experiencia de la obra de arte.
La
situación hermenéutica es una connotación que adquiere una preponderancia en el
arte, desde la existencia, el ser-ahí que, interpretando, se coloca en una
determinada situación.
La
condición humana que abarca ambos conceptos anteriores, ya que es humanamente
hablando, desde la condición existencial humana, desde donde es posible
situarse hermeneuticamente y desde donde se da una experiencia de la obra de
arte.
10. El lenguaje como horizonte de una
ontología hermenéutica.
La
reflexión sobre el arte y su relación con el pensamiento de Heidegger, sobre
todo el influjo para el desarrollo del pensamiento de este, dice Vattimo, puede
perfectamente aplicarse para el mismo Gadamer.
El
concepto central que Gadamer destaca es el de pertenencia entre obra e
interprete, el interprete pertenece a la obra, se siente parte de ella, es
parte de la misma; dicha pertenencia es la misma que Gadamer subraya entre
interprete e historia, entre interprete y ser. Pertenencia en última instancia
entre interprete, obra, historia y ser.
Vattimo
subraya que el concepto clave, tanto para Heidegger como para Gadamer, es la pertenencia. Este es
eminentemente y preponderantemente en el campo de la estética, una expresión
rilkiana, aunque no explicitada en Gadamer[21].
Vattimo
además enfatiza que, según Gadamer, la reflexión sobre el arte en Heidegger
tiene una gran preponderancia, y el mismo Vattimo sostiene que dicha reflexión
en Gadamer igualmente tiene una gran preponderancia. Dicha importancia se
demarca por ejemplo en el uso del concepto antes mencionado, destacándose la pertenencia
a la historia, a la obra, al ser. Esta es la razón por la que en ambos
pensadores se opera una ontología hermenéutica[22]
El lenguaje
juega un papel fundamental y mediador entre el intérprete y la obra por
interpretar, entre el intérprete y el evento histórico. Dicho lenguaje es el
horizonte común, dialógico entre quien habla y quien está a la escucha. La
interpretación es la confrontación entre dos mundos: el mundo de la obra,
el mundo del evento histórico con el
mundo del intérprete, mundos que presuponen la existencia del lenguaje que hace
de horizonte común[23].
El
objeto y el proceso de interpretación son
hechos lingüísticos, el horizonte común de comprensión histórica, que
preside desde una instancia superior, la lucha de las aperturas históricas particulares,
es un hecho lingüístico. Lenguaje e historia que el hombre no posee como
instrumentos, sino que él se encuentra inmerso en ellos. El hombre está inmerso
en éstos, todo intento por formalizar un lenguaje general que presida los
lenguajes particulares, presupone ya la existencia del lenguaje dentro del cual
ello se hace posible.
El
ser del hombre en el mundo coincide con un hecho lingüístico, éste es quien
posibilita la formación de horizontes lingüísticos más generales, desde los
cuales interpretar los ámbitos lingüísticos particulares.
El
mundo del ser-ahí no debe ser entendido como ambiente, ni como entorno, es más
el entorno y el ambiente logran ser superados a través o mediante el uso de
horizontes lingüísticos cada vez más amplios.
El
horizonte de comprensión no es visible sino que se hace visible para el
interprete en la conciencia interpretante, algo similar a la esencia de las
cosas, que se patentiza sólo a la conciencia del interprete que interpreta[24]. A esto alude Hölderling
cuando dice que el ser propio del ser-ahí en el mundo es un habitar en el
lenguaje[25].
Vattimo
recalca la identificación entre ser y lenguaje, el ser como lenguaje es la luz
en la que los entes vienen a la claridad,
en ella, los entes se hacen visibles,
se patentizan. Esta es una
connotación fuertemente heideggeriana, que Gadamer trata de desarrollar, razón
por la que al final de su texto Wahrheit
und Methode, Gadamer sirviéndose de la connotación de belleza, fuertemente
anclada en la tradición, la plantea como un presentarse mediatizado a través de
alguno y por el cual actúa.
El lenguaje es la palabra del ser
“en que todo ente se revela y en que el hombre ya siempre se encuentra”[26].
Dentro
de una crítica que trata de alejarse del pensamiento hegeliano, termina
acercándose a él, en el deseo de acercar la verdad al arte, Vattimo trata de
explicarlo diciendo que la razón referida al ser, jamás termina por abrazar y
por agotar al lenguaje, aunque se siente sumergida en él, abrazada por él y es
donde surge la necesidad de la mediación de la hermenéutica; Gadamer termina
reconociendo que tanto la fruición e interpretación de la obra de arte, como la
reconstrucción hermenéutica de la historia, requieren del reconocimiento del
carácter finito del hombre.
La validez del método
está condicionada por un ser originariamente dentro del horizonte de la verdad,
entendiendo esta como la luz en la que los entes particulares se hacen
visibles. La condición humana está señalada por la interpretación, por la
hermenéutica y no sólo la experiencia estética.
11. Estética y hermenéutica.
La
recuperación del carácter de verdad de la obra de arte es algo que para la
estética contemporánea reviste consecuencias cargadas de polémica.
En
la estética del siglo XX la obra de arte hace parte del ámbito de la verdad con
tal que sean otras ciencias quienes hagan evidentes dicho nexo –se puede pensar
en la sicología con en el caso del dibujo del paciente que a través de éste
manifiesta o refleja sus traumas-, este es el caso de la estética lukacsiana[27].
La
otra corriente de pensamiento que en el siglo XX trata de explicar la verdad al
interno de la obra de arte es la neokantiana, ella reduce dicho sentido a un
ámbito de la conciencia diferente al de la conciencia teorética, hecho este que
depende de la actitud del sujeto que contempla la obra de arte.
Contra
este carácter es que Gadamer realiza toda su crítica en Wahrheit und Methode que ejemplifica en la crítica contra el museo,
ya que en éste cada obra puesta para el disfrute y el goce estético es
desligada de su carácter histórico-social, la obra de arte en su correlativo
que es el museo, vista desde la crítica contra la conciencia estética, que hace
Gadamer, adquiere una connotación a-histórica y absolutizada, desligada de toda
connotación teorética.
Cuando
un objeto estético es aislado de su ambiente originario, puede convertirse no
necesariamente en un objeto momificado, como creía la conciencia estética, sino
en un objeto que produce nuevas consideraciones estéticas, un objeto que se
convierte en principio de nueva historia. Vattimo propone el ejemplo del arte
negra que fue importado por Europa a comienzos del siglo pasado.
A
nosotros se nos ocurren en esto varias reflexiones: el mundear de mundo propio
de la obra de arte, la obra de arte situada en un nuevo contexto es objeto de
nuevas consideraciones, produce historia, es el caso de la obra de arte
religiosa que en el templo es objeto de veneración, adoración y culto, mientras
que a la misma obra en el museo de arte nadie se atrevería a venerarla, ni rendirle
culto.
En
este contexto de Poesia e ontologia
Vattimo reflexiona incipientemente sobre algo que madura y reflexiona
nuevamente en Oltre l’interpretazione
y que a modo de ver de esta investigación sólo puede obtener una respuesta
suficientemente esclarecedora cuando se la mira desde lo que antes se
mencionaba respecto al mundear de mundo.
Ya
no es la conciencia estética la actitud del observador quien determina la
función de la obra de arte, es esta quien mundeando un mundo, instaurando una
apertura se hace significante, se hace objeto inagotable de sentido, mientras
que la obra de arte en el museo tiende a hacerse unívocamente objeto de
contemplación estética y estática, en el lugar originario donde fue originada y
para el cual fue originada tiende a crear multivocidad de significaciones, se
hace polisémica, adquiere muchas significaciones. Este es además el sentido de
la crítica que desde el impresionismo se hace al museo como el lugar que tiende
a aislar la obra de arte de su mundo originario y por ende al restringir el
mundear de mundo de la obra de arte.
La
crítica pretendía mostrar que el aislamiento de una obra de su contexto
original puede ser objeto de momificación para la obra, embargo Vattimo ha
mostrado, desde la importación de algunos elementos artísticos que fueron
traídos a Europa desde el África, que ello ha generado nuevos desarrollos y ha
logrado convertirse en objeto de nueva historia[28].
La
mentalidad típica del coleccionista, la misma de la conciencia estética y que
propugna por una contemplación extasiada y estática, momificante de la obra,
nada tiene en común con el desarrollo proseguido en Europa por el arte negro,
algo muy diferente a la contemplación extasiada, momificada y estática de la
obra de arte.
Vattimo
insiste en que tampoco se puede sustituir la conciencia estética que contempla
extasiada la obra de arte con el historicismo abstracto como si el remedio para
salir de sus abstracciones fuese una actitud abstracta, actitud que lo único
que haría sería sustituir una abstracción por otra abstracción[29].
La
otra actitud es no abstraer la obra de arte de su entorno, sino meterla dentro
del mundo que le pertenece, dejándola irrumpir en su propio mundo. Esta es una
actitud que según Vattimo es historicista, que trata de reemplazar un historicismo
abstracto por otro. Es la actitud del museo que abstrae la obra de su entorno
colocándola en otro muy distinto. Es igualmente historicista la actitud según
la cual la obra de arte musical, por ejemplo, debe ser interpretada y ejecutada
con los instrumentos musicales originales y en un ambiente que reproduzca
fielmente el ambiente que dio origen a la obra.
Toda
actitud historicista no hace más que negar toda abstracción histórica, la obra
solo puede ser leída dentro del contexto histórico finito, dentro de la finitud
concluida. Para el historicismo ottonovecentesco es común la idea de que la
conciencia histórica algo así como una pantalla inmóvil en la que se proyectan
eventos, épocas, figuras de la historia universal, ella tiene su verdad en si
misma cuando contempla objetiva y desapasionadamente aquellos contenidos[30].
Teodoro
Adorno plantea que el encuentro con la obra es un encuentro con la cosa misma,
encuentro que se realiza a través de la fruición especializada de un fruidor
que la aprehende a través de un lenguaje especializado. En este sentido, Adorno
le da un valor de uso a la obra de arte. Vattimo llega a mostrar que dicho
valor de uso de la obra llega a convertirse en un valor de cambio cuando
demuestra que quienes están en capacidad de fruir la obra son sólo aquellos que
pertenecen a la clásica burguesía que se reúnen todas las tardes para fruir y
gozar del bell’arte.
Sin
embargo el mismo Vattimo muestra que aún en este tipo de fruición que propone
Adorno no se da un encuentro con la cosa misma ya que dicha función es de corte
historicista, en el sentido que fruir la obra de arte implica el seguimientos
histórico de un determinado lenguaje técnico desde el cual sólo sea posible
fruir la obra misma en cuanto tal.
Según
Vattimo lo que se encuentra en tal fruición no es la cosa misma sino el
contenido de verdad que es un contenido histórico en el sentido vasto: el gusto
de un grupo, de una clase social, de una época.
Para
Vattimo hablar de experiencia de verdad como encuentro con la cosa misma, respecto
a la obra de arte y en el caso de Adorno, evidentemente no se puede reducir a
un encuentro estructural, ni ideológico, ni de comercialización[31].
Vattimo
muestra la relación existente entre Kant y Gadamer respecto al juicio reflexivo
sobre la obra de arte, en cuento que dicho juicio necesariamente hace
referencia a un momento histórico, a un mundo concreto donde se gesta pero no
solamente a la moda y al carácter comercial que puede adquirir el arte. A
Vattimo le interesa recalcar que “si bien el juicio del gusto kantiano no se
reduce a seguir pasivamente los cánones empíricamente establecidos por la moda,
ello se ejercita teniendo como divisa una especie de comunidad ideal que está
siempre en vías de hacerse […]”[32].
A
la hermenéutica novecentesca interesa esto porque es ahí donde se da la
posibilidad de una actividad positiva que sería propia del arte y una actividad
reflexiva que incumbiría a la filosofía y a la crítica[33].
A
Vattimo le interesa recalcar que la doctrina clásica del juicio estético en
Kant, que dicho juicio es producto de una determinada sociedad, comunidad
históricamente situada que se coloca como lo que es y como lo que debe ser,
Vattimo coloca como ejemplo la tragedia griega que refleja lo que es en mundo y
lo que debe ser[34].
Cuando
se goza y se disfruta de la obra de arte, expresado ello dentro del contexto
del juicio estético kantiano, ello acaece no sólo porque se colocan en
funcionamiento las facultades cognoscitivas, sino porque se goza y se disfruta
de un cierto gusto compartido con todos los que constituyen un momento
histórico y una comunidad social.
La
experiencia de verdad en la obra de arte se entiende cuando se comprende la
experiencia del viaje que comporta las modificaciones de quien hace el viaje.
La experiencia del viaje comporta una nueva serie de experiencias de las que el
sujeto sale transformado. Ello comporta un vistazo a Gadamer quien en Wahrheit und Methode muestra el sentido
de la verdad a partir de los caracteres del diálogo donde se da un horizonte
común de comprensión del cual los interlocutores resultan transformados y en el
cual se apropian de un objeto que a su vez sale transformado como los
interlocutores[35].
En
el diálogo la comprensión acontece porque hay un nuevo reencuentro cada vez que
los interlocutores se encuentran en el diálogo. La alteridad obliga a un
constante re-ajustamiento en el que continuamente los interlocutores se
re-ajustan para poderse encontrar en el horizonte de comprensión.
A
la mediación de la fusión de horizontes, Vattimo desde Gadamer, agrega la
mediación del lenguaje común entre el texto por interpretar, la obra y el
intérprete o fruidor. Dicha función lingüística es decir el horizonte común
entre el interprete y lo por interpretar permite a Gadamer resolver el problema
de la pre-comprensión requerido en todo proceso interpretativo[36].
Lo
que Vattimo critica es la conciencia la noción de conciencia abstracta aplicada
a la fruición de la obra. Otra de las maneras de criticar la conciencia
estética y polemizando contra Gadamer propone la interpretación de la tragedia
donde a fin de cuentas quien termina encontrándose ya modificado no es más que
el hombre mismo. Del hombre se parte y al hombre se vuelve, toda vez que se
trata de la interpretación de la obra de arte.
Vattimo
subraya que el encuentro entre la cosa y el intérprete a la par que se da una
continuidad, ya que el intérprete y el artista se descubren como auto-conciencia
reflejada en la obra, también se da una discontinuidad en cuanto que se debe
dar otro que en cuanto otro sea lugar de confrontación.
Así
mismo Vattimo recalca que tanto Gadamer como Habermas no han podido, en cierto
modo, salir de los esquemas hegelianos, en cuanto a la autoconciencia reflejada
en el espíritu subjetivo. El espíritu subjetivo que en cuento conciencia se refleja
en el objetivo, para luego encontrarse como autoconciencia. Gadamer según
Vattimo coloca el ejemplo de la tragedia que siendo otra, refleja la vida y el
flujo vital, en el que se encuentra reflejado el hombre que participa de ella.
El
arte es negadora de la identidad y el lugar privilegiado del acaecer de la
verdad, de esta manera se puede enunciar la tesis que Vattimo ha defendido en
este estudio sobre Gadamer. Vattimo enumera tres modos como puede ser ilustrada
esta tesis:
a.
La crisis de la representatividad es una de las formas más concretas como se
manifiesta la negación de la identidad, sobre todo como identificabilidad de
los productos artísticos y de los sujetos que los producen o a los cuales están
destinados.
b.
La crisis de la identidad no se refleja, según Vattimo, en reconducir a una
reestructuración o reconstrucción de la identidad.
El
arte es el lugar donde la verdad acaece porque es el lugar de discontinuidad y
de fractura, en cuanto es un transitar apropiante expropiante de la obra de arte.
El sujeto se apropia de la obra, pero la obra lo expropia, en ello se da una
fractura, dislocación y ruptura, pero también se da un habitar la obra, un
viaje al interno de ésta y del cual el sujeto sale transformado.
c.
El arte es el lugar del acaecimiento de la verdad porque el sujeto está
expuesto a un apelo apropiante expropiante, el sujeto está llamado a la
experiencia de apropiación expropiación en cuanto no está dirigido desde un
modelo preconcebido de composición.
Vattimo
dice que la muerte del arte está unida al ideal de continuidad discontinuidad
ya que ella es lugar de fractura y ruptura, el arte no sólo está unido al museo
y a la sala de concierto sino también al teatro y a la sala de cine.
12. El signo.
La
esencia del instrumento es la remandabilidad: el martillo remanda a su uso, el
material con que está hecho, a las personas que lo usan, en la esencia del
instrumento hay una diferenciación entre la remandabilidad y el uso.
Hay
un tipo de instrumento en que el uso y la remandabilidad coinciden: el signo es
un instrumento cuyo uso consiste en informar sobre la remandabilidad, a este
respecto Vattimo dice. “la utilidad del signo es el remando y nada más que
remandar. El informarme sobre aquello a lo que remanda es la utilidad primera y
esencial del signo”[37].
La
importancia del signo radica en que en él se anuncia por primera vez la
relación mundo-lenguaje indispensable para comprender el concepto de obra de
arte desarrollado por Heidegger en las obras posteriores a Sein und Zeit.
Según
Vattimo el signo tiene dos funciones: la remandabilidad y el carácter
revelador. Ello se puede expresar diciendo que “el signo (se debe entender)
como el complejo de las instrucciones para el uso de aquel sistema de
instrumentos que es el mundo”[38]. Es por el signo que se
revela que los instrumentos están insertados dentro de un sistema de
significatividad, el signo hace visible el instrumento en cuanto utilizable
dentro del marco referencial de lo que se da en el mundo.
Hay
mundo donde hay lenguaje, donde hay signo porque es por el lenguaje que el
mundo se hace aprehensible como remandabilidad, la esencia del mundo es el
lenguaje. Dentro de este contexto Vattimo expresa que no nace primero el mundo
y luego el signo, sino que ambos, mundo y signo nacen contemporáneamente.
13.
Introducción a la problemática planteada
en UK.
El
ensayo Des Ursprungs des Kunstwerkes,
texto nacido en el año 1935, modificado y ampliado en 1936, Heidegger comienza
a realizar la Kehre, la svolta de la que habla en Brief Über
den Humanismus texto de 1949.
El problema fundamental puesto por Heidegger en Sein und Zeit es ¿cómo acaece el ser,
dado que este no es ya una estructura estática sino una apertura? en dicho
sentido la inquietud de Heidegger mira a la manera como acaece dicha apertura.
La apertura es histórica y ella se da a la manera de una pertenencia a un
determinado momento histórico, la pregunta de Heidegger esta dirigida al cómo
acaece dicha apertura.
En el pensamiento de Heidegger no existe
un mínimo residuo de pensamiento kantiano ni neokantiano. Ello se hace
explicito a partir de la Geworfenheit
pues el da-Sein como ser arrojado del ser–ahí quita todo residuo de
trascendentalismo y apriorismo al pensar Heideggeriano. Esta caracterización
existencialista se hace explícita a partir de Ursprungs des Kunstwerkes, aunque no sea propiamente nombrada.
También en el orden terminológico el ensayo Ursprungs des Kunstwerkes muestra
importantes “novedades” pues Seind und
Zeit plantea un lenguaje más ligado a la tradición, mientras que este tiende
a asumir otros esquemas. Más concretamente Seind
und Zeit usó un método que procedía de premisas a conclusiones, este ensayo
muestra un método fenomenológico, en el que las cosas tienden a mostrarse,
mientras aquel es más “demostrativo”, este es más mostrativo. ¿Cómo muestra? A
partir de la consideración de problemas tradicionales de la filosofía tiende a
mostrar el problema mismo en cuestión, con ello se fija no tanto en insertar el
problema dentro de un esquema general que lo explique, sino a dejarlo aparecer,
a mostrarlo; a la par su interés ya no se concentra en la estructura lógica del
discurso, ni en la solidez del mismo, el interés se concentra en el objeto
mismo en cuestión: lo toma y lo ilumina en sus diferentes aspectos.
Desde el punto de vista fenomenológico, Heidegger se
sitúa al menos inicialmente dentro de una corriente fenomenológica que veía la
obra de arte en relación con la cosa preguntándose por aquello que de cosidad
tiene la obra de arte, evidentemente los fenomenólogos del 31, como el caso de
Roman Ingarden en literatura, llegan a conclusiones a veces meramente
descriptivas de la obra de arte, estas son totalmente diversas a las que llega
Heidegger en Ursprungs des Kunstwerkes
cuya perspectiva es fundamentalmente ontológica.
14. EL PROBLEMA
DE LA COSA
El ensayo heideggeriano Ursprungs des Kunstwerkes está dividido en tres momentos: la obra y
la cosa, la obra y la verdad, la verdad y el arte; el primero de estos, trata
de mirar la obra de arte desde un método típicamente fenomenológico, pues trata
de mirarla desde lo que ella tiene de cosa.
Evidentemente la noción de cosa (Ding) es un concepto que está lejos de ser fácilmente aprehendido y
comprensible del suyo. Heidegger por lo tanto, trata de problematizarlo,
lógicamente cuando se habla de cosa, se habla de lo contrario a la nada. Todo
lo que es alguna cosa, se puede decir “es una cosa”[39]. Pero este es un concepto
extremadamente vago. Se trata de precisarlo desde diversas
posibilidades, se pueden rastrear varias definiciones acerca de lo que
significa la noción de cosa.
Una
primera aproximación a la noción de cosa, no desarrollada por Vattimo es la de
que “una cosa”, “cualquier cosa” es lo diferente de “la nada” concepto
extremadamente vago que Vattimo tratara de precisar.
La
tradición ofrece la noción de cosa entendida como ιποκειμενον,
como Subiectum, con ello se entiende
que la cosa es aquel sustrato que permanece debajo de los accidentes, es la
noción que permite pensar unitariamente toda la variedad y la gama de los atributos y los accidentes que conforman una
cosa.
Sin
embargo ya para la escuela neokantiana, al igual que para Heidegger la cosa
entendida como Subiectum, Substratum es una hipótesis que permite
pensar unitariamente todos los atributos, cualidades que caracterizan a una
realidad, pero no es “nada real” es la cosa una hipótesis de trabajo
unificantes de las diversas cualidades bajo las cuales las cosas se dejan
pensar .
Con
ello se esta cayendo en una contradicción porque la cosa en cuanto tal es algo
que se deja pensar en la realidad mas no hipotéticamente.
La
cosa entendida en los términos de Substratum
y de Subiectum es un “centro” en
función del cual se piensan todas las características que conforman una cosa.
Un
segundo concepto de cosa que Vattimo toma en consideración es la noción de cosa
entendida como experiencia inmediata es la objetividad del objeto que se
encuentra frente a mi, lo mas inmediato, aquello que se me presenta ante los
sentidos, lo que constituye la cosa (ιποκειμενον). La objeción que Heidegger, según
Vattimo, dirige contra esta noción de cosa es similar a la que se dirige desde
la teoría del Gestalt contra las
sensaciones. Según ella es imposible hablar de una tal inmediatez porque no hay
nada mas inmediato que las sensaciones, pues en el momento de explicarlas es
necesario recurrir a las abstracciones y por lo mismo utilizando una mediación
nadie recurre al rojo, sino a un objeto rojo. Luego no hay una tal inmediatez
en la apropiación de la realidad, toda apropiación necesita de una “mediación”.
El
tercer concepto traído a cuento es aquel que entiende la cosa como una unión de
materia y forma, quizás sea esta la noción de cosa que ha perdurado mas a lo
largo de la historia del pensamiento occidental. Ello lleva a Heidegger a ver
la cosa como una materia, que en manos de un alfarero, adquiere una forma
determinada y esta en función de un fin determinado, con esto nuevamente se
alcanza una noción ya desarrollada en el Heidegger de Sein und Zeit cuando mira la cosa como un instrumento, toda cosa es
un instrumento creado por el hombre para un fin determinado.
Con
la noción de cosa alcanzada en este ensayo sobre el origen de la obra de arte (des
Ursprungs des Kunstwerkes), se va mas lejos de aquello alcanzado en Sein und Zeit, ya que la noción de cosa
entendida como instrumento en Sein und
Zeit permite explicarla como insertada dentro de un horizonte que la
trasciende y la explica, aquí en des
Ursprungs des Kunstwerkes la noción de cosa entendida como instrumento permite
ver que en la cosa hay algo de consistente en si, es decir la materia, ella es
propiamente la cosidad de la cosa en la que el orfebre, a partir de la forma le
da un objetivo determinado. La cosa entendida como unión de materia y forma, a
la que se ha llegado aquí es un término medio entre el instrumento y la obra de
arte.
No
es por acaso que se llegue a esta definición de cosa, en un ensayo sobre la
obra de arte, ya que la obra de arte será aquella cosa que no se deja explicar,
ni agotar en una referencialidad a una totalidad que exhaustivamente la quiera
explicar, sino que la obra de arte es aquella cosa que está dotada de una
cierta autosuficiencia[40].
Si
hay una cosa que en cuanto cosa no se deja reducir a un instrumento, es decir a
la simple referencialidad a una totalidad que la incluye y la explica, entonces
dicha cosa cuestiona la noción misma de mundo ya que en Sein und Zeit el mundo es aquel horizonte referencial abierto por
el ser–ahí dentro del cual las cosas adquieren sentido para este.
De
aquí que la pregunta se dirige ahora hacia la apertura en la que las cosas
vienen al ser, dicha apertura tendrá en su origen la abra de arte, ya que es
esta quien arroja al ser–ahí en la apertura desde la cual las cosas vienen al
ser, dicha suficiencia de la obra de arte consiste en que esta es un mundo una
apertura que se instaura y en ello adquieren sentido las cosas que vienen al
ser.
15. El origen de la estética: entre la
sensibilidad y la reflexión.
¿Dónde
tiene su origen la estética? La estética tiene su origen en el texto Meditaciones de Baumgarten (1714-1762),
escrito en el año de 1735; la concepción de la estética de Baumgarten es
diferente a la concepción de filosofía del arte de Hegel y diferente a la
filosofía del artista de Nietzsche.
¿Cuál
es el objetivo de Baumgarten? Baumgarten distingue entre sensibilidad e
intelecto, su objetivo es clarificar las sensaciones que vienen de los
sentidos, de las imágenes, rendir cuenta de lo que viene de los sentidos y que
encuentra luz en el intelecto.
Baumgarten propone para la estética el
examen de las sensaciones no sólo actuales, sino de las imágenes y de las
huellas que dichas sensaciones han dejado en el sujeto. Examen en el que el
sujeto se debe someter al sentimiento de placer o displacer, gusto o disgusto
que estas imágenes o huellas le causen.
¿Cuál
es el problema que plantea? El problema que Baumgarten plantea es la relación
entre la sensibilidad, el ámbito de las facultades inferiores y las facultades
cognoscitivas superiores, en otros términos el problema que Baumgarten se
plantea es la relación entre la sensibilidad y la razón.
¿Qué son las
sensaciones para Baumgarten? Para él las sensaciones no sólo designan la
sensación actual sino también la huella, que es una emancipación de la
sensibilidad y es la base de la imaginación. Las sensaciones son los sentidos,
lo que es producto de los sentidos para el sujeto, las representaciones de la
fantasía, las fantasmagorías. Estas pueden ser: básicas son las que se desligan
de la realidad y las que son reorganizadas o rearticuladas en un orden libre.
¿Hacia
dónde encamina Baumgarten el estudio de la estética? La encamina hacia el
estudio de:
El
examen de las sensaciones no actuales y no presentes, pero sí idealizadas.
El examen del sujeto en relación consigo
mismo, y a los sentimientos de placer o displacer.
¿Qué
son las facultares inferiores cognoscitivas? Es muy importante tener en cuenta
que lo que Baumgarten llama las facultades inferiores cognoscitivas son: el
sentido, la imaginación, la memoria, la imaginación productiva. Este es un dato
que Baumgarten toma de Christian Wolff con la diferencia entre uno y otro de
que para aquel quien decide entre la superioridad o inferioridad de las mismas
es el grado de claridad.
¿Qué es la estética para Baumgarten? la
estética es la ciencia de la sensación reflexiva. La estética no es el
pre-racional, sino que es el para-racional, es decir que es análoga a la razón,
que no puede ser idéntica a la razón. Para Baumgarten la estética es la ciencia
del conocimiento sensitivo. Así la definición que predominó durante mucho
tiempo en la filosofía moderna y que originalmente le da a la estética el
estatuto de cientificidad es la que viene a plantearla como la ciencia del
conocimiento sensitivo.
Hegel
va a plantear el problema de la filosofía del arte, su discurso es un discurso
sobre lo bello en cuanto producto del espíritu humano, lo bello tiene
justificación en cuanto recoge lo bello como producto del espíritu humano.
Para
Hegel la discusión sobre la dicotomía entre la sensibilidad y la racionalidad,
se convierte en la discusión sobre lo bello como producto del espíritu humano.
Esta
es la razón por la que para Hegel ya hay una estética sobre lo feo, lo
grotesco, lo cómico, lo irónico.
También
va a plantear Hegel la discutida y de mil maneras comprendida muerte del arte o
fin de la filosofía. Para Hegel el arte es producto del espíritu humano, pero
el espíritu es la nada, esta es la razón por la que el arte se reconcilia con
el mito, el mundo existe como discurso, como narración, es dentro de este marco
conceptual hegeliano que no tiene sentido plantearse por el sentido de una
verdad última y definitiva.
16. Objeciones al pensamiento de
Baumgarten
A
Baumgarten se le ha objetado que en su concepción de la estética rige una
teleología que parte de la estética para llegar a la lógica. En el fondo sucede
lo contrario, ya que la estética está unida a la lógica de la sensibilidad y a
una teoría de la individualidad y así le concede dignidad científica a la
individualidad, pero a la vez no la puede conducir ni a la universalidad, ni a
la matematización.
En
general se puede decir que el medio siglo que transcurre después de la
aparición de la estética de Baumgarten, coincide con una gran cantidad de
ensayos y escritos que hacen ver y sentir la riqueza que engendraba la nueva
disciplina de la estética, donde se destacan una serie de autores y obras tales
como: Eberhard y su Allgemeine Theoria des Denkes und Empfindes (teoría
general del pensar y del sentir). Reimarus
Allgemeine Betrachtungen über die Triebe
der Tiere (consideraciones generales sobre los impulsos animales). Mendelssohn quien retoma la
tripartición baconiana de las facultades, aquí se habla de la facultad de
ánimo, es decir de las determinaciones psicológicas. Christian Wolff habla de la psicología racional y la psicología
empírica.
Georg Friedrich Meier.
Tras las huellas de Baumgarten más que
enfatizar el carácter de la estética como disciplina y como ciencia, insiste en
la importancia de la utilidad material de la estética, para ennoblecer los
discursos de la metafísica y para tener sucesos sociales, para adquirir
prestancia e importancia (la poesía de los poetas para las mujeres se
convierten en el uso docto de la palabra y en un medio a través del cual
aquellas terminan admirando y amando a estos).
Indi Johann Georg Sulzer.
Insiste en el hecho de que la estética
es la filosofía de las bellas artes, es decir la ciencia que desde la
naturaleza del gusto deriva las reglas de las bellas artes o la teoría general.
Para
éste el fin principal de las bellas artes es despertar un sentimiento vivaz de
lo verdadero y de lo bueno, por eso para él, la verdadera teoría de la estética
debe fundarse sobre el conocimiento distinto y las sensaciones.
Teten
escribe unos ensayos filosóficos que tendrán incidencia en el concepto kantiano
de imaginación trascendental; desde aquí la gestación y el nacimiento de la
estética tocará los límites del desarrollo de la psicología: la primera teoría
está encuadrada en el marco de una psicologización de la lógica, la otra teoría
contrapuesta insiste en la progresiva diferenciación al final del cual se
distingue, después de Kant, lo empírico (psicológico) y lo trascendental
(lógico-constitutivo). Dicha discusión para Hegel se convierte en la reflexión
que distingue todo el setecento.
Según
todo este desarrollo histórico se destaca un gran parentesco, no exento de
confusión entre lógica, metafísica y estética.
Parentela
que da ocasión a Kant para que en la Kritik
der Reinen Vernunft mire de soslayo la crítica del gusto, es decir la
estética. Donde las reglas de la una sirven en todo momento para clarificar las
reglas de la otra y de este modo hacerlas resaltar por contraste para
comprender mejor la una y la otra.
En
la lógica Kant distingue con exactitud entre lógica y estética, como entre
exotérico y esotérico, la primera se refiere a la comunicación exacta entre los
doctos y la segunda es la comunicación subjetiva sensible adaptada a la
popularización del conocimiento.
Desde
este punto de vista, el género más próximo a la estética es la retórica, no la
filosofía del arte como la critica del gusto, para la cual Kant, prefiere el
nombre de crítica.
17. Las funciones de la estética.
Adaptabilidad. Ya que la estética tiene
como función adaptar los conocimientos científicos al conocimiento corriente.
Es lo que en nuestros días se llama la función de la traducción del
conocimiento científico y especializado al lenguaje común.
Propedéutica
en cuanto se da una actividad con los materiales que se deben adaptar a las
actividades teóricas. Todo artista para realizar su obra debe siempre tomar
unos materiales que irá amoldando de acuerdo a sus inquietudes teóricas o a sus
pretensiones plásticas.
Didáctica
ya que promueve la investigación dentro del campo de los sentidos, en cuanto
que lo sensorial determina las huellas intelectivas que grabadas en la mente
producen en el sujeto, en el artista sentimientos de placer o displacer, agrado
o desagrado.
La legitimación del arte.
La legitimación del arte se puede
rastrear por primera vez en el pensamiento socrático, cuando ante la narrativa y la figurativa de Homero y
Hesiodo en el mito, aparece la
tragedia como experiencia artística, la verdad de una nueva forma de
expresión artística exigía reivindicación.
Según esto cada vez que una nueva forma de considerar la verdad
aparece en el horizonte conceptual, la legitimación de la verdad desde lo
artístico exige una reivindicación.
La
cultura antigua tardía considera que las paredes deben llenarse de mosaicos, de incrustaciones y de ornamentos,
en este momento los artistas comienzan a quejarse porque había pasado su
momento.
El
imperio romano vive la experiencia de la restricción
y la extinción final de la libertad de expresión y la creación poética que sobrevino luego de esto.
Dentro de este recorrido se hace
necesario pensar en el cristianismo que asimila la tradición artística que
encuentra en el momento de su irrupción en la cultura occidental.
El
rechazo de la iconoclastia fue un rechazo de tipo secular, la que
apareció en el desarrollo final de la Iglesia cristiana en el primer milenio, especialmente en los siglos VII-VIII,
entonces la misma iglesia reivindica a
los artistas plásticos y también a las
formas discursivas de la poética y la narrativa. Fue un hecho que tuvo
plena justificación cuando el lenguaje
artístico adquiere reivindicación como medio para vehicular el mensaje
cristiano. La Biblia pauperum,
la Biblia de los pobres, que no podían leer, ni escribir, reciben el mensaje cristiano a la manera de una narración figurativa,
uno de los leitmotivs para la justificación del arte en occidente.
Nuestra conciencia cultural vive ahora
de los frutos de esta decisión del gran arte occidental que se desarrolló a
través del arte cristiano medieval y la renovación humanista del arte y la
literatura griega y romana, un lenguaje de formas comunes para los contenidos
comunes de una comprensión de nosotros mismos.
Todo ello hasta finales del siglo XVIII,
hasta las grandes transformaciones sociales, políticas y religiosas que
comenzaron en el siglo XIX.
Estas formas de expresión artística
estuvieron también sacudidas por varias oleadas como lo fue la reforma, la que coloca en el centro de su atención el canto comunitario, que volvía a animar
desde la palabra el lenguaje artístico de la música, continuando de esta
manera con toda una tradición de música
cristiana, tradición que no experimentó rupturas y que comenzó con el coro, es decir tomando
del himnario latino y de la melodía gregoriana una nueva reivindicación del arte.
19. La reivindicación del arte en
nuestros días.
Con
esta tradición artística a nuestras espaldas nos planteamos la cuestión de la reivindicación del arte en nuestros
días. Teniendo presente que la última gran estocada que recibió este
fenómeno del arte en la cultura occidental venía de manos de Hegel, cuando en
sus lecciones de estética en Heildelberg y luego en Berlín, uno de sus temas introductorios fue la
consideración del arte como doctrina del pasado.
¿Qué es lo que Hegel considera como el
pasado del arte? Hegel con ello pretende
hacer de nuestro conocimiento de la verdad un objeto de conocimiento, saber
nuestro saber mismo de la verdad. Dicho saber
sólo se alcanzaría cuando la verdad misma reuniera en sí todo el despliegue
histórico en el tiempo. De ahí que la pretensión
de Hegel fuese elevar al concepto toda la verdad del mensaje cristiano,
mensaje que incluía el misterio de la trinidad.
La
audaz pretensión de Hegel era abarcar el
misterio extremo de la doctrina cristiana y recoger toda la verdad de la misma en la forma del concepto.
¿A qué no se refería Hegel cuando habla
de la muerte del arte?
Desde aquí se hace necesario reconocer
que a lo que Hegel se refiere no es al final de la tradición plástica cristiana
occidental, que según se creía, se había alcanzado hasta entonces. Lo que Hegel
percibía no era la caída en el extrañamiento y la provocación que encontramos
en el arte abstracto y no objetual.
Seguramente
tampoco quería decir con ello que el Rococó y el Barroco serían los últimos
eslabones de la historia humana del estilo occidental. Hegel no sabía que
entonces comenzaba el siglo del historicismo y que el siglo XX convertiría el
arte precedente en algo del pasado.
Cuando
Hegel habla del pasado del arte se refiere al hecho de que el arte había
perdido ese carácter espontáneo que había tenido en el mundo griego y en su
representación de lo divino como algo evidente por sí mismo. En el mundo griego
la manifestación de lo divino estaba en las esculturas y en los templos, que se
erguían a la luz meridional sin cerrarse jamás a las fuerzas eternas de la
naturaleza. En la gran escultura lo divino se representaba visiblemente en
figuras humanas hechas por manos humanas. Hegel quería decir que para la
cultura griega dios y lo divino se revelaban expresamente en la forma de su
propia expresión artística, mientras que para el cristianismo Dios y la
intelección que el hombre tiene de Dios ya no era posible bajo una expresión
adecuada de su propia verdad en el lenguaje de las formas artísticas y en el
lenguaje figurativo del discurso poético. La obra de arte había dejado de ser
lo divino mismo que adoramos. Así el arte aparece necesitado de justificación,
justificación que la Iglesia había llevado a cabo en el pasado y la fusión con
el humanismo del arte cristiano occidental.
Dicha
arte se justificaba en una unión intima con el entorno realizando una
integración evidente de la comunidad, la iglesia y la sociedad por un lado y
del artista que se autocomprende por otro lado. Lo que Hegel quiere expresar es
que esa integración ya no existe, ni tampoco la autointegración del artista.
A
partir de entonces los grandes artistas comenzaron a sentirse desarraigados
dentro de una sociedad que comenzaba a industrializarse y a comercializarse y
empieza a sentir en carne propia su condición de bohemio y de vagabundo. Los
artistas del siglo XIX tenían plena conciencia de que entre ellos y el gran
público para el cual producían sus obras había perdido toda la fuerza
comunicativa. Los artistas del siglo XIX no hacían parte de una comunidad, ellos
mismos tenían que crear su propia comunidad, teniendo en cuenta las nuevas
formas pluralistas y las expectativas de nuevas formas variadas y que son fruto
de estos pluralismos, sin dejar de olvidar que la forma y el mensaje de la
creación propia son los únicos verdaderos. De aquí que se esperase del artista
el papel de nuevo redentor, esta es la conciencia mesiánica del artista en el
siglo XIX, el artista trae un nuevo mensaje a la humanidad y paga con su
marginación social el precio de esta proclama, entonces ya el artista mismo
hace parte del arte.
En
el arte moderno se da una escisión entre el arte como religión de la cultura
por un lado y el arte como provocación del artista por otro. Dicha escisión
puede rastrearse en sus orígenes en la historia de la pintura a mediados del
siglo XIX, cuando se quiebra uno de los presupuestos fundamentales por los que
las artes plásticas de siglos anteriores se comprendían: la validez de la
perspectiva central.
Evidentemente
la perspectiva central no existió para la edad media, sólo a partir del
renacimiento fue cuando la perspectiva central, que era considerada una de las
grandes maravillas del progreso humano en el arte se convierte en algo
obligatorio para la pintura. Sólo en el momento en que nos desarraigamos de la
perspectiva central y miramos al arte de la alta edad media nos damos cuenta
que esta puede leerse como una escritura de signos, una escritura de signos
figurativos que a la vez nos instruía intelectualmente y elevaba nuestro
espíritu.
De
esta manera la perspectiva central resultó ser una forma histórica pasajera de
la creación plástica. Pero una vez desmoronada comienza la creación artística
contemporánea, la que llegaría mucho más lejos y que resulta extraña a la
mirada tradicional. El cubismo fue un movimiento que se negó a la creación del
objeto para la formación de la figura. Pero la idea de que un cuadro es la
exacta visión de algo ha quedado clara y radicalmente destruida. Hoy hay que
sintetizar personalmente las diversas facetas cuyos trazos aparecen en el
lienzo y tal vez en ello se encuentre la armonía y la corrección de la obra. La
música moderna utiliza tal armonía y tal disonancia que son una experiencia
totalmente nueva en el campo del desarrollo del arte.
La
poesía hermética es un claro ejemplo del límite de lo comprensible
significativamente, ya que los poetas, los más grandes artistas de la palabra
están marcados por un trágico enmudecer en lo indecible.
El
drama moderno para el cual la vulnerabilidad de la doctrina del tiempo y de la
acción está casi completamente olvidada, aún se vulnera conscientemente lo
dramático, es más, en el caso de Bertold Brecht dicha vulnerabilidad de lo
dramático se convierte en el principio de la nueva creación de lo dramático.
La
arquitectura moderna cuyo rasgo característico es la oposición radical, con la
ayuda de los nuevos materiales, a las leyes de la estática y construir cosas
que en nada se parecen a las construcciones de piedra.
Todo
el anterior recorrido histórico, nos lleva a ver lo que realmente está ocurriendo
con el arte y con ello el arte nos está planteando hoy una pregunta. O en otros
términos la comprensión del arte hoy en día representa una tarea para el
pensamiento.
Dicha
tarea, de proponer al pensamiento el tema del arte implica varias cosas: abarcar
el arte del pasado y de la tradición como el arte moderno, ya que este no sólo
se contrapone a aquel sino que es su continuidad, de él ha extraído sus fuerzas
y su impulso. Ambos son arte, ya que ningún artista de hoy hubiera podido hacer
arte si no hubiese contado con el lenguaje de la tradición, ni ningún fruidor
de arte puede disfrutar del arte si no está inmerso permanentemente en la
simultaneidad de pasado y presente. Y lo está siempre, no sólo cuando va a una
sala de concierto, cuando entra en un museo sino que nuestra vida transcurre en
un continuo caminar entre el pasado, el presente y el futuro. Este poder ir así
con el pasado irrepetible, el horizonte del futuro abierto es lo que se llama
el espíritu.
Pero
también se hace necesario incluir el agente social que influye en el proceso
cambiante del artista, de ello derivan su posición frontal contra la religión
burguesa y su ceremonial de placer, el artista en ello, trata de crear un modo
y un medio de comunicación y de solidaridad donde no haya excluidos sino donde
todos se relacionen con todos, ello no sólo porque las grandes creaciones
artísticas descienden un peldaño para hacerse accesibles en la práctica
ordinaria de la gente, sino porque se difunden y se extienden propiciando una
cierta unidad de estilo en nuestro mundo humanamente elaborado. No hay duda de
que las tendencias artísticas que encontramos en el gran arte, se pueden
difundir también en los lugares y con los elementos más anodinos, no es pues
por pura casualidad que el artista en lo que crea está superando la tensión
entre un pasado y un futuro, sino que él mismo está colaborando para
implementar nuevos hábitos.
Aquí
se patentiza la conciencia histórica por un lado y por el otro la reflexividad
del hombre y del artista moderno. La conciencia histórica constituye no sólo la
elaboración conceptual erudita, sino que está presente en todos los que cuando
se enfrentan al pasado reconocen que en las manifestaciones de este pasado hay
algo de histórico, el caso de los trajes, las canciones, las pinturas.
La
conciencia histórica no es una postura metodológica especial, ni erudita o
condicionada por una concepción del mundo, sino una especie de instrumentación
de la espiritualidad de nuestros sentidos que determina de antemano nuestra
visión y nuestra experiencia del arte.
Con
lo anterior se pone en evidencia la necesidad de reflexionar sobre toda la gran
tradición de nuestra propia historia, sobre las tradiciones y formas de otras
culturas y mundos que no son los nuestros ni que han determinado nuestra
historia, pero que necesitamos reconocer en su alteridad. Es una necesidad
reflexiva que todos poseemos y que el artista hace suya de manera más propia
para potenciarla en su producción artística.
La
tarea de los filósofos es la discusión sobre cómo puede ocurrir eso de manera
revolucionaria y por qué la conciencia histórica y su nueva reflexividad se
entrelaza con la pretensión de que lo que vemos está ahí y nos interpela de
modo inmediato, como si nosotros mismos fuésemos ello.
Conceptos
básicos que han determinado la reflexión sobre el arte.
20. Conceptos básicos que han
determinado la reflexión del arte en nuestros días.
¿Qué
es lo común que unifica lo diferente, hablando del arte? Para poder responder a
esta pregunta necesitamos hacernos una reflexión sobre los conceptos básicos
que de una u otra manera han determinado a lo largo de la historia, la
reflexión sobre el arte.
20.1. El primer concepto que tomamos es
el concepto de arte. Hace menos de doscientos años que
esta palabra tiene un sentido ilustre y excluyente, sentido con el que
actualmente la asociamos.
Así
en el siglo XVII se hablaba de Bellas artes para diferenciar el arte de las
artes mecánicas, industriales y las artesanías, las que constituyen el ámbito
más amplio de la práctica humana productiva.
Los
griegos asociaban el término arte con el concepto de Ποιητιχή es
decir con la capacidad de producir y con el saber. Así lo que es común a la
producción del artesano y a la creación del artista, y lo que distingue a un
saber semejante de la teoría o del saber y de la decisión práctico-política es
el desprendimiento de la obra respecto del propio hacer. Así para los griegos
la obra de arte hace parte de la esencia del producir. Lo cual va en contra vía
con los conceptos que los modernos hacían valer contra el arte de la tradición
y el disfrute burgués de la cultura asociada a él. Contra esto hay que afirmar
que la obra de arte en cuanto es un
objeto intencional queda libre del hacer que la produjo. Desde esta perspectiva
es que se comprende la obra de arte destinada al uso. Así es como hay que
recordar que para Platón la capacidad de producción y el saber están destinados
al uso y dependen del saber de aquel que va a usar la obra, a este respecto es
que dice que el navegante es quien determina lo que ha de fabricar el
constructor de barcos. La obra de arte remite
al uso común de una determinada comunidad que se comprende y que en la
comunicación se hace inteligible.
Los
mismos griegos consideran que el arte es un hacer, un producir imitativo, un
producir mimético ya que el arte imita la physis, la naturaleza, así es que la
naturaleza deja al hombre un vacío que este llena con el arte. El arte es
posible porque en su hacer figurativo, la naturaleza deja todavía algo por
configurar, le cede al espíritu humano un vacío de configuraciones para que lo
llene.
Desde
lo anteriormente dicho es posible decir que la poesía es más filosófica que la
historia, porque la historia narra lo acontecido, lo sucedido, la poesía cuenta
lo que puede suceder, lo que va a suceder. Así la poesía nos enseña a ver lo
universal en el hacer y en el padecer humanos, como lo universal es una tarea
claramente filosófica, el arte es más filosófica que la historia, dado que es
más universal.
20.2. El segundo concepto que tomamos
es el de lo bello que en griego se dice
Lo
bello para los griegos es el orden del cosmos, el orden del cielo, en ello hay
una representación visible de lo bello, no puede dejarse de sentir en ello una
influencia pitagórica. En la regularidad del cosmos, se transparenta una
manifestación visible del orden, los períodos del año, los días y las noches en
su alternancia; como algo constante, regular y alterno se contraponen a los
vaivenes de nuestra experiencia vital, de nuestra existencia plena de
equivocidad y versatilidad desde nuestros propios afanes y acciones humanas.
Platón
insiste en que el mundo de las ideas, del cual el hombre tiene una mínima
noción, un vago recuerdo sólo se logra alcanzar mediante la contemplación de la
belleza, contemplando lo bello; amando lo bello es como el hombre puede
encaminarse en la búsqueda de lo bello y de lo verdadero; el recuerdo del mundo
verdadero se consigue de nuevo con el tiempo gracias a la contemplación de lo
bello. Este es el camino de la filosofía.
Lo
que más brilla es lo bello, y es lo que más nos atrae a la visibilidad del
ideal. La belleza es una suerte de garantía de que la verdad no está en una
lejanía inalcanzable sino que nos sale al encuentro. La función ontológica de
lo bello consiste en cerrar el abismo abierto entre lo ideal y lo real.
Nosotros
asociamos el concepto de lo bello con el uso y con la costumbre, así es como
Schiller y Hegel consideraban lo bello para hablar sobre la bella moralidad
(Schöne Sittlichkeitt) cuando caracterizaban el mundo moral y político griego a
diferencia del mecanicismo sin alma del estado moderno. Cuando ellos hablaban
de bella moralidad no se referían a una moral llena de belleza, sino a una
moralidad que se presenta y se vive en todas las formas de la vida comunitaria,
según la cual se ordena el todo en función del hombre; de este modo hace que
los hombres se encuentren constantemente consigo mismos en su propio mundo.
Lo
bello aún en nuestros días suele estar asociado con aquello que goza del
reconocimiento general y de la aprobación general. De ahí que no se pregunta
por qué gusta algo. Así lo bello no necesita más que de si para ser tal, lo
bello se cumple en una suerte de autodeterminación y transpira el gozo de
representarse a sí mismo, sin ninguna referencia a un fin.
20.3. El tercer concepto que tomamos es
el de estética, la que surge en el siglo XVIII, en la
época racionalista, y surge en un contexto en el cual se separa la producción
artística del arte, el arte se separa de la práctica productiva.
Es en este momento en el cual cesa esa
función cuasi religiosa que el arte tiene para nosotros.
La
estética surge como contraposición al racionalismo en un contexto en el cual la
noción de verificabilidad pasa a ser patrimonio casi exclusivo de las ciencias
naturales.
El
racionalismo tiene una orientación predominantemente matemática. Se encamina a
la captación de las regularidades en la naturaleza, con ello se da un gran
dominio de la naturaleza, contrapuesto a esto el arte y la reflexión sobre lo
bello parece un ámbito lleno de arbitrariedades subjetivas en grado sumo.
Sin
embargo en el arte hay una significatividad que va más allá de lo meramente
conceptual ¿En qué consiste dicha verdad que va más allá de lo meramente
conceptual?
Baumgarten,
que es el fundador de la estética filosófica, habla de una cognitio sensitiva, un conocimiento sensible, lo que en la
tradición filosófica constituye una paradoja porque el conocimiento siempre fue
referido a la universalización de la ley, lo sensitivo apenas es un dato que
tiene que ver con la legalidad universal.
Lo
bello, fruto de lo sensitivo, es apenas un dato que no se observa previamente
ni se anota en sus regularidades: la puesta del sol que nos gusta y que no es
producto de una regularidad, puede ser el acontecer dramático de la existencia
humana, su verdad no es la captación de una regularidad, o si lo es, no es eso
lo que interesa al artista.
Lo
bello de la puesta del sol puede ser algo que nos fuerce a demorarnos en eso
que individualmente se nos manifiesta cuando el sol se pone, cuando el sol
tramonta.
Demora
significa habitar, hacer morada, pernoctar por largo tiempo en un lugar, el
poeta habita, pernocta, hace morada en el mundo a través de la palabra para
quedarse en él y para habitarlo.
La
tarea de la estética filosófica consiste en aclarar la cuestión sobre lo que de
verdadero se da en la individualidad artística, ello no es lo universalizable
matemáticamente, la individualidad artística no es lo matematizable, no es la
ley física.
La
creación artística es el arte de ver lo mismo bajo diversas manifestaciones, es
el arte de ver lo mismo bajo diversas luces. Baumgarten ha definido la estética
como ars pulchri cogitandi, arte de
pensar bellamente, definición que guarda cierta analogía con la retórica cuando
es definida como ars bene discendi,
el arte de hablar bien.
La
retórica y la poética han tenido un desarrollo histórico paralelo, teniendo la
retórica una primacía sobre la poética, algo evidente aún en nuestros días. La
retórica se hace mucho más convincente que el mismo lenguaje de las ciencias.
Evidentemente cuando Baumgarten ha definido la estética como ars pulchri cogitandi se ha apoyado en
la definición de retórica, ars bene
discendi, así se destaca que en la retórica y en su primacía hay un primer
indicio para definir la estética, y que en la estética misma el arte de la
palabra tiene una cierta primacía sobre el arte plástico, el hecho de que en
nuestra práctica suceda lo contrario, que se da una primacía de la plástica
sobre la poética y lo retórico, radica en que aún en nosotros hay un fuerte influjo
de la herencia platónica que considera la realidad como copia de esa realidad primigenia del ser verdadero.
Sin
lugar a dudas nosotros nos explicamos mucho más fácilmente lo estético y lo
artístico teniendo como ejemplo el producto de lo artístico en lo plástico que
en lo retórico, poético o discursivo, mientras que una composición musical, una
poesía, o una obra de teatro son como un susurro pasajero y fugaz, la pintura,
la escultura la podemos tener ante nosotros, tocarla y admirarla, hacer morada
en ella, de modo mucho más fácil que en otras experiencias de tipo estético.
La
experiencia artística desde la mística nos lleva a una imagen fugaz y pasajera,
como el susurro del viento, en la que extraemos la imagen y de la que al mismo
tiempo tenemos una visión. Lo importante
es que en un mismo proceso nos figuramos su imagen en ella y a la vez
extraemos de ella la imagen.
Así
la imaginación se constituye en la facultad a la que se orienta el pensamiento
estético.
Kant
sobrepasa, según Gadamer[41], ampliamente al fundador
de la estética, el prekantiano Alexander Gottlieb Baumgarten, cuando es el
primero en plantearse una pregunta propiamente filosófica sobre la estética,
sobre el arte y sobre lo bello.
La
cuestión que mueve a Kant al plantearse el problema sobre el arte y sobre lo
bello es ¿Qué es aquello vinculante que encontramos en algo que es bello de
modo que no se exprese como una mera apreciación subjetiva del gusto? ¿Qué
verdad encontramos en lo bello y que se hace comunicable?
La
universalidad del sentido de lo bello no es la universalidad del entendimiento,
ni la universalidad del concepto; cuando alguien dice que algo es bello no sólo
dice que le gusta como le gustaría la comida, sino que dice que es bello. Kant diría que en el juicio
sobre lo que es bello hay una
exigencia de aprobación universal. Dicha aprobación universal no consiste en la
exposición de una serie de razones para demostrar que algo es bello, no es la
búsqueda de una serie de categorías científicas para aducir y demostrar lo
bello en sí. Lo cual implica un cultivo de parte del individuo para que pueda
llegar a diferenciar lo más bello de lo menos bello, según Gadamer “la crítica
(de lo bello) es la experiencia misma de lo bello”[42].
La
historia sobre la relación del arte, la estética y lo bello ha sido nombrada y
recorrida porque se ha tenido un interés particular de unificar el arte del
pasado con el arte contemporáneo bajo un mismo concepto que abarque a ambos.
21.
El arte existe por sí y para sí.
Pero aquí hay un hecho curioso y es que
el arte del pasado no fue tenido como arte, el arte del pasado era
representación de configuraciones que se encontraban en sus respectivos
lugares, pero no eran tenidos como obras de arte, eran configuraciones que se
encontraban en sus respectivos lugares: en lo religioso o en lo secular, en la
vida, como ornamentación del propio modo de vida y de sus consiguientes actos:
el culto, la representación del Poderoso.
El arte empieza a ser arte desde que el
concepto de arte adoptó la significación que hoy tiene para nosotros, entonces
el arte comienza a existir por sí y para sí y se desprende de toda relación con
la vida comúnmente entendida.
Kant fue el primero en defender la
autonomía del arte respecto a los fines prácticos y el concepto teórico; él lo
hace con la fórmula de la satisfacción
desinteresada, que es el goce de lo bello.
Satisfacción desinteresada quiere decir
no tener ningún interés práctico en lo
que se manifiesta o en lo representado; desinteresado quiere decir lo que
caracteriza al comportamiento estético, por lo anterior nadie haría la pregunta
por el para qué, por la utilidad, es decir ¿para qué sirve sentir goce en
aquello en lo que se siente goce?
¿Qué es el goce estético? El goce
estético no deja de ser más que un medio o una modo de acceder a la experiencia
estética, al arte en dicho proceso; el gusto representa un momento nivelador,
el gusto representa también el sentido común, ya que puede ser algo
comunicable, algo que podemos comunicar y que nos marca a todos; un gusto que
fuese subjetivo e individual sería absurdo en el ámbito de la estética. Kant es
quien por primera vez emprende un intento por explicar la pretensión estética
que no se subsuma bajo conceptos teleológicos.
¿Dónde se cumple mejor este ideal de
belleza libre y desinteresada? Kant piensa en lo bello de la naturaleza, por
ejemplo en la belleza de una flor, o también en la belleza que permita la
elevación del espíritu, la elevación del sentimiento vital. Para Kant son
bellas sólo las cosas de la naturaleza en las que no predomina ningún
sentimiento humano o las cosas del hombre que se sustraigan a toda imposición
de sentido y sólo representa un juego de formas y de colores.
¿Cómo se explica la satisfacción? La
satisfacción forma parte de lo estético en cuanto no necesita de conceptos, es
decir, lo estético no es visto ni entendido como algo. En este sentido este
algo se acepta con satisfacción estética pero sin referirse a algo
significativo, a algo comunicable conceptualmente.
Kant, a la belleza que no está
encaminada a ningún fin teleológico, la nombra con la expresión belleza auténtica, belleza libre, es decir la belleza que no es comunicable, la
belleza libre de conceptos y de significados.
Frente a la obra nos encontramos en la
tensión que se da entre el aspecto, la imagen (Anbild) y el significado que adivinamos y que reconocemos por la
importancia que cada encuentro con el arte tiene para nosotros.
Kant no sólo se queda formulando el
juicio del gusto puro, él llega a superar esta posición colocándose desde el punto de vista del genio.
22.
El genio.
22.1.
El concepto.
El término designa una actitud especial
innata para producir obras artísticas eminentes, o también, el término indica
el mismo artista que posee esa determinada capacidad. En profunda relación con
este núcleo, Kant después Fichte, Schelling y Hegel, elaboran una doctrina
sobre el genio como constitutivo del arte, lo mismo que de la filosofía. Ellos
incluyen en el concepto de genio elementos que se convierten en canónicos, y al
mismo tiempo introducen innovaciones relevantes.
Respecto a la ciencia, Kant y Schelling
sostienen que los descubrimientos científicos no pueden ser producto del genio,
porque el método científico puede ser explicado, enseñado e imitado. Entre el
más grande inventor y el más mediocre imitador hay una diferencia de grado. Esa
es la razón por la que se dan progresos de conocimientos en las ciencias, tales
que, los mismos no se dan en el arte. Por el contrario el ser poeta genial no
se aprende, porque el artista mismo no sabe de qué manera produce, por lo tanto
no es posible encontrar reglas ni recetas, ni para él, ni para los demás.
La sistematización kantiana del
concepto de genio, la encontramos en la Critica
del Juicio, donde dicho autor introduce la noción de genio para resolver la
paradoja de las bellas artes: es decir una producción que sea precedida por una
regla, y cuyo producto aparezca de manera espontánea, que merezca ser mirado
como un producto de la naturaleza y no ya de la constricción a reglas
intencionales. Ahora bien, el arte bella a diferencia de las artes mecánicas,
basadas sobre la utilidad, es posible en virtud de la naturaleza del sujeto; en
este caso la naturaleza mediante el genio da la regla del arte. Así la obra del
genio, asume un valor ejemplar, en el sentido que se convierte en un criterio
de valoración para todos; el genio ofrece un ejemplo en el cual los demás se
pueden inspirar para formar escuela.
22.2.
Las facultades.
Respecto a las facultades que entran en
juego, en la creación del genio, es común la referencia a la imaginación: de la
que se dice que es productiva o bien creadora, en cuanto no se limita a
reproducir asociaciones empíricas banales, sino que da lugar a conexiones del
material intuitivo mediante la naturaleza; crea, por decirlo así, otra
naturaleza. Según Kant el genio resulta de un feliz acuerdo de imaginación e
intelecto. En particular, ese acuerdo consiste en un libre uso de la
imaginación, no ya sujeta a aquellos vínculos y restricciones que el intelecto
a su vez le impone en su uso cognoscitivo. Por lo tanto, todas las fuerzas
cognoscitivas son vivificadas, esta es la razón por la que Kant considera que
genio y espíritu (Geist) son
sinónimos. Aquel acuerdo está precedido por el gusto y la capacidad de juicio
estético, propiamente responsable de la forma. En caso de conflicto con el
gusto, es mejor sacrificar el genio, conclusión a la que llega Schelling.
Hegel en su crítica a las confusiones
romanticistas en la concepción del genio, tales como ironía y el entusiasmo, se
mofa de la creencia en la omnipotencia del entusiasmo.
¿Cómo se llega a esta teoría del genio?
El siglo XVIII a partir de la ruptura con el clasicismo francés, que era el
gusto de la época, había llamado genio a Shakespeare.
Lessing califica a Shakespeare como
genio, cuando lo proclama la voz de la naturaleza, dicha voz de la naturaleza
es espíritu creador que se realiza a través del genio y como genio.
Kant entiende el genio como una fuerza
de la naturaleza, el genio es el favorito
de la naturaleza, es quien ha sido favorecido por la misma hasta tal punto
que como ella crea algo que parece hecho según las reglas, pero sin adaptarse
conscientemente a ellas, más aún algo que sería totalmente nuevo, creado según
las reglas no concebidas todavía.
En esto consiste el arte: crear algo ejemplar
sin producirlo, teniendo como base las reglas, frente a esta creación del
genio, que es la obra de arte, se da también la cocreación y la cogenialidad
del interprete, del receptor, del fruidor, ya que en ambos se da un juego
libre. Detrás de la imaginación de lo creado por el artista, se da también el
entendimiento y el gusto.
El mismo juego visto desde otro punto
de vista, tras las creaciones de la imaginación se esconden y se articulan
contenidos significativos que se abren al entendimiento y a la comprensión,
como dice Kant “permiten ampliar indeciblemente el campo de lo que se puede
pensar”[43].
Para Kant desde lo particular e
individual se pulsan los conceptos,
esta es la expresión acuñada en el siglo XVIII, cuando al pulsar la cuerda del
clavicordio, esta sigue sonando mucho tiempo después que se ha soltado. Según
Kant el concepto es una caja de resonancia que articula el juego de la
imaginación.
Para tratar de definir el arte, nos
hemos servido de los conceptos acuñados por la tradición: lo bello, el arte, la
obra, la estética pero no hemos llegado a una definición satisfactoria, aún
cuando sirviéndonos de la tradición hemos tratado de comprender el arte actual,
según esto se hace necesario retroceder hasta las raíces antropológicas del
arte, para tal efecto se desarrollarán los conceptos de juego, símbolo y
fiesta.
Se detendrá esta investigación en las
bases antropológicas de la obra de arte, para lo cual se van a mirar tres
conceptos: el juego, el símbolo y la fiesta.
Base
antropológica de la experiencia del arte.
23.
El juego.
El juego constituye un elemento central
de la vida humana hasta tal punto que no se puede pensar la cultura humana sin
el juego, sin lo lúdico.
Cuando el juego no se tiene presente
dentro de las estructuras de la cultura humana, lo lúdico en el arte tiene la
tendencia a convertirse en algo negativo, algo así como la libertad de estar
sujeto a un fin, en vez de estar impulsado hacia lo humano y la libertad
inherente propia de este.
¿Qué implica el juego cuando hablamos
de juego? Un movimiento de vaivén que se repite continuamente y cuyo fin o meta
no se sitúa en ninguno de los extremos, no hay ningún fin para el movimiento
del vaivén.
Del movimiento del vaivén en que se
desarrolla el juego hay que destacar un espacio donde se desarrolla el juego,
un espacio de juego.
Dado que los movimientos son libres,
implican ellos mismos un automovimiento. Dicho automovimiento es el carácter
fundamental de todo viviente en general. Ya Aristóteles había definido que lo
que está vivo lleva en sí mismo el impulso del movimiento, es automovimiento.
El juego aparece como el movimiento que
no tiende a un fin o a una meta, sino al movimiento mismo, la movimiento en
cuanto movimiento, lo que implica un fenómeno de exceso, de auto-representación
del ser viviente.
Lo particular del juego humano a
diferencia del animal es que el juego
humano puede estar encaminado a un fin, puede estar encaminado a una meta y
lograrla conscientemente, en ello consiste el carácter racionalmente humano del
juego, el hombre puede ponerse fines y alcanzarlos conscientemente.
En dicha programación consciente de los
fines está implicada la ordenación y el disciplinamiento de los movimientos
propios del hombre, encaminados hacia un fin.
La razón se pone reglas a si misma, sin
que necesariamente este encaminada a un fin, racionalidad que es propia del
juego humano, la conducta referida es una conducta no necesariamente encaminada
hacia ciertos fines, pero ella misma es referida como tal.
Es a ella misma a la que se refiere el
juego en cuanto tal, este es el primer camino hacia la comunicación humana, es
el juego mismo el que nos hace espectadores, el dato referido es el juego, ante
el juego todos aparecemos como espectadores. El juego es auto-representación
del movimiento del juego.
Jugar es siempre un jugar con... es un
participar interiormente con el movimiento que se repite, vgr. cuando se va a
un partido de tenis se puede observar en los espectadores la contorción de sus
cuellos, nadie se escapa al jugar con...
Todo juego es participativo,
comunicativo ya que no hay distancia entre el que mira y el que juega, el
espectador más que un mero espectador es un participante.
Con lo anterior se pretende demostrar
que apenas hay un paso entre la danza cultual y la celebración del culto entendido
como representación, hay un paso entre esto y la liberación de la
representación en el teatro, ya que el teatro surge del contexto cultual como
representación a las artes plásticas cuya ornamentación y función expresiva
crece a partir de un contexto de vida religiosa, una cosa se transforma en la
otra.
Lo anterior referido al arte moderno,
se puede entender en el sentido que el arte desea anular la distancia que media
entre audiencia, consumidores o público y la obra, todos los artistas en los
últimos cincuenta años han tratado de anular dicha distancia del espectador en
su implicación como cojugador, hecho este que puede encontrarse en todas las
formas del arte experimental moderno.
¿Ya no existe la obra de arte? Algunos
artistas así lo han definido, como si se tratase de renunciar a la unidad de la
misma, es decir de renunciar a la obra. El juego plantea una racionalidad: la
obediencia a las reglas que el mismo juego plantea, la identidad de lo que se
plantea repetir, de lo que se pretende repetir. Por lo tanto es erróneo creer
que se ha llegado al final de la obra como si esta se encerrase en sí misma
frente al espectador.
La identidad hermenéutica estriba en el
hecho de que aún la más fugaz variación, lo más irrepetible siempre es referido
a su mismidad, a su unidad por ejemplo una improvisación en el órgano que se
escucha una vez, más no registrada, algunos dicen que fue genial, otros dicen
es estuvo floja, aseveraciones todas estas referidas no a un simple ejercicio
de los dedos sino a la improvisación, ella está ahí, aunque es una
improvisación sigue siendo obra, los juicios que surgen de la obra son juicios
sobre la calidad de su interpretación y sobre la inteligencia de la misma.
Así la identidad hermenéutica funda la
obra en su unidad, en tanto que ser que tengo que identificar. Algo se
identifica como lo que es o como lo que ha sido, algo que se comprende y algo
que se identifica. Según esto no hay ninguna producción artística posible que
no se refiera de igual modo a lo que se produce en tanto que lo que es.
La identidad consiste en que hay algo
qué entender, algo que pretende ser entendido como aquello a lo que se refiere
o como lo que se dice, este es un desafío que se sale de la obra y que espera
ser correspondido, la obra espera una respuesta de parte de quien haya aceptado
el desafío, respuesta que él mismo produce activamente, el cojugador forma
parte del juego.
En la experiencia de visitar un museo o
de escuchar un concierto nos encontramos con experiencias de intensa actividad
espiritual, sin embargo después de visitar el museo, o después de escuchar la
composición musical, no salimos con el mismo sentimiento vital con el que
entramos, si realmente hemos tenido una experiencia con el arte, el mundo se
habrá vuelto más leve y mas luminoso.
En el hecho de darse una identidad del
reconocimiento y de la comprensión de la obra, dicha identidad deja espacio
para la variación y la diferencia. Es en este sentido que se dice que toda obra
deja para el fruidor un espacio de juego que este debe rellenar. Se trata de
que el fruidor sea un ser-activo-con, en ello consiste la invitación permanente
de la identidad de la obra para ser llenada constantemente en un proceso que no
es arbitrario, sino que es un proceso que está dirigido y forzado a insertarse
dentro de un cierto esquema para todas las realizaciones posibles.
El narrador describe con las palabras
los hechos, los sucesos, las situaciones y sin embargo aunque en la narración
la mente del lector reconstruye lo que narra el narrador, él sabe que lo
narrado es tal cual él lo reconstruye en su mente, pero a la vez siempre que el
narrador narra será susceptible de reconstruir lo por él narrado. En esto
consiste el espacio libre que deja el narrador y que todo interprete llena toda
vez que el narrador evoca una situación.
En las artes plásticas ocurre algo
similar: todo cuadro, toda pintura se lee y para hacerlo hay que recurrir al
desciframiento y a la recomposición, es decir a reunir nuevamente las partes
que fueron descifradas. Quien esté mirando un cuadro donde aparece el Rey
Carlos V y solamente se limite a ver el personaje pintado, aún no ha visto
nada. Se trata de reconstruir el cuadro leyéndolo, paso por paso, hasta que al
final de esa reconstrucción forzosa todo converja en la imagen del cuadro, en
la que se hace presente el significado evocado por él.
En conclusión hay que decir que siempre
hay un trabajo de recomposición, de reflexión, un trabajo espiritual. El
trabajo constructivo del juego reflexivo reside en el desafío que la obra nos
plantea.
Para Gadamer no es posible contraponer
un arte del pasado que se puede disfrutar y un arte contemporáneo del que se
puede participar. En última instancia tanto el que disfruta como el que
participa son cojugadores. Lo mismo vale para el juego del arte, ya que no hay
ninguna separación de principio entre la conformación de la obra de arte y el
que la experimenta. Gadamer resume el significado de lo anterior en el
postulado explicito de que también hay que aprender a leer las obras de arte
clásico que nos son más familiares y que están más cargadas de significado por
los temas de la tradición.
Leer no es deletrear palabra por
palabra, leer es ejecutar permanentemente un movimiento hermenéutico que
gobierna la expectativa de sentido del todo y que al final se cumple desde el
individuo en la realización del sentido del todo.
24.
La identidad de la obra.
Lo que determina la identidad de la
obra, no es una determinación clásica o formalista cualquiera, sino que en la
medida en que el fruidor asume como tarea la reconstrucción del sentido de la
obra, en esa medida se va determinando la identidad de la obra; en ello
consiste el juego al que Gadamer se refiere. Por lo ende no es tanto la
referencia a… ni la asunción de un concepto para afirmar lo que aparece y lo que
se manifiesta en la particularidad, lo que determina la identidad de la obra.
en otros términos la identidad de la obra se logra con la “significatividad
propia de la percepción: la identidad de la obra está determinada no tanto por
su referencia a la vida pragmática en la cual funciona, de la cual nace”[44], sino que se da y se
expone en su propio significado; aquí se deja entrever al Heidegger que
considera la obra de arte como creación de mundo; la obra no se entiende por el
mundo circundante y pragmático que la rodea, sino que la obra engendra mundo,
genera mundo, mundea mundo.
Para poder entender lo que es la
significatividad, hay que comprender lo que es la percepción, nos preguntamos
entonces desde Gadamer ¿qué es la percepción?
Para responder a la pregunta primero
decimos lo que no es la percepción. La percepción no es la captación sensible
de la exterioridad de las cosas, tampoco es la recolección de diversas
impresiones sensible. La percepción leída desde la palabra alemana Wahrnehmen significa tomar (Nehmen) algo por verdadero (Wahr), queriendo decir que lo que se
ofrece a los sentidos se toma como algo, tomar algo como algo[45].
Gadamer clarifica lo que para él
significa percepción estética, remitiéndose a Wahrheit und Methode cuando dice que “he elegido en mis
investigaciones una formulación algo barroca, que expresa la profunda dimensión
de la percepción: la no distinción estética. Quiero decir con ello que
resultaría secundario que uno hiciera abstracción de lo que le interpela
significativamente en la obra artística, y quisiera limitarse del todo a
apreciarla de un modo puramente estético”[46].
El significado de la obra no se
patentiza en un proceso de abstracción de lo que se interpreta
significativamente en la obra; la experiencia estética tiene que alejarse del
proceso abstraccionista que enfatiza el modo particular en que una obra se
interpreta y la identidad de la obra que se encuentra detrás de la misma. En
última instancia el problema de fondo es el problema de la mediación que
entraña la representación, la interpretación y la fruición de la obra.
La obra habla siempre de manera
renovada; la obra tiene siempre algo nuevo qué decir, aunque la representación
de la misma sea comparada con un original en cuanto novedad, aún en este caso
siempre tiene algo nuevo para decir y es en este caso que Gadamer habla siempre
de la identidad y la variación.
Gadamer interpreta el concepto de la no
distinción estética en referencia a Kant cuando habla del juego, en cuanto es
el conjunto entre entendimiento e imaginación; ello significa que siempre hay
algo qué pensar cuando se ve algo, pero ello no apunta a la formación de un
concepto, sino que lo que se da es un juego libre, el que suscita una reflexión
sobre el constructo suscitado por el juego libre entre la facultad creadora de
imágenes y la facultad de entender por conceptos.
¿En qué consiste esa significatividad
en la que algo se convierte experimentable y experimentado como significativo
para nosotros? ¿Qué es lo que entendemos propiamente una obra? ¿Qué es lo que
la obra nos dice y cómo es que habla la obra? experiencia que no solo tenemos
cuando estamos frente a una obra sino que también cuando nos situamos frente a
la naturaleza.
Kant que fue el primero que realza la
autonomía de lo estético, tenía en mente la belleza natural. Es significativo
el hecho que la naturaleza nos parezca bella, es significativo que la
naturaleza se nos muestre de manera milagrosa como algo bello. Gadamer ve en la
teoría kantiana un trasfondo de teología de la creación, y desde ahí expone su
teoría del genio, del artista como elevación suma de la potencia que posee la
naturaleza, la obra divina.
Pero a diferencia de la obra de arte,
en la que tratamos de identificar algo como algo, en la belleza de la
naturaleza se nos anuncia una especie de indeterminada potencia anímica de
soledad. Sin embargo no podemos dejar de mirar la naturaleza sino como hombres
educados artísticamente.
En todo esto se deja entrever una
mutación, una diferencia de miras y que consiste en que en la época racionalista
se veía la naturaleza con ojos racionales, hoy miramos la naturaleza con ojos
adiestrados por el arte. Uno de los grandes aportes de Hegel fue el habernos
enseñado que la belleza natural es hasta tal punto un reflejo de la belleza
artística, que miramos y aprendemos a percibir lo bello en la naturaleza,
guiados por el ojo y la creación del artista[47].
Gadamer se pregunta ¿Qué utilidad tiene
para nosotros eso hoy, en la situación crítica del arte moderno? Hoy parece al
contrario que lo bello natural sea un correctivo que nos ayuda a apreciar el
arte. Lo bello natural nos dice hoy que lo que vemos en el arte, no es aquello
de lo que nos habla el lenguaje del arte.
La constante e indeterminada remisión
es la que nos colma con la conciencia de la significatividad, del significado
característico de lo que tenemos ante los ojos.
Scheller y Goethe han acuñado el
sentido de lo simbólico basándose en la constante remisión a lo indeterminado.
25.
Lo simbólico.
Gadamer se pregunta sobre el símbolo y
entiende por ello una palabra técnica de la lengua griega que significa
tablilla de recuerdo.
Para explicar lo que significa el
término recurre a la tradición que existía en Grecia, de regalar la mitad de
una tablilla cuando alguien, en calidad de huésped, visitaba a su amigo; el
anfitrión regalaba la mitad de la tablilla al huésped para que cuando pasase el
tiempo, al volver él mismo o uno de sus descendientes, y juntando las dos
mitades de la tablilla, se de un reconocimiento mutuo. El término latino que Gadamer
usa es el de tesera hospitalis.
Lo bello como experiencia estética, lo
bello como experiencia que se da en el arte, remite a algo que no se da
inmediatamente; la remisión a algo de lo que se puede tener experiencia
inmediata; es más o menos lo que se expresa en la alegoría: se dice que algo
diferente de lo que se quiere decir, pero lo que se quiere decir, también puede
decirse de manera inmediata, ese es el símbolo. “El símbolo significa aquello
en lo que se re-conoce algo […]. El reconocimiento es la esencia de todo
lenguaje de símbolos, y el arte, parezca lo que parezca, no puede ser nunca
otra cosa que un lenguaje del reconocimiento. También el arte de hoy, que
tantos molestos enigmas nos plantea cuando nos miramos de frente a su mudo
semblante, sigue siendo un modo de re-conocimiento: en él encontramos la
re-configuración misma de lo que nos rodea”[48]. El símbolo lleva en sí
su significado. En el símbolo todo es interioridad, un puro volverse sobre sí
mismo, el enigma que se abre sobre sí mismo y que en última instancia somos
nosotros mismos. En el símbolo lo que ha de ser adivinado se convierte de modo
inmediato, en lo que habla.
Sin embargo, Gadamer asume una posición
crítica frente a la noción de alegoría, cuando dice que lo que habla es la
referencia a un significado que tiene que conocerse previamente.
El símbolo en cambio, se presenta como
un fragmento del ser, un fragmento del todo que se complementa íntegra y
totalmente con el que se corresponda con él. Existe el otro complemento que en
cuanto buscado y encontrado se constituye en un todo para el que busca; así
Gadamer concluye diciendo que la experiencia de lo bello, y en particular de lo
bello en el arte, es la evocación de un orden integro posible, donde quiera que
este se encuentre.
En la experiencia histórica y en la
simultaneidad presente, a partir de las obras de arte que en ella se nos da,
nos interpela una y otra vez el mensaje de integridad, es aquí y en esto donde
se hace comprensible la significatividad de lo bello y del arte: “en lo particular
de un encuentro con el arte, no es lo particular lo que se experimenta, sino la
totalidad del mundo experimentable y de la posición ontológica del hombre en el
mundo, y también, precisamente su finitud frente a la trascendencia”[49].
Ello quiere decir que el horizonte de
sentido que hace que la obra tenga un significado para el intérprete jamás
podrá consumarse definitivamente, y que nunca su apropiación se hará como
posesión de un sentido total.
Hegel expresaba lo anteriormente dicho,
cuando definía lo bello diciendo que lo bello era la apariencia sensible de una
idea; esta solo puede ser atisbada en la manifestación sensible de lo bello.
Sin embargo para Gadamer esta posición hegeliana de corte idealista, no hace
justicia al hecho de que la obra hable como obra; hay un peligro muy grande al
quedarse en la definición hegeliana, y creer que lo que la obra tiene para
decir se pueda encerrar en el concepto; es eso lo que llevó a Hegel a
considerar el pasado del arte.
El pasado del arte en Hegel, Gadamer lo
interpreta como el deseo de encerrar en el concepto y en la filosofía todo lo
que es oscuro y nos interpela de modo no conceptual en el lenguaje sensible y
particular del arte.
Para Gadamer dicha pretensión idealista
queda refutada en cualquier experiencia estética, sobre todo en el arte
contemporáneo cuando la experiencia estética rechaza todo tipo de orientación
que se pueda encerrar explícitamente en el concepto.
Contra esta pretensión idealista de
querer encerrar en el concepto cuanto se experimenta en la confrontación con la
obra de arte, Gadamer opone “la idea de que lo simbólico del arte descansa
sobre un insoluble juego de contrarios, de mostración y de ocultamiento”[50].
Según lo anterior tenemos que
preguntarnos ¿En qué consiste el sentido para la obra de arte? Primeramente hay
que decir que la obra de arte no es mera portadora de sentido, como si su
sentido se pudiera encerrar en otros portadores -en el caso del concepto, como
lo hemos dicho anteriormente-, el sentido de la obra consiste en que ella está
ahí. La obra misma con-forma su sentido; su sentido permanece ahí a pesar de lo
efímero y fugaz que puedan ser las palabras para la poesía, o los sonidos para
la música, los colores para la pintura, las formas para la escultura.
La con-formación del sentido se asemeja
a la construcción, en el sentido que el sentido se construye, se consolida. En
el alemán la palabra Bildung
significa conformación, educación y cultura; el educador tiene como tarea
primordial la de conformar, constituir y consolidar al educando; la palabra que
Gadamer utiliza es Gebilde, la que
se traduce como construcción o como forma. De ahí el sentido de consolidación,
constitución, construcción y con-formación.
La con-formación de la obra de arte, de
parte del artista, no es algo arbitrario, ni deliberado o fortuito, como se
creía en la época moderna y en el caso del genio; hay en la con-formación todo
un proceso en el artista que va desde lo que piensa, lo que planea, lo que hace
y lo que finalmente sale; toda vez que la obra de arte ha sido creada, quien la
crea no se sitúa de manera diversa frente a ella, que cualquier otro; toda vez
que la obra ha sido creada, se encuentra ahí, está erguida en sí misma y es
susceptible de ser conocida en sí misma, en su calidad; la obra se hace ella
misma insustituible y única.
Gadamer relee su interpretación de la
obra de arte en su carácter de insustituible, en su carácter de unicidad desde
lo que Walter Benjamin llama en su texto das
Kuntswek im Zeiltater seinen Tecnischen Reproduzierbarkeit[51], el aura de la obra de
arte; hecho este que se evidencia en la profanación del arte cuando es sometida
a la reproducción técnica; es por ello que la destrucción de la obra de arte
adquiere para nosotros caracteres de sacrilegio.
Todo lo anteriormente dicho tiene que
llevarnos a reconocer que en el arte no sólo acontece una mera revelación de
sentido, no es sólo revelar, mostrar y dar sentido lo que la constituye como
tal, “antes bien habría que decirse que es el abrigo del sentido en lo seguro,
de modo que no se escape, ni se escurra sino que se quede afianzado y protegido
en la estructura de la con-formación”[52].
En esto Gadamer es depositario de su
maestro Heidegger, cuando reconoce que fue este quien permitió que el
pensamiento actual, diese un paso adelante respecto al sueño idealista del
total desocultamiento de la realidad desplegada en el concepto. Heidegger desde
una radicalización ontológica y de la noción de verdad, nos habla del doble
movimiento que se da en el arte: por un lado descubrir, desocultar, desvelar y
revelar, y por el otro lado el ocultamiento y el retiro.
Heidegger ha mostrado que el hombre en
el mundo asume ana actitud de desvelamiento y de desocultamiento, que ésta es
sólo una parte de su actitud en el mundo y junto al desocultamiento e
inseparablemente unido a él se da el ocultamiento y el retiro; ambos lados de la existencia humana hacen parte de
la finitud humana.
Con este hecho Heidegger está colocando
un dique de contención al idealismo, pero a su vez está mostrando que en la
experiencia estética hay algo más que un significado que se puede experimentar
de modo indeterminado como sentido, afirma Gadamer: “ese es el factum de ese uno particular, de que haya
algo así, lo que constituye ese más”[53].
Ese factum experimentable en la obra de
arte es la garantía contra todo intento de expectativa de sentido que se
considere superior; así la obra de arte es una invitación constante a la
búsqueda de sentido.
¿Cómo entendieron Goethe y Schiller lo
simbólico? Esta pregunta se la hace Gadamer porque su intención es
problematizar la significatividad, el problema del sentido y el problema del
significado en la obra de arte.
Para tratar de responder a la pregunta,
Gadamer define lo simbólico en los términos de que lo simbólico no sólo remite
al significado, sino que lo simbólico hace estar presente el significado, lo
simbólico representa el significado.
Aquí está presente Schleiermacher,
cuando habla del Sinn y del Bedeutung, del sentido como categoría
restringida del significado. El significado es la categoría general de la que
se desprende el sentido[54].
Para clarificar esta definición,
Gadamer recurre a una figura del derecho canónico y del civil diciendo que, la
representación del significado que acaece en lo simbólico, no consiste en que
algo esté ahí en lugar de otra cosa, sino que lo representado está ahí tal como
puede estar en absoluto[55]. La representación
estética conserva algo de esta existencia en la representación.
Hablando del sentido de lo simbólico
como representación, Gadamer trae un ejemplo que nos es muy cercano y familiar,
cuando hablando del pan y del vino consagrado, ellos no significan el cuerpo y la sangre de Cristo, ellos son el cuerpo y la sangre de Cristo.
Sólo si somos capaces de entender esto, podemos entender la experiencia que se
da en el arte, es decir que la obra de arte no sólo remite a algo, sino que en
ella está propiamente aquello a lo que se remite. Con otras palabras hay que
decir que la obra de arte significa un acrecentamiento del ser[56].
Haciendo esta explicación, Gadamer hace
una distinción por un lado entre lo que la obra representa y por otro lado el
útil, el utensilio. A diferencia de la obra, el útil es un medio, un
instrumento y por ende no es obra de arte; él es un útil y puede repetirse,
reemplazarse.
Esta distinción evoca al Heidegger de Sein und Zeit para quien el utensilio
sirve para algo, Vattimo hablando de esto dice que, lo primero que preguntamos
respecto al útil es ¿para qué sirve? De ahí que en Ursprungs des Kunstwerkes, Heidegger plantee el problema de la obra
y la cosa, ya que en Sein und Zeit la
definición de cosa, Ding a la que
había llegado era la definición del útil, la definición del instrumento.
Aquí además, se deja entrever el eco de
una crítica contra todas aquellas tendencias que tienden a considerar la obra de
arte, bien como un mero adorno que sirve para adornar una pared, bien como algo
que se puede colocar junto a algo en el museo, o como algo que meramente tiene
un carácter comercial. La obra de arte no es un instrumento que sirve para
adornar una pared, tampoco es una cosa que se coloca al lado de otra en el
museo, ni mucho menos algo que meramente tiene un valor comercial.
Gadamer habla de un principio que es distintivo
de la obra de arte: ella es irremplazable[57].
Perfectamente puede uno, desde Gadamer,
preguntarse ¿Qué pasa con la obra de arte en la época de su reproducción
técnica? Y él mismo nos dice que en esta época sigue siendo válido el principio
de que la obra de arte es única e irrepetible; puede ser que en nuestra época
se encuentren reproducciones mejores que el original, pero la reproducción no
es más que eso: una mera reproducción, mera repetición de un original. Sostiene
además que “en la reproducción como tal ya no hay nada del acontecimiento único
que distingue a una obra de arte”[58].
Aquí se deja entrever algo de aquella
problemática que Walter Benjamin plantea en su texto “La obra de arte en la época de la reproducción técnica,” cuando
sostiene que en esta época la obra de arte ha perdido ese carácter de
sacralidad que otrora se le concedía.
Todo esto le da pie a Gadamer para
plantear la cuestión acerca de ¿Qué es lo que hace que la obra de arte sea tal
para ser diferenciada de una mera reproducción? ¿En qué consiste ese algo? Ese
algo que caracteriza a la obra de arte es el hecho que la obra de arte es
mimesis; término que es necesario entender correctamente, en el sentido que la
mimesis no es imitar algo previamente conocido, sino llevar algo a su
representación, transmutación en forma; de suerte que lo representado se
encuentre ahí plenamente. Sostiene Gadamer que en este sentido tiene razón la
tradición cuando afirma que “el arte es siempre mimesis, esto es, lleva a su
representación”[59];
además con Gadamer es necesario aclarar que lo representado en la
representación artística se presenta ahí de una determinada manera y no puede
ser representado ahí de otro modo más elocuente.
La pintura puede ser objetual o no
objetual, el problema es que siendo objetual o no objetual, llega a configurar
un orden simbólico tal, que no podía ser susceptible de representarse de otra
manera, aunque dicho orden representado ponga en crisis nuestro orden habitual
y cotidiano; lo anteriormente dicho se aclara cuando Gadamer sostiene que el
orden representado en la obra “no precisa de ninguna dependencia determinada de
cosas previamente dadas”[60].
Por este carácter de novedad de la
obra, por este orden representado en la obra, que no precisa de un orden dado
previamente, es que la obra nos invita a hacer dimora en ella, a pernoctar en
ella, a permanecer en ella, no sólo viendo sino aprendiendo a escuchar lo que
la obra tiene para decirnos. Aprender a oír significa elevar el espíritu por
encima de una realidad anodina que tiende a nivelarlo todo.
Indudablemente que Gadamer está
evocando a Heidegger cuando habla de que la actitud que corresponde al ser-ahí
respecto al ser, es permanecer en la escucha, estar atentos a lo que el ser
quiere o tiene para decirnos; pero también como actitud previa a la escucha,
está la actitud del silencio, ya que sin el silencio no se hace posible la
escucha; silencio y escucha que solo son susceptibles de ejecutarse si el
ser-ahí sale de la cotidianidad media.
Por otro lado aquí está la teoría
performativa de Pareyson, cuando sostiene que la ley que determina la obra se
conforma en la medida en que es formada y conformada por el artista; ley que no
es dada con anterioridad, sino que es formada en cuanto es conformada por el
artista en su proceso productivo.
Sólo de esta manera, afirmando el
carácter de novedad absoluta de la obra, es posible mantenerse en el horizonte
conceptual heideggeriano, cuando afirma que la obra de arte mundea mundo, crea
mundo, es apertura epocal.
Es desde esta característica de
absoluta novedad de la obra de arte, desde el permanecer en ella, estando
atentos y a la escucha, es desde ahí desde donde se desprende la tarea que el
arte de todos los tiempos y el arte de hoy nos plantea a nosotros.
El arte como experiencia particular y
lo bello como experiencia general, no pueden ser entendidas como meros
instrumentos o como medios que vehiculan sentido, hecho este que Gadamer
relaciona con el idealismo de Hegel y que retomando a Platón encuadra de
antemano lo experimentado en la expectativa universal de sentido de la razón
teórica; el arte en este caso sólo adquiere el lugar de mediación y de
instrumentalización, apareciendo sólo como un momento del proceso dialecto de
universalización, en la búsqueda de sentido total y totalizante de la idea
absoluta.
Desde aquí Gadamer eleva una crítica
contra la estética idealista, al ver en ella su punto débil cuando considera lo
particular en función del sentido general, en el fondo, es en la experiencia de
lo particular e individual del arte, desde donde la obra tiene y adquiere
sentido para el hombre.
En esta posición gadameriana se comprende
la actitud crítica que la hermenéutica contemporánea asume, contra todas las
estéticas emparentadas con el idealismo hegeliano y el trascendentalismo
kantiano; estéticas que miran la obra de arte como un momento del proceso
dialéctico, histórico que se debe superar, y que se olvida del carácter
individual y particular propio de la obra de arte.
Por eso, toda obra de arte que sea
interpretada desde un método hermenéutico que enfatice un aspecto particular de
la misma, olvidándola o dándola por superada y se queda afirmando lo
interpretado, es tildado de hegeliano por cuanto la obra es dialectizada en
función de un al di lá, que enfatiza la totalización en detrimento de la
individualidad, o enfatiza la mediación en función de la superación.
Con esta posición gadameriana, toda la
hermenéutica contemporánea enfatizará contra el sistema hegeliano, la
reivindicación de la individualidad y de lo particular.
Lo simbólico detenta en sí el
significado, lo representa y no necesita de una remisión externa a él, sino que
en sí mismo encuentra su propia remisión, hecho este que se sustrae a todo
intento de conceptualización y afirma “de ahí que la esencia de lo simbólico
consiste precisamente en que no está referido a un fin con un significado que
haya que alcanzarse intelectivamente, sino que en sí mismo detenta su
significado”[61].
¿Es posible plantear una relación entre
el juego y el símbolo? Ambos llevan a la conclusión inevitable de la
representación hecha realidad absoluta en el ahí, pero esto a la vez planta una
tarea inevitable para la interpretación de la obra de arte, tanto en el arte
objetual como no objetual, y es la tarea de la constitución y de la
reconstitución permanente de sentido, esa es la labor que se impone a la
estética contemporánea.
Pero a la vez desde aquí se plantea una
crítica a la estética idealista y es que la reconstitución permanente de
sentido debe hacerse en la particularidad de la obra en cuanto interpela,
cuestiona e incita a la vez a esa reconstitución permanente de sentido.
Todo lo que la obra tiene para decir lo
dice ella misma, ella representa lo que ella es y no una cosa que ella no es,
de modo que según Gadamer, no puede pensarse al modo de la alegoría, ella “no
dice algo para que así se piense otra cosa, sino que ella y precisamente sólo
en ella misma puede encontrarse lo que ella tenga que decir”[62].
Otra consecuencia importante que
Gadamer extrae del estudio del carácter simbólico de la obra de arte y su
relación con el arte no objetual, es precisamente que en todo ello hay una
estrecha relación con el lenguaje, relación que puede llamarse el carácter
mediatizador del lenguaje en la búsqueda de sentido en el arte. Es justamente
este el sentido del crítico de arte, el sentido del volante que nos dan cuando
llegamos a la sala de concierto a escuchar una composición musical, el plegable
que nos explica las obras de arte que hay en un museo: el arte incomprensible a
primera vista, necesita de la mediatización de la palabra para hacerse
accesible.
Justamente del tratamiento que Gadamer
hace sobre la obra de arte, se hace problemático el hecho de que el artista en
nuestros días problematice nuestra visión del mundo en el que ordinariamente
vivimos. Nuestro lenguaje no es el lenguaje del artista, nuestro lenguaje no el
de la obra, artista y obra necesitan crear un lenguaje común, para un público
común que necesita hacer comprensible la novedad expresada en la obra y
mediatizada a través de ella.
El sentido comunitario de la obra se
perfila así como una necesidad de apropiación de un código lingüístico, que
permeado a través de la misma, la evidencie; de modo que ya no acontece lo que
antes pasaba entre artista, obra y público, en el sentido que había entre ellos
un lenguaje común, de formas y códigos comunes que hacían accesibles las obras;
hoy hay que empezar por aprender a leer las obras, deletreándolas,
decodificándolas en una labor penosa que nos revela el sentido de la misma, es
así como se dice que la obra crea su propio mundo, su propio espacio, su propia
comunidad de fruidores y críticos, la obra genera novedad.
Así se hace comprensible que del
artista se espere un papel mesiánico, en el sentido que de él, a través de la
obra, surge la novedad, la profecía. Pero a la vez se hace comprensible que el
artista sea un erradicado, un desintegrado y no articulado en una comunidad, la
que a veces no comprende el lenguaje que crea recreándose a través de la obra.
Carácter mesiánico y carácter de marginado que en la estética contemporánea
están dando mucho qué decir.
Desde aquí se evidencia la categoría
interpretativa, que desde Schleiermacher ha ido cobrando cada vez más fuerza,
en el sentido que la tarea de la hermenéutica surge, en el momento en que algo
se nos hace extraño y lejano, y es cuando necesitamos acercar ese algo extraño,
para hacerlo familiar y comprensible; el mundo de la obra se nos hace tan
extraño, que en un gran proceso de reconstrucción, de aprendizaje, de deletrear
un código lingüístico nos la acerca y nos la hace familiar.
26. El carácter festivo del arte.
Preocupación constante.
Gadamer
tratando del tema del carácter festivo del teatro en su texto Estética y hermenéutica, deja entrever
una preocupación constante en todos sus escritos ¿Cómo interpretar el arte en
nuestros días? Un síntoma evidente es el cambio, cambio que implica transformación,
a ese respecto dice:
En estos últimos ciento setenta y cinco años el aspecto del
mundo ha cambiado más que en todo el resto del tiempo de la historia humana
documentada por la tradición escrita. Piénsese sólo en el crecimiento de
población de nuestro continente y de nuestras ciudades. El lenguaje de los
números es elocuente. La sociedad moderna está troquelada por la técnica
industrial [...] Y quizás sea este el rasgo más importante de la transformación
acontecida: que la lejanía desaparece. Todo viaja. La sociedad moderna es una
democracia de tráfico. Si antiguamente eran las compañías dramáticas las que
acudiendo a las residencias fijas de la cultura cortesana o burguesa, se
llamaban ‘vagabundos’ hoy somos nosotros, los espectadores y amigos del teatro,
los que nos hemos convertido en vagabundos que se unen bajo el techo fijo y
festivo del teatro. ¿Cómo había, entonces, el teatro de seguir siendo el mismo,
y estar incuestionablemente seguro de su porvenir?[63]
Tal
es la preocupación de Gadamer por el problema del arte contemporáneo, que
pronostica una tercera etapa en la historia del teatro; etapa de la que apenas
adivinamos sus síntomas; la primera etapa es la clásica, dice a este respecto:
“la primera época, que llega justo hasta la creación del teatro permanente,
quisiera caracterizarla como la era de la presencia religiosa o de la elevación
religiosa. Aquí es obvio que el teatro es un accidens, una aparición que acompaña al sentido de la fiesta
religiosa, y que cumple, manifiesta en el marco de una fiesta, una determinada
función de congregar a la comunidad festiva”[64].
En
la segunda etapa dice que “su esencia viene representada sobre todo por
Schiller [...] quisiera denominarla era de la trascendencia moral, o también,
de la solemnidad moral. Pues lo que distingue a esta era del primer capitulo de
la historia del teatro de la humanidad es la tensión, perceptible para cada
espectador, entre la realidad del estilo de vida predominante y el hechizo del
mundo de la escena”[65].
En
la tercera etapa Gadamer solamente se limita a caracterizar sus rasgos, ya que no encuentra una palabra
para nombrarla “no sé de ninguna expresión suficiente para este capítulo de la
historia del teatro que todavía está en sus inicios. Pero creo ver la tensión
moral entre realidad y mundo de ensueño [...] ya no corresponden del todo a
nuestra sensación presente ni a nuestras posibilidades futuras. La unidad de
actor y espectador está hoy ganando un significado nuevo[66].
Es
ahí, en esa nueva etapa del teatro, que Gadamer no se atreve a mencionar, pero
sí a dar sus características, donde se manifiesta su preocupación por el arte
contemporánea, que en este caso es concretamente el teatro.
Y
nuevamente Gadamer insiste en que la clave para entender lo que hoy está
aconteciendo en el teatro, y podemos decir, con el arte en general, es la mimesis,
a este respecto aclara que se trata de comprender la trampa que se esconde en
la imitación; igualmente aclara que la mimesis antigua y la moderna son
distintas y nuevamente repite lo que ya conocemos que “toda imitación verdadera
es transformación. No es hacer-ser-ahí-otra-vez a algo que ya está ahí. Es
ser-ahí transformado de tal modo que lo transformado en tanto que llega a
ponernos ante los ojos posibilidades crecidas que no habíamos visto nunca. Toda
imitación es crecimiento, es una puesta a prueba de los externos [...] El actor
se ha aventurado hacia el interior del espectador, y recibe de vuelta de él
[...] posibilidades de ser, en cierto modo aventuradas, que nos sobrepasan[67].
Más
adelante, además de la clave interpretativa de la mimesis para comprender la
realidad estética contemporánea, vuelve a hablarnos del gesto, de la palabra,
de la sentencia y de la señal, a este respecto anota: “el corazón humano ya no
se reconoce en todo ello (en la marioneta, en la máscara) como en el reino de
su interioridad, sino como la pelota con que juegan los grandes poderes
supraindividuales que nos condicionan. La técnica y el montaje no dejan de ser
un medio para hacer ver esto. Pero ello no sirve para simular con sueños la
realidad, sino que requiere la misma transposición espiritual propia de la
palabra y del gesto cuando estos no son pintura del alma, sino sentencia y
señal que nos aciertan[68].
Y
luego dice: “una palabra hablada correctamente, un aldabonazo dado
correctamente contra la puerta: y he ahí la realidad que ninguna mimesis
técnica podrá alcanzar nunca con los medios más grandes[69].
Para
Gadamer la preocupación central respecto al arte en nuestros días es algo que
podemos interpretar desde una triple clave interpretativa: el gesto, la palabra
y la mimesis correctamente entendida.
26.1. Caracterización de la fiesta.
Gadamer
se pregunta sobre ¿Qué es la fiesta? ¿Qué es lo festivo? Para tratar de
responder a estas preguntas caracteriza la fiesta.
Lo primero
que dice es que las fiestas solemnizan, solemnidad que no depende tanto del
alborozo o del júbilo, pues un acontecimiento fúnebre puede ser solemne. La
solemnidad depende del hecho que la fiesta saca a los participantes de la vida
cotidiana para llevarlos a participar de una comunidad, una solidaridad que
unifica.
Este
primer rasgo lo podemos llamar de lo cotidiano a lo extraordinario, de lo
individual a lo comunitario, en esto consiste el rasgo solemne de la fiesta.
El segundo elemento
que caracteriza a la fiesta es el carácter celebrativo; Gadamer dice que “la
celebración es el modo de ser de la fiesta” [70]; en la celebración el
tiempo se convierte en un nunc stans
de un presente arrobador.
El
recuerdo y el presente son en la fiesta una misma cosa, hasta tal punto que lo
celebrado como recuerdo se convierte en presente dentro de la fiesta.
Gadamer
relaciona el hecho de que dentro de la fiesta tenga su propio tiempo, que el
tiempo externo se detenga en la fiesta y que el tiempo sea un eterno presente,
con el mysterium, por ello afirma
que “El mysterium del carácter
festivo es la detención del tiempo”[71].
Para
Gadamer el carácter celebrativo de la fiesta implica el carácter
congregacional: “se dice que las fiestas celebran, un día de fiesta es un día
de celebración”[72].
Lo celebrativo saca y aleja por un lado de lo ordinario, de lo cotidiano y por
otro lado saca y aleja de lo individual, de modo que lo celebrativo es algo
colectivo y participativo. Por ello recalca Gadamer que “Saber celebrar es un
arte”[73].
Así
como el arte, también la celebración se representa en su propia presentación a
partir de “[...] formas fijas, que se llaman usos, usos antiguos; y todos son
viejos, estos han llegado a ser costumbres fijas y ordenadas. [...] hay una
forma de discurso que corresponde a la fiesta y a la celebración que la
acompaña”[74].
Se habla de un discurso solemne y de un silencio solemne; silencio que se
asemeja al carácter extático que asume la persona frente a algo que la
sobrecoge.
Así
el carácter celebrativo implica varias cosas: el hecho de que la celebración
implique la participación entre los congregados; la ruptura de lo ordinario en
el acontecer que se vuelve extraordinario; las formas fijas que se han vuelto
costumbre; el discurso solemne y el silencio solemne.
El tercer elemento
es el fin que persigue la fiesta, el que está encadenado no a algo externo a
ella, sino que está ligado a la fiesta misma, a este respecto Gadamer dice:
Eso es lo que caracteriza el día cotidiano frente al día
festivo: cada uno está encadenado a él, está fijado a determinadas funciones y
citas de su vida. Esta individuación de los fines cede en el instante elevado
de la solidaridad de la fiesta, un instante que no tiene su sentido merced a aquello
que se persigue y debe reportar beneficios, sino un instante que, en cierto
modo se cumple consigo mismo. Se comprende que sea en el culto donde se
presenta este autocumplimiento del instante de un modo originario y ejemplar.
El Dios que se manifiesta es el presente absoluto, en el cual recuerdo y presente
se juntan en una instantaneidad unitaria[75].
En
la celebración de la fiesta, se expresa un modo muy específico de nuestra conducta,
en el carácter celebrativo queda suprimida toda meta a la que se quiere llegar:
“la celebración no consiste en que haya que ir para después llegar. Al celebrar
una fiesta, la fiesta está siempre y en todo momento ahí”[76].
Gadamer
del carácter celebrativo, tal cual lo presenta en Aktualität des Schönen, deduce el carácter temporal cuando dice: “Y
en esto consiste el carácter temporal de una fiesta: se la celebra, y no se
distingue en la duración de una serie de momentos sucesivos. [...] la
estructura temporal de la celebración no es ciertamente, la de disponer del
tiempo”[77].
Toda
fiesta que se realiza como elevación de lo cotidiano, que determina su propio
fin en aquello que soporta, que se conmemora, que carece de fines; toda fiesta
ofrece en ello y a través de ello un contenido positivo, desde este punto de
vista Gadamer dice que: “eso es lo que constituye la fiesta”[78].
El cuarto elemento
de la fiesta está constituido, según Gadamer, por la esencia originaria de la
fiesta, que es la creación. En este sentido la fiesta es elevación a un ser
transformado; por este carácter festivo es que el culto se hace, se convierte
en algo creativo.
Desde
este carácter creativo de la fiesta, Gadamer instaura, otra vez, una crítica
contra la sociedad en que vivimos, sociedad determinada por la técnica y la
manipulabilidad científico-tecnológica, en el sentido que en aquello que no se
puede manipular, ni dominar, mejor es remitirlo a la superstición; y es por
ello que “ciertamente, en una época ilustrada, es una forma de descripción muy
natural el interpretar las practicas que se han vuelto incomprensibles, las
formas de celebración, del ritual, del ceremonial que van unidas a una fiesta
religiosa, como una especie de hechizo por medio del cual una comunidad intenta
ganarse la voluntad divina”[79]. Lo que según Gadamer es
absolutamente equivocado.
Gadamer
lee este carácter desde el teatro. Él de la misma manera que el culto es una
‘creción genuina’, “En él sale algo configurado de nosotros para tornarse en
figura delante nuestra, algo que experimentamos y reconocemos como una realidad
superior de nosotros mismos”
El quinto rasgo de la fiesta es el temporal,
ya que toda fiesta tiene su propia temporalidad, temporalidad ad intra y ad
extra. Ad intra porque el tiempo dentro de la fiesta tiene su propio
itinerario, porque el tiempo cronológico, externo, de afuera no corre con la
misma intensidad con que corre para los que festejan. Temporalidad ad extra es
la periodicidad con que la fiesta regresa, la espera de la próxima fiesta, aún
en el caso de aquellas fiestas que solamente se celebran una vez, en ellas
queda la nostalgia del regreso.
Lo
más peculiar de la fiesta es que toda fiesta exige el retorno, aunque haya
fiestas que no retornan, siempre permanece la nostalgia del retorno.
Gadamer
en Aktualität des Schönen enfatiza el
hecho de que las fiestas que retornan no se llaman así porque tengan un lugar
específico en el tiempo, en el calendario sino el contrario “el orden del
tiempo se origina en la repetición de las fiestas”[80]. Es por esto que nuestra
contabilidad del tiempo no es un hecho abstracto, sino un hecho que se basa en
la repetición de los hechos concretos del carácter festivo tales como semana
santa, navidad, pascua, adviento, etc. y dice Gadamer que “todo ello
representa, en realidad, la primacía de lo que llega a su tiempo, de lo que
tiene su tiempo y no está sujeto a un cómputo abstracto o a un empleo de
tiempo”[81].
Hablando
del carácter temporal de la fiesta, Gadamer reconoce que hay dos experiencias
fundamentales del tiempo.
La
primera de ellas es la experiencia del tiempo vacío, tiempo que hay que llenar
con una actividad y con el ajetreo. Vaciedad que lleva al hombre a programar su
tiempo fin y con un proyecto.
El
tiempo vacío, nada tiene que hacer con el tiempo, nada con qué llenar el
tiempo, en este caso el tiempo se hace aterrador, algo que atormenta y dice
Gadamer que el tiempo en esta experiencia “se experimenta entonces como algo
que se tiene que ‘pasar’ o que ha pasado. El tiempo se experimenta como tiempo”[82].
“Frente
al tiempo vacío, que debe ser ‘llenado’, yo lo llamaría tiempo lleno, o
también, tiempo propio”[83]. Con estas palabras,
Gadamer introduce la segunda acepción del tiempo más originario o tiempo
propio; él lo explica diciendo que la impresión que se tiene cuando se está en
una fiesta es que el tiempo está lleno de ella, y luego aclara diciendo que
ello no sucede porque alguien tuviera que llenar un tiempo vacío, sino a la
inversa: al llenar el tiempo de la fiesta, el tiempo se ha vuelto festivo, y
con ello está inmediatamente conectado el carácter celebrativo de la fiesta.
Esto
es lo que conocemos como tiempo propio y lo conocemos como una experiencia
vital. Luego Gadamer menciona aquellas experiencias vitales que constituyen una
experiencia del tiempo propio: niñez, juventud, madurez, ancianidad. Desde esta
óptica el tiempo no es una sumatoria de sucesos, no es juntar trozo tras trozo,
tampoco es algo calculable o medible con el reloj, antes bien la experiencia
del tiempo propio ofrece algo así como una discontinuidad como cuando se dice
por ejemplo que alguien de pronto se ha hecho viejo, cuando mirándose en el
espejo alguien dice ¡como ha pasado el tiempo¡
En
esto Gadamer hace una aseveración conclusiva cuando dice que la fiesta por ser
fiesta ofrece tiempo y es una invitación a hacer ‘dimora en ella’ y luego
concluye “esto es la celebración. En ella, por así decirlo, se paraliza el
carácter calculable con el que normalmente dispone uno de su tiempo”[84].
Justamente
esta experiencia plena del tiempo hace que el ser-ahí, se comprenda como una
unidad orgánica, no donde se dé una sumatoria de instantes, sino donde todos
los procesos confluyen a un todo: el ser-del- ser-ahí. Esta aclaración se hace
necesaria para poder comprender la lectura que Gadamer hace del carácter
orgánico de la fiesta estructurada como un todo, al carácter orgánico de la
obra de arte.
Partiendo
de la definición aristotélica de que “una cosa es bella si no se le puede
añadir o quitar nada”[85], Gadamer llega a mostrar
que la verdadera obra de arte es un todo estructurado orgánicamente, el cual
tiene una base, un sustrato que soporta “un espectro de interpretaciones, de variaciones
posibles, sustituciones, añadidos y eliminaciones, pero todo ello desde un
núcleo estructural que no se debe tocar sino se quiere que la conformación
pierda, su unidad viva. En este sentido, una obra de arte es, de hecho,
semejante a un organismo vivo: una unidad estructurada en sí misma. Pero eso
quiere decir: también tiene su tiempo propio”[86].
Después
Gadamer explica que ese tiempo propio de la obra no significa que ella “tenga
también su juventud, su madurez o su vejez, igual que el verdadero organismo”[87].
Así
las cosas, Gadamer enfatiza que la obra no está determinada por el tiempo
cronológico sino “por su propia estructura temporal”[88]. Para clarificar cómo la
obra de arte tiene su propio tiempo, muestra además cómo los tiempos de una
composición musical no son arbitrio del compositor, sino constitución del
tiempo de la propia obra; tampoco es cuestión del tiempo correcto, medido con
cánones externos, sino el tiempo que la propia obra exige.
Para
llegar al tiempo de la obra, se necesita el oído interior, que está constituido
por la idealidad a la que se llega trascendiendo las reproducciones, las
exhibiciones o las realizaciones mímicas y que a su vez nos permiten llegar al
estado de idealidad de una obra de arte.
Desde
aquí se hacen comprensibles los bocetos que el artista realiza como preparación
para una obra de arte, los múltiples borradores que el poeta o el literato
realiza como preparación para la realización de la poesía o de la obra literaria,
los ensayos preparatorios para la escenificación definitiva en el teatro, o
para la presentación del concierto sinfónico; la idealidad de la obra alcanzada
por el oído interior evidencia que dicha idealidad no es ni siguiera alcanzada
por quien se sabe de memoria una composición musical, una poesía, una pieza
teatral o un poema; desde esta idealidad debe, entonces comprenderse el papel
del director de orquesta, de teatro que a veces se hacen tan obsesivos en la
ejecución, que llegan a ser incomprendidos por quienes son dirigidos, pasando
por todo tipo de críticas: locura, manía, obsesión, etc. a este respecto dice
Gadamer: “Es lo que cada uno de nosotros experimenta cuando por ejemplo, se
sabe particularmente bien una poesía: la
tiene de oído. Nadie podrá recitarle un poema de un modo satisfactorio, ni
siquiera él mismo”[89], es lo que nosotros
solemos decir cuando decimos que tiene buen oído, para decir que canta mejor
que el que habiendo estudiado aún la técnica, ni siquiera, sabe interpretar
bien una canción.
El
deleite se da cuando la conformación ideal es capaz de trascender los momentos
contingentes. Para ilustrar el tema del tiempo propio de la obra, Gadamer
recurre a la experiencia del ritmo diciendo que “se escucha el ritmo de afuera
y se lo proyecta hacia adentro. Naturalmente, el ejemplo del ritmo en una serie
monótona no es un ejemplo del arte, pero indica que sólo oímos el ritmo
dispuesto en la forma misma si lo marcamos desde nosotros mismos, es decir, si
nosotros mismos somos realmente activos para escucharlo del exterior”[90].
Gadamer
apenas da una pequeña indicación para leer desde esta temática, la cuestión de
la identidad y la diferencia, y la cuestión de la repetición, diciendo que
sería un error darle crédito a lo que hoy sucede en la industria discográfica
cuando utilizando los aparatos, se accede a una grabación que se considera
perfecta, y en nombre de la misma se descalifican otras posibles interpretaciones
de la misma. En última instancia el ideal de la obra de arte, no se alcanza
cuando quede registrado en una grabación; el estado ideal de la obra sólo se
alcanza trascendiendo las reproducciones, las exhibiciones o las realizaciones
miméticas.
Según
lo anteriormente expuesto la identidad de la obra se alcanza en el ideal de la
misma percibido por el hombre, los diferentes intentos por reproducirla, los
diferentes intentos en su ejecución pueden ser entendidos como un esfuerzo por
alcanzar ideal de la obra.
Brevemente
Gadamer resume todo este proceso diciendo que “En la experiencia del arte, se
trata de que aprendamos a demorarnos de un modo específico en la obra de arte.
Un demorarse que se caracteriza porque no se torna aburrido. Cuanto más nos
sumerjamos en ella, demorándonos, tanto más elocuente, rica y múltiple se nos
manifestará. La esencia de la experiencia temporal del arte consiste en
aprender a demorarse y tal vez sea esta la correspondencia adecuada a nuestra finitud para lo que se
llama eternidad”[91].
26.2. El tiempo como hilo conductor del
carácter hermenéutico de la obra de arte.
Cuando
se lee el análisis gadameriano sobre el carácter festivo de la obra de arte,
uno ve que dicho análisis tiene un hilo conductor que mancomuna todos los caracteres
que distinguen el carácter festivo de la obra de arte. Dicho hilo conductor es
la temporalidad, esta es la razón por la que en Wahrheit und Methode Gadamer trata el tema de la fiesta en un
apartado donde habla de la temporalidad y que lleva por título Die Zeitlichkeit des Ästhetischen[92].
En
dicho texto Gadamer parte de una pregunta que reza así ¿Cuál es el tipo de
temporalidad que conviene al ser de lo estético? Para tratar de responder a
dicha pregunta, empieza por decir qué no es una temporalidad de corte dualista
como la propugnada por la conciencia estética, la que conviene al ser de lo
estético.
Inclusive
cita a Heidegger y su analítica existencial para mostrar cómo ha de fondo un
malentendido con el que tropezó la exposición ontológica del horizonte temporal
en Heidegger; dicho malentendido puede quedarse enfatizando el sentido
metodológico de la analítica existencial del ser-ahí y sin embargo, dice
Gadamer, que ello no es más que una posibilidad entre otras para la comprensión
de la existencia.
Lo
que está ahí de fondo es que Heidegger descubre la temporalidad como de ser de
la comprensión misma, temporalidad que vista desde el ser-ahí significa que él
en la medida que comprende se autocomprende, toda comprensión es un proceso de
autocomprensión.
Gadamer
nos ha dado indicaciones en todo lo que hemos expuesto anteriormente cuando
decía que el carácter propiamente temporal del ser-ahí consistía en que siendo
él mismo era otro en cada etapa de la vida, siendo él mismo es uno en la niñez,
siendo él mismo es otro en la juventud, siendo él mismo es otro en la madurez,
etc. en Wahrheit und Methode nos dice que “un ente que solo es en cuanto que continuamente
es otro, es temporal en un sentido más radical que todo el resto de lo que
pertenece a la historia”[93].
Con
la obra de arte sucede algo similar, siendo ella misma en cada nueva
interpretación se da un acrecentamiento de su ser. Cada nueva interpretación no
disminuye el ser de la obra sino que al contrario lo enriquece.
Podemos
aventurar una interpretación ética desde lo que hemos expuesto, cuando decimos
que el ser-ahí existe y que su existencia se presenta a sí misma en su
representación cuando desde el ser-ahí se vehicula como modo de ser. La virtud,
el bien, el valor se presentan en el ser-ahí en la medida en que se representa
como hecho concreto de vida, entonces es cuando aparece el hombre bueno, el
hombre virtuoso, el hombre de talante moral. Aquí se podría hacer una
comparación con la parrhesia o el decir-verdad.
En
la existencia el ser-ahí se juega su propio ser, pero en el juego del ser quien
juega es el ser-ahí, y el juego mismo es la existencia, ella es quien pone las
reglas, el ser-ahí simplemente es jugador de su propia existencia, de su propio
destino.
Programa:
Objetivo del curso.
Introducirnos
en la problemática del arte, desde el punto de vista filosófico, a partir de
las teorías más recientes sobre el tema.
Justificación del curso.
El
arte como problema filosófico ha cobrado gran importancia dentro de la
reflexión hodierna, sobre todo a partir de la propuesta instaurada por el
romanticismo, la decostrucción realizada por los maestros de la sospecha, a
partir de la crítica a los modelos antropológicos renacentistas y desde la
crítica instaurada por la teoría crítica con Horkheimer y Adorno.
Heidegger,
al proponer el problema del origen de la obra de arte, propone una nueva base
desde la cual interpretar la obra de arte; Gadamer, el padre de la hermenéutica
contemporánea, siguiendo las huellas de su maestro, en su obra principal Warheit
und Methode, propondrá el tema del arte y su profundo entrelazamiento con la
hermenéutica; Vattimo, tratará de leer el fenómeno del arte desde una perspectiva
postmoderna y con esta intención propondrá temas como la estetización general
de la existencia, las utopías y las heterotopías, las vanguardias y las
neovanguardia; el ultimo de los eslabones en esta gran cadena histórica será
Arthur Danto, el cual desde los grandes movimientos estéticos contemporáneos
intentará leer los fenómenos más recientes relativos al arte: Warhol, Duchamp,
el museo, el arte banal.
El
arte ha sido el punto de apoyo cuando los esquemas conceptuales, sociales y
psicológicos han sido duramente cuestionados y criticados; ha sido además la
tabla de salvación que no ha sucumbido cuando todo parece hundirse.
Por
todo lo anterior es que necesitamos reflexionar filosóficamente sobre el papel
del arte en nuestros días.
Temática.
I. Conceptos básicos.
1.
La estética.
2.
El arte.
3.
Lo bello.
4.
Lo feo.
5. Lo sublime.
6.
El arte como mimesis.
7.
El arte como forma.
II. Recorrido histórico.
8.
Platón.
9.
Aristóteles.
10.
La medievalidad.
11.
El renacimiento (Leonardo da Vinci).
12.
La modernidad (Descartes, Diderot).
13.
El romanticismo.
III. Autores.
14. Baumgarten.
15. Winckelmann.
16. Schiller.
17. Lessing.
18. Dickie.
19. Kant.
20. Hegel.
21. Nietzsche.
22. Sartre.
23. Heidegger.
24. Gadamer
25.
Vattimo.
26.
Danto.
IV. Temas.
Base
antropológica de la experiencia del arte:
27.
El juego.
28.
El símbolo.
29.
La fiesta.
30.
La verdad y el arte.
31.
Las vanguardias artísticas.
32.
El genio.
33.
El artista.
Evaluación.
1.
El origen de la obra de arte Martin
Heidegger 25%.
2.
Introducción a la estética
Hegel 25%.
3.
Conversaciones sobre estética Pareyson 25%.
5.
final 25%
[1] Oliveras,
Elena. Estética. La cuestión del arte.
Ed. Ariel, 2000. 399. citamos la página 22.
[2] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 136.
[3] Ernesto
Grassi, es un filósofo italiano nacido en Milán en 1902 y muerto en Mónaco en
1991. Discípulo de Martinelli, estudió con Blondel, atraído por la
fenomenología de Husserll y de Scheller, se transfiere a Alemania donde lo
atrae además la filosofía de Heidegger y de Jaspers. Según Grassi la filosofía
moderna no tiene su origen en Descartes sino en la polémica de los humanistas
contra la escolástica. Para él la nueva edad esta contramarcada a partir del
trecento por la jurisprudencia y la retórica contra el naturalismo y la matemática.
Entre las obras de este autor se destacan: el
problema de la metafísica platónica, Apología de la vida individual, Heidegger
y el problema del humanismo, La filosofía del humanismo.
[4] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 137.
[5] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 137.
[6] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 139.
[7] Pepper Stephen Coburn (Newark
1891-1972) estudioso estadounidense de la estética. Su teoría está fundada
sobre el análisis de los mecanismos sicológicos operados en el arte. El arte es
definida por éste como una intuición vivida y voluntaria de la cualidad de un
objeto, desde aquí la obra de arte es valorada según el grado de viveza y de
intensidad emotiva que suscita en el interprete. Según Pepper podemos
individuar tres maneras como se comprende el objeto artístico: la primera es el
objeto control que corresponde a la estructura física de la obra misma, en
segundo lugar se presenta el objeto percepción
que corresponde al conocimiento provisorio, fragmentario a nivel de
percepción sensible y la tercera manera el objeto crítico que permite valorar
la cualidad de una obra de arte y que resulta desde la síntesis de las dos
primeras maneras enunciadas. Pepper ha caracterizado su teoría como contextualismo, para diferenciarla de
los pragmatistas, empiristas y naturalistas. Entre sus obras se cuentan: La cualidad estética, el fundamento de la
crítica, el mundo del arte, la fuente del valor ético.
[8] El presenta
texto lo hemos tomado de Estética moderna de Gianni Vattimo. Pp. 14
ss.
[9] Gadamer, H. G.
WM, 74. de ahora en adelante las iniciales
antes escritas se refieren a las siglas universalmente aceptadas, cuando se
cita el texto de Gadamer que lleva por título Wahrheit und Methode. Nos hemos servido de la traducción española
de la editorial Sígueme de Salamanca, 1993.
[10] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 170.
[11] Gadamer. H. G.
WM, 121-123.
[12] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173.
[13] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173.
[14] Gadamer trata
el tema del juego en varias de sus obras, véase a este respecto WM,143 ss. Y además la actualidad de lo
bello, 67-83.
[15] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 173-174.
[16] Dicho término
ha sido traducido en el texto castellano por la expresión trasformación en una construcción, mientras que Vattimo lo llama transmutación en forma, nosotros
preferimos optar por la traducción vattimiana. Cfr. Texto español, pp. 154 ss.
[17]Cfr. Vattimo, Gianni. PO.
175.
[18] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 176.
[19] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 177.
[20] Vattimo, Gianni. PO. 179.
[21] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 179.
[22] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 179.
[23] Cfr. Vattimo, Gianni. PO.
179-180.
[24] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 181.
[25] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 181.
[26] Vattimo,
Gianni. PO. 182.
[27] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 185.
[28] Vattimo, Gianni. PO. 186-187.
[29] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 187.
[30] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 188.
[31] Cfr. Vattimo, Gianni. PO, 192.
[32] Vattimo, Gianni. PO. 193.
[33] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 193.
[34] Cfr. Vattimo, Gianni. PO: 193.
[35] Cfr. Vattimo, Gianni. PO. 194-195.
[36] Cfr. Vattimo,
Gianni. PO. 195-196.
[37] Vattimo, Gianni. AV. 12.
[38] Vattimo, Gianni. AV. 13. La aclaración en el paréntesis
es nuestra.
[39] Cfr. Vattimo, Gianni. VA, 48.
[40] Cfr. Vattimo, Gianni. VA, 52.
[41] Cfr. Hans Georg Gadamer, Die Aktualitët des Schönen. La actualidad de lo bello, 57. Traducción española.
[42] Gadamer, Hans Georg, Die Aktualitët
des Schönen. La actualidad de lo
bello, 58.
[43] Gadamer, H.G. la actualidad de
lo bello, 64.
[44] Gadamer H:G. Die Aktualitët des Schönen, 78.
[45] Cfr. Gadamer, H:G. Die Aktualitët des Schönen, 78.
[46] Gadamer, H:G. Die Aktualität des Schönen, 78.
[47] Este es el tema fundamental de las Vorlesungen
über die Äesthetik, con el cual Hegel inicia sus lecciones de estética en
Berlín. Puede confrontarse en español además del texto completo, una pequeña
traducción que se hizo sobre la
introducción a la estética.
[48] Gadamer, H. G.
estética y hermenéutica, ed. Tecnos, 19961, 245.
voluntariamente he cambiado la palabra desfiguración por la palabra
re-configuración porque creo que se acerca más al sentido originario que
Gadamer quería darle a la palabra.
[49] Gadamer, H. G. AS, 86.
[50] Gadamer, H. G.
AS, 87.
[51] Benjamin, Walter.
La obra de arte en la época de la
producción técnica. Gadamer ha utilizado el texto alemán editado en
Franckfurt en 1969.
[52] Gadamer, H. G.
AS, 89.
[53] Gadamer, H. G.
AS, 89.
[54] Cfr. Vattimo, Gianni. Schleiermacher, filosofo dell’interpretazione,
127ss.
[55] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 90.
[56] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 91.
[57] Cfr. Gadamer, H. G. AS, 92.
[58] Gadamer, H. G.
AS, 92.
[59] Gadamer, H. G.
AS, 93.
[60] Gadamer, H. G.
AS, 93.
[61] Gadamer, H. G.
AS, 95.
[62] Gadamer, H. G.
AS; 96.
[63] Gadamer, H. G. Estética y
hermenéutica. 213.
[64] Gadamer, H. G. EH, 217.
[65] Gadamer, H. G. EH, 218.
[66] Gadamer, H. G. EH, 219.
[67] Gadamer, H. G. EH, 220.
[68] Gadamer, H. G. E.H. 220-221.
[69] Gadamer, H. G. EH, 221.
[70] Gadamer, H. G. EH, 215.
[71] Gadamer, H. G. EH, 215.
[72] Gadamer, H. G. AS, 100.
[73] Gadamer, H. G. AS, 100.
[74] Gadamer, H. G. AS, 101.
[75] Gadamer, H. G. EH, 215.
[76] Gadamer, H. G. AS, 101.
[77] Gadamer, H. G. AS, 102-103.
[78] Gadamer, H. G. EH, 215.
[79] Gadamer, H. G. EH, 215.
[80] Gadamer, H. G. AS, 103.
[81] Gadamer, H. G. AS, 103.
[82] Gadamer, H. G. AS, 104.
[83]Gadamer, H. G. AS, 104.
[84] Gadamer, H. G. AS, 105.
[85] Gadamer, H. G. AS, 106.
[86] Gadamer, H. G. AS, 106.
[87] Gadamer, H. G. AS, 107.
[88] Gadamer, H. G. AS, 107.
[89] Gadamer, H. G. AS, 108.
[90] Gadamer, H. G. AS, 109.
[91] Gadamer, H. G. AS, 110-111.
[92] Gadamer H. G. WM, 126ss
texto original alemán, en la edición española puede leerse el título La temporalidad de lo estético, pp.
166ss.
[93] Gadamer, H. G. WM, 168.
Traducción española.
Comentarios
Publicar un comentario